NN nos muestra el desencuentro entre la realidad y la palabra, el fracaso del lenguaje al tratar de reflejar o nombrar lo real: «Mi boca / pronuncia la palabra realidad / y el espejo se quiebra en pequeños trozos de latón». Es un poemario intenso y profundo que desasosiega al lector, que le hace reflexionar y tomar conciencia de que «las palabras no son más / que el empaque / de lo que un día nombraron».
El libro se divide en cuatro secciones, la primera está formada por un abecedario de poemas y por «NN» como poema de cierre. Esta sección se subdivide en dos: construcción de la realidad a partir de la palabra y su disección para llegar a su origen. El idioma, el lenguaje, la palabra, no sirven para construir lo real: «No alcanza / es que no alcanza / la palabra casa no alcanza / ni la palabra julio / ni la palabra violín me alcanza / Ni siquiera con la palabra arañazo / alcanzo la realidad». La disección de la realidad no nos sirve para comprenderla, y al rozar su microestructura nos damos cuenta de que tan solo alcanzamos una parte infinitesimal de ella: «Rajas la realidad / para ver sus nervios / sus órganos / y no tienes ni idea de que al hacerlo / te comes la sopita de huesos / ¾ni los huesos¾ / de esa misma realidad».
En «Agua» nos sumergimos en el mundo virtual de Internet, en su relación con la realidad y la palabra: «1. Si se asfixia la realidad en la palabra / 2. Y la palabra en esta red / 3. En la red / la realidad ya es del todo inexistente». Esta realidad, que se forma a partir de eslabones, de fragmentos, está distorsionada, sesgada: «El río / no es dios ni río / no pasa frente al ojo / ni es el ojo / sino una suma de trozos /concatenados / en la imagen el capricho / final de un montador / que le pone anteojeras al horizonte». Además, la realidad no es única y sobre todo es inalcanzable: «Tanto soñar con la otra orilla / tanta cosa absurda / tanta palabra / para al final descubrir / que debajo del río / hay otro río. Este / imposible de cruzar», o apenas la logramos adivinar: «Abajo del todo / el gran iceberg / Arriba / sólo su punta / Y aún así / estremece».
«Muestrario» está formado por doce poemas de imágenes impactantes. Las palabras, asfixiadas en sus significados, no abarcan la realidad: «Poder tejer / no la araña / sino la red invisible / de los movimientos de su tela / Atrapar / no las moscas y hormigas / en esta imagen / sino su gesto / que se pega al aire / antes de desaparecer». El lenguaje poético con su búsqueda de otras formas de decir, quizá nos permita alcanzar lo que no percibimos con el lenguaje normativo: «Para quitarles el polvo / soplas sobre sus caparazones / Sin querer / se tocan sus membranas / se funden sus barrigas / y otro animal / inclasificado / deja su rastro en el poema». La última sección de este poemario es «Curriculum vitae», un extraordinario poema abre esta parte, en él, el autor refleja la incapacidad del lenguaje poético para nombrar la realidad, la inutilidad de la poesía: «La casa que construyo sobre esta página / no es más que la sombra / de la casa que deseo construir sobre esta página». Esta inutilidad se manifiesta de forma magistral en los siguientes versos: «Pero a veces / una pepita de oro / se enreda entre mis dientes / revolotea en la lengua / y se resbala de los labios / para caer nuevamente / pero limpia y brillante / en medio de la mierda». Igualmente desasosegante es el último poema «Soñé que no decía nada», un cierre que es una reflexión brillante y lúcida sobre nuestro lenguaje, arcaico y lleno de ruido y tal vez, en ese «no decir nada», se encuentre la manera de expresar la realidad.
Raquel Machín
El libro se divide en cuatro secciones, la primera está formada por un abecedario de poemas y por «NN» como poema de cierre. Esta sección se subdivide en dos: construcción de la realidad a partir de la palabra y su disección para llegar a su origen. El idioma, el lenguaje, la palabra, no sirven para construir lo real: «No alcanza / es que no alcanza / la palabra casa no alcanza / ni la palabra julio / ni la palabra violín me alcanza / Ni siquiera con la palabra arañazo / alcanzo la realidad». La disección de la realidad no nos sirve para comprenderla, y al rozar su microestructura nos damos cuenta de que tan solo alcanzamos una parte infinitesimal de ella: «Rajas la realidad / para ver sus nervios / sus órganos / y no tienes ni idea de que al hacerlo / te comes la sopita de huesos / ¾ni los huesos¾ / de esa misma realidad».
En «Agua» nos sumergimos en el mundo virtual de Internet, en su relación con la realidad y la palabra: «1. Si se asfixia la realidad en la palabra / 2. Y la palabra en esta red / 3. En la red / la realidad ya es del todo inexistente». Esta realidad, que se forma a partir de eslabones, de fragmentos, está distorsionada, sesgada: «El río / no es dios ni río / no pasa frente al ojo / ni es el ojo / sino una suma de trozos /concatenados / en la imagen el capricho / final de un montador / que le pone anteojeras al horizonte». Además, la realidad no es única y sobre todo es inalcanzable: «Tanto soñar con la otra orilla / tanta cosa absurda / tanta palabra / para al final descubrir / que debajo del río / hay otro río. Este / imposible de cruzar», o apenas la logramos adivinar: «Abajo del todo / el gran iceberg / Arriba / sólo su punta / Y aún así / estremece».
«Muestrario» está formado por doce poemas de imágenes impactantes. Las palabras, asfixiadas en sus significados, no abarcan la realidad: «Poder tejer / no la araña / sino la red invisible / de los movimientos de su tela / Atrapar / no las moscas y hormigas / en esta imagen / sino su gesto / que se pega al aire / antes de desaparecer». El lenguaje poético con su búsqueda de otras formas de decir, quizá nos permita alcanzar lo que no percibimos con el lenguaje normativo: «Para quitarles el polvo / soplas sobre sus caparazones / Sin querer / se tocan sus membranas / se funden sus barrigas / y otro animal / inclasificado / deja su rastro en el poema». La última sección de este poemario es «Curriculum vitae», un extraordinario poema abre esta parte, en él, el autor refleja la incapacidad del lenguaje poético para nombrar la realidad, la inutilidad de la poesía: «La casa que construyo sobre esta página / no es más que la sombra / de la casa que deseo construir sobre esta página». Esta inutilidad se manifiesta de forma magistral en los siguientes versos: «Pero a veces / una pepita de oro / se enreda entre mis dientes / revolotea en la lengua / y se resbala de los labios / para caer nuevamente / pero limpia y brillante / en medio de la mierda». Igualmente desasosegante es el último poema «Soñé que no decía nada», un cierre que es una reflexión brillante y lúcida sobre nuestro lenguaje, arcaico y lleno de ruido y tal vez, en ese «no decir nada», se encuentre la manera de expresar la realidad.
Raquel Machín
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