UN OJO NO VISTO DEL MUNDO
Allí estaba el secreto guardado en sí, recojido en sí mismo hasta lo último.
Yo podía cojerlo, descifrarlo, hacerlo mío; hacer que no fuera secreto. Hacer de él un diamante evidente para todos; un ojo visto del mundo.
Pero no quise. Lo prendí en la llama del hogar y lo vi arder. El soporte del secreto, su cuerpo ya conocido de mí, se fue quemando en oro, en rojo, en azul, violeta, negro; todos los colores del espectro del secreto y algunos más. Entonces, el secreto mismo incolor, se fue hacia arriba con el tiro del aire de la campana de la chimenea.
Me dejó, sin embargo ¡secreto mío! en prenda de agradecimiento, de amor, de fe, quizás de esperanza, un aliento suyo, una esencia. El aroma indecible de lo secreto total, total secreto: la esencia verdadera del secreto, que yo no puedo decir, porque las palabras no podrían traducirla ni aún esa música sin notas que yo a veces invento; una esencia que tiene que ser sola para mí solo. Y, ahora, por él soy yo el secreto quemable, Inquisidores; soy yo el ojo no visto del mundo.
Juan Ramón Jiménez
Padre de la Generación del 27
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