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viernes, 24 de octubre de 2008

Reseña de Al-Rihla (El viaje) de Luis Luna, por Lourdes de Abajo

En “Cuaderno del guardabosque”, Luis Luna inicia la búsqueda. Una búsqueda interior que ahora desarrolla en Al-Rihla (El viaje). Luis Luna viajero, explorador de cavidades estigmatizadas por un vacío resonante y conciliador que nos lleva a realizar un viaje por los intersticios del muro. Allí donde la apariencia es luz, donde el umbral sostiene la oquedad, donde el vacío aparente no se desploma bajo el peso de una angustia vital sino que se redime, se crea, se construye.

Rompe el desierto la arena. Arena que purifica y da aliento. Bailes en círculo que buscan la Unidad. Sesgadas las aguas del Éufrates, la mirada devuelve el color, los símbolos, las creencias más allá de cualquier religión. Victoria de residencias místicas sobre cubiles eclesiásticos. Resistencia a la hipocresía. Lectura obligada de ritos que transgreden lo humano. Así, los derviches, el desierto, el agua, son reflejos comunes de la Unidad. La Gran Mezquita de los Omeyas, Meteora o Monserrat no se escapan a esa búsqueda espiritual, más bien la afirman y la completan. Y en Kyos, el altar, es la propia isla.

No existe una diferencia entre Intramuros-Extramuros. La visión desde la que el poeta se sitúa es lo único que cambia. El lector es lo suficientemente hábil para comprender que en lo exterior está depositado el interior más profundo, la entraña que nos sobrevive. Busca cauces o ahonda formas, da igual. Todos conformamos El Todo. Así, con estas imbricaciones entre paisaje exterior-interior, Al-Rihla es un libro que tiende a dibujar con sus silencios la ausencia que conforma al ser humano. Cada texto es pregunta, una pregunta insistente y continua, como esos leit-motivs que Wagner esculpe en sus óperas. ¿Acaso hay respuestas claras en Lohengrin o Tannhäuser? Sólo hilos, motivos conductores que plantean y rescatan situaciones pero nunca dan certezas. Luis Luna no afirma. Busca. Concentra la palabra y se silencia. Poeta que deja huecos en la página para que el texto respire, para que el lector elabore su propio poema. Entonces, dar paso al círculo, a la esfera de la globalidad, del mosaico que ilumina. Llevar su búsqueda personal a la colectiva. Dejar que la palabra / les busque / y les penetre / que sea ella / quien inicie su giro.


Lourdes de Abajo

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