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miércoles, 8 de octubre de 2008

Vladimir Maiakovski

Hay un Maiakovski aleccionador y ejemplarizante; un Maiakovski bilioso; un Maiakovski al que corroe su desprecio por las personas, y que sin embargo pretende de ellas que se conmuevan con su dolor. Ay, poeta, ¿qué me importa tu vida? ¡Oh, tú, apóstol!, ¡oh, tú, nuevo Zaratustra!, ¡oh, tú, nuevo Mesías!, que regalas el don de tu persona derrengada y vacilante: tan dispuesto al insulto como a la sumisión, que esperas de los otros. ¡Oh, tú, superhombre contrahecho! Maiakovski querido, pobre loco suicida, buen poeta. Tan romántico, tú. Como Trotsky nos dice en el prólogo a ‘Vladimir Mayakovski (Poemas 1913-1916)’, sic, en Visor, 1993.
Buen poeta, porque sus desatinos mesiánicos yoistas, sus desafortunadas experiencias amatorias yoistas y patéticas, su incesante exaltación del hecho (que habla a gritos el hombre), se coronan de una variedad y notoriedad imaginativa, que nos hace pensar que este hombre fue un padre de la ciencia-ficción(o será que esto es cosa generalizada de las vanguardias). Y que me perdone Verne. El mundo es pequeño para Maiakovski, en su historia real (diría de manual) o literaria y en su hecho físico. (No es de extrañar en un individuo cuyo único canon es él mismo. Por cierto, ¿es esto la poesía?) Así que imágenes, desgradables (mayormente), pero que dulcifican la lectura sin impedirla (por su limpidez); incesantes e inconexas, pero estimulantes.
Habrá poemas.

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