(Ver entradas anteriores de Sobre cántico para leer el poema del que se habla.)
Una forma natural en la que proyecta Jorge la esfera (esfera que es irrealizable, como todos sabemos) es el mar. Mar sabio y, por tanto, sin alivio posible (como la esfera): ‘Ni el raptor de las ondas/ Ni el amoroso náufrago’, a lo menos, le ayudarán a sanar.
‘El amoroso náufrago’ no me parece difícil de desentrañar. Nótese, de nuevo, en primer lugar, el violento contraste entre náufrago, hombre perdido, y el epíteto amoroso. Un hombre tan dramático y tan lindamente engalanado que (exageremos la emoción) no nos mueve al llanto sino al éxtasis. (Ruego al lector: he puesto el dedo en la cosa, no me pida su nombre.)
Total, que este amoroso náufrago es el hombre que voluntaria y amorosamente se pierde a sí mismo (o propio) en las procelas del mar de la sabiduría.
De otra parte, aun viendo al mar arribar a la playa y entregarle sus olas, no me queda nada claro que sea la playa el raptor de las ondas que Jorge refiere. Aún y así, profundicemos, digo especulemos.
Dijomos más arriba en este mismo papiro de voluntad kilométrica, que ne la playa, en su arena, en sus conchas, descansa nuestra memoria, o, mejor, se vierte. Memoria que se realiza en cada nacimiento, cada niño, círculo de la rosa, playa en conchas.
Luego, nos habla Jorge de la sabiduría (el mar) en dos formas; la inteligencia y la memoria. La inteligencia se hunde amorosamente en lo ignoto y temible, la memoria retiene o rapta los resultados de tales indagaciones.
Ya me he excedido, pero no te preocupes, la próxima semana, un poquito más.
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