V
Vuelvo a hablar del río con el río
como el agua con la orilla:
aquí nací
y donde sea que muera qerá aquí,
sobre este mismo pálpito:
la leve firmeza de los pasos
saben lo que nuestros pies ignoran,
descalzos sobre arenas
donde nunca quedan huellas del camino:
besos esparcidos entre labios
lejanos, casi ajenos, inexpicables.
XII
Yo sé que este poema
-la lluvia que se derrama
desde las hojas moradas de la hiedra,
ausencia sobre ausencia,
hasta dar con el fulgor de la noche,
imprescindible,
en el más humilde paisaje adoquinado-
yo sé que este poema,
-delicadeza de la tenacidad infinita-
no sólo a mí me pasa.
XVII
Diferentes
como dos gotas de agua
de la misma lluvia,
incontables
como los días
de una misma jornada,
olemos a tierra húmeda
donde el viento al azar nos siembra.
XXXII
Las nubes, más arriba,
el viento,
y nada, nada,
ni siquiera el bisque se detiene.
Acá abajo, a nuestros pies,
entre las rocas,
¿qué presagian las aguas oscuras
si no la noche
de las entregas infinitas?
Y un velo de lilas,
segundos apenas del aire mismo,
ligero, tembloroso,
envuelve los árboles y la nieve,
y nada, nada,
ni siquiera la montaña permanece.
Cierro los ojos, vida,
como si horas después la marea
fuese a cubrirnos
en su constancia de espumas y de sombras.
Un graznido
sella el silencio.
Son versos de Alberto Szpunberg (si pinchas te vas a Wikipedia) en 'El libro de Judith', editado por El Suri Porfiado en 2008.
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