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miércoles, 7 de octubre de 2009

'Querida Quiela'

32

Me formé la ilusión de verte en el espejo, querida Quiela:

y no creas que fueron muchas las ganas de salir corriendo. Ya ves, tanto pretendido odio, y de repente, en un segundo, se desvela que es amor, sólo amor. O eso creo. Porque no es normal que así de golpe se olviden los rencores, los reproches, las inseguridades… y vuelva uno a soñar en tener al otro, de nuevo.

Te ví, Quiela, en el espejo, y no estabas detrás de mí, ni a un lado, sino justo coincidiendo conmigo. Mi rostro era tu rostro; mis cabellos, tus cabellos; mis manos, tus manos. Y créeme que me sentí a gusto estando en ti, siendo tú por un instante. La brizna era tallo.

Pero fue eso, un momento, apenas un brevísimo y cruel lapso. Luego, volver a sentir que te marchas, que me abandonas en el rincón más recóndito de la memoria, y que te odio, que te odio profundamente.

Es esa distancia que impones la que odio, querida quiela. No soy capaz para el silencio, no soy capaz para la distancia, no soy capaz para tu ausencia. Me desarma y me encoleriza pensar que a cada paso mío de acercamiento tú responde con dos y un saco de tierra. Te atrincheras, Quiela, huyes torpemente enterrando la cabeza. O tal vez sea yo.

Tú sabes que es cierto, querida Quiela, sabes que no estás tan lejos, que estás aquí mismo. Que cada palabra que pronuncio, sino fuera por esta cobarde actitud, por este impulso tan débil, es una palabra tuya, una palabra que te expresa tanto como a mí.

Pero me niego a buscar razones, me niego a encontrar verdades, Quiela, allí donde canta el corazón, es idiota detenerse a escuchar el tímido balbuceo de la razón. Prefiero seguir en este odioso amor y este odio amante. A dudar también se aprende, Quiela, y no es malo dudar, es bueno no saber si uno está donde quiere permanecer, y lo hace a salvo.

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