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miércoles, 11 de noviembre de 2009

'Querida Quiela'

37

Ha pasado tiempo, querida Quiela:

y aún sigue en el aseo tu cepillo de dientes. Siempre violeta, nunca usaste de otro color.

Lo que sí he cambiado es de pasta dentífrica, he desistido de las que hacen efecto blanqueante por parecerme inútiles. El rastro de la vida no es tan fácil de borrar, tampoco en la dentadura.

¡Hala!, tenga usted. ¿Se ha manchado los pantalones de grasa? ¿Le ha caído encima sopa de tomate? ¿Una copa de vino tinto le ha dejado un antipático recuerdo violáceo imborrable? El quitamanchas Champimpún es la solución. Champimpún, contra las manchas, y contra el pun.

¡Hala!

También sigo utilizando tu enjuague bucal, y he comenzado a frotarme la lengua, supongo que en el temor de que arraiguen en ella bacterias y lo pierdan todo.

Tu secador de pelo se convirtió en un objeto ornamental, y no por su belleza. Pero sigue haciendo compañía, incansable, al espejo. Me dan ganas de tomarlo en mis manos y emplearlo en mi cabello.

Forman una pareja tan enternecedora. Siempre guardando la distancia. El secador mira de frente al espejo, y éste lo refleja indiferente, sin poder negarlo y sin afirmarlo con rotundidad. Nunca le concederá una mirada a los ojos.

Por lo demás, el teléfono de la ducha me pregunta por ti. Cada vez que lo descuelgo llora sin consuelo, y gime, el pobre. Es tan ridículo verle así. Pero sus lágrimas brotan de la memoria. Últimamente, al caer sobre mi costado, me hacen cosquillas.

En cuanto a tu albornoz, ha quedado tan vacío, querida Quiela. Es el que más ha perdido en esta guerra. Ha quedado suspendido y completamente deshabitado. A veces me tiende los brazos y dejo que me estreche. Le falta tanto tu cuerpo…

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