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viernes, 10 de diciembre de 2010

'En la tierra de en medio', poemario de Rosario Castellanos

BELLA DAMA SIN PIEDAD

Se deslizaba por las galerías.

No la vi. Llegué tarde, como todos,
y alcancé nada más la lentitud
púrpura de la cauda; la atmósfera vibrante
de aria recién cantada.

Ella no. Y era más
que plenitud su ausencia
y era más que esponsales
y era más que semilla en que madura el tiempo:
esperanza o nostalgia.

Sueña, no está. Imagina, no es. Recuerda,
se sustituye, inventa, se anticipa,
dice adiós o mañana.

Si sonríe, sonríe desde lejos,
desde lo que será su memoria, y saluda
desde su antepasado pálido por la muerte.

Porque no es el cisne. Porque si la señalas,
señalas una sombra en la pupila
profunda de los lagos
y del esquife sólo la estela y de la nube
el testimonio del poder del viento.

Presencia prometida, evocada. Presencia
posible del instante
en que cuaja el cristal, en que se manifiesta
el corazón del fuego.

El vacío que habita se llama eternidad.

ELEGÍA

Nunca, como a tu lado, fui de piedra.

Y yo que me soñaba nube, agua,
aire sobre la hoja,
fuego de mil cambiantes llamaradas,
sólo supe yacer,
pesar, que es lo que sabe hacer la piedra
alrededor del cuello del ahogado.

ACCIDENTE

Temí...no el gran amor.

Fui inmunizada a tiempo y para siempre
con un beso anacrónico
y la entrega ficticia
-capaz de simular hasta el rechazo-
y por el juramento, que no es más retórico
porque no es más solemne.

No, no temí la pira que me consumiría
sino el cerillo mal prendido y esta
ampolla que entorpece la mano con que escribo.

AJEDREZ

Porque éramos amigos y, a ratos, nos amábamos;
quizá para añadir otro interés
a los muchos que ya nos obligaban
decidimos jugar juegos de inteligencia.

Pusimos un tablero enfrente de nosotros:
equitativo en piezas, en valores,
en posibilidad de movimientos.

Aprendimos las reglas, les juramos respeto
y empezó la partida.

Henos aquí hace un siglo, sentados, meditando
encarnecidamente
cómo dar el zarpazo último que se aniquile
de modo inapelable y, para siempre, al otro.

PEQUEÑA CRÓNICA

Entre nosotros hubo
lo que hay entre dos cuando se aman:
sangre del himen roto. (¿Te das cuenta?
Virgen a los treinta años ¡y poetisa! Lagarto.)

La hemorragia mensual o sea en la que un niño
dice que sí, dice que no a la vida.

Y la vena
-mía o de otra ¿qué más da?-en que el tajo
suicida se hundió un poco o lo bastante
como para volverse una esquela mortuoria.

Hubo, quizá, también otros humores:
el sudor del trabajo, el del placer,
la secreción verdosa de la cólera,
semen, saliva, lágrimas.

Nada, en fin, que un buen baño no borre. Y me pregunto
con qué voy a escribir, entonces, nuestra historia.
¿Con tinta? ¡Ay! Si la tinta
viene de tan ajenos manantiales.

DESAMOR

Me vio como se mira al través de un cristal
o del aire
o de nada.

Y entonces supe: yo no estaba allí
ni en ninguna otra parte
ni había estado nunca ni estaría.

Y fui como el que muere en la epidemia,
sin identificar, y es arrojado
a la fosa común.

NINFOMANÍA

Te tuve entre mis manos:
la humanidad entera en una nuez.
¡Qué cáscara tan dura y tan rugosa!

Y, adentro, el simulacro
de los dos hemisferios cerebrales
que, obviamente, no aspiran a operar
sino a ser devorados, alabados
por ese sabor neutro, tan insatisfactorio
que exige, al infinito,
una vez y otra y otra, que se vuelva a probar.

LA NOSTALGIA

Si te digo que fui feliz, no es cierto.

No creas lo que yo creo cuando me engaño.

El recuerdo embellece lo que toca:
te quita la jaqueca que tuviste,
el sopor de la siesta lo transfigura en éxtasis
y, en cuanto a ese zapato que apretaba
tanto que te impidió bailar el primer baile,
no hubo zapato. Mira: estás descalza, danzas
eternamente ingrávida en el círculo
cerrado de un abrazo.

Danzas sin esa doble barbilla de tu gula,
sin esa arruga artera
que está acechando alrededor de tu ojo.

INVIERNO EN EL ANÁHUAC

Como nadie va al Polo,
el Polo viene en forma de masa, en calidad
de viento. Y necesita
saludarnos a todos, de mano, por la calle,
entrar en cada casa, presidir el convivio,
acompañarlo a uno hasta la cama
y ahí dictar los sueños.
(Pero en el sueño uno lo traiciona
y va de vacaciones a Acapulco.)

De madrugada funge como amante y se inclina
sobre nuestra mejilla descubierta.
Pero, esquimal al fin, no besa: muerde.

MALINCHE

Desde el sillón del mando mi madre dijo: "Ha muerto".

Y se dejó caer, como abatida,

en los brazos del otro, usurpador, padrastro
que la sostuvo no con el respeto
que el siervo da a la majestad de reina
sino con ese abajamiento mutuo
en que se humillan ambos, los amantes, los cómplices.

Desde la Plaza de los Intercambios
mi madre anunció: "Ha muerto".

La balanza
se sostuvo un instante sin moverse
y el grano de cacao quedó quieto en el arca
y el sol permanecía en la mitad del cielo
como aguardando un signo
que fue, cuando partió como una flecha,
el ay agudo de las plañideras.

"Se deshojó la flor de muchos pétalos,
se evaporó el perfume,
se consumió la llama de la antorcha.

Una niña regresa, escarbando, al lugar
en el que la partera depositó su ombligo.

Regresa al Sitio de los que Vivieron.

Reconoce a su padre asesinado,
ay, ay, ay, con veneno, con puñal,
con trampa ante sus pies, con lazo de horca.

Se toman de la mano y caminan, caminan
perdiéndose en la niebla."

Tal era el llanto y las lamentaciones
sobre algún cuerpo anónimo; un cadáver
que no era el mío porque yo, vendida
a mercaderes, iba como esclava,
como nadie, al destierro.

Arrojada, expulsada
del reino, del palacio y de la entraña tibia
de la que me dio a luz en tálamo legítimo
y que me aborreció porque yo era su igual
en figura y en rango
y se contempló en mí y odió su imagen
y destrozó el espejo contra el suelo.

Yo avanzo hacia el destino entre cadenas
y dejo atrás lo que todavía escucho:
los fúnebres rumores con los que se me entierra.

Y la voz de mi madre con lágrimas ¡con lágrimas!
que decreta mi muerte.

MEMORIAL DE TLATELOLCO

La oscuridad engendra la violencia,
y la violencia pide oscuridad
para cuajar en crimen.

Por eso el dos de octubre aguardó hasta la noche
para que nadie viera la mano que empuñaba
el arma, sino sólo su efecto de relámpago.

Y a esa luz, breve y lívida, ¿quién? ¿Quién es el que mata?
¿Quiénes los que agonizan, los que mueren?
¿Los que huyen sin zapatos?
¿Los que van a caer al pozo de un cárcel?
¿Los que se pudren en el hospital?
¿Los que se quedan mudos, para siempre, de espanto?

¿Quién? ¿Quiénes? Nadie. Al día siguiente, nadie.

La plaza amaneció barrida; los periódicos
dieron como noticia principal
el estado del tiempo.
Y en la televisión, en la radio, en el cine
no hubo ningún cambio de programa,
ningún anuncio intercalado ni un
minuto de silencio en el banquete.
(Pues prosiguió el banquete.)

No busques lo que no hay: huellas, cadáveres,
que todo se le ha dado como ofrenda a una diosa:
a la Devoradora de Excrementos.

No hurgues en los archivos pues nada consta en actas.

Ay, la violencia pide oscuridad
porque la oscuridad engendra el sueño
y podemos dormir soñando que soñamos.

Mas he aquí que toco una llaga: es mi memoria.
Duele, luego es verdad. Sangra con sangre.
Y si la llamo mía, traiciono a todos.

Recuerdo, recordamos.

Ésta es nuestra manera de ayudar a que amanezca
sobre tantas conciencias mancilladas,
sobre un texto iracundo, sobre una reja abierta,
sobre el rostro amparado tras la máscara.

Recuerdo, recordemos
hasta que la justicia se siente entre nosotros.

AUTORRETRATO

Yo soy una señora: tratamiento
arduo de conseguir, en mi caso, y más útil
para alternar con los demás que un título
extendido a mi nombre en cualquier academia.

Así pues, luzco mi trofeo y repito:
yo soy una señora. Gorda o flaca
según las posiciones de los astros,
los ciclos glandulares
y otros fenómenos que no comprendo.

Rubia, si elijo una peluca rubia.
O morena, según la alternativa.
(En realidad, mi pelo encanece, encanece.)

Soy más o menos fea. Eso depende mucho
de la mano que aplica el maquillaje.

Mi apariencia ha cambiado a lo largo del tiempo
-aunque no tanto como dice Weininger
que cambia la apariencia del genio-.Soy mediocre.
Lo cual, por una parte, me exime de enemigos
y, por la otra, me da la devoción
de algún admirador y la amistad
de esos hombres que hablan por teléfono
y envían largas cartas de felicitación.
Que beben lentamente whisky sobre las rocas
y charlan de política y de literatura.

Amigas... hmmm... a veces, raras veces
y en muy pequeñas dosis.

En general, rehuyo los espejos.
Me dirían lo de siempre: que me visto muy mal
y que hago el ridículo
cuando pretendo coquetear con alguien.

Soy madre de Gabriel: ya usted sabe, ese niño
que un día se erigirá en juez inapelable
y que acaso, además, ejerza de verdugo.
Mientras tanto lo amo.

Escribo. Este poema. Y otros. Y otros.
Hablo desde una cátedra.
Colaboro en revistas de mi especialidad
y un día a la semana publico en un periódico.

Vivo enfrente del Bosque. Pero casi
nunca vuelvo los ojos para mirarlo. Y nunca
atravieso la calle que me separa de él
y paseo y respiro y acaricio
la corteza rugosa de los árboles.

Sé que es obligatorio escuchar música
pero la eludo con frecuencia. Sé
que es bueno ver pintura
pero no voy jamás a las exposiciones
ni al estreno teatral ni al cine-club.

Prefiero estar aquí, como ahora, leyendo
y, si apago la luz, pensando un rato
en musarañas y otros menesteres.

Sufro más bien por hábito, por herencia, por no
diferenciarme más de mis congéneres,
que por causas concretas.

Sería feliz si yo supiera cómo.
Es decir, si me hubieran enseñado los gestos,
los parlamentos, las decoraciones.

En cambio me enseñaron a llorar. Pero el llanto
es en mí un mecanismo descompuesto
y no lloro en la cámara mortuoria
ni en la ocasión sublime ni frente a la catástrofe.

Lloro cuando se quema el arroz o cuando pierdo
el último recibo del impuesto predial.

SE HABLA DE GABRIEL

Como todos los huéspedes mi hijo me estorbaba
ocupando un lugar que era mi lugar,
existiendo a deshora,
haciéndome partir en dos cada bocado.

Fea, enferma, aburrida,
lo sentía crecer a mis expensas,
robarle su color a mi sangre, añadir
un peso y un volumen clandestinos
a mi modo de estar sobre la tierra.

Su cuerpo me pidió nacer, cederle el paso,
darle un sitio en el mundo,
la provisión de tiempo necesaria a su historia.

Consentí. Y por la herida en que partió, por esa
hemorragia de su desprendimiento
se fue también lo último que tuve
de soledad, de yo mirando tras de un vidrio.

Quedé abierta, ofrecida
a las visitaciones, al viento, a la presencia.

ECONOMÍA DOMÉSTICA

He aquí la regla de oro, el secreto del orden:
tener un sitio para cada cosa
y tener
cada cosa en su sitio. Así arreglé mi casa.

Impecable anaquel el de los libros:
un apartado para las novelas,
otro para el ensayo
y la poesía en todo lo demás.

Si abres un alacena huele a espliego
y no confundirás los manteles de lino
con los que se usan cotidianamente.

Y hay tambien la vajilla de la gran ocasión
y la otra que se usa, se rompe, se repone
y nunca está completa.

La ropa en su cajón correspondiente
y los muebles guardando las distancias
y la composición que los hace armoniosos.

Naturalmente que la superficie
(de lo que sea) está pulida y limpia.
Y es también natural
que el polvo no se esconda en los rincones.

Pero hay algunas cosas
que provisionalmente coloqué aquí y allá
o que eché en el lugar de los trebejos.

Algunas cosas. Por ejemplo, un llanto
que no se lloró nunca;
una nostalgia de que me distraje,
un dolor, un dolor del que se borró el nombre,
un juramento no cumplido, un ansia
que se desvaneció como el perfume
de un frasco mal cerrado.

Y retazos de tiempo perdido en cualquier parte.

Esto me desazona. Siempre digo: mañana...
y luego olvido. Y muestro a las visitas,
orgullosa, una sala en la que resplandece
la regla de oro que me dio mi madre.

ENTREVISTA DE PRENSA

Pregunta el reportero, con la sagacidad
que le da la destreza de su oficio:
-¿Por qué y para qué escribe?

-Pero, señor, es obvio. Porque alguien
(cuando yo era pequeña)
dijo que gente como yo no existe.
Porque su cuerpo no proyecta sombra,
porque no arroja peso en la balanza,
porque su nombre es de los que se olvidan.
Y entonces...Pero no, no es tan sencillo.

Escribo porque yo, un día, adolescente,
me incliné ante un espejo y no había nadie.
¿Se da cuenta? El vacío. Y junto a mí los otros
chorreaban importancia.

No, no era envidia. Era algo más grave. Era otra cosa.
¿Comprende usted? Las únicas pasiones
lícitas a esa edad son metafísicas.
No me malinterprete.

Y luego, ya madura, descubrí
que la palabra tiene una virtud:
si es exacta es letal
como lo es un guante envenenado.

¿Quiere pasar a ver mi mausoleo?
¿Le gusta este cadáver? Pero si es nada más
una amistad inocua.
Y ésta una simpatía que no cuajó y aquél
no es más que un feto. Un feto.

No me pregunte más. ¿Su clasificación?
En la tarjeta dice amor, felicidad,
lo que sea. No importa.

Nunca fue viable. Un feto en su frasco de alcohol.
Es decir, un poema
del libro del que usted hará el elogio.

NARCISO 70

Cuando abro los periódicos
(perdón por la inmodestia, pero a veces
un poco de verdad
es más alimenticia y confortante
que un par de huevos a la mexicana)
es para leer mi nombre escrito en ellos.

Mi nombre, que no abrevio por ninguna razón,
es, a pesar de todo, tan pequeño
como una anguila huidiza y se me pierde
entre las líneas ágata que si hablaban de mí
no recurrían más que al adjetivo neutro
tras el que se ocultaba mi persona, mi libro,
mi última conferencia.

¡Bah! ¡Qué importaba! ¡Estaba ahí! ¡Existía!
Real, patente ante mis propios ojos.

Pero cuando no estaba... Bueno, en fin,
hay que ensayar la muerte puesto que se es mortal.

Y cuando era una errata...

MALA FE

Ni el cielo constelado de estrellas ni la ley
moral, urdida en la raíz del hombre.
No, a diferencia exacta de Kant, no me suscitan
tales contemplaciones
tales meditaciones, maravilla o asombro.

Me conmueve más bien la vastedad
del espacio, la inmensa
magnitud de los tiempos
y las cosas que son y las que ocurren.

¡Tantas cosas! Orugas, tempestades,
hiedras alrededor de una columna
a medio derruir,
casitas suburbanas, tractores, incunables,
abrelatas, tratados de paz, mesas de bridge,
piedras semipreciosas, recetas de cocina
y más y más y más.
Y yo erigiéndome
en el centro del mundo
y sintiéndome el foco de la atención de todo
lo que existe o de aquel que lo creó
si es que lo que existe ha sido creado.

Y yo, coronación de siglos, en que el cambio
se llama evolución para darle un sentido
de perfeccionamiento y espiral
y no de anillo simple que se cierra.

Se llama evolución, por el mismo principio
utilitario por el que se vendan
los ojos a la mula de noria, vuelta y vuelta,
para que no se eche a morir de aburrimiento.

Se llama evolución. Y yo soy la cereza
puesta sobre la punta del helado.

Pero hay un problema que, a veces, me preocupa:
la piedra en el zapato,
el aire que se agita y me despeina
y el arañazo del que convalezco.

Es el Mal. Con Mayúscula. Es la prueba patente
de que en el Universo algo falló
y alguien tiene la culpa: Dios, el diablo,
nuestros primeros padres o los últimos.

Mas yo pago el rescate
-con actos de bondad, con sufrimiento-
para que se restaure el equilibrio
y todo continúes, como ahora, girando.

Esta idea, en verdad, me pasma y de esta
certidumbre intocable me sustento.

VÁLIUM 10

A veces (y no trates
de restarle importancia
diciendo que no ocurre con frecuencia)
se te quiebra la vara con que mides,
se te extravía la brújula
y ya no entiendes nada.

El día se convierte en una sucesión
de hechos incoherentes, de funciones
que vas desempeñando por inercia y por hábito.

Y lo vives. Y dictas el oficio
a quienes corresponde. Y das la clase
lo mismo a los alumnos inscritos que al oyente.
Y en la noche redactas el texto que la imprenta
devorará mañana.
Y vigilas (oh, sólo por encima)
la marcha de la casa, la perfecta
coordinación de múltiples programas
-porque el hijo mayor ya viste de etiqueta
para ir de chambelán a un baile de quince años
y el menor quiere ser futbolista y el de en medio
tiene un póster del Che junto a su tocadiscos-.

Y repasas las cuentas del gasto y reflexionas,
junto a la cocinera, sobre el costo
de la vida y el ars magna combinatoria
del que surge el menú posible y cotidiano.

Y aún tienes voluntad para desmaquillarte
y ponerte la crema nutritiva y aún leer
algunas líneas antes de consumir la lámpara.

Y ya en la oscuridad, en el umbral del sueño,
echas de menos lo que se ha perdido:
el diamante de más precio, la carta
de marear, el libro
con cien preguntas básicas ( y sus correspondientes
respuestas) para un diálogo
elemental siquiera con la Esfinge.

Y tienes la penosa sensación
de que en el crucigrama se deslizó una errata
que lo hace irresoluble.

Y deletreas el nombre del Caos. Y no puedes
dormir si no destapas
el frasco de pastillas y si no tragas una
en la que se condensa,
químicamente pura, la ordenación del mundo.


LECCIONES DE COSAS

Me enseñaron las cosas equivocadamente
los que enseñan las cosas:
los padres, el maestro, el sacerdote,
pues me dijeron: tienes que ser buena.

Basta ser bueno. Al bueno se le da
un dulce, una medalla, todo el amor, el cielo.

Y ser bueno es muy fácil. Basta abatir los párpados
para no ver y no juzgar lo que hacen
los otros, porque no es de tu incumbencia.

Basta no abrir los labios para no protestar
cuando alguno te empuje porque, o no quiso herirte
o no pudo evitarlo
o Dios está probando el temple de tu alma.

De cualquier modo, pues, cuando te ocurra el mal
hay que aceptarlo, agradecerlo incluso,
pero no devolverlo. Y no preguntes
por qué. Porque los buenos
no son inquisitivos.

Y dar. Si tienes una capa córtala
en dos y entrega la mitad al otro
-aunque el otro no sea más que un coleccionista
de mitades de capa-. Eso es asunto suyo
y tu mano derecha debe ignorar... etcétera.

Y recibir con ambas mejillas, eso sí.

No siempre serán golpes.

A veces será el ramo de flores que suscita
fiebre de heno. A veces el marisco
que te produce alergia.
A veces el elogio
que, si no es falso, humilla de raíz,
y que si es falso, ofende, Tú perdona,
que es lo que hacen los buenos.

Obedecía. Se sabe: la obediencia
es la virtud mayor.

Y pasaron los años
y yo era la piedra de tropiezo contra
laque chocaba el distraído o,
si mejor emplazada, punching bag
en el que ejercitaban su destreza los fuertes.

A veces me ponía a hacer "viva la flor"
con mis cartas del naipe y llovía la gracia
indiferentemente sobre de mis amigos
y los que eran amigos de mis amigos, es
decir, mis enemigos.

Y me senté a esperar la medalla o el dulce
y la sonrisa, elpremio, por fin, en este mundo.

Y sólo vi desprecio por mi debilidad,
odio por haber sido el instrumento
de la maldad ajena.

¿Con qué derecho yo quería santificarme
utilizando vicios o carencias
de los demás? ¿Por qué yo me elegía
como única elegida
y era en el mecanismo como el grano de arena
que paraliza toda función? Y, paralíticos,
los activos, pensaban. Y yo era la causa
eficiente de aquellos pensamientos
y no había para mí sino condenación.

Hasta que comprendí. Y me hice un tornillo
bien aceitado con el cual la máquina
trabaja ya satisfactoriamente.

Un tornillo. No tengo
ningún nombre específico ni ningún atributo
según el cual poder calificarme
como mejor o peor o más o menos útil
que los otros tornillos.

Si tuviera que hacer mi apología
ante alguien (que no hay nadie, nunca hubo
ningún testigo de lo que acontece)
diría que estuve en mi lugar y que
giré en la dirección correcta y a la velocidad
requerida y con la frecuencia necesaria.

Y que no procuré ni que me reemplazaran
antes de tiempo, ni me permitieran
seguir cuando había sido declarada inservible.

Y, antes de terminar, quiero que quede
bien claro que no hice nada de lo que hice
por humildad. ¿Acaso los tornillos
son humildes? ¡Ridículo! Y que, menos aún,
mi conducta se entiende merced a la esperanza.

No, ya hace mucho tiempo que el cielo es un factor
que no entra en mis cálculos.

Conformidad, tal vez. Lo que de ningún modo
en un tornillo, como yo, es un mérito
sino, a lo sumo, es una condición.

POST-SCRIPTUM

Mi antagonista (que soy siempre yo) me dice:
Muy sencillo. Has resuelto tu problema
como Spinoza, "more geometricum":
un lugar, una forma para permanecer
y una función, quizá, para cumplir.

Pero se te ha olvidado decir quién supervisa
la coincidencia exacta
entre el tornillo y lo demás; quién firma
el visto bueno de los hechos. Quién...
y, en todo caso, para qué. O por qué.

Pues, evidentemente, nunca has pensado en esto
sino en salir del paso y ponerte a vivir
como si fuera necesario. En fin, muy femenino.

Pero, por Dios, ¿no tienes vergüenza del mendrugo
que masticas, día a día, tan trabajosamente?
¿No te sublevas contra esta tarea circular
de mula en torno de la noria? Al menos
exige que te pongan anteojeras
para no ver que estás siempre en el mismo sitio.

¿Sabes?, la metafísica dora todas las píldoras,
sirve de colagogo, lo mismo que la ética.
No la desprecies tanto, pues ya no eres tan joven.
Y la precisarás, como a la religión
o cualquier otra droga cuando venga
el verdadero tiempo de agonía.

POESÍA NO ERES TÚ

Porque si tú existieras
tendría que existir yo también. Y eso es mentira.

Nada hay más que nosotros: la pareja,
los sexos conciliados en un hijo,
las dos cabezas juntas, pero no contamplándose
(para no convertir a nadie en un espejo)
sino mirando frente a sí, hacia el otro.

El otro: mediador, juez, equilibrio
entre opuestos, testigo,
nudo en el que se anuda lo que se había roto.

El otro, la mudez que pide voz
al que tiene la voz
y reclama el oído del que escucha.

El otro. Con el otro,
la humanidad, el diálogo, la poesía comienzan.

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