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jueves, 1 de marzo de 2012

Sonetos de Quevedo (dos más)


Pide a Dios le de lo que le conviene con sospecha de sus propios deseos

Un nuevo corazón, un hombre nuevo        
ha menester, Señor, la ánima mía;        
desnúdame de mí, que ser podría        
que a tu piedad pagase lo que debo.        

Dudosos pies por ciega noche llevo,
que ya he llegado a aborrecer el día,        
y temo que hallaré la muerte fría        
envuelta en (bien que dulce) mortal cebo.        

Tu hacienda soy; tu imagen, Padre, he sido,        
y, si no es tu interés en mí, no creo
que otra cosa defiende mi partido.        

Haz lo que pide verme cual me veo,        
no lo que pido yo: pues, de perdido,        
recato mi salud de mi deseo.


Salmo IX

¿Cómo de entre mis manos te resbalas.        
o cómo te deslizas, vida mía?        
¡qué mudos pasos trae la muerte fría,        
con pisar vanidad, soberbia, y galas!        

Ya cuelgan de mi muro sus escalas,
y es su fuerza mayor mi cobardía;        
por nueva vida tengo cada día        
que al cano tiempo nace entre la salas.        

¡O mortal condición de los humanos!        
que no puedo querer ver a mañana,
sin temor de si quiero ver mi muerte.        

Cualquier instante de esta vida humana        
es un nuevo argumento, que me advierte        
cuán frágil es, cuán mísera, y cuán vana.

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