ANOCHECER EN TOLEDO
Grito en la torre audaz. Alto grito de almuédano.
Así Toledo cuando la tarde se inflamaba.
Luego siguió un silencio lloroso de campanas.
Huesos el caserío. Triste ceniza el cielo.
Laderas que parecen hechas para tormento.
Baja el amigo infiel, baja la desposada.
Él la besa al ceñirla y al besarla temblaba.
Tiembla de amor y tiembla de otro más hondo miedo.
“¡Ah ciudad de hechiceras! ¡Ah corte de los magos!
Tú –le dice el amante-, tú nos has embrujado.”
Llegan a ras de río. Blanco de muerte el labio,
ella exclama: “¡Señor, ya nuestro fin se acerca.
No nos perdones, no, si dos almas en pena
juntar en una sola para siempre quisieras!”
MAÑANITAS DE ROMA
Mañanitas de Roma, católicas, paganas.
¡Sorber, así, al andar y sin los obligados
libros, la gloria ambigua de sus pontificados,
respirar en sus piedras, beber en sus fontanas!
¡A más de otras venturas en ánforas romanas!
Pero hay un fuego que arde debajo de sus prados,
debajo de sus ruinas y pinos redondeados,
no muy lejos de aquellas rosadas caravanas
de rotos acueductos. Todo cambió en seguida.
No hay luz como tu luz, sombra de catacumbas.
Tú deslumbraste en mí los ojos de la vida.
Candelillas aladas, llamas de San Calixto,
llamas como las voces que cantan en las tumbas.
Tumbas de claridad. Palomares de Cristo.
PERROS CIMARRONES
Aquellos buenos perros campeadores,
alanos y podencos, tan amigos
de Fadriques, Gonzalos y Rodrigos,
graciosos, jugueteros, lamedores.
Todos esos que los conquistadores
hacen viajar con manta y papahigos,
hélos, ahora, alzados enemigos,
fieras errantes, lobos corredores.
Fuerza de la extensión nueva y salvaje.
De modo igual, manadas tenebrosas
van en pos de mi paso, con lenguaje
de aullidos y una lúgubre esperanza.
Burla será espuela y otras cosas.
Burla serán mis silbos de confianza.
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