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martes, 8 de mayo de 2012

Dos sonetos cortos de Quevedo

A un amigo que retirado de la corte pasó su edad

Dichoso tú, que, alegre en tu cabaña,        
mozo y viejo espiraste la aura pura,        
y te sirven de cuna y sepultura        
de paja el techo, el suelo de espadaña.        

En esa soledad, que, libre, baña
callado sol con lumbre más segura,        
la vida al día más despacio dura,        
y la hora, sin voz, te desengaña.        

No cuentes por los cónsules los años;        
hacen tu calendario tus cosechas;
pisas todo tu mundo sin engaños.        

De todo lo que ignoras te aprovechas;        
ni anhelas premios, ni padeces daños,        
y te dilatas cuanto más te estrechas.

Burla de los que con dones quieren granjear del cielo pretensiones injustas

Para comprar los hados más propicios,        
como si la deidad vendible fuera,        
con el toro mejor de la ribera        
ofreces cautelosos sacrificios.        

Pides felicidades a tus vicios;
para tu nave rica y usurera,        
viento tasado y onda lisonjera,        
mereciéndole al golfo precipicios.        

Porque exceda a la cuenta tu tesoro,       
a tu ambición, no a Júpiter, engañas;
que él cargó las montañas sobre el oro.        

Y cuando l'ara en sangre humosa bañas,        
tú miras las entrañas de tu toro,        
y Dios está mirando tus entrañas.

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