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martes, 26 de junio de 2012

Dos sonetos, dos, de Quevedo

Comparación de las fábricas de la soberbia con las de la humildad

Es la soberbia artífice engañoso;        
da su fábrica pompa, y no provecho:        
ve, Nabuco, la estatua que te ha hecho;        
advierte el edificio cauteloso.        

Hizo la frente del metal precioso;
armó de plata y bronce cuello y pecho;        
y por trocar con el cimiento el techo,        
los pies labró de barro temeroso.        

No alcanzó el oro a ver desde la altura        
la guija, que rompió con ligereza
el polvo en quien fundó rica locura.        

El que pusiere el barro en la cabeza        
y a los pies del metal la lumbre pura,        
tendrá, si no hermosura, fortaleza.

Al repentino y falso rumor de fuego que se movió en la Plaza de Madrid en una fiesta de toros

Verdugo fue el temor, en cuyas manos        
depositó la muerte los despojos        
de tanta infausta vida. Llorad, ojos,        
si ya no lo dejáis por inhumanos.        

¿Quién duda ser avisos soberanos,   
aunque el vulgo los tenga por antojos,        
con que el cielo el rigor de sus enojos        
severo ostenta entre temores vanos?        

Ninguno puede huir su fatal suerte;        
nada pudo estorbar estos espantos;
ser de nada el rumor, ello se advierte.        

Y esa nada ha causado muchos llantos,        
y nada fue instrumento de la muerte,        
y nada vino a ser muerte de tantos.

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