¡Si me dejo la vida en la palabra, la palabra me devolverá a la vida! Si bajáis la palabra a las cloacas, buscad el oro en ellas, evitad que las ratas la devoren. Cada mirada sea una presencia, cada presencia una aparición, y cada paso me acerque a lo desconocido. Las palabras acuden a mi tránsito desengachadamente nuevas, ágiles, me libran del exilio que es vivir.
El paraguas de Londres es la lluvia, su representación es un reloj. Quien vive espera interminablemente. Quien vive encuentra y, cuando encuentra, busca.
No eran pasos procesionales retumbando en las calles. Ni tambores de viento. No eran pasos de lluvia a plomo sobre los geranios. Eran mis pasos lo que yo escuchaba, los pasos de mi espíritu en busca de una salida más allá del cuerpo, más allá de este tiempo y este espacio vacíos de vacío. ¡Trance! Dentro de mí camina un fugitivo. Sus pasos hollan sangre del fondo de mis ojos, azotan mis meninges, pasan de largo por mi pensamiento.
¿Quién me dicta en la noche agitada? ¡Qué flujo de confín abierto repta por nuestra lava! ¡Transfusión! No sueltes, coartada, este hilo de llama, esta alucinación, oh serpiente que haces del lecho una cometa. ¡Quién pudiera tomar distancia de las cosas, verlas como son, despojadas de realidad -esa mentira-, saberlas agua de agua, fuego de fuego, soledad de sola soledad, amor de amar a ciegas, ciego ver sin mirar, escuchar sin haber oído, tocar sin tacto, rendidos de abandono al impulso, al conjuro, tal como nos escribe este poema! ¿Qué mundos nos trajeron a este mundo? ¿Qué otras vidas antes nos mataron?
Por más que las palabras sean semillas cargadas con el silencio de los mundos, debo escribir con algo más que con palabras. Escribir con verdad, con riesgo, para algo, para alguien. Escribir con tierra, llamas de noche e hielo, alas, zarpazos, nubes, ríos, montañas, mar. Escribir con la exaltada eclosión de la sorpresa. Con matrices, rituales, reliquias, tabúes, aliento, vísceras. Escribir como un disparo, como un disparate, como un bombardeo. Con vida, risa, tos, cristal, acuarela, hormigón, multitud, aislamiento. A cuestas con el dolor, con la alegría a cuestas, con la cuna a cuestas, con la soga en el cuello, con el patíbulo a cuestas, el ataúd a cuestas.
¡La jungla es un circo con el sol por tocado y las nubes por olas! ¡El león o rugido de los pasos tajados! La selva o la llamada del exceso: el exceso de luz, de colores, de agua; el exceso de fronda, trinos, chillidos de macacos; el exceso de hambre, la multitud madera. Por los ríos bajan, como cadáveres, troncos que serán engullidos por la especulación de los aserraderos. La vida en Camerún es un alma furtiva, a la caza y captura de animales salvajes para sobrevivir: ratas de cañaveral, gorilas, chimpancés, elefantes, antílopes, puercoespines. Las larvas de los escarabajos tienen sabor a gamba. ¡En el cielo, en la tierra, en el fondo del fondo, el templo es un teatro y el teatro es un templo!
He visto caer los medianiles entre el aquí y el allá, entre el ahora y el antes, entre el antes y el después. Todo se quedará en su sitio cuando me vaya. ¿Todo en nada de mí? ¡Mi nada en todo!
Espectral, de Ángel Guinda, está publicado en Papeles de Trasmoz de la editorial Olifante.
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