XII (1)
Las mujeres vuelven a tomar el relato:
Mar de Baal, mar de Mammon -mar de toda edad y de todo nombre,
Oh mar sin edad ni razón; oh mar, sin
prisa ni época.
Mar de Baal y Dagón, rostro primero de nuestros sueños,
oh mar, promesa eterna y la que sobrepasa toda promesa;
mar anterior a nuestro canto, mar ignorancia del futuro,
oh mar, memoria del más largo día y como dotado de insensatez,
¡altísima mirada que se desparrama sobre
la extensión de las cosas y sobre el curso
del ser, su medida!
¡Nosotras te invocamos, Sabiduría! Y te implicamos en nuestros juramentos.
Oh grande en el desvío y en la desemejanza; oh grande de gran casta y alto de alto rango.
A ti tu raza, tu región y tu ley; a ti tu pueblo, la flor de la aristocracia y el anonimato de la multitud.
Mar sin regencia ni tutela. Mar sin árbritro ni consejero y sin querella de investiduras:
investido desde tu nacimiento, imbuido de tu prerrogativa; establecido en tus títulos y tus derechos de regalía
y asegurándote en tus investiduras imperiales para discurrir, desde lejos, acerca de la grandeza y dispensar remotamente
tus grandes maneras de ser, como favores de imperio y gracias patrimoniales.
¿Es que dormíamos, y tú también, presencia, cuando fue soñada para nosotras tal sinrazón?
Nos aproximamos a ti, Mesa de los Grandes, con el corazón afligido de una angustia humana.
¿Es preciso gritar? ¿Es preciso crear? ¿Quién entonces nos crea en este instante? ¿Y qué resta contra la muerte sino la creación?
Nosotras te elegimos, perspectiva de los grandes, ¡oh paraje singular!
Circo de honor y de acrecentamiento y campo de las aclamaciones.
Te suplicamos, si es que todavía existe esta alianza sin retorno y esta audiencia sin apelación.
Es preferible quemar, en tus alrededores marítimos, cien reyes leprosos coronados de oro:
macizo de honor y de indigencia y orgullo de hombres sin renombre.
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