XII (4)
Innumerable la imagen y pródigo el metro. Pero también llega la hora de conducir el coro al circuito de la estrofa.
Gratitud del coro al paso de la oda soberana. Y la recitación vuelve a tomarse en honor de la mar.
El recitante se enfrenta aún a la extensión de las aguas. Mira inmensamente la mar de mil pliegues,
como la túnica infinitamente plegada del dios en las manos de las doncellas de los santuarios,
o sobre los declives de hierba pobre, la amplia red de la mar comunitaria, en las manos de las hijas y las viudas de los pescadores.
Y de malla a malla se repite la inmensa urdimbre prosódica: la mar misma sobre su página como un recitativo sagrado:
Mar de Baal, mar de Mammon, mar de toda edad y de todo nombre; oh mar de otra parte y de siempre: oh mar, promesa del más largo día y la que sobre pasa toda promesa porque es promesa de extranjera. ¡Mar innumerable del relato, oh mar, prolijidad sin nombre!
¡En ti, movible, nos movemos y te decimos inmutable: mudable y móvil en tus mutaciones, inmutable e igual en su masa; diversidad en el rpincipio y par en el ser; veracidad en la mentira y traición en el mensaje; presencia total y total ausencia; paciencia y negación totales; ausencia, presencia, orden y demencia, licencia!
¡Oh mar, fulguración durable, rostros golpeado de un singular resplandor, espejo ofrecido al más allá del sueño y mar abierta a ultramar, como el címbolo único, remotamente apareado. Herida abierta en el flanco terrestre para la intrusión sagrada; desencadenamiento de nuestra noche y claridad en la otra noche; piedra de umbral lavada de amor y sitio terrible de la execración!
(Inminencia, ¡oh peligro! Y el beso traído desde lejos como a los desiertos insumisos; y la pasión traída desde lejos como a las esposas solicitadas de otros tálamos... Región de los grandes, hora de los grandes -la penúltima y después la última, y esta misma que mostramos aquí, infinitamente durable bajo el relámpago.)
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