La vida, y la poesía, en su cotidianidad, sirven para sostener,
entre otras cosas, el desastre en el presente.
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hubo un momento
cerocoma
nada
en el que la mariposa de vidrio
se posaba
en el vértice
del gesto en la sonrisa
un instante
nada
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epílogo.
la mañana se precipita para dar paso a la tarde y vas tiznando los minutos que te quedan por delante, mientras tanto, eres devorado por los vientos caprichosos de la mala fortuna y confirmas que mucha parte del camino se ha mirado atrás. me huele que el respeto a uno mismo amanece sin más y permanece quieto, y se me antoja cerilla quemando los espasmos un mediodía. no importa que cruces los dedos, aunque no lo quieres esto se acaba. la dignidad en su mortaja luce su traje nuevo de muerta, y no puede disimular las costuras remendadas del puyazo de aquel otoño que se hundía triunfador entre piel y tela. la embestida del silencio nos devora a todos los presentes por momentos y el penúltimo latido despistado del corazón hace que me fije en la vela, que a su ritmo, sigue descabellando luz en ese ocaso. él expira, y al instante la duda nace, y sin demora empieza sus labores a la puerta de un hogar feliz en decadencia, llama, se le abre y viene vestida de compañera de juegos y calzada con un par de interrogantes nuevos e infinitos.
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