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miércoles, 3 de abril de 2013

Antonio Rivero Tavadillo sobre "Topología de una página en blanco"

A través del espejo, por Antonio Rivero Taravillo

 
Un poeta debe acostumbrarse a leer mucha y buena poesía, independientemente de que el registro, el estilo, la temática coincidan o no con sus gustos personales. Es la única manera de sacudirse la comodidad, la facilidad, esa gangrena que va tomando posesión de su voz y que suele adoptar la forma de una tela o membrana contra la que rebotan las palabras, un pañuelo en la boca que, si no permite el contagio con su mascarilla, deforma el decir, lo distorsiona, deviniendo en mordaza cuando no directamente en asfixia. Topología de una página en blanco pertenece a un tipo de poesía inquisitiva y filosófica que no es del gusto de la mayoría y, desde luego, difícilmente lo será del lector común que identifica el género poético con el de la escritura intimista, confesional, que apela a las emociones. Emocionar es una de las funciones de la poesía, pero no la única.
A la inteligencia apela este libro, en realidad un único poema en los diferentes avatares de las páginas. Su autor, Alejandro Céspedes (Gijón, 1958), ha recibido importantes galardones por su obra, incluido el Premio Hiperión en 1994. Filósofo, en cierta ocasión declaró que se acercaba a la escritura de un libro de poesía como si se tratara de una novela, de un modo orgánico, en derredor de un tema. Esto se ve en obras suyas anteriores y en esta de hoy.
La página en blanco del título, el silencio, es la preocupación principal que aborda Céspedes. Como él mismo escribe en su prólogo, el libro “es una poética que se efectúa desde dentro de la misma poesía y una poesía que se piensa en el lenguaje mientras está produciéndolo.”
Aunque no se menciona en ningún momento (y el autor ofrece una amplia lista de reconocimientos) me ha recordado a Lewis Carroll y su Alicia a través del espejo. También a Mallarmé o, ya que el Pisuerga pasa por Valladolid, a Francisco Pino. Los blancos, los espacios que vulnera la palabra luchan con la tinta, lo escrito sin puntuación. “¿Es posible bañarse dos veces en la misma página?” se pregunta Céspedes en esta obra de transformaciones en la que no falta el homenaje a Heráclito y a la combinatoria cabalística, como cuando hace reparar al lector que las palabras diáspora y paradiso tienen las mismas letras. Juega con la disposición tipográfica, manipula los caracteres en vertical, en forma geométrica, apretándolos, espolvoreándolos de esa harina de tinta calamar, la negrita. Incluso hace que una página solo sea legible con un espejo (una hoja de acetato brillante insertada para ello). En cierto lugar escribe Céspedes: “Un hombre / resbala por el hielo y en el reflejo cree / ser él mismo”.
Las matemáticas tienen una presencia importante aquí, como en la página 66: “ésta es la fórmula: / ángulo de la mirada oblicua por el cociente del exterior y el exterior más la raíz del límite entre ambos (siendo el límite el índice de refracción de una mirada x) / es igual a poema // el resultado de esta ecuación es siempre el mismo: / las palabras / heredan la orfandad de las ideas”.
Y también la paradoja, con Escher con sus construcciones imposibles: “dos escaleras se abrazan acoplan sus peldaños / ellas afirman que ahora ninguna sube /  ni desciende”. La cinta de Moebius, que en algún momento se cita, hace que se relativice la noción del tiempo, como se nos recuerda brillantemente en “arden viejas hogueras para cenizas nuevas”.
Jesús Malia, poeta y matemático autor del libro La cinta de Moebius, firma un epílogo extenso y documentado, que se lo pone muy difícil al crítico, pues penas deja nada sin decir sobre lo que sustenta al libro aparecido en una colección de poesía que lleva el nombre de pi (no la película basada en la novela de Yann Martel, sino el número griego favorecido por Pitágoras y al que dedicó un poema, que sería redundante calificar de estupendo si se cita su nombre, Wisława Szymborska).

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