Para esas tardes en que Nils y Elisa
desciendan de su nube de lápices
a la lluvia que escribo.
Temed a los que rezan
en voz alta:
tahúres de la felicidad.
Escuchad el murmullo
de lo inaminado,
la luz de ese lugar
desubicado de los rostros
en los óleos antiguos.
La primera alabanza de la tierra
fue el canto de un pájaro:
desconfiad de quienes
no lo han escuchado todavía.
Cuidad en su raíz
el agua clara.
Y al invencible tiempo
-al arte de la espera-
hacedlo amigo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario