TARDÍO APRENDIZAJE
Para soportar
estos años aciagos,
amargos,
de apretado silencio
en soledad sin muros,
he tenido que aprender
a platicar a solas,
a sufrir sin queja,
a llorar sin llanto
y a crearme,
en las quemantes noches
de los insomnios vagabundos,
la dócil compañía
de mi almohada,
haciéndola que duerma entre mis muslos.
EL MISMO AMOR
Amor, desnudo amor que haces regreso
en otro cuerpo de distinto aroma,
pero siempre el amor, amor eterno,
adolescente amor, inmadurable.
Reconozco en la luz de tus locuras
los mismos astros, la ternura misma,
el ave tierna de imbesados labios,
y vuelvo a comenzar lo inacabado...
Otro nombre y el alba de otra risa;
otras manos de tacto diferente,
otro bosque de frutos imprevistos;
pero dentro de mí fiera indomable;
el mismo amor que florecí hace siglos,
el mismo amor, enamorado siempre.
Mi ramaje de invierno se estremece
al sufrir tu presencia inesperada,
y sin saber por qué, se primavera
el cauce muerto de mi muerta sangre.
Soy de nuevo el de ayer, ascua creciente
en esta llaga esperanzado polvo,
que se aviva de nuevo con tu clima
y florece en tu tallo, su ternura.
Amor, desnudo amor que yo creía
muerto en la fiebre de mi vida trunca,
el mismo amor con que aprendí a morirme
en cada espera de insoladas ansias:
el amor de mi amor nunca extinguido,
el siempre adolescente amor ¡tan mío!
que vuelve a renacer en mis ocasos.
El amor de mi amor, naciendo siempre,
que se anida en el grito de tu sangre
para vivir su última caída.
¡Actualidad! Tan fugaz/ En su cogollo y su miga,/ Regala a mi lentitud/ El sumo sabor a vida. Jorge Guillén
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jueves, 30 de enero de 2014
Recorrido por "Sombra del Paraíso" de Vicente Aleixandre. Hoy "El cuerpo y el alma" y "Casi me amabas"
EL CUERPO Y EL ALMA
Pero es más triste todavía, mucho más triste.
Triste como la rama que deja caer su fruto para nadie.
Más triste, más. Como ese vaho
que de la tierra exhala depués la pulpa muerta.
Como esa mano que del cuerpo tendido
se eleva y quiere solamente acariciar las luces,
la sonrisa doliente, la noche aterciopelada y muda.
Luz de la noche sobre el cuerpo tendido sin alma.
Alma fuera, alma fuera del cuerpo, planeando
tan delicadamente sobre la triste forma abandonada.
Alma de niebla dulce, suspendida
sobre su ayer amante, cuerpo inerme
que pálido se enfría con las nocturnas horas
y queda quieto, solo, dulcemente vacío.
Alma de amor que vela y se separa
vacilando, y al fin se aleja tiernamente fría.
CASI ME AMABAS
Alma celeste para amar nacida.
ESPRONCEDA
Casi me amabas.
Sonreías, con tu gran pelo rubio donde la luz resbala hermosamente.
Ante tus manos el resplandor del día se aplacaba continuo,
dando distancia a tu cuerpo perfecto.
La transparencia alegre de la luz no ofendía,
pero doraba dulce tu claridad indemne.
Casi…, casi me amabas.
Yo llegaba de allí, de más allá, de esa oscura conciencia
de tierra, de un verdear sombrío de selvas fatigadas,
donde el viento caducó para las rojas músicas;
donde las flores no se abrían cada mañana celestemente
ni donde el vuelo de las aves hallaba al amanecer virgen el día.
Un fondo marino te rodeaba.
Una concha de nácar intacta bajo tu pie, te ofrece
a ti como la última gota de una espuma marina.
Casi…, casi me amabas.
¿Por qué viraste los ojos, virgen de las entrañas del mundo
que esta tarde de primavera
pones frialdad de luna sobre la luz del día
y como un disco de castidad sin noche,
huyes rosada por un azul virgíneo?
Tu escorzo dulce de pensativa rosa sin destino
mira hacia el mar. ¿Por qué, por qué ensordeces
y ondeante al viento tu cabellera, intentas
mentir los rayos de tu lunar belleza?
¡Si tú me amabas como la luz!… No escapes,
mate, insensible, crepuscular, sellada.
Casi, casi me amaste. Sobre las ondas puras
del mar sentí tu cuerpo como estelar espuma,
caliente, vivo, propagador. El beso
no, no, no fue de luz: palabras
nobles sonaron: me prometiste el mundo
recóndito, besé tu aliento, mientras la crespa ola
quebró en mis labios, y como playa tuve
todo el calor de tu hermosura en brazos.
Sí, sí, me amaste sobre los brillos, fija,
final, extática. El mar inmóvil
detuvo entonces su permanente aliento,
y vi en los cielos resplandecer la luna,
feliz, besada, y revelarme el mundo.
Pero es más triste todavía, mucho más triste.
Triste como la rama que deja caer su fruto para nadie.
Más triste, más. Como ese vaho
que de la tierra exhala depués la pulpa muerta.
Como esa mano que del cuerpo tendido
se eleva y quiere solamente acariciar las luces,
la sonrisa doliente, la noche aterciopelada y muda.
Luz de la noche sobre el cuerpo tendido sin alma.
Alma fuera, alma fuera del cuerpo, planeando
tan delicadamente sobre la triste forma abandonada.
Alma de niebla dulce, suspendida
sobre su ayer amante, cuerpo inerme
que pálido se enfría con las nocturnas horas
y queda quieto, solo, dulcemente vacío.
Alma de amor que vela y se separa
vacilando, y al fin se aleja tiernamente fría.
CASI ME AMABAS
Alma celeste para amar nacida.
ESPRONCEDA
Casi me amabas.
Sonreías, con tu gran pelo rubio donde la luz resbala hermosamente.
Ante tus manos el resplandor del día se aplacaba continuo,
dando distancia a tu cuerpo perfecto.
La transparencia alegre de la luz no ofendía,
pero doraba dulce tu claridad indemne.
Casi…, casi me amabas.
Yo llegaba de allí, de más allá, de esa oscura conciencia
de tierra, de un verdear sombrío de selvas fatigadas,
donde el viento caducó para las rojas músicas;
donde las flores no se abrían cada mañana celestemente
ni donde el vuelo de las aves hallaba al amanecer virgen el día.
Un fondo marino te rodeaba.
Una concha de nácar intacta bajo tu pie, te ofrece
a ti como la última gota de una espuma marina.
Casi…, casi me amabas.
¿Por qué viraste los ojos, virgen de las entrañas del mundo
que esta tarde de primavera
pones frialdad de luna sobre la luz del día
y como un disco de castidad sin noche,
huyes rosada por un azul virgíneo?
Tu escorzo dulce de pensativa rosa sin destino
mira hacia el mar. ¿Por qué, por qué ensordeces
y ondeante al viento tu cabellera, intentas
mentir los rayos de tu lunar belleza?
¡Si tú me amabas como la luz!… No escapes,
mate, insensible, crepuscular, sellada.
Casi, casi me amaste. Sobre las ondas puras
del mar sentí tu cuerpo como estelar espuma,
caliente, vivo, propagador. El beso
no, no, no fue de luz: palabras
nobles sonaron: me prometiste el mundo
recóndito, besé tu aliento, mientras la crespa ola
quebró en mis labios, y como playa tuve
todo el calor de tu hermosura en brazos.
Sí, sí, me amaste sobre los brillos, fija,
final, extática. El mar inmóvil
detuvo entonces su permanente aliento,
y vi en los cielos resplandecer la luna,
feliz, besada, y revelarme el mundo.
miércoles, 29 de enero de 2014
Selección de la "Novena poesía vertical" de Roberto Juarroz (4)
23
No hay tiempo.
Ya no hay tiempo.
Pero ¿alguna vez hubo tiempo?
La ilusión de la vida por delante
se conjuga con el verbo
de la vida por detrás.
Y todo transcurrir no es más que un punto,
quizá un punto extensible
o el revés de ese punto,
porque el tiempo es puntual.
Un punto que a veces se desliza levemente,
como una gota de asombro de la luz
o un inesperado corpúsculo de sombra,
tan solo para justificar algo parecido a un nivel
en el barómetro casi fijo
que mide la presión imposible de la vida.
O tal vez simplemente
la presión diagonal de lo imposible.
24
Hay que vivir lo que no tenemos,
por ejemplo la desolada perfección de la palabra,
la sonrisa resistente de los muertos,
el mediodía neto de las medianoches,
los vericuetos desesperados de la espuma
o la rancia vejez de lo recién nacido.
Porque aunque tampoco tengamos
lo que tenemos,
lo que no tenemos
nos abre más la vida.
Desheredados del centro,
la única herencia que nos queda
está en lo descentrado.
25
La soledad es la usanza más difícil
pero es la única y legítima madre,
porque en ella se encuentra
no solo el amor a lo que existe
sino también el amor a lo que no existe.
Y es ese amor drásticamente dispuesto
lo único que nos cura del otro,
de los inverosímiles espejos
donde se autodevoran los dones.
La soledad denuncia en cambio el límite
y si no puede abolirlo
va recogiendo rosas y guijarros
y los arroja por encima del muro.
No hay tiempo.
Ya no hay tiempo.
Pero ¿alguna vez hubo tiempo?
La ilusión de la vida por delante
se conjuga con el verbo
de la vida por detrás.
Y todo transcurrir no es más que un punto,
quizá un punto extensible
o el revés de ese punto,
porque el tiempo es puntual.
Un punto que a veces se desliza levemente,
como una gota de asombro de la luz
o un inesperado corpúsculo de sombra,
tan solo para justificar algo parecido a un nivel
en el barómetro casi fijo
que mide la presión imposible de la vida.
O tal vez simplemente
la presión diagonal de lo imposible.
24
Hay que vivir lo que no tenemos,
por ejemplo la desolada perfección de la palabra,
la sonrisa resistente de los muertos,
el mediodía neto de las medianoches,
los vericuetos desesperados de la espuma
o la rancia vejez de lo recién nacido.
Porque aunque tampoco tengamos
lo que tenemos,
lo que no tenemos
nos abre más la vida.
Desheredados del centro,
la única herencia que nos queda
está en lo descentrado.
25
La soledad es la usanza más difícil
pero es la única y legítima madre,
porque en ella se encuentra
no solo el amor a lo que existe
sino también el amor a lo que no existe.
Y es ese amor drásticamente dispuesto
lo único que nos cura del otro,
de los inverosímiles espejos
donde se autodevoran los dones.
La soledad denuncia en cambio el límite
y si no puede abolirlo
va recogiendo rosas y guijarros
y los arroja por encima del muro.
"Anagke", Rubén Darío, en "Azul". Con este poema completamos los versos de Rubén Darío en "Azul"
ANAGKE
Y dijo la paloma:
-Yo soy feliz. Bajo el inmenso cielo,
en el árbol en flor, junto a la poma
llena de miel, junto al retoño suave
y húmedo por las gotas del rocío,
tengo mi hogar. Y vuelo
con mis anhelos de ave,
del amado árbol mío
hasta el bosque lejano,
cuando al himno jocundo
del despertar de Oriente,
sale el alba desnuda, y muestra al mundo
el pudor de la luz sobre su frente.
Mi ala es blanca y sedosa;
la luz la dora y baña,
y céfiro la peina;
son mis pies como pétalos de rosa.
Yo soy la dulce reina
que arrulla a su paloma en la montaña.
En el fondo del bosque pintoresco
está el alerce en que formé mi nido:
y tengo allí, bajo el follaje fresco
un polluelo sin par, recién nacido.
Soy la promesa alada,
el juramento vivo;
soy quien lleva el recuerdo de la amada
para el enamorado pensativo;
yo soy la mensajera
de los tristes y ardientes soñadores,
que va a revolotear diciendo amores
junto a una perfumada cabellera.
Soy el lirio del viento.
Bajo el azul del hondo firmamento
muestro de mi tesoro bello y rico,
las preseas y galas:
el arrullo en el pico,
la caricia en las alas.
Yo despierto a los pájaros parleros
y entonan sus melódicos cantares;
me poso en los floridos limoneros
y derramo una lluvia de azahares.
Yo soy toda inocente, toda pura.
Yo me esponjo en las alas del deseo.
Y me estremezco en la íntima ternura
de un roce, de un rumor, de un aleteo.
¡Oh inmenso azul! Yo te amo. Porque a Flora
das la lluvia y el sol siempre encendido;
porque siendo el palacio de la aurora
también eres el techo de mi nido.
¡Oh inmenso azul! Yo adoro
tus celajes risueños,
y esa niebla sutil de polvo de oro
donde van los perfumes y los sueños.
Amo los velos tenues, vagorosos,
de las flotantes brumas,
donde tiendo a los aires cariñosos
el sedeño abanico de mis plumas.
¡Soy feliz! Porque es mía la floresta
donde el misterio de los nidos se halla;
porque el alba es mi fiesta
y el amor mi ejercicio y mi batalla.
Feliz, porque de dulces ansias llena
calentar mis polluelos es mi orgullo;
porque en las selvas vírgenes resuena
la música celeste de mi arrullo;
porque no hay una rosa que no me ame,
ni pájaro gentil que no me escuche,
ni garrido cantor que no me llame.
-¿Si? Dijo entonces un gavilán infame,
y con furor se la metió en la buche.
Entonces el buen Dios allá en su trono,
(mientras Satán, para distraer su encono
aplaudía a aquel pájaro zahareño)
se puso a meditar. Arrugó el ceño,
y pensó, al recordar sus vastos planes,
y recorrer sus puntos y sus comas,
que cuando creó palomas
no debía haber creado gavilanes.
Y dijo la paloma:
-Yo soy feliz. Bajo el inmenso cielo,
en el árbol en flor, junto a la poma
llena de miel, junto al retoño suave
y húmedo por las gotas del rocío,
tengo mi hogar. Y vuelo
con mis anhelos de ave,
del amado árbol mío
hasta el bosque lejano,
cuando al himno jocundo
del despertar de Oriente,
sale el alba desnuda, y muestra al mundo
el pudor de la luz sobre su frente.
Mi ala es blanca y sedosa;
la luz la dora y baña,
y céfiro la peina;
son mis pies como pétalos de rosa.
Yo soy la dulce reina
que arrulla a su paloma en la montaña.
En el fondo del bosque pintoresco
está el alerce en que formé mi nido:
y tengo allí, bajo el follaje fresco
un polluelo sin par, recién nacido.
Soy la promesa alada,
el juramento vivo;
soy quien lleva el recuerdo de la amada
para el enamorado pensativo;
yo soy la mensajera
de los tristes y ardientes soñadores,
que va a revolotear diciendo amores
junto a una perfumada cabellera.
Soy el lirio del viento.
Bajo el azul del hondo firmamento
muestro de mi tesoro bello y rico,
las preseas y galas:
el arrullo en el pico,
la caricia en las alas.
Yo despierto a los pájaros parleros
y entonan sus melódicos cantares;
me poso en los floridos limoneros
y derramo una lluvia de azahares.
Yo soy toda inocente, toda pura.
Yo me esponjo en las alas del deseo.
Y me estremezco en la íntima ternura
de un roce, de un rumor, de un aleteo.
¡Oh inmenso azul! Yo te amo. Porque a Flora
das la lluvia y el sol siempre encendido;
porque siendo el palacio de la aurora
también eres el techo de mi nido.
¡Oh inmenso azul! Yo adoro
tus celajes risueños,
y esa niebla sutil de polvo de oro
donde van los perfumes y los sueños.
Amo los velos tenues, vagorosos,
de las flotantes brumas,
donde tiendo a los aires cariñosos
el sedeño abanico de mis plumas.
¡Soy feliz! Porque es mía la floresta
donde el misterio de los nidos se halla;
porque el alba es mi fiesta
y el amor mi ejercicio y mi batalla.
Feliz, porque de dulces ansias llena
calentar mis polluelos es mi orgullo;
porque en las selvas vírgenes resuena
la música celeste de mi arrullo;
porque no hay una rosa que no me ame,
ni pájaro gentil que no me escuche,
ni garrido cantor que no me llame.
-¿Si? Dijo entonces un gavilán infame,
y con furor se la metió en la buche.
Entonces el buen Dios allá en su trono,
(mientras Satán, para distraer su encono
aplaudía a aquel pájaro zahareño)
se puso a meditar. Arrugó el ceño,
y pensó, al recordar sus vastos planes,
y recorrer sus puntos y sus comas,
que cuando creó palomas
no debía haber creado gavilanes.
martes, 28 de enero de 2014
"Cuadernos (1957-1972)" de Cioran (4)
Solo hay que escribir y sobre todo publicar cosas que hagan daño, es decir, que recordemos. Un libro debe hurgar en llagas, suscitarlas incluso. Debe ser la causa de un desasosiego fecundo, pero, por encima de todo, un libro debe constituir un peligro.
Lo que se escribe sin pasión acaba aburriendo, aunque sea profundo. Pero, a decir verdad, nada puede ser profundo sin una pasión visible o secreta. Preferentemente, secreta. Cuando leemos un libro, sentimos perfectamente dónde ha padecido el autor, dónde se ha empeñado y ha inventado; nos aburrimos con él, pero en cuanto se anima, aunque se trate de un crimen, se adueña de nosotros un calor benéfico. Habría que escribir solo en estado de efervescencia. Lamentablemente, el culto del trabajo lo ha arruinado todo, en particular en el arte. De él, de ese culto, procede la superproducción, auténtico azote, que es funesta para la obra, para el autor, para el propio lector. Un escritor debería, en el mejor de los casos, publicar solo la tercera parte de lo que ha escrito.
Todo lo bueno o malo que tengo, todo lo que soy, se lo debo a mi madre. Heredé sus males, su melancolía, sus contradicciones, todo. Físicamente, me parezco a ella punto por punto. Todo lo que ella era se agravó y exasperó en mí. Soy su éxito y su fracaso.
La muerte de una persona querida se siente como un insulto personal, como una humillación que se agrava porque no sabemos contra quién arremeter: la naturaleza, Dios o el propio difunto. Es cierto que sentimos rencor por este último, que no le perdonamos fácilemnte que haya elegido esa opción. Podría haber esperado aún, consultarnos... Solo de él dependía que siguiera viviendo. ¿Por qué esa precipitación, ese apresuramiento, esa impaciencia? Seguiría vivo, si no se hubiera apresurado tanto hacia la muerte, si no hubiese dado su consentimiento con tanta ligereza.
Me horroriza ejercer influencia alguna; sin embargo, me gustaría ser alguien... por mi ineficacia. Turbar a las mentes, sí; dirigirlas, no.
Un escritor no debe expresar ideas, sino su ser, su naturaleza, lo que es y no lo que piensa. Solo podemos hacer una obra verdadera, si sabemos ser nosotros mismos.
Toda literatura comienza con himnos y acaba con ejercicios.
"Toda la filosofía no vale una hora de dolor." Desde mi época de insomnios he hecho inconscientemente esta afirmación de Pascal, siempre que he leído o releído a un filósofo.
Habría que atacar solo a Dios. Solo Él vale la pena.
Nada hay tan desmoralizador como el ideal realizado.
Lo que se escribe sin pasión acaba aburriendo, aunque sea profundo. Pero, a decir verdad, nada puede ser profundo sin una pasión visible o secreta. Preferentemente, secreta. Cuando leemos un libro, sentimos perfectamente dónde ha padecido el autor, dónde se ha empeñado y ha inventado; nos aburrimos con él, pero en cuanto se anima, aunque se trate de un crimen, se adueña de nosotros un calor benéfico. Habría que escribir solo en estado de efervescencia. Lamentablemente, el culto del trabajo lo ha arruinado todo, en particular en el arte. De él, de ese culto, procede la superproducción, auténtico azote, que es funesta para la obra, para el autor, para el propio lector. Un escritor debería, en el mejor de los casos, publicar solo la tercera parte de lo que ha escrito.
Todo lo bueno o malo que tengo, todo lo que soy, se lo debo a mi madre. Heredé sus males, su melancolía, sus contradicciones, todo. Físicamente, me parezco a ella punto por punto. Todo lo que ella era se agravó y exasperó en mí. Soy su éxito y su fracaso.
La muerte de una persona querida se siente como un insulto personal, como una humillación que se agrava porque no sabemos contra quién arremeter: la naturaleza, Dios o el propio difunto. Es cierto que sentimos rencor por este último, que no le perdonamos fácilemnte que haya elegido esa opción. Podría haber esperado aún, consultarnos... Solo de él dependía que siguiera viviendo. ¿Por qué esa precipitación, ese apresuramiento, esa impaciencia? Seguiría vivo, si no se hubiera apresurado tanto hacia la muerte, si no hubiese dado su consentimiento con tanta ligereza.
Me horroriza ejercer influencia alguna; sin embargo, me gustaría ser alguien... por mi ineficacia. Turbar a las mentes, sí; dirigirlas, no.
Un escritor no debe expresar ideas, sino su ser, su naturaleza, lo que es y no lo que piensa. Solo podemos hacer una obra verdadera, si sabemos ser nosotros mismos.
Toda literatura comienza con himnos y acaba con ejercicios.
"Toda la filosofía no vale una hora de dolor." Desde mi época de insomnios he hecho inconscientemente esta afirmación de Pascal, siempre que he leído o releído a un filósofo.
Habría que atacar solo a Dios. Solo Él vale la pena.
Nada hay tan desmoralizador como el ideal realizado.
Gottfried Benn, "Morgue y otros poemas", completo
Traducción de Verónica Jaffé
Fondo Editorial Pequeña Venecia, 1991
Venzuela
Fondo Editorial Pequeña Venecia, 1991
Venzuela
PEQUEÑO ASTER
El cadáver del conductor
de un camión de cerveza
fue alzado sobre la camilla.
Alguien le había colocado entre los dientes
una pequeña flor
oscura — clara — lila.
Cuando le saqué el paladar y la lengua
desde el pecho
con un largo cuchillo
debajo de la piel
he debido rozarla
porque la flor se deslizó
hacia el cerebro vecino.
La guardé en el tórax
entre el aserrín
cuando lo cosían.
¡Bebe hasta la saciedad en tu florero!
¡Descansa en paz,
pequeño aster!
HERMOSA JUVENTUD
La boca de una niña que había estado mucho tiempo entre los juncos
parecía tan carcomida.
Cuando le quebraron el pecho, el esófago estaba tan agujereado.
Por fin, en una pérgola bajo el diafragma
hallaron un nido de pequeñas ratas.
Una hermanita yacía muerta.
Las otras se alimentaban del hígado y del riñon,
bebían la sangre fría y pasaron aquí
una hermosa juventud.
Y hermosa y rápida las sorprendió la muerte:
a todas las lanzaron al agua.
¡Ay, cómo chillaban los pequeños hocicos!
CIRCULACIÓN
La solitaria muela de una puta
una muerta sin nombre
llevaba una corona de oro.
Las demás se habían desprendido
como por un secreto acuerdo.
Esta la extrajo el sepulturero para sí.
Porque, decía,
solo la tierra debe volver a la tierra.
LA NOVIA DEL NEGRO
Entonces sobre almohadas de oscura sangre
se recostaba el cuello de una mujer rubia.
El sol rabiaba en sus cabellos
y lamía los pálidos muslos
y se arrodillaba ante los pechos un poco más oscuros,
aún sin deformar por los pecados y los partos.
Un negro junto a ella: la coz de algún caballo
le había destrozado los ojos y la frente. Dos dedos
de su sucio pie izquierdo
se hincaban en la pequeña oreja blanca.
Pero ella yacía y dormía como una novia:
orlando la felicidad del primer amor
y en espera de numerosos viajes celestiales
de la sangre joven y cálida.
Hasta que alguien
le hundió el cuchillo en la nívea garganta
y un delantal púrpura de sangre muerta
le cubrió las caderas.
RÉQUIEM
Dos en cada mesa. Hombres y mujeres
en cruz. Cerca, desnudos, y, pese a ello, sin dolor.
El cráneo abierto. El pecho partido en la mitad. Los cuerpos
engendran ahora por última vez.
Cada uno llena tres cazuelas: desde el cerebro hasta los testículos.
Y el templo de Dios y el Corral del demonio
ahora pecho a pecho en el fondo de un cubo
se ríen del Gólgota y del pecado original.
El resto, en ataúdes. Solo nuevas creaturas:
pierna de hombre, pecho de niño y pelo de mujer.
Yo vi lo que engendraron dos que antaño se jodían,
yacer allí, como si hubiera salido de un cuerpo materno.
PABELLÓN DE PARTURIENTAS
Las mujeres más pobres de Berlín
—trece niñas en cuarto y medio,
putas, prisioneras, execradas—
retuercen aquí sus cuerpos y gimen.
En ninguna parte se grita tanto.
En ninguna parte se ignoran tan completamente
dolores y angustias como en este lugar,
aquí siempre grita algo.
"¡Empuje Usted, mujer! ¿Entiende, sí?
No está aquí por diversión.
No alargue la cosa.
¡También salen excrementos en este aprieto!
No está aquí para descansar.
No viene solo. ¡Usted tiene que hacer algo!"
Por fin llega: azulado y pequeño.
Orina y heces lo ungen.
De once camas con lágrimas y sangre
los gemidos le dan la bienvenida.
Solo en dos ojos estalla un coro de júbilos al cielo.
Por este pequeño pedazo de carne
pasará todo: desolación y felicidad.
Y cuando muera entre estertores y sufrimientos,
otros doce dormirán en este pabellón.
APÉNDICE
Todo está pulcro y preparado para el corte.
Los cuchillos humean. El abdomen marcado.
Bajo paños blancos hay algo que gime.
"Señor profesor, todo está listo."
La primera incisión. Como si el pan se rebanara.
"¡Pinzas!" Algo púrpura brota.
Más profundo. Los músculos: húmedos, brillantes, frescos.
¿Hay un ramo de rosas sobre la mesa?
¿Es pus lo que salta?
¿Habrán cortado el intestino?
"Doctor, si se para contra la luz,
ni el diablo puede ver el diafragma.
Anestesia, no puedo operar,
el hombre se va de paseo con su estómago."
Silencio, pesado, húmedo. En el vacío
tintinea una tijera en el suelo.
Y la enfermera angelical
ofrece algodones esterilizados.
"¡No puedo encontrar nada en esta porquería!"
"Sangre se oscurece. ¡Quíteme la mascarilla!"
"Pero—Dios del cielo—querido,
¡apriete mis esos talones!"
Todo deforme. ¡Por fin: aquí está!
"¡El hierro candente, enfermera!" Un siseo.
Por esta vez tuviste suerte, hijo mío.
La cosa estaba a punto de perforarse.
"¿Ve usted la pequeña mancha verde?
Tres horas y el estómago se llenaba de mierda."
Vientre cerrado, Piel cosida. "¡Esparadrapos, acá!
Buenos días señores."
La sala se vacía.
Furiosa castañea y rechina con las mejillas
la muerte se escurre a la barraca de los cancerosos.
HOMBRE Y MUJER CAMINAN POR LA BARRACA DE LOS CANCEROSOS
El hombre:
En esta fila regazos destruidos,
en esta otra pechos destruidos.
Cama apesta junto a cama. Las enfermeras se turnan cada hora.
Ven, levanta sin miedo esta manta.
Mira, este grumo de grasa y humores podridos,
alguna vez fue importante para un hombre
y también se llamaba patria y delirio.
Ven, mira estas cicatrices en el pecho.
¿Sientes el rosario de nudos blandos?
Toca sin temor. La carne es suave y no duele.
Esta mujer sangra como si tuviera treinta cuerpos.
Ningún ser humano tiene tanta sangre. A esta primero le cortaron
un niño del enfermo regazo.
Los dejan dormir. Día y noche. —A los nuevos
se les dice: aquí el sueño es curativo—. Solo los domingos,
para las visitas, se les deja un rato despiertos.
Es poca la comida que aún se consume. Las espaldas
están llenas de heridas. Mira las moscas. A veces
los lava una enfermera. Como se lavan los bancos.
Aquí se hincha alrededor de cada cama el campo labrado.
Carne se vuelve llanura. Fuego se pierde.
Humor se apresta a correr. Tierra llama.
CAFÉ NOCTURNO
824: vida y amor de las mujeres.
El violoncello se toma un trago. La flauta
eructa profundo en tres compases: la hermosa cena.
El tambor termina de leer una novela policial.
Dientes verdes, espinillas en la cara
le hace señas a una inflamación de párpado.
Grasa en el cabello
le habla a boca abierta con almendra faríngea
Fe, amor y esperanza alrededor del cuello.
Joven bocio quiere a nariz de dos bultos.
La convida a tres cervezas.
Sicosis compra claveles.
Para ablandar a papada.
Bemol-menor: la Sonata N° 35.
Dos ojos lanzan un grito:
¡No derramen la sangre de Chopin en la sala,
para que la chusma la pise!
¡Basta! ¡Eh, Gigi! —
La puerta se desborda: una mujer.
Desierto calcinado. Marrón canaanita.
Virgen. Plena de cuevas. Se acerca un aroma.
Poco aroma.
Solo es una dulce protuberancia del aire
contra mi cerebro.
Un cuerpo obeso con pasitos cortos salta detrás.
El cadáver del conductor
de un camión de cerveza
fue alzado sobre la camilla.
Alguien le había colocado entre los dientes
una pequeña flor
oscura — clara — lila.
Cuando le saqué el paladar y la lengua
desde el pecho
con un largo cuchillo
debajo de la piel
he debido rozarla
porque la flor se deslizó
hacia el cerebro vecino.
La guardé en el tórax
entre el aserrín
cuando lo cosían.
¡Bebe hasta la saciedad en tu florero!
¡Descansa en paz,
pequeño aster!
HERMOSA JUVENTUD
La boca de una niña que había estado mucho tiempo entre los juncos
parecía tan carcomida.
Cuando le quebraron el pecho, el esófago estaba tan agujereado.
Por fin, en una pérgola bajo el diafragma
hallaron un nido de pequeñas ratas.
Una hermanita yacía muerta.
Las otras se alimentaban del hígado y del riñon,
bebían la sangre fría y pasaron aquí
una hermosa juventud.
Y hermosa y rápida las sorprendió la muerte:
a todas las lanzaron al agua.
¡Ay, cómo chillaban los pequeños hocicos!
CIRCULACIÓN
La solitaria muela de una puta
una muerta sin nombre
llevaba una corona de oro.
Las demás se habían desprendido
como por un secreto acuerdo.
Esta la extrajo el sepulturero para sí.
Porque, decía,
solo la tierra debe volver a la tierra.
LA NOVIA DEL NEGRO
Entonces sobre almohadas de oscura sangre
se recostaba el cuello de una mujer rubia.
El sol rabiaba en sus cabellos
y lamía los pálidos muslos
y se arrodillaba ante los pechos un poco más oscuros,
aún sin deformar por los pecados y los partos.
Un negro junto a ella: la coz de algún caballo
le había destrozado los ojos y la frente. Dos dedos
de su sucio pie izquierdo
se hincaban en la pequeña oreja blanca.
Pero ella yacía y dormía como una novia:
orlando la felicidad del primer amor
y en espera de numerosos viajes celestiales
de la sangre joven y cálida.
Hasta que alguien
le hundió el cuchillo en la nívea garganta
y un delantal púrpura de sangre muerta
le cubrió las caderas.
RÉQUIEM
Dos en cada mesa. Hombres y mujeres
en cruz. Cerca, desnudos, y, pese a ello, sin dolor.
El cráneo abierto. El pecho partido en la mitad. Los cuerpos
engendran ahora por última vez.
Cada uno llena tres cazuelas: desde el cerebro hasta los testículos.
Y el templo de Dios y el Corral del demonio
ahora pecho a pecho en el fondo de un cubo
se ríen del Gólgota y del pecado original.
El resto, en ataúdes. Solo nuevas creaturas:
pierna de hombre, pecho de niño y pelo de mujer.
Yo vi lo que engendraron dos que antaño se jodían,
yacer allí, como si hubiera salido de un cuerpo materno.
PABELLÓN DE PARTURIENTAS
Las mujeres más pobres de Berlín
—trece niñas en cuarto y medio,
putas, prisioneras, execradas—
retuercen aquí sus cuerpos y gimen.
En ninguna parte se grita tanto.
En ninguna parte se ignoran tan completamente
dolores y angustias como en este lugar,
aquí siempre grita algo.
"¡Empuje Usted, mujer! ¿Entiende, sí?
No está aquí por diversión.
No alargue la cosa.
¡También salen excrementos en este aprieto!
No está aquí para descansar.
No viene solo. ¡Usted tiene que hacer algo!"
Por fin llega: azulado y pequeño.
Orina y heces lo ungen.
De once camas con lágrimas y sangre
los gemidos le dan la bienvenida.
Solo en dos ojos estalla un coro de júbilos al cielo.
Por este pequeño pedazo de carne
pasará todo: desolación y felicidad.
Y cuando muera entre estertores y sufrimientos,
otros doce dormirán en este pabellón.
APÉNDICE
Todo está pulcro y preparado para el corte.
Los cuchillos humean. El abdomen marcado.
Bajo paños blancos hay algo que gime.
"Señor profesor, todo está listo."
La primera incisión. Como si el pan se rebanara.
"¡Pinzas!" Algo púrpura brota.
Más profundo. Los músculos: húmedos, brillantes, frescos.
¿Hay un ramo de rosas sobre la mesa?
¿Es pus lo que salta?
¿Habrán cortado el intestino?
"Doctor, si se para contra la luz,
ni el diablo puede ver el diafragma.
Anestesia, no puedo operar,
el hombre se va de paseo con su estómago."
Silencio, pesado, húmedo. En el vacío
tintinea una tijera en el suelo.
Y la enfermera angelical
ofrece algodones esterilizados.
"¡No puedo encontrar nada en esta porquería!"
"Sangre se oscurece. ¡Quíteme la mascarilla!"
"Pero—Dios del cielo—querido,
¡apriete mis esos talones!"
Todo deforme. ¡Por fin: aquí está!
"¡El hierro candente, enfermera!" Un siseo.
Por esta vez tuviste suerte, hijo mío.
La cosa estaba a punto de perforarse.
"¿Ve usted la pequeña mancha verde?
Tres horas y el estómago se llenaba de mierda."
Vientre cerrado, Piel cosida. "¡Esparadrapos, acá!
Buenos días señores."
La sala se vacía.
Furiosa castañea y rechina con las mejillas
la muerte se escurre a la barraca de los cancerosos.
HOMBRE Y MUJER CAMINAN POR LA BARRACA DE LOS CANCEROSOS
El hombre:
En esta fila regazos destruidos,
en esta otra pechos destruidos.
Cama apesta junto a cama. Las enfermeras se turnan cada hora.
Ven, levanta sin miedo esta manta.
Mira, este grumo de grasa y humores podridos,
alguna vez fue importante para un hombre
y también se llamaba patria y delirio.
Ven, mira estas cicatrices en el pecho.
¿Sientes el rosario de nudos blandos?
Toca sin temor. La carne es suave y no duele.
Esta mujer sangra como si tuviera treinta cuerpos.
Ningún ser humano tiene tanta sangre. A esta primero le cortaron
un niño del enfermo regazo.
Los dejan dormir. Día y noche. —A los nuevos
se les dice: aquí el sueño es curativo—. Solo los domingos,
para las visitas, se les deja un rato despiertos.
Es poca la comida que aún se consume. Las espaldas
están llenas de heridas. Mira las moscas. A veces
los lava una enfermera. Como se lavan los bancos.
Aquí se hincha alrededor de cada cama el campo labrado.
Carne se vuelve llanura. Fuego se pierde.
Humor se apresta a correr. Tierra llama.
CAFÉ NOCTURNO
824: vida y amor de las mujeres.
El violoncello se toma un trago. La flauta
eructa profundo en tres compases: la hermosa cena.
El tambor termina de leer una novela policial.
Dientes verdes, espinillas en la cara
le hace señas a una inflamación de párpado.
Grasa en el cabello
le habla a boca abierta con almendra faríngea
Fe, amor y esperanza alrededor del cuello.
Joven bocio quiere a nariz de dos bultos.
La convida a tres cervezas.
Sicosis compra claveles.
Para ablandar a papada.
Bemol-menor: la Sonata N° 35.
Dos ojos lanzan un grito:
¡No derramen la sangre de Chopin en la sala,
para que la chusma la pise!
¡Basta! ¡Eh, Gigi! —
La puerta se desborda: una mujer.
Desierto calcinado. Marrón canaanita.
Virgen. Plena de cuevas. Se acerca un aroma.
Poco aroma.
Solo es una dulce protuberancia del aire
contra mi cerebro.
Un cuerpo obeso con pasitos cortos salta detrás.
"Tal novedad me causa haber probado...", "Después, Amor, que me privó tu mano..." y "Soneto en respuesta del pasado", sonetos de Hernando de Acuña
Tal novedad me causa haber probado
el bien pasado, que, en el mal que pruebo,
lo mucho que me duelo, a lo que debo,
no puede ser con mucho comparado.
Y Amor me tiene tan escarmentado,
que casi a desear bien no me atrevo;
determino moverme, y no me muevo,
voy vacilando de uno en otro estado.
De todos vengo a conocer que el mío,
por natural razón, es apartarme
del derecho camino que me guía;
pero cuando en seguirlo más me fío,
hallo que voy por tan contraria vía,
y al cabo escojo por mejor quedarme.
Después, Amor, que me privó tu mano
de aquella vista en que vivía seguro,
es vuelto en escabroso estilo y duro
el mío, que antes era humilde y llano;
y en tal extremo, que si el más liviano
dolor que siento declarar procuro,
voy por áspera peña o alto muro
para haber de llegar al más cercano.
La lengua al pronunciar está turbada,
que en tantas tan dañosas ocasiones
cada cual se le ofrece por primera:
así sale la voz flaca y cansada,
y tan confusa de entre mil pasiones,
que de ninguna da razón entera.
Soneto en respuesta del pasado
Bien os puedo decir, considerando
lo que pruebo del mundo y lo que siento,
que, siendo los trabajos de él sin cuento,
se pueden los descansos ir contando;
mas el fuerte varón, no desmayando,
esfuerza con valor el sufrimiento,
y al sabio da el saber un nuevo aliento
con quien puesto que teme, va esperando.
Y si hay fortuna en el humano estado,
no es justo que ninguno desespere,
pues todo a su mudanza está sujeto;
mas de remedio estar desconfiado
no se sufre, señor, en el que fuere,
cual sabemos que sois, fuerte y discreto.
el bien pasado, que, en el mal que pruebo,
lo mucho que me duelo, a lo que debo,
no puede ser con mucho comparado.
Y Amor me tiene tan escarmentado,
que casi a desear bien no me atrevo;
determino moverme, y no me muevo,
voy vacilando de uno en otro estado.
De todos vengo a conocer que el mío,
por natural razón, es apartarme
del derecho camino que me guía;
pero cuando en seguirlo más me fío,
hallo que voy por tan contraria vía,
y al cabo escojo por mejor quedarme.
Después, Amor, que me privó tu mano
de aquella vista en que vivía seguro,
es vuelto en escabroso estilo y duro
el mío, que antes era humilde y llano;
y en tal extremo, que si el más liviano
dolor que siento declarar procuro,
voy por áspera peña o alto muro
para haber de llegar al más cercano.
La lengua al pronunciar está turbada,
que en tantas tan dañosas ocasiones
cada cual se le ofrece por primera:
así sale la voz flaca y cansada,
y tan confusa de entre mil pasiones,
que de ninguna da razón entera.
Soneto en respuesta del pasado
Bien os puedo decir, considerando
lo que pruebo del mundo y lo que siento,
que, siendo los trabajos de él sin cuento,
se pueden los descansos ir contando;
mas el fuerte varón, no desmayando,
esfuerza con valor el sufrimiento,
y al sabio da el saber un nuevo aliento
con quien puesto que teme, va esperando.
Y si hay fortuna en el humano estado,
no es justo que ninguno desespere,
pues todo a su mudanza está sujeto;
mas de remedio estar desconfiado
no se sufre, señor, en el que fuere,
cual sabemos que sois, fuerte y discreto.
lunes, 27 de enero de 2014
sábado, 25 de enero de 2014
jueves, 23 de enero de 2014
Poemas de Elías Nandino (3), una "Décima del recuerdo", "¿Qué es morir?" y "Nocturna suma" (con matemáticas)
DÉCIMAS DEL RECUERDO
10.
Dos vidas estoy viviendo
en cada instante que pasa:
la extinguida, que me abrasa
con los recuerdos que enciendo,
y lo que voy destruyendo
al vivirla, para hacer
más recuerdos con que ver
la primera enriquecida.
De una vida hago otra vida
y las dos forman mi ser.
¿QUÉ ES MORIR?
—Morir es
alzar el vuelo
sin alas
sin ojos
y sin cuerpo.
NOCTURNA SUMA
Deletreo el espacio y no comprendo
esas gotas de luz en plena noche,
que tiemblan, que se ensanchan, que se encogen,
y expresan desde el cielo
las frases de su pulso luminoso.
Yo no sé si es altura o es abismo
el sitio en donde asoman,
o si son o no son; pero las miro
como enjambre de islas en incendio
y sufro su atracción, su intenso brillo,
su tímido mirar...
Las cuento, muchas veces, muchas veces...
Me olvido de la cuenta y me detengo
para empezar la cuenta nuevamente,
y la vuelvo a perder, cayendo siempre
en la fuga de un número disperso.
Y si gozo al contar, es porque siento
que busco a Dios, contando sus estrellas.
10.
Dos vidas estoy viviendo
en cada instante que pasa:
la extinguida, que me abrasa
con los recuerdos que enciendo,
y lo que voy destruyendo
al vivirla, para hacer
más recuerdos con que ver
la primera enriquecida.
De una vida hago otra vida
y las dos forman mi ser.
¿QUÉ ES MORIR?
—Morir es
alzar el vuelo
sin alas
sin ojos
y sin cuerpo.
NOCTURNA SUMA
Deletreo el espacio y no comprendo
esas gotas de luz en plena noche,
que tiemblan, que se ensanchan, que se encogen,
y expresan desde el cielo
las frases de su pulso luminoso.
Yo no sé si es altura o es abismo
el sitio en donde asoman,
o si son o no son; pero las miro
como enjambre de islas en incendio
y sufro su atracción, su intenso brillo,
su tímido mirar...
Las cuento, muchas veces, muchas veces...
Me olvido de la cuenta y me detengo
para empezar la cuenta nuevamente,
y la vuelvo a perder, cayendo siempre
en la fuga de un número disperso.
Y si gozo al contar, es porque siento
que busco a Dios, contando sus estrellas.
Recorrido por "Sombra del Paraíso" de Vicente Aleixandre. Hoy "Poderío de la noche"
PODERÍO DE LA NOCHE
El sol cansado de vibrar en los cielos
resbala lentamente en los bordes de la tierra,
mientras su gran ala fugitiva
se arrastra todavía con el delirio de la luz,
iluminando la vacía prematura tristeza.
Labios volantes, aves que suplican al día
su perduración frente a la vasta noche amenazante,
surcan un cielo que pálidamente se irisa
borrándose ligero hacia lo oscuro.
Un mar, pareja de aquella larguísima ala de la luz,
bate su color azulado
abiertamente, cálidamente aún,
con todas sus vivas plumas extendidas.
¿Qué coyuntura, qué vena, qué plumón estirado
como un pecho tendido a la postrera caricia del sol
alza sus espumas besadas,
su amontonado corazón espumoso,
sus ondas levantadas
que invadirán la tierra en una ultima búsqueda de la luz escapándose?
Yo sé cuán vasta soledad en las playas,
qué vacía presencia de un cielo aún no estrellado,
vela cóncavamente sobre el titánico esfuerzo,
sobre la estéril lucha de la espuma y la sombra.
El lejano horizonte, tan infinitamente solo
como un hombre en la muerte,
envía su vacío, resonancia de un cielo
donde la luna anuncia su nada ensordecida.
Un clamor lívido invade un mundo donde nadie
alza su voz gimiente,
donde los peces huidos a los profundos senos misteriosos
apagan sus ojos lucientes de fósforo,
y donde los verdes aplacados,
los silenciosos azules
suprimen sus espumas enlutadas de noche
¿Qué inmenso pájaro nocturno,
qué silenciosa pluma total y neutra
enciende fantasmas de lucero en su piel sibilina,
piel única sobre la cabeza de un hombre
que en una roca duerme su estrellado trascurso?
El rumor de la vida
sobre el gran mar oculto
no es el viento, aplacado,
no es el rumor de una brisa ligera lo que en otros días felices
rizara los luceros,
Acariciando las pestañas amables,
los dulces besos que mis labios os dieron,
oh estrellas en la noche,
estrellas fijas enlazadas
por mis vivos deseos.
Entonces la juventud, la ilusión, el amor encantado
rizaban un cabello gentil que el azul confundía
diariamente con el resplandor estrellado del sol sobre la arena.
Emergido de la espuma con la candidez de la Creación reciente,
mi planta imprimía su huella en las playas
con la misma rapidez de las barcas,
ligeros envíos de un mar benévolo bajo el gran brazo del aire,
continuamente aplacado por una mano dichosa acariciando sus espumas vivientes.
Pero lejos están los remotos días
en que el amor se confundía en la pujanza de la naturaleza radiante
y en que un mediodía feliz y poderoso
henchía, un pecho, con un mundo a sus plantas.
Esta noche, cóncava y desligada,
no existe más que como existen las horas,
como el tiempo, que pliega
lentamente sus silenciosas capas de ceniza,
borrando la dicha de los ojos, los pechos y las manos,
y hasta aquel silencioso calor
que dejara en los labios el rumor de los besos.
Por eso yo no veo, como no mira nadie
esa presente bóveda nocturna,
vacío reparador de la muerte no esquiva,
inmensa, invasora realidad intangible
que ha deslizado cautelosa
su hermético oleaje se de plomo ajustadísimo.
Otro mar ha muerto, bello,
abajo acaba de asfixiarse. Unos labios
inmensos cesaron de latir, y en sus bordes
aún se ve deshacerse un aliento, una espuma.
El sol cansado de vibrar en los cielos
resbala lentamente en los bordes de la tierra,
mientras su gran ala fugitiva
se arrastra todavía con el delirio de la luz,
iluminando la vacía prematura tristeza.
Labios volantes, aves que suplican al día
su perduración frente a la vasta noche amenazante,
surcan un cielo que pálidamente se irisa
borrándose ligero hacia lo oscuro.
Un mar, pareja de aquella larguísima ala de la luz,
bate su color azulado
abiertamente, cálidamente aún,
con todas sus vivas plumas extendidas.
¿Qué coyuntura, qué vena, qué plumón estirado
como un pecho tendido a la postrera caricia del sol
alza sus espumas besadas,
su amontonado corazón espumoso,
sus ondas levantadas
que invadirán la tierra en una ultima búsqueda de la luz escapándose?
Yo sé cuán vasta soledad en las playas,
qué vacía presencia de un cielo aún no estrellado,
vela cóncavamente sobre el titánico esfuerzo,
sobre la estéril lucha de la espuma y la sombra.
El lejano horizonte, tan infinitamente solo
como un hombre en la muerte,
envía su vacío, resonancia de un cielo
donde la luna anuncia su nada ensordecida.
Un clamor lívido invade un mundo donde nadie
alza su voz gimiente,
donde los peces huidos a los profundos senos misteriosos
apagan sus ojos lucientes de fósforo,
y donde los verdes aplacados,
los silenciosos azules
suprimen sus espumas enlutadas de noche
¿Qué inmenso pájaro nocturno,
qué silenciosa pluma total y neutra
enciende fantasmas de lucero en su piel sibilina,
piel única sobre la cabeza de un hombre
que en una roca duerme su estrellado trascurso?
El rumor de la vida
sobre el gran mar oculto
no es el viento, aplacado,
no es el rumor de una brisa ligera lo que en otros días felices
rizara los luceros,
Acariciando las pestañas amables,
los dulces besos que mis labios os dieron,
oh estrellas en la noche,
estrellas fijas enlazadas
por mis vivos deseos.
Entonces la juventud, la ilusión, el amor encantado
rizaban un cabello gentil que el azul confundía
diariamente con el resplandor estrellado del sol sobre la arena.
Emergido de la espuma con la candidez de la Creación reciente,
mi planta imprimía su huella en las playas
con la misma rapidez de las barcas,
ligeros envíos de un mar benévolo bajo el gran brazo del aire,
continuamente aplacado por una mano dichosa acariciando sus espumas vivientes.
Pero lejos están los remotos días
en que el amor se confundía en la pujanza de la naturaleza radiante
y en que un mediodía feliz y poderoso
henchía, un pecho, con un mundo a sus plantas.
Esta noche, cóncava y desligada,
no existe más que como existen las horas,
como el tiempo, que pliega
lentamente sus silenciosas capas de ceniza,
borrando la dicha de los ojos, los pechos y las manos,
y hasta aquel silencioso calor
que dejara en los labios el rumor de los besos.
Por eso yo no veo, como no mira nadie
esa presente bóveda nocturna,
vacío reparador de la muerte no esquiva,
inmensa, invasora realidad intangible
que ha deslizado cautelosa
su hermético oleaje se de plomo ajustadísimo.
Otro mar ha muerto, bello,
abajo acaba de asfixiarse. Unos labios
inmensos cesaron de latir, y en sus bordes
aún se ve deshacerse un aliento, una espuma.
miércoles, 22 de enero de 2014
Selección de la "Novena poesía vertical" de Roberto Juarroz (3)
11
Cada cosa es un mensaje,
un pulso que se muestra,
una escotilla en el vacío.
Pero entre los mensajes de las cosas
se van dibujando otros mensajes,
allí en el intervalo,
entre una cosa y otra,
conformados por ellas y sin ellas,
como si lo que está
decidiera sin querer el estar
de aquello que no está.
Buscar esos mensajes intermedios,
la forma que se forma entre las formas,
es completar el código.
O tal vez descubrirlo.
Buscar la rosa
que queda entre las rosas.
Y aunque no sean rosas.
12
Dormir es otra forma de pensar.
Pensar es otra forma de soñar.
Soñar es otra forma de no ser.
No ser es otra forma de existir.
La rueda gira y gira.
Los caminos se enrollan
alrededor de la rueda
y la rueda se los lleva
como empolvadas cintas.
La rueda gira y gira,
pero ya no hay camino.
18
Las hojas,
pantallas de la luz,
para que la luz se detenga,
retroceda un instante
y se reconozca
nada más que como luz.
Las hojas,
pretextos de la luz,
para su propia constancia.
¿No será todo lo mismo,
solo pretextos de la luz?
Cada cosa es un mensaje,
un pulso que se muestra,
una escotilla en el vacío.
Pero entre los mensajes de las cosas
se van dibujando otros mensajes,
allí en el intervalo,
entre una cosa y otra,
conformados por ellas y sin ellas,
como si lo que está
decidiera sin querer el estar
de aquello que no está.
Buscar esos mensajes intermedios,
la forma que se forma entre las formas,
es completar el código.
O tal vez descubrirlo.
Buscar la rosa
que queda entre las rosas.
Y aunque no sean rosas.
12
Dormir es otra forma de pensar.
Pensar es otra forma de soñar.
Soñar es otra forma de no ser.
No ser es otra forma de existir.
La rueda gira y gira.
Los caminos se enrollan
alrededor de la rueda
y la rueda se los lleva
como empolvadas cintas.
La rueda gira y gira,
pero ya no hay camino.
18
Las hojas,
pantallas de la luz,
para que la luz se detenga,
retroceda un instante
y se reconozca
nada más que como luz.
Las hojas,
pretextos de la luz,
para su propia constancia.
¿No será todo lo mismo,
solo pretextos de la luz?
"A un poeta", Rubén Darío en "Azul"
A UN POETA
Nada más triste que un titán que llora,
hombre-montaña encadenado a un lirio,
que gime, fuerte, que pujante implora:
víctima propia en su fatal martirio.
Hércules loco que a los pies de Onfalia
la clava deja y el luchar rehusa,
héroe que calza femenil sandalia,
Vate que olvida a la vibrante musa.
¡Quién desquijara los robustos leones,
hilando esclavo con la débil rueca;
sin labor, sin empuje, sin acciones;
puños de fierro y áspera muñeca!
No es tal poeta para hollar alfombras
por donde triunfan femeniles danzas:
que vibre rayos para herir las sombras,
que escriba versos que parezcan lanzas.
Relampagueando la soberbia estrofa
su surco deje de esplendente lumbre,
y el pantano de escándalo y de mofa
que no lo vea el águila en su cumbre.
Bravo soldado con su casco de oro
lance el dardo que quema y que desgarra,
que embiste rudo como embiste el toro,
que clave firme, como el león, la garra.
Cante valiente y al cantar trabaje;
que ofrezca robles si se juzga monte;
que su idea, en el mal rompa y desgaje
como en la selva virgen el bisonte.
Que lo que diga la inspirada boca
suene en el pueblo con palabra extraña;
ruido de oleaje al azotar la roca,
voz de caverna y soplo de montaña.
Deje Sansón de Dálila el regazo:
Dálila engaña y corta los cabellos.
No pierda el fuerte el rayo de su brazo
por ser esclavo de unos ojos bellos.
Nada más triste que un titán que llora,
hombre-montaña encadenado a un lirio,
que gime, fuerte, que pujante implora:
víctima propia en su fatal martirio.
Hércules loco que a los pies de Onfalia
la clava deja y el luchar rehusa,
héroe que calza femenil sandalia,
Vate que olvida a la vibrante musa.
¡Quién desquijara los robustos leones,
hilando esclavo con la débil rueca;
sin labor, sin empuje, sin acciones;
puños de fierro y áspera muñeca!
No es tal poeta para hollar alfombras
por donde triunfan femeniles danzas:
que vibre rayos para herir las sombras,
que escriba versos que parezcan lanzas.
Relampagueando la soberbia estrofa
su surco deje de esplendente lumbre,
y el pantano de escándalo y de mofa
que no lo vea el águila en su cumbre.
Bravo soldado con su casco de oro
lance el dardo que quema y que desgarra,
que embiste rudo como embiste el toro,
que clave firme, como el león, la garra.
Cante valiente y al cantar trabaje;
que ofrezca robles si se juzga monte;
que su idea, en el mal rompa y desgaje
como en la selva virgen el bisonte.
Que lo que diga la inspirada boca
suene en el pueblo con palabra extraña;
ruido de oleaje al azotar la roca,
voz de caverna y soplo de montaña.
Deje Sansón de Dálila el regazo:
Dálila engaña y corta los cabellos.
No pierda el fuerte el rayo de su brazo
por ser esclavo de unos ojos bellos.
martes, 21 de enero de 2014
"Cuadernos (1957-1972)" de Cioran (3)
Todo cambia en una persona a lo largo de los años, salvo la voz. Solo ella asegura la identidad de un individuo. Habría que tomar las huellas vocales.
Para poder trabajar, hace falta un aguijón, una obligación contraída con alguien, necesito también tener un plazo, pues por mí mismo me abandono o me hundo en mi falta de curiosidad.
Una obra de algún peso no procede de investigaciones verbales, sino del sentimiento absoluto de una realidad. Ni Saint-Simon ni Tácito hicieron literatura. Un gran escritor vive en su lenguaje; no se preocupa del exterior. No medita sobre el estilo; tiene su estilo propio. Ha nacido con su estilo.
El hombre es indiscutiblemente una aparición extraordinaria, pero no es un logro.
Lo que cada vez comprendo menos son los caracteres fuertes, generosos, fecundos, en perpetua emanación, siempre satisfechos de producir, de manifestarse, de ser. Su energía me supera, pero no los envidio. No saben lo que hacen...
Heidegger habla de Hölderlin como si se tratara de un presocrático. Aplicar el mismo trato a un poeta y a un pensador me parece una herejía. Hay autores a los que los filósofos no deberían tocar. Desarticular un poema como se hace con un sistema es un crimen contra la poesía.
Cosa curiosa: a los poetas les satisface que se hagan consideraciones sobre su obra. Los halaga, se hacen la ilusión de que es un ascenso. ¡Qué lamentabe!
Solo el amante sincero de poesía sufre por esa intromisión sacrílega de los filósofos en un ámbito que debería estarles vedado, que les está vedado naturalmente. ¡No hay un solo filósofo (¿NIetzsche?) que haya hecho un solo poema aceptable! (Hay -cierto es- sistemas con tendencia poética -Platón, Schopenhauer-, pero se trata de la visión o de una obra marcada por la frecuentación de los poetas: Schopenhauer.)
Elie Wiesel, judío de Sighet, en el norte de Transilvania, me cuenta que hace dos años volvió a su ciudad natal. Nada había cambiado, salvo que ya no quedaban judíos. Antes de ser deportados por los nazis, habían ocultado joyas y todo en la tierra. Él mismo había enterrado un reloj de oro. Después de llegar a Sighet, se fue a buscarlo en plena noche. Volvió a encontrarlo, lo contempló, pero no pudo llevárselo. Tenía la sensación de cometer un robo. En la ciudad fantasma, su ciudad, no encontró a ningún conocido, él es el único superviviente de la matanza.
Desde el exterior, todo clan, toda secta, todo partido, parecen homogéneos; desde el interior, la diversidad es en ellos máxima. Los conflictos en un convento son tan reales y frecuentes como en cualquier sociedad. Incluso en la soledad, los hombres se agrupan tan solo para huir de la paz.
El "Oráculo manual" de Baltasar Gracián se parece en el tono al "Tao Te king". Pero podría ser que hubiera entre esos dos libritos analogías más profundas, correspondencias misteriosas. ¿Será una ilusión por mi parte? ¿O se tratará de una impresión legítima? Tengo que comprobar todo eso.
Mi maldición: me gusta tomar un libro en las manos y siempre siento gozo al abrir uno, sea cual fuere. Pero no tengo una biblioteca: es mi salvación.
Para poder trabajar, hace falta un aguijón, una obligación contraída con alguien, necesito también tener un plazo, pues por mí mismo me abandono o me hundo en mi falta de curiosidad.
Una obra de algún peso no procede de investigaciones verbales, sino del sentimiento absoluto de una realidad. Ni Saint-Simon ni Tácito hicieron literatura. Un gran escritor vive en su lenguaje; no se preocupa del exterior. No medita sobre el estilo; tiene su estilo propio. Ha nacido con su estilo.
El hombre es indiscutiblemente una aparición extraordinaria, pero no es un logro.
Lo que cada vez comprendo menos son los caracteres fuertes, generosos, fecundos, en perpetua emanación, siempre satisfechos de producir, de manifestarse, de ser. Su energía me supera, pero no los envidio. No saben lo que hacen...
Heidegger habla de Hölderlin como si se tratara de un presocrático. Aplicar el mismo trato a un poeta y a un pensador me parece una herejía. Hay autores a los que los filósofos no deberían tocar. Desarticular un poema como se hace con un sistema es un crimen contra la poesía.
Cosa curiosa: a los poetas les satisface que se hagan consideraciones sobre su obra. Los halaga, se hacen la ilusión de que es un ascenso. ¡Qué lamentabe!
Solo el amante sincero de poesía sufre por esa intromisión sacrílega de los filósofos en un ámbito que debería estarles vedado, que les está vedado naturalmente. ¡No hay un solo filósofo (¿NIetzsche?) que haya hecho un solo poema aceptable! (Hay -cierto es- sistemas con tendencia poética -Platón, Schopenhauer-, pero se trata de la visión o de una obra marcada por la frecuentación de los poetas: Schopenhauer.)
Elie Wiesel, judío de Sighet, en el norte de Transilvania, me cuenta que hace dos años volvió a su ciudad natal. Nada había cambiado, salvo que ya no quedaban judíos. Antes de ser deportados por los nazis, habían ocultado joyas y todo en la tierra. Él mismo había enterrado un reloj de oro. Después de llegar a Sighet, se fue a buscarlo en plena noche. Volvió a encontrarlo, lo contempló, pero no pudo llevárselo. Tenía la sensación de cometer un robo. En la ciudad fantasma, su ciudad, no encontró a ningún conocido, él es el único superviviente de la matanza.
Desde el exterior, todo clan, toda secta, todo partido, parecen homogéneos; desde el interior, la diversidad es en ellos máxima. Los conflictos en un convento son tan reales y frecuentes como en cualquier sociedad. Incluso en la soledad, los hombres se agrupan tan solo para huir de la paz.
El "Oráculo manual" de Baltasar Gracián se parece en el tono al "Tao Te king". Pero podría ser que hubiera entre esos dos libritos analogías más profundas, correspondencias misteriosas. ¿Será una ilusión por mi parte? ¿O se tratará de una impresión legítima? Tengo que comprobar todo eso.
Mi maldición: me gusta tomar un libro en las manos y siempre siento gozo al abrir uno, sea cual fuere. Pero no tengo una biblioteca: es mi salvación.
Gottfried Benn, "Morgue y otros poemas" (3, y fin)
APÉNDICE
Todo está pulcro y preparado para el corte.
Los cuchillos humean. El abdomen marcado.
Bajo paños blancos hay algo que gime.
"Señor profesor, todo está listo."
La primera incisión. Como si el pan se rebanara.
"¡Pinzas!" Algo púrpura brota.
Más profundo. Los músculos: húmedos, brillantes, frescos.
¿Hay un ramo de rosas sobre la mesa?
¿Es pus lo que salta?
¿Habrán cortado el intestino?
"Doctor, si se para contra la luz,
ni el diablo puede ver el diafragma.
Anestesia, no puedo operar,
el hombre se va de paseo con su estómago."
Silencio, pesado, húmedo. En el vacío
tintinea una tijera en el suelo.
Y la enfermera angelical
ofrece algodones esterilizados.
"¡No puedo encontrar nada en esta porquería!"
"Sangre se oscurece. ¡Quíteme la mascarilla!"
"Pero—Dios del cielo—querido,
¡apriete mis esos talones!"
Todo deforme. ¡Por fin: aquí está!
"¡El hierro candente, enfermera!" Un siseo.
Por esta vez tuviste suerte, hijo mío.
La cosa estaba a punto de perforarse.
"¿Ve usted la pequeña mancha verde?
Tres horas y el estómago se llenaba de mierda."
Vientre cerrado, Piel cosida. "¡Esparadrapos, acá!
Buenos días señores."
La sala se vacía.
Furiosa castañea y rechina con las mejillas
la muerte se escurre a la barraca de los cancerosos.
HOMBRE Y MUJER CAMINAN POR LA BARRACA DE LOS CANCEROSOS
El hombre:
En esta fila regazos destruidos,
en esta otra pechos destruidos.
Cama apesta junto a cama. Las enfermeras se turnan cada hora.
Ven, levanta sin miedo esta manta.
Mira, este grumo de grasa y humores podridos,
alguna vez fue importante para un hombre
y también se llamaba patria y delirio.
Ven, mira estas cicatrices en el pecho.
¿Sientes el rosario de nudos blandos?
Toca sin temor. La carne es suave y no duele.
Esta mujer sangra como si tuviera treinta cuerpos.
Ningún ser humano tiene tanta sangre. A esta primero le cortaron
un niño del enfermo regazo.
Los dejan dormir. Día y noche. —A los nuevos
se les dice: aquí el sueño es curativo—. Solo los domingos,
para las visitas, se les deja un rato despiertos.
Es poca la comida que aún se consume. Las espaldas
están llenas de heridas. Mira las moscas. A veces
los lava una enfermera. Como se lavan los bancos.
Aquí se hincha alrededor de cada cama el campo labrado.
Carne se vuelve llanura. Fuego se pierde.
Humor se apresta a correr. Tierra llama.
CAFÉ NOCTURNO
824: vida y amor de las mujeres.
El violoncello se toma un trago. La flauta
eructa profundo en tres compases: la hermosa cena.
El tambor termina de leer una novela policial.
Dientes verdes, espinillas en la cara
le hace señas a una inflamación de párpado.
Grasa en el cabello
le habla a boca abierta con almendra faríngea
Fe, amor y esperanza alrededor del cuello.
Joven bocio quiere a nariz de dos bultos.
La convida a tres cervezas.
Sicosis compra claveles.
Para ablandar a papada.
Bemol-menor: la Sonata N° 35.
Dos ojos lanzan un grito:
¡No derramen la sangre de Chopin en la sala,
para que la chusma la pise!
¡Basta! ¡Eh, Gigi! —
La puerta se desborda: una mujer.
Desierto calcinado. Marrón canaanita.
Virgen. Plena de cuevas. Se acerca un aroma.
Poco aroma.
Solo es una dulce protuberancia del aire
contra mi cerebro.
Un cuerpo obeso con pasitos cortos salta detrás.
Todo está pulcro y preparado para el corte.
Los cuchillos humean. El abdomen marcado.
Bajo paños blancos hay algo que gime.
"Señor profesor, todo está listo."
La primera incisión. Como si el pan se rebanara.
"¡Pinzas!" Algo púrpura brota.
Más profundo. Los músculos: húmedos, brillantes, frescos.
¿Hay un ramo de rosas sobre la mesa?
¿Es pus lo que salta?
¿Habrán cortado el intestino?
"Doctor, si se para contra la luz,
ni el diablo puede ver el diafragma.
Anestesia, no puedo operar,
el hombre se va de paseo con su estómago."
Silencio, pesado, húmedo. En el vacío
tintinea una tijera en el suelo.
Y la enfermera angelical
ofrece algodones esterilizados.
"¡No puedo encontrar nada en esta porquería!"
"Sangre se oscurece. ¡Quíteme la mascarilla!"
"Pero—Dios del cielo—querido,
¡apriete mis esos talones!"
Todo deforme. ¡Por fin: aquí está!
"¡El hierro candente, enfermera!" Un siseo.
Por esta vez tuviste suerte, hijo mío.
La cosa estaba a punto de perforarse.
"¿Ve usted la pequeña mancha verde?
Tres horas y el estómago se llenaba de mierda."
Vientre cerrado, Piel cosida. "¡Esparadrapos, acá!
Buenos días señores."
La sala se vacía.
Furiosa castañea y rechina con las mejillas
la muerte se escurre a la barraca de los cancerosos.
HOMBRE Y MUJER CAMINAN POR LA BARRACA DE LOS CANCEROSOS
El hombre:
En esta fila regazos destruidos,
en esta otra pechos destruidos.
Cama apesta junto a cama. Las enfermeras se turnan cada hora.
Ven, levanta sin miedo esta manta.
Mira, este grumo de grasa y humores podridos,
alguna vez fue importante para un hombre
y también se llamaba patria y delirio.
Ven, mira estas cicatrices en el pecho.
¿Sientes el rosario de nudos blandos?
Toca sin temor. La carne es suave y no duele.
Esta mujer sangra como si tuviera treinta cuerpos.
Ningún ser humano tiene tanta sangre. A esta primero le cortaron
un niño del enfermo regazo.
Los dejan dormir. Día y noche. —A los nuevos
se les dice: aquí el sueño es curativo—. Solo los domingos,
para las visitas, se les deja un rato despiertos.
Es poca la comida que aún se consume. Las espaldas
están llenas de heridas. Mira las moscas. A veces
los lava una enfermera. Como se lavan los bancos.
Aquí se hincha alrededor de cada cama el campo labrado.
Carne se vuelve llanura. Fuego se pierde.
Humor se apresta a correr. Tierra llama.
CAFÉ NOCTURNO
824: vida y amor de las mujeres.
El violoncello se toma un trago. La flauta
eructa profundo en tres compases: la hermosa cena.
El tambor termina de leer una novela policial.
Dientes verdes, espinillas en la cara
le hace señas a una inflamación de párpado.
Grasa en el cabello
le habla a boca abierta con almendra faríngea
Fe, amor y esperanza alrededor del cuello.
Joven bocio quiere a nariz de dos bultos.
La convida a tres cervezas.
Sicosis compra claveles.
Para ablandar a papada.
Bemol-menor: la Sonata N° 35.
Dos ojos lanzan un grito:
¡No derramen la sangre de Chopin en la sala,
para que la chusma la pise!
¡Basta! ¡Eh, Gigi! —
La puerta se desborda: una mujer.
Desierto calcinado. Marrón canaanita.
Virgen. Plena de cuevas. Se acerca un aroma.
Poco aroma.
Solo es una dulce protuberancia del aire
contra mi cerebro.
Un cuerpo obeso con pasitos cortos salta detrás.
"Viendo su bien tan lejos mi deseo..." y "Tiempo fue ya que Amor no me trataba...", sonetos de Hernando de Acuña
Viendo su bien tan lejos mi deseo,
alejóseme tanto por seguirle,
que tuve por difícil reducirle
al derecho camino sin rodeo.
Y ahora tan mal me tiene, que me veo
sin fuerza con que pueda resistirle,
tan forzado me tiene a consentirle,
que soy el que de mí menos poseo.
Ninguna novedad hay que me aparte
de tal congoja, ni que yo la crea,
sino para mayor inconveniente;
pues siendo yo de mí la menor parte,
por fuerza hace Amor que él todo sea,
solo para sentir lo que él consiente.
Tiempo fue ya que Amor no me trataba
con tamaña aspereza como ahora,
tiempo fue ya que puso en mi señora
honesta compasión, que no mostraba;
tiempo fue ya que en parte mejoraba
todo lo que mis daños empeora;
tiempo fue ya del cual una sola hora
con mil veces morir no se pagaba.
Háseme vuelto oscura noche el día,
turbose el tiempo cuando más sereno,
el sol, cuando más claro, oscureció.
Amor tornó a seguir los que seguía,
y el bien que tuve, como bien ajeno,
de absoluto poder me le quitó.
alejóseme tanto por seguirle,
que tuve por difícil reducirle
al derecho camino sin rodeo.
Y ahora tan mal me tiene, que me veo
sin fuerza con que pueda resistirle,
tan forzado me tiene a consentirle,
que soy el que de mí menos poseo.
Ninguna novedad hay que me aparte
de tal congoja, ni que yo la crea,
sino para mayor inconveniente;
pues siendo yo de mí la menor parte,
por fuerza hace Amor que él todo sea,
solo para sentir lo que él consiente.
Tiempo fue ya que Amor no me trataba
con tamaña aspereza como ahora,
tiempo fue ya que puso en mi señora
honesta compasión, que no mostraba;
tiempo fue ya que en parte mejoraba
todo lo que mis daños empeora;
tiempo fue ya del cual una sola hora
con mil veces morir no se pagaba.
Háseme vuelto oscura noche el día,
turbose el tiempo cuando más sereno,
el sol, cuando más claro, oscureció.
Amor tornó a seguir los que seguía,
y el bien que tuve, como bien ajeno,
de absoluto poder me le quitó.
lunes, 20 de enero de 2014
Mesonero Romanos en "El salón de oriente"
El salón de Oriente
Abriose, en fin, el Salón de Oriente, este hermoso paréntesis entre la guerra civil y los empréstitos forzosos; entre la falta de pagas y los debates parlamentarios; entre el Palacio y el Espíritu Santo; entre la aristocracia y la democracia; entre la edad pasada y las futuras edades; entre la miseria y la opulencia; entre los antiguos amores y los amores nuevos; entre las harturas de Navidad y las abstinencias de Cuaresma; entre los desengaños de 1836 y las esperanzas de 1837.
Abriose, en fin, absorbiendo en su bullicioso seno la política, los triunfos militares, los reveses parlamentarios, los discursos periodísticos, las felicitaciones, las oposiciones, los planes de campaña, los presupuestos, las pretensiones, las relaciones, las enemistades y desvaríos de un pueblo grande, en cuya marcha tienen fija la vista los demás pueblos, y que en este momento se entrega apaciblemente a las gratas combinaciones de la mazurca.
Justo es que, dando al tiempo lo que es suyo, sigamos el impulso general y abandonemos también por un momento los modestos objetos a que ordinariamente nos dedicamos, para tratar del ídolo del día; que olvidemos las ciencias y la literatura por la máscara y el dominó; las narraciones históricas por el ruido de las músicas y la danza, y los monumentos de la antigüedad por el moderno salón oriental.
Las fuerzas, sin embargo, me abandonan cuando quiero penetrar en aquel complicado laberinto y pretendo traducir las páginas de un libro que a medida que la edad va clareando mis cabellos se me hace menos inteligible y expresivo.
Colocado enmedio del salón, veía indiferente y con aire de estupidez el rápido movimiento, los encontrados giros de moros y valencianas, de beatas y dominós, de arlequines y capuchones. -Para mí todos aquellos encuentros eran casuales, todas aquellas separaciones imprevistas. -Semejante al que mira jugar sin entender el juego, parecíame a veces que tal jugador debía triunfar cuando renunciaba, que tal otro debía pasar cuando tenía un estuche. -Aplaudía sin oportunidad, reía fuera de tiempo, y daba la vuelta por el salón para abrogarme el aspecto, de antiguo conocido, y el salón me respondía con la más profunda indiferencia. De aquí vine a sacar una gran verdad, y es que el año de 1837 no era el de 1832; que nuestra época había pasado, que otra generación nos había sucedido, y que tranquilamente y sin apercibirlo nos hallábamos ya colocados entre los desperdicios de la clásica antigüedad.
Resignado con la suerte, íbame a retirar sin osar penetrar en los arcanos de aquel interesante cuadro, cuando, quiso la fortuna depararme el más oportuno instrumento, para dibujar hasta una forma microscópica todos los colores y matices de aquella escena; un completo diccionario de aquellas simbólicas páginas; una brújula, en fin, segura para navegar con acierto en aquel agitado mar.
Consistía, pues, mi feliz encuentro en una de esas muchachas chiquitas, estereotípicas y de faltriquera, que se reproducen en todas partes y a todas horas, como una edición completa a mil ejemplares; que en invierno solemos hallar en el Prado tomando el sol, y en verano tomando la luna; que en febrero engañan con máscara de alegría, y en marzo con máscara de devoción; que en abril asisten a las tinieblas, y en mayo a la pradera de San Isidro a ver salir el sol; que en junio pasean la carrera del Corpus, y en julio la de la plaza de toros; que en agosto se bañan en todos los establecimientos posibles, y en setiembre ya están puestas en feria en la calle de Alcalá; que en octubre miran los cuadros de la Academia, y en noviembre los epitafios del campo santo; que en diciembre frecuentan los dulces de la Plaza, y en enero los patines del Retiro; y que en todos los meses, en todos los días, en todas las noches, llenan todas las calles, todas las tiendas, todas las iglesias, todas las tertulias, todas las procesiones, todos los circos, todas las romerías, todos los teatros, todas las misas de tropa, todos los entierros, todas las revistas, todas las entradas triunfales y todas las asonadas; desde la puerta de Toledo hasta el jardín de Apolo; desde la Plaza de Toros a la Casa de Campo; muchachas, en fin, pólipos, azogadas, imánicas, verdaderos caleidescopios multiformes, reproducciones fantásticas, y resolución práctica del problema del movimiento continuo.
Esta muchacha, viva, corretona y sulfúrica, era, como si dijéramos, una segunda edición, corregida y aumentada de cierta mamá verde, en plena posesión de sus treinta y ocho carnavales y de sus veinticuatro reales de Monte Pío, y viuda con quien yo había simpatizado bastante en mis años juveniles.
El lector me perdonará si me veo precisado a hacer aquí esta ligera revelación, pues no puedo de otro modo explicarle la franqueza con que la niña, atravesando el salón, vino flechada a encontrarme a uno de sus ángulos, donde a guisa de estatua de rinconera me hallaba entretenido con mis pensamientos, falto de mejor ocupación.
-¿Qué hace V. ahí? (me dijo mi amable interlocutora con una voz que penetró en mis oídos como un recuerdo de mis alegres años, cual un viento de primavera en una tarde canicular).
-¿Qué tengo de hacer? -respondí procurando poetizar un si es o no es mi discurso -estaba contando las luces del salón; pero en este momento echo de ver que había errado la cuenta, pues no había visto las dos que ahora me iluminan.
-¡Bah, bah! ¡Lindo retruécano! ¡Gusto clásico! Por esas señas, si V. trata de darnos la estadística del salón, escribirá que tiene cuatro mil pies, si es que son dos mil los concurrentes.
Un si es no es me desconcertó la respuesta, por la parte que ridiculizaba mi concepto; pero no pude menos de confesar que tenía razón, y se la dí, y el brazo para conducirla hasta el otro extremo del salón, donde a la sazón se hallaba la viuda madre, verificando, por lo que pude sospechar, la conversión de un sarraceno a su creencia.
En peor ocasión no podríamos llegar a la presencia maternal. -Esta voz mamá, dirigida por una muchacha de quince años a una vestal, delante de un moro adorador de su cándida inocencia, era una verdadera interpelación exótica, grosera y como lo son las más de las interpelaciones; por otro lado, mi presencia al lado de la hija venía a ser un discurso entero de oposición; era un drama completo, unas memorias autógrafas en cuatro tomos.
La sacerdotisa de Vesta se encontró, pues, tan desconcertada como un ministro tribunizado, o como un jugador de maños a quien hayan acertado la trampa; pero acordándose luego de sus treinta y ocho, nos dijo con entera seguridad: -«Tu mamá ha cambiado de traje conmigo, yo la he dado mi pasiega, y ella me ha dado, su vestal».
Y hétenos aquí, lector carísimo, buscando un zagalejo amarillo por aquellos, salones, corredores y escaleras, y preguntando a todos por una pasiega que primero había sido vestal.
Pero en vano; todas las vestales se ofendían de que las tomásemos por pasiegas, y ninguna pasiega estaba tampoco conforme en parecernos vestal.
Durante esta larga travesía, que para mi volátil pareja no fue sino un breve episodio, vino a revelarse en mí la acción principal de aquella noche. Y si no temiera abusar de la paciencia de mis lectores, daríales cuenta de las observaciones crítico-filosóficas que la inteligencia de aquella me proporcionaba; expondríales d'après nature todas las escenas, antes mudas a mis ojos, y ahora tan expresivas y significantes, auxiliado por el natural instinto de mi compañera. Ella reía, burlaba, preguntaba, respondía, observaba, y hacía, en fin, lo mismo que en ocasiones semejantes solía yo hacer algunos años antes; mi imaginación iba colgada de mi brazo; mi cabeza descansaba en la más profunda inacción; el Príncipe, Solís, Trastamara, San Bernardino, Abrantes, Santa Catalina, todos los sitios fecundos en sucesos, que para mí venían ya a ser otros tantos acusadores de mis años, otras tantas guías atrasadas, otros tantos laureles marchitos, reproducíanse a mi vista con todos sus encantos y frescura. Placíame en recorrer con aquel precioso talismán el magnífico salón, y vivificado con su fuego, veía renovado en mí aquel sentimiento bullicioso, maligno y juvenil, que algunas horas antes creía extinguido para siempre. Ya no me parecía el baile monótono, confuso y desacordado; ya no hallaba a la concurrencia fatigada, displicente y distraída; todo en mi imaginación había recibido un nuevo sentimiento; la agitación y el movimiento eran entonces condiciones de mi existencia; el ruido y el continuo roce, el resplandor de las luces, los vapores de la atmósfera, obraban fuertemente en mis sentidos. Necesitaba ya, como antiguamente, correr del salón a la fonda, de los tocadores a las piezas de descanso, de la tribuna a la sala de juego; y aquel continuo vagar por tránsitos y escaleras, y preguntar a todos y no responder ninguno, y respetar los misteriosos coloquios de los ángulos de las salas, y evitar las banquetas donde tienen su asiento las mamás inamovibles y sólidas, y embrollar al paso alguna pareja dichosa, y servir de punto de conciliación a las nuevas intrigas en agraz.
No sé cómo explicarlo; pero aquella muchacha había cambiado mi existencia, había hecho retroceder mi edad. Ya no había para mí Oriente, ni observaciones, ni 1837 -había únicamente amor, máscaras y 1832.
A imitación de mi cabeza, mis piernas se hallaban también aligeradas; y luego ¿quién no vuela en alas de un serafín? No hubo más, sino que al ruido de la música, vínome a la memoria el olvidado compás, y creyéndome el genio de aquella sílfide, improvisé una galope instintiva, espontánea, aérea, que... Mas ¡oh dolor! mis pies, entumecidos de algunos años, se rehúsan al movimiento... mi pareja sigue la figura en los móviles brazos de un barbudo galán, y... ¡ay de mí!... ¿qué es esto?... las luces... se apagan las luces... la gente desaparece... el ruido se convierte en silencioy se abre una puerta... alguien me toca. -¿Eres tú, divina criatura?... ¿qué es esto?... ¿quién me mueve?...
- Señur, las ochu en puntu ...
-¡Ah, maldito gallego!
¡Desapareció la ilusión! Todo se explica. El salón era mi alcoba; el que entraba a llamarme, mi gallego; el baile, un sueño; y mi amable pareja, aérea, incorpórea, impalpable era, en fin, mi imaginación, que no quiere aún renunciar a la juventud.
Abriose, en fin, el Salón de Oriente, este hermoso paréntesis entre la guerra civil y los empréstitos forzosos; entre la falta de pagas y los debates parlamentarios; entre el Palacio y el Espíritu Santo; entre la aristocracia y la democracia; entre la edad pasada y las futuras edades; entre la miseria y la opulencia; entre los antiguos amores y los amores nuevos; entre las harturas de Navidad y las abstinencias de Cuaresma; entre los desengaños de 1836 y las esperanzas de 1837.
Abriose, en fin, absorbiendo en su bullicioso seno la política, los triunfos militares, los reveses parlamentarios, los discursos periodísticos, las felicitaciones, las oposiciones, los planes de campaña, los presupuestos, las pretensiones, las relaciones, las enemistades y desvaríos de un pueblo grande, en cuya marcha tienen fija la vista los demás pueblos, y que en este momento se entrega apaciblemente a las gratas combinaciones de la mazurca.
Justo es que, dando al tiempo lo que es suyo, sigamos el impulso general y abandonemos también por un momento los modestos objetos a que ordinariamente nos dedicamos, para tratar del ídolo del día; que olvidemos las ciencias y la literatura por la máscara y el dominó; las narraciones históricas por el ruido de las músicas y la danza, y los monumentos de la antigüedad por el moderno salón oriental.
Las fuerzas, sin embargo, me abandonan cuando quiero penetrar en aquel complicado laberinto y pretendo traducir las páginas de un libro que a medida que la edad va clareando mis cabellos se me hace menos inteligible y expresivo.
Colocado enmedio del salón, veía indiferente y con aire de estupidez el rápido movimiento, los encontrados giros de moros y valencianas, de beatas y dominós, de arlequines y capuchones. -Para mí todos aquellos encuentros eran casuales, todas aquellas separaciones imprevistas. -Semejante al que mira jugar sin entender el juego, parecíame a veces que tal jugador debía triunfar cuando renunciaba, que tal otro debía pasar cuando tenía un estuche. -Aplaudía sin oportunidad, reía fuera de tiempo, y daba la vuelta por el salón para abrogarme el aspecto, de antiguo conocido, y el salón me respondía con la más profunda indiferencia. De aquí vine a sacar una gran verdad, y es que el año de 1837 no era el de 1832; que nuestra época había pasado, que otra generación nos había sucedido, y que tranquilamente y sin apercibirlo nos hallábamos ya colocados entre los desperdicios de la clásica antigüedad.
Resignado con la suerte, íbame a retirar sin osar penetrar en los arcanos de aquel interesante cuadro, cuando, quiso la fortuna depararme el más oportuno instrumento, para dibujar hasta una forma microscópica todos los colores y matices de aquella escena; un completo diccionario de aquellas simbólicas páginas; una brújula, en fin, segura para navegar con acierto en aquel agitado mar.
Consistía, pues, mi feliz encuentro en una de esas muchachas chiquitas, estereotípicas y de faltriquera, que se reproducen en todas partes y a todas horas, como una edición completa a mil ejemplares; que en invierno solemos hallar en el Prado tomando el sol, y en verano tomando la luna; que en febrero engañan con máscara de alegría, y en marzo con máscara de devoción; que en abril asisten a las tinieblas, y en mayo a la pradera de San Isidro a ver salir el sol; que en junio pasean la carrera del Corpus, y en julio la de la plaza de toros; que en agosto se bañan en todos los establecimientos posibles, y en setiembre ya están puestas en feria en la calle de Alcalá; que en octubre miran los cuadros de la Academia, y en noviembre los epitafios del campo santo; que en diciembre frecuentan los dulces de la Plaza, y en enero los patines del Retiro; y que en todos los meses, en todos los días, en todas las noches, llenan todas las calles, todas las tiendas, todas las iglesias, todas las tertulias, todas las procesiones, todos los circos, todas las romerías, todos los teatros, todas las misas de tropa, todos los entierros, todas las revistas, todas las entradas triunfales y todas las asonadas; desde la puerta de Toledo hasta el jardín de Apolo; desde la Plaza de Toros a la Casa de Campo; muchachas, en fin, pólipos, azogadas, imánicas, verdaderos caleidescopios multiformes, reproducciones fantásticas, y resolución práctica del problema del movimiento continuo.
Esta muchacha, viva, corretona y sulfúrica, era, como si dijéramos, una segunda edición, corregida y aumentada de cierta mamá verde, en plena posesión de sus treinta y ocho carnavales y de sus veinticuatro reales de Monte Pío, y viuda con quien yo había simpatizado bastante en mis años juveniles.
El lector me perdonará si me veo precisado a hacer aquí esta ligera revelación, pues no puedo de otro modo explicarle la franqueza con que la niña, atravesando el salón, vino flechada a encontrarme a uno de sus ángulos, donde a guisa de estatua de rinconera me hallaba entretenido con mis pensamientos, falto de mejor ocupación.
-¿Qué hace V. ahí? (me dijo mi amable interlocutora con una voz que penetró en mis oídos como un recuerdo de mis alegres años, cual un viento de primavera en una tarde canicular).
-¿Qué tengo de hacer? -respondí procurando poetizar un si es o no es mi discurso -estaba contando las luces del salón; pero en este momento echo de ver que había errado la cuenta, pues no había visto las dos que ahora me iluminan.
-¡Bah, bah! ¡Lindo retruécano! ¡Gusto clásico! Por esas señas, si V. trata de darnos la estadística del salón, escribirá que tiene cuatro mil pies, si es que son dos mil los concurrentes.
Un si es no es me desconcertó la respuesta, por la parte que ridiculizaba mi concepto; pero no pude menos de confesar que tenía razón, y se la dí, y el brazo para conducirla hasta el otro extremo del salón, donde a la sazón se hallaba la viuda madre, verificando, por lo que pude sospechar, la conversión de un sarraceno a su creencia.
En peor ocasión no podríamos llegar a la presencia maternal. -Esta voz mamá, dirigida por una muchacha de quince años a una vestal, delante de un moro adorador de su cándida inocencia, era una verdadera interpelación exótica, grosera y como lo son las más de las interpelaciones; por otro lado, mi presencia al lado de la hija venía a ser un discurso entero de oposición; era un drama completo, unas memorias autógrafas en cuatro tomos.
La sacerdotisa de Vesta se encontró, pues, tan desconcertada como un ministro tribunizado, o como un jugador de maños a quien hayan acertado la trampa; pero acordándose luego de sus treinta y ocho, nos dijo con entera seguridad: -«Tu mamá ha cambiado de traje conmigo, yo la he dado mi pasiega, y ella me ha dado, su vestal».
Y hétenos aquí, lector carísimo, buscando un zagalejo amarillo por aquellos, salones, corredores y escaleras, y preguntando a todos por una pasiega que primero había sido vestal.
Pero en vano; todas las vestales se ofendían de que las tomásemos por pasiegas, y ninguna pasiega estaba tampoco conforme en parecernos vestal.
Durante esta larga travesía, que para mi volátil pareja no fue sino un breve episodio, vino a revelarse en mí la acción principal de aquella noche. Y si no temiera abusar de la paciencia de mis lectores, daríales cuenta de las observaciones crítico-filosóficas que la inteligencia de aquella me proporcionaba; expondríales d'après nature todas las escenas, antes mudas a mis ojos, y ahora tan expresivas y significantes, auxiliado por el natural instinto de mi compañera. Ella reía, burlaba, preguntaba, respondía, observaba, y hacía, en fin, lo mismo que en ocasiones semejantes solía yo hacer algunos años antes; mi imaginación iba colgada de mi brazo; mi cabeza descansaba en la más profunda inacción; el Príncipe, Solís, Trastamara, San Bernardino, Abrantes, Santa Catalina, todos los sitios fecundos en sucesos, que para mí venían ya a ser otros tantos acusadores de mis años, otras tantas guías atrasadas, otros tantos laureles marchitos, reproducíanse a mi vista con todos sus encantos y frescura. Placíame en recorrer con aquel precioso talismán el magnífico salón, y vivificado con su fuego, veía renovado en mí aquel sentimiento bullicioso, maligno y juvenil, que algunas horas antes creía extinguido para siempre. Ya no me parecía el baile monótono, confuso y desacordado; ya no hallaba a la concurrencia fatigada, displicente y distraída; todo en mi imaginación había recibido un nuevo sentimiento; la agitación y el movimiento eran entonces condiciones de mi existencia; el ruido y el continuo roce, el resplandor de las luces, los vapores de la atmósfera, obraban fuertemente en mis sentidos. Necesitaba ya, como antiguamente, correr del salón a la fonda, de los tocadores a las piezas de descanso, de la tribuna a la sala de juego; y aquel continuo vagar por tránsitos y escaleras, y preguntar a todos y no responder ninguno, y respetar los misteriosos coloquios de los ángulos de las salas, y evitar las banquetas donde tienen su asiento las mamás inamovibles y sólidas, y embrollar al paso alguna pareja dichosa, y servir de punto de conciliación a las nuevas intrigas en agraz.
No sé cómo explicarlo; pero aquella muchacha había cambiado mi existencia, había hecho retroceder mi edad. Ya no había para mí Oriente, ni observaciones, ni 1837 -había únicamente amor, máscaras y 1832.
A imitación de mi cabeza, mis piernas se hallaban también aligeradas; y luego ¿quién no vuela en alas de un serafín? No hubo más, sino que al ruido de la música, vínome a la memoria el olvidado compás, y creyéndome el genio de aquella sílfide, improvisé una galope instintiva, espontánea, aérea, que... Mas ¡oh dolor! mis pies, entumecidos de algunos años, se rehúsan al movimiento... mi pareja sigue la figura en los móviles brazos de un barbudo galán, y... ¡ay de mí!... ¿qué es esto?... las luces... se apagan las luces... la gente desaparece... el ruido se convierte en silencioy se abre una puerta... alguien me toca. -¿Eres tú, divina criatura?... ¿qué es esto?... ¿quién me mueve?...
- Señur, las ochu en puntu ...
-¡Ah, maldito gallego!
¡Desapareció la ilusión! Todo se explica. El salón era mi alcoba; el que entraba a llamarme, mi gallego; el baile, un sueño; y mi amable pareja, aérea, incorpórea, impalpable era, en fin, mi imaginación, que no quiere aún renunciar a la juventud.
sábado, 18 de enero de 2014
jueves, 16 de enero de 2014
Poemas de Elías Nandino (2), "Algún día", "Verdad bronca" y "Meteoro" (con matemáticas) y "Dentro de mí"
ALGÚN DÍA
Como no llueve
la tierra está reseca
y el polvo vuela:
(Algún día volaremos
como esta tierra ciega.)
VERDAD BRONCA
Entre tus piernas
y las mías
hay un axioma
que no admite teorías.
METEORO
Sobre la mesa
un vaso
se desmaya,
rueda,
cae.
Al estrellarse
contra el piso,
una galaxia
nace.
DENTRO DE MÍ
Con los ojos
altamente asomados a la noche
contemplo las estrellas
y dentro de mí,
en el río incansable de mi sangre,
las siento y las descubro
reflejadas,
luminosas y hondas,
como si mi entraña fuera
el mismo cielo
en donde están ardiendo.
Como no llueve
la tierra está reseca
y el polvo vuela:
(Algún día volaremos
como esta tierra ciega.)
VERDAD BRONCA
Entre tus piernas
y las mías
hay un axioma
que no admite teorías.
METEORO
Sobre la mesa
un vaso
se desmaya,
rueda,
cae.
Al estrellarse
contra el piso,
una galaxia
nace.
DENTRO DE MÍ
Con los ojos
altamente asomados a la noche
contemplo las estrellas
y dentro de mí,
en el río incansable de mi sangre,
las siento y las descubro
reflejadas,
luminosas y hondas,
como si mi entraña fuera
el mismo cielo
en donde están ardiendo.
Recorrido por "Sombra del Paraíso" de Vicente Aleixandre. Hoy "Nacimiento del amor"
NACIMIENTO DEL AMOR
¿Cómo nació el amor? Fue ya en otoño.
Maduro el mundo,
no te aguardaba ya. Llegaste alegre,
ligeramente rubia, resbalando en lo blando
del tiempo. Y te miré. ¡Qué hermosa
me pareciste aún, sonriente, vívida,
frente a la luna aún niña, prematura en la tarde,
sin luz, graciosa en aires dorados; como tú,
que llegabas sobre el azul, sin beso,
pero con dientes claros, con impaciente amor!
Te miré. La tristeza
se encogía a lo lejos, llena de paños largos,
como un poniente graso que sus ondas retira.
Casi una lluvia fina -¡el cielo, azul!- mojaba
tu frente nueva. ¡Amante, amante era el destino
de la luz! Tan dorada te miré que los soles
apenas se atrevían a insistir, a encenderse
por ti, de ti, a darte siempre
su pasión luminosa, ronda tierna
de soles que giraban en torno a ti, astro dulce,
en torno a un cuerpo casi transparente, gozoso,
que empapa luces húmedas, finales, de la tarde
y vierte, todavía matinal, sus auroras.
Eras tú, amor, destino, final amor luciente,
nacimiento penúltimo hacia la muerte acaso.
Pero no. Tú asomaste. ¿Eras ave, eras cuerpo,
alma solo? Ah, tu carne traslúcida
besaba como dos alas tibias,
como el aire que mueve un pecho respirando,
y sentí tus palabras, tu perfume,
y en el alma profunda, clarividente
diste fondo. Calado de ti hasta el tuétano de la luz,
sentí tristeza, tristeza del amor: amor es triste.
En mi alma nacía el día. Brillando
estaba de ti; tu alma en mí estaba.
Sentí dentro, en mi boca, el sabor a la aurora.
Mis ojos dieron su dorada verdad. Sentí a los pájaros
en mi frente piar, ensordeciendo
mi corazón. Miré por dentro
los ramos, las cañadas luminosas, las alas variantes,
y un vuelo de plumajes de color, de encendidos
presentes me embriagó, mientras todo mi ser a un mediodía,
raudo, loco, creciente se incendiaba
y mi sangre ruidosa se despeñaba en gozos
de amor, de luz, de plenitud, de espuma.
¿Cómo nació el amor? Fue ya en otoño.
Maduro el mundo,
no te aguardaba ya. Llegaste alegre,
ligeramente rubia, resbalando en lo blando
del tiempo. Y te miré. ¡Qué hermosa
me pareciste aún, sonriente, vívida,
frente a la luna aún niña, prematura en la tarde,
sin luz, graciosa en aires dorados; como tú,
que llegabas sobre el azul, sin beso,
pero con dientes claros, con impaciente amor!
Te miré. La tristeza
se encogía a lo lejos, llena de paños largos,
como un poniente graso que sus ondas retira.
Casi una lluvia fina -¡el cielo, azul!- mojaba
tu frente nueva. ¡Amante, amante era el destino
de la luz! Tan dorada te miré que los soles
apenas se atrevían a insistir, a encenderse
por ti, de ti, a darte siempre
su pasión luminosa, ronda tierna
de soles que giraban en torno a ti, astro dulce,
en torno a un cuerpo casi transparente, gozoso,
que empapa luces húmedas, finales, de la tarde
y vierte, todavía matinal, sus auroras.
Eras tú, amor, destino, final amor luciente,
nacimiento penúltimo hacia la muerte acaso.
Pero no. Tú asomaste. ¿Eras ave, eras cuerpo,
alma solo? Ah, tu carne traslúcida
besaba como dos alas tibias,
como el aire que mueve un pecho respirando,
y sentí tus palabras, tu perfume,
y en el alma profunda, clarividente
diste fondo. Calado de ti hasta el tuétano de la luz,
sentí tristeza, tristeza del amor: amor es triste.
En mi alma nacía el día. Brillando
estaba de ti; tu alma en mí estaba.
Sentí dentro, en mi boca, el sabor a la aurora.
Mis ojos dieron su dorada verdad. Sentí a los pájaros
en mi frente piar, ensordeciendo
mi corazón. Miré por dentro
los ramos, las cañadas luminosas, las alas variantes,
y un vuelo de plumajes de color, de encendidos
presentes me embriagó, mientras todo mi ser a un mediodía,
raudo, loco, creciente se incendiaba
y mi sangre ruidosa se despeñaba en gozos
de amor, de luz, de plenitud, de espuma.
miércoles, 15 de enero de 2014
Selección de la "Novena poesía vertical" de Roberto Juarroz (2)
6
Todo se apoya en algo
o cuelga de algo.
Pero ¿dónde se apoya
o de qué cuelga el centro?
Tal vez se apoye en su propia periferia
y también cuelgue de ella.
La rosa se apoya en la tierra
pero en verdad cuelga del cielo.
El pensar se apoya en un desliz del cuerpo,
pero en verdad cuelga del sueño.
El amor se apoya en un espacio recortado,
pero en verdad cuelga de un tiempo recortado.
La presencia se apoya en lo que hay,
pero en verdad cuelga de lo que no hay.
El centro se apoya en un vacío,
pero en verdad cuelga de otro.
8
Mensaje del azul entre las hojas,
lectura sin la trampa del sentido,
sin el enturbiamiento de las significaciones.
Mensaje del silencio cuando no es espera
de ningún otro mensaje,
cuando es solo una masa desnuda.
Mensaje del gesto más inexperto de tus manos,
olvidadas de ti, de mí, de todo,
de la combinación de sus funciones
que a veces soliviantan al mundo.
Mensaje del azar que se despierta
o quizá del azar que se duerme
y abandona la última vigilancia,
para que lo que ocurre
ocurra como si no ocurriese.
Mensajes sin mensaje.
No hay mayor libertad,
no hay nada más opuesto a la muerte,
no hay encuentro más abierto.
9
Desde todas las cosas se levantan cantos.
Algunos se duermen en el aire
y caen enseguida como semillas huecas.
Otros tropiezan con las otras cosas
y se pierden en ellas.
Y otros encuentran las palabras que vagan
y se funden así con el canto del hombre.
De ese agreste montaje,
de esa insólita mezcla
híbrida como el mundo,
impura como el mundo,
empieza un nuevo canto,
más libre,
más suelto que la vida:
nace el canto del mundo.
Y ese canto reemplaza,
casi en un rito clandestino,
la prolongada ausencia
del canto de los dioses.
De los dioses,
que nunca se entendieron del todo con las cosas.
Todo se apoya en algo
o cuelga de algo.
Pero ¿dónde se apoya
o de qué cuelga el centro?
Tal vez se apoye en su propia periferia
y también cuelgue de ella.
La rosa se apoya en la tierra
pero en verdad cuelga del cielo.
El pensar se apoya en un desliz del cuerpo,
pero en verdad cuelga del sueño.
El amor se apoya en un espacio recortado,
pero en verdad cuelga de un tiempo recortado.
La presencia se apoya en lo que hay,
pero en verdad cuelga de lo que no hay.
El centro se apoya en un vacío,
pero en verdad cuelga de otro.
8
Mensaje del azul entre las hojas,
lectura sin la trampa del sentido,
sin el enturbiamiento de las significaciones.
Mensaje del silencio cuando no es espera
de ningún otro mensaje,
cuando es solo una masa desnuda.
Mensaje del gesto más inexperto de tus manos,
olvidadas de ti, de mí, de todo,
de la combinación de sus funciones
que a veces soliviantan al mundo.
Mensaje del azar que se despierta
o quizá del azar que se duerme
y abandona la última vigilancia,
para que lo que ocurre
ocurra como si no ocurriese.
Mensajes sin mensaje.
No hay mayor libertad,
no hay nada más opuesto a la muerte,
no hay encuentro más abierto.
9
Desde todas las cosas se levantan cantos.
Algunos se duermen en el aire
y caen enseguida como semillas huecas.
Otros tropiezan con las otras cosas
y se pierden en ellas.
Y otros encuentran las palabras que vagan
y se funden así con el canto del hombre.
De ese agreste montaje,
de esa insólita mezcla
híbrida como el mundo,
impura como el mundo,
empieza un nuevo canto,
más libre,
más suelto que la vida:
nace el canto del mundo.
Y ese canto reemplaza,
casi en un rito clandestino,
la prolongada ausencia
del canto de los dioses.
De los dioses,
que nunca se entendieron del todo con las cosas.
"Pensamientos de otoño", de Rubén Darío, en "Azul"
PENSAMIENTOS DE OTOÑO
De Armand Silvestre
Huye el año a su término
como arroyo que pasa,
llevando del poniente
luz fugitiva y pálida.
Y así como el del pájaro
que triste tiende el ala,
el vuelo del recuerdo
que al espacio se lanza
languidece en lo inmenso
del azul por do vaga.
Huye el año a su término
como arroyo que pasa.
Un algo de alma aUn yerra
por loS cálices muertos
de las tardas volúbiles
y los rosales trémulos.
Y de luces lejanas
al hondo firmamento,
en las alas del perfume
aún se remonta un sueño.
Un algo de alma aun yerra
por los cálices muertos.
Canción de despedida
fingen las fuentes túrbias.
Si te place, amor mío,
volvamos a la ruta,
que allá en la primavera
ambos, las mano juntas,
seguimos; embriagados
de amor y de ternura,
por los gratos senderos
do sus ramas columpian
olientes avenidas
que las flores perfuman.
Canción de despedida
fingen las fuentes túrbias.
Un cántico de amores
brota mi pecho ardiente
que eterno abril fecundo
de juventud florece.
¡Que mueran, en buen hora
los bellos días! Llegue
otra vez el invierno;
renazca áspero y fuerte.
Del viento entre el quejido
cual mágico himno alegre
un cántico de amores
brota mi pecho ardiente.
Un cántico de amores
a tu sacra beldad,
¡mujer, eterno estío,
primavera inmortal!
Hermana del ígneo astro
que por la inmensidad
en toda estación vierte
fecundo y sin cesar,
de su luz esplendente
el dorado raudal.
Un cántico de amores
a tu sacra beldad,
¡mujer, eterno estío,
primavera inmortal!
De Armand Silvestre
Huye el año a su término
como arroyo que pasa,
llevando del poniente
luz fugitiva y pálida.
Y así como el del pájaro
que triste tiende el ala,
el vuelo del recuerdo
que al espacio se lanza
languidece en lo inmenso
del azul por do vaga.
Huye el año a su término
como arroyo que pasa.
Un algo de alma aUn yerra
por loS cálices muertos
de las tardas volúbiles
y los rosales trémulos.
Y de luces lejanas
al hondo firmamento,
en las alas del perfume
aún se remonta un sueño.
Un algo de alma aun yerra
por los cálices muertos.
Canción de despedida
fingen las fuentes túrbias.
Si te place, amor mío,
volvamos a la ruta,
que allá en la primavera
ambos, las mano juntas,
seguimos; embriagados
de amor y de ternura,
por los gratos senderos
do sus ramas columpian
olientes avenidas
que las flores perfuman.
Canción de despedida
fingen las fuentes túrbias.
Un cántico de amores
brota mi pecho ardiente
que eterno abril fecundo
de juventud florece.
¡Que mueran, en buen hora
los bellos días! Llegue
otra vez el invierno;
renazca áspero y fuerte.
Del viento entre el quejido
cual mágico himno alegre
un cántico de amores
brota mi pecho ardiente.
Un cántico de amores
a tu sacra beldad,
¡mujer, eterno estío,
primavera inmortal!
Hermana del ígneo astro
que por la inmensidad
en toda estación vierte
fecundo y sin cesar,
de su luz esplendente
el dorado raudal.
Un cántico de amores
a tu sacra beldad,
¡mujer, eterno estío,
primavera inmortal!
martes, 14 de enero de 2014
"Cuadernos (1957-1972)" de Cioran (2)
Unos buscan la gloria; otros, la verdad. Yo me atrevo a situarme entre los segundos. Una tarea irrealizable ofrece más seducción que un objetivo asequible. ¡Qué humillación proponerse la aprobación de los hombres como objetivo!
Solo hay una nostalgia: la del Paraíso. Y tal vez la de España.
El apego a las personas es la causa de todos nuestros sufrimientos, pero está tan anclado en nosotros, que, si cede, toda la economía de nuestro ser resulta desequilibrada.
La fidelidad es encomiable, pero tiene algo malo, nos ensucia. Ese deseo de revisar nuestras amistades y todas nuestras admiraciones, de cambiar de ídolos, de ir a rezar a otra parte, es lo que demuestra que aún tenemos recursos, ilusiones, en reserva.
Lo que temo no es la muerte, sino la vida. Por mucho que me remonte en la memoria, siempre me ha parecido insondable y aterradora. Mi incapacidad para insertarme en ella. Miedo, además, de los hombres, como si perteneciera a otra especie. Siempre el sentimiento de que en ningún punto concidían mis intereses con los suyos.
Tengo que escribir un texto sobre el dolor. Veo claro lo que he de decir al respecto... pero, ¿por qué decirlo? ¿Por qué no sufrir en silencio como los animales?
En un artículo sobre Lorca, Jorge Guillén habla de la efervescencia intelectual en España hacia el año 1933. Tres años después, la catástrofe. Todas las épocas intelectualmente fecundas anuncian desastres históricos. Nunca el conflicto de las ideas, las discusiones apasionadas que comprometen a una generación se limitan al ámbito del espíritu: ese hervidero no presagia nada bueno. Las revoluciones y las guerras son el espíritu en marcha, es decir, el triunfo y la degradación final del espíritu.
He pasado dos horas maravillosas con una familia rusa. ¡Esa gente ha cambiado tan poco desde sus grandes novelas! Su inadaptación es hermosa. Por lo demás, la adaptabilidad es señal de falta de carácter y de vaciedad interior.
Una religión solo está viva antes de la elaboración de los dogmas. Tan solo creemos de verdad mientras ignoramos lo que debemos creer exactamente.
Los pesimistas no tienen razón: vista desde lejos, la vida nada tiene de trágica, solo lo es de cerca, observada en detalle. La vista de conjunto la vuelve inútil y cómica. Y eso es aplicable a nuestra experiencia íntima.
Solo hay una nostalgia: la del Paraíso. Y tal vez la de España.
El apego a las personas es la causa de todos nuestros sufrimientos, pero está tan anclado en nosotros, que, si cede, toda la economía de nuestro ser resulta desequilibrada.
La fidelidad es encomiable, pero tiene algo malo, nos ensucia. Ese deseo de revisar nuestras amistades y todas nuestras admiraciones, de cambiar de ídolos, de ir a rezar a otra parte, es lo que demuestra que aún tenemos recursos, ilusiones, en reserva.
Lo que temo no es la muerte, sino la vida. Por mucho que me remonte en la memoria, siempre me ha parecido insondable y aterradora. Mi incapacidad para insertarme en ella. Miedo, además, de los hombres, como si perteneciera a otra especie. Siempre el sentimiento de que en ningún punto concidían mis intereses con los suyos.
Tengo que escribir un texto sobre el dolor. Veo claro lo que he de decir al respecto... pero, ¿por qué decirlo? ¿Por qué no sufrir en silencio como los animales?
En un artículo sobre Lorca, Jorge Guillén habla de la efervescencia intelectual en España hacia el año 1933. Tres años después, la catástrofe. Todas las épocas intelectualmente fecundas anuncian desastres históricos. Nunca el conflicto de las ideas, las discusiones apasionadas que comprometen a una generación se limitan al ámbito del espíritu: ese hervidero no presagia nada bueno. Las revoluciones y las guerras son el espíritu en marcha, es decir, el triunfo y la degradación final del espíritu.
He pasado dos horas maravillosas con una familia rusa. ¡Esa gente ha cambiado tan poco desde sus grandes novelas! Su inadaptación es hermosa. Por lo demás, la adaptabilidad es señal de falta de carácter y de vaciedad interior.
Una religión solo está viva antes de la elaboración de los dogmas. Tan solo creemos de verdad mientras ignoramos lo que debemos creer exactamente.
Los pesimistas no tienen razón: vista desde lejos, la vida nada tiene de trágica, solo lo es de cerca, observada en detalle. La vista de conjunto la vuelve inútil y cómica. Y eso es aplicable a nuestra experiencia íntima.
Gottfried Benn, "Morgue y otros poemas" (2)
LA NOVIA DEL NEGRO
Entonces sobre almohadas de oscura sangre
se recostaba el cuello de una mujer rubia.
El sol rabiaba en sus cabellos
y lamía los pálidos muslos
y se arrodillaba ante los pechos un poco más oscuros,
aún sin deformar por los pecados y los partos.
Un negro junto a ella: la coz de algún caballo
le había destrozado los ojos y la frente. Dos dedos
de su sucio pie izquierdo
se hincaban en la pequeña oreja blanca.
Pero ella yacía y dormía como una novia:
orlando la felicidad del primer amor
y en espera de numerosos viajes celestiales
de la sangre joven y cálida.
Hasta que alguien
le hundió el cuchillo en la nívea garganta
y un delantal púrpura de sangre muerta
le cubrió las caderas.
RÉQUIEM
Dos en cada mesa. Hombres y mujeres
en cruz. Cerca, desnudos, y, pese a ello, sin dolor.
El cráneo abierto. El pecho partido en la mitad. Los cuerpos
engendran ahora por última vez.
Cada uno llena tres cazuelas: desde el cerebro hasta los testículos.
Y el templo de Dios y el Corral del demonio
ahora pecho a pecho en el fondo de un cubo
se ríen del Gólgota y del pecado original.
El resto, en ataúdes. Solo nuevas creaturas:
pierna de hombre, pecho de niño y pelo de mujer.
Yo vi lo que engendraron dos que antaño se jodían,
yacer allí, como si hubiera salido de un cuerpo materno.
PABELLÓN DE PARTURIENTAS
Las mujeres más pobres de Berlín
—trece niñas en cuarto y medio,
putas, prisioneras, execradas—
retuercen aquí sus cuerpos y gimen.
En ninguna parte se grita tanto.
En ninguna parte se ignoran tan completamente
dolores y angustias como en este lugar,
aquí siempre grita algo.
"¡Empuje Usted, mujer! ¿Entiende, sí?
No está aquí por diversión.
No alargue la cosa.
¡También salen excrementos en este aprieto!
No está aquí para descansar.
No viene solo. ¡Usted tiene que hacer algo!"
Por fin llega: azulado y pequeño.
Orina y heces lo ungen.
De once camas con lágrimas y sangre
los gemidos le dan la bienvenida.
Solo en dos ojos estalla un coro de júbilos al cielo.
Por este pequeño pedazo de carne
pasará todo: desolación y felicidad.
Y cuando muera entre estertores y sufrimientos,
otros doce dormirán en este pabellón.
Entonces sobre almohadas de oscura sangre
se recostaba el cuello de una mujer rubia.
El sol rabiaba en sus cabellos
y lamía los pálidos muslos
y se arrodillaba ante los pechos un poco más oscuros,
aún sin deformar por los pecados y los partos.
Un negro junto a ella: la coz de algún caballo
le había destrozado los ojos y la frente. Dos dedos
de su sucio pie izquierdo
se hincaban en la pequeña oreja blanca.
Pero ella yacía y dormía como una novia:
orlando la felicidad del primer amor
y en espera de numerosos viajes celestiales
de la sangre joven y cálida.
Hasta que alguien
le hundió el cuchillo en la nívea garganta
y un delantal púrpura de sangre muerta
le cubrió las caderas.
RÉQUIEM
Dos en cada mesa. Hombres y mujeres
en cruz. Cerca, desnudos, y, pese a ello, sin dolor.
El cráneo abierto. El pecho partido en la mitad. Los cuerpos
engendran ahora por última vez.
Cada uno llena tres cazuelas: desde el cerebro hasta los testículos.
Y el templo de Dios y el Corral del demonio
ahora pecho a pecho en el fondo de un cubo
se ríen del Gólgota y del pecado original.
El resto, en ataúdes. Solo nuevas creaturas:
pierna de hombre, pecho de niño y pelo de mujer.
Yo vi lo que engendraron dos que antaño se jodían,
yacer allí, como si hubiera salido de un cuerpo materno.
PABELLÓN DE PARTURIENTAS
Las mujeres más pobres de Berlín
—trece niñas en cuarto y medio,
putas, prisioneras, execradas—
retuercen aquí sus cuerpos y gimen.
En ninguna parte se grita tanto.
En ninguna parte se ignoran tan completamente
dolores y angustias como en este lugar,
aquí siempre grita algo.
"¡Empuje Usted, mujer! ¿Entiende, sí?
No está aquí por diversión.
No alargue la cosa.
¡También salen excrementos en este aprieto!
No está aquí para descansar.
No viene solo. ¡Usted tiene que hacer algo!"
Por fin llega: azulado y pequeño.
Orina y heces lo ungen.
De once camas con lágrimas y sangre
los gemidos le dan la bienvenida.
Solo en dos ojos estalla un coro de júbilos al cielo.
Por este pequeño pedazo de carne
pasará todo: desolación y felicidad.
Y cuando muera entre estertores y sufrimientos,
otros doce dormirán en este pabellón.
"Soneto a la soledad" y "Un tiempo me sostuvo la esperanza...", sonetos de Hernando de Acuña
SONETO A LA SOLEDAD
Pues se conforma nuestra compañía,
no dejes, soledad, de acompañarme,
que al punto que vinieses a faltarme
muy mayor soledad padecería.
Tú haces ocupar mi fantasía
solo en el bien que basta a contentarme,
y no es parte, sin ti, para alegrarme,
con todo su placer, el alegría.
Contigo partiré, si no me dejas,
los altos bienes de mi pensamiento,
que me escapan de manos de la muerte;
y no te daré parte de mis quejas,
ni del cuidado, ni de mi tormento,
ni dártela osaré por no perderte.
Un tiempo me sostuvo la esperanza,
y Amor lo consintió porque sintiese,
cuando al estado en que estoy viniese,
que fue para mayor desconfianza.
En gran fortuna me mostró bonanza
y asegurome porque conociese,
cuando nuevo dolor menos temiese,
que en su seguridad hay más mudanza.
Pasé con este alivio mi cuidado,
hasta que he conocido de hora en hora
que todo fue color para más daño;
y con haberme ya desengañado,
conozco que hay en mí de nuevo ahora
más aparejo para nuevo engaño.
Pues se conforma nuestra compañía,
no dejes, soledad, de acompañarme,
que al punto que vinieses a faltarme
muy mayor soledad padecería.
Tú haces ocupar mi fantasía
solo en el bien que basta a contentarme,
y no es parte, sin ti, para alegrarme,
con todo su placer, el alegría.
Contigo partiré, si no me dejas,
los altos bienes de mi pensamiento,
que me escapan de manos de la muerte;
y no te daré parte de mis quejas,
ni del cuidado, ni de mi tormento,
ni dártela osaré por no perderte.
Un tiempo me sostuvo la esperanza,
y Amor lo consintió porque sintiese,
cuando al estado en que estoy viniese,
que fue para mayor desconfianza.
En gran fortuna me mostró bonanza
y asegurome porque conociese,
cuando nuevo dolor menos temiese,
que en su seguridad hay más mudanza.
Pasé con este alivio mi cuidado,
hasta que he conocido de hora en hora
que todo fue color para más daño;
y con haberme ya desengañado,
conozco que hay en mí de nuevo ahora
más aparejo para nuevo engaño.
lunes, 13 de enero de 2014
Poemas de Bayardo Ramírez Monagas en "Transmutaciones" (2, y fin)
CRISIS
Soy un cero desesperadamente boca abajo, abrumado por el descenso de mis actos, por mis deseos de crear insatisfechos.
Desprovisto de fechas, con algo negro en los bolsillos para contrarrestar mi ineptitud.
Llevo eclipses en la boca y el suicidio me atrae, pero soy incapaz de destruirme, siempre fallo, nunca paso de elucubrar, fraguo planes, ultimo detalles, observo con insistencia el arma, la muevo lentamente, me imagino inerte, y al final quedo enamorado de la muerte, extraviado entre los objetos.
De noche, si estoy solo, me quito la piel y la extiendo con esmero (debo cuidarla, es mi mejor disfraz) y sobre ella coloco arterias y nervios en un haz y los huesos en otro y me estudio; mis problemas consisten en que soy mediocre. Todos los personajes con que fui constituido fueron escogidos entre enanos lunáticos y comediantes callejeros; de allimis, zonas aborrecibles, mis contradicciones, mis desiertos. Hoy los ojos me saltan, son perros de presa en mi rostro inestable.
HE CERRADO LOS OJOS
Las cosas dejan de ser cosas,
pasan de objetos a masas inseguras,
los volúmenes se compactan, giran, avanzan, retroceden,
rotan a diferentes frecuencias y pierden sus dimensiones,
he cerrado los ojos.
Puertas y puertas se me abren por dentro,
me invitan y me llaman en un grito que no se oye,
una oscuridad fosforescente está, simplemente está,
y de repente la veo de lado, horizontal, fina, de papel,
y las manchas inestables danzan y danzan frente a mí,
ocupan toda la habitación
y nunca han salido debajo de mis párpados,
y me esparzo y me meto por todas partes,
no como el agua, sino como el espíritu del agua,
y mi cerebro es una pelota roja en un infinito,
descubro que los ríos cambian de piel más rápido que las serpientes
y que el tiempo muchas veces se desnuda
y todas las conversaciones se me reducen
al sonido que emite el arranque de un automóvil,
mi cuerpo se paraliza, me quiero mover y no puedo, no puedo,
todo flota en desorden dentro de mí, mi peso, mi lecho, los colores,
los espejos desaparecen dejando un vacío.
Abro lentamente los párpados, tomo conciencia de mi cama,
me dispongo a dormir,
mañana volverá a suceder.
ROSAS
Estoy, qué sé yo,
algo triste, borroso, hecho casi una nada,
y me he quedado
contemplando rosas.
Soy un cero desesperadamente boca abajo, abrumado por el descenso de mis actos, por mis deseos de crear insatisfechos.
Desprovisto de fechas, con algo negro en los bolsillos para contrarrestar mi ineptitud.
Llevo eclipses en la boca y el suicidio me atrae, pero soy incapaz de destruirme, siempre fallo, nunca paso de elucubrar, fraguo planes, ultimo detalles, observo con insistencia el arma, la muevo lentamente, me imagino inerte, y al final quedo enamorado de la muerte, extraviado entre los objetos.
De noche, si estoy solo, me quito la piel y la extiendo con esmero (debo cuidarla, es mi mejor disfraz) y sobre ella coloco arterias y nervios en un haz y los huesos en otro y me estudio; mis problemas consisten en que soy mediocre. Todos los personajes con que fui constituido fueron escogidos entre enanos lunáticos y comediantes callejeros; de allimis, zonas aborrecibles, mis contradicciones, mis desiertos. Hoy los ojos me saltan, son perros de presa en mi rostro inestable.
HE CERRADO LOS OJOS
Las cosas dejan de ser cosas,
pasan de objetos a masas inseguras,
los volúmenes se compactan, giran, avanzan, retroceden,
rotan a diferentes frecuencias y pierden sus dimensiones,
he cerrado los ojos.
Puertas y puertas se me abren por dentro,
me invitan y me llaman en un grito que no se oye,
una oscuridad fosforescente está, simplemente está,
y de repente la veo de lado, horizontal, fina, de papel,
y las manchas inestables danzan y danzan frente a mí,
ocupan toda la habitación
y nunca han salido debajo de mis párpados,
y me esparzo y me meto por todas partes,
no como el agua, sino como el espíritu del agua,
y mi cerebro es una pelota roja en un infinito,
descubro que los ríos cambian de piel más rápido que las serpientes
y que el tiempo muchas veces se desnuda
y todas las conversaciones se me reducen
al sonido que emite el arranque de un automóvil,
mi cuerpo se paraliza, me quiero mover y no puedo, no puedo,
todo flota en desorden dentro de mí, mi peso, mi lecho, los colores,
los espejos desaparecen dejando un vacío.
Abro lentamente los párpados, tomo conciencia de mi cama,
me dispongo a dormir,
mañana volverá a suceder.
ROSAS
Estoy, qué sé yo,
algo triste, borroso, hecho casi una nada,
y me he quedado
contemplando rosas.
Mesonero Romanos en "Mi calle"
Mi calle
«Si hacen de mi humor desdén,
No tienen más que gustallo,
Mientras por tonto echo el fallo
A quien no le sepa bien».
IGLESIAS.
Cierto que es preciso haber nacido con una inclinación bien pronunciada hacia la observación de las costumbres, para pretender seguir describiendo las nuestras en los tiempos de rápida transición y de movilidad prodigiosa que alcanzamos. -Si la primer circunstancia recomendada por el artista para obtener la semejanza de un retrato es la inmovilidad completa del original, ¿cómo pretender alcanzar aquella cuando el modelo se cambia y agita en todas direcciones y a cada momento, y ora ríe y charla y se envanece, haciendo pomposo alarde de su arrogancia, ora se lamenta y esconde como para ocultar su abyección y miseria? ¿Cómo y en qué momento sorprender a un ave que vuela, a un niño que crece, a una rueda que gira, a un pueblo antiguo, en fin, que desaparece y se confunde en otro nuevo, que renuncia lo pasado y sacrifica lo presente por entregarse a las ilusiones y esperanzas del porvenir?
Y cuenta, señores lectores, que aquí no voy a tratar de los grandes acontecimientos políticos que diariamente vemos sucederse entre nosotros; mi particular condición me mantiene a una distancia respetuosa para querer ocuparme en ellos, y nunca mi modesta pluma lo ha pretendido, ni a mí intentado. En este punto digo con Mercier: -«Pasajero en el navío, no pretendo gobernar al piloto». -Empero aquellos acontecimientos, aquella vitalidad asombrosa de este siglo del vapor, que atravesamos, imprimen a las costumbres su reflejo, prestan al nuestro su carácter rápido e indeciso; y bajo este aspecto entra en la jurisdicción del Curioso el considerarle, no ya en los profundos y enmarañados bosques de la ciencia política, no, en el animado cuadro de la historia contemporánea, sino, en el no menos armónico y consecuente de los usos y costumbres populares. -Quédese para espíritus más elevados, para plumas mejor cortadas, el indagar y desenvolver las causas; mi natural cortedad me limita a los efectos más prosaicos y palpables.
Reducido a este estrecho recinto, apenas llegan a mi noticia los acontecimientos públicos; ni frecuento los salones políticos; ni los señores periodistas de todos los colores del iris ven mi nombre en las listas de sus abonados; ni el cartero sabe las señas de mi habitación; ni en los cafés hago otra cosa que beber; ni pueden quejarse de mí las tiendas de la calle de la Montera ni las losas de la Puerta del Sol. -Pero, en medio de este aislamiento, y cuando las ideas vienen, por decirlo así, a materializarse, no puedo menos de observar en ellas la marcha de este siglo corretón y que parece que va huyendo de su sombra. -Como de paso, y desde el ventanillo de una diligencia, veo sucederse los hombres y las cosas, cual se suceden en un camino los troncos y los brutos, y multiplicada la rapidez con que ellos marchan por la rapidez con que yo vuelo, viene a reproducirse en mi imaginación un resultado tal de movimiento, que apenas acierto a bosquejar en ella ni aún los objetos más notables.
Así que, procediendo por impresiones del momento y sin ningún conocimiento de causa, no es extraño que lleguen a sorprenderme las cosas que me saltan al paso, y que, a falta de conocer su objeto, venga a deducir consecuencias que, por lo naturalmente simples y materiales, pudieran figurar airosamente en el diccionario de Pero Grullo. Por ejemplo:
Cuando recorriendo de esta manera las calles de nuestra capital veo darse tanta prisa a derribar edificios monumentales, supongo de buena fe que habría sobra de ellos; cuando veo construirse anchas aceras y cuidarse de la mayor comodidad de los pedestres, entiendo que acaso vayan a suprimirse los coches; cuando advierto la riqueza excitante de las tiendas, calculo la ingrata esquivez de los compradores; cuando reparo en la elegancia y profusión de nuestras boticas, saco la consecuencia del profundo saber de nuestros médicos; la variedad y confusión de los trajes me hace sospechar la que reina en las opiniones; la enciclopédica ostentación de los esquinazos de la Puerta del Sol me pone al corriente del estado brillante de nuestra literatura; y la grata diafanidad de los nuevos faroles me convence plenamente de que estamos en el Siglo de las Luces.
Mas ¡oh contraste! ¡contraste verdaderamente romántico y teatral! Cuando miro el empedrado de algunas calles, las casas a la malicia, los calesines desvencijados, las escaleras de la Plaza, los tocadores al sol de la calle de Lavapiés, la fuente de la Puerta del Sol, las droguerías de la calle de Postas, el teatro de la Cruz, la fachada del Hospicio; entonces, como que prescindo de todo lo demás que vi, y recuerdo entre sueños el Madrid pasado; aquel Madrid de la clásica antigüedad, que cada día me veo precisado a arrancar hoja a hoja del "Manual".
Vuelvo a repetirlo: el espectáculo de nuestras costumbres actuales, de estas costumbres indecisas, ni originales del todo ni del todo traducidas, ni viejas ni nuevas, ni buenas ni malas, ni serias ni burlescas; esta mezcla de nuestros propios gustos con los gustos aprendidos en el extranjero; este refinamiento de lujo al lado de la más espantosa miseria; esta inconstancia de ideas, que nos hace abandonar hoy el proyecto de ayer, y deshacer lo hecho solo porque existe; y ensayarlo todo, y todo exagerarlo; y llevar el género clásico-retrógrado hasta dormir, y el romántico-progresivo hasta accidentarse; y silbar a los unos y a los otros; y matarse porque se escriba, y luego no comprar un libro; y correr desde los toros a la ópera italiana, desde la tribuna al sermón, desde las sociedades políticas al Prado, desde lo alto a lo bajo, desde lo pasado al porvenir, y desde lo presente a lo pasado; desde el año 8 al 14 y del 14 al 8, del 23 al 14 y del 33 al 20, del 36 al 12 y del 37 al... ¡sábelo Dios!... Todos estos vaivenes todas estas inconsecuencias, toman forma material, por decirlo así, en nuestras casas, en nuestros trajes, en nuestras diversiones, en nuestros placeres, en los usos, en fin, más indiferentes de nuestra vida privada.
Un filósofo práctico no puede dejar de ver todo esto con solo recorrer las calles de Madrid; y sin ser Víctor Hugo, ni estar acostumbrado a trasladar el lenguaje de las piedras al idioma vulgar, no podrá menos de reconocer estos vaivenes, esta incertidumbre en todos los objetos que hieran sus sentidos. -Ellos le ofrecerán una población rica y pobre, indiferente y agitada, atrasada y progresiva, con recuerdos y con esperanzas, con fanatismo y con filosofía; mezcla, en fin, de lo delicado y lo grosero, de las épocas que pasaron y de las que van a suceder.
Puede que haya alguna exageración poética en este aserto; pero yo veo todo esto y ala más en las calles de Alcalá y de Lavapiés, de la Montera y del Barquillo, de San Antón y de Carretas. -Pero ¿qué digo? sin salir de la mía pudiera presentar a mis lectores un compendio que bastára a probar ex ungue leonem; -y por cierto, ya que he nombrado mi calle, no quiero renunciar a trazar este ligero verbigracia, este prospecto sustancial, siquiera parezca impertinente y como traído a mi intento por la cabellera.
Figúrese, pues, el que guste acompañarme, una calle que, sin ser elegante ni bulliciosa de suyo, participa de la influencia de dos de las principales de Madrid, a quienes sirve de paso y comunicación. Con solo salir de una de estas y dar un paso en la mía, ya se ha retrogradado dos siglos, ya se ha constituido el viajero, no diremos en el Madrid de los moros, pero al menos en el de Cervantes y Calderón. -Las anchas y cómodas aceras, camino real de Pontejos, no han penetrado aún en este modesto recinto, ni lo permite su estrechez ni torcida dirección, semejante en lo indecisa a la que llevamos en lo que va de siglo; un empedrado menudo, vacilante y desigual, forma la base de su sistema; algunas de sus casas, aparentando marchar con el siglo, elevan su cándida frente sobre los edificios estacionarios que las rodean; y el lujo y la juventud de aquellas contrastan singularmente con la decrepitud y desaseo de estas; unas y otras, empero, por sus formas respectivas, revelan, ya el esplendor, ya la miseria de sus habitantes, y de aquí el que los efectos del ya citado contraste se extiendan, no tan solo al aspecto físico de las casas, sino también a las inclinaciones, usos y condición moral de sus pobladores.
Para proceder con el orden debido, o lógicamente, como dicen los escolásticos, podemos tomarnos la molestia de penetrar por una de las entradas de dicha calle, deteniéndonos, según conviniere, en aquellos objetos más marcados. -Por de pronto, se nos presenta interrumpida la línea general de las casas por dos o tres de ellas, que intestan algunos pies más retiradas que las demás, lo cual, sin duda, debió originarse de algún plan de desahogo y de mejora de esta calle, que existiría en los tiempos antiguos, y que, como todos los planes de mejora que se forman en España, fue abandonado después. -Este ligero recodo forma lo que en Madrid se llama una plazuela, bien que (sea dicho en verdad) tan incógnita, que aunque con su rótulo y todo, se escapó a la solícita averiguación del último corregidor de la villa. -Ustedes, señores lectores, querrían que yo compulsase el dicho rótulo, aunque no fuese más que para sacar el ovillo por el hilo, y averiguar de esta manera la calle que hoy me toca sacar a la escena; pero ¿no conocen VV. que esto sería demasiada candidez, candidez semejante a la del pintor de Orbaneja, o a la de aquel otro que, habiendo trasladado en su lienzo a San Antón y su inseparable compañero, puso debajo, para evitar dudas indiscretas: «Este es San Antón, y este otro es el cochino»? -Yo, en fin, no he de revelar el nombre de mi calle, sino dar tales señas de sus facciones, que aquel que la conozca no pueda menos de exclamar: «Esta es».
Volviendo a la plazoleta de su entrada, no hay que alegar de su inutilidad, pues que sirve de común patrimonio a un herrador, a un carbonero y a una cabrería, los cuales alternan armónicamente en su tranquila posesión, según las horas del día, a saber: el carbonero, durante las primeras de la mañana, procediendo al descargo y encierro de las seras de carbón, operación atlética, en que los robustos asturianos ofrecen gratis un espectáculo no menos prodigioso que el de los señores Darrás y Manche; el herrador, en lo restante del día usa de la plazuela acondicionando bestias de toda especie; y el cabrero, al anochecer (como es uso y costumbre en toda égloga), echando a pacer las mansas cabrillas, no ya la hierba aljofarada, sino los pedazos de tachuela y los desperdicios del cisco.
Una taberna (con perdón) sale al paso, y detendría al menos aficionado, si no fuera por otras tres o cuatro que se disputan con ella el surtido de la calle; pero cuenta que la que hablamos es taberna filosófica, con dos puertas como el templo de Jano, una de paz y otra de guerra; una pública y ostensible, otra disfrazada en un portal ¡y qué portal!... portal-pasaje, que comunica con una calle principal y con una oficina, y luego por la parte de arriba huéspedes, y qué sé yo cuántas cosas... ¡Feliz situación de establecimiento!
«¡Si es o no invención moderna,
Vive Dios que no lo sé!
Pero delicada fue
La invención de esta taberna».
Las casas nuevas y renovadas se ostentan por lo regular en la acera izquierda; la derecha la ocupan las accesorias de dos establecimientos públicos; el uno, financiero ; el otro, artístico ; aquel, concurrido; este, solitario; este, demostrando en su lúgubre manto el miserable estado de las artes en España; aquel, dando a conocer en su animación la tendencia y objeto de este Siglo del Oro. Uno y otro, a decir verdad, podrían haberse ido a situar a otra parte, y no venir a oponerse a la propagación de nuestras luces. Afortunadamente para el último tercio de la calle, ciertas tapias de un convento de monjas favorecen a la claridad del frente, máxime después que la revolución ha venido a batir las cataratas o pantallas de los balcones. -Esto en cuanto a la vista; en cuanto al olfato, no nos falta ocupación a los vecinos de la tal calle, teniendo a mano la sección central del diabólico invento de Sabatini; -más allá brinda mil placeres al gusto un establecimiento gastronómico de seis reales abajo; -tres o cuatro barberos, oportunamente colocados, se encargan por su parte de asegurar al oído sus más punzantes sensaciones; -y por último, algunas cortinillas vergonzantes dejan adivinar otros estímulos al más perseguido y envidioso de los sentidos.
De todo hay, pues, en esta enciclopédica calle: lujo e indigencia, clásico y romántico, virtudes y yerro, oro y estiércol; y todo en cuatro pasos, como quien dice; y en estos cuatro pasos, que dan VV. todos los días, señores lectores, distraídos e indiferentes, no habrán hecho alto en el bullicio de las tabernas, ni en el silencio del convento; ni en la desentonada vihuela y la seguidilla del entresuelo, ni en el armónico piano a la preghiera del príncipal; ni en la carretela parada a una puerta, ni en la sabatina que sale por otra; ni en los cabritillos que triscan ni en los muchachos que retozan; ni en las casas al estilo de Londres, ni en las otras al estilo de Leganés; ni en los empleados que entran, ni en los que salen; ni en los huéspedes forasteros, ni en los habitantes indígenas; ni en la elegante romántica de la Edad Media, ni en la compaseada manola de la mantilla de terciopelo; ni en los dichosos del día, ni en los desdichados de la noche; ni en nada, en nada, en fin y de todo lo que constituye este variado espectáculo, este cuadro de fantasía que llamamos... -¿Su calle de V.? -Sí, señores lectores, la de ustedes, la mía, cualquiera de las calles de Madrid: se entiende, del Madrid de 1837.
*Mesonero Romanos vivió en la calle Angosta de San Bernardo, actualmente Calle Aduana, entre Gran vía y Alcalá, y que corta a Montera.
«Si hacen de mi humor desdén,
No tienen más que gustallo,
Mientras por tonto echo el fallo
A quien no le sepa bien».
IGLESIAS.
Cierto que es preciso haber nacido con una inclinación bien pronunciada hacia la observación de las costumbres, para pretender seguir describiendo las nuestras en los tiempos de rápida transición y de movilidad prodigiosa que alcanzamos. -Si la primer circunstancia recomendada por el artista para obtener la semejanza de un retrato es la inmovilidad completa del original, ¿cómo pretender alcanzar aquella cuando el modelo se cambia y agita en todas direcciones y a cada momento, y ora ríe y charla y se envanece, haciendo pomposo alarde de su arrogancia, ora se lamenta y esconde como para ocultar su abyección y miseria? ¿Cómo y en qué momento sorprender a un ave que vuela, a un niño que crece, a una rueda que gira, a un pueblo antiguo, en fin, que desaparece y se confunde en otro nuevo, que renuncia lo pasado y sacrifica lo presente por entregarse a las ilusiones y esperanzas del porvenir?
Y cuenta, señores lectores, que aquí no voy a tratar de los grandes acontecimientos políticos que diariamente vemos sucederse entre nosotros; mi particular condición me mantiene a una distancia respetuosa para querer ocuparme en ellos, y nunca mi modesta pluma lo ha pretendido, ni a mí intentado. En este punto digo con Mercier: -«Pasajero en el navío, no pretendo gobernar al piloto». -Empero aquellos acontecimientos, aquella vitalidad asombrosa de este siglo del vapor, que atravesamos, imprimen a las costumbres su reflejo, prestan al nuestro su carácter rápido e indeciso; y bajo este aspecto entra en la jurisdicción del Curioso el considerarle, no ya en los profundos y enmarañados bosques de la ciencia política, no, en el animado cuadro de la historia contemporánea, sino, en el no menos armónico y consecuente de los usos y costumbres populares. -Quédese para espíritus más elevados, para plumas mejor cortadas, el indagar y desenvolver las causas; mi natural cortedad me limita a los efectos más prosaicos y palpables.
Reducido a este estrecho recinto, apenas llegan a mi noticia los acontecimientos públicos; ni frecuento los salones políticos; ni los señores periodistas de todos los colores del iris ven mi nombre en las listas de sus abonados; ni el cartero sabe las señas de mi habitación; ni en los cafés hago otra cosa que beber; ni pueden quejarse de mí las tiendas de la calle de la Montera ni las losas de la Puerta del Sol. -Pero, en medio de este aislamiento, y cuando las ideas vienen, por decirlo así, a materializarse, no puedo menos de observar en ellas la marcha de este siglo corretón y que parece que va huyendo de su sombra. -Como de paso, y desde el ventanillo de una diligencia, veo sucederse los hombres y las cosas, cual se suceden en un camino los troncos y los brutos, y multiplicada la rapidez con que ellos marchan por la rapidez con que yo vuelo, viene a reproducirse en mi imaginación un resultado tal de movimiento, que apenas acierto a bosquejar en ella ni aún los objetos más notables.
Así que, procediendo por impresiones del momento y sin ningún conocimiento de causa, no es extraño que lleguen a sorprenderme las cosas que me saltan al paso, y que, a falta de conocer su objeto, venga a deducir consecuencias que, por lo naturalmente simples y materiales, pudieran figurar airosamente en el diccionario de Pero Grullo. Por ejemplo:
Cuando recorriendo de esta manera las calles de nuestra capital veo darse tanta prisa a derribar edificios monumentales, supongo de buena fe que habría sobra de ellos; cuando veo construirse anchas aceras y cuidarse de la mayor comodidad de los pedestres, entiendo que acaso vayan a suprimirse los coches; cuando advierto la riqueza excitante de las tiendas, calculo la ingrata esquivez de los compradores; cuando reparo en la elegancia y profusión de nuestras boticas, saco la consecuencia del profundo saber de nuestros médicos; la variedad y confusión de los trajes me hace sospechar la que reina en las opiniones; la enciclopédica ostentación de los esquinazos de la Puerta del Sol me pone al corriente del estado brillante de nuestra literatura; y la grata diafanidad de los nuevos faroles me convence plenamente de que estamos en el Siglo de las Luces.
Mas ¡oh contraste! ¡contraste verdaderamente romántico y teatral! Cuando miro el empedrado de algunas calles, las casas a la malicia, los calesines desvencijados, las escaleras de la Plaza, los tocadores al sol de la calle de Lavapiés, la fuente de la Puerta del Sol, las droguerías de la calle de Postas, el teatro de la Cruz, la fachada del Hospicio; entonces, como que prescindo de todo lo demás que vi, y recuerdo entre sueños el Madrid pasado; aquel Madrid de la clásica antigüedad, que cada día me veo precisado a arrancar hoja a hoja del "Manual".
Vuelvo a repetirlo: el espectáculo de nuestras costumbres actuales, de estas costumbres indecisas, ni originales del todo ni del todo traducidas, ni viejas ni nuevas, ni buenas ni malas, ni serias ni burlescas; esta mezcla de nuestros propios gustos con los gustos aprendidos en el extranjero; este refinamiento de lujo al lado de la más espantosa miseria; esta inconstancia de ideas, que nos hace abandonar hoy el proyecto de ayer, y deshacer lo hecho solo porque existe; y ensayarlo todo, y todo exagerarlo; y llevar el género clásico-retrógrado hasta dormir, y el romántico-progresivo hasta accidentarse; y silbar a los unos y a los otros; y matarse porque se escriba, y luego no comprar un libro; y correr desde los toros a la ópera italiana, desde la tribuna al sermón, desde las sociedades políticas al Prado, desde lo alto a lo bajo, desde lo pasado al porvenir, y desde lo presente a lo pasado; desde el año 8 al 14 y del 14 al 8, del 23 al 14 y del 33 al 20, del 36 al 12 y del 37 al... ¡sábelo Dios!... Todos estos vaivenes todas estas inconsecuencias, toman forma material, por decirlo así, en nuestras casas, en nuestros trajes, en nuestras diversiones, en nuestros placeres, en los usos, en fin, más indiferentes de nuestra vida privada.
Un filósofo práctico no puede dejar de ver todo esto con solo recorrer las calles de Madrid; y sin ser Víctor Hugo, ni estar acostumbrado a trasladar el lenguaje de las piedras al idioma vulgar, no podrá menos de reconocer estos vaivenes, esta incertidumbre en todos los objetos que hieran sus sentidos. -Ellos le ofrecerán una población rica y pobre, indiferente y agitada, atrasada y progresiva, con recuerdos y con esperanzas, con fanatismo y con filosofía; mezcla, en fin, de lo delicado y lo grosero, de las épocas que pasaron y de las que van a suceder.
Puede que haya alguna exageración poética en este aserto; pero yo veo todo esto y ala más en las calles de Alcalá y de Lavapiés, de la Montera y del Barquillo, de San Antón y de Carretas. -Pero ¿qué digo? sin salir de la mía pudiera presentar a mis lectores un compendio que bastára a probar ex ungue leonem; -y por cierto, ya que he nombrado mi calle, no quiero renunciar a trazar este ligero verbigracia, este prospecto sustancial, siquiera parezca impertinente y como traído a mi intento por la cabellera.
Figúrese, pues, el que guste acompañarme, una calle que, sin ser elegante ni bulliciosa de suyo, participa de la influencia de dos de las principales de Madrid, a quienes sirve de paso y comunicación. Con solo salir de una de estas y dar un paso en la mía, ya se ha retrogradado dos siglos, ya se ha constituido el viajero, no diremos en el Madrid de los moros, pero al menos en el de Cervantes y Calderón. -Las anchas y cómodas aceras, camino real de Pontejos, no han penetrado aún en este modesto recinto, ni lo permite su estrechez ni torcida dirección, semejante en lo indecisa a la que llevamos en lo que va de siglo; un empedrado menudo, vacilante y desigual, forma la base de su sistema; algunas de sus casas, aparentando marchar con el siglo, elevan su cándida frente sobre los edificios estacionarios que las rodean; y el lujo y la juventud de aquellas contrastan singularmente con la decrepitud y desaseo de estas; unas y otras, empero, por sus formas respectivas, revelan, ya el esplendor, ya la miseria de sus habitantes, y de aquí el que los efectos del ya citado contraste se extiendan, no tan solo al aspecto físico de las casas, sino también a las inclinaciones, usos y condición moral de sus pobladores.
Para proceder con el orden debido, o lógicamente, como dicen los escolásticos, podemos tomarnos la molestia de penetrar por una de las entradas de dicha calle, deteniéndonos, según conviniere, en aquellos objetos más marcados. -Por de pronto, se nos presenta interrumpida la línea general de las casas por dos o tres de ellas, que intestan algunos pies más retiradas que las demás, lo cual, sin duda, debió originarse de algún plan de desahogo y de mejora de esta calle, que existiría en los tiempos antiguos, y que, como todos los planes de mejora que se forman en España, fue abandonado después. -Este ligero recodo forma lo que en Madrid se llama una plazuela, bien que (sea dicho en verdad) tan incógnita, que aunque con su rótulo y todo, se escapó a la solícita averiguación del último corregidor de la villa. -Ustedes, señores lectores, querrían que yo compulsase el dicho rótulo, aunque no fuese más que para sacar el ovillo por el hilo, y averiguar de esta manera la calle que hoy me toca sacar a la escena; pero ¿no conocen VV. que esto sería demasiada candidez, candidez semejante a la del pintor de Orbaneja, o a la de aquel otro que, habiendo trasladado en su lienzo a San Antón y su inseparable compañero, puso debajo, para evitar dudas indiscretas: «Este es San Antón, y este otro es el cochino»? -Yo, en fin, no he de revelar el nombre de mi calle, sino dar tales señas de sus facciones, que aquel que la conozca no pueda menos de exclamar: «Esta es».
Volviendo a la plazoleta de su entrada, no hay que alegar de su inutilidad, pues que sirve de común patrimonio a un herrador, a un carbonero y a una cabrería, los cuales alternan armónicamente en su tranquila posesión, según las horas del día, a saber: el carbonero, durante las primeras de la mañana, procediendo al descargo y encierro de las seras de carbón, operación atlética, en que los robustos asturianos ofrecen gratis un espectáculo no menos prodigioso que el de los señores Darrás y Manche; el herrador, en lo restante del día usa de la plazuela acondicionando bestias de toda especie; y el cabrero, al anochecer (como es uso y costumbre en toda égloga), echando a pacer las mansas cabrillas, no ya la hierba aljofarada, sino los pedazos de tachuela y los desperdicios del cisco.
Una taberna (con perdón) sale al paso, y detendría al menos aficionado, si no fuera por otras tres o cuatro que se disputan con ella el surtido de la calle; pero cuenta que la que hablamos es taberna filosófica, con dos puertas como el templo de Jano, una de paz y otra de guerra; una pública y ostensible, otra disfrazada en un portal ¡y qué portal!... portal-pasaje, que comunica con una calle principal y con una oficina, y luego por la parte de arriba huéspedes, y qué sé yo cuántas cosas... ¡Feliz situación de establecimiento!
«¡Si es o no invención moderna,
Vive Dios que no lo sé!
Pero delicada fue
La invención de esta taberna».
Las casas nuevas y renovadas se ostentan por lo regular en la acera izquierda; la derecha la ocupan las accesorias de dos establecimientos públicos; el uno, financiero ; el otro, artístico ; aquel, concurrido; este, solitario; este, demostrando en su lúgubre manto el miserable estado de las artes en España; aquel, dando a conocer en su animación la tendencia y objeto de este Siglo del Oro. Uno y otro, a decir verdad, podrían haberse ido a situar a otra parte, y no venir a oponerse a la propagación de nuestras luces. Afortunadamente para el último tercio de la calle, ciertas tapias de un convento de monjas favorecen a la claridad del frente, máxime después que la revolución ha venido a batir las cataratas o pantallas de los balcones. -Esto en cuanto a la vista; en cuanto al olfato, no nos falta ocupación a los vecinos de la tal calle, teniendo a mano la sección central del diabólico invento de Sabatini; -más allá brinda mil placeres al gusto un establecimiento gastronómico de seis reales abajo; -tres o cuatro barberos, oportunamente colocados, se encargan por su parte de asegurar al oído sus más punzantes sensaciones; -y por último, algunas cortinillas vergonzantes dejan adivinar otros estímulos al más perseguido y envidioso de los sentidos.
De todo hay, pues, en esta enciclopédica calle: lujo e indigencia, clásico y romántico, virtudes y yerro, oro y estiércol; y todo en cuatro pasos, como quien dice; y en estos cuatro pasos, que dan VV. todos los días, señores lectores, distraídos e indiferentes, no habrán hecho alto en el bullicio de las tabernas, ni en el silencio del convento; ni en la desentonada vihuela y la seguidilla del entresuelo, ni en el armónico piano a la preghiera del príncipal; ni en la carretela parada a una puerta, ni en la sabatina que sale por otra; ni en los cabritillos que triscan ni en los muchachos que retozan; ni en las casas al estilo de Londres, ni en las otras al estilo de Leganés; ni en los empleados que entran, ni en los que salen; ni en los huéspedes forasteros, ni en los habitantes indígenas; ni en la elegante romántica de la Edad Media, ni en la compaseada manola de la mantilla de terciopelo; ni en los dichosos del día, ni en los desdichados de la noche; ni en nada, en nada, en fin y de todo lo que constituye este variado espectáculo, este cuadro de fantasía que llamamos... -¿Su calle de V.? -Sí, señores lectores, la de ustedes, la mía, cualquiera de las calles de Madrid: se entiende, del Madrid de 1837.
*Mesonero Romanos vivió en la calle Angosta de San Bernardo, actualmente Calle Aduana, entre Gran vía y Alcalá, y que corta a Montera.
domingo, 12 de enero de 2014
"El astrólogo de Valladolid", de José García de Villalta
El astrólogo de Valladolid
José García de Villalta
La escena se supone en Madrid, en los primeros tres actos; el primer cuadro del cuarto pasa en Burgos; el segundo también en Madrid, y en Valladolid el último acto.
Acto primero
Suntuosos jardines del palacio de don Beltrán de la Cueva.
Escena I
EL ASTRÓLOGO ABIABAR, EL LICENCIADO JIMÉNEZ.
ASTRÓLOGO Seguidme, buen licenciado.
No os asombren los soberbios
jardines de don Beltrán.
¿Visteis otros más amenos?
Un banquete a su monarca
y a los próceres del reino
hoy ofrece el potentado;
y está con la corte dentro
el rapaz de que os hablé.
LICENCIADO Feliz destino es el vuestro
maese Abiabar, pues os abren
o por astrólogo excelso
o por médico feliz,
sus puertas los palaciegos;
los pobres sus corazones;
sus arcas los opulentos.
ASTRÓLOGO Algo merece la ciencia
que busca al dolor consuelo
y sus arcanos arranca
a los futuros eventos.
Esperad aquí un instante,
mientras aviso al mancebo
que anhela vuestra amistad.
Es joven, bizarro, apuesto,
y aunque de escasa fortuna,
de elevado nacimiento.
De guerras lejanas viene,
donde probó con sus hechos
ser valiente al par que honrado
y al par que sagaz discreto.
Hoy es paje del monarca
por merced al valimiento
de don Ferrer de Lanuza,
el ilustre mensajero
de su alteza de Aragón.
Acogedle bien os ruego.
(Vase.)
Escena II
EL LICENCIADO.
EL LICENCIADO Para ese doncel las trovas...
Jamás hice peores versos.
(Leyendo.)
Nobilísima doncella
más hermosa
que la rutilante estrella
del amor.
¡Musa traidora y mezquina
la que preside a mis metros,
pródiga si no la llamo,
avara si la pretendo!
Coplas desnudas de unción;
frialdad en los sentimientos;
mas... ¿qué beldad nacer pudo
de este acuitado cerebro,
en medio de la pobreza
que aferra y ata su vuelo?
Heme aquí, triste fantasma,
cruzando el mundo en silencio
y hacinando versos malos
sobre otros que no son buenos,
mientras los altos señores
por regios apartamentos
se ceban en la alegría
de banquetes halagüeños,
y apuran cálices de oro
sin que turbe su contento
esa miseria que ruge
por las cabañas del pueblo.
¡Plegue a Dios que Ferrán Calvo
no sea en letras muy experto!
Y que las trovas le agraden
por no entender los conceptos.
Favores debo a Abiabar,
y es justicia agradecerlos...
Allí vienen.
Escena III
EL ASTRÓLOGO, EL LICENCIADO y FERRÁN CALVO.
ASTRÓLOGO Ved, seor paje,
el amigo que os presento.
FERRÁN (Alargándole la mano al LICENCIADO.)
¡Gran merced! Seor licenciado,
aceptad mi mano os ruego
y la estimación con ella
que os ofrece un forastero.
LICENCIADO Yo os lo agradezco, doncel,
y mi humildad os ofrezco.
ASTRÓLOGO Sabed que es el licenciado
de toda mi amistad dueño.
Vile nacer, que pasaba
acaso a Torre Jimeno,
y hospitalidad sus padres
con agasajo me dieron.
Su horóscopo levanté;
y aunque indicaron los cielos
de algún príncipe inmortal
el natalicio y el tiempo
desmintió la profecía,
tiene generoso pecho,
no le abate la estrechez
en que su estrella le ha puesto,
y desde el pobre tugurio
sabe con altivo vuelo
su espíritu levantar
al celeste firmamento.
FERRÁN Huélgome sobremanera,
Jiménez de conoceros.
LICENCIADO Paréceme que a Abiabar
deslumbra su mucho afecto,
tal cual soy, tendré a lisonja,
doncel, serviros si puedo.
ASTRÓLOGO Dad pues al paje las coplas;
yo no pude complaceros,
seor Ferrán, porque en las rimas,
a fe que no soy muy diestro.
FERRÁN ¿Ya las hizo el licenciado?
LICENCIADO Lo menos mal que pudieron
componerse en solo un día.
FERRÁN (Alargando la mano para tomarlas.)
A grande merced lo tengo.
LICENCIADO Vedlas.
FERRÁN Poco se me alcanza,
seor licenciado, de metros,
que en las armas, no en las letras,
hacer mis estudios suelo.
Declarádmelas vos mismo.
LICENCIADO Con temor os obedezco.
(Leyendo.)
Nobilísima doncella,
más hermosa
que la rutilante estrella
del amor;
vos que en el rostro sois rosa
y en la pureza jazmín,
y diamante en el honor,
¿despreciaréis mi dolor,
o a mi cuita daréis fin?
FERRÁN ¡Bizarras trovas a fe!
Sois, Jiménez, más coplero
que el mismo cantor Macías.
LICENCIADO Pero el fin...
FERRÁN Le doy por bueno;
que aquí vine sin ser visto,
y a su alteza volver tengo
antes que note mi falta.
ASTRÓLOGO No olvidaréis que os espero
a cenar conmigo a entrambos.
FERRÁN (Dando la mano al licenciado.)
A Dios, amigo; hasta luego.
LICENCIADO Doncel, a Dios.
ASTRÓLOGO ¡Ah! Seor paje,
cuenta con mis mandamientos;
mucha prudencia en palacio,
y no olvidéis los consejos
que os dio vuestro bienhechor
don Ferrán.
FERRÁN Id satisfecho.
(Vanse el ASTRÓLOGO y el LICENCIADO. FERRÁN se entretiene en arrollar el pergamino, cuando ve a los interlocutores de la siguiente escena.)
Escena IV
FERRÁN, EL MARQUÉS DE VILLENA, EL MAESTRE DE CALATRAVA, EL ARZOBISPO DE TOLEDO y otros señores.
FERRÁN (Aparte, ocultando el pergamino de los versos.)
¡Cómo, el marqués de Villena
y el prelado de Toledo!
¡Juntos estos dos señores!
¿Acabaron ya sus feudos?
Acercarme debo un poco,
que quizá de sus intentos
a mí me interese mucho
averiguar el misterio.
(Se oculta entre los árboles.)
MAESTRE Don Beltrán de la Cueva es a fe mía
regio en la cortesía.
¿Qué dijeran sus nobles ascendientes
si entre los candelabros resplendentes
le vieran festejar al soberano?
ARZOBISPO ¡Pobres palafreneros!
MARQUÉS Sois, hermano,
mordaz a lo que veo.
ARZOBISPO Yo aplaudirle deseo.
MAESTRE Y yo ensalzar su fausto y su riqueza.
Si alzaran la cabeza
de Beltrán los abuelos,
volviéranse a morir de puros celos
viendo a su Beltrancico tan alzado.
ARZOBISPO Dejemos ya al menguado.
Basta que nos regale en sus festines,
y entre damas y nobles paladines
vierta el oro que pagan los pecheros.
¿Mas qué sabéis, marqués, del condestable?
¿Es cierto que con otros caballeros
prepara rebeliones y que intenta...?
MARQUÉS Así en Madrid se cuenta.
Ambiciosos proyectos, quejas vanas
que deshonran las canas
de todo un condestable de Castilla,
y de los condes de Alva y de Plasencia;
no extrañaré que presto la cuchilla
de la ley ponga coto a su insolencia.
(En voz recatada separándose de los otros señores, que se pasean y hablan.)
¿Mas sabéis, arzobispo, de qué lengua
nació el falso rumor que en vuestra mengua
por la corte circula?
ARZOBISPO ¿Qué rumor, seor marqués? Nada he sabido.
MARQUÉS Hay quien os acumula
parcialidad secreta en el partido
de los nobles rebeldes, y hay quien diga...
ARZOBISPO ¡Cómo! ¿Queréis ya rota nuestra liga
y la unión por los dos recién formada?
MARQUÉS ¿Por qué a sospecha tal daréis entrada?
ARZOBISPO ¡Dudar mi vasallaje!
MARQUÉS ¿Y cómo pudo
creer vuestra eminencia que lo dudo?
Mientras rivales fuimos, luché fuerte;
mas ya que quiso venturosa suerte
unirnos para el bien de la Castilla,
estimara mancilla
en mi lealtad y fe no preveniros
de que os asestan alevosos tiros.
ARZOBISPO Aprendamos, marqués, en la experiencia,
y sepamos al fin que es imprudencia
no estrechar la amistad hoy prometida...
agradezco el aviso con la vida.
¿Mas qué piden al rey los caballeros?
MARQUÉS Pídenle el fin de graves desafueros
que aquejan al estado,
por intestinas guerras devorado;
pídenle paz, buen orden y justicia,
arreglos en el clero y la milicia...
ARZOBISPO ¿Mas qué esconde la suplica en el seno,
que esos pretextos son...?
MARQUÉS Yo los condeno,
pero ignoro su fin, que el condestable
fue siempre mi adversario.
Es fácil, variable,
amigo peligroso y mal contrario.
ARZOBISPO ¿Y ni aún juzgar sabéis por conjetura
de los rebeldes la intención segura?
MARQUÉS En verdad, arzobispo, que no acierto.
No es más la sedición que un desconcierto
cuyos tumultos y sangrientas guerras
a los del condestable darán tierras
y ricos señoríos y castillos.
ARZOBISPO ¿Y no podrá su alteza reducillos?
MARQUÉS Si no pierde un instante,
pues la parcialidad es del infante.
ARZOBISPO ¿Del rapaz don Alonso? ¿Y qué desea?
¿De doce años contra el rey pelea?
MARQUÉS Su maestrazgo parece que reclama.
ARZOBISPO ¿Y por eso encender la voraz llama
de nueva sedición en las Castillas?
MARQUÉS Quitáronle sus villas
y a don Beltrán las dieron.
ARZOBISPO Pero acaso...
El infante es de seso tan escaso...
MARQUÉS Don Alonso quizá ni aun lo sospecha;
la armada sedición solo aprovecha
de nuestro infante el nombre;
niño le aclama y le temiera hombre.
ARZOBISPO ¡No me asustan a fe los imprudentes
esfuerzos de esos pocos insurgentes,
si seguimos unidos,
ya, marqués de Villena, están vencidos,
y serán sus blasones y sus feudos
herencia a nuestros deudos;
ni habrá osado infanzón que en vano intente
contrastar nuestra fuerza omnipotente!
MARQUÉS Nunca, arzobispo, se alzará segura
esa fuerza futura
en tanto que la infanta...
ARZOBISPO ¿Y al marqués de Villena por qué espanta
esa doncella tímida y devota?
¿Pues acaso en Castilla no hay conventos?
MARQUÉS Fuera para nosotros grave nota
y abono de los nobles descontentos;
que en ella ve Castilla la esperanza
de conservar su augusta dinastía,
y derrocar supiera la privanza
del que a Isabel a un claustro reducía;
a doña Juana llaman Beltraneja;
el niño Alfonso gobernar se deja
por el ayo más rudo.
¿Qué esperanza a la patria ni qué escudo
al trono le quedara
si Isabel en el claustro profesara?
De alevoso tachárase el proyecto,
y fuéralo en efecto.
ARZOBISPO No concibo, marqués...
MARQUÉS Vuestra eminencia
¿sostiene la influencia
de la infanta Isabel...?
ARZOBISPO Ni lo he pensado.
MARQUÉS ¿Pues no habéis, arzobispo, contrariado
el enlace felice
que al rey de Portugal proponer hice?
ARZOBISPO ¿Y el influjo que os pesa de la infanta
dándole un soberano se quebranta?
MARQUÉS Dejadla ser potente;
que salga de Castilla es suficiente.
Y si muriendo Enrique le pluguiera
a los nobles hacerla su heredera,
el buen rey portugués ¿no apelaría
de nosotros, señor, a la valía
para regir el reino?
ARZOBISPO Sea en buen hora
Mas antes de ceder decidme ahora
si lidiaréis, marqués, por nuestra parte,
o bien si seguiréis el estandarte
de la armada nobleza.
MARQUÉS Amor, deber, honor, delicadeza,
a la parcialidad del rey Enrico
unen mi espada y vida,
yo por él mi oro y sangre sacrifico,
quedando así cumplida
la obligación de noble caballero.
ARZOBISPO Eso de vos espero.
MARQUÉS Y si solo quedara,
solo por don Enrique peleara,
contra vos, arzobispo, contra el mundo.
ARZOBISPO De júbilo profundo
me llena esa promesa; ved mi mano.
Contad, marqués, de hoy más con un hermano.
Hablad ya de Isabel.
MARQUÉS He recibido
del rey de Portugal mensaje nuevo,
según este designio concebido;
aquí sus cartas llevo.
ARZOBISPO Dad, marqués de Villena,
y ya que siempre tuve a grave pena
combatir vuestras miras en la corte,
hoy me cumple probaros como amigo
que vuestro bien será mi solo norte.
Cuidad, empero, de tener conmigo
en presencia de todos aquel ceño
que antes nos apartaba.
MARQUÉS Yo me empeño
en encubrir con áspero semblante
mi fe jurada y mi amistad constante.
Escena V
EL MAESTRE y dichos, menos EL ARZOBISPO.
MARQUÉS (En voz muy baja.)
La ocasión vino ya de nuestro intento;
a caballo, Maestre; en el momento
hacia tierra de Burgos veloz parte,
y al condestable dile de mi parte
que alce sin más temer ya la bandera;
a caballo, mi hermano, no hay espera.
MAESTRE ¿Y el arzobispo...?
MARQUÉS Adiviné su mente.
Con todos sus caudales y su gente
se opone a nuestras justas peticiones
por mentidas razones
de amor y de lealtad.
MAESTRE ¿Mas le entregaste...?
MARQUÉS Papeles, sí, pero saber te baste
que son de Portugal. No ignoras cuánto
su éxito te interesa.
MAESTRE Hermano, tanto
cual me importa vivir. Sin eso muero.
MARQUÉS A caballo, Maestre; guarda empero
hasta Burgos prudencia consumada;
después resplenda al sol la dura espada.
(Vanse.)
FERRÁN ¡Danse marqués y obispo ya las manos!
A fe que mis temores no eran vanos.
(Retírase.)
Escena VI
Atraviesan la escena sucesivamente, y sin detenerse en ella más de la preciso para decir sus partes respectivas, EL REY DON ENRIQUE, hablando con DON BELTRÁN DE LA CUEVA; LA REINA, acompañada por el MARQUÉS DE VILLENA; DOÑA GUIOMAR, favorita del rey, con EL ARZOBISPO DE TOLEDO; EL INFANTE DON ALONSO y LA INFANTA DOÑA ISABEL, acompañado aquel por FERRÁN CALVO, y ésta por DOÑA BEATRIZ DE BOBADILLA, su camarera. Solo EL REY está cubierto. Siguen a la comitiva pajes, guardias y servidumbre.
ENRIQUE Generoso te has mostrado
festejándome, Beltrán;
feliz el rey a quien sirven
vasallos de tu lealtad.
BELTRÁN Señor, quien todo os lo debe
honra sirviéndoos se da.
ENRIQUE Ya ves, marqués de Villena,
cómo está mi autoridad.
Dicen que mi condestable,
los Manriques y otros más
acuden con gente a Burgos.
MARQUÉS ¿Y qué intentan?
ENRIQUE Suplicar
que mejor gobierne el reino;
que haya entre los nobles paz
que sus fueros se respeten.
MARQUÉS Si quisiere contestar
vuestra alteza con la espada,
espero que aceptará
antes que todas la mía.
ENRIQUE Sin ti, marqués, fuera mal
resolver tan grave punto.
Tú mismo te encargarás
de responder en mi nombre
a los de Burgos.
MARQUÉS Se hará
como vuestra alteza manda.
Pero es preciso cortar
no solo el miembro podrido,
sino la causa del mal.
También en la corte tiene
parciales la deslealtad;
pongámosle, señor, freno.
Ya sabéis que Portugal
tesoros y armas os brinda
con que podáis conjurar
de los nobles sediciosos
la violenta tempestad.
Doña Isabel, nuestra infanta,
podrá entonces domeñar
no la sedición de Burgos,
sino el poder colosal
con que Aragón y Navarra
humillan la majestad
de vuestra corona augusta.
ENRIQUE Ya dije a Isabel que está
para ajustarse el tratado.
¡Sin ti, marqués, cuánto afán
el gobierno me costara!
BELTRÁN (A la REINA.)
¿Permitido me será
señora, que de escudero
os sirva?
REINA ¡Solo el pesar
me asedia en mi propia corte!
¡Qué rendido, qué galán
sirve todo un arzobispo
a esa tal doña Guiomar!
ARZOBISPO (A DOÑA GUIOMAR.)
Sé que repugnancia os cuesta
sé que así vuestra beldad
carecerá de los triunfos
que alcanza de esa rival;
pero es forzoso, señora;
al monarca aconsejad,
que ya empeñé mi palabra
en pro del lazo nupcial.
GUIOMAR Mas si el marqués lo desea,
vuestro adversario, ¿la paz
habréis hecho por ventura?
ARZOBISPO Es forzoso contemplar
alguna vez a los grandes.
Vos, que hermosa sin igual
en el pecho del monarca...
GUIOMAR Sois, arzobispo, mordaz.
ALONSO (A FERRÁN.)
¿Ya justaste en Zaragoza?
FERRÁN Pude ese honor alcanzar.
ALONSO ¿Y rompiste muchas lanzas?
FERRÁN Cinco a caballo no más;
luego la espada sacamos.
ALONSO ¿Y venciste?
FERRÁN Sin lidiar;
que fue cortés mi oponente.
ALONSO ¡Cuánto te envidio, Ferrán!
(Salen todos. Desde los bastidores se vuelven DOÑA ISABEL y DOÑA BEATRIZ a la escena.)
Escena VII
DOÑA ISABEL, DOÑA BEATRIZ.
ISABEL Vuélvete un instante; por estos jardines
de las puras auras gocemos en paz;
cáusanme fatiga justas y festines,
y esos cortesanos de fingida faz.
BEATRIZ ¿Qué dolor os turba? Decidlo, señora.
¿Perdió vuestro aprecio la triste Beatriz?
ISABEL ¿Y qué, no es bastante verme a cada hora
de astutos ministros víctima infeliz?
Sagaces deslumbran a Enrique mi hermano;
cábalas mezquinas trámanle en redor,
y agora en rehenes le piden mi mano,
y agora la piden en signo de amor.
BEATRIZ Sin duda, oh infanta, el nudo os desplace
con que al himeneo os van a estrechar.
ISABEL Esa débil trama presto se deshace,
ni tal lazo nunca se podrá añudar,
que si el de Villena piensa por ventura
con el rey vecino pactos concluir
sé que el de Toledo de tal no se cura.
BEATRIZ ¿Y el qué, noble infanta, os puede afligir?
ISABEL El prelado me ama.
BEATRIZ Así lo imagino,
y aun solo por eso no llego a entender
por qué vuestra alteza suspira contino,
por qué hasta su alma no llega el placer.
ISABEL Beatriz, te confieso que en bárbara lucha
mi deber se traba con mi corazón,
y el entendimiento al alma no escucha,
ni el alma tampoco cede a la razón.
BEATRIZ Todo lo penetro; no culpad, infanta,
al pecho que siempre os ha sido fiel.
ISABEL Yo culparme debo de flaqueza tanta.
BEATRIZ ¿Pues quién más bizarro que el bravo doncel?
(Se estremece al oírle nombrar.)
ISABEL Me embarga la lengua su nombre o su vista,
mas yo mi ternura lograré apagar.
BEATRIZ ¿Por qué, mi señora? ¿Cuando así resista
su imagen amada logrará olvidar?
¿No hubo muchos reyes...?
ISABEL Ten, Beatriz, tu celo,
que tales palabras no escucha Isabel.
¿Por qué cuna pobre me ha negado el cielo?
¿Por qué regia cuna le ha negado a él?
Pensé que secreta mi mengua estaría,
que así nos deslumbra juvenil candor;
Ferrán entre tanto mi pecho leía,
y osó en el banquete hablarme de amor.
Me entregó unas trovas llenas de cariño,
que yo, Beatriz mía, me atreví a leer.
(Leyendo para sí las trovas.)
BEATRIZ Pásmame, señora, que siendo tan niño
tan gentiles rimas sepa componer.
ISABEL Mis colores lleva, canta a mis balcones,
repite do quiera mi prez y loor;
detener es fuerza sus adoraciones,
aunque a mí infelice me mate el dolor.
BEATRIZ Y aun por eso tanto teméis, mi señora,
la infausta alianza con el Portugal.
ISABEL De tal himeneo no me hables ahora;
por una vez basta, Beatriz, con un mal.
Sé que el de Toledo protegerme cura,
que en servirme siempre se ha mostrado fiel;
toma esos conceptos; cese mi locura;
con airado ceño dalos al doncel.
Escena VIII
Las mismas y FERRÁN.
FERRÁN Permitid, infanta...
ISABEL Paréceme extraño
que así se interrumpa, doncel, mi solaz;
padecéis, seor paje, gravísimo engaño
si esperáis que sufra vuestro modo audaz.
FERRÁN Pensé, mi señora, que grato os sería
dar a un forastero amparo y favor.
ISABEL Sabed, forastero, que es descortesía
arrancar mercedes.
FERRÁN Calmad el rigor.
Recordad, princesa, que nuevo en Castilla,
tan joven y ausente del paterno hogar,
no es mucho que adore al astro que brilla
como el sol de oriente sin mayo ni par.
¿No pensáis, señora, que pueda mi pecho
por ser pobre paje albergar amor,
respeto, ternura o airado despecho,
ni dar en los campos pruebas de valor?
ISABEL ¿Mas qué pretendéis?
FERRÁN Solo, infanta augusta,
serviros imploro; por Dios consentid;
sabré vuestras cifras honrar en la justa,
de sangre esmaltarlas sabré en cruda lid.
Dichoso, señora, yo entre los donceles,
si mi acento humilde os mueve a piedad.
(Se arrodilla.)
Ceñirán mi espada frondosos laureles.
ISABEL Atrevido sois, doncel; levantad.
(Alarga la mano para levantarlo; él se la besa respetuosa y tiernamente.)
FERRÁN Vuestra hermosa mano, augusta princesa,
cual símbolo adoro de paz y perdón.
ISABEL De ser tan benigna, don Ferrán, me pesa,
que así a vuestra audacia doy un galardón.
Partid al contado.
FERRÁN Señora, es forzoso,
pues todo soy vuestro, que os sirva leal.
Mil riesgos os cercan...
ISABEL Quedad en reposo.
Beatriz, ¿viste nunca pertinacia igual?
FERRÁN Vuestro caballero, infanta, os requiere,
el que nunca olvida vigilar por vos;
hay cierto arzobispo que mucho os malquiere,
dudad sus palabras, señora, por Dios.
Cauteloso amigo es del de Villena;
fíngense adversarios por mejor triunfar;
la pureza de ambos suele andar ajena;
ved, princesa, si hay razón de dudar.
Y aquel cuya vida de veros felice
depende tan solo ¿podrá sin dolor
oír que en la corte de cierto se dice
que va el arzobispo...?
BEATRIZ El rey, mi señor.
(Sepáranse.)
Acto segundo
Aposento de palacio
Escena I
EL REY ENRIQUE, sentado con grande abatimiento, LA INFANTA DOÑA ISABEL, y GUARDIAS en las puertas.
ENRIQUE ¡Oh desdichado monarca!
¡Cuánto mi corona pesa!
Abandónanme los míos,
me escarnece la nobleza,
y hasta mi propia familia
me arrancan con brutal fuerza.
Señor que riges los cetros
de los reyes de la tierra,
un príncipe desgraciado
hoy implora tu clemencia.
Dame valor, Dios piadoso;
caigan sobre mi cabeza
las iras de tu justicia,
pero a la patria no hieran.
ISABEL Piadoso invocáis al cielo;
él, don Enrique, os proteja
más no cumple un soberano
con exhalar tristes quejas.
Después de la prez devota
cambiad ¡oh rey!, la diadema
por el acerado casco;
trocad en peto las sedas;
por el corcel de batalla
la ociosidad que os aqueja;
y esforzado paladín
el que antes piadoso fuera
rompa con la dura espada
las desdichas que lamenta.
ENRIQUE ¿También mi hermana Isabel
mi tribulación aumenta?
ISABEL Yo, don Enrique, os animo,
que el veros llorar es mengua.
Y aunque soy débil mujer,
si vuestro cetro blandiera,
con él quizá quebraría
la frente de los que intentan
envilecer al monarca.
Sacudid, rey, la pereza;
y ya que de soberano
os desciñáis la diadema,
si hombre sois y caballero
no sufráis tales ofensas.
Rescatad a vuestro hermano,
al niño Alonso, que estrecha
prisión en Burgos padece.
ENRIQUE Hablas, incauta doncella,
ignorando lo que pides.
¿Con quién declaro la guerra?
¿Qué gentes, qué caballeros
acuden a mi bandera?
Mientras rigió mis consejos
Juan Pacheco, el de Villena
¡ay triste!, ¡mi solo amigo!,
¡el que amé en la edad primera!
Vísteme reunir mesnadas,
caballos, huestes guerreras...
pero él también me abandona,
también la facción aumenta;
el maestre de Calatrava,
su hermano, hacia Burgos lleva,
con infinitos peones,
comunidades enteras.
¿Mi espada sola qué haría
aun cuando el Cid la esgrimiera?
ISABEL ¡Dios os lo perdone, Enrique,
y de la sangre que riega
a mares la monarquía
no quiera pediros cuenta!
Porque hubo un tiempo ¡oh hermano!,
que débil gusano era
esa misma sedición
que hoy audaz os amedrenta.
Quebrantar su frente entonces
pudisteis, y su soberbia;
pero flaco, irresoluto,
y más indeciso que ella,
peleasteis sin vencer;
disteis tiempo a la pelea;
y aquel enantes gusano,
nutriose de sangre vuestra,
y hoy serpiente formidable
amaga vuestra existencia.
Si al principio de la lucha
sobre los rebeldes fueran
la mitad de los que luego
murieron en la contienda,
a buena fe, don Enrique,
los tumultos concluyeran,
vos reinaríais dichoso
y Castilla os bendijera.
ENRIQUE Duélete, Isabel, de mí.
La escandalosa infidencia
del marqués, de Juan Pacheco,
ha enervado mi entereza;
él era mi único apoyo,
él mi esperanza postrera.
ISABEL Los mejores aliados
que un sabio monarca cuenta
son Dios, señor, y su espada.
¿Quién esperáis que a vos venga
si vos mismo, don Enrique,
buscáis la coyunda ajena?
Si vos vuestra propia honra
miráis con tanta tibieza,
¿queréis que un extraño acaso
tome por vos la defensa?
ENRIQUE Por piedad, Isabel mía.
¡Ay, hermana, si supieras
lo que oculta mi cariño
por no acrecentar tus penas!
¡Si pudieras penetrar
estas dolorosas nuevas!
ISABEL ¿Aun hay más calamidades?
¿La rebelión satisfecha
aun no está con la prisión
de don Alonso? ¿Qué esperan
qué piden los conjurados?
ENRIQUE ¡Piden tanto!
ISABEL Mas si es fuerza
oírlos, ¿a qué esperáis?
Concédales vuestra alteza
mucho más que pedir osan.
Y ya que remiso os vieran
para empuñar el acero,
no estéril miedo os detenga;
sed resuelto alguna vez,
dadles paz, o dadles guerra.
ENRIQUE De ti depende, Isabel,
seguir tu propia advertencia.
ISABEL En buen hora, don Enrique;
vos salvaos, y yo perezca;
quede en libertad Alonso,
la paz torne a vuestras tierras.
ENRIQUE ¿Mas tú sabes lo que piden?
¿Quieres tú que yo consienta?
ISABEL ¿Pues qué designio es el suyo?
ENRIQUE A una condición sujetas
están la guerra y la paz;
tu mano será la prenda
que en esta cuestión decida.
ISABEL ¿Aún persisten en la idea
de que el rey de Portugal...?
ENRIQUE ¡Ojalá en ella insistieran!
No es el portugués monarca,
es el Maestre el que anhela
ser tu esposo, Isabel mía,
el hermano de Villena.
ISABEL ¿Y hasta ese punto, señor,
el marqués nos vilipendia?
¿No le bastan ya los feudos
ni las copiosas riquezas
que pródiga vuestra mano
en mal hora le cediera?
¿No le basta ya la sangre
que derrama su fiereza,
sino que a sus propios reyes
ha de sellar con la afrenta?
Soy, Enrique, vuestra hermana;
en vano humillarme piensan;
el convento o el cadalso
rescatarán mi pureza.
ENRIQUE ¿Y nuestro hermano, y Alonso?
ISABEL ¡Ay señor! ¡Cuánta saeta
clava a mi ulcerado pecho
su memoria...! Mas ¿no hay senda,
no hay camino que nos libre
de esa alianza funesta?
¿Pondremos cual los cobardes
nuestro cuello a la cadena?
ENRIQUE Horas ha que aguardo a un sabio,
a un astrólogo... Su ciencia
rescatarnos tal vez puede...
ISABEL ¿Y fiáis a esas quimeras
el honor de vuestra patria?
¡Y en tanto la espada huelga!
ENRIQUE Cuando turbados los cielos
cárdenas llamas reflejan
y con temerosos signos
males próximos revelan,
aconsejarnos es justo
del que entiende las estrellas.
ISABEL Los fenómenos y fuegos
que en el cielo centellean
si aquí nos causan terror
también en Burgos aterran.
Ese astrólogo Abiabar,
que os visita con cautela,
¿quién sabe si está vendido
a los que mal os desean?
¿A qué apelar a los astros?
Dios vuestra esperanza sea,
y esa espada, don Enrique,
y vuestra propia conciencia.
ENRIQUE ¡Qué harán los otros por mí
cuando tú ayudarme niegas!
No das la mano al maestre,
y a Alonso y a mí nos dejas...
ISABEL ¡Qué oblación tan horrorosa,
oh Castilla, de mí esperas!
Al gran maestre aborrezco,
un infierno es su presencia:
¿cómo he de darle la mano
con que gustosa le hiriera?
Escena II
Los mismos, UN UJIER que se retira luego, y el ARZOBISPO DE TOLEDO.
UJIER El arzobispo, señor.
ENRIQUE Seas bien venido, Fonseca:
¡cuán inquieto te esperaba!
¿Viste, arzobispo, sus letras?
¿Qué piensas de los rebeldes?
Habla, amigo, y me consuela,
que eres el único noble
que fiel a mi causa queda
entre esa turba de ingratos
que yo subí a la opulencia.
Habla: ¿qué sería de mí
si no te tuviese cerca?
ISABEL ¿Y habré, señor arzobispo,
de ser yo la triste ofrenda
que a los traidores se inmole
porque su amago suspendan?
¿Para mí no hay esperanza?
ARZOBISPO Mucho dárosla quisiera,
noble infanta de Castilla.
ENRIQUE Pero en fin, ¿qué me aconsejas?
ARZOBISPO En puridad debo hablaros
lo mejor que hacerlo sepa;
Dios ilumine mi mente
y mi ánimo fortalezca.
ENRIQUE A Dios, querida Isabel.
ISABEL Pensad, señor, que pidiera
antes recibir mil muertes
que el lazo que me presentan.
(Vase.)
ENRIQUE Infelice hermana mía.
Escena III
DON ENRIQUE y EL ARZOBISPO.
ENRIQUE ¿Y bien, Alonso, qué piensas?
¿Qué dices de ese marqués,
de esas cartas, y esas quejas?
ARZOBISPO Señor, en alguna parte
son fundadas sus querellas;
pretenden que doña Juana
no pueda ser heredera
del reino, que don Beltrán...
ENRIQUE Detén, amigo, la lengua;
de don Beltrán no me hables
ni del honor de la reina;
infames son los rebeldes,
desdoro de la grandeza;
para quitarme a mi hermana
su falso civismo ostentan.
ARZOBISPO Tal es su fin.
ENRIQUE ¿Y ellos mismos
no agotaban mi paciencia
pugnando porque Isabel
al de Portugal le diera?
ARZOBISPO Yo apoyé su petición,
mas no delinquí a sabiendas,
y tarde penetrar pude
su sagaz estratagema;
que al nunciar tal enlace
previeron que a vuestra alteza
rivalidades se alzaran
con las vecinas potencias;
y al veros luego, señor,
abandonado, comienzan
esa lucha fratricida
que vuestros reinos aqueja.
Portáronse cual traidores
con astucia y con fiereza;
mas vano será su empeño
si place a la Providencia,
que del vicario de Cristo
imploré ya la asistencia,
y el grande obispo Venerio
en nuestro socorro llega,
cual Nuncio del santo padre,
con sus facultades plenas:
tengamos pues confianza;
comunidades enteras
se niegan de los rebeldes
a enarbolar las enseñas.
ENRIQUE Pero mi hermana Isabel...
ARZOBISPO Preciso es que se convenga,
o nunca se logrará
de don Alonso la vuelta.
Le han proclamado monarca;
mercedes, gracias dispensa,
señor... por su vida temo...
disculpad esta franqueza.
ENRIQUE ¡Por la vida de mi Alonso!
El corazón me penetras.
¡Oh conjeturas crueles!
ARZOBISPO ¿No tendrá a bien vuestra alteza
presidir hoy el consejo?
ENRIQUE Dame a firmar: ¡qué sospechas!
ARZOBISPO Veréis, señor, los despachos.
ENRIQUE Sabes que eso me atormenta.
ARZOBISPO Mas es preciso, señor.
ENRIQUE Basta que firme y no lea.
ARZOBISPO Se arriesga vuestra corona.
Dignaos, señor...
ENRIQUE ¡Qué entereza!
(Vase.)
Escena IV
FERRÁN y EL ASTRÓLOGO.
FERRÁN ¿Ha tiempo que el rey te aguarda?
ASTRÓLOGO Desde antes de amanecer.
FERRÁN No olvides lo que me importa
que aproveches hoy muy bien
Abiabar, de la entrevista.
ASTRÓLOGO Los recelos deponed.
FERRÁN En tu habilidad confío.
ASTRÓLOGO Serviros procuraré.
Ya a doña Beatriz he hablado,
y me ha ofrecido, doncel,
ser vuestra hasta donde alcancen
su valía y su poder.
Cuidad vos, paje garrido,
de agradecerlo cortés;
que en su mano están las llaves
para abrir a vuestro Edén.
FERRÁN Eres, Abiabar, más sabio
que el mismo Salomón fue;
solo falta que al monarca
sagaz puedas convencer...
ASTRÓLOGO Direle que sois su estrella;
en mi experiencia creed.
FERRÁN Harto más yo te creería
y admirara tu saber
dándome las doblas de oro
que ayer en vano busqué.
ASTRÓLOGO Si supiérades, seor paje,
cuán dificultoso es
tornar la más alta idea,
la más rica que caber
pueda en el hondo cerebro
de alquimista genovés,
en sonantes doblas de oro,
viérades que puedo ser
sabio, astrólogo profundo,
y pobre todo a la vez.
Me aguardan los escuderos.
FERRÁN Dios te acompañe.
ASTRÓLOGO Con él
quedad, buen paje.
FERRÁN Ya sabes
lo que hemos pactado hacer.
Escena V
FERRÁN, y luego UN PAJE de DOÑA BEATRIZ, que vuelve a salir.
FERRÁN No adolece el algebrista
por cierto de estupidez;
más de prisa van las horas.
(Da una palmada.)
Forzoso es que suenen tres.
(La repite dos veces, y entra UN PAJE.)
Di, niño, a doña Beatriz
que a servirla ya llegué.
(Sale EL PAJE.)
¡Si ver pudiese a la infanta!
¡Nobilísima Isabel!
¡Cuánta gracia plugo al cielo
a ti sola conceder!
Harto arriesgada es mi empresa,
mas constancia tengo y fe,
y he jurado rescatarla
o en la lucha perecer,
que a mi sedicioso maestre
tan espléndido joyel
fuera por Dios mengua darle,
ni virgen de tanta prez;
el de Calatrava anduvo
audaz en la pretender,
pero yo tengo una espada
que humillará su altivez.
Escena VI
FERRÁN y LA INFANTA, DOÑA BEATRIZ DE BOBADILLA, y acompañamiento.
FERRÁN (Aparte.)
¡Cuán abatida la infanta!
Yo aliviarla curaré.
BEATRIZ Su alteza al consejo asiste;
esperemos.
ISABEL En buen hora.
(Cambian algunas miradas de inteligencia DOÑA BEATRIZ y DON FERRÁN.)
BEATRIZ Mas no os encuentren, señora,
tan abatida y tan triste.
ISABEL Mucho temo la tardanza
del consejo en resolver.
BEATRIZ Pero no debéis perder,
mi señora, la esperanza.
¿No prometió el de Toledo...?
ISABEL Es todo engaño y falsía...
FERRÁN ¡Señora...!
ISABEL (Sobrecogida, a DOÑA BEATRIZ.)
¿Ves qué osadía?
Ya resistirla no puedo.
BEATRIZ No le maltrate el rigor;
cuidad que es joven sencillo.
FERRÁN A vuestra alteza me humillo.
ISABEL ¿Pediros podré un favor?
FERRÁN Mi espada, mi nombre y vida
veces mil gustoso diera,
con tal de que en todo fuera
vuestra voluntad cumplida.
ISABEL Retiraos pues, Ferrán.
Solo aquí busco a mi hermano.
FERRÁN ¿Y he de suplicar en vano?
¿Y ha de perderse mi afán?
Sé que infelice ¡oh infanta!,
sois tal vez en este instante,
y al mirar vuestro semblante
mi corazón se quebranta.
Os hiere mano traidora
con alevoso puñal,
mas remedio tiene el mal;
no desesperéis, señora.
ISABEL ¿Remedio en esta aflicción?
¿Y qué a vos de mi ternura...?
FERRÁN En ella va la ventura,
señora, de un corazón
que oscila y late violento
si la pena os acongoja,
cual se estremece la hoja
que sacude crudo viento.
ISABEL Detened, paje, la lengua;
¿pensáis que lisonja tanta
pueda escuchar una infanta
sin que le sirva de mengua?
¿O quisisteis por ventura
viendo mi bonanza rota
echar también una gota
al cáliz de mi amargura?
Veisme en cruel orfandad,
a mi hermano desvalido,
¿y osáis así presumido
hablarme con liviandad?
FERRÁN Señora, mi rendimiento
¡por vos misma yo os lo juro!,
tiene fin más noble y puro
y más generoso intento.
Así propicios los santos
cielos oigan mi oración,
que fue solo mi intención
mitigar vuestros quebrantos.
Y si tal vez descontento
os pudo mi lengua dar,
es porque suele faltar
la razón al sentimiento.
Porque al mirar la importuna
ausencia que ya os espera,
el alma se desespera
y maldice a la fortuna.
ISABEL Si mi ausencia...
FERRÁN ¡No por Dios!
Concibiéronla en mal hora;
no consintáis, mi señora;
tened vos piedad de vos.
Y ese maestre don Pedro
que os solicita afanoso,
caña junto al poderoso,
junto a los débiles cedro,
¿es capaz en su fiereza
de secos rendido amante?
¿O pretende ser infante
porque le llamen alteza?
Resistid, alzad un dique
contra su designio fiero.
ISABEL ¿Cuando ya ni un solo acero
se desnuda por Enrique?
FERRÁN Magnánima resistid.
No son vanas ilusiones,
que van a alzarse pendones
por él en Valladolid.
Hanme dicho en puridad
ciertos fieles mensajeros
que a los nobles caballeros
no seguirá la ciudad.
Muy escaso es mi valor,
no soy de riquezas dueño,
pero a este paje pequeño
le hace gigante el amor.
No perdáis pues la esperanza,
doña Isabel, de triunfar,
y permitidme arrojar
este hierro en la balanza.
ISABEL Y contra un vasallo infiel,
contra toda la Castilla
¿qué ha de valer la cuchilla
de un generoso doncel?
Vana es, paje, vuestra ofrenda.
Tened, don Ferrán, la espada;
dejadme ser desdichada.
FERRÁN Vuestra alteza no se ofenda,
que yo por servirla anhelo,
más que algún alto infanzón;
os habla mi corazón
como si le hablase al cielo.
No me despreciéis por niño
ni por de poca nobleza,
pues no hay humana proeza
tan grande como el cariño.
Tengo además los consejos,
si no de la jerarquía,
de pecheros de valía
con poder en los concejos.
Y hay otros vasallos fieles
que por el rey lidiarán,
y los primeros serán
mis amigos los donceles.
ISABEL Escasa gente.
FERRÁN En honor
son muchos, princesa augusta,
que por una causa justa
se multiplica el valor.
Pero tal vez os molesta
mi presunción atrevida,
que al maestre prometida...
ISABEL Mi corazón le detesta.
Hasta su nombre me daña;
mas... no tengo voluntad.
Labro mi infelicidad
por hacer dichosa a España.
Prisionero está un hermano,
hiere al otro la traición;
su rescate es galardón
de mi desdicha y mi mano.
¿Mas quién así, don Ferrán,
de hablarme os diera derecho?
FERRÁN ¡Mi corazón, mi despecho,
doña Isabel, me le dan!
Que sin veros, para mí
muerte se torna la vida,
y es vuestro enojo la herida
más ancha que cabe aquí.
Que al venir la noche oscura
o al despertar de la aurora,
es vuestra imagen, señora,
la imagen de mi ventura.
Vos sois mi gloria, mi ensueño
en la vigilia cruel;
vos el numen del vergel
que hace dichoso mi sueño.
Que allí cuando el corazón
se espacia, sin estrechura
bebe de la copa pura
de dulcísima ilusión...
A vos, astro rutilante,
a vos, luz de la Castilla,
¿empañará la mancilla
de esa sedición triunfante?
ISABEL Mancebo, ya es desleal
vuestro decir...
FERRÁN ¡Qué baldón!
¿No veis que la rebelión
os quiere para puñal?
Mi rendimiento os enfada,
desdén logro solamente...
parto a romper cual valiente
en la sedición mi espada.
ISABEL Cuidad que Alonso mi hermano
yace agora en su poder;
cuidad que Enrique el poder
y el cetro sostiene en vano.
Cuidad que a la fementida
traición auxilios se dan,
y cuidad también, Ferrán,
de conservar vuestra vida.
FERRÁN ¿Sin vos la vida?
ISABEL Doncel,
yo me debo a mi decoro;
resignada sufro, lloro,
y a mi obligación soy fiel
Tiempo es de acabar la guerra;
en este punto quizá
el pacto se firmará;
partid a lejana tierra.
FERRÁN ¡Señora!
ISABEL Sí, caballero,
partid, y que esta vez sea
la postrera que yo os vea. (Enternecida.)
FERRÁN ¡Qué crueldad! Morir primero.
¡Señora!
ISABEL Es irrevocable,
gentil paje, esta sentencia.
FERRÁN Acabaré una existencia
ya para mí deplorable.
Lejos de vos ¿qué esperanza
puede a mi cuita venir?
¿A qué, señora, vivir
sino para la venganza?
ISABEL En la memoria perdida
de una infelice doncella...
FERRÁN Vos seréis mi sola estrella
en el rumbo de la vida.
Ni envainaré cual cobarde
el acicalado acero;
a morir voy el primero...
ISABEL Don Ferrán, el cielo os guarde.
Escena VII
DOÑA ISABEL y DOÑA BEATRIZ.
ISABEL Partió, Beatriz; compasión.
¡Y yo que le amaba tanto!
¿Cuándo apagará mi llanto
el fuego de esta pasión?
O lucha acerba y cruel
en que se abrasa mi pecho.
¿Por qué con crudo despecho
así esquivé a mi doncel?
¿Por qué así el alma condena
las leyes de la razón?
¿Por qué de mi corazón
no puedo arrancar la pena?
¡Yo infanta! ¡Qué esclavitud!
¡Dar a un rebelde la mano,
y herir con dardo inhumano
al que sigue la virtud!
A mi feroz enemigo,
porque nací junto al trono,
con mis brazos galardono
y huyo de mi tierno amigo.
¡Cuán gustosa trocaría
esta prisión resplendente
por la cabaña indigente
donde mora el alegría!
BEATRIZ Tened, infanta, piedad,
tregua logre el desconsuelo,
y del corazón el duelo
con lágrimas desahogad:
todo la virtud lo alcanza;
del seno de esa tristura,
¿quién sabe si la ventura...?
ISABEL ¡Ventura sin esperanza!
BEATRIZ ¿Y por qué desesperar?
¿No os ama acaso sincero?
¿No es cumplido caballero,
y os promete rescatar?
Sus amigos tal vez son
mucho en las comunidades;
y a fe que por las ciudades
no cunde la rebelión.
Os ama...
ISABEL Si responder
no debo a su idolatría,
si infausta la suerte mía
plugo al cielo disponer,
fuera bárbaro rigor
sus amores codiciar
tan solo para triunfar
desdeñosa de su amor.
Beatriz, quiero que me olvide,
que no se acuerde de mí,
pues yo infelice nací,
y el destino nos divide.
BEATRIZ Séame lícito dudar
que un amor que así descuella
se borre cual leve huella
que el bajel deja en el mar.
Que aunque en ardiente corcel
revuelve la osada diestra
en la galana palestra,
es amoroso el doncel.
Vos sois el sol de su cielo,
la única deidad que adora;
por vos subirá, señora,
hasta los astros su vuelo.
Escena VIII
Los dichos, EL REY, EL ARZOBISPO DE TOLEDO, EL ASTRÓLOGO y acompañamiento.
BEATRIZ No os halle su alteza así.
(Se enjuga las lágrimas la infanta.)
ENRIQUE ¡Ni un voto haber conseguido!
¡Cielos, humillado pido
que tengáis piedad de mí!
ISABEL ¿No hay esperanza, señor?
¿A ser inmolada voy?
¿Al fin perderemos hoy
con el poder el honor?
ENRIQUE Todo el mal hoy se confirma
que anunció el hado, Isabel;
Fonseca tiene el papel.
Solo falta ya tu firma.
Acto tercero
El mismo apartamento en el palacio de don Enrique. Varios CABALLEROS, UJIERES y GUARDIAS hacia el fondo.
Escena I
DON FERRÁN y DON FERRER DE LANUZA, enviado de Aragón.
FERRER ¿Pero es cierto, don Ferrán?
FERRÁN Os repito que la infanta
se negó resueltamente
a ceder a la alianza
que le propuso el consejo.
Como noble y castellana,
en vez de estampar la firma,
rasgó el pliego en que constaban
los contratos del enlace.
FERRER ¿Y sabéis que no os engaña
quien os dio tales noticias?
FERRÁN Lo sé por su propia dama,
y por eso, don Ferrer,
para aconsejarse os llaman;
que negocios de cuantía
nunca en Castilla se tratan,
sin consultar el influjo
de Aragón y de Navarra;
y siendo vos enviado
del aragonés monarca,
es preciso que os pregunten.
A ser fácil, la balanza
inclinad pues, por mi amor,
contra esas bodas bastardas.
Al enviado navarro,
don Juan Biamonte, pintadlas
como absurdas, peligrosas...
FERRER Me esforzaré en cuanto valga,
doncel, para seros grato;
sabéis que no omití nada
para conseguir que el rey
de su servicio os nombrara,
mejorando vuestra suerte...
FERRÁN Yo os doy, don Ferrer, las gracias.
Ah, sin vuestra protección...
FERRER Don Juan Biamonte...
Escena II
Los mismos y DON JUAN BIAMONTE, enviado de Navarra.
FERRER (Cambiando el tono de la conversación.)
¡Bizarras
trovas hacéis, mi doncel!
Pasad a verme mañana.
(A BIAMONTE.)
(Se retira DON FERRÁN.)
Bien venido, embajador;
ya su alteza nos aguarda.
JUAN Pésame, seor don Ferrer,
si os molestó mi tardanza.
FERRER Sabéis bien, señor don Juan,
que nada de vos me enfada.
(A UN UJIER.)
Avisad al arzobispo
que ya presentes se hallan
los ministros de ambos reinos.
(Sale EL UJIER.)
¿Sabéis, don Juan, la mudanza
que en el palacio ha ocurrido?
JUAN ¿Mudanza aquí? No sé nada.
FERRER Hanme dicho que los pactos
no se firman.
JUAN ¿Pues no estaban
ya las capitulaciones
en un todo concertadas?
¿Qué causa pudo impedir...?
FERRER No conjeturo la causa,
ni aun sé si el rumor es cierto.
JUAN A estos castellanos pasa
lo que el mismo Lucifer
allá abajo no ideara.
Cada vez entiendo menos
de sus costumbres y usanzas.
FERRER Son, don Juan, notables gentes.
JUAN Combustibles a la llama
echan de la sedición;
¿pensarán así apagarla?
FERRER Temo que cunda su fuego
si otro rumbo no se trazan;
ya empieza a ser formidable.
JUAN Nuevas gentes se levantan.
FERRER La nobleza; pero el pueblo
y los concejos se cansan
de tan grandes turbulencias.
Aprecian la justa causa,
mas esquivan la ocasión...
JUAN Oíros, don Ferrer, me pasma.
¿A ese marqués de Villena
quién en Castilla contrasta?
¿Quién pone a su hermano freno?
¿Quién a las potentes bandas
de flecheros y jinetes
que sus querellas abrazan?
Para mí la rebelión
triunfó desde que su espada
Juan Pacheco el de Villena...
FERRER ¿Y el arzobispo? ¿Quién tanta
influencia en las Castillas
goza, ni mayor pujanza?
JUAN La única columna es esa
adonde el trono descansa;
que estos pobres paladines
que viven en la antesala,
zánganos cuando miel hay,
gusanos si la miel falta,
no han de rescatar a Enrique.
FERRER Le rescatará su hermana;
que la princesa Isabel,
prudente al par que alentada,
no consentirá jamás
ser víctima de sus tramas.
JUAN Sin duda, seor don Ferrer,
debisteis esta mañana
de recibir instrucciones
de vuestra corte; que cuadran
mal los conceptos de ahora
con los que ayer pronunciaban
vuestros labios a mi oído.
FERRER Si nuestras cortes entrambas,
por no saber remediarlo
con el consejo o las armas,
toleran que las Castillas
en sus disensiones ardan;
que sus sembrados se talen;
que se incendien sus moradas;
que sangre corra a torrentes
por sus palenques y plazas;
tal vez, porque su soberbia
en lo posible se abata,
sabéis también que nos dicen
nuestras letras reservadas
que nunca su triunfo alcancen
ni los nobles ni el monarca.
Prudentes auxilios dimos
a los que bravos luchaban;
mas ya me parece hora
de que a Enrique se ayudara,
o será el empeño inútil
si algún tiempo se dilata.
JUAN ¿Instrucciones recibisteis?
FERRER Don Juan, ni una sola carta;
mas para pensar así,
con las antiguas me basta.
JUAN Del poderoso Aragón
suficiente una palabra
es para dar a Castilla
o paz o guerra.
FERRER Si grata
vuestra corte, seor don Juan,
la auxilia.
JUAN Vaya en gracia.
UN UJIER Sírvanse sus excelencias
de Aragón y de Navarra
pasar adelante.
FERRER Vamos.
JUAN (Aparte.)
No entiendo, a fe, lo que traman.
(Vanse.)
Escena III
Los mismos, menos los dos enviados. Entran EL ASTRÓLOGO y DON FERRÁN.
ASTRÓLOGO Traedme al punto al licenciado;
forzoso es que luego parta
de vuelta a Valladolid.
FERRÁN ¿Y qué intentas?
ASTRÓLOGO La tardanza
nociva será sin duda;
vuelvo adentro. En esta estancia
espéreme el licenciado,
don Ferrán, hasta que salga.
(Vase.)
FERRÁN El tiempo no malgastemos.
(Vase.)
Escena IV
Entran EL OBISPO DE CALAHORRA, EL DUQUE DE ALBURQUERQUE y otros NOBLES y CABALLEROS.
DUQUE Hablad, señor, en voz baja.
OBISPO Es mucha pena, señor,
que una voluntad extraña
siempre en Castilla domine.
DUQUE No hay hacer, si Aragón habla.
OBISPO Del señor embajador
son órdenes las miradas.
DUQUE Y hallan mal que la nobleza
desnude luego las armas
en pro de sus propios fueros
y de Castilla humillada.
OBISPO Ved a quien podrá decirnos
buenas nuevas.
Escena V
Los mismos, DON JUAN DE VARGAS y otros dos NOBLES.
DUQUE Seor de Vargas,
bien venido. ¿Qué noticias
por la villa se propalan?
VARGAS Ignoro lo que se dice;
mas sé que desamparadas
las gentes de la nobleza
en Valladolid estaban,
pues no los sigue el concejo.
Juzgo, obispo, que os agradan
tales nuevas, que al maestre
guerra tenéis declarada.
OBISPO Mas no la tengo, señor,
a sus huestes desdichadas;
que al fin, aunque soy leal,
conozco que razón harta
tienen en sus peticiones.
DUQUE Y ¿quién duda que reclaman
con justicia? Los deshonra
solo esa necia arrogancia
del insultante maestre.
OBISPO Mas ¿qué graves circunstancias
en Valladolid harían
que el concejo retractara...?
VARGAS Yo no sé por qué motivo...
Los villanos preparaban
sus peticiones también;
mas llegó en hora menguada
un Jiménez de Cisneros
que con los donceles anda,
un licenciado coplista,
todo pobrezas y trazas,
pariente de esos pecheros,
y húbose de dar tal maña
con sus idas y venidas
acerca de la canalla,
que ahogar les hizo en el pecho
las voces que ya formaban.
DUQUE ¿Y quién da a ese mozo parte
en cosas de esta importancia?
OBISPO Pues mándole yo al rapaz
que si con frase liviana
asuntos de Estado toca
yo castigaré su audacia.
VARGAS Antes de eso, seor obispo,
pienso medir sus espaldas
con lo largo de mi estoque
y con el pie su sotana.
Escena VI
Los dichos, FERRÁN y EL LICENCIADO.
DUQUE Sólo el rey la culpa tiene.
OBISPO Débil cuerpo y débil alma
¿qué han de producir, seor duque?
VARGAS Ved al mismo de que hablaba.
DUQUE Ah, señor licenciado, el buen coplero,
a fe de caballero
veros aquí me place.
VARGAS Pues tiempo también hace
que yo os buscaba en vano;
mas de Madrid lejano
sin duda el bachiller por los concejos
ocupado andaría en dar consejos
en pro de los señores.
LICENCIADO No soy agente yo de los traidores.
DUQUE No es el licenciadillo todavía
mozo que hable de asuntos de la guerra.
Una capellanía
es su sola ambición sobre la tierra.
LICENCIADO El título, señor, de licenciado,
no de licenciadillo,
con ímprobos estudios he ganado.
Permitidme decillo,
que no fue de mis padres heredado,
cual los títulos son de la nobleza.
VARGAS Perdéis, seor licenciado, la cabeza.
DUQUE Sin que el estudiantuelo lo jurara
fácilmente notárase en su cara
que es de villana cuna.
LICENCIADO Si hubiéredes, gran duque, por fortuna
oído de los sabios la enseñanza
mientras vivís en deliciosa holganza,
vierais que en vos no llega el mental vuelo
ni aun para merecer que estudiantuelo
os llamasen un día.
DUQUE (Poniendo a la espada.)
Voy a enseñaros ya mas cortesía.
FERRÁN Yo impediré, seor duque, ese trabajo.
DUQUE Cuando a mí se me habla, se hable bajo.
FERRÁN El mancebo, señores, es mi amigo;
quien a él ofenda reñirá conmigo.
LICENCIADO (Dirige al DUQUE una sonrisa despreciativa, y dice luego a FERRÁN.)
Gracias, señor Ferrán.
OBISPO ¿Dos caballeros
ponen liviana mano a los aceros
en la casa del rey? Y el estudiante
¿ignora por ventura que delante
se halla de un potentado?
¿Pues cómo así, menguado,
ni la cabeza baja ni se humilla?
Pida perdón al noble.
LICENCIADO ¿Prosternado mandáis que la rodilla
a quien me ofende sin razón le doble?
No fuera en mí humildad, fuera bajeza.
DUQUE ¿Y cómo no ha de alzarse la nobleza
si los mismos villanos
osan contra sus dueños volver manos?
¡Oh corrupción del tiempo! ¡Oh demasías!
¿Pues no ha de haber concejos y behetrías,
feudos, comunidades,
si dan tal libertad a las ciudades?
Nunca se acabarán nuestras querellas
si tú, pueblo, con sangre no las sellas.
LICENCIADO ¿Y es la sangre del pueblo, por ventura,
tan inútil o impura
que la haya de verter furor ajeno
cual derramar pudiera inmundo cieno?
Sino hay pueblo, señor, ¿qué es la nobleza?
¿De qué cuerpo después será cabeza?
Las resplendentes sedas, los brocados,
los vestidos con oro recamados,
las armas fulgorosas
que ostentáis en las fiestas belicosas,
cuando del lujo a la siniestra lumbre
cegáis la desdichada muchedumbre,
¿labráronlas los reyes y señores,
o con afán el pueblo y con sudores?
¿Quién lleva el pan, el agua a vuestro labio?
¿Quién con designio sabio
supo encumbrar las ponderosas masas
de vuestras torres y arrogantes casas?
Sangre pedís al pueblo todavía;
como si al levantar el hacha impía
contra míseras gentes
no hirierais ¡oh soberbios!, unas frentes
que al Supremo Hacedor modelar plugo
para la libertad, no para el yugo.
DUQUE Insolencia inaudita.
OBISPO Calle el rapaz, estudie y no repita
tópico que así ofende
y que tan poco el lenguaraz entiende.
LICENCIADO ¿Y por qué al pueblo triste se condena?
¿No es harto ya que arrastre su cadena?
Acaso las repúblicas humanas
¿no son copias lejanas,
símbolo peregrino,
de un misterio divino?
El pueblo, la nobleza, el soberano,
(imagen terrenal de aquel arcano)
forman en la mundana jerarquía
análoga armonía
con el sagrado numen trino y uno;
al par pueden vivir, solo ninguno.
NOBLE 1.º (Irónicamente.)
Ingenioso el rapaz es por el cielo.
VARGAS (Mofándose.)
Lástima que a su celo
no se entregue la cura del Estado.
DUQUE Tened a bien, oh sabio licenciado,
dar una medicina,
que la nación enferma se arruina.
LICENCIADO Si al señor duque place que lo intente,
entrégueme al doliente.
VARGAS (Riéndose.)
¡Bravo, señor doctor!
EL DUQUE y EL OBISPO (Riéndose.)
¡Gran curandero!
NOBLE 1.º (Al OBISPO. Aparte.)
¿Quién es ese bufón?
OBISPO Un majadero.
DUQUE Ya en el doncel nos vuelve la fortuna
a un imberbe don Álvaro de Luna;
a un marqués de Villena, hecho estudiante;
a don Alonso el Sabio, en un cursante.
LICENCIADO Sola nos vuelve el hado
a un huérfano, señor, desamparado,
sin nombre, sin poder y sin riqueza,
burla de la nobleza,
cuyas tramas eternas y rencillas
destrozan las Castillas;
que si en mí hubiera solo algún destello
del grande alma de Luna, ya ese cuello
hubiérades doblado ante mi planta
que agora se levanta;
ya esa altiva cimera
sepultada en el lodo ante mí viera.
(Sepárale a un lado DON FERRÁN, y quedan hablando juntos.)
NOBLE 1.º ¿Quién es ese gracioso petulante?
VARGAS Es un pobre ignorante,
de cabeza vacía,
sin humildad, saber, ni cortesía,
que hace trovas a pajes y escuderos.
NOBLE 2.º Un Francisco Jiménez de Cisneros,
lleno de vanidad, lleno de flato,
porque sabe escribir el mentecato.
(Todos los nobles se ríen.)
NOBLE 1.º Pues tengo para mí que o yo sé poco,
o que está el licenciado un tanto loco.
(Nuevas muestras de hilaridad por parte de los nobles.)
Escena VII
Los mismos, EL REY, LOS EMBAJADORES, EL ARZOBISPO DE TOLEDO, EL ASTRÓLOGO y acompañamiento. EL ASTRÓLOGO se une a DON FERRÁN y al LICENCIADO, y parten juntos.
UN UJIER El rey.
REY ¿Que rompa mi mano
su paz y la sacrifique?
¿Ha de ser el mismo Enrique
quien inmole a su Isabel?
¿Tú también, buen arzobispo,
vosotros, embajadores,
mis prelados y señores,
me aconsejáis ser cruel?
JUAN Hablamos a vuestra alteza
por su interés y su gloria.
ENRIQUE ¡Y luego dirá la historia
que muy poderoso fui!
ARZOBISPO La seguridad del trono...
ENRIQUE ¿Y no es nada su ventura?
¿Por qué su suerte futura
ha de emponzoñarse así?
¿Quién vencerá su desvío?
ARZOBISPO A vuestra alteza le toca.
ENRIQUE Mi resolución es poca,
no puedo hacerla penar.
ARZOBISPO Al extenderse los pactos
no era nuestra angustia tanta,
y lícito fue a la infanta,
tal vez, negarse a firmar.
Pero ya de sediciosos
está la Castilla llena;
ya es el marqués de Villena
el único emperador;
fuera resistir en vano
su astucia y su atrevimiento;
de su rey quede contento
el audaz conspirador.
Y cuando ya de los nobles,
cansados de turbaciones,
vuelvan los altos pendones
al nativo torreón;
y el marqués en vuestra corte
retirado y solo quede,
entonces, señor, se puede
poner brida a su ambición.
DUQUE ¿Y es posible, el de Toledo,
que no haya un noble en Castilla
que la acerada cuchilla
ose alzar contra el marqués?
¡Vive Dios si aquí le viera
yo a ser leal le enseñara!
NOBLE 1.º Yo antes de eso le matara,
para enseñarle después.
NOBLE 2.º Por Dios que es mengua que viva.
NOBLE 1.º ¡Oh quién lograra la suerte
de poderle dar la muerte
que tanto mereció ya!
UJIER Me pesa, señor, deciros...
la turbación me enajena...
REY Habla.
UJIER El marqués de Villena
en vuestra antesala está.
(Sorpresa grande en todos los circunstantes.)
DUQUE ¡El marqués!
NOBLE 1.º ¿Quién?
REY ¿Juan Pacheco?
NOBLE 2.º ¡El marqués!
OBISPO ¡Por vida mía!
ARZOBISPO ¡Viose tamaña osadía!
REY Dime, Alonso, qué he de hacer.
Y vosotros, caballeros,
¿no os estremecéis conmigo?
Vamos, Fonseca, ¿qué digo?
ARZOBISPO Por mí, mandarle prender.
¿Viene solo?
UJIER Con su hermano.
ARZOBISPO Voy, señor; la vez postrera
ésta será...
REY Espera, espera:
¿adónde pensabas ir?
ARZOBISPO A prenderle.
REY Es felonía
prender a Juan de Pacheco;
tal vez de clemente peco,
mas le pienso recibir.
DUQUE (Con tibieza.)
Mi espada, rey don Enrique...
NOBLE 1.º Y la mía, y mi fortuna...
NOBLE 2.º No quedará ociosa una...
OBISPO Todas por el rey están.
ARZOBISPO Recibirle es imprudente.
REY Así lo quiere el destino;
mandad que libre camino
y entrada den a don Juan.
(Sale el UJIER.)
ARZOBISPO ¡Oh flaqueza! ¡Oh desventura!
REY ¿Y mis pecados son tantos
que no bastan los quebrantos
para purgarlos? Tú ves,
piadoso Dios, que mi pecho
la tribulación devora:
¿cuándo llegará la hora
de la piedad?
UJIER El marqués.
(Silencio y sobrecogimiento general.)
Escena VIII
Los mismos, EL MARQUÉS DE VILLENA y EL MAESTRE DE CALATRAVA armados de punta en blanco. Tres CABALLEROS los acompañan. El MARQUÉS examina, detenidamente a los circunstantes, que bajan la vista a su mirada. Después saluda al REY.
MARQUÉS (Doblando la rodilla.)
Señor, si vuestro vasallo...
REY (Levantándose para impedir que el MARQUÉS se arrodille.)
¿Por qué doblas la rodilla?
Alza, marqués; en Castilla
Enrique no reina ya.
Mi feudatario no eres,
que tu palabra y tu mano
en feudo a otro soberano
ligada, marqués, está.
MARQUÉS No conozco otro monarca
que al rey don Enrique Cuarto;
ni de mi feudo me aparto,
ni renuncio de mi fe.
REY ¿A ti, que gentes levantas,
a ti, que con dura mano
me arrebataste a mi hermano,
ese lenguaje escuché?
MARQUÉS Ah, señor, ¡cuántas calumnias
pudo inventar la bajeza,
que oyó quizá vuestra alteza
con excesivo candor!
Yo, que osado fui a Burgos
por mi lealtad, no por dolo;
yo, que en Burgos entré solo,
solo a fuerza de valor,
arriesgando hacienda, vida,
por calmar los sediciosos,
¿yo cargos tan rigorosos
de vuestros labios oí?
¿Pues quién los conspiradores
tornó en meros pretendientes,
por quién ceden los potentes,
príncipe, sino es por mí?
REY Alza, marqués de Villena;
háblame cual caballero,
di a tu antiguo compañero
de esa cruel sedición;
di al amigo de tu infancia,
al que te ama con ternura,
que otro vaso de amargura
espera a su corazón.
MARQUÉS Antes de alzar de la tierra
yo ruego a mi soberano
que me dé a besar la mano
de mi feudo por señal.
REY (Conmovido le da a besar la mano.)
Bien, marqués; y dime ahora,
¿qué nueva prueba, qué marca
de humillación tu monarca
ha de consentir, qué mal?
MARQUÉS Cuando vengo, don Enrique,
con pecho sencillo y puro,
por mi palabra os lo juro,
y os lo juro por mi Dios,
a implorar de vos clemencia,
a pedir que perdonados
los nobles extraviados
puedan volver hacia vos,
consentid que solo sea
mi voz para vuestro oído;
solo a vos hablaros pido;
quiero hacerlo en puridad;
que estos nobles infanzones
al verme de horror se llenan,
sin escuchar me condenan.
REY Mis amigos, despejad.
DUQUE ¡Qué oprobio!
NOBLE 1.º ¡Qué fiero insulto!
ARZOBISPO Protesto que esa blandura
os abrirá sepultura;
don Enrique, permitid
que me oponga a ese mandato,
porque el hombre que acaudilla
la rebelión en Castilla...
REY Buen arzobispo, salid.
Escena IX
EL REY, EL MARQUÉS DE VILLENA y EL MAESTRE DE CALATRAVA, que se aleja, pero entra en escena después.
REY Ya estás libre, Juan Pacheco;
escucharé lo que dices;
habla, no te ruborices
de hablar hoy a tu señor
en nombre de los rebeldes,
que así la suerte lo hizo.
MARQUÉS Mi rey, no me ruborizo
de hablar cual embajador
de la ofendida nobleza;
que si su espada desnuda
es, señor, porque se duda
si gozáis de libertad.
Que dicen que el soberano
ya no gobierna en Castilla,
que el arzobispo le humilla
y prime su voluntad.
REY ¿A mí?
MARQUÉS Señor, soy sincero;
escuchad con tolerancia
al amigo de la infancia,
al que siempre leal os fue.
REY ¿Y contra el buen arzobispo
de Toledo qué reclaman?
MARQUÉS Señor, don Opas le llaman
por tildar su mala fe.
REY ¡Don Opas al que fue solo
entre tanto consejero
el que con pecho sincero
mi triste causa abrazó!
¿Y te atreves a acusarle?
MARQUÉS A no estar yo convencido
de que es, señor, fementido,
y a vuestra alteza faltó,
¿cómo osara, rey Enrique,
conservar aquí la calma
que resplandece en mi alma
cuando acuso su lealtad?
Ni piden los caballeros
que se castigue al prelado;
solo quieren que un juzgado
patentice la verdad.
REY Mas ¿cómo? ¿Qué hizo Fonseca?
¿Cuál ha de ser su juicio?
MARQUÉS El que más justo y propicio
para un acusado es.
Aprisiónele luego
Por su culpa o su inocencia;
vos, señor, la sentencia
o el perdón daréis después.
Que si su culpa no fuera
clara cual la luz del día,
y más que la noche fría,
tenebrosa y criminal,
ni yo, señor, le acusara
incurriendo en grave pena...
REY ¿Y tú, marqués de Villena,
que te precias de leal,
el solo apoyo me robas
que quiso el hado inclemente
dejar a mi triste frente
surcada por el dolor?
Tú que de niño y doncel
antes que nos diera al seno
su aromático veneno
su blanda crueldad amor,
conmigo partir solías
tu pesar y tu esperanza,
cuando aun no la dura lanza
nos era dado empuñar;
y en las belicosas justas,
aguijando los corceles,
cañas entre los donceles
arrojábamos al par,
desamparado me quieres,
sin ayuda, sin consuelo.
MARQUÉS ¿Y qué, señor, mi desvelo
nada vale en vuestra pro?
¿Nada vale la nobleza
que a vos sumisa se ofrece,
y cuya honra merece
la vindicta que pidió?
REY Dime al fin qué solicitas.
MARQUÉS Unánimes deseamos,
los que en Burgos nos juntamos,
por propia seguridad,
la prisión del arzobispo;
y al punto juzgado sea
como vuestra alteza crea
que mereció su maldad.
REY ¿Sólo viniste por eso?
MARQUÉS Antes vine, don Enrique,
para alzar patente dique
contra nueva sedición;
pues en Burgos se decía
que la infanta por insano
consejo, niega su mano
a la reconciliación.
De Fonseca son astucias;
sin duda que la redujo...
Pero no llega mi influjo
la nobleza a contener.
Y si los tratos se rompen
y la palabra empeñada,
fuerza será que la espada
la torne a restablecer.
Don Alonso es el primero
que lo pide como infante;
y jura quedar triunfante
o perecer con honor.
REY ¿Nada, marqués, te convence?
¡Cuán severo está conmigo
aquel cariñoso amigo
a quien debí tanto amor!
¿Qué pides?
MARQUÉS Que al de Toledo
se ponga en prisión segura;
y que el pacto que asegura
de la princesa Isabel
la mano para el Maestre
se realice con presteza;
vos veréis si la nobleza
os es entonces infiel.
REY Dos amigos solamente
plugo a los cielos dejarme,
uno para aconsejarme,
otro para la aflicción.
En honda oscura mazmorra
pone al primero tu mano,
otro entregas a tu hermano,
y a mí la tribulación.
El Dios del cielo piadoso
mejor a ti juzgue un día,
que en horrorosa agonía
bañas mi pecho, marqués.
Escribe, y a Dios responde,
que a ti, don Juan, toca hacello;
toma mi pluma y mi sello,
la muerte venga después.
MARQUÉS (Escribiendo.)
Responderé a mi conciencia,
y responderé a vos mismo,
pues yo os salvo de un abismo
que ya os iba a devorar.
Al de Fonseca en prisión
por la salud del Estado.
El rescripto está acabado,
dignaos, señor, repasar.
REY (Apartando los papeles.)
No, marqués; ¡pobre Fonseca!
MARQUÉS Dispensad: fuerza se hace
cual condición del enlace...
REY Para, para: ¡ah del ujier!
Di a mi hermana que la aguardo.
MARQUÉS ¡Señor!
REY Con paciencia espera.
Es la condición más fiera
que se me puede imponer.
Yo amo a mi hermana, Pacheco;
por ti con pesar la inmolo,
pero no quiero ser solo
en herir su corazón.
MARQUÉS Si yo pudiese aplacar
del Maestre el amor violento,
pero es tenaz opulento
y le ciega la pasión.
REY ¡Opulento! ¿Y a quién debe
sus riquezas y boato?
A mí, que le di al ingrato
armas con que hacerme mal.
MARQUÉS Vuestra riqueza os devuelve
cuando más se acerca al trono;
sus intenciones abono,
que es el maestre leal.
Y si al aleve Arzobispo
se aprisiona en el instante;
y se devuelve al Infante
su legítimo poder;
y doña Isabel enlaza
con el maestre su mano,
ya no habrá poder humano,
señor, que es pueda ofender.
Escena X
Los mismos y LA INFANTA con su acompañamiento.
MARQUÉS ¿Me hará merced vuestra alteza
de darme a besar su mano?
INFANTA ¿Vos, marqués? ¿Con don Enrique?
Siempre os tuve por osado;
mas no pensé que flaqueza
mostrase tanta mi hermano:
¡escuchar los mensajeros
de sus rebeldes vasallos!
REY Ya no los tengo, Isabel;
ya todos me abandonaron.
(Aparte.)
Teme por el niño Alonso.
INFANTA Triste de mí. ¡Cuán amargo
recuerdo hiere mi alma!
REY Juan Pacheco me ha probado
que es un servidor leal,
y que busca el bien de entrambos.
No te muestres tan severa.
INFANTA ¡Ah qué lucha, cielos santos!
Yo aborrezco a los traidores,
pero temo por quien amo.
REY Retracta tu negativa.
MARQUÉS Del entendimiento claro
de vuestra alteza, señora,
nunca esperé que los pactos
de las nupcias se rompieran.
INFANTA ¿Cómo está Alonso?
MARQUÉS Acatado
por mi influjo entre los nobles.
INFANTA ¡Ese influjo si empleado
le hubierais por el monarca,
o si mi anhelo escuchando
el rey os prendiese ahora!
Sed una vez soberano,
don Enrique, y plegue al cielo
mover vuestro pecho helado.
REY Isabel, no así te indigna.
MARQUÉS ¿Y solo ese premio aguardo
por defender a los vuestros?
¿La suerte no os duele acaso
de don Alonso, ese niño
por todos desamparado?
¿Fue justo que a don Beltrán
se concediera el maestrazgo
único de don Alonso?
¿Cómo los de Santiago
no desnudaran la espada
por su maestre agraviado?
INFANTA Asaz conozco, marqués,
el desgobierno y el caos
en que el rey mi señor vive,
y viven sus cortesanos;
asaz lloro las desgracias
que al triste pueblo aquejando
tornaran ambas Castillas
en un tenebroso osario.
Pero ni sois vos, marqués,
ni son los de vuestro bando,
los que plañir deberían
ni hablar de males y agravios;
que vosotros, la justicia
y la equidad reclamando,
buscáis la propia grandeza
y olvidáis la del Estado.
Intolerantes, altivos,
pródigos al par y avaros,
vuestros manejos deslustran
el trono de los Fernandos;
con la vista en el tesoro
y la justicia en los labios,
¿pensáis gobernar hiriendo
a los pueblos castellanos?
MARQUÉS Por eso mismo, señora,
es fuerza que el poder vasto
de los indómitos nobles
ya toque a su final plazo;
que al trono los feudos vuelvan
en las batallas ganados;
y un vínculo poderoso
estreche en eternos lazos
al infanzón y al monarca.
Este sea el primer paso
de una reconciliación
que nos libre del naufragio.
REY Pobre, mírame Isabel,
perseguido y destronado
consúmese el sacrificio
antes que, Isabel, sea vano.
MARQUÉS Nunca ha de serlo, señor,
mientras que la espada al lado
ciña el marqués de Villena.
Reflexionad que colmados
serán por vos, mi señora,
no los votos solitarios
de un humilde caballero,
que yo desinteresado
siempre fui, desde la cuna,
sino los que nobles tantos
formaran con intención
de darle cima alentados.
Vos símbolo sois, princesa,
de las paces que anhelamos.
REY Ya tú la tibieza viste
que en el consejo mostraron
de Navarra y Aragón
los dos nobles enviados;
ya viste que el Arzobispo...
INFANTA ¡Basta, señor! Rescataros
sabré a vos y a don Alonso:
Marqués, el injusto fallo
decidió ya vuestra espada;
triunfasteis, porque yo el casco
no visto ni malla dura.
MARQUÉS ¡Señora, yo...!
INFANTA Mas los pactos
no firmaré sin que sean
más decorosos, más amplios,
y la primer condición
la libertad de mi hermano.
MARQUÉS Vos misma dictad la letra
cual fuere de vuestro agrado,
y satisfaced en ella
los deseos más lejanos.
REY A Dios, marqués de Villena.
¡Que me hayas tú violentado
a tal capitulación!
¡Isabel! ¡Hermana! Vamos.
Escena XI
EL MARQUÉS y EL MAESTRE.
MARQUÉS ¡Maestre de Calatrava!
MAESTRE Heme aquí. ¿Se han conformado?
MARQUÉS Busca luego al Arzobispo,
y con prudencia y recato
dile que voy a prenderle,
que viste tú el real mandato.
Mírale; que si se estima,
si aprecia su vida en algo,
con pronta instantánea fuga
cure de ponerse en salvo,
que estoy resuelto esta noche,
Maestre, a sacrificarlo.
MAESTRE ¿Pero no fuera mejor
la realidad que el amago?
Déjale prender por Cristo;
y pues su muerte has jurado,
muera de una vez.
MARQUÉS Maestre,
cúmplase lo que yo mando.
¿Entendiste mi palabra?
Sé en el repetirla exacto.
Esos fieros y esas muertes
para asustar mentecatos
son a veces provechosos,
mas no para realizados.
Vale mucho el Arzobispo,
y es el solo de palacio
que a mi grandeza levanta
insuperables obstáculos.
Huya luego de la corte;
y si pasa a nuestro campo,
ni a mí me queda un rival,
ni a ti tan fuerte contrario.
Actividad, vigilancia.
MAESTRE Mas...
MARQUÉS Vuela el tiempo.
MAESTRE Ya parto.
Escena XII
EL MARQUÉS.
EL MARQUÉS Conseguí, ciega fortuna,
que se humillase la Infanta;
en tus alas me levanta...
¡cual levantaste al de Luna!
¿Por qué, memoria importuna,
recordármele te plugo?
Si el reino se dobla al yugo
que tal vez le impongo yo...
¡él también le gobernó,
mas... dio su cuello al verdugo!
¿Y acaso la instable suerte
nunca será favorable?
¿Porque murió el condestable
con ignominiosa muerte,
rendido el ánimo fuerte
su historia contemplará,
y ante el poder temblará
que le ofrece enlace regio?
No; que el corazón egregio
los azares vencerá.
Ni es mi pronóstico vano,
que la boda consumada,
con sangre real mezclada
quedará la de mi hermano;
y entonces... solo mi mano
gobernará la Castilla;
entonces de mi cuchilla
dependerán paz y guerra;
¿quién empañará en la tierra
astro que tan puro brilla?
(Sale.)
ACTO CUARTO
Cuadro primero
Burgos: palacio del condestable de Castilla.
Escena I
EL CONDESTABLE, EL CONDE DE ALVA, EL DE PLASENCIA, DON DIEGO MANRIQUE CONDE DE TREVIÑO, otros NOBLES y UN UJIER.
CONDESTABLE ¿Y vos mismo habéis hablado
al maestre?
ALVA Yo, aquí cerca.
Que en Burgos entraba ahora;
me pidió que os advirtiera
su venida; llega luego.
PLASENCIA Ya era tiempo de que cuenta
de su cometido diesen
él, y el marqués de Villena.
CONDESTABLE ¿Mas no ha llegado el marqués?
ALVA Hoy el maestre le espera.
PLASENCIA Impaciente estoy por Dios
hasta saber con qué nuevas
vuelve a Burgos el maestre.
ALVA No fue muy veloz su vuelta;
el marqués, sea dichoso en paz,
no habrá perdido su hacienda
con el viaje a la corte.
PLASENCIA ¿Y qué habrá ganado en ella?
ALVA Don Enrique es generoso,
señor conde de Plasencia;
Y a un embajador ¿qué menos
ha de dar que una encomienda?
Escena II
Los mismos, y EL MAESTRE DE CALATRAVA.
UN UJIER El maestre de Calatrava.
CONDESTABLE (Abrazándole.)
Bien venida vuestra alteza.
MAESTRE Aun no gozo, condestable,
de tan alta preeminencia.
(Abrazando a algunos nobles.)
Bien hallados, mis señores.
CONDESTABLE ¿Cómo aquella corte queda?
MAESTRE Solitaria, sin pujanza,
y muchos amigos velan...
CONDESTABLE ¿Se convence el arzobispo?
¿Qué dice de la nobleza?
MAESTRE El marqués mejor que yo
entiende de esas materias,
y os explicará... yo sé
tan solo que la princesa
se digna ya con su mano
premiar mi amante terneza;
que se han de satisfacer
todas vuestras justas quejas,
arrancándole el maestrazgo
a don Beltrán de la Cueva
para volverle al infante;
si bien algo necio fuera,
después que le hicimos rey,
darle, además, esas rentas.
CONDESTABLE No hay pensar en tal sandez:
¿mas son las gracias sinceras,
o pretextos solamente
para que dure la tregua?
MAESTRE Don Enrique ha comenzado
por darnos de su fe prueba,
concediéndole al Marqués
ciertas ciudades y tierras;
pero en galardón destina
muchas más a las proezas
que acabasteis, caballeros,
en tan lamentable guerra,
y el maestrazgo de Santiago...
ALVA Al fin no desaprovechan
al entendido marqués
las desgracias que lamenta;
feudos le da don Alonso,
y don Enrique preseas;
vaya por Dios.
MAESTRE Son presentes
que nunca rehusar debiera,
buen conde, un negociador.
A vos mismo vuestras deudas
don Alonso satisfizo:
¿y bastará esa fineza
para que rehuséis ingrato
las gracias que hacer intenta
en vuestra pro don Enrique?
Con lo que los tiempos llevan
conformarse es necesario.
PLASENCIA ¡Vanidades todas esas!
Mientras en gracias pensamos
¿quién sabe si en contra nuestra
arma gente el arzobispo
y por las Castillas entra?
ALVA ¿Y aun encerrado en los muros
teméis a su reverencia?
PLASENCIA Temo yo cual los valientes;
su astucia temo, y su fuerza,
que es sagaz el de Toledo,
y débil nuestra bandera.
MAESTRE El de Toledo, seor conde,
no ha de causarnos sorpresas;
que aunque hoy mismo llega a Burgos,
no trae más gente de guerra
que un capellán y dos pajes,
con un saco de indulgencias.
CONDESTABLE Viene a negociar sin duda.
ALVA ¿El arzobispo se acerca
desarmado a nuestros muros?
TREVIÑO Harto mas la sutileza
temo yo del arzobispo
que sus armas y querellas;
que no es grande capitán
todo aquel que estudia o reza.
PLASENCIA Castillos y calabozos
hay en Burgos, se le encierra,
y no vuelven a ver luz,
ni él, ni su misión secreta.
MAESTRE El de Toledo, señores,
viene a ofrecer su influencia
al príncipe don Alonso.
CONDESTABLE ¿El de Toledo se muestra
tan propicio a nuestras miras?
¿Son esas noticias ciertas?
TREVIÑO Pues entónese ya el triunfo,
que dudarlo fuera mengua.
CONDESTABLE ¿Mas cómo?
MAESTRE Supo que Enrique,
yo ignoro por qué materias
de Estado, a prenderte iba;
huyó luego, y se presenta
a servirnos o a vengarse
como la fortuna quiera.
CONDESTABLE ¡El Arzobispo!
MAESTRE Pendones
ya en Ávila hizo Fonseca
levantar por don Alonso.
TREVIÑO ¿Y el marqués?
MAESTRE Fue el quedar fuerza
para acabar los contratos
de las bodas.
TREVIÑO ¡Así puedan
las gentes ya licenciarse
que tan costosas nos eran!
Podremos ir a la corte...
MAESTRE Más despacio y con cautela,
señor conde de Treviño;
que aunque la verdad completa
es mi deber presentaros,
las mercedes y promesas
cuyo padrón traigo aquí,
no me parece imprudencia
antes verlas realizadas
que nuestras huestes disueltas.
CONDESTABLE Tanto mas cuanto es forzoso
que también su lugar tengan
las mercedes que cual rey
a los que bien le sirvieran
cumple hacer a don Alonso.
MAESTRE Pide el honor que así sea;
que su causa defendimos
honrosamente en la arena,
y fundamos la unidad
que a los próceres sustenta.
CONDESTABLE Justo es que así se declare
por medio de recompensas.
PLASENCIA Pues viva el rey don Alonso.
MAESTRE Mientras los yelmos resplendan
de las poderosas bandas
que ahora, señores, nos cercan,
una petición humilde
se escucha con más clemencia
que cien memoriales dados
entre tapices de seda.
Trabajemos de consumo
porque más grandes contiendas,
señores, a la infelice
Castilla no sobrevengan;
y hasta lograr paz y orden
mantened las armas puestas.
ALVA El Maestre es nuestro escudo.
TREVIÑO Nuestros nietos ¿qué dijeran
si así nos viesen ganar
los mayorazgos que heredan?
MAESTRE Mas parece, señor conde,
que de hijo de la nobleza,
esa reflexión salida
de boca de quien quisiera
dar valor a los pecheros...
Mas aquí viene su alteza.
Escena III
Los mismos y EL PRÍNCIPE DON ALONSO con acompañamiento.
ALONSO Gran maestre, bien venido:
¿cómo dejaste a mi hermano?
MAESTRE Dadme a besar vuestra mano
(Se la besa doblando una rodilla.)
cual a súbdito rendido
ALONSO ¿Y cómo sigue Isabel?
¿Se divierten todo el día?
¿Tienen mucha cetrería?
¿Viste allí cierto doncel
a quien llaman don Ferrán,
asaz de gentil y apuesto,
en el corcel muy enhiesto
y en las justas muy galán?
¿Por qué no me le trajiste,
supuesto que estaba allí?
MAESTRE Señor, porque no le vi.
ALONSO Pues maestre, mal hiciste,
que es aquel bravo rapaz
mi compañero y amigo:
¿cuándo le veré conmigo?
Esta vida es dura asaz.
MAESTRE Pero, señor, permitid
que cuenta os rinda primero...
ALONSO Lo que antes que todo quiero
es salir para Madrid.
Adonde abrace a mi hermana,
y haya justas y festines,
y corra por los jardines,
y antes hoy que no mañana.
MAESTRE Mas no es posible, señor,
que de Burgos Vuestra Alteza
pueda salir.
ALONSO ¡Qué fiereza!
¡Soledad siempre y rigor!
¿Pero qué mi hermano dice?
MAESTRE Que a vos contento se humilla,
que el reinado de Castilla
sea a Vuestra Alteza felice;
y mil congratulaciones
os manda y respetos mil,
por el gobierno civil
que ejercen vuestros varones.
ALONSO A ellos congratula pues,
y no a mí, que aun no hice nada.
MAESTRE Vuestra prudencia extremada
nuestro solo móvil es.
ALONSO Yo estoy triste, yo quisiera
ver a Isabel, cabalgar,
y por las plazas justar
con reluciente cimera.
Y a Ferrán, y a otros donceles,
ver quisiera yo a mi flanco,
armados de punta en blanco,
sobre espumosos corceles;
o bien en fiero escuadrón
por la vega granadina,
ver quiero cómo se inclina
el moro sobre el arzón.
Cómo el cristiano membrudo,
cuando al contrario no alcanza,
le arroja la fuerte lanza
y le atraviesa el escudo;
y cómo en la dura cota
que al moro sirve de meta
da silbadora saeta
y cae despuntada y rota.
MAESTRE Vuestra Alteza, mi señor,
del alcázar todavía
no puede salir de día,
que hay aquí mucho traidor;
y cumple a los caballeros
guardar su persona augusta.
ALONSO Tanto amor ya me disgusta
y ver tantos escuderos.
Siempre con formalidad,
siempre con gentes ancianas,
enfado me dan las canas,
enfado la austeridad.
Siquiera por los jardines
libre solazar debría,
sin que turben mi alegría
esos viejos paladines.
MAESTRE Mas es forzoso, señor,
que la cámara os esconda
para que de vos responda
nuestro vigilante amor.
Escribid a vuestra hermana
la infanta doña Isabel,
y trasladad al papel
la impaciencia que os afana;
decidle que no hay remedio
para vuestra reclusión;
que os consume la pasión,
que os ha de matar el tedio.
Que solo saldréis de aquí,
ved que yo nada recato,
cuando se cumpla el contrato
que dichoso me hará a mí;
que hasta entonces no hay persona
que en Burgos os pueda hablar,
sino los que vigilar
deben por vuestra corona.
ALONSO (Enternecido.)
Mal haya el funesto instante
en que tal corona vi,
y la hora en que vine aquí,
y en que vine al mundo infante.
¿Pero tendré libertad
cuando se acabe la boda?
MAESTRE Tendrá vuestra alteza toda
cuanta sea su voluntad.
Y entre sus vasallos fieles
reinará según su gusto;
ni un semblante verá adusto,
sino garridos donceles.
Entonces, sin otros fines
que dar vado a su placer,
solo tendrá que atender
vuestra alteza a los festines.
Don Enrique irá a Toledo,
que la tristeza le acosa;
yo con la infanta mi esposa
en Madrid junto a vos quedo.
ALONSO ¿Tú en Madrid?
MAESTRE Señor, es vana
vuestra sospecha, que ya
nunca se os enojará.
ALONSO Ven a escribir a mi hermana.
Escena IV
DON DIEGO MANRIQUE.
DIEGO ¡Infeliz! ¡Qué triste suerte
darte al destino le plugo!
Primero el acervo yugo,
¡y por término la muerte!
Habrá venido Abiabar;
ya es hora de que aquí esté.
¡Ujier! Que paso se dé
a uno que me quiso hablar.
(Se queda pensativo hasta la siguiente.)
Escena V
El mismo y ABIABAR.
ABIABAR ¿Acabó toda esperanza?
DIEGO Toda esperanza acabó.
ABIABAR Bien así lo temí yo.
DIEGO Mi poder a más no alcanza.
Penetré ya el triste arcano;
morir juro yo con él;
mas sepa doña Isabel
cuánto peligra su hermano.
Sepa que por cada instante
que dura su resistencia
borra un año de existencia
a la vida del infante;
que ceda sin más decir,
don Abiabar, es preciso;
cúmplase su compromiso,
o habrá Alonso de morir.
ABIABAR Mas defendedle, señor,
por algún plazo la vida;
si al fin ha de ser cumplida
la mente del opresor,
yo os respondo que Isabel
evitará ese atentado.
DIEGO Aquí hay de escribir recado.
ABIABAR ¡Qué, mandato tan cruel! (Escribe.)
DIEGO Y ese arzobispo traidor
que a su rey vuelve la cara...
¿Mas cómo a Enrique dejara?
¿Cómo así vende su honor?
ABIABAR No es difícil que se explique
la causa, señor, del mal;
que el prelado es desleal
y es infeliz don Enrique.
(Acaba de escribir, y da una palmada.)
Escena VI
Los mismos y UN ESCUDERO.
ABIABAR Nuño, luego a Madrid parte
sin dilación, sin demora,
sin detenerte ni un hora,
Nuño, por ninguna parte.
Preguntas adónde están
los pajes del soberano,
y este pliego en propia mano
da al que llamen don Ferrán.
¿Entendiste? ¡En el momento!
Muestra que sabes hendir
los aires.
(Sale el escudero.)
DIEGO Dios impedir
quiera el delito cruento.
Cuadro segundo
Escena VII
El mismo palacio de don Enrique: EL REY, abatido y lloroso. Algunos CABALLEROS le acompañan.
ENRIQUE Yo, a quien un tiempo acataron
tantos ricos infanzones
que brillaban cual luceros
en el campo y en la corte;
el arzobispo, el marqués,
todos me fueron traidores,
y agora desesperado,
mísero, abatido y pobre,
en mi soledad me quejo
sin que saluden mi nombre
mas que injurias y denuestos.
UN NOBLE Vuestra alteza me perdone,
que aun quedan al rey Enrique
muchos fieles servidores.
Quizá se acerca ya el día
en que la copa se colme
del dolor, y al cielo plazca
tornárosla en bendiciones,
que ya al vicario de Cristo
llegaron vuestros clamores,
y su anatema sagrado
derrocará los pendones
de la aleve sedición;
y Dios hará que tremolen
vuestras invictas banderas
en los mismos torreones
adonde flotan al viento
las de los altivos nobles.
ENRIQUE Esa es mi sola esperanza;
que si mi mal no socorre
con su benigna influencia
el Supremo Sacerdote,
¿qué será de mí? He cedido
por diversas pretensiones
del Maestre, aquello poco
que ya me quedaba, en dote
para mi hermana Isabel;
fueros, villas y exenciones
di también a la nobleza;
tú sabes que los favores
pago yo siempre al contado
poniéndoles precio doble;
solo olvido las ofensas;
mas si bien me hace algún hombre,
viva y leal mi memoria
aquel bien por siempre acoge.
EL NOBLE Los castellanos, señor,
vuestra virtud reconocen;
ellos vengaros sabrán.
ENRIQUE ¡Y mi hermano! ¡Cuán innoble
fue su conducta conmigo!
¿Qué no le di? ¿Qué ocasiones
evité de complacerle?
Y porque los ricos-hombres
me obligaron a quitarle
su maestrazgo, se propone
arrojarme de mi trono,
acaudillar los motores
del mismo mal que lamenta,
pedir que no se perdone
a los mismos que quisieron
defenderle con razones.
EL NOBLE Recuerde, señor, su alteza
que a don Alonso le imponen
la obligación de agraviaros,
y que en la almenada torre
de Burgos preso se encuentra,
aunque monarca le nombren;
recordad que aun hay, señor,
quien de serviros se honre,
que sois rey.
ENRIQUE Mas sin vasallos.
(Adelantándose, y en voz baja a su interlocutor.)
Mi secreto no te asombre.
¿Sabes tú quién consiguió
a fuerza de instigaciones
que el maestrazgo le quitase
a mi hermano, o hasta dónde
instó con sagaz empeño?
Mas ¿de callarlo respondes?
Mira que mi propia vida
diciéndolo en riesgo pones;
pues fue el marqués de Villena,
ese mismo que por orden
ahora clama y por justicia,
entre armados escuadrones.
EL NOBLE ¡Señor!
ENRIQUE Pero no lo digas.
EL NOBLE El Dios que rige los orbes
por medio de su vicario
cortará las disensiones.
También vuestros aliados
quizá todos se proponen...
ENRIQUE ¡Mis aliados! ¡Morir
con sus buenas intenciones
me dejan de muerte cruda!
EL NOBLE Tal vez ocultos resortes
tocarán para salvaros.
ENRIQUE Tan ocultos que se borren
de la memoria y la vista,
o quizá que ni aun les toquen.
UN UJIER El noble obispo Venerio,
de su santidad en nombre,
pide hablaros.
ENRIQUE Cielos justos,
¿si acabarán tus rencores?
¡El nuncio mismo del papa!
Salid luego, mis varones,
recibidle en vuestros brazos,
prodigadle los honores.
(Salen algunos NOBLES.)
Él refrenará la audacia
de mis fieros campeones;
y del clero refractario
los atentados enormes
sabrá castigar también,
que yo le colmé de dones
y ahora ingrato me maltrata
y el reino siembra de horrores
Escena VIII
Los mismos, EL OBISPO con algunos CAPELLANES, y los NOBLES que salieron a recibirle.
OBISPO (Abrazando al REY, que se adelanta a recibirle.)
¡Señor!
REY Seas bien venido.
OBISPO Me manda su santidad...
REY Ah, buen Venerio. ¡En verdad
me encuentras tan desvalido!
Sin perder tiempo es forzoso
ir a Burgos de contado;
Alonso me ha destronado;
no quiero serte enojoso;
él empero es el señor
que rige hoy a la Castilla,
los rebeldes acaudilla;
parte luego por favor;
y que tus palabras santas
calmen la furia inclemente,
que arrebata a aquella gente,
todos caigan a tus plantas.
Mis facultades te cedo;
monarca le han elegido;
mas sabes ¡ah!, ¿quién le ha ungido?
el prelado de Toledo.
OBISPO Ya lo sé.
REY ¿Pero así peca
contra el regio bienhechor
ese arzobispo traidor
don Alonso de Fonseca?
¿Y también mi propio hermano
a la traición se abandona?
¿También contra mi corona
alza la rebelde mano?
Y decreta mi prisión
sin ver que los desleales
con aguzados puñales
traspasan mi corazón.
Partid, obispo Venerio,
partid luego sin demora,
que hoy arrastra cada hora
un siglo de vituperio.
Mi sangre anhelan verter
en patíbulo elevado,
y tú, hermano Alonso amado,
tú puedes verla correr.
¿Qué te hice yo, Alonso mío,
para que agora inhumano
en contra tu propio hermano
asestes el hierro impío?
Parte, obispo, sin temor;
a ti te respetarán,
tu voz obedecerán.
OBISPO ¡Don Enrique, mi señor!
REY El de Villena está aquí;
pero ¿creerás que el osado
en mi casa me ha insultado,
y que me amenaza a mí?
¿Creerás que el desnudo hierro
altivo me presentó...?
Basta, Venerio, que yo
solo al pensarlo me aterro.
Con Isabel partirá...
Pasa a Burgos, buen amigo,
y el Señor vaya contigo,
y su perdón luzca ya.
OBISPO Es inútil, don Enrique.
REY ¡Cómo! ¿Y el papa también
ya me mira con desdén?
¿También él quiere que abdique?
¿Tanto he pecado, Señor,
que no hay para mí piedad?
OBISPO Vuestra angustia sosegad,
y escuchadme por favor,
que su santidad me envía
para prestaros consuelo;
mas de otra manera al cielo
decretarlo convenía.
REY Buscad pues a los traidores.
Cumplid su santa intención.
OBISPO Por llenar esa misión
ya en Burgos vi a los señores.
REY ¿A Burgos, obispo, has ido?
OBISPO Ya, señor, vengo de allí,
y funestas cosas vi
que dar hora a vuestro oído.
REY ¿Y qué los nobles dijeron?
¿Cómo respondió mi hermano?
OBISPO Para besarle la mano
vanas mis instancias fueron;
en el cautiverio gime
que le dieron los traidores.
REY ¿Y ni una espada, señores,
a don Alonso redime?
OBISPO Es dorada su cadena,
ora suave, ora fuerte,
según lo quiere la suerte
o lo manda el de Villena.
REY Mas los nobles ¿qué dijeron?
¿Cuál es al fin su intención?
OBISPO Que es santa la sedición
tumultuosos respondieron.
Dijéronme a mí, al legado,
en confusa gritería,
que Burgos no obedecía
los caprichos de un prelado.
Y añadieron luego ¡oh mengua!
que si al punto no callaba,
pronta una espada se hallaba
para cortarme la lengua;
que mi mejilla no herían
con los sus guantes bruñidos,
por respeto a los vestidos
que a la sazón me cubrían;
que al Papa no dé esta guerra
más importuno desvelo;
con sus llaves que abra el cielo
sin curarse de la tierra.
Y que si se fulminaban
contra ellos excomuniones,
ellos con otras razones
nulas ya las declaraban;
que al concilio apelarían;
que terrenal es su culpa;
y tan fundada disculpa
los padres no desoirían.
Y para más irrisión
de Burgos luego me echaron,
y las puertas entornaron
cubriéndome de baldón.
REY Ya para mí no hay remedio;
ya se acabó mi esperanza;
nada para mí se alcanza.
OBISPO Queda, señor, solo un medio;
los mismos que escarnecían
mi sacrosanta misión,
la palabra de Aragón
humildes respetarían.
¿Su monarca no pudiera...?
REY Ayudarme prometió,
y a su palabra faltó
cual si dádola no hubiera;
¡y a mí que le serví tanto!
Mi azote es la ingratitud
Isabel, ¡ah!, mi virtud
fortalezca el cielo santo.
Solo este dardo faltaba
para desgarrar mi pecho.
OBISPO Dominad vuestro despecho.
REY Venerio, tanto la amaba.
Escena IX
Los mismos, LA INFANTA vestida de viaje, y acompañada de NOBLES, DAMAS, DUEÑAS y ESCUDEROS.
ISABEL Abrázame, hermano; por la vez postrera
quizá que en el mundo lo puedas hacer,
y a mis servidores...
REY El cielo no quiera
robarme la dicha de volverte a ver.
Ah virgen ilustre, excelsa heroína
que a la patria inmolas tu felicidad,
el pesar amargo tu frente no inclina;
pasara tu nombre de una en otra edad.
ISABEL A los cielos plugo darme regia cuna;
soy de la Castilla, que vida me dio;
combatí esforzada la adversa fortuna;
a mi patria, empero, no combato yo.
Y si en holocausto la triste Castilla
demanda mi sangre, pide mi penar,
la frente serena bajo la cuchilla
tenderé gustosa sobre el patrio altar.
Los cielos piadosos saben, don Enrique,
que inunda mi alma la tribulación;
mas al desacato fuerza es poner dique,
fuerza ahogar la llama de la rebelión.
¡Aciago viaje, nupcias desdichadas!
De quebranto llena me aparto de ti;
felice si calmo pasiones airadas,
dichosa si en calma vuelvo a verte aquí.
A Dios, que este cáliz triste, don Enrico,
que a mi labio toca es fuerza apurar;
por ti, por Castilla yo me sacrifico;
el cielo la ofrenda se digne aceptar.
UN UJIER Señor, solicita paso el de Villena.
INFANTA Aguarda un momento (Abraza a su hermano.)
por la última vez.
(Con firmeza.)
Dale paso libré.
REY La voz me enajena
del dolor agudo la horrible embriaguez.
(EL REY se sienta desfallecido de pesar.)
Escena X
Los mismos, EL MARQUÉS DE VILLENA, y FERRÁN disfrazado entre los caballeros de la comitiva.
MARQUÉS ¡Señor!
INFANTA Es la hora de que al sacrificio
la víctima parta; abrid paso vos;
mi dolor el ciclo contemple propicio.
MARQUÉS De mi fe sincera también juzgue Dios.
Que yo no merezco ¡oh preclara infanta!,
la amarga censura que os plugo lanzar;
vuestro esposo espera junto al ara santa
el voto, señora, que vais a prestar;
por acompañaros cual fiel escudero
¿acaso os ultraja quien en fiera lid
sobre el yermo campo muriera primero?
INFANTA Marqués, nos aguardan en Valladolid.
¿Estáis ya dispuesto con esos soldados?
MARQUÉS A serviros prontas mis gentes están;
mas los hombres de armas son vuestros criados,
y del rey Enrique los que guardia os dan.
INFANTA ¡Del rey!
MARQUÉS Sí señora, de mi soberano;
vuestra orden espero; señor, permitid
que bese de hinojos vuestra augusta mano;
mandadme, cual siempre, en Valladolid.
INFANTA (A DOÑA BEATRIZ viendo a DON FERRÁN, que para darse a conocer se levanta la visera.)
¿Le ves? Ya no hay duda; ¿y a mí se presenta?
¿Para cuántos males vivirá Isabel?
BEATRIZ ¡Valor! ¡Confianza!
INFANTA ¿Mas qué hacer intenta?
BEATRIZ ¡Audacia increíble es la del doncel!
REY ¿Y tú, Juan Pacheco, te llevas mi hermana?
¿Solo, abandonado me quieres dejar?
MARQUÉS Señor, un instante.
(Siguen hablando en voz baja.)
FERRÁN (Aparte.)
La esperanza es vana
de aquellos, señora, que os van a inmolar.
INFANTA ¡Ah triste! Fallezco.
FERRÁN Señora, yo os juro
que si al pie del ara os llegáis a ver,
sabrá del maestre mi hierro seguro
el sí aborrecido allí contener.
Tomad sin recelo la propuesta vía,
que yo tengo espada, y tengo valor;
vuestra grave ofensa ya, señora, es mía,
y yo rescatarla sabré por mi honor.
REY Basta ya, Pacheco, basta de razones:
¡ah mísero Enrique!
(Abraza en silencio a su hermana, y se retira por el fondo.)
INFANTA ¡A Dios! ¡Qué pesar!
Estoy pronta. Vamos.
MARQUÉS Las tribulaciones
augusta princesa van a terminar.
Acto quinto
Valladolid: sala del palacio de don Diego Manrique, conde de Treviño.
Escena I
EL MAESTRE y EL CONDE DE TREVIÑO.
MAESTRE Señor don Diego Manrique,
señor conde de Treviño,
aceptad la gratitud
de compañero y de amigo
por la espléndida acogida
que mí esposa os ha debido;
hasta ahora ignoraba yo
que alcázar tan bien provisto
en Valladolid tuviésedes.
TREVIÑO Es para vuestro servicio.
Cuando acá llegó Su Alteza
con vuestro hermano, rendido
debí ofrecerles a entrambos
para descanso un asilo
que aunque pobre, suyo fuera.
Hoy, Maestre, me he atrevido
algún poco a decorarle
para las fiestas.
MAESTRE Sois fino,
Conde, al par que generoso.
TREVIÑO Me honráis, Maestre, infinito.
MAESTRE ¿Avisaron ya a la Infanta
de mi vuelta?
TREVIÑO A recibiros
contestó que al punto sale.
MAESTRE Ahora, Conde, un don os pido.
TREVIÑO Libre disponed, señor,
del Conde a vuestro albedrío.
MAESTRE Generoso, el Conde, sois;
honradme, yo os lo suplico,
concurriendo a la capilla
como principal testigo,
pues la bendición nupcial
a darnos va el Arzobispo.
TREVIÑO Tantas honras me confunden.
MAESTRE ¿Está todo prevenido?
TREVIÑO Ya solo falta, Maestre,
que se cumpla el santo rito.
Y plegue a Dios que terminen
con él feudos y delitos,
y que renazca la paz
sobre los altares mismos.
Escena II
Los mismos, DOÑA ISABEL vestida de boda, con sus DAMAS, y DOÑA BEATRIZ.
MAESTRE (Inclinándose y doblando una rodilla.)
Conceded, noble Princesa,
que vuestro esposo sumiso
bese vuestra augusta mano.
ISABEL (Dándole a besar la mano.)
A vos que no a mi marido,
gran Maestre, se la doy;
gozar en paz séame lícito
de una hora que me queda
de libertad.
TREVIÑO (Saludando.) Me retiro
con vuestra venia, señora.
Escena III
Los mismos, menos EL CONDE.
MAESTRE ¿Tanto os pesa el yugo mío,
que los instantes contáis
que dél os libra el destino?
¿Merece rigores tantos
el que a vuestros desvalidos
hermanos supo escudar?
¿Aquel que en vuestro cariño
espera hallar su ventura
y ser de gozarla digno?
Que si mis esfuerzos todos,
mis preces, mis sacrificios
bastaran a hacer felice
a mi infanta...
ISABEL No he nacido
para ser dichosa yo.
Si severo el labio dijo
lo que el alma padecía;
si a ser vuestra me resisto;
si es el veros para mí
el más horrible martirio,
pronunciado el sí fatal
sabré cumplir lo ofrecido;
hasta entonces... sed piadoso,
dejad mi dolor conmigo.
MAESTRE Ni aun entonces lograré
un amistoso suspiro,
una halagüeña mirada...
ISABEL Si vos abrís el abismo,
¿por qué al contemplar su cráter
vaciláis estremecido?
Sollozos yo os los daré;
y vuestro tálamo frío
con lágrimas dolorosas,
y con silencio sombrío,
festejaré cual conviene
no al amor, al odio altivo.
MAESTRE Supuesto que os importuno
dadme, señora, permiso...
ISABEL No pudisteis pedir gracia
más lisonjera a mi oído.
MAESTRE (Aparte.)
Goza en paz de tus desdenes,
que yo, Infanta, no me humillo;
da una hora a tu despecho;
yo daré una vida al mío.
Escena IV
Los mismos, menos EL MAESTRE.
BEATRIZ ¿Y es posible, mi señora,
que no recobréis la calma?
¿Por qué no lanzáis del alma
el dolor que la devora?
Si no hay para el mal remedio
que en vuestra mente domina,
combatid cual heroína,
y no os venza innoble tedio;
que en las finezas futuras
y en la mutua confianza,
se deja ver la esperanza
de no soñadas venturas.
ISABEL ¿Y el tiempo fuerza tendrá,
tendranlo riqueza o gloria
para borrar la memoria
del cariño que aquí está?
¿O ha de lograr por ventura
el Maestre, mi señor,
apagar mi antiguo amor,
ahogar mi antigua ternura?
¿Por qué humanos sentimientos
a mí el cielo quiso dar?
BEATRIZ Para que sepáis triunfar
de sus caprichos violentos.
Escena V
Los mismos, EL CONDE DE TREVIÑO, y FERRÁN armado: luego que entra se alza la visera.
TREVIÑO (A FERRÁN.)
Pasad, señor; vedla allí.
Sin recelo hablar podréis.
FERRÁN Mas vos, conde, cuidaréis...
TREVIÑO Nadie se acercará aquí.
ISABEL ¡Ah! ¿qué es esto, señor conde?
Vos me habéis hecho traición.
TREVIÑO Señora, vuestro perdón;
harto mi lealtad responde.
ISABEL Señor conde de Treviño,
de alevosía os requiero.
TREVIÑO A mí que soy caballero,
a mí que una espada ciño
que siempre por vos vibró;
a mí que nacer os vi,
que a vuestro padre serví,
¿fementido he de ser yo?
ISABEL ¿Y vos, doncel, no sabéis
ni aun respetar mi decoro?
¿Estas lágrimas que lloro,
Ferrán, no compadecéis?
¿Qué, nada os importa abrir
nuevas llagas a mi pecho,
nada os importa el despecho,
doncel, que me hacéis sufrir?
¿Ignoráis que hoy juraré,
al gran maestre ofrecida,
serle fiel toda la vida,
y que el voto cumpliré?
FERRÁN No lo juraréis, señora,
que también juré ferviente
romper el nudo inclemente
de ese voto que os desdora;
y si mi amor, mi ternura,
mis ruegos, mi padecer,
no alcanzaran a vencer
los males que el pecho augura;
si vos, infanta, anhelante,
por mentida obligación,
traspasáis mi corazón
con ese dardo punzante;
si al altar subís con él,
por la fe de caballero
que al gran maestre el acero
ha de matar del doncel.
ISABEL En una corte extranjera
de peligros rodeado...
FERRÁN ¿Y qué son para un soldado
que paz en la tumba espera?
¿Qué cien espadas a mí?
Solo ha de matarme una:
¡sígame pues la fortuna,
y yo muera o triunfe aquí!
ISABEL ¡Morir, Ferrán! ¡Cruda suerte!
Vuestra juventud florida...
FERRÁN Sin vos detesto la vida,
sin vos imploro la muerte.
Sin vos mis días serán
noches lúgubres de llanto,
que de tinieblas y espanto
mil espectros llenarán.
Y en ensueño pavoroso
y entre horrorosas visiones
veré las adoraciones
que os tributa vuestro esposo.
ISABEL ¿Mas qué pretendéis de mí,
Ferrán, con esos conjuros?
FERRÁN Que abandonéis estos muros;
que salgáis luego de aquí;
que perdonéis mi osadía;
yo vuestro esclavo seré...
ISABEL ¡Don Ferrán! ¡Ah! ¿Qué escuché?
Más fiel, conde, yo os creía.
¿Llegó vuestro desvarío,
doncel, hasta imaginar
que era lícito insultar
a quien lleva el nombre mío?
FERRÁN ¿Yo insultaros, noble infanta,
yo faltar a mi deber,
cuando quisiera poner
hasta el cielo a vuestra planta?
TREVIÑO En un vasallo cual yo
¿cómo, infanta, ponéis duda?
¿No fue mi espada desnuda
la que siempre os defendió?
¿En un Diego de Manrique
sospecháis la traición vil,
cuando veces mil, y mil,
peleó por don Enrique?
Si con los nobles pasé
fue por serviros mejor;
mas como el oro mi honor
puro siempre conservé.
ISABEL No hay servicio que disculpe,
conde, la infidelidad.
TREVIÑO Mas ya brilla la lealtad
que honor en mi pecho esculpe.
Huid sin más detención,
que libre seréis espero,
y os juro cual caballero
que os protegerá Aragón.
FERRÁN ¿No tembláis, doña Isabel,
de la opresión que os prepara
cuando juréis en el ara
ese Maestre cruel?
Objeto de su pasión,
y de su venganza objeto,
a sus caprichos sujeto
tendrá vuestro corazón;
bien sabéis que no perdona
el Maestre, y que no olvida,
y a precio de vuestra vida
comprar quiere la corona.
Para mí piedad no imploro;
sea para vos la piedad;
noble infanta, perdonad,
venid, enjugad el lloro.
En casa de los Riveros
vuestros amigos, señora,
ya están esperando ahora
cien bizarros caballeros.
Vuestras gentes allí están
prontas para rescataros;
¿y los que anhelan libraros
señora, no lo podrán?
Aragón nos auxilia.
ISABEL ¿Mas cuándo Aragón infiel
no fue a Castilla cruel?
FERRÁN Pero ya ha llegado el día
que le une amistad sincera;
y ese pendón que levanta,
no le repulséis, Infanta,
porque antes infiel os fuera.
TREVIÑO Cuidad que solo un instante,
doña Isabel, queda ya,
cuidad que tarde será
sino partís al instante.
FERRÁN Un solo asilo ya os queda,
¿y le desdeñáis, señora?
Tarde será en una hora;
vuestra repugnancia ceda.
Escena VI
Los mismos, EL ASTRÓLOGO y EL ARZOBISPO DE TOLEDO.
ABIABAR Haced, por Dios, seor prelado,
que venga luego Su Alteza,
porque si no la cabeza
a mal juego hemos jugado.
Y ya veo el funeral
sudario que hemos tejido;
que es el Maestre atrevido
y el Marqués vuestro rival.
ISABEL Arzobispo de Toledo,
¿vos aquí?
ARZOBISPO Vuestra inquietud
vengo y vuestra esclavitud
a romper si tanto puedo.
Vos siempre me habéis creído,
que nunca falaz os fui;
salid, princesa, de aquí,
que yo también os lo pido.
Huid del Maestre lejos,
no os detengáis más por Dios;
por vuestro hermano, por vos,
tomad ahora mis consejos.
ISABEL ¿Con los contrarios de Enrico
no estaba quien me habla así?
ARZOBISPO Yo no sé si delinquí;
mas seguidme, os lo suplico.
A la traición alevosa
fui víctima consagrada.
¿Seréis también inmolada?
¿Seréis de un traidor esposa?
FERRÁN Ya el sol desde el alto cielo
nos muestra su faz radiante;
si se perdiera otro instante
fuera vano nuestro anhelo.
BEATRIZ Bien venida la esperanza
que nos da la Providencia:
señora, esa resistencia...
FERRÁN Nos perderá la tardanza;
que ya muchos caballeros,
de alma y de pecho leal,
solo esperan la señal
para blandir sus aceros.
Tienen la gente apostada,
de tropas las casas llenas,
cuando el Marqués cuenta apenas
con su escudo y con su espada.
ARZOBISPO Esa virtud que en vos brilla
ceda, infanta, a la razón.
BEATRIZ Os lo manda el corazón
y la salud de Castilla.
¿La ocasión desperdiciamos
que por nuestro bien se ordena
ISABEL ¿Pero el marqués de Villena...?
¡La fuga! ¡Mi Beatriz! Vamos.
Escena VII
EL CONDE DE TREVIÑO y EL ASTRÓLOGO.
CONDE Audaces hemos sido, yo os lo juro.
ABIABAR Por eso conjeturo
que si el paso se tuerce aventurado,
con vos me podré ver hoy mismo ahorcado.
CONDE Mas tú que dirigiste
tan complicada trama, ¿no supiste
dejar salvo tu cuello?
ABIABAR Entrambas de un cabello
penden en este punto nuestras vidas.
CONDE ¿Y así, Abiabar, olvidas
tu propia bienandanza?
ABIABAR Nada olvidé, señor, de cuanto alcanza
a recordar activa la prudencia.
Contó mi diligencia
sus caballos y estoques uno a uno;
tengo aviso oportuno
de los que al Maestre siguen y a su hermano;
de todos sus proyectos sé el arcano;
lo que piensa el Maestre cada hora,
y la casa conozco adonde mora,
la calidad y número de gentes
que con pechos valientes
lidiarán por la infanta;
las que hay en la ciudad, las que levanta
el concejo en las villas
de todas las Castillas;
las que bajo los sayos hierros duros
ocultan al entrar en nuestros muros;
probable es la victoria; mas no cierta;
y si el marqués a conseguirla acierta
nos podremos jactar de que en Europa
no haya entre cuantos visten mortal hopa
quien ventaja nos lleve en ser ahorcado,
ni quien logre dogal más apretado.
CONDE Mucho, astrólogo, temo
al marqués de Villena, que en extremo
es sagaz y advertido.
Pero pienso que he oído...
¡Por Dios! Mirad quién viene.
El rey con el Marqués...
ABIABAR ¿Y qué os detiene?
A su encuentro salid.
(Sale el CONDE.)
¡Mucha destreza!
Me vacila en los hombros la cabeza.
(Se retira.)
Escena VIII
EL CONDE, EL REY y EL MARQUÉS DE VILLENA.
MARQUÉS Por fin llegamos a tiempo.
Decidle, conde, a la infanta
que su alteza aquí la espera.
Escena IX
EL REY y EL MARQUÉS.
REY Marqués, eran infundadas
tus sospechas, como ves.
MARQUÉS Tengo, señor, pruebas claras,
convincentes, que demuestran
la existencia de esa trama.
Pero si son por fortuna
todas mis sospechas vanas,
siempre logramos, señor,
por medio esta cabalgata
la dicha de que las bodas,
por el soberano honradas,
ganen en solemnidad,
en esplendor y esperanzas.
Al punto vendrá mi hermano,
y sobre las mismas aras
donde jure a la princesa
eterno amor y constancia,
su feudo os confirmará
la nobleza castellana.
REY ¡El feudo! ¿Sabes, don Juan,
que mi mente fatigada
apenas consiente al pecho
respirar? ¡Oh! No se calma
en mi corazón doliente
el latir de las desgracias.
¡Tan abatido me encuentro!
Paréceme que en el alma
fijó con tenaz empeño
la tristeza su morada;
no confío en mis amigos;
dudo su gesto y palabras;
perdí, marqués de Villena,
hasta el bien de la esperanza.
MARQUÉS ¿Y con tan fieles vasallos
así se aflige el monarca?
Cuando su trono sostienen
nuestras leales espadas...
REY ¡Marqués, marqués! ¿Tú lo dices?
MARQUÉS Dícelo, señor, la fama,
lo dicen los sacrificios
que consumé por la causa
del trono y de vuestra alteza.
¿Qué no hice yo por salvarlas?
¿Y tan preclaros servicios
no merecen confianza?
¿Ha lugar a las sospechas
cuando tantos hechos hablan?
REY Yo no dudo, Juan Pacheco,
que tú mereces las gracias
por tu ingenio y tu valor
que te di con mano franca.
Pero ¿no merezco en pago
tu poderosa alianza?
¿No merezco gratitud
de todos los de tu casa?
¿Qué deudo tuyo, qué amigo
no elevé a grandeza tanta
que de los otros magnates
la opulencia no igualara?
MARQUÉS Nuevos vínculos, señor,
en el altar se preparan,
que el corazón del vasallo
al de su príncipe enlazan...
Pero no viene su alteza...
Permitid ¡ah del alcázar!,
ni el conde vuelve.
UN UJIER ¡Señor!
MARQUÉS Decid al conde que aguarda
el rey de Castilla aquí.
REY ¡Tengo costumbre tan larga
de esperar, y siempre en vano!
MARQUÉS Pero toca en arrogancia,
y es harta descortesía...
REY Mi anhelo es ver a mi hermana.
¿Cómo estará? ¡Qué infeliz
fue su estrella! ¡Desdichada!
Escena X
Los mismos y EL MAESTRE.
REY Bien venido a nuestros brazos,
maestre de Calatrava.
MARQUÉS Andáis, hermano indolente,
cuando pruebas se esperaban
en vos de galantería;
que pide una justa usanza
veros hoy de vuestra esposa
codiciando las miradas...
MAESTRE Acudo al punto a la cita,
y antes de vuestra llegada
tierno y rendido a la vez
vi a mi esposa esta mañana.
EL UJIER Mi amo, el conde de Treviño,
señor, ausente se halla.
MARQUÉS ¿No está el conde en el palacio?
Ved, príncipe, si era extraña
ni era falaz mi sospecha;
haced que cualquiera dama
de doña Isabel le anuncie
de nuestro rey la llegada.
(EL UJIER saluda, y sale.)
REY ¡Abandonarnos el conde!
Es por cierto cosa rara.
MARQUÉS Mi corazón, don Enrique,
para el mal nunca se engaña.
¡Es el conde de Treviño
un traidor!
REY Villena, basta;
¿así le injurias?
EL UJIER Señor,
la serenísima infanta
doña Isabel ha salido.
Sus criados...
MARQUÉS Sin tardanza
sus criados aquí vengan.
REY Mas piensas...
MARQUÉS ¡Luego a las armas,
maestre! ¡A caballo luego!
Ocúpense las entradas
de Valladolid al punto,
y con tu gente y las guardias
del rey, sin más dilación
acude luego a la plaza.
(Al REY.)
Temo que tarde sea ya.
¿Qué esperas? ¿Cumplimentada
no está el orden todavía?
Escena XI
Los mismos, menos EL MAESTRE.
REY Tal vez piadosa, cristiana,
visita Isabel los templos...
Cuida, don Juan, que sin lágrimas,
sin sangre se arregle todo.
La crueldad me desagrada.
(Durante los versos anteriores da EL MARQUÉS órdenes a varios CABALLEROS, que salen sucesivamente.)
MARQUÉS Nada, señor, de violencias;
sangre muy poca reclama
la ofensa de vuestro honor
pero ¿qué veo? ¿La infanta?
Escena XII
Los mismos, LA INFANTA con su acompañamiento, DON FERRÁN, dándole el brazo, EL ASTRÓLOGO, EL CONDE DE TREVIÑO y EL ARZOBISPO DE TOLEDO.
REY (Abrazándola con ternura.)
¡Isabel!
ISABEL ¡Hermano mío!
MARQUÉS (Viendo que permanecen abrazados mucho tiempo.)
Recordad, señor, os ruego
que a su alteza espera luego
la ceremonia nupcial;
cumplida, más libremente
daréis a vuestro amor vado.
REY ¡Yo de abrazarla privado!
MARQUÉS Mi voz fue siempre leal;
en pro de vos, don Enrique,
y en pro de la infanta suena.
FERRÁN Un instante, el de Villena;
dejad al rey concluir;
y para hablar a la infanta,
honor de las dos Castillas,
suplicadme de rodillas
que os lo quiera permitir.
(EL MARQUÉS lleva instintivamente la mano a la espada; luego la retira, inclinándose hacia EL REY.)
MARQUÉS ¿Estáis, buen paje, demente?
FERRÁN Pienso que el cielo propicio
aun me conserva el juicio
y algún valor a la vez;
doña Isabel es mi esposa.
REY ¿Tu esposa?
MARQUÉS ¿La infanta? ¿Cómo?
¿Y en el pecho la ira domo?
¡Qué osada desfachatez!
Presto, caballeros; ¡hola!
¡Prendedle, que yo os lo mando!
(Van algunos CABALLEROS hacia DON FERRÁN.)
FERRÁN Respetad a don Fernando,
el infante de Aragón.
(Todos se sorprenden y prosternan un poco.)
REY ¡El infante! ¿Tú el infante?
Sed, Príncipe, bien venido.
MARQUÉS ¡El infante! Todo ha sido,
como sospeché, traición.
Pero sepa vuestra alteza
que contrajo enlace nulo.
FERRÁN Marqués, yo te disimulo,
porque apasionado estás.
MARQUÉS La princesa prometida
era esposa de mi hermano.
FERRÁN Yo te juro por su mano
que hablas ya, marqués, de más.
MARQUÉS Quien defiende su derecho
de hablar le tiene cumplido.
FERRÁN Marqués, por demás he oído
tu impertinente decir.
Asediado está el palacio,
Pacheco, por gentes mías;
ya ves que tus demasías
fuera insensatez sufrir.
(Aparecen por las puertas hombres de armas.)
MARQUÉS Don Fernando, ver la muerte
nunca dobla mi entereza;
mandáis vos en mi cabeza,
pero yo en mi corazón.
Heridme; mas no penséis
que me asuste un terror vano;
con la hueste de mi hermano...
FERRÁN Ya le tengo yo en prisión.
MARQUÉS Y vos, señor arzobispo...
ARZOBISPO No os queda alguna esperanza;
yo debía una venganza,
Villena, y os la pagué.
MARQUÉS Arzobispo de Toledo,
no esa venganza me humilla,
que dirigir la Castilla
con mi limpia espada sé.
El enlace de la infanta...
para bien sea del Estado;
el rito está consumado;
la guerra debe acabar;
y en nombre de la nobleza
que mi juramento abona,
yo os ofrezco la corona;
dignaos, infanta, aceptar.
(Dobla una rodilla.)
ISABEL Alza, marqués de Villena;
a don Enrique, mi hermano,
a tu único soberano,
se debe esa sumisión.
Yo le rindo mi homenaje.
(Se inclinan la INFANTA y DON FERRÁN al REY, que los abraza enternecido.)
REY Isabel, hermana mía...
Son lágrimas de alegría
que salen del corazón.
¿Mas quién, infante, os guiaba?
¿Por qué así oculto en mi corte?
¿A quién tuvisteis por norte?
¿Quién os pudo aconsejar?
Que doncel sin experiencia...
FERRÁN Mi padre el rey lo dispuso,
y por director me puso
a su médico Abiabar.
REY Ven, astrólogo, a mis brazos.
¿Finaron ya las querellas?
ABIABAR Dícenlo así las estrellas,
y habrá así de suceder.
Y el nombre de nuestra infanta
en la noche de la historia,
astro será de la gloria,
luz del hispano poder.
Y no empañarán su brillo
los sucesos iracundos,
que otras lenguas y otros mundos
y pueblos le adorarán.
Y el valor y la grandeza
al nombrar las Isabeles,
entre frondosos laureles
en Castilla brotarán.
Que la Primera Isabel
fundará la monarquía,
y dilatará la vía
que corre el fulgente sol.
Y mil naciones y mil
del recóndito occidente
doblarán la oscura frente
al claro nombre español.
Mientra Isabel la Segunda
quebrantará el cautiverio
que afligir puede al imperio
en más apartada edad.
Y cabe al regio dosel,
al son de bélico canto
el numen brillará santo
de honor y de libertad.
José García de Villalta
La escena se supone en Madrid, en los primeros tres actos; el primer cuadro del cuarto pasa en Burgos; el segundo también en Madrid, y en Valladolid el último acto.
Acto primero
Suntuosos jardines del palacio de don Beltrán de la Cueva.
Escena I
EL ASTRÓLOGO ABIABAR, EL LICENCIADO JIMÉNEZ.
ASTRÓLOGO Seguidme, buen licenciado.
No os asombren los soberbios
jardines de don Beltrán.
¿Visteis otros más amenos?
Un banquete a su monarca
y a los próceres del reino
hoy ofrece el potentado;
y está con la corte dentro
el rapaz de que os hablé.
LICENCIADO Feliz destino es el vuestro
maese Abiabar, pues os abren
o por astrólogo excelso
o por médico feliz,
sus puertas los palaciegos;
los pobres sus corazones;
sus arcas los opulentos.
ASTRÓLOGO Algo merece la ciencia
que busca al dolor consuelo
y sus arcanos arranca
a los futuros eventos.
Esperad aquí un instante,
mientras aviso al mancebo
que anhela vuestra amistad.
Es joven, bizarro, apuesto,
y aunque de escasa fortuna,
de elevado nacimiento.
De guerras lejanas viene,
donde probó con sus hechos
ser valiente al par que honrado
y al par que sagaz discreto.
Hoy es paje del monarca
por merced al valimiento
de don Ferrer de Lanuza,
el ilustre mensajero
de su alteza de Aragón.
Acogedle bien os ruego.
(Vase.)
Escena II
EL LICENCIADO.
EL LICENCIADO Para ese doncel las trovas...
Jamás hice peores versos.
(Leyendo.)
Nobilísima doncella
más hermosa
que la rutilante estrella
del amor.
¡Musa traidora y mezquina
la que preside a mis metros,
pródiga si no la llamo,
avara si la pretendo!
Coplas desnudas de unción;
frialdad en los sentimientos;
mas... ¿qué beldad nacer pudo
de este acuitado cerebro,
en medio de la pobreza
que aferra y ata su vuelo?
Heme aquí, triste fantasma,
cruzando el mundo en silencio
y hacinando versos malos
sobre otros que no son buenos,
mientras los altos señores
por regios apartamentos
se ceban en la alegría
de banquetes halagüeños,
y apuran cálices de oro
sin que turbe su contento
esa miseria que ruge
por las cabañas del pueblo.
¡Plegue a Dios que Ferrán Calvo
no sea en letras muy experto!
Y que las trovas le agraden
por no entender los conceptos.
Favores debo a Abiabar,
y es justicia agradecerlos...
Allí vienen.
Escena III
EL ASTRÓLOGO, EL LICENCIADO y FERRÁN CALVO.
ASTRÓLOGO Ved, seor paje,
el amigo que os presento.
FERRÁN (Alargándole la mano al LICENCIADO.)
¡Gran merced! Seor licenciado,
aceptad mi mano os ruego
y la estimación con ella
que os ofrece un forastero.
LICENCIADO Yo os lo agradezco, doncel,
y mi humildad os ofrezco.
ASTRÓLOGO Sabed que es el licenciado
de toda mi amistad dueño.
Vile nacer, que pasaba
acaso a Torre Jimeno,
y hospitalidad sus padres
con agasajo me dieron.
Su horóscopo levanté;
y aunque indicaron los cielos
de algún príncipe inmortal
el natalicio y el tiempo
desmintió la profecía,
tiene generoso pecho,
no le abate la estrechez
en que su estrella le ha puesto,
y desde el pobre tugurio
sabe con altivo vuelo
su espíritu levantar
al celeste firmamento.
FERRÁN Huélgome sobremanera,
Jiménez de conoceros.
LICENCIADO Paréceme que a Abiabar
deslumbra su mucho afecto,
tal cual soy, tendré a lisonja,
doncel, serviros si puedo.
ASTRÓLOGO Dad pues al paje las coplas;
yo no pude complaceros,
seor Ferrán, porque en las rimas,
a fe que no soy muy diestro.
FERRÁN ¿Ya las hizo el licenciado?
LICENCIADO Lo menos mal que pudieron
componerse en solo un día.
FERRÁN (Alargando la mano para tomarlas.)
A grande merced lo tengo.
LICENCIADO Vedlas.
FERRÁN Poco se me alcanza,
seor licenciado, de metros,
que en las armas, no en las letras,
hacer mis estudios suelo.
Declarádmelas vos mismo.
LICENCIADO Con temor os obedezco.
(Leyendo.)
Nobilísima doncella,
más hermosa
que la rutilante estrella
del amor;
vos que en el rostro sois rosa
y en la pureza jazmín,
y diamante en el honor,
¿despreciaréis mi dolor,
o a mi cuita daréis fin?
FERRÁN ¡Bizarras trovas a fe!
Sois, Jiménez, más coplero
que el mismo cantor Macías.
LICENCIADO Pero el fin...
FERRÁN Le doy por bueno;
que aquí vine sin ser visto,
y a su alteza volver tengo
antes que note mi falta.
ASTRÓLOGO No olvidaréis que os espero
a cenar conmigo a entrambos.
FERRÁN (Dando la mano al licenciado.)
A Dios, amigo; hasta luego.
LICENCIADO Doncel, a Dios.
ASTRÓLOGO ¡Ah! Seor paje,
cuenta con mis mandamientos;
mucha prudencia en palacio,
y no olvidéis los consejos
que os dio vuestro bienhechor
don Ferrán.
FERRÁN Id satisfecho.
(Vanse el ASTRÓLOGO y el LICENCIADO. FERRÁN se entretiene en arrollar el pergamino, cuando ve a los interlocutores de la siguiente escena.)
Escena IV
FERRÁN, EL MARQUÉS DE VILLENA, EL MAESTRE DE CALATRAVA, EL ARZOBISPO DE TOLEDO y otros señores.
FERRÁN (Aparte, ocultando el pergamino de los versos.)
¡Cómo, el marqués de Villena
y el prelado de Toledo!
¡Juntos estos dos señores!
¿Acabaron ya sus feudos?
Acercarme debo un poco,
que quizá de sus intentos
a mí me interese mucho
averiguar el misterio.
(Se oculta entre los árboles.)
MAESTRE Don Beltrán de la Cueva es a fe mía
regio en la cortesía.
¿Qué dijeran sus nobles ascendientes
si entre los candelabros resplendentes
le vieran festejar al soberano?
ARZOBISPO ¡Pobres palafreneros!
MARQUÉS Sois, hermano,
mordaz a lo que veo.
ARZOBISPO Yo aplaudirle deseo.
MAESTRE Y yo ensalzar su fausto y su riqueza.
Si alzaran la cabeza
de Beltrán los abuelos,
volviéranse a morir de puros celos
viendo a su Beltrancico tan alzado.
ARZOBISPO Dejemos ya al menguado.
Basta que nos regale en sus festines,
y entre damas y nobles paladines
vierta el oro que pagan los pecheros.
¿Mas qué sabéis, marqués, del condestable?
¿Es cierto que con otros caballeros
prepara rebeliones y que intenta...?
MARQUÉS Así en Madrid se cuenta.
Ambiciosos proyectos, quejas vanas
que deshonran las canas
de todo un condestable de Castilla,
y de los condes de Alva y de Plasencia;
no extrañaré que presto la cuchilla
de la ley ponga coto a su insolencia.
(En voz recatada separándose de los otros señores, que se pasean y hablan.)
¿Mas sabéis, arzobispo, de qué lengua
nació el falso rumor que en vuestra mengua
por la corte circula?
ARZOBISPO ¿Qué rumor, seor marqués? Nada he sabido.
MARQUÉS Hay quien os acumula
parcialidad secreta en el partido
de los nobles rebeldes, y hay quien diga...
ARZOBISPO ¡Cómo! ¿Queréis ya rota nuestra liga
y la unión por los dos recién formada?
MARQUÉS ¿Por qué a sospecha tal daréis entrada?
ARZOBISPO ¡Dudar mi vasallaje!
MARQUÉS ¿Y cómo pudo
creer vuestra eminencia que lo dudo?
Mientras rivales fuimos, luché fuerte;
mas ya que quiso venturosa suerte
unirnos para el bien de la Castilla,
estimara mancilla
en mi lealtad y fe no preveniros
de que os asestan alevosos tiros.
ARZOBISPO Aprendamos, marqués, en la experiencia,
y sepamos al fin que es imprudencia
no estrechar la amistad hoy prometida...
agradezco el aviso con la vida.
¿Mas qué piden al rey los caballeros?
MARQUÉS Pídenle el fin de graves desafueros
que aquejan al estado,
por intestinas guerras devorado;
pídenle paz, buen orden y justicia,
arreglos en el clero y la milicia...
ARZOBISPO ¿Mas qué esconde la suplica en el seno,
que esos pretextos son...?
MARQUÉS Yo los condeno,
pero ignoro su fin, que el condestable
fue siempre mi adversario.
Es fácil, variable,
amigo peligroso y mal contrario.
ARZOBISPO ¿Y ni aún juzgar sabéis por conjetura
de los rebeldes la intención segura?
MARQUÉS En verdad, arzobispo, que no acierto.
No es más la sedición que un desconcierto
cuyos tumultos y sangrientas guerras
a los del condestable darán tierras
y ricos señoríos y castillos.
ARZOBISPO ¿Y no podrá su alteza reducillos?
MARQUÉS Si no pierde un instante,
pues la parcialidad es del infante.
ARZOBISPO ¿Del rapaz don Alonso? ¿Y qué desea?
¿De doce años contra el rey pelea?
MARQUÉS Su maestrazgo parece que reclama.
ARZOBISPO ¿Y por eso encender la voraz llama
de nueva sedición en las Castillas?
MARQUÉS Quitáronle sus villas
y a don Beltrán las dieron.
ARZOBISPO Pero acaso...
El infante es de seso tan escaso...
MARQUÉS Don Alonso quizá ni aun lo sospecha;
la armada sedición solo aprovecha
de nuestro infante el nombre;
niño le aclama y le temiera hombre.
ARZOBISPO ¡No me asustan a fe los imprudentes
esfuerzos de esos pocos insurgentes,
si seguimos unidos,
ya, marqués de Villena, están vencidos,
y serán sus blasones y sus feudos
herencia a nuestros deudos;
ni habrá osado infanzón que en vano intente
contrastar nuestra fuerza omnipotente!
MARQUÉS Nunca, arzobispo, se alzará segura
esa fuerza futura
en tanto que la infanta...
ARZOBISPO ¿Y al marqués de Villena por qué espanta
esa doncella tímida y devota?
¿Pues acaso en Castilla no hay conventos?
MARQUÉS Fuera para nosotros grave nota
y abono de los nobles descontentos;
que en ella ve Castilla la esperanza
de conservar su augusta dinastía,
y derrocar supiera la privanza
del que a Isabel a un claustro reducía;
a doña Juana llaman Beltraneja;
el niño Alfonso gobernar se deja
por el ayo más rudo.
¿Qué esperanza a la patria ni qué escudo
al trono le quedara
si Isabel en el claustro profesara?
De alevoso tachárase el proyecto,
y fuéralo en efecto.
ARZOBISPO No concibo, marqués...
MARQUÉS Vuestra eminencia
¿sostiene la influencia
de la infanta Isabel...?
ARZOBISPO Ni lo he pensado.
MARQUÉS ¿Pues no habéis, arzobispo, contrariado
el enlace felice
que al rey de Portugal proponer hice?
ARZOBISPO ¿Y el influjo que os pesa de la infanta
dándole un soberano se quebranta?
MARQUÉS Dejadla ser potente;
que salga de Castilla es suficiente.
Y si muriendo Enrique le pluguiera
a los nobles hacerla su heredera,
el buen rey portugués ¿no apelaría
de nosotros, señor, a la valía
para regir el reino?
ARZOBISPO Sea en buen hora
Mas antes de ceder decidme ahora
si lidiaréis, marqués, por nuestra parte,
o bien si seguiréis el estandarte
de la armada nobleza.
MARQUÉS Amor, deber, honor, delicadeza,
a la parcialidad del rey Enrico
unen mi espada y vida,
yo por él mi oro y sangre sacrifico,
quedando así cumplida
la obligación de noble caballero.
ARZOBISPO Eso de vos espero.
MARQUÉS Y si solo quedara,
solo por don Enrique peleara,
contra vos, arzobispo, contra el mundo.
ARZOBISPO De júbilo profundo
me llena esa promesa; ved mi mano.
Contad, marqués, de hoy más con un hermano.
Hablad ya de Isabel.
MARQUÉS He recibido
del rey de Portugal mensaje nuevo,
según este designio concebido;
aquí sus cartas llevo.
ARZOBISPO Dad, marqués de Villena,
y ya que siempre tuve a grave pena
combatir vuestras miras en la corte,
hoy me cumple probaros como amigo
que vuestro bien será mi solo norte.
Cuidad, empero, de tener conmigo
en presencia de todos aquel ceño
que antes nos apartaba.
MARQUÉS Yo me empeño
en encubrir con áspero semblante
mi fe jurada y mi amistad constante.
Escena V
EL MAESTRE y dichos, menos EL ARZOBISPO.
MARQUÉS (En voz muy baja.)
La ocasión vino ya de nuestro intento;
a caballo, Maestre; en el momento
hacia tierra de Burgos veloz parte,
y al condestable dile de mi parte
que alce sin más temer ya la bandera;
a caballo, mi hermano, no hay espera.
MAESTRE ¿Y el arzobispo...?
MARQUÉS Adiviné su mente.
Con todos sus caudales y su gente
se opone a nuestras justas peticiones
por mentidas razones
de amor y de lealtad.
MAESTRE ¿Mas le entregaste...?
MARQUÉS Papeles, sí, pero saber te baste
que son de Portugal. No ignoras cuánto
su éxito te interesa.
MAESTRE Hermano, tanto
cual me importa vivir. Sin eso muero.
MARQUÉS A caballo, Maestre; guarda empero
hasta Burgos prudencia consumada;
después resplenda al sol la dura espada.
(Vanse.)
FERRÁN ¡Danse marqués y obispo ya las manos!
A fe que mis temores no eran vanos.
(Retírase.)
Escena VI
Atraviesan la escena sucesivamente, y sin detenerse en ella más de la preciso para decir sus partes respectivas, EL REY DON ENRIQUE, hablando con DON BELTRÁN DE LA CUEVA; LA REINA, acompañada por el MARQUÉS DE VILLENA; DOÑA GUIOMAR, favorita del rey, con EL ARZOBISPO DE TOLEDO; EL INFANTE DON ALONSO y LA INFANTA DOÑA ISABEL, acompañado aquel por FERRÁN CALVO, y ésta por DOÑA BEATRIZ DE BOBADILLA, su camarera. Solo EL REY está cubierto. Siguen a la comitiva pajes, guardias y servidumbre.
ENRIQUE Generoso te has mostrado
festejándome, Beltrán;
feliz el rey a quien sirven
vasallos de tu lealtad.
BELTRÁN Señor, quien todo os lo debe
honra sirviéndoos se da.
ENRIQUE Ya ves, marqués de Villena,
cómo está mi autoridad.
Dicen que mi condestable,
los Manriques y otros más
acuden con gente a Burgos.
MARQUÉS ¿Y qué intentan?
ENRIQUE Suplicar
que mejor gobierne el reino;
que haya entre los nobles paz
que sus fueros se respeten.
MARQUÉS Si quisiere contestar
vuestra alteza con la espada,
espero que aceptará
antes que todas la mía.
ENRIQUE Sin ti, marqués, fuera mal
resolver tan grave punto.
Tú mismo te encargarás
de responder en mi nombre
a los de Burgos.
MARQUÉS Se hará
como vuestra alteza manda.
Pero es preciso cortar
no solo el miembro podrido,
sino la causa del mal.
También en la corte tiene
parciales la deslealtad;
pongámosle, señor, freno.
Ya sabéis que Portugal
tesoros y armas os brinda
con que podáis conjurar
de los nobles sediciosos
la violenta tempestad.
Doña Isabel, nuestra infanta,
podrá entonces domeñar
no la sedición de Burgos,
sino el poder colosal
con que Aragón y Navarra
humillan la majestad
de vuestra corona augusta.
ENRIQUE Ya dije a Isabel que está
para ajustarse el tratado.
¡Sin ti, marqués, cuánto afán
el gobierno me costara!
BELTRÁN (A la REINA.)
¿Permitido me será
señora, que de escudero
os sirva?
REINA ¡Solo el pesar
me asedia en mi propia corte!
¡Qué rendido, qué galán
sirve todo un arzobispo
a esa tal doña Guiomar!
ARZOBISPO (A DOÑA GUIOMAR.)
Sé que repugnancia os cuesta
sé que así vuestra beldad
carecerá de los triunfos
que alcanza de esa rival;
pero es forzoso, señora;
al monarca aconsejad,
que ya empeñé mi palabra
en pro del lazo nupcial.
GUIOMAR Mas si el marqués lo desea,
vuestro adversario, ¿la paz
habréis hecho por ventura?
ARZOBISPO Es forzoso contemplar
alguna vez a los grandes.
Vos, que hermosa sin igual
en el pecho del monarca...
GUIOMAR Sois, arzobispo, mordaz.
ALONSO (A FERRÁN.)
¿Ya justaste en Zaragoza?
FERRÁN Pude ese honor alcanzar.
ALONSO ¿Y rompiste muchas lanzas?
FERRÁN Cinco a caballo no más;
luego la espada sacamos.
ALONSO ¿Y venciste?
FERRÁN Sin lidiar;
que fue cortés mi oponente.
ALONSO ¡Cuánto te envidio, Ferrán!
(Salen todos. Desde los bastidores se vuelven DOÑA ISABEL y DOÑA BEATRIZ a la escena.)
Escena VII
DOÑA ISABEL, DOÑA BEATRIZ.
ISABEL Vuélvete un instante; por estos jardines
de las puras auras gocemos en paz;
cáusanme fatiga justas y festines,
y esos cortesanos de fingida faz.
BEATRIZ ¿Qué dolor os turba? Decidlo, señora.
¿Perdió vuestro aprecio la triste Beatriz?
ISABEL ¿Y qué, no es bastante verme a cada hora
de astutos ministros víctima infeliz?
Sagaces deslumbran a Enrique mi hermano;
cábalas mezquinas trámanle en redor,
y agora en rehenes le piden mi mano,
y agora la piden en signo de amor.
BEATRIZ Sin duda, oh infanta, el nudo os desplace
con que al himeneo os van a estrechar.
ISABEL Esa débil trama presto se deshace,
ni tal lazo nunca se podrá añudar,
que si el de Villena piensa por ventura
con el rey vecino pactos concluir
sé que el de Toledo de tal no se cura.
BEATRIZ ¿Y el qué, noble infanta, os puede afligir?
ISABEL El prelado me ama.
BEATRIZ Así lo imagino,
y aun solo por eso no llego a entender
por qué vuestra alteza suspira contino,
por qué hasta su alma no llega el placer.
ISABEL Beatriz, te confieso que en bárbara lucha
mi deber se traba con mi corazón,
y el entendimiento al alma no escucha,
ni el alma tampoco cede a la razón.
BEATRIZ Todo lo penetro; no culpad, infanta,
al pecho que siempre os ha sido fiel.
ISABEL Yo culparme debo de flaqueza tanta.
BEATRIZ ¿Pues quién más bizarro que el bravo doncel?
(Se estremece al oírle nombrar.)
ISABEL Me embarga la lengua su nombre o su vista,
mas yo mi ternura lograré apagar.
BEATRIZ ¿Por qué, mi señora? ¿Cuando así resista
su imagen amada logrará olvidar?
¿No hubo muchos reyes...?
ISABEL Ten, Beatriz, tu celo,
que tales palabras no escucha Isabel.
¿Por qué cuna pobre me ha negado el cielo?
¿Por qué regia cuna le ha negado a él?
Pensé que secreta mi mengua estaría,
que así nos deslumbra juvenil candor;
Ferrán entre tanto mi pecho leía,
y osó en el banquete hablarme de amor.
Me entregó unas trovas llenas de cariño,
que yo, Beatriz mía, me atreví a leer.
(Leyendo para sí las trovas.)
BEATRIZ Pásmame, señora, que siendo tan niño
tan gentiles rimas sepa componer.
ISABEL Mis colores lleva, canta a mis balcones,
repite do quiera mi prez y loor;
detener es fuerza sus adoraciones,
aunque a mí infelice me mate el dolor.
BEATRIZ Y aun por eso tanto teméis, mi señora,
la infausta alianza con el Portugal.
ISABEL De tal himeneo no me hables ahora;
por una vez basta, Beatriz, con un mal.
Sé que el de Toledo protegerme cura,
que en servirme siempre se ha mostrado fiel;
toma esos conceptos; cese mi locura;
con airado ceño dalos al doncel.
Escena VIII
Las mismas y FERRÁN.
FERRÁN Permitid, infanta...
ISABEL Paréceme extraño
que así se interrumpa, doncel, mi solaz;
padecéis, seor paje, gravísimo engaño
si esperáis que sufra vuestro modo audaz.
FERRÁN Pensé, mi señora, que grato os sería
dar a un forastero amparo y favor.
ISABEL Sabed, forastero, que es descortesía
arrancar mercedes.
FERRÁN Calmad el rigor.
Recordad, princesa, que nuevo en Castilla,
tan joven y ausente del paterno hogar,
no es mucho que adore al astro que brilla
como el sol de oriente sin mayo ni par.
¿No pensáis, señora, que pueda mi pecho
por ser pobre paje albergar amor,
respeto, ternura o airado despecho,
ni dar en los campos pruebas de valor?
ISABEL ¿Mas qué pretendéis?
FERRÁN Solo, infanta augusta,
serviros imploro; por Dios consentid;
sabré vuestras cifras honrar en la justa,
de sangre esmaltarlas sabré en cruda lid.
Dichoso, señora, yo entre los donceles,
si mi acento humilde os mueve a piedad.
(Se arrodilla.)
Ceñirán mi espada frondosos laureles.
ISABEL Atrevido sois, doncel; levantad.
(Alarga la mano para levantarlo; él se la besa respetuosa y tiernamente.)
FERRÁN Vuestra hermosa mano, augusta princesa,
cual símbolo adoro de paz y perdón.
ISABEL De ser tan benigna, don Ferrán, me pesa,
que así a vuestra audacia doy un galardón.
Partid al contado.
FERRÁN Señora, es forzoso,
pues todo soy vuestro, que os sirva leal.
Mil riesgos os cercan...
ISABEL Quedad en reposo.
Beatriz, ¿viste nunca pertinacia igual?
FERRÁN Vuestro caballero, infanta, os requiere,
el que nunca olvida vigilar por vos;
hay cierto arzobispo que mucho os malquiere,
dudad sus palabras, señora, por Dios.
Cauteloso amigo es del de Villena;
fíngense adversarios por mejor triunfar;
la pureza de ambos suele andar ajena;
ved, princesa, si hay razón de dudar.
Y aquel cuya vida de veros felice
depende tan solo ¿podrá sin dolor
oír que en la corte de cierto se dice
que va el arzobispo...?
BEATRIZ El rey, mi señor.
(Sepáranse.)
Acto segundo
Aposento de palacio
Escena I
EL REY ENRIQUE, sentado con grande abatimiento, LA INFANTA DOÑA ISABEL, y GUARDIAS en las puertas.
ENRIQUE ¡Oh desdichado monarca!
¡Cuánto mi corona pesa!
Abandónanme los míos,
me escarnece la nobleza,
y hasta mi propia familia
me arrancan con brutal fuerza.
Señor que riges los cetros
de los reyes de la tierra,
un príncipe desgraciado
hoy implora tu clemencia.
Dame valor, Dios piadoso;
caigan sobre mi cabeza
las iras de tu justicia,
pero a la patria no hieran.
ISABEL Piadoso invocáis al cielo;
él, don Enrique, os proteja
más no cumple un soberano
con exhalar tristes quejas.
Después de la prez devota
cambiad ¡oh rey!, la diadema
por el acerado casco;
trocad en peto las sedas;
por el corcel de batalla
la ociosidad que os aqueja;
y esforzado paladín
el que antes piadoso fuera
rompa con la dura espada
las desdichas que lamenta.
ENRIQUE ¿También mi hermana Isabel
mi tribulación aumenta?
ISABEL Yo, don Enrique, os animo,
que el veros llorar es mengua.
Y aunque soy débil mujer,
si vuestro cetro blandiera,
con él quizá quebraría
la frente de los que intentan
envilecer al monarca.
Sacudid, rey, la pereza;
y ya que de soberano
os desciñáis la diadema,
si hombre sois y caballero
no sufráis tales ofensas.
Rescatad a vuestro hermano,
al niño Alonso, que estrecha
prisión en Burgos padece.
ENRIQUE Hablas, incauta doncella,
ignorando lo que pides.
¿Con quién declaro la guerra?
¿Qué gentes, qué caballeros
acuden a mi bandera?
Mientras rigió mis consejos
Juan Pacheco, el de Villena
¡ay triste!, ¡mi solo amigo!,
¡el que amé en la edad primera!
Vísteme reunir mesnadas,
caballos, huestes guerreras...
pero él también me abandona,
también la facción aumenta;
el maestre de Calatrava,
su hermano, hacia Burgos lleva,
con infinitos peones,
comunidades enteras.
¿Mi espada sola qué haría
aun cuando el Cid la esgrimiera?
ISABEL ¡Dios os lo perdone, Enrique,
y de la sangre que riega
a mares la monarquía
no quiera pediros cuenta!
Porque hubo un tiempo ¡oh hermano!,
que débil gusano era
esa misma sedición
que hoy audaz os amedrenta.
Quebrantar su frente entonces
pudisteis, y su soberbia;
pero flaco, irresoluto,
y más indeciso que ella,
peleasteis sin vencer;
disteis tiempo a la pelea;
y aquel enantes gusano,
nutriose de sangre vuestra,
y hoy serpiente formidable
amaga vuestra existencia.
Si al principio de la lucha
sobre los rebeldes fueran
la mitad de los que luego
murieron en la contienda,
a buena fe, don Enrique,
los tumultos concluyeran,
vos reinaríais dichoso
y Castilla os bendijera.
ENRIQUE Duélete, Isabel, de mí.
La escandalosa infidencia
del marqués, de Juan Pacheco,
ha enervado mi entereza;
él era mi único apoyo,
él mi esperanza postrera.
ISABEL Los mejores aliados
que un sabio monarca cuenta
son Dios, señor, y su espada.
¿Quién esperáis que a vos venga
si vos mismo, don Enrique,
buscáis la coyunda ajena?
Si vos vuestra propia honra
miráis con tanta tibieza,
¿queréis que un extraño acaso
tome por vos la defensa?
ENRIQUE Por piedad, Isabel mía.
¡Ay, hermana, si supieras
lo que oculta mi cariño
por no acrecentar tus penas!
¡Si pudieras penetrar
estas dolorosas nuevas!
ISABEL ¿Aun hay más calamidades?
¿La rebelión satisfecha
aun no está con la prisión
de don Alonso? ¿Qué esperan
qué piden los conjurados?
ENRIQUE ¡Piden tanto!
ISABEL Mas si es fuerza
oírlos, ¿a qué esperáis?
Concédales vuestra alteza
mucho más que pedir osan.
Y ya que remiso os vieran
para empuñar el acero,
no estéril miedo os detenga;
sed resuelto alguna vez,
dadles paz, o dadles guerra.
ENRIQUE De ti depende, Isabel,
seguir tu propia advertencia.
ISABEL En buen hora, don Enrique;
vos salvaos, y yo perezca;
quede en libertad Alonso,
la paz torne a vuestras tierras.
ENRIQUE ¿Mas tú sabes lo que piden?
¿Quieres tú que yo consienta?
ISABEL ¿Pues qué designio es el suyo?
ENRIQUE A una condición sujetas
están la guerra y la paz;
tu mano será la prenda
que en esta cuestión decida.
ISABEL ¿Aún persisten en la idea
de que el rey de Portugal...?
ENRIQUE ¡Ojalá en ella insistieran!
No es el portugués monarca,
es el Maestre el que anhela
ser tu esposo, Isabel mía,
el hermano de Villena.
ISABEL ¿Y hasta ese punto, señor,
el marqués nos vilipendia?
¿No le bastan ya los feudos
ni las copiosas riquezas
que pródiga vuestra mano
en mal hora le cediera?
¿No le basta ya la sangre
que derrama su fiereza,
sino que a sus propios reyes
ha de sellar con la afrenta?
Soy, Enrique, vuestra hermana;
en vano humillarme piensan;
el convento o el cadalso
rescatarán mi pureza.
ENRIQUE ¿Y nuestro hermano, y Alonso?
ISABEL ¡Ay señor! ¡Cuánta saeta
clava a mi ulcerado pecho
su memoria...! Mas ¿no hay senda,
no hay camino que nos libre
de esa alianza funesta?
¿Pondremos cual los cobardes
nuestro cuello a la cadena?
ENRIQUE Horas ha que aguardo a un sabio,
a un astrólogo... Su ciencia
rescatarnos tal vez puede...
ISABEL ¿Y fiáis a esas quimeras
el honor de vuestra patria?
¡Y en tanto la espada huelga!
ENRIQUE Cuando turbados los cielos
cárdenas llamas reflejan
y con temerosos signos
males próximos revelan,
aconsejarnos es justo
del que entiende las estrellas.
ISABEL Los fenómenos y fuegos
que en el cielo centellean
si aquí nos causan terror
también en Burgos aterran.
Ese astrólogo Abiabar,
que os visita con cautela,
¿quién sabe si está vendido
a los que mal os desean?
¿A qué apelar a los astros?
Dios vuestra esperanza sea,
y esa espada, don Enrique,
y vuestra propia conciencia.
ENRIQUE ¡Qué harán los otros por mí
cuando tú ayudarme niegas!
No das la mano al maestre,
y a Alonso y a mí nos dejas...
ISABEL ¡Qué oblación tan horrorosa,
oh Castilla, de mí esperas!
Al gran maestre aborrezco,
un infierno es su presencia:
¿cómo he de darle la mano
con que gustosa le hiriera?
Escena II
Los mismos, UN UJIER que se retira luego, y el ARZOBISPO DE TOLEDO.
UJIER El arzobispo, señor.
ENRIQUE Seas bien venido, Fonseca:
¡cuán inquieto te esperaba!
¿Viste, arzobispo, sus letras?
¿Qué piensas de los rebeldes?
Habla, amigo, y me consuela,
que eres el único noble
que fiel a mi causa queda
entre esa turba de ingratos
que yo subí a la opulencia.
Habla: ¿qué sería de mí
si no te tuviese cerca?
ISABEL ¿Y habré, señor arzobispo,
de ser yo la triste ofrenda
que a los traidores se inmole
porque su amago suspendan?
¿Para mí no hay esperanza?
ARZOBISPO Mucho dárosla quisiera,
noble infanta de Castilla.
ENRIQUE Pero en fin, ¿qué me aconsejas?
ARZOBISPO En puridad debo hablaros
lo mejor que hacerlo sepa;
Dios ilumine mi mente
y mi ánimo fortalezca.
ENRIQUE A Dios, querida Isabel.
ISABEL Pensad, señor, que pidiera
antes recibir mil muertes
que el lazo que me presentan.
(Vase.)
ENRIQUE Infelice hermana mía.
Escena III
DON ENRIQUE y EL ARZOBISPO.
ENRIQUE ¿Y bien, Alonso, qué piensas?
¿Qué dices de ese marqués,
de esas cartas, y esas quejas?
ARZOBISPO Señor, en alguna parte
son fundadas sus querellas;
pretenden que doña Juana
no pueda ser heredera
del reino, que don Beltrán...
ENRIQUE Detén, amigo, la lengua;
de don Beltrán no me hables
ni del honor de la reina;
infames son los rebeldes,
desdoro de la grandeza;
para quitarme a mi hermana
su falso civismo ostentan.
ARZOBISPO Tal es su fin.
ENRIQUE ¿Y ellos mismos
no agotaban mi paciencia
pugnando porque Isabel
al de Portugal le diera?
ARZOBISPO Yo apoyé su petición,
mas no delinquí a sabiendas,
y tarde penetrar pude
su sagaz estratagema;
que al nunciar tal enlace
previeron que a vuestra alteza
rivalidades se alzaran
con las vecinas potencias;
y al veros luego, señor,
abandonado, comienzan
esa lucha fratricida
que vuestros reinos aqueja.
Portáronse cual traidores
con astucia y con fiereza;
mas vano será su empeño
si place a la Providencia,
que del vicario de Cristo
imploré ya la asistencia,
y el grande obispo Venerio
en nuestro socorro llega,
cual Nuncio del santo padre,
con sus facultades plenas:
tengamos pues confianza;
comunidades enteras
se niegan de los rebeldes
a enarbolar las enseñas.
ENRIQUE Pero mi hermana Isabel...
ARZOBISPO Preciso es que se convenga,
o nunca se logrará
de don Alonso la vuelta.
Le han proclamado monarca;
mercedes, gracias dispensa,
señor... por su vida temo...
disculpad esta franqueza.
ENRIQUE ¡Por la vida de mi Alonso!
El corazón me penetras.
¡Oh conjeturas crueles!
ARZOBISPO ¿No tendrá a bien vuestra alteza
presidir hoy el consejo?
ENRIQUE Dame a firmar: ¡qué sospechas!
ARZOBISPO Veréis, señor, los despachos.
ENRIQUE Sabes que eso me atormenta.
ARZOBISPO Mas es preciso, señor.
ENRIQUE Basta que firme y no lea.
ARZOBISPO Se arriesga vuestra corona.
Dignaos, señor...
ENRIQUE ¡Qué entereza!
(Vase.)
Escena IV
FERRÁN y EL ASTRÓLOGO.
FERRÁN ¿Ha tiempo que el rey te aguarda?
ASTRÓLOGO Desde antes de amanecer.
FERRÁN No olvides lo que me importa
que aproveches hoy muy bien
Abiabar, de la entrevista.
ASTRÓLOGO Los recelos deponed.
FERRÁN En tu habilidad confío.
ASTRÓLOGO Serviros procuraré.
Ya a doña Beatriz he hablado,
y me ha ofrecido, doncel,
ser vuestra hasta donde alcancen
su valía y su poder.
Cuidad vos, paje garrido,
de agradecerlo cortés;
que en su mano están las llaves
para abrir a vuestro Edén.
FERRÁN Eres, Abiabar, más sabio
que el mismo Salomón fue;
solo falta que al monarca
sagaz puedas convencer...
ASTRÓLOGO Direle que sois su estrella;
en mi experiencia creed.
FERRÁN Harto más yo te creería
y admirara tu saber
dándome las doblas de oro
que ayer en vano busqué.
ASTRÓLOGO Si supiérades, seor paje,
cuán dificultoso es
tornar la más alta idea,
la más rica que caber
pueda en el hondo cerebro
de alquimista genovés,
en sonantes doblas de oro,
viérades que puedo ser
sabio, astrólogo profundo,
y pobre todo a la vez.
Me aguardan los escuderos.
FERRÁN Dios te acompañe.
ASTRÓLOGO Con él
quedad, buen paje.
FERRÁN Ya sabes
lo que hemos pactado hacer.
Escena V
FERRÁN, y luego UN PAJE de DOÑA BEATRIZ, que vuelve a salir.
FERRÁN No adolece el algebrista
por cierto de estupidez;
más de prisa van las horas.
(Da una palmada.)
Forzoso es que suenen tres.
(La repite dos veces, y entra UN PAJE.)
Di, niño, a doña Beatriz
que a servirla ya llegué.
(Sale EL PAJE.)
¡Si ver pudiese a la infanta!
¡Nobilísima Isabel!
¡Cuánta gracia plugo al cielo
a ti sola conceder!
Harto arriesgada es mi empresa,
mas constancia tengo y fe,
y he jurado rescatarla
o en la lucha perecer,
que a mi sedicioso maestre
tan espléndido joyel
fuera por Dios mengua darle,
ni virgen de tanta prez;
el de Calatrava anduvo
audaz en la pretender,
pero yo tengo una espada
que humillará su altivez.
Escena VI
FERRÁN y LA INFANTA, DOÑA BEATRIZ DE BOBADILLA, y acompañamiento.
FERRÁN (Aparte.)
¡Cuán abatida la infanta!
Yo aliviarla curaré.
BEATRIZ Su alteza al consejo asiste;
esperemos.
ISABEL En buen hora.
(Cambian algunas miradas de inteligencia DOÑA BEATRIZ y DON FERRÁN.)
BEATRIZ Mas no os encuentren, señora,
tan abatida y tan triste.
ISABEL Mucho temo la tardanza
del consejo en resolver.
BEATRIZ Pero no debéis perder,
mi señora, la esperanza.
¿No prometió el de Toledo...?
ISABEL Es todo engaño y falsía...
FERRÁN ¡Señora...!
ISABEL (Sobrecogida, a DOÑA BEATRIZ.)
¿Ves qué osadía?
Ya resistirla no puedo.
BEATRIZ No le maltrate el rigor;
cuidad que es joven sencillo.
FERRÁN A vuestra alteza me humillo.
ISABEL ¿Pediros podré un favor?
FERRÁN Mi espada, mi nombre y vida
veces mil gustoso diera,
con tal de que en todo fuera
vuestra voluntad cumplida.
ISABEL Retiraos pues, Ferrán.
Solo aquí busco a mi hermano.
FERRÁN ¿Y he de suplicar en vano?
¿Y ha de perderse mi afán?
Sé que infelice ¡oh infanta!,
sois tal vez en este instante,
y al mirar vuestro semblante
mi corazón se quebranta.
Os hiere mano traidora
con alevoso puñal,
mas remedio tiene el mal;
no desesperéis, señora.
ISABEL ¿Remedio en esta aflicción?
¿Y qué a vos de mi ternura...?
FERRÁN En ella va la ventura,
señora, de un corazón
que oscila y late violento
si la pena os acongoja,
cual se estremece la hoja
que sacude crudo viento.
ISABEL Detened, paje, la lengua;
¿pensáis que lisonja tanta
pueda escuchar una infanta
sin que le sirva de mengua?
¿O quisisteis por ventura
viendo mi bonanza rota
echar también una gota
al cáliz de mi amargura?
Veisme en cruel orfandad,
a mi hermano desvalido,
¿y osáis así presumido
hablarme con liviandad?
FERRÁN Señora, mi rendimiento
¡por vos misma yo os lo juro!,
tiene fin más noble y puro
y más generoso intento.
Así propicios los santos
cielos oigan mi oración,
que fue solo mi intención
mitigar vuestros quebrantos.
Y si tal vez descontento
os pudo mi lengua dar,
es porque suele faltar
la razón al sentimiento.
Porque al mirar la importuna
ausencia que ya os espera,
el alma se desespera
y maldice a la fortuna.
ISABEL Si mi ausencia...
FERRÁN ¡No por Dios!
Concibiéronla en mal hora;
no consintáis, mi señora;
tened vos piedad de vos.
Y ese maestre don Pedro
que os solicita afanoso,
caña junto al poderoso,
junto a los débiles cedro,
¿es capaz en su fiereza
de secos rendido amante?
¿O pretende ser infante
porque le llamen alteza?
Resistid, alzad un dique
contra su designio fiero.
ISABEL ¿Cuando ya ni un solo acero
se desnuda por Enrique?
FERRÁN Magnánima resistid.
No son vanas ilusiones,
que van a alzarse pendones
por él en Valladolid.
Hanme dicho en puridad
ciertos fieles mensajeros
que a los nobles caballeros
no seguirá la ciudad.
Muy escaso es mi valor,
no soy de riquezas dueño,
pero a este paje pequeño
le hace gigante el amor.
No perdáis pues la esperanza,
doña Isabel, de triunfar,
y permitidme arrojar
este hierro en la balanza.
ISABEL Y contra un vasallo infiel,
contra toda la Castilla
¿qué ha de valer la cuchilla
de un generoso doncel?
Vana es, paje, vuestra ofrenda.
Tened, don Ferrán, la espada;
dejadme ser desdichada.
FERRÁN Vuestra alteza no se ofenda,
que yo por servirla anhelo,
más que algún alto infanzón;
os habla mi corazón
como si le hablase al cielo.
No me despreciéis por niño
ni por de poca nobleza,
pues no hay humana proeza
tan grande como el cariño.
Tengo además los consejos,
si no de la jerarquía,
de pecheros de valía
con poder en los concejos.
Y hay otros vasallos fieles
que por el rey lidiarán,
y los primeros serán
mis amigos los donceles.
ISABEL Escasa gente.
FERRÁN En honor
son muchos, princesa augusta,
que por una causa justa
se multiplica el valor.
Pero tal vez os molesta
mi presunción atrevida,
que al maestre prometida...
ISABEL Mi corazón le detesta.
Hasta su nombre me daña;
mas... no tengo voluntad.
Labro mi infelicidad
por hacer dichosa a España.
Prisionero está un hermano,
hiere al otro la traición;
su rescate es galardón
de mi desdicha y mi mano.
¿Mas quién así, don Ferrán,
de hablarme os diera derecho?
FERRÁN ¡Mi corazón, mi despecho,
doña Isabel, me le dan!
Que sin veros, para mí
muerte se torna la vida,
y es vuestro enojo la herida
más ancha que cabe aquí.
Que al venir la noche oscura
o al despertar de la aurora,
es vuestra imagen, señora,
la imagen de mi ventura.
Vos sois mi gloria, mi ensueño
en la vigilia cruel;
vos el numen del vergel
que hace dichoso mi sueño.
Que allí cuando el corazón
se espacia, sin estrechura
bebe de la copa pura
de dulcísima ilusión...
A vos, astro rutilante,
a vos, luz de la Castilla,
¿empañará la mancilla
de esa sedición triunfante?
ISABEL Mancebo, ya es desleal
vuestro decir...
FERRÁN ¡Qué baldón!
¿No veis que la rebelión
os quiere para puñal?
Mi rendimiento os enfada,
desdén logro solamente...
parto a romper cual valiente
en la sedición mi espada.
ISABEL Cuidad que Alonso mi hermano
yace agora en su poder;
cuidad que Enrique el poder
y el cetro sostiene en vano.
Cuidad que a la fementida
traición auxilios se dan,
y cuidad también, Ferrán,
de conservar vuestra vida.
FERRÁN ¿Sin vos la vida?
ISABEL Doncel,
yo me debo a mi decoro;
resignada sufro, lloro,
y a mi obligación soy fiel
Tiempo es de acabar la guerra;
en este punto quizá
el pacto se firmará;
partid a lejana tierra.
FERRÁN ¡Señora!
ISABEL Sí, caballero,
partid, y que esta vez sea
la postrera que yo os vea. (Enternecida.)
FERRÁN ¡Qué crueldad! Morir primero.
¡Señora!
ISABEL Es irrevocable,
gentil paje, esta sentencia.
FERRÁN Acabaré una existencia
ya para mí deplorable.
Lejos de vos ¿qué esperanza
puede a mi cuita venir?
¿A qué, señora, vivir
sino para la venganza?
ISABEL En la memoria perdida
de una infelice doncella...
FERRÁN Vos seréis mi sola estrella
en el rumbo de la vida.
Ni envainaré cual cobarde
el acicalado acero;
a morir voy el primero...
ISABEL Don Ferrán, el cielo os guarde.
Escena VII
DOÑA ISABEL y DOÑA BEATRIZ.
ISABEL Partió, Beatriz; compasión.
¡Y yo que le amaba tanto!
¿Cuándo apagará mi llanto
el fuego de esta pasión?
O lucha acerba y cruel
en que se abrasa mi pecho.
¿Por qué con crudo despecho
así esquivé a mi doncel?
¿Por qué así el alma condena
las leyes de la razón?
¿Por qué de mi corazón
no puedo arrancar la pena?
¡Yo infanta! ¡Qué esclavitud!
¡Dar a un rebelde la mano,
y herir con dardo inhumano
al que sigue la virtud!
A mi feroz enemigo,
porque nací junto al trono,
con mis brazos galardono
y huyo de mi tierno amigo.
¡Cuán gustosa trocaría
esta prisión resplendente
por la cabaña indigente
donde mora el alegría!
BEATRIZ Tened, infanta, piedad,
tregua logre el desconsuelo,
y del corazón el duelo
con lágrimas desahogad:
todo la virtud lo alcanza;
del seno de esa tristura,
¿quién sabe si la ventura...?
ISABEL ¡Ventura sin esperanza!
BEATRIZ ¿Y por qué desesperar?
¿No os ama acaso sincero?
¿No es cumplido caballero,
y os promete rescatar?
Sus amigos tal vez son
mucho en las comunidades;
y a fe que por las ciudades
no cunde la rebelión.
Os ama...
ISABEL Si responder
no debo a su idolatría,
si infausta la suerte mía
plugo al cielo disponer,
fuera bárbaro rigor
sus amores codiciar
tan solo para triunfar
desdeñosa de su amor.
Beatriz, quiero que me olvide,
que no se acuerde de mí,
pues yo infelice nací,
y el destino nos divide.
BEATRIZ Séame lícito dudar
que un amor que así descuella
se borre cual leve huella
que el bajel deja en el mar.
Que aunque en ardiente corcel
revuelve la osada diestra
en la galana palestra,
es amoroso el doncel.
Vos sois el sol de su cielo,
la única deidad que adora;
por vos subirá, señora,
hasta los astros su vuelo.
Escena VIII
Los dichos, EL REY, EL ARZOBISPO DE TOLEDO, EL ASTRÓLOGO y acompañamiento.
BEATRIZ No os halle su alteza así.
(Se enjuga las lágrimas la infanta.)
ENRIQUE ¡Ni un voto haber conseguido!
¡Cielos, humillado pido
que tengáis piedad de mí!
ISABEL ¿No hay esperanza, señor?
¿A ser inmolada voy?
¿Al fin perderemos hoy
con el poder el honor?
ENRIQUE Todo el mal hoy se confirma
que anunció el hado, Isabel;
Fonseca tiene el papel.
Solo falta ya tu firma.
Acto tercero
El mismo apartamento en el palacio de don Enrique. Varios CABALLEROS, UJIERES y GUARDIAS hacia el fondo.
Escena I
DON FERRÁN y DON FERRER DE LANUZA, enviado de Aragón.
FERRER ¿Pero es cierto, don Ferrán?
FERRÁN Os repito que la infanta
se negó resueltamente
a ceder a la alianza
que le propuso el consejo.
Como noble y castellana,
en vez de estampar la firma,
rasgó el pliego en que constaban
los contratos del enlace.
FERRER ¿Y sabéis que no os engaña
quien os dio tales noticias?
FERRÁN Lo sé por su propia dama,
y por eso, don Ferrer,
para aconsejarse os llaman;
que negocios de cuantía
nunca en Castilla se tratan,
sin consultar el influjo
de Aragón y de Navarra;
y siendo vos enviado
del aragonés monarca,
es preciso que os pregunten.
A ser fácil, la balanza
inclinad pues, por mi amor,
contra esas bodas bastardas.
Al enviado navarro,
don Juan Biamonte, pintadlas
como absurdas, peligrosas...
FERRER Me esforzaré en cuanto valga,
doncel, para seros grato;
sabéis que no omití nada
para conseguir que el rey
de su servicio os nombrara,
mejorando vuestra suerte...
FERRÁN Yo os doy, don Ferrer, las gracias.
Ah, sin vuestra protección...
FERRER Don Juan Biamonte...
Escena II
Los mismos y DON JUAN BIAMONTE, enviado de Navarra.
FERRER (Cambiando el tono de la conversación.)
¡Bizarras
trovas hacéis, mi doncel!
Pasad a verme mañana.
(A BIAMONTE.)
(Se retira DON FERRÁN.)
Bien venido, embajador;
ya su alteza nos aguarda.
JUAN Pésame, seor don Ferrer,
si os molestó mi tardanza.
FERRER Sabéis bien, señor don Juan,
que nada de vos me enfada.
(A UN UJIER.)
Avisad al arzobispo
que ya presentes se hallan
los ministros de ambos reinos.
(Sale EL UJIER.)
¿Sabéis, don Juan, la mudanza
que en el palacio ha ocurrido?
JUAN ¿Mudanza aquí? No sé nada.
FERRER Hanme dicho que los pactos
no se firman.
JUAN ¿Pues no estaban
ya las capitulaciones
en un todo concertadas?
¿Qué causa pudo impedir...?
FERRER No conjeturo la causa,
ni aun sé si el rumor es cierto.
JUAN A estos castellanos pasa
lo que el mismo Lucifer
allá abajo no ideara.
Cada vez entiendo menos
de sus costumbres y usanzas.
FERRER Son, don Juan, notables gentes.
JUAN Combustibles a la llama
echan de la sedición;
¿pensarán así apagarla?
FERRER Temo que cunda su fuego
si otro rumbo no se trazan;
ya empieza a ser formidable.
JUAN Nuevas gentes se levantan.
FERRER La nobleza; pero el pueblo
y los concejos se cansan
de tan grandes turbulencias.
Aprecian la justa causa,
mas esquivan la ocasión...
JUAN Oíros, don Ferrer, me pasma.
¿A ese marqués de Villena
quién en Castilla contrasta?
¿Quién pone a su hermano freno?
¿Quién a las potentes bandas
de flecheros y jinetes
que sus querellas abrazan?
Para mí la rebelión
triunfó desde que su espada
Juan Pacheco el de Villena...
FERRER ¿Y el arzobispo? ¿Quién tanta
influencia en las Castillas
goza, ni mayor pujanza?
JUAN La única columna es esa
adonde el trono descansa;
que estos pobres paladines
que viven en la antesala,
zánganos cuando miel hay,
gusanos si la miel falta,
no han de rescatar a Enrique.
FERRER Le rescatará su hermana;
que la princesa Isabel,
prudente al par que alentada,
no consentirá jamás
ser víctima de sus tramas.
JUAN Sin duda, seor don Ferrer,
debisteis esta mañana
de recibir instrucciones
de vuestra corte; que cuadran
mal los conceptos de ahora
con los que ayer pronunciaban
vuestros labios a mi oído.
FERRER Si nuestras cortes entrambas,
por no saber remediarlo
con el consejo o las armas,
toleran que las Castillas
en sus disensiones ardan;
que sus sembrados se talen;
que se incendien sus moradas;
que sangre corra a torrentes
por sus palenques y plazas;
tal vez, porque su soberbia
en lo posible se abata,
sabéis también que nos dicen
nuestras letras reservadas
que nunca su triunfo alcancen
ni los nobles ni el monarca.
Prudentes auxilios dimos
a los que bravos luchaban;
mas ya me parece hora
de que a Enrique se ayudara,
o será el empeño inútil
si algún tiempo se dilata.
JUAN ¿Instrucciones recibisteis?
FERRER Don Juan, ni una sola carta;
mas para pensar así,
con las antiguas me basta.
JUAN Del poderoso Aragón
suficiente una palabra
es para dar a Castilla
o paz o guerra.
FERRER Si grata
vuestra corte, seor don Juan,
la auxilia.
JUAN Vaya en gracia.
UN UJIER Sírvanse sus excelencias
de Aragón y de Navarra
pasar adelante.
FERRER Vamos.
JUAN (Aparte.)
No entiendo, a fe, lo que traman.
(Vanse.)
Escena III
Los mismos, menos los dos enviados. Entran EL ASTRÓLOGO y DON FERRÁN.
ASTRÓLOGO Traedme al punto al licenciado;
forzoso es que luego parta
de vuelta a Valladolid.
FERRÁN ¿Y qué intentas?
ASTRÓLOGO La tardanza
nociva será sin duda;
vuelvo adentro. En esta estancia
espéreme el licenciado,
don Ferrán, hasta que salga.
(Vase.)
FERRÁN El tiempo no malgastemos.
(Vase.)
Escena IV
Entran EL OBISPO DE CALAHORRA, EL DUQUE DE ALBURQUERQUE y otros NOBLES y CABALLEROS.
DUQUE Hablad, señor, en voz baja.
OBISPO Es mucha pena, señor,
que una voluntad extraña
siempre en Castilla domine.
DUQUE No hay hacer, si Aragón habla.
OBISPO Del señor embajador
son órdenes las miradas.
DUQUE Y hallan mal que la nobleza
desnude luego las armas
en pro de sus propios fueros
y de Castilla humillada.
OBISPO Ved a quien podrá decirnos
buenas nuevas.
Escena V
Los mismos, DON JUAN DE VARGAS y otros dos NOBLES.
DUQUE Seor de Vargas,
bien venido. ¿Qué noticias
por la villa se propalan?
VARGAS Ignoro lo que se dice;
mas sé que desamparadas
las gentes de la nobleza
en Valladolid estaban,
pues no los sigue el concejo.
Juzgo, obispo, que os agradan
tales nuevas, que al maestre
guerra tenéis declarada.
OBISPO Mas no la tengo, señor,
a sus huestes desdichadas;
que al fin, aunque soy leal,
conozco que razón harta
tienen en sus peticiones.
DUQUE Y ¿quién duda que reclaman
con justicia? Los deshonra
solo esa necia arrogancia
del insultante maestre.
OBISPO Mas ¿qué graves circunstancias
en Valladolid harían
que el concejo retractara...?
VARGAS Yo no sé por qué motivo...
Los villanos preparaban
sus peticiones también;
mas llegó en hora menguada
un Jiménez de Cisneros
que con los donceles anda,
un licenciado coplista,
todo pobrezas y trazas,
pariente de esos pecheros,
y húbose de dar tal maña
con sus idas y venidas
acerca de la canalla,
que ahogar les hizo en el pecho
las voces que ya formaban.
DUQUE ¿Y quién da a ese mozo parte
en cosas de esta importancia?
OBISPO Pues mándole yo al rapaz
que si con frase liviana
asuntos de Estado toca
yo castigaré su audacia.
VARGAS Antes de eso, seor obispo,
pienso medir sus espaldas
con lo largo de mi estoque
y con el pie su sotana.
Escena VI
Los dichos, FERRÁN y EL LICENCIADO.
DUQUE Sólo el rey la culpa tiene.
OBISPO Débil cuerpo y débil alma
¿qué han de producir, seor duque?
VARGAS Ved al mismo de que hablaba.
DUQUE Ah, señor licenciado, el buen coplero,
a fe de caballero
veros aquí me place.
VARGAS Pues tiempo también hace
que yo os buscaba en vano;
mas de Madrid lejano
sin duda el bachiller por los concejos
ocupado andaría en dar consejos
en pro de los señores.
LICENCIADO No soy agente yo de los traidores.
DUQUE No es el licenciadillo todavía
mozo que hable de asuntos de la guerra.
Una capellanía
es su sola ambición sobre la tierra.
LICENCIADO El título, señor, de licenciado,
no de licenciadillo,
con ímprobos estudios he ganado.
Permitidme decillo,
que no fue de mis padres heredado,
cual los títulos son de la nobleza.
VARGAS Perdéis, seor licenciado, la cabeza.
DUQUE Sin que el estudiantuelo lo jurara
fácilmente notárase en su cara
que es de villana cuna.
LICENCIADO Si hubiéredes, gran duque, por fortuna
oído de los sabios la enseñanza
mientras vivís en deliciosa holganza,
vierais que en vos no llega el mental vuelo
ni aun para merecer que estudiantuelo
os llamasen un día.
DUQUE (Poniendo a la espada.)
Voy a enseñaros ya mas cortesía.
FERRÁN Yo impediré, seor duque, ese trabajo.
DUQUE Cuando a mí se me habla, se hable bajo.
FERRÁN El mancebo, señores, es mi amigo;
quien a él ofenda reñirá conmigo.
LICENCIADO (Dirige al DUQUE una sonrisa despreciativa, y dice luego a FERRÁN.)
Gracias, señor Ferrán.
OBISPO ¿Dos caballeros
ponen liviana mano a los aceros
en la casa del rey? Y el estudiante
¿ignora por ventura que delante
se halla de un potentado?
¿Pues cómo así, menguado,
ni la cabeza baja ni se humilla?
Pida perdón al noble.
LICENCIADO ¿Prosternado mandáis que la rodilla
a quien me ofende sin razón le doble?
No fuera en mí humildad, fuera bajeza.
DUQUE ¿Y cómo no ha de alzarse la nobleza
si los mismos villanos
osan contra sus dueños volver manos?
¡Oh corrupción del tiempo! ¡Oh demasías!
¿Pues no ha de haber concejos y behetrías,
feudos, comunidades,
si dan tal libertad a las ciudades?
Nunca se acabarán nuestras querellas
si tú, pueblo, con sangre no las sellas.
LICENCIADO ¿Y es la sangre del pueblo, por ventura,
tan inútil o impura
que la haya de verter furor ajeno
cual derramar pudiera inmundo cieno?
Sino hay pueblo, señor, ¿qué es la nobleza?
¿De qué cuerpo después será cabeza?
Las resplendentes sedas, los brocados,
los vestidos con oro recamados,
las armas fulgorosas
que ostentáis en las fiestas belicosas,
cuando del lujo a la siniestra lumbre
cegáis la desdichada muchedumbre,
¿labráronlas los reyes y señores,
o con afán el pueblo y con sudores?
¿Quién lleva el pan, el agua a vuestro labio?
¿Quién con designio sabio
supo encumbrar las ponderosas masas
de vuestras torres y arrogantes casas?
Sangre pedís al pueblo todavía;
como si al levantar el hacha impía
contra míseras gentes
no hirierais ¡oh soberbios!, unas frentes
que al Supremo Hacedor modelar plugo
para la libertad, no para el yugo.
DUQUE Insolencia inaudita.
OBISPO Calle el rapaz, estudie y no repita
tópico que así ofende
y que tan poco el lenguaraz entiende.
LICENCIADO ¿Y por qué al pueblo triste se condena?
¿No es harto ya que arrastre su cadena?
Acaso las repúblicas humanas
¿no son copias lejanas,
símbolo peregrino,
de un misterio divino?
El pueblo, la nobleza, el soberano,
(imagen terrenal de aquel arcano)
forman en la mundana jerarquía
análoga armonía
con el sagrado numen trino y uno;
al par pueden vivir, solo ninguno.
NOBLE 1.º (Irónicamente.)
Ingenioso el rapaz es por el cielo.
VARGAS (Mofándose.)
Lástima que a su celo
no se entregue la cura del Estado.
DUQUE Tened a bien, oh sabio licenciado,
dar una medicina,
que la nación enferma se arruina.
LICENCIADO Si al señor duque place que lo intente,
entrégueme al doliente.
VARGAS (Riéndose.)
¡Bravo, señor doctor!
EL DUQUE y EL OBISPO (Riéndose.)
¡Gran curandero!
NOBLE 1.º (Al OBISPO. Aparte.)
¿Quién es ese bufón?
OBISPO Un majadero.
DUQUE Ya en el doncel nos vuelve la fortuna
a un imberbe don Álvaro de Luna;
a un marqués de Villena, hecho estudiante;
a don Alonso el Sabio, en un cursante.
LICENCIADO Sola nos vuelve el hado
a un huérfano, señor, desamparado,
sin nombre, sin poder y sin riqueza,
burla de la nobleza,
cuyas tramas eternas y rencillas
destrozan las Castillas;
que si en mí hubiera solo algún destello
del grande alma de Luna, ya ese cuello
hubiérades doblado ante mi planta
que agora se levanta;
ya esa altiva cimera
sepultada en el lodo ante mí viera.
(Sepárale a un lado DON FERRÁN, y quedan hablando juntos.)
NOBLE 1.º ¿Quién es ese gracioso petulante?
VARGAS Es un pobre ignorante,
de cabeza vacía,
sin humildad, saber, ni cortesía,
que hace trovas a pajes y escuderos.
NOBLE 2.º Un Francisco Jiménez de Cisneros,
lleno de vanidad, lleno de flato,
porque sabe escribir el mentecato.
(Todos los nobles se ríen.)
NOBLE 1.º Pues tengo para mí que o yo sé poco,
o que está el licenciado un tanto loco.
(Nuevas muestras de hilaridad por parte de los nobles.)
Escena VII
Los mismos, EL REY, LOS EMBAJADORES, EL ARZOBISPO DE TOLEDO, EL ASTRÓLOGO y acompañamiento. EL ASTRÓLOGO se une a DON FERRÁN y al LICENCIADO, y parten juntos.
UN UJIER El rey.
REY ¿Que rompa mi mano
su paz y la sacrifique?
¿Ha de ser el mismo Enrique
quien inmole a su Isabel?
¿Tú también, buen arzobispo,
vosotros, embajadores,
mis prelados y señores,
me aconsejáis ser cruel?
JUAN Hablamos a vuestra alteza
por su interés y su gloria.
ENRIQUE ¡Y luego dirá la historia
que muy poderoso fui!
ARZOBISPO La seguridad del trono...
ENRIQUE ¿Y no es nada su ventura?
¿Por qué su suerte futura
ha de emponzoñarse así?
¿Quién vencerá su desvío?
ARZOBISPO A vuestra alteza le toca.
ENRIQUE Mi resolución es poca,
no puedo hacerla penar.
ARZOBISPO Al extenderse los pactos
no era nuestra angustia tanta,
y lícito fue a la infanta,
tal vez, negarse a firmar.
Pero ya de sediciosos
está la Castilla llena;
ya es el marqués de Villena
el único emperador;
fuera resistir en vano
su astucia y su atrevimiento;
de su rey quede contento
el audaz conspirador.
Y cuando ya de los nobles,
cansados de turbaciones,
vuelvan los altos pendones
al nativo torreón;
y el marqués en vuestra corte
retirado y solo quede,
entonces, señor, se puede
poner brida a su ambición.
DUQUE ¿Y es posible, el de Toledo,
que no haya un noble en Castilla
que la acerada cuchilla
ose alzar contra el marqués?
¡Vive Dios si aquí le viera
yo a ser leal le enseñara!
NOBLE 1.º Yo antes de eso le matara,
para enseñarle después.
NOBLE 2.º Por Dios que es mengua que viva.
NOBLE 1.º ¡Oh quién lograra la suerte
de poderle dar la muerte
que tanto mereció ya!
UJIER Me pesa, señor, deciros...
la turbación me enajena...
REY Habla.
UJIER El marqués de Villena
en vuestra antesala está.
(Sorpresa grande en todos los circunstantes.)
DUQUE ¡El marqués!
NOBLE 1.º ¿Quién?
REY ¿Juan Pacheco?
NOBLE 2.º ¡El marqués!
OBISPO ¡Por vida mía!
ARZOBISPO ¡Viose tamaña osadía!
REY Dime, Alonso, qué he de hacer.
Y vosotros, caballeros,
¿no os estremecéis conmigo?
Vamos, Fonseca, ¿qué digo?
ARZOBISPO Por mí, mandarle prender.
¿Viene solo?
UJIER Con su hermano.
ARZOBISPO Voy, señor; la vez postrera
ésta será...
REY Espera, espera:
¿adónde pensabas ir?
ARZOBISPO A prenderle.
REY Es felonía
prender a Juan de Pacheco;
tal vez de clemente peco,
mas le pienso recibir.
DUQUE (Con tibieza.)
Mi espada, rey don Enrique...
NOBLE 1.º Y la mía, y mi fortuna...
NOBLE 2.º No quedará ociosa una...
OBISPO Todas por el rey están.
ARZOBISPO Recibirle es imprudente.
REY Así lo quiere el destino;
mandad que libre camino
y entrada den a don Juan.
(Sale el UJIER.)
ARZOBISPO ¡Oh flaqueza! ¡Oh desventura!
REY ¿Y mis pecados son tantos
que no bastan los quebrantos
para purgarlos? Tú ves,
piadoso Dios, que mi pecho
la tribulación devora:
¿cuándo llegará la hora
de la piedad?
UJIER El marqués.
(Silencio y sobrecogimiento general.)
Escena VIII
Los mismos, EL MARQUÉS DE VILLENA y EL MAESTRE DE CALATRAVA armados de punta en blanco. Tres CABALLEROS los acompañan. El MARQUÉS examina, detenidamente a los circunstantes, que bajan la vista a su mirada. Después saluda al REY.
MARQUÉS (Doblando la rodilla.)
Señor, si vuestro vasallo...
REY (Levantándose para impedir que el MARQUÉS se arrodille.)
¿Por qué doblas la rodilla?
Alza, marqués; en Castilla
Enrique no reina ya.
Mi feudatario no eres,
que tu palabra y tu mano
en feudo a otro soberano
ligada, marqués, está.
MARQUÉS No conozco otro monarca
que al rey don Enrique Cuarto;
ni de mi feudo me aparto,
ni renuncio de mi fe.
REY ¿A ti, que gentes levantas,
a ti, que con dura mano
me arrebataste a mi hermano,
ese lenguaje escuché?
MARQUÉS Ah, señor, ¡cuántas calumnias
pudo inventar la bajeza,
que oyó quizá vuestra alteza
con excesivo candor!
Yo, que osado fui a Burgos
por mi lealtad, no por dolo;
yo, que en Burgos entré solo,
solo a fuerza de valor,
arriesgando hacienda, vida,
por calmar los sediciosos,
¿yo cargos tan rigorosos
de vuestros labios oí?
¿Pues quién los conspiradores
tornó en meros pretendientes,
por quién ceden los potentes,
príncipe, sino es por mí?
REY Alza, marqués de Villena;
háblame cual caballero,
di a tu antiguo compañero
de esa cruel sedición;
di al amigo de tu infancia,
al que te ama con ternura,
que otro vaso de amargura
espera a su corazón.
MARQUÉS Antes de alzar de la tierra
yo ruego a mi soberano
que me dé a besar la mano
de mi feudo por señal.
REY (Conmovido le da a besar la mano.)
Bien, marqués; y dime ahora,
¿qué nueva prueba, qué marca
de humillación tu monarca
ha de consentir, qué mal?
MARQUÉS Cuando vengo, don Enrique,
con pecho sencillo y puro,
por mi palabra os lo juro,
y os lo juro por mi Dios,
a implorar de vos clemencia,
a pedir que perdonados
los nobles extraviados
puedan volver hacia vos,
consentid que solo sea
mi voz para vuestro oído;
solo a vos hablaros pido;
quiero hacerlo en puridad;
que estos nobles infanzones
al verme de horror se llenan,
sin escuchar me condenan.
REY Mis amigos, despejad.
DUQUE ¡Qué oprobio!
NOBLE 1.º ¡Qué fiero insulto!
ARZOBISPO Protesto que esa blandura
os abrirá sepultura;
don Enrique, permitid
que me oponga a ese mandato,
porque el hombre que acaudilla
la rebelión en Castilla...
REY Buen arzobispo, salid.
Escena IX
EL REY, EL MARQUÉS DE VILLENA y EL MAESTRE DE CALATRAVA, que se aleja, pero entra en escena después.
REY Ya estás libre, Juan Pacheco;
escucharé lo que dices;
habla, no te ruborices
de hablar hoy a tu señor
en nombre de los rebeldes,
que así la suerte lo hizo.
MARQUÉS Mi rey, no me ruborizo
de hablar cual embajador
de la ofendida nobleza;
que si su espada desnuda
es, señor, porque se duda
si gozáis de libertad.
Que dicen que el soberano
ya no gobierna en Castilla,
que el arzobispo le humilla
y prime su voluntad.
REY ¿A mí?
MARQUÉS Señor, soy sincero;
escuchad con tolerancia
al amigo de la infancia,
al que siempre leal os fue.
REY ¿Y contra el buen arzobispo
de Toledo qué reclaman?
MARQUÉS Señor, don Opas le llaman
por tildar su mala fe.
REY ¡Don Opas al que fue solo
entre tanto consejero
el que con pecho sincero
mi triste causa abrazó!
¿Y te atreves a acusarle?
MARQUÉS A no estar yo convencido
de que es, señor, fementido,
y a vuestra alteza faltó,
¿cómo osara, rey Enrique,
conservar aquí la calma
que resplandece en mi alma
cuando acuso su lealtad?
Ni piden los caballeros
que se castigue al prelado;
solo quieren que un juzgado
patentice la verdad.
REY Mas ¿cómo? ¿Qué hizo Fonseca?
¿Cuál ha de ser su juicio?
MARQUÉS El que más justo y propicio
para un acusado es.
Aprisiónele luego
Por su culpa o su inocencia;
vos, señor, la sentencia
o el perdón daréis después.
Que si su culpa no fuera
clara cual la luz del día,
y más que la noche fría,
tenebrosa y criminal,
ni yo, señor, le acusara
incurriendo en grave pena...
REY ¿Y tú, marqués de Villena,
que te precias de leal,
el solo apoyo me robas
que quiso el hado inclemente
dejar a mi triste frente
surcada por el dolor?
Tú que de niño y doncel
antes que nos diera al seno
su aromático veneno
su blanda crueldad amor,
conmigo partir solías
tu pesar y tu esperanza,
cuando aun no la dura lanza
nos era dado empuñar;
y en las belicosas justas,
aguijando los corceles,
cañas entre los donceles
arrojábamos al par,
desamparado me quieres,
sin ayuda, sin consuelo.
MARQUÉS ¿Y qué, señor, mi desvelo
nada vale en vuestra pro?
¿Nada vale la nobleza
que a vos sumisa se ofrece,
y cuya honra merece
la vindicta que pidió?
REY Dime al fin qué solicitas.
MARQUÉS Unánimes deseamos,
los que en Burgos nos juntamos,
por propia seguridad,
la prisión del arzobispo;
y al punto juzgado sea
como vuestra alteza crea
que mereció su maldad.
REY ¿Sólo viniste por eso?
MARQUÉS Antes vine, don Enrique,
para alzar patente dique
contra nueva sedición;
pues en Burgos se decía
que la infanta por insano
consejo, niega su mano
a la reconciliación.
De Fonseca son astucias;
sin duda que la redujo...
Pero no llega mi influjo
la nobleza a contener.
Y si los tratos se rompen
y la palabra empeñada,
fuerza será que la espada
la torne a restablecer.
Don Alonso es el primero
que lo pide como infante;
y jura quedar triunfante
o perecer con honor.
REY ¿Nada, marqués, te convence?
¡Cuán severo está conmigo
aquel cariñoso amigo
a quien debí tanto amor!
¿Qué pides?
MARQUÉS Que al de Toledo
se ponga en prisión segura;
y que el pacto que asegura
de la princesa Isabel
la mano para el Maestre
se realice con presteza;
vos veréis si la nobleza
os es entonces infiel.
REY Dos amigos solamente
plugo a los cielos dejarme,
uno para aconsejarme,
otro para la aflicción.
En honda oscura mazmorra
pone al primero tu mano,
otro entregas a tu hermano,
y a mí la tribulación.
El Dios del cielo piadoso
mejor a ti juzgue un día,
que en horrorosa agonía
bañas mi pecho, marqués.
Escribe, y a Dios responde,
que a ti, don Juan, toca hacello;
toma mi pluma y mi sello,
la muerte venga después.
MARQUÉS (Escribiendo.)
Responderé a mi conciencia,
y responderé a vos mismo,
pues yo os salvo de un abismo
que ya os iba a devorar.
Al de Fonseca en prisión
por la salud del Estado.
El rescripto está acabado,
dignaos, señor, repasar.
REY (Apartando los papeles.)
No, marqués; ¡pobre Fonseca!
MARQUÉS Dispensad: fuerza se hace
cual condición del enlace...
REY Para, para: ¡ah del ujier!
Di a mi hermana que la aguardo.
MARQUÉS ¡Señor!
REY Con paciencia espera.
Es la condición más fiera
que se me puede imponer.
Yo amo a mi hermana, Pacheco;
por ti con pesar la inmolo,
pero no quiero ser solo
en herir su corazón.
MARQUÉS Si yo pudiese aplacar
del Maestre el amor violento,
pero es tenaz opulento
y le ciega la pasión.
REY ¡Opulento! ¿Y a quién debe
sus riquezas y boato?
A mí, que le di al ingrato
armas con que hacerme mal.
MARQUÉS Vuestra riqueza os devuelve
cuando más se acerca al trono;
sus intenciones abono,
que es el maestre leal.
Y si al aleve Arzobispo
se aprisiona en el instante;
y se devuelve al Infante
su legítimo poder;
y doña Isabel enlaza
con el maestre su mano,
ya no habrá poder humano,
señor, que es pueda ofender.
Escena X
Los mismos y LA INFANTA con su acompañamiento.
MARQUÉS ¿Me hará merced vuestra alteza
de darme a besar su mano?
INFANTA ¿Vos, marqués? ¿Con don Enrique?
Siempre os tuve por osado;
mas no pensé que flaqueza
mostrase tanta mi hermano:
¡escuchar los mensajeros
de sus rebeldes vasallos!
REY Ya no los tengo, Isabel;
ya todos me abandonaron.
(Aparte.)
Teme por el niño Alonso.
INFANTA Triste de mí. ¡Cuán amargo
recuerdo hiere mi alma!
REY Juan Pacheco me ha probado
que es un servidor leal,
y que busca el bien de entrambos.
No te muestres tan severa.
INFANTA ¡Ah qué lucha, cielos santos!
Yo aborrezco a los traidores,
pero temo por quien amo.
REY Retracta tu negativa.
MARQUÉS Del entendimiento claro
de vuestra alteza, señora,
nunca esperé que los pactos
de las nupcias se rompieran.
INFANTA ¿Cómo está Alonso?
MARQUÉS Acatado
por mi influjo entre los nobles.
INFANTA ¡Ese influjo si empleado
le hubierais por el monarca,
o si mi anhelo escuchando
el rey os prendiese ahora!
Sed una vez soberano,
don Enrique, y plegue al cielo
mover vuestro pecho helado.
REY Isabel, no así te indigna.
MARQUÉS ¿Y solo ese premio aguardo
por defender a los vuestros?
¿La suerte no os duele acaso
de don Alonso, ese niño
por todos desamparado?
¿Fue justo que a don Beltrán
se concediera el maestrazgo
único de don Alonso?
¿Cómo los de Santiago
no desnudaran la espada
por su maestre agraviado?
INFANTA Asaz conozco, marqués,
el desgobierno y el caos
en que el rey mi señor vive,
y viven sus cortesanos;
asaz lloro las desgracias
que al triste pueblo aquejando
tornaran ambas Castillas
en un tenebroso osario.
Pero ni sois vos, marqués,
ni son los de vuestro bando,
los que plañir deberían
ni hablar de males y agravios;
que vosotros, la justicia
y la equidad reclamando,
buscáis la propia grandeza
y olvidáis la del Estado.
Intolerantes, altivos,
pródigos al par y avaros,
vuestros manejos deslustran
el trono de los Fernandos;
con la vista en el tesoro
y la justicia en los labios,
¿pensáis gobernar hiriendo
a los pueblos castellanos?
MARQUÉS Por eso mismo, señora,
es fuerza que el poder vasto
de los indómitos nobles
ya toque a su final plazo;
que al trono los feudos vuelvan
en las batallas ganados;
y un vínculo poderoso
estreche en eternos lazos
al infanzón y al monarca.
Este sea el primer paso
de una reconciliación
que nos libre del naufragio.
REY Pobre, mírame Isabel,
perseguido y destronado
consúmese el sacrificio
antes que, Isabel, sea vano.
MARQUÉS Nunca ha de serlo, señor,
mientras que la espada al lado
ciña el marqués de Villena.
Reflexionad que colmados
serán por vos, mi señora,
no los votos solitarios
de un humilde caballero,
que yo desinteresado
siempre fui, desde la cuna,
sino los que nobles tantos
formaran con intención
de darle cima alentados.
Vos símbolo sois, princesa,
de las paces que anhelamos.
REY Ya tú la tibieza viste
que en el consejo mostraron
de Navarra y Aragón
los dos nobles enviados;
ya viste que el Arzobispo...
INFANTA ¡Basta, señor! Rescataros
sabré a vos y a don Alonso:
Marqués, el injusto fallo
decidió ya vuestra espada;
triunfasteis, porque yo el casco
no visto ni malla dura.
MARQUÉS ¡Señora, yo...!
INFANTA Mas los pactos
no firmaré sin que sean
más decorosos, más amplios,
y la primer condición
la libertad de mi hermano.
MARQUÉS Vos misma dictad la letra
cual fuere de vuestro agrado,
y satisfaced en ella
los deseos más lejanos.
REY A Dios, marqués de Villena.
¡Que me hayas tú violentado
a tal capitulación!
¡Isabel! ¡Hermana! Vamos.
Escena XI
EL MARQUÉS y EL MAESTRE.
MARQUÉS ¡Maestre de Calatrava!
MAESTRE Heme aquí. ¿Se han conformado?
MARQUÉS Busca luego al Arzobispo,
y con prudencia y recato
dile que voy a prenderle,
que viste tú el real mandato.
Mírale; que si se estima,
si aprecia su vida en algo,
con pronta instantánea fuga
cure de ponerse en salvo,
que estoy resuelto esta noche,
Maestre, a sacrificarlo.
MAESTRE ¿Pero no fuera mejor
la realidad que el amago?
Déjale prender por Cristo;
y pues su muerte has jurado,
muera de una vez.
MARQUÉS Maestre,
cúmplase lo que yo mando.
¿Entendiste mi palabra?
Sé en el repetirla exacto.
Esos fieros y esas muertes
para asustar mentecatos
son a veces provechosos,
mas no para realizados.
Vale mucho el Arzobispo,
y es el solo de palacio
que a mi grandeza levanta
insuperables obstáculos.
Huya luego de la corte;
y si pasa a nuestro campo,
ni a mí me queda un rival,
ni a ti tan fuerte contrario.
Actividad, vigilancia.
MAESTRE Mas...
MARQUÉS Vuela el tiempo.
MAESTRE Ya parto.
Escena XII
EL MARQUÉS.
EL MARQUÉS Conseguí, ciega fortuna,
que se humillase la Infanta;
en tus alas me levanta...
¡cual levantaste al de Luna!
¿Por qué, memoria importuna,
recordármele te plugo?
Si el reino se dobla al yugo
que tal vez le impongo yo...
¡él también le gobernó,
mas... dio su cuello al verdugo!
¿Y acaso la instable suerte
nunca será favorable?
¿Porque murió el condestable
con ignominiosa muerte,
rendido el ánimo fuerte
su historia contemplará,
y ante el poder temblará
que le ofrece enlace regio?
No; que el corazón egregio
los azares vencerá.
Ni es mi pronóstico vano,
que la boda consumada,
con sangre real mezclada
quedará la de mi hermano;
y entonces... solo mi mano
gobernará la Castilla;
entonces de mi cuchilla
dependerán paz y guerra;
¿quién empañará en la tierra
astro que tan puro brilla?
(Sale.)
ACTO CUARTO
Cuadro primero
Burgos: palacio del condestable de Castilla.
Escena I
EL CONDESTABLE, EL CONDE DE ALVA, EL DE PLASENCIA, DON DIEGO MANRIQUE CONDE DE TREVIÑO, otros NOBLES y UN UJIER.
CONDESTABLE ¿Y vos mismo habéis hablado
al maestre?
ALVA Yo, aquí cerca.
Que en Burgos entraba ahora;
me pidió que os advirtiera
su venida; llega luego.
PLASENCIA Ya era tiempo de que cuenta
de su cometido diesen
él, y el marqués de Villena.
CONDESTABLE ¿Mas no ha llegado el marqués?
ALVA Hoy el maestre le espera.
PLASENCIA Impaciente estoy por Dios
hasta saber con qué nuevas
vuelve a Burgos el maestre.
ALVA No fue muy veloz su vuelta;
el marqués, sea dichoso en paz,
no habrá perdido su hacienda
con el viaje a la corte.
PLASENCIA ¿Y qué habrá ganado en ella?
ALVA Don Enrique es generoso,
señor conde de Plasencia;
Y a un embajador ¿qué menos
ha de dar que una encomienda?
Escena II
Los mismos, y EL MAESTRE DE CALATRAVA.
UN UJIER El maestre de Calatrava.
CONDESTABLE (Abrazándole.)
Bien venida vuestra alteza.
MAESTRE Aun no gozo, condestable,
de tan alta preeminencia.
(Abrazando a algunos nobles.)
Bien hallados, mis señores.
CONDESTABLE ¿Cómo aquella corte queda?
MAESTRE Solitaria, sin pujanza,
y muchos amigos velan...
CONDESTABLE ¿Se convence el arzobispo?
¿Qué dice de la nobleza?
MAESTRE El marqués mejor que yo
entiende de esas materias,
y os explicará... yo sé
tan solo que la princesa
se digna ya con su mano
premiar mi amante terneza;
que se han de satisfacer
todas vuestras justas quejas,
arrancándole el maestrazgo
a don Beltrán de la Cueva
para volverle al infante;
si bien algo necio fuera,
después que le hicimos rey,
darle, además, esas rentas.
CONDESTABLE No hay pensar en tal sandez:
¿mas son las gracias sinceras,
o pretextos solamente
para que dure la tregua?
MAESTRE Don Enrique ha comenzado
por darnos de su fe prueba,
concediéndole al Marqués
ciertas ciudades y tierras;
pero en galardón destina
muchas más a las proezas
que acabasteis, caballeros,
en tan lamentable guerra,
y el maestrazgo de Santiago...
ALVA Al fin no desaprovechan
al entendido marqués
las desgracias que lamenta;
feudos le da don Alonso,
y don Enrique preseas;
vaya por Dios.
MAESTRE Son presentes
que nunca rehusar debiera,
buen conde, un negociador.
A vos mismo vuestras deudas
don Alonso satisfizo:
¿y bastará esa fineza
para que rehuséis ingrato
las gracias que hacer intenta
en vuestra pro don Enrique?
Con lo que los tiempos llevan
conformarse es necesario.
PLASENCIA ¡Vanidades todas esas!
Mientras en gracias pensamos
¿quién sabe si en contra nuestra
arma gente el arzobispo
y por las Castillas entra?
ALVA ¿Y aun encerrado en los muros
teméis a su reverencia?
PLASENCIA Temo yo cual los valientes;
su astucia temo, y su fuerza,
que es sagaz el de Toledo,
y débil nuestra bandera.
MAESTRE El de Toledo, seor conde,
no ha de causarnos sorpresas;
que aunque hoy mismo llega a Burgos,
no trae más gente de guerra
que un capellán y dos pajes,
con un saco de indulgencias.
CONDESTABLE Viene a negociar sin duda.
ALVA ¿El arzobispo se acerca
desarmado a nuestros muros?
TREVIÑO Harto mas la sutileza
temo yo del arzobispo
que sus armas y querellas;
que no es grande capitán
todo aquel que estudia o reza.
PLASENCIA Castillos y calabozos
hay en Burgos, se le encierra,
y no vuelven a ver luz,
ni él, ni su misión secreta.
MAESTRE El de Toledo, señores,
viene a ofrecer su influencia
al príncipe don Alonso.
CONDESTABLE ¿El de Toledo se muestra
tan propicio a nuestras miras?
¿Son esas noticias ciertas?
TREVIÑO Pues entónese ya el triunfo,
que dudarlo fuera mengua.
CONDESTABLE ¿Mas cómo?
MAESTRE Supo que Enrique,
yo ignoro por qué materias
de Estado, a prenderte iba;
huyó luego, y se presenta
a servirnos o a vengarse
como la fortuna quiera.
CONDESTABLE ¡El Arzobispo!
MAESTRE Pendones
ya en Ávila hizo Fonseca
levantar por don Alonso.
TREVIÑO ¿Y el marqués?
MAESTRE Fue el quedar fuerza
para acabar los contratos
de las bodas.
TREVIÑO ¡Así puedan
las gentes ya licenciarse
que tan costosas nos eran!
Podremos ir a la corte...
MAESTRE Más despacio y con cautela,
señor conde de Treviño;
que aunque la verdad completa
es mi deber presentaros,
las mercedes y promesas
cuyo padrón traigo aquí,
no me parece imprudencia
antes verlas realizadas
que nuestras huestes disueltas.
CONDESTABLE Tanto mas cuanto es forzoso
que también su lugar tengan
las mercedes que cual rey
a los que bien le sirvieran
cumple hacer a don Alonso.
MAESTRE Pide el honor que así sea;
que su causa defendimos
honrosamente en la arena,
y fundamos la unidad
que a los próceres sustenta.
CONDESTABLE Justo es que así se declare
por medio de recompensas.
PLASENCIA Pues viva el rey don Alonso.
MAESTRE Mientras los yelmos resplendan
de las poderosas bandas
que ahora, señores, nos cercan,
una petición humilde
se escucha con más clemencia
que cien memoriales dados
entre tapices de seda.
Trabajemos de consumo
porque más grandes contiendas,
señores, a la infelice
Castilla no sobrevengan;
y hasta lograr paz y orden
mantened las armas puestas.
ALVA El Maestre es nuestro escudo.
TREVIÑO Nuestros nietos ¿qué dijeran
si así nos viesen ganar
los mayorazgos que heredan?
MAESTRE Mas parece, señor conde,
que de hijo de la nobleza,
esa reflexión salida
de boca de quien quisiera
dar valor a los pecheros...
Mas aquí viene su alteza.
Escena III
Los mismos y EL PRÍNCIPE DON ALONSO con acompañamiento.
ALONSO Gran maestre, bien venido:
¿cómo dejaste a mi hermano?
MAESTRE Dadme a besar vuestra mano
(Se la besa doblando una rodilla.)
cual a súbdito rendido
ALONSO ¿Y cómo sigue Isabel?
¿Se divierten todo el día?
¿Tienen mucha cetrería?
¿Viste allí cierto doncel
a quien llaman don Ferrán,
asaz de gentil y apuesto,
en el corcel muy enhiesto
y en las justas muy galán?
¿Por qué no me le trajiste,
supuesto que estaba allí?
MAESTRE Señor, porque no le vi.
ALONSO Pues maestre, mal hiciste,
que es aquel bravo rapaz
mi compañero y amigo:
¿cuándo le veré conmigo?
Esta vida es dura asaz.
MAESTRE Pero, señor, permitid
que cuenta os rinda primero...
ALONSO Lo que antes que todo quiero
es salir para Madrid.
Adonde abrace a mi hermana,
y haya justas y festines,
y corra por los jardines,
y antes hoy que no mañana.
MAESTRE Mas no es posible, señor,
que de Burgos Vuestra Alteza
pueda salir.
ALONSO ¡Qué fiereza!
¡Soledad siempre y rigor!
¿Pero qué mi hermano dice?
MAESTRE Que a vos contento se humilla,
que el reinado de Castilla
sea a Vuestra Alteza felice;
y mil congratulaciones
os manda y respetos mil,
por el gobierno civil
que ejercen vuestros varones.
ALONSO A ellos congratula pues,
y no a mí, que aun no hice nada.
MAESTRE Vuestra prudencia extremada
nuestro solo móvil es.
ALONSO Yo estoy triste, yo quisiera
ver a Isabel, cabalgar,
y por las plazas justar
con reluciente cimera.
Y a Ferrán, y a otros donceles,
ver quisiera yo a mi flanco,
armados de punta en blanco,
sobre espumosos corceles;
o bien en fiero escuadrón
por la vega granadina,
ver quiero cómo se inclina
el moro sobre el arzón.
Cómo el cristiano membrudo,
cuando al contrario no alcanza,
le arroja la fuerte lanza
y le atraviesa el escudo;
y cómo en la dura cota
que al moro sirve de meta
da silbadora saeta
y cae despuntada y rota.
MAESTRE Vuestra Alteza, mi señor,
del alcázar todavía
no puede salir de día,
que hay aquí mucho traidor;
y cumple a los caballeros
guardar su persona augusta.
ALONSO Tanto amor ya me disgusta
y ver tantos escuderos.
Siempre con formalidad,
siempre con gentes ancianas,
enfado me dan las canas,
enfado la austeridad.
Siquiera por los jardines
libre solazar debría,
sin que turben mi alegría
esos viejos paladines.
MAESTRE Mas es forzoso, señor,
que la cámara os esconda
para que de vos responda
nuestro vigilante amor.
Escribid a vuestra hermana
la infanta doña Isabel,
y trasladad al papel
la impaciencia que os afana;
decidle que no hay remedio
para vuestra reclusión;
que os consume la pasión,
que os ha de matar el tedio.
Que solo saldréis de aquí,
ved que yo nada recato,
cuando se cumpla el contrato
que dichoso me hará a mí;
que hasta entonces no hay persona
que en Burgos os pueda hablar,
sino los que vigilar
deben por vuestra corona.
ALONSO (Enternecido.)
Mal haya el funesto instante
en que tal corona vi,
y la hora en que vine aquí,
y en que vine al mundo infante.
¿Pero tendré libertad
cuando se acabe la boda?
MAESTRE Tendrá vuestra alteza toda
cuanta sea su voluntad.
Y entre sus vasallos fieles
reinará según su gusto;
ni un semblante verá adusto,
sino garridos donceles.
Entonces, sin otros fines
que dar vado a su placer,
solo tendrá que atender
vuestra alteza a los festines.
Don Enrique irá a Toledo,
que la tristeza le acosa;
yo con la infanta mi esposa
en Madrid junto a vos quedo.
ALONSO ¿Tú en Madrid?
MAESTRE Señor, es vana
vuestra sospecha, que ya
nunca se os enojará.
ALONSO Ven a escribir a mi hermana.
Escena IV
DON DIEGO MANRIQUE.
DIEGO ¡Infeliz! ¡Qué triste suerte
darte al destino le plugo!
Primero el acervo yugo,
¡y por término la muerte!
Habrá venido Abiabar;
ya es hora de que aquí esté.
¡Ujier! Que paso se dé
a uno que me quiso hablar.
(Se queda pensativo hasta la siguiente.)
Escena V
El mismo y ABIABAR.
ABIABAR ¿Acabó toda esperanza?
DIEGO Toda esperanza acabó.
ABIABAR Bien así lo temí yo.
DIEGO Mi poder a más no alcanza.
Penetré ya el triste arcano;
morir juro yo con él;
mas sepa doña Isabel
cuánto peligra su hermano.
Sepa que por cada instante
que dura su resistencia
borra un año de existencia
a la vida del infante;
que ceda sin más decir,
don Abiabar, es preciso;
cúmplase su compromiso,
o habrá Alonso de morir.
ABIABAR Mas defendedle, señor,
por algún plazo la vida;
si al fin ha de ser cumplida
la mente del opresor,
yo os respondo que Isabel
evitará ese atentado.
DIEGO Aquí hay de escribir recado.
ABIABAR ¡Qué, mandato tan cruel! (Escribe.)
DIEGO Y ese arzobispo traidor
que a su rey vuelve la cara...
¿Mas cómo a Enrique dejara?
¿Cómo así vende su honor?
ABIABAR No es difícil que se explique
la causa, señor, del mal;
que el prelado es desleal
y es infeliz don Enrique.
(Acaba de escribir, y da una palmada.)
Escena VI
Los mismos y UN ESCUDERO.
ABIABAR Nuño, luego a Madrid parte
sin dilación, sin demora,
sin detenerte ni un hora,
Nuño, por ninguna parte.
Preguntas adónde están
los pajes del soberano,
y este pliego en propia mano
da al que llamen don Ferrán.
¿Entendiste? ¡En el momento!
Muestra que sabes hendir
los aires.
(Sale el escudero.)
DIEGO Dios impedir
quiera el delito cruento.
Cuadro segundo
Escena VII
El mismo palacio de don Enrique: EL REY, abatido y lloroso. Algunos CABALLEROS le acompañan.
ENRIQUE Yo, a quien un tiempo acataron
tantos ricos infanzones
que brillaban cual luceros
en el campo y en la corte;
el arzobispo, el marqués,
todos me fueron traidores,
y agora desesperado,
mísero, abatido y pobre,
en mi soledad me quejo
sin que saluden mi nombre
mas que injurias y denuestos.
UN NOBLE Vuestra alteza me perdone,
que aun quedan al rey Enrique
muchos fieles servidores.
Quizá se acerca ya el día
en que la copa se colme
del dolor, y al cielo plazca
tornárosla en bendiciones,
que ya al vicario de Cristo
llegaron vuestros clamores,
y su anatema sagrado
derrocará los pendones
de la aleve sedición;
y Dios hará que tremolen
vuestras invictas banderas
en los mismos torreones
adonde flotan al viento
las de los altivos nobles.
ENRIQUE Esa es mi sola esperanza;
que si mi mal no socorre
con su benigna influencia
el Supremo Sacerdote,
¿qué será de mí? He cedido
por diversas pretensiones
del Maestre, aquello poco
que ya me quedaba, en dote
para mi hermana Isabel;
fueros, villas y exenciones
di también a la nobleza;
tú sabes que los favores
pago yo siempre al contado
poniéndoles precio doble;
solo olvido las ofensas;
mas si bien me hace algún hombre,
viva y leal mi memoria
aquel bien por siempre acoge.
EL NOBLE Los castellanos, señor,
vuestra virtud reconocen;
ellos vengaros sabrán.
ENRIQUE ¡Y mi hermano! ¡Cuán innoble
fue su conducta conmigo!
¿Qué no le di? ¿Qué ocasiones
evité de complacerle?
Y porque los ricos-hombres
me obligaron a quitarle
su maestrazgo, se propone
arrojarme de mi trono,
acaudillar los motores
del mismo mal que lamenta,
pedir que no se perdone
a los mismos que quisieron
defenderle con razones.
EL NOBLE Recuerde, señor, su alteza
que a don Alonso le imponen
la obligación de agraviaros,
y que en la almenada torre
de Burgos preso se encuentra,
aunque monarca le nombren;
recordad que aun hay, señor,
quien de serviros se honre,
que sois rey.
ENRIQUE Mas sin vasallos.
(Adelantándose, y en voz baja a su interlocutor.)
Mi secreto no te asombre.
¿Sabes tú quién consiguió
a fuerza de instigaciones
que el maestrazgo le quitase
a mi hermano, o hasta dónde
instó con sagaz empeño?
Mas ¿de callarlo respondes?
Mira que mi propia vida
diciéndolo en riesgo pones;
pues fue el marqués de Villena,
ese mismo que por orden
ahora clama y por justicia,
entre armados escuadrones.
EL NOBLE ¡Señor!
ENRIQUE Pero no lo digas.
EL NOBLE El Dios que rige los orbes
por medio de su vicario
cortará las disensiones.
También vuestros aliados
quizá todos se proponen...
ENRIQUE ¡Mis aliados! ¡Morir
con sus buenas intenciones
me dejan de muerte cruda!
EL NOBLE Tal vez ocultos resortes
tocarán para salvaros.
ENRIQUE Tan ocultos que se borren
de la memoria y la vista,
o quizá que ni aun les toquen.
UN UJIER El noble obispo Venerio,
de su santidad en nombre,
pide hablaros.
ENRIQUE Cielos justos,
¿si acabarán tus rencores?
¡El nuncio mismo del papa!
Salid luego, mis varones,
recibidle en vuestros brazos,
prodigadle los honores.
(Salen algunos NOBLES.)
Él refrenará la audacia
de mis fieros campeones;
y del clero refractario
los atentados enormes
sabrá castigar también,
que yo le colmé de dones
y ahora ingrato me maltrata
y el reino siembra de horrores
Escena VIII
Los mismos, EL OBISPO con algunos CAPELLANES, y los NOBLES que salieron a recibirle.
OBISPO (Abrazando al REY, que se adelanta a recibirle.)
¡Señor!
REY Seas bien venido.
OBISPO Me manda su santidad...
REY Ah, buen Venerio. ¡En verdad
me encuentras tan desvalido!
Sin perder tiempo es forzoso
ir a Burgos de contado;
Alonso me ha destronado;
no quiero serte enojoso;
él empero es el señor
que rige hoy a la Castilla,
los rebeldes acaudilla;
parte luego por favor;
y que tus palabras santas
calmen la furia inclemente,
que arrebata a aquella gente,
todos caigan a tus plantas.
Mis facultades te cedo;
monarca le han elegido;
mas sabes ¡ah!, ¿quién le ha ungido?
el prelado de Toledo.
OBISPO Ya lo sé.
REY ¿Pero así peca
contra el regio bienhechor
ese arzobispo traidor
don Alonso de Fonseca?
¿Y también mi propio hermano
a la traición se abandona?
¿También contra mi corona
alza la rebelde mano?
Y decreta mi prisión
sin ver que los desleales
con aguzados puñales
traspasan mi corazón.
Partid, obispo Venerio,
partid luego sin demora,
que hoy arrastra cada hora
un siglo de vituperio.
Mi sangre anhelan verter
en patíbulo elevado,
y tú, hermano Alonso amado,
tú puedes verla correr.
¿Qué te hice yo, Alonso mío,
para que agora inhumano
en contra tu propio hermano
asestes el hierro impío?
Parte, obispo, sin temor;
a ti te respetarán,
tu voz obedecerán.
OBISPO ¡Don Enrique, mi señor!
REY El de Villena está aquí;
pero ¿creerás que el osado
en mi casa me ha insultado,
y que me amenaza a mí?
¿Creerás que el desnudo hierro
altivo me presentó...?
Basta, Venerio, que yo
solo al pensarlo me aterro.
Con Isabel partirá...
Pasa a Burgos, buen amigo,
y el Señor vaya contigo,
y su perdón luzca ya.
OBISPO Es inútil, don Enrique.
REY ¡Cómo! ¿Y el papa también
ya me mira con desdén?
¿También él quiere que abdique?
¿Tanto he pecado, Señor,
que no hay para mí piedad?
OBISPO Vuestra angustia sosegad,
y escuchadme por favor,
que su santidad me envía
para prestaros consuelo;
mas de otra manera al cielo
decretarlo convenía.
REY Buscad pues a los traidores.
Cumplid su santa intención.
OBISPO Por llenar esa misión
ya en Burgos vi a los señores.
REY ¿A Burgos, obispo, has ido?
OBISPO Ya, señor, vengo de allí,
y funestas cosas vi
que dar hora a vuestro oído.
REY ¿Y qué los nobles dijeron?
¿Cómo respondió mi hermano?
OBISPO Para besarle la mano
vanas mis instancias fueron;
en el cautiverio gime
que le dieron los traidores.
REY ¿Y ni una espada, señores,
a don Alonso redime?
OBISPO Es dorada su cadena,
ora suave, ora fuerte,
según lo quiere la suerte
o lo manda el de Villena.
REY Mas los nobles ¿qué dijeron?
¿Cuál es al fin su intención?
OBISPO Que es santa la sedición
tumultuosos respondieron.
Dijéronme a mí, al legado,
en confusa gritería,
que Burgos no obedecía
los caprichos de un prelado.
Y añadieron luego ¡oh mengua!
que si al punto no callaba,
pronta una espada se hallaba
para cortarme la lengua;
que mi mejilla no herían
con los sus guantes bruñidos,
por respeto a los vestidos
que a la sazón me cubrían;
que al Papa no dé esta guerra
más importuno desvelo;
con sus llaves que abra el cielo
sin curarse de la tierra.
Y que si se fulminaban
contra ellos excomuniones,
ellos con otras razones
nulas ya las declaraban;
que al concilio apelarían;
que terrenal es su culpa;
y tan fundada disculpa
los padres no desoirían.
Y para más irrisión
de Burgos luego me echaron,
y las puertas entornaron
cubriéndome de baldón.
REY Ya para mí no hay remedio;
ya se acabó mi esperanza;
nada para mí se alcanza.
OBISPO Queda, señor, solo un medio;
los mismos que escarnecían
mi sacrosanta misión,
la palabra de Aragón
humildes respetarían.
¿Su monarca no pudiera...?
REY Ayudarme prometió,
y a su palabra faltó
cual si dádola no hubiera;
¡y a mí que le serví tanto!
Mi azote es la ingratitud
Isabel, ¡ah!, mi virtud
fortalezca el cielo santo.
Solo este dardo faltaba
para desgarrar mi pecho.
OBISPO Dominad vuestro despecho.
REY Venerio, tanto la amaba.
Escena IX
Los mismos, LA INFANTA vestida de viaje, y acompañada de NOBLES, DAMAS, DUEÑAS y ESCUDEROS.
ISABEL Abrázame, hermano; por la vez postrera
quizá que en el mundo lo puedas hacer,
y a mis servidores...
REY El cielo no quiera
robarme la dicha de volverte a ver.
Ah virgen ilustre, excelsa heroína
que a la patria inmolas tu felicidad,
el pesar amargo tu frente no inclina;
pasara tu nombre de una en otra edad.
ISABEL A los cielos plugo darme regia cuna;
soy de la Castilla, que vida me dio;
combatí esforzada la adversa fortuna;
a mi patria, empero, no combato yo.
Y si en holocausto la triste Castilla
demanda mi sangre, pide mi penar,
la frente serena bajo la cuchilla
tenderé gustosa sobre el patrio altar.
Los cielos piadosos saben, don Enrique,
que inunda mi alma la tribulación;
mas al desacato fuerza es poner dique,
fuerza ahogar la llama de la rebelión.
¡Aciago viaje, nupcias desdichadas!
De quebranto llena me aparto de ti;
felice si calmo pasiones airadas,
dichosa si en calma vuelvo a verte aquí.
A Dios, que este cáliz triste, don Enrico,
que a mi labio toca es fuerza apurar;
por ti, por Castilla yo me sacrifico;
el cielo la ofrenda se digne aceptar.
UN UJIER Señor, solicita paso el de Villena.
INFANTA Aguarda un momento (Abraza a su hermano.)
por la última vez.
(Con firmeza.)
Dale paso libré.
REY La voz me enajena
del dolor agudo la horrible embriaguez.
(EL REY se sienta desfallecido de pesar.)
Escena X
Los mismos, EL MARQUÉS DE VILLENA, y FERRÁN disfrazado entre los caballeros de la comitiva.
MARQUÉS ¡Señor!
INFANTA Es la hora de que al sacrificio
la víctima parta; abrid paso vos;
mi dolor el ciclo contemple propicio.
MARQUÉS De mi fe sincera también juzgue Dios.
Que yo no merezco ¡oh preclara infanta!,
la amarga censura que os plugo lanzar;
vuestro esposo espera junto al ara santa
el voto, señora, que vais a prestar;
por acompañaros cual fiel escudero
¿acaso os ultraja quien en fiera lid
sobre el yermo campo muriera primero?
INFANTA Marqués, nos aguardan en Valladolid.
¿Estáis ya dispuesto con esos soldados?
MARQUÉS A serviros prontas mis gentes están;
mas los hombres de armas son vuestros criados,
y del rey Enrique los que guardia os dan.
INFANTA ¡Del rey!
MARQUÉS Sí señora, de mi soberano;
vuestra orden espero; señor, permitid
que bese de hinojos vuestra augusta mano;
mandadme, cual siempre, en Valladolid.
INFANTA (A DOÑA BEATRIZ viendo a DON FERRÁN, que para darse a conocer se levanta la visera.)
¿Le ves? Ya no hay duda; ¿y a mí se presenta?
¿Para cuántos males vivirá Isabel?
BEATRIZ ¡Valor! ¡Confianza!
INFANTA ¿Mas qué hacer intenta?
BEATRIZ ¡Audacia increíble es la del doncel!
REY ¿Y tú, Juan Pacheco, te llevas mi hermana?
¿Solo, abandonado me quieres dejar?
MARQUÉS Señor, un instante.
(Siguen hablando en voz baja.)
FERRÁN (Aparte.)
La esperanza es vana
de aquellos, señora, que os van a inmolar.
INFANTA ¡Ah triste! Fallezco.
FERRÁN Señora, yo os juro
que si al pie del ara os llegáis a ver,
sabrá del maestre mi hierro seguro
el sí aborrecido allí contener.
Tomad sin recelo la propuesta vía,
que yo tengo espada, y tengo valor;
vuestra grave ofensa ya, señora, es mía,
y yo rescatarla sabré por mi honor.
REY Basta ya, Pacheco, basta de razones:
¡ah mísero Enrique!
(Abraza en silencio a su hermana, y se retira por el fondo.)
INFANTA ¡A Dios! ¡Qué pesar!
Estoy pronta. Vamos.
MARQUÉS Las tribulaciones
augusta princesa van a terminar.
Acto quinto
Valladolid: sala del palacio de don Diego Manrique, conde de Treviño.
Escena I
EL MAESTRE y EL CONDE DE TREVIÑO.
MAESTRE Señor don Diego Manrique,
señor conde de Treviño,
aceptad la gratitud
de compañero y de amigo
por la espléndida acogida
que mí esposa os ha debido;
hasta ahora ignoraba yo
que alcázar tan bien provisto
en Valladolid tuviésedes.
TREVIÑO Es para vuestro servicio.
Cuando acá llegó Su Alteza
con vuestro hermano, rendido
debí ofrecerles a entrambos
para descanso un asilo
que aunque pobre, suyo fuera.
Hoy, Maestre, me he atrevido
algún poco a decorarle
para las fiestas.
MAESTRE Sois fino,
Conde, al par que generoso.
TREVIÑO Me honráis, Maestre, infinito.
MAESTRE ¿Avisaron ya a la Infanta
de mi vuelta?
TREVIÑO A recibiros
contestó que al punto sale.
MAESTRE Ahora, Conde, un don os pido.
TREVIÑO Libre disponed, señor,
del Conde a vuestro albedrío.
MAESTRE Generoso, el Conde, sois;
honradme, yo os lo suplico,
concurriendo a la capilla
como principal testigo,
pues la bendición nupcial
a darnos va el Arzobispo.
TREVIÑO Tantas honras me confunden.
MAESTRE ¿Está todo prevenido?
TREVIÑO Ya solo falta, Maestre,
que se cumpla el santo rito.
Y plegue a Dios que terminen
con él feudos y delitos,
y que renazca la paz
sobre los altares mismos.
Escena II
Los mismos, DOÑA ISABEL vestida de boda, con sus DAMAS, y DOÑA BEATRIZ.
MAESTRE (Inclinándose y doblando una rodilla.)
Conceded, noble Princesa,
que vuestro esposo sumiso
bese vuestra augusta mano.
ISABEL (Dándole a besar la mano.)
A vos que no a mi marido,
gran Maestre, se la doy;
gozar en paz séame lícito
de una hora que me queda
de libertad.
TREVIÑO (Saludando.) Me retiro
con vuestra venia, señora.
Escena III
Los mismos, menos EL CONDE.
MAESTRE ¿Tanto os pesa el yugo mío,
que los instantes contáis
que dél os libra el destino?
¿Merece rigores tantos
el que a vuestros desvalidos
hermanos supo escudar?
¿Aquel que en vuestro cariño
espera hallar su ventura
y ser de gozarla digno?
Que si mis esfuerzos todos,
mis preces, mis sacrificios
bastaran a hacer felice
a mi infanta...
ISABEL No he nacido
para ser dichosa yo.
Si severo el labio dijo
lo que el alma padecía;
si a ser vuestra me resisto;
si es el veros para mí
el más horrible martirio,
pronunciado el sí fatal
sabré cumplir lo ofrecido;
hasta entonces... sed piadoso,
dejad mi dolor conmigo.
MAESTRE Ni aun entonces lograré
un amistoso suspiro,
una halagüeña mirada...
ISABEL Si vos abrís el abismo,
¿por qué al contemplar su cráter
vaciláis estremecido?
Sollozos yo os los daré;
y vuestro tálamo frío
con lágrimas dolorosas,
y con silencio sombrío,
festejaré cual conviene
no al amor, al odio altivo.
MAESTRE Supuesto que os importuno
dadme, señora, permiso...
ISABEL No pudisteis pedir gracia
más lisonjera a mi oído.
MAESTRE (Aparte.)
Goza en paz de tus desdenes,
que yo, Infanta, no me humillo;
da una hora a tu despecho;
yo daré una vida al mío.
Escena IV
Los mismos, menos EL MAESTRE.
BEATRIZ ¿Y es posible, mi señora,
que no recobréis la calma?
¿Por qué no lanzáis del alma
el dolor que la devora?
Si no hay para el mal remedio
que en vuestra mente domina,
combatid cual heroína,
y no os venza innoble tedio;
que en las finezas futuras
y en la mutua confianza,
se deja ver la esperanza
de no soñadas venturas.
ISABEL ¿Y el tiempo fuerza tendrá,
tendranlo riqueza o gloria
para borrar la memoria
del cariño que aquí está?
¿O ha de lograr por ventura
el Maestre, mi señor,
apagar mi antiguo amor,
ahogar mi antigua ternura?
¿Por qué humanos sentimientos
a mí el cielo quiso dar?
BEATRIZ Para que sepáis triunfar
de sus caprichos violentos.
Escena V
Los mismos, EL CONDE DE TREVIÑO, y FERRÁN armado: luego que entra se alza la visera.
TREVIÑO (A FERRÁN.)
Pasad, señor; vedla allí.
Sin recelo hablar podréis.
FERRÁN Mas vos, conde, cuidaréis...
TREVIÑO Nadie se acercará aquí.
ISABEL ¡Ah! ¿qué es esto, señor conde?
Vos me habéis hecho traición.
TREVIÑO Señora, vuestro perdón;
harto mi lealtad responde.
ISABEL Señor conde de Treviño,
de alevosía os requiero.
TREVIÑO A mí que soy caballero,
a mí que una espada ciño
que siempre por vos vibró;
a mí que nacer os vi,
que a vuestro padre serví,
¿fementido he de ser yo?
ISABEL ¿Y vos, doncel, no sabéis
ni aun respetar mi decoro?
¿Estas lágrimas que lloro,
Ferrán, no compadecéis?
¿Qué, nada os importa abrir
nuevas llagas a mi pecho,
nada os importa el despecho,
doncel, que me hacéis sufrir?
¿Ignoráis que hoy juraré,
al gran maestre ofrecida,
serle fiel toda la vida,
y que el voto cumpliré?
FERRÁN No lo juraréis, señora,
que también juré ferviente
romper el nudo inclemente
de ese voto que os desdora;
y si mi amor, mi ternura,
mis ruegos, mi padecer,
no alcanzaran a vencer
los males que el pecho augura;
si vos, infanta, anhelante,
por mentida obligación,
traspasáis mi corazón
con ese dardo punzante;
si al altar subís con él,
por la fe de caballero
que al gran maestre el acero
ha de matar del doncel.
ISABEL En una corte extranjera
de peligros rodeado...
FERRÁN ¿Y qué son para un soldado
que paz en la tumba espera?
¿Qué cien espadas a mí?
Solo ha de matarme una:
¡sígame pues la fortuna,
y yo muera o triunfe aquí!
ISABEL ¡Morir, Ferrán! ¡Cruda suerte!
Vuestra juventud florida...
FERRÁN Sin vos detesto la vida,
sin vos imploro la muerte.
Sin vos mis días serán
noches lúgubres de llanto,
que de tinieblas y espanto
mil espectros llenarán.
Y en ensueño pavoroso
y entre horrorosas visiones
veré las adoraciones
que os tributa vuestro esposo.
ISABEL ¿Mas qué pretendéis de mí,
Ferrán, con esos conjuros?
FERRÁN Que abandonéis estos muros;
que salgáis luego de aquí;
que perdonéis mi osadía;
yo vuestro esclavo seré...
ISABEL ¡Don Ferrán! ¡Ah! ¿Qué escuché?
Más fiel, conde, yo os creía.
¿Llegó vuestro desvarío,
doncel, hasta imaginar
que era lícito insultar
a quien lleva el nombre mío?
FERRÁN ¿Yo insultaros, noble infanta,
yo faltar a mi deber,
cuando quisiera poner
hasta el cielo a vuestra planta?
TREVIÑO En un vasallo cual yo
¿cómo, infanta, ponéis duda?
¿No fue mi espada desnuda
la que siempre os defendió?
¿En un Diego de Manrique
sospecháis la traición vil,
cuando veces mil, y mil,
peleó por don Enrique?
Si con los nobles pasé
fue por serviros mejor;
mas como el oro mi honor
puro siempre conservé.
ISABEL No hay servicio que disculpe,
conde, la infidelidad.
TREVIÑO Mas ya brilla la lealtad
que honor en mi pecho esculpe.
Huid sin más detención,
que libre seréis espero,
y os juro cual caballero
que os protegerá Aragón.
FERRÁN ¿No tembláis, doña Isabel,
de la opresión que os prepara
cuando juréis en el ara
ese Maestre cruel?
Objeto de su pasión,
y de su venganza objeto,
a sus caprichos sujeto
tendrá vuestro corazón;
bien sabéis que no perdona
el Maestre, y que no olvida,
y a precio de vuestra vida
comprar quiere la corona.
Para mí piedad no imploro;
sea para vos la piedad;
noble infanta, perdonad,
venid, enjugad el lloro.
En casa de los Riveros
vuestros amigos, señora,
ya están esperando ahora
cien bizarros caballeros.
Vuestras gentes allí están
prontas para rescataros;
¿y los que anhelan libraros
señora, no lo podrán?
Aragón nos auxilia.
ISABEL ¿Mas cuándo Aragón infiel
no fue a Castilla cruel?
FERRÁN Pero ya ha llegado el día
que le une amistad sincera;
y ese pendón que levanta,
no le repulséis, Infanta,
porque antes infiel os fuera.
TREVIÑO Cuidad que solo un instante,
doña Isabel, queda ya,
cuidad que tarde será
sino partís al instante.
FERRÁN Un solo asilo ya os queda,
¿y le desdeñáis, señora?
Tarde será en una hora;
vuestra repugnancia ceda.
Escena VI
Los mismos, EL ASTRÓLOGO y EL ARZOBISPO DE TOLEDO.
ABIABAR Haced, por Dios, seor prelado,
que venga luego Su Alteza,
porque si no la cabeza
a mal juego hemos jugado.
Y ya veo el funeral
sudario que hemos tejido;
que es el Maestre atrevido
y el Marqués vuestro rival.
ISABEL Arzobispo de Toledo,
¿vos aquí?
ARZOBISPO Vuestra inquietud
vengo y vuestra esclavitud
a romper si tanto puedo.
Vos siempre me habéis creído,
que nunca falaz os fui;
salid, princesa, de aquí,
que yo también os lo pido.
Huid del Maestre lejos,
no os detengáis más por Dios;
por vuestro hermano, por vos,
tomad ahora mis consejos.
ISABEL ¿Con los contrarios de Enrico
no estaba quien me habla así?
ARZOBISPO Yo no sé si delinquí;
mas seguidme, os lo suplico.
A la traición alevosa
fui víctima consagrada.
¿Seréis también inmolada?
¿Seréis de un traidor esposa?
FERRÁN Ya el sol desde el alto cielo
nos muestra su faz radiante;
si se perdiera otro instante
fuera vano nuestro anhelo.
BEATRIZ Bien venida la esperanza
que nos da la Providencia:
señora, esa resistencia...
FERRÁN Nos perderá la tardanza;
que ya muchos caballeros,
de alma y de pecho leal,
solo esperan la señal
para blandir sus aceros.
Tienen la gente apostada,
de tropas las casas llenas,
cuando el Marqués cuenta apenas
con su escudo y con su espada.
ARZOBISPO Esa virtud que en vos brilla
ceda, infanta, a la razón.
BEATRIZ Os lo manda el corazón
y la salud de Castilla.
¿La ocasión desperdiciamos
que por nuestro bien se ordena
ISABEL ¿Pero el marqués de Villena...?
¡La fuga! ¡Mi Beatriz! Vamos.
Escena VII
EL CONDE DE TREVIÑO y EL ASTRÓLOGO.
CONDE Audaces hemos sido, yo os lo juro.
ABIABAR Por eso conjeturo
que si el paso se tuerce aventurado,
con vos me podré ver hoy mismo ahorcado.
CONDE Mas tú que dirigiste
tan complicada trama, ¿no supiste
dejar salvo tu cuello?
ABIABAR Entrambas de un cabello
penden en este punto nuestras vidas.
CONDE ¿Y así, Abiabar, olvidas
tu propia bienandanza?
ABIABAR Nada olvidé, señor, de cuanto alcanza
a recordar activa la prudencia.
Contó mi diligencia
sus caballos y estoques uno a uno;
tengo aviso oportuno
de los que al Maestre siguen y a su hermano;
de todos sus proyectos sé el arcano;
lo que piensa el Maestre cada hora,
y la casa conozco adonde mora,
la calidad y número de gentes
que con pechos valientes
lidiarán por la infanta;
las que hay en la ciudad, las que levanta
el concejo en las villas
de todas las Castillas;
las que bajo los sayos hierros duros
ocultan al entrar en nuestros muros;
probable es la victoria; mas no cierta;
y si el marqués a conseguirla acierta
nos podremos jactar de que en Europa
no haya entre cuantos visten mortal hopa
quien ventaja nos lleve en ser ahorcado,
ni quien logre dogal más apretado.
CONDE Mucho, astrólogo, temo
al marqués de Villena, que en extremo
es sagaz y advertido.
Pero pienso que he oído...
¡Por Dios! Mirad quién viene.
El rey con el Marqués...
ABIABAR ¿Y qué os detiene?
A su encuentro salid.
(Sale el CONDE.)
¡Mucha destreza!
Me vacila en los hombros la cabeza.
(Se retira.)
Escena VIII
EL CONDE, EL REY y EL MARQUÉS DE VILLENA.
MARQUÉS Por fin llegamos a tiempo.
Decidle, conde, a la infanta
que su alteza aquí la espera.
Escena IX
EL REY y EL MARQUÉS.
REY Marqués, eran infundadas
tus sospechas, como ves.
MARQUÉS Tengo, señor, pruebas claras,
convincentes, que demuestran
la existencia de esa trama.
Pero si son por fortuna
todas mis sospechas vanas,
siempre logramos, señor,
por medio esta cabalgata
la dicha de que las bodas,
por el soberano honradas,
ganen en solemnidad,
en esplendor y esperanzas.
Al punto vendrá mi hermano,
y sobre las mismas aras
donde jure a la princesa
eterno amor y constancia,
su feudo os confirmará
la nobleza castellana.
REY ¡El feudo! ¿Sabes, don Juan,
que mi mente fatigada
apenas consiente al pecho
respirar? ¡Oh! No se calma
en mi corazón doliente
el latir de las desgracias.
¡Tan abatido me encuentro!
Paréceme que en el alma
fijó con tenaz empeño
la tristeza su morada;
no confío en mis amigos;
dudo su gesto y palabras;
perdí, marqués de Villena,
hasta el bien de la esperanza.
MARQUÉS ¿Y con tan fieles vasallos
así se aflige el monarca?
Cuando su trono sostienen
nuestras leales espadas...
REY ¡Marqués, marqués! ¿Tú lo dices?
MARQUÉS Dícelo, señor, la fama,
lo dicen los sacrificios
que consumé por la causa
del trono y de vuestra alteza.
¿Qué no hice yo por salvarlas?
¿Y tan preclaros servicios
no merecen confianza?
¿Ha lugar a las sospechas
cuando tantos hechos hablan?
REY Yo no dudo, Juan Pacheco,
que tú mereces las gracias
por tu ingenio y tu valor
que te di con mano franca.
Pero ¿no merezco en pago
tu poderosa alianza?
¿No merezco gratitud
de todos los de tu casa?
¿Qué deudo tuyo, qué amigo
no elevé a grandeza tanta
que de los otros magnates
la opulencia no igualara?
MARQUÉS Nuevos vínculos, señor,
en el altar se preparan,
que el corazón del vasallo
al de su príncipe enlazan...
Pero no viene su alteza...
Permitid ¡ah del alcázar!,
ni el conde vuelve.
UN UJIER ¡Señor!
MARQUÉS Decid al conde que aguarda
el rey de Castilla aquí.
REY ¡Tengo costumbre tan larga
de esperar, y siempre en vano!
MARQUÉS Pero toca en arrogancia,
y es harta descortesía...
REY Mi anhelo es ver a mi hermana.
¿Cómo estará? ¡Qué infeliz
fue su estrella! ¡Desdichada!
Escena X
Los mismos y EL MAESTRE.
REY Bien venido a nuestros brazos,
maestre de Calatrava.
MARQUÉS Andáis, hermano indolente,
cuando pruebas se esperaban
en vos de galantería;
que pide una justa usanza
veros hoy de vuestra esposa
codiciando las miradas...
MAESTRE Acudo al punto a la cita,
y antes de vuestra llegada
tierno y rendido a la vez
vi a mi esposa esta mañana.
EL UJIER Mi amo, el conde de Treviño,
señor, ausente se halla.
MARQUÉS ¿No está el conde en el palacio?
Ved, príncipe, si era extraña
ni era falaz mi sospecha;
haced que cualquiera dama
de doña Isabel le anuncie
de nuestro rey la llegada.
(EL UJIER saluda, y sale.)
REY ¡Abandonarnos el conde!
Es por cierto cosa rara.
MARQUÉS Mi corazón, don Enrique,
para el mal nunca se engaña.
¡Es el conde de Treviño
un traidor!
REY Villena, basta;
¿así le injurias?
EL UJIER Señor,
la serenísima infanta
doña Isabel ha salido.
Sus criados...
MARQUÉS Sin tardanza
sus criados aquí vengan.
REY Mas piensas...
MARQUÉS ¡Luego a las armas,
maestre! ¡A caballo luego!
Ocúpense las entradas
de Valladolid al punto,
y con tu gente y las guardias
del rey, sin más dilación
acude luego a la plaza.
(Al REY.)
Temo que tarde sea ya.
¿Qué esperas? ¿Cumplimentada
no está el orden todavía?
Escena XI
Los mismos, menos EL MAESTRE.
REY Tal vez piadosa, cristiana,
visita Isabel los templos...
Cuida, don Juan, que sin lágrimas,
sin sangre se arregle todo.
La crueldad me desagrada.
(Durante los versos anteriores da EL MARQUÉS órdenes a varios CABALLEROS, que salen sucesivamente.)
MARQUÉS Nada, señor, de violencias;
sangre muy poca reclama
la ofensa de vuestro honor
pero ¿qué veo? ¿La infanta?
Escena XII
Los mismos, LA INFANTA con su acompañamiento, DON FERRÁN, dándole el brazo, EL ASTRÓLOGO, EL CONDE DE TREVIÑO y EL ARZOBISPO DE TOLEDO.
REY (Abrazándola con ternura.)
¡Isabel!
ISABEL ¡Hermano mío!
MARQUÉS (Viendo que permanecen abrazados mucho tiempo.)
Recordad, señor, os ruego
que a su alteza espera luego
la ceremonia nupcial;
cumplida, más libremente
daréis a vuestro amor vado.
REY ¡Yo de abrazarla privado!
MARQUÉS Mi voz fue siempre leal;
en pro de vos, don Enrique,
y en pro de la infanta suena.
FERRÁN Un instante, el de Villena;
dejad al rey concluir;
y para hablar a la infanta,
honor de las dos Castillas,
suplicadme de rodillas
que os lo quiera permitir.
(EL MARQUÉS lleva instintivamente la mano a la espada; luego la retira, inclinándose hacia EL REY.)
MARQUÉS ¿Estáis, buen paje, demente?
FERRÁN Pienso que el cielo propicio
aun me conserva el juicio
y algún valor a la vez;
doña Isabel es mi esposa.
REY ¿Tu esposa?
MARQUÉS ¿La infanta? ¿Cómo?
¿Y en el pecho la ira domo?
¡Qué osada desfachatez!
Presto, caballeros; ¡hola!
¡Prendedle, que yo os lo mando!
(Van algunos CABALLEROS hacia DON FERRÁN.)
FERRÁN Respetad a don Fernando,
el infante de Aragón.
(Todos se sorprenden y prosternan un poco.)
REY ¡El infante! ¿Tú el infante?
Sed, Príncipe, bien venido.
MARQUÉS ¡El infante! Todo ha sido,
como sospeché, traición.
Pero sepa vuestra alteza
que contrajo enlace nulo.
FERRÁN Marqués, yo te disimulo,
porque apasionado estás.
MARQUÉS La princesa prometida
era esposa de mi hermano.
FERRÁN Yo te juro por su mano
que hablas ya, marqués, de más.
MARQUÉS Quien defiende su derecho
de hablar le tiene cumplido.
FERRÁN Marqués, por demás he oído
tu impertinente decir.
Asediado está el palacio,
Pacheco, por gentes mías;
ya ves que tus demasías
fuera insensatez sufrir.
(Aparecen por las puertas hombres de armas.)
MARQUÉS Don Fernando, ver la muerte
nunca dobla mi entereza;
mandáis vos en mi cabeza,
pero yo en mi corazón.
Heridme; mas no penséis
que me asuste un terror vano;
con la hueste de mi hermano...
FERRÁN Ya le tengo yo en prisión.
MARQUÉS Y vos, señor arzobispo...
ARZOBISPO No os queda alguna esperanza;
yo debía una venganza,
Villena, y os la pagué.
MARQUÉS Arzobispo de Toledo,
no esa venganza me humilla,
que dirigir la Castilla
con mi limpia espada sé.
El enlace de la infanta...
para bien sea del Estado;
el rito está consumado;
la guerra debe acabar;
y en nombre de la nobleza
que mi juramento abona,
yo os ofrezco la corona;
dignaos, infanta, aceptar.
(Dobla una rodilla.)
ISABEL Alza, marqués de Villena;
a don Enrique, mi hermano,
a tu único soberano,
se debe esa sumisión.
Yo le rindo mi homenaje.
(Se inclinan la INFANTA y DON FERRÁN al REY, que los abraza enternecido.)
REY Isabel, hermana mía...
Son lágrimas de alegría
que salen del corazón.
¿Mas quién, infante, os guiaba?
¿Por qué así oculto en mi corte?
¿A quién tuvisteis por norte?
¿Quién os pudo aconsejar?
Que doncel sin experiencia...
FERRÁN Mi padre el rey lo dispuso,
y por director me puso
a su médico Abiabar.
REY Ven, astrólogo, a mis brazos.
¿Finaron ya las querellas?
ABIABAR Dícenlo así las estrellas,
y habrá así de suceder.
Y el nombre de nuestra infanta
en la noche de la historia,
astro será de la gloria,
luz del hispano poder.
Y no empañarán su brillo
los sucesos iracundos,
que otras lenguas y otros mundos
y pueblos le adorarán.
Y el valor y la grandeza
al nombrar las Isabeles,
entre frondosos laureles
en Castilla brotarán.
Que la Primera Isabel
fundará la monarquía,
y dilatará la vía
que corre el fulgente sol.
Y mil naciones y mil
del recóndito occidente
doblarán la oscura frente
al claro nombre español.
Mientra Isabel la Segunda
quebrantará el cautiverio
que afligir puede al imperio
en más apartada edad.
Y cabe al regio dosel,
al son de bélico canto
el numen brillará santo
de honor y de libertad.