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jueves, 30 de enero de 2014

Poemas de Elías Nandino (4), "Tardío aprendizaje" y "El mismo amor"

TARDÍO APRENDIZAJE

Para soportar
estos años aciagos,
amargos,
de apretado silencio
en soledad sin muros,
he tenido que aprender
a platicar a solas,
a sufrir sin queja,
a llorar sin llanto
y a crearme,
en las quemantes noches
de los insomnios vagabundos,
la dócil compañía
de mi almohada,
haciéndola que duerma entre mis muslos.


EL MISMO AMOR

Amor, desnudo amor que haces regreso
en otro cuerpo de distinto aroma,
pero siempre el amor, amor eterno,
adolescente amor, inmadurable.
Reconozco en la luz de tus locuras
los mismos astros, la ternura misma,
el ave tierna de imbesados labios,
y vuelvo a comenzar lo inacabado...
Otro nombre y el alba de otra risa;
otras manos de tacto diferente,
otro bosque de frutos imprevistos;
pero dentro de mí fiera indomable;
el mismo amor que florecí hace siglos,
el mismo amor, enamorado siempre.

Mi ramaje de invierno se estremece
al sufrir tu presencia inesperada,
y sin saber por qué, se primavera
el cauce muerto de mi muerta sangre.
Soy de nuevo el de ayer, ascua creciente
en esta llaga esperanzado polvo,
que se aviva de nuevo con tu clima
y florece en tu tallo, su ternura.

Amor, desnudo amor que yo creía
muerto en la fiebre de mi vida trunca,
el mismo amor con que aprendí a morirme
en cada espera de insoladas ansias:
el amor de mi amor nunca extinguido,
el siempre adolescente amor ¡tan mío!
que vuelve a renacer en mis ocasos.

El amor de mi amor, naciendo siempre,
que se anida en el grito de tu sangre
para vivir su última caída.

Recorrido por "Sombra del Paraíso" de Vicente Aleixandre. Hoy "El cuerpo y el alma" y "Casi me amabas"

EL CUERPO Y EL ALMA

Pero es más triste todavía, mucho más triste.
Triste como la rama que deja caer su fruto para nadie.
Más triste, más. Como ese vaho
que de la tierra exhala depués la pulpa muerta.
Como esa mano que del cuerpo tendido
se eleva y quiere solamente acariciar las luces,
la sonrisa doliente, la noche aterciopelada y muda.
Luz de la noche sobre el cuerpo tendido sin alma.
Alma fuera, alma fuera del cuerpo, planeando
tan delicadamente sobre la triste forma abandonada.
Alma de niebla dulce, suspendida
sobre su ayer amante, cuerpo inerme
que pálido se enfría con las nocturnas horas
y queda quieto, solo, dulcemente vacío.

Alma de amor que vela y se separa
vacilando, y al fin se aleja tiernamente fría.


CASI ME AMABAS

                               Alma celeste para amar nacida.
                               ESPRONCEDA
Casi me amabas.
Sonreías, con tu gran pelo rubio donde la luz resbala hermosamente.
Ante tus manos el resplandor del día se aplacaba continuo,
dando distancia a tu cuerpo perfecto.
La transparencia alegre de la luz no ofendía,
pero doraba dulce tu claridad indemne.
Casi…, casi me amabas.
Yo llegaba de allí, de más allá, de esa oscura conciencia
de tierra, de un verdear sombrío de selvas fatigadas,
donde el viento caducó para las rojas músicas;
donde las flores no se abrían cada mañana celestemente
ni donde el vuelo de las aves hallaba al amanecer virgen el día.

Un fondo marino te rodeaba.
Una concha de nácar intacta bajo tu pie, te ofrece
a ti como la última gota de una espuma marina.
Casi…, casi me amabas.
¿Por qué viraste los ojos, virgen de las entrañas del mundo
que esta tarde de primavera
pones frialdad de luna sobre la luz del día
y como un disco de castidad sin noche,
huyes rosada por un azul virgíneo?

Tu escorzo dulce de pensativa rosa sin destino
mira hacia el mar. ¿Por qué, por qué ensordeces
y ondeante al viento tu cabellera, intentas
mentir los rayos de tu lunar belleza?
¡Si tú me amabas como la luz!… No escapes,
mate, insensible, crepuscular, sellada.
Casi, casi me amaste. Sobre las ondas puras
del mar sentí tu cuerpo como estelar espuma,
caliente, vivo, propagador. El beso
no, no, no fue de luz: palabras
nobles sonaron: me prometiste el mundo
recóndito, besé tu aliento, mientras la crespa ola
quebró en mis labios, y como playa tuve
todo el calor de tu hermosura en brazos.

Sí, sí, me amaste sobre los brillos, fija,
final, extática. El mar inmóvil
detuvo entonces su permanente aliento,
y vi en los cielos resplandecer la luna,
feliz, besada, y revelarme el mundo.

Selección de la "Novena poesía vertical" de Roberto Juarroz (4)

23

No hay tiempo.
Ya no hay tiempo.
Pero ¿alguna vez hubo tiempo?

La ilusión de la vida por delante
se conjuga con el verbo
de la vida por detrás.

Y todo transcurrir no es más que un punto,
quizá un punto extensible
o el revés de ese punto,
porque el tiempo es puntual.
Un punto que a veces se desliza levemente,
como una gota de asombro de la luz
o un inesperado corpúsculo de sombra,
tan solo para justificar algo parecido a un nivel
en el barómetro casi fijo
que mide la presión imposible de la vida.

O tal vez simplemente
la presión diagonal de lo imposible.


24

Hay que vivir lo que no tenemos,
por ejemplo la desolada perfección de la palabra,
la sonrisa resistente de los muertos,
el mediodía neto de las medianoches,
los vericuetos desesperados de la espuma
o la rancia vejez de lo recién nacido.

Porque aunque tampoco tengamos
lo que tenemos,
lo que no tenemos
nos abre más la vida.

Desheredados del centro,
la única herencia que nos queda
está en lo descentrado.


25

La soledad es la usanza más difícil
pero es la única y legítima madre,
porque en ella se encuentra
no solo el amor a lo que existe
sino también el amor a lo que no existe.

Y es ese amor drásticamente dispuesto
lo único que nos cura del otro,
de los inverosímiles espejos
donde se autodevoran los dones.

La soledad denuncia en cambio el límite
y si no puede abolirlo
va recogiendo rosas y guijarros
y los arroja por encima del muro.

"Anagke", Rubén Darío, en "Azul". Con este poema completamos los versos de Rubén Darío en "Azul"

ANAGKE

Y dijo la paloma:
-Yo soy feliz. Bajo el inmenso cielo,
en el árbol en flor, junto a la poma
llena de miel, junto al retoño suave
y húmedo por las gotas del rocío,
tengo mi hogar. Y vuelo
con mis anhelos de ave,
del amado árbol mío
hasta el bosque lejano,
cuando al himno jocundo
del despertar de Oriente,
sale el alba desnuda, y muestra al mundo
el pudor de la luz sobre su frente.
Mi ala es blanca y sedosa;
la luz la dora y baña,
y céfiro la peina;
son mis pies como pétalos de rosa.
Yo soy la dulce reina
que arrulla a su paloma en la montaña.
En el fondo del bosque pintoresco
está el alerce en que formé mi nido:
y tengo allí, bajo el follaje fresco
un polluelo sin par, recién nacido.
Soy la promesa alada,
el juramento vivo;
soy quien lleva el recuerdo de la amada
para el enamorado pensativo;
yo soy la mensajera
de los tristes y ardientes soñadores,
que va a revolotear diciendo amores
junto a una perfumada cabellera.
Soy el lirio del viento.
Bajo el azul del hondo firmamento
muestro de mi tesoro bello y rico,
las preseas y galas:
el arrullo en el pico,
la caricia en las alas.
Yo despierto a los pájaros parleros
y entonan sus melódicos cantares;
me poso en los floridos limoneros
y derramo una lluvia de azahares.
Yo soy toda inocente, toda pura.
Yo me esponjo en las alas del deseo.
Y me estremezco en la íntima ternura
de un roce, de un rumor, de un aleteo.
¡Oh inmenso azul! Yo te amo. Porque a Flora
das la lluvia y el sol siempre encendido;
porque siendo el palacio de la aurora
también eres el techo de mi nido.
¡Oh inmenso azul! Yo adoro
tus celajes risueños,
y esa niebla sutil de polvo de oro
donde van los perfumes y los sueños.
Amo los velos tenues, vagorosos,
de las flotantes brumas,
donde tiendo a los aires cariñosos
el sedeño abanico de mis plumas.
¡Soy feliz! Porque es mía la floresta
donde el misterio de los nidos se halla;
porque el alba es mi fiesta
y el amor mi ejercicio y mi batalla.
Feliz, porque de dulces ansias llena
calentar mis polluelos es mi orgullo;
porque en las selvas vírgenes resuena
la música celeste de mi arrullo;
porque no hay una rosa que no me ame,
ni pájaro gentil que no me escuche,
ni garrido cantor que no me llame.
-¿Si? Dijo entonces un gavilán infame,
y con furor se la metió en la buche.
Entonces el buen Dios allá en su trono,
(mientras Satán, para distraer su encono
aplaudía a aquel pájaro zahareño)
se puso a meditar. Arrugó el ceño,
y pensó, al recordar sus vastos planes,
y recorrer sus puntos y sus comas,
que cuando creó palomas
no debía haber creado gavilanes.

martes, 28 de enero de 2014

"Cuadernos (1957-1972)" de Cioran (4)

Solo hay que escribir y sobre todo publicar cosas que hagan daño, es decir, que recordemos. Un libro debe hurgar en llagas, suscitarlas incluso. Debe ser la causa de un desasosiego fecundo, pero, por encima de todo, un libro debe constituir un peligro.

Lo que se escribe sin pasión acaba aburriendo, aunque sea profundo. Pero, a decir verdad, nada puede ser profundo sin una pasión visible o secreta. Preferentemente, secreta. Cuando leemos un libro, sentimos perfectamente dónde ha padecido el autor, dónde se ha empeñado y ha inventado; nos aburrimos con él, pero en cuanto se anima, aunque se trate de un crimen, se adueña de nosotros un calor benéfico. Habría que escribir solo en estado de efervescencia. Lamentablemente, el culto del trabajo lo ha arruinado todo, en particular en el arte. De él, de ese culto, procede la superproducción, auténtico azote, que es funesta para la obra, para el autor, para el propio lector. Un escritor debería, en el mejor de los casos, publicar solo la tercera parte de lo que ha escrito.

Todo lo bueno o malo que tengo, todo lo que soy, se lo debo a mi madre. Heredé sus males, su melancolía, sus contradicciones, todo. Físicamente, me parezco a ella punto por punto. Todo lo que ella era se agravó y exasperó en mí. Soy su éxito y su fracaso.

La muerte de una persona querida se siente como un insulto personal, como una humillación que se agrava porque no sabemos contra quién arremeter: la naturaleza, Dios o el propio difunto. Es cierto que sentimos rencor por este último, que no le perdonamos fácilemnte que haya elegido esa opción. Podría haber esperado aún, consultarnos... Solo de él dependía que siguiera viviendo. ¿Por qué esa precipitación, ese apresuramiento, esa impaciencia? Seguiría vivo, si no se hubiera apresurado tanto hacia la muerte, si no hubiese dado su consentimiento con tanta ligereza.

Me horroriza ejercer influencia alguna; sin embargo, me gustaría ser alguien... por mi ineficacia. Turbar a las mentes, sí; dirigirlas, no.

Un escritor no debe expresar ideas, sino su ser, su naturaleza, lo que es y no lo que piensa. Solo podemos hacer una obra verdadera, si sabemos ser nosotros mismos.

Toda literatura comienza con himnos y acaba con ejercicios.

"Toda la filosofía no vale una hora de dolor." Desde mi época de insomnios he hecho inconscientemente esta afirmación de Pascal, siempre que he leído o releído a un filósofo.

Habría que atacar solo a Dios. Solo Él vale la pena.

Nada hay tan desmoralizador como el ideal realizado.

Gottfried Benn, "Morgue y otros poemas", completo

Traducción de Verónica Jaffé
Fondo Editorial Pequeña Venecia, 1991
Venzuela

PEQUEÑO ASTER

El cadáver del conductor
de un camión de cerveza
fue alzado sobre la camilla.
Alguien le había colocado entre los dientes
una pequeña flor
oscura — clara — lila.
Cuando le saqué el paladar y la lengua
desde el pecho
con un largo cuchillo
debajo de la piel
he debido rozarla
porque la flor se deslizó
hacia el cerebro vecino.
La guardé en el tórax
entre el aserrín
cuando lo cosían.
¡Bebe hasta la saciedad en tu florero!
¡Descansa en paz,
pequeño aster!


HERMOSA JUVENTUD

La boca de una niña que había estado mucho tiempo entre los juncos
parecía tan carcomida.
Cuando le quebraron el pecho, el esófago estaba tan agujereado.
Por fin, en una pérgola bajo el diafragma
hallaron un nido de pequeñas ratas.
Una hermanita yacía muerta.
Las otras se alimentaban del hígado y del riñon,
bebían la sangre fría y pasaron aquí
una hermosa juventud.
Y hermosa y rápida las sorprendió la muerte:
a todas las lanzaron al agua.
¡Ay, cómo chillaban los pequeños hocicos!


CIRCULACIÓN

La solitaria muela de una puta
una muerta sin nombre
llevaba una corona de oro.
Las demás se habían desprendido
como por un secreto acuerdo.
Esta la extrajo el sepulturero para sí.
Porque, decía,
solo la tierra debe volver a la tierra.


LA NOVIA DEL NEGRO

Entonces sobre almohadas de oscura sangre
se recostaba el cuello de una mujer rubia.
El sol rabiaba en sus cabellos
y lamía los pálidos muslos
y se arrodillaba ante los pechos un poco más oscuros,
aún sin deformar por los pecados y los partos.
Un negro junto a ella: la coz de algún caballo
le había destrozado los ojos y la frente. Dos dedos
de su sucio pie izquierdo
se hincaban en la pequeña oreja blanca.
Pero ella yacía y dormía como una novia:
orlando la felicidad del primer amor
y en espera de numerosos viajes celestiales
de la sangre joven y cálida.
Hasta que alguien
le hundió el cuchillo en la nívea garganta
y un delantal púrpura de sangre muerta
le cubrió las caderas.


RÉQUIEM

Dos en cada mesa. Hombres y mujeres
en cruz. Cerca, desnudos, y, pese a ello, sin dolor.
El cráneo abierto. El pecho partido en la mitad. Los cuerpos
engendran ahora por última vez.

Cada uno llena tres cazuelas: desde el cerebro hasta los testículos.
Y el templo de Dios y el Corral del demonio
ahora pecho a pecho en el fondo de un cubo
se ríen del Gólgota y del pecado original.

El resto, en ataúdes. Solo nuevas creaturas:
pierna de hombre, pecho de niño y pelo de mujer.
Yo vi lo que engendraron dos que antaño se jodían,
yacer allí, como si hubiera salido de un cuerpo materno.


PABELLÓN DE PARTURIENTAS


Las mujeres más pobres de Berlín
—trece niñas en cuarto y medio,
putas, prisioneras, execradas—
retuercen aquí sus cuerpos y gimen.
En ninguna parte se grita tanto.
En ninguna parte se ignoran tan completamente
dolores y angustias como en este lugar,
aquí siempre grita algo.

"¡Empuje Usted, mujer! ¿Entiende, sí?
No está aquí por diversión.
No alargue la cosa.
¡También salen excrementos en este aprieto!
No está aquí para descansar.
No viene solo. ¡Usted tiene que hacer algo!"
Por fin llega: azulado y pequeño.
Orina y heces lo ungen.

De once camas con lágrimas y sangre
los gemidos le dan la bienvenida.
Solo en dos ojos estalla un coro de júbilos al cielo.

Por este pequeño pedazo de carne
pasará todo: desolación y felicidad.
Y cuando muera entre estertores y sufrimientos,
otros doce dormirán en este pabellón.


APÉNDICE

Todo está pulcro y preparado para el corte.
Los cuchillos humean. El abdomen marcado.
Bajo paños blancos hay algo que gime.

"Señor profesor, todo está listo."

La primera incisión. Como si el pan se rebanara.
"¡Pinzas!" Algo púrpura brota.
Más profundo. Los músculos: húmedos, brillantes, frescos.
¿Hay un ramo de rosas sobre la mesa?

¿Es pus lo que salta?
¿Habrán cortado el intestino?
"Doctor, si se para contra la luz,
ni el diablo puede ver el diafragma.
Anestesia, no puedo operar,
el hombre se va de paseo con su estómago."

Silencio, pesado, húmedo. En el vacío
tintinea una tijera en el suelo.
Y la enfermera angelical
ofrece algodones esterilizados.

"¡No puedo encontrar nada en esta porquería!"
"Sangre se oscurece. ¡Quíteme la mascarilla!"
"Pero—Dios del cielo—querido,
¡apriete mis esos talones!"
Todo deforme. ¡Por fin: aquí está!
"¡El hierro candente, enfermera!" Un siseo.

Por esta vez tuviste suerte, hijo mío.
La cosa estaba a punto de perforarse.
"¿Ve usted la pequeña mancha verde?
Tres horas y el estómago se llenaba de mierda."

Vientre cerrado, Piel cosida. "¡Esparadrapos, acá!
Buenos días señores."
                     La sala se vacía.


Furiosa castañea y rechina con las mejillas
la muerte se escurre a la barraca de los cancerosos.


HOMBRE Y MUJER CAMINAN POR LA BARRACA DE LOS CANCEROSOS

El hombre:
En esta fila regazos destruidos,
en esta otra pechos destruidos.
Cama apesta junto a cama. Las enfermeras se turnan cada hora.

Ven, levanta sin miedo esta manta.
Mira, este grumo de grasa y humores podridos,
alguna vez fue importante para un hombre
y también se llamaba patria y delirio.

Ven, mira estas cicatrices en el pecho.
¿Sientes el rosario de nudos blandos?
Toca sin temor. La carne es suave y no duele.

Esta mujer sangra como si tuviera treinta cuerpos.
Ningún ser humano tiene tanta sangre. A esta primero le cortaron
un niño del enfermo regazo.

Los dejan dormir. Día y noche. —A los nuevos
se les dice: aquí el sueño es curativo—. Solo los domingos,
para las visitas, se les deja un rato despiertos.

Es poca la comida que aún se consume. Las espaldas
están llenas de heridas. Mira las moscas. A veces
los lava una enfermera. Como se lavan los bancos.

Aquí se hincha alrededor de cada cama el campo labrado.
Carne se vuelve llanura. Fuego se pierde.
Humor se apresta a correr. Tierra llama.


CAFÉ NOCTURNO

824: vida y amor de las mujeres.
El violoncello se toma un trago. La flauta
eructa profundo en tres compases: la hermosa cena.
El tambor termina de leer una novela policial.

Dientes verdes, espinillas en la cara
le hace señas a una inflamación de párpado.

Grasa en el cabello
le habla a boca abierta con almendra faríngea
Fe, amor y esperanza alrededor del cuello.

Joven bocio quiere a nariz de dos bultos.
La convida a tres cervezas.

Sicosis compra claveles.
Para ablandar a papada.

Bemol-menor: la Sonata N° 35.
Dos ojos lanzan un grito:
¡No derramen la sangre de Chopin en la sala,
para que la chusma la pise!
¡Basta! ¡Eh, Gigi! —

La puerta se desborda: una mujer.
Desierto calcinado. Marrón canaanita.
Virgen. Plena de cuevas. Se acerca un aroma.
                      Poco aroma.
Solo es una dulce protuberancia del aire
contra mi cerebro.

Un cuerpo obeso con pasitos cortos salta detrás.

"Tal novedad me causa haber probado...", "Después, Amor, que me privó tu mano..." y "Soneto en respuesta del pasado", sonetos de Hernando de Acuña

Tal novedad me causa haber probado        
el bien pasado, que, en el mal que pruebo,        
lo mucho que me duelo, a lo que debo,        
no puede ser con mucho comparado.        

Y Amor me tiene tan escarmentado,
que casi a desear bien no me atrevo;        
determino moverme, y no me muevo,        
voy vacilando de uno en otro estado.        

De todos vengo a conocer que el mío,        
por natural razón, es apartarme
del derecho camino que me guía;        

pero cuando en seguirlo más me fío,        
hallo que voy por tan contraria vía,        
y al cabo escojo por mejor quedarme.


Después, Amor, que me privó tu mano        
de aquella vista en que vivía seguro,        
es vuelto en escabroso estilo y duro        
el mío, que antes era humilde y llano;        

y en tal extremo, que si el más liviano
dolor que siento declarar procuro,        
voy por áspera peña o alto muro        
para haber de llegar al más cercano.        

La lengua al pronunciar está turbada,        
que en tantas tan dañosas ocasiones
cada cual se le ofrece por primera:        

así sale la voz flaca y cansada,        
y tan confusa de entre mil pasiones,        
que de ninguna da razón entera.


Soneto en respuesta del pasado

Bien os puedo decir, considerando        
lo que pruebo del mundo y lo que siento,        
que, siendo los trabajos de él sin cuento,        
se pueden los descansos ir contando;        

mas el fuerte varón, no desmayando,
esfuerza con valor el sufrimiento,        
y al sabio da el saber un nuevo aliento        
con quien puesto que teme, va esperando.        

Y si hay fortuna en el humano estado,        
no es justo que ninguno desespere,
pues todo a su mudanza está sujeto;        

mas de remedio estar desconfiado        
no se sufre, señor, en el que fuere,        
cual sabemos que sois, fuerte y discreto.

jueves, 23 de enero de 2014

Poemas de Elías Nandino (3), una "Décima del recuerdo", "¿Qué es morir?" y "Nocturna suma" (con matemáticas)

DÉCIMAS DEL RECUERDO

10.

Dos vidas estoy viviendo
en cada instante que pasa:
la extinguida, que me abrasa
con los recuerdos que enciendo,
y lo que voy destruyendo
al vivirla, para hacer
más recuerdos con que ver
la primera enriquecida.
De una vida hago otra vida
y las dos forman mi ser.


¿QUÉ ES MORIR?

—Morir es
alzar el vuelo
sin alas
sin ojos
y sin cuerpo.


NOCTURNA SUMA

Deletreo el espacio y no comprendo
esas gotas de luz en plena noche,
que tiemblan, que se ensanchan, que se encogen,
y expresan desde el cielo
las frases de su pulso luminoso.

Yo no sé si es altura o es abismo
el sitio en donde asoman,
o si son o no son; pero las miro
como enjambre de islas en incendio
y sufro su atracción, su intenso brillo,
su tímido mirar...

Las cuento, muchas veces, muchas veces...
Me olvido de la cuenta y me detengo
para empezar la cuenta nuevamente,
y la vuelvo a perder, cayendo siempre
en la fuga de un número disperso.
Y si gozo al contar, es porque siento
que busco a Dios, contando sus estrellas.

Recorrido por "Sombra del Paraíso" de Vicente Aleixandre. Hoy "Poderío de la noche"

PODERÍO DE LA NOCHE

El sol cansado de vibrar en los cielos
resbala lentamente en los bordes de la tierra,
mientras su gran ala fugitiva
se arrastra todavía con el delirio de la luz,
iluminando la vacía prematura tristeza.

Labios volantes, aves que suplican al día
su perduración frente a la vasta noche amenazante,
surcan un cielo que pálidamente se irisa
borrándose ligero hacia lo oscuro.

Un mar, pareja de aquella larguísima ala de la luz,
bate su color azulado
abiertamente, cálidamente aún,
con todas sus vivas plumas extendidas.

¿Qué coyuntura, qué vena, qué plumón estirado
como un pecho tendido a la postrera caricia del sol
alza sus espumas besadas,
su amontonado corazón espumoso,
sus ondas levantadas
que invadirán la tierra en una ultima búsqueda de la luz escapándose?

Yo sé cuán vasta soledad en las playas,
qué vacía presencia de un cielo aún no estrellado,
vela cóncavamente sobre el titánico esfuerzo,
sobre la estéril lucha de la espuma y la sombra.

El lejano horizonte, tan infinitamente solo
como un hombre en la muerte,
envía su vacío, resonancia de un cielo
donde la luna anuncia su nada ensordecida.

Un clamor lívido invade un mundo donde nadie
alza su voz gimiente,
donde los peces huidos a los profundos senos misteriosos
apagan sus ojos lucientes de fósforo,
y donde los verdes aplacados,
los silenciosos azules
suprimen sus espumas enlutadas de noche

¿Qué inmenso pájaro nocturno,
qué silenciosa pluma total y neutra
enciende fantasmas de lucero en su piel sibilina,
piel única sobre la cabeza de un hombre
que en una roca duerme su estrellado trascurso?

El rumor de la vida
sobre el gran mar oculto
no es el viento, aplacado,
no es el rumor de una brisa ligera lo que en otros días felices
rizara los luceros,

Acariciando las pestañas amables,
los dulces besos que mis labios os dieron,
oh estrellas en la noche,
estrellas fijas enlazadas
por mis vivos deseos.

Entonces la juventud, la ilusión, el amor encantado
rizaban un cabello gentil que el azul confundía
diariamente con el resplandor estrellado del sol sobre la arena.
Emergido de la espuma con la candidez de la Creación reciente,
mi planta imprimía su huella en las playas
con la misma rapidez de las barcas,
ligeros envíos de un mar benévolo bajo el gran brazo del aire,
continuamente aplacado por una mano dichosa acariciando sus espumas vivientes.

Pero lejos están los remotos días
en que el amor se confundía en la pujanza de la naturaleza radiante
y en que un mediodía feliz y poderoso
henchía, un pecho, con un mundo a sus plantas.

Esta noche, cóncava y desligada,
no existe más que como existen las horas,
como el tiempo, que pliega
lentamente sus silenciosas capas de ceniza,
borrando la dicha de los ojos, los pechos y las manos,
y hasta aquel silencioso calor
que dejara en los labios el rumor de los besos.

Por eso yo no veo, como no mira nadie
esa presente bóveda nocturna,
vacío reparador de la muerte no esquiva,
inmensa, invasora realidad intangible
que ha deslizado cautelosa
su hermético oleaje se de plomo ajustadísimo.

Otro mar ha muerto, bello,
abajo acaba de asfixiarse. Unos labios
inmensos cesaron de latir, y en sus bordes
aún se ve deshacerse un aliento, una espuma.

Selección de la "Novena poesía vertical" de Roberto Juarroz (3)

11

Cada cosa es un mensaje,
un pulso que se muestra,
una escotilla en el vacío.

Pero entre los mensajes de las cosas
se van dibujando otros mensajes,
allí en el intervalo,
entre una cosa y otra,
conformados por ellas y sin ellas,
como si lo que está
decidiera sin querer el estar
de aquello que no está.

Buscar esos mensajes intermedios,
la forma que se forma entre las formas,
es completar el código.
O tal vez descubrirlo.

Buscar la rosa
que queda entre las rosas.

Y aunque no sean rosas.


12

Dormir es otra forma de pensar.
Pensar es otra forma de soñar.
Soñar es otra forma de no ser.
No ser es otra forma de existir.

La rueda gira y gira.
Los caminos se enrollan
alrededor de la rueda
y la rueda se los lleva
como empolvadas cintas.

La rueda gira y gira,
pero ya no hay camino.


18

Las hojas,
pantallas de la luz,
para que la luz se detenga,
retroceda un instante
y se reconozca
nada más que como luz.

Las hojas,
pretextos de la luz,
para su propia constancia.

¿No será todo lo mismo,
solo pretextos de la luz?

"A un poeta", Rubén Darío en "Azul"

A UN POETA

Nada más triste que un titán que llora,
hombre-montaña encadenado a un lirio,
que gime, fuerte, que pujante implora:
víctima propia en su fatal martirio.

Hércules loco que a los pies de Onfalia
la clava deja y el luchar rehusa,
héroe que calza femenil sandalia,
Vate que olvida a la vibrante musa.

¡Quién desquijara los robustos leones,
hilando esclavo con la débil rueca;
sin labor, sin empuje, sin acciones;
puños de fierro y áspera muñeca!

No es tal poeta para hollar alfombras
por donde triunfan femeniles danzas:
que vibre rayos para herir las sombras,
que escriba versos que parezcan lanzas.

Relampagueando la soberbia estrofa
su surco deje de esplendente lumbre,
y el pantano de escándalo y de mofa
que no lo vea el águila en su cumbre.

Bravo soldado con su casco de oro
lance el dardo que quema y que desgarra,
que embiste rudo como embiste el toro,
que clave firme, como el león, la garra.

Cante valiente y al cantar trabaje;
que ofrezca robles si se juzga monte;
que su idea, en el mal rompa y desgaje
como en la selva virgen el bisonte.

Que lo que diga la inspirada boca
suene en el pueblo con palabra extraña;
ruido de oleaje al azotar la roca,
voz de caverna y soplo de montaña.

Deje Sansón de Dálila el regazo:
Dálila engaña y corta los cabellos.
No pierda el fuerte el rayo de su brazo
por ser esclavo de unos ojos bellos.

martes, 21 de enero de 2014

"Cuadernos (1957-1972)" de Cioran (3)

Todo cambia en una persona a lo largo de los años, salvo la voz. Solo ella asegura la identidad de un individuo. Habría que tomar las huellas vocales.

Para poder trabajar, hace falta un aguijón, una obligación contraída con alguien, necesito también tener un plazo, pues por mí mismo me abandono o me hundo en mi falta de curiosidad.

Una obra de algún peso no procede de investigaciones verbales, sino del sentimiento absoluto de una realidad. Ni Saint-Simon ni Tácito hicieron literatura. Un gran escritor vive en su lenguaje; no se preocupa del exterior. No medita sobre el estilo; tiene su estilo propio. Ha nacido con su estilo.

El hombre es indiscutiblemente una aparición extraordinaria, pero no es un logro.

Lo que cada vez comprendo menos son los caracteres fuertes, generosos, fecundos, en perpetua emanación, siempre satisfechos de producir, de manifestarse, de ser. Su energía me supera, pero no los envidio. No saben lo que hacen...

Heidegger habla de Hölderlin como si se tratara de un presocrático. Aplicar el mismo trato a un poeta y a un pensador me parece una herejía. Hay autores a los que los filósofos no deberían tocar. Desarticular un poema como se hace con un sistema es un crimen contra la poesía.
Cosa curiosa: a los poetas les satisface que se hagan consideraciones sobre su obra. Los halaga, se hacen la ilusión de que es un ascenso. ¡Qué lamentabe!
Solo el amante sincero de poesía sufre por esa intromisión sacrílega de los filósofos en un ámbito que debería estarles vedado, que les está vedado naturalmente. ¡No hay un solo filósofo (¿NIetzsche?) que haya hecho un solo poema aceptable! (Hay -cierto es- sistemas con tendencia poética -Platón, Schopenhauer-, pero se trata de la visión o de una obra marcada por la frecuentación de los poetas: Schopenhauer.)

Elie Wiesel, judío de Sighet, en el norte de Transilvania, me cuenta que hace dos años volvió a su ciudad natal. Nada había cambiado, salvo que ya no quedaban judíos. Antes de ser deportados por los nazis, habían ocultado joyas y todo en la tierra. Él mismo había enterrado un reloj de oro. Después de llegar a Sighet, se fue a buscarlo en plena noche. Volvió a encontrarlo, lo contempló, pero no pudo llevárselo. Tenía la sensación de cometer un robo. En la ciudad fantasma, su ciudad, no encontró a ningún conocido, él es el único superviviente de la matanza.

Desde el exterior, todo clan, toda secta, todo partido, parecen homogéneos; desde el interior, la diversidad es en ellos máxima. Los conflictos en un convento son tan reales y frecuentes como en cualquier sociedad. Incluso en la soledad, los hombres se agrupan tan solo para huir de la paz.

El "Oráculo manual" de Baltasar Gracián se parece en el tono al "Tao Te king". Pero podría ser que hubiera entre esos dos libritos analogías más profundas, correspondencias misteriosas. ¿Será una ilusión por mi parte? ¿O se tratará de una impresión legítima? Tengo que comprobar todo eso.

Mi maldición: me gusta tomar un libro en las manos y siempre siento gozo al abrir uno, sea cual fuere. Pero no tengo una biblioteca: es mi salvación.

Gottfried Benn, "Morgue y otros poemas" (3, y fin)

APÉNDICE

Todo está pulcro y preparado para el corte.
Los cuchillos humean. El abdomen marcado.
Bajo paños blancos hay algo que gime.

"Señor profesor, todo está listo."

La primera incisión. Como si el pan se rebanara.
"¡Pinzas!" Algo púrpura brota.
Más profundo. Los músculos: húmedos, brillantes, frescos.
¿Hay un ramo de rosas sobre la mesa?

¿Es pus lo que salta?
¿Habrán cortado el intestino?
"Doctor, si se para contra la luz,
ni el diablo puede ver el diafragma.
Anestesia, no puedo operar,
el hombre se va de paseo con su estómago."

Silencio, pesado, húmedo. En el vacío
tintinea una tijera en el suelo.
Y la enfermera angelical
ofrece algodones esterilizados.

"¡No puedo encontrar nada en esta porquería!"
"Sangre se oscurece. ¡Quíteme la mascarilla!"
"Pero—Dios del cielo—querido,
¡apriete mis esos talones!"
Todo deforme. ¡Por fin: aquí está!
"¡El hierro candente, enfermera!" Un siseo.

Por esta vez tuviste suerte, hijo mío.
La cosa estaba a punto de perforarse.
"¿Ve usted la pequeña mancha verde?
Tres horas y el estómago se llenaba de mierda."

Vientre cerrado, Piel cosida. "¡Esparadrapos, acá!
Buenos días señores."
                     La sala se vacía.


Furiosa castañea y rechina con las mejillas
la muerte se escurre a la barraca de los cancerosos.


HOMBRE Y MUJER CAMINAN POR LA BARRACA DE LOS CANCEROSOS

El hombre:
En esta fila regazos destruidos,
en esta otra pechos destruidos.
Cama apesta junto a cama. Las enfermeras se turnan cada hora.

Ven, levanta sin miedo esta manta.
Mira, este grumo de grasa y humores podridos,
alguna vez fue importante para un hombre
y también se llamaba patria y delirio.

Ven, mira estas cicatrices en el pecho.
¿Sientes el rosario de nudos blandos?
Toca sin temor. La carne es suave y no duele.

Esta mujer sangra como si tuviera treinta cuerpos.
Ningún ser humano tiene tanta sangre. A esta primero le cortaron
un niño del enfermo regazo.

Los dejan dormir. Día y noche. —A los nuevos
se les dice: aquí el sueño es curativo—. Solo los domingos,
para las visitas, se les deja un rato despiertos.

Es poca la comida que aún se consume. Las espaldas
están llenas de heridas. Mira las moscas. A veces
los lava una enfermera. Como se lavan los bancos.

Aquí se hincha alrededor de cada cama el campo labrado.
Carne se vuelve llanura. Fuego se pierde.
Humor se apresta a correr. Tierra llama.


CAFÉ NOCTURNO

824: vida y amor de las mujeres.
El violoncello se toma un trago. La flauta
eructa profundo en tres compases: la hermosa cena.
El tambor termina de leer una novela policial.

Dientes verdes, espinillas en la cara
le hace señas a una inflamación de párpado.

Grasa en el cabello
le habla a boca abierta con almendra faríngea
Fe, amor y esperanza alrededor del cuello.

Joven bocio quiere a nariz de dos bultos.
La convida a tres cervezas.

Sicosis compra claveles.
Para ablandar a papada.

Bemol-menor: la Sonata N° 35.
Dos ojos lanzan un grito:
¡No derramen la sangre de Chopin en la sala,
para que la chusma la pise!
¡Basta! ¡Eh, Gigi! —

La puerta se desborda: una mujer.
Desierto calcinado. Marrón canaanita.
Virgen. Plena de cuevas. Se acerca un aroma.
                      Poco aroma.
Solo es una dulce protuberancia del aire
contra mi cerebro.

Un cuerpo obeso con pasitos cortos salta detrás.

"Viendo su bien tan lejos mi deseo..." y "Tiempo fue ya que Amor no me trataba...", sonetos de Hernando de Acuña

Viendo su bien tan lejos mi deseo,        
alejóseme tanto por seguirle,        
que tuve por difícil reducirle        
al derecho camino sin rodeo.        

Y ahora tan mal me tiene, que me veo
sin fuerza con que pueda resistirle,        
tan forzado me tiene a consentirle,        
que soy el que de mí menos poseo.        

Ninguna novedad hay que me aparte        
de tal congoja, ni que yo la crea,
sino para mayor inconveniente;        

pues siendo yo de mí la menor parte,        
por fuerza hace Amor que él todo sea,        
solo para sentir lo que él consiente.


Tiempo fue ya que Amor no me trataba        
con tamaña aspereza como ahora,        
tiempo fue ya que puso en mi señora        
honesta compasión, que no mostraba;        

tiempo fue ya que en parte mejoraba
todo lo que mis daños empeora;        
tiempo fue ya del cual una sola hora        
con mil veces morir no se pagaba.        

Háseme vuelto oscura noche el día,        
turbose el tiempo cuando más sereno,
el sol, cuando más claro, oscureció.        

Amor tornó a seguir los que seguía,        
y el bien que tuve, como bien ajeno,        
de absoluto poder me le quitó.

Mesonero Romanos en "El salón de oriente"

El salón de Oriente

Abriose, en fin, el Salón de Oriente, este hermoso paréntesis entre la guerra civil y los empréstitos forzosos; entre la falta de pagas y los debates parlamentarios; entre el Palacio y el Espíritu Santo; entre la aristocracia y la democracia; entre la edad pasada y las futuras edades; entre la miseria y la opulencia; entre los antiguos amores y los amores nuevos; entre las harturas de Navidad y las abstinencias de Cuaresma; entre los desengaños de 1836 y las esperanzas de 1837.

Abriose, en fin, absorbiendo en su bullicioso seno la política, los triunfos militares, los reveses parlamentarios, los discursos periodísticos, las felicitaciones, las oposiciones, los planes de campaña, los presupuestos, las pretensiones, las relaciones, las enemistades y desvaríos de un pueblo grande, en cuya marcha tienen fija la vista los demás pueblos, y que en este momento se entrega apaciblemente a las gratas combinaciones de la mazurca.

Justo es que, dando al tiempo lo que es suyo, sigamos el impulso general y abandonemos también por un momento los modestos objetos a que ordinariamente nos dedicamos, para tratar del ídolo del día; que olvidemos las ciencias y la literatura por la máscara y el dominó; las narraciones históricas por el ruido de las músicas y la danza, y los monumentos de la antigüedad por el moderno salón oriental.

Las fuerzas, sin embargo, me abandonan cuando quiero penetrar en aquel complicado laberinto y pretendo traducir las páginas de un libro que a medida que la edad va clareando mis cabellos se me hace menos inteligible y expresivo.

Colocado enmedio del salón, veía indiferente y con aire de estupidez el rápido movimiento, los encontrados giros de moros y valencianas, de beatas y dominós, de arlequines y capuchones. -Para mí todos aquellos encuentros eran casuales, todas aquellas separaciones imprevistas. -Semejante al que mira jugar sin entender el juego, parecíame a veces que tal jugador debía triunfar cuando renunciaba, que tal otro debía pasar cuando tenía un estuche. -Aplaudía sin oportunidad, reía fuera de tiempo, y daba la vuelta por el salón para abrogarme el aspecto, de antiguo conocido, y el salón me respondía con la más profunda indiferencia. De aquí vine a sacar una gran verdad, y es que el año de 1837 no era el de 1832; que nuestra época había pasado, que otra generación nos había sucedido, y que tranquilamente y sin apercibirlo nos hallábamos ya colocados entre los desperdicios de la clásica antigüedad.

Resignado con la suerte, íbame a retirar sin osar penetrar en los arcanos de aquel interesante cuadro, cuando, quiso la fortuna depararme el más oportuno instrumento, para dibujar hasta una forma microscópica todos los colores y matices de aquella escena; un completo diccionario de aquellas simbólicas páginas; una brújula, en fin, segura para navegar con acierto en aquel agitado mar.

Consistía, pues, mi feliz encuentro en una de esas muchachas chiquitas, estereotípicas y de faltriquera, que se reproducen en todas partes y a todas horas, como una edición completa a mil ejemplares; que en invierno solemos hallar en el Prado tomando el sol, y en verano tomando la luna; que en febrero engañan con máscara de alegría, y en marzo con máscara de devoción; que en abril asisten a las tinieblas, y en mayo a la pradera de San Isidro a ver salir el sol; que en junio pasean la carrera del Corpus, y en julio la de la plaza de toros; que en agosto se bañan en todos los establecimientos posibles, y en setiembre ya están puestas en feria en la calle de Alcalá; que en octubre miran los cuadros de la Academia, y en noviembre los epitafios del campo santo; que en diciembre frecuentan los dulces de la Plaza, y en enero los patines del Retiro; y que en todos los meses, en todos los días, en todas las noches, llenan todas las calles, todas las tiendas, todas las iglesias, todas las tertulias, todas las procesiones, todos los circos, todas las romerías, todos los teatros, todas las misas de tropa, todos los entierros, todas las revistas, todas las entradas triunfales y todas las asonadas; desde la puerta de Toledo hasta el jardín de Apolo; desde la Plaza de Toros a la Casa de Campo; muchachas, en fin, pólipos, azogadas, imánicas, verdaderos caleidescopios multiformes, reproducciones fantásticas, y resolución práctica del problema del movimiento continuo.

Esta muchacha, viva, corretona y sulfúrica, era, como si dijéramos, una segunda edición, corregida y aumentada de cierta mamá verde, en plena posesión de sus treinta y ocho carnavales y de sus veinticuatro reales de Monte Pío, y viuda con quien yo había simpatizado bastante en mis años juveniles.

El lector me perdonará si me veo precisado a hacer aquí esta ligera revelación, pues no puedo de otro modo explicarle la franqueza con que la niña, atravesando el salón, vino flechada a encontrarme a uno de sus ángulos, donde a guisa de estatua de rinconera me hallaba entretenido con mis pensamientos, falto de mejor ocupación.

-¿Qué hace V. ahí? (me dijo mi amable interlocutora con una voz que penetró en mis oídos como un recuerdo de mis alegres años, cual un viento de primavera en una tarde canicular).

-¿Qué tengo de hacer? -respondí procurando poetizar un si es o no es mi discurso -estaba contando las luces del salón; pero en este momento echo de ver que había errado la cuenta, pues no había visto las dos que ahora me iluminan.

-¡Bah, bah! ¡Lindo retruécano! ¡Gusto clásico! Por esas señas, si V. trata de darnos la estadística del salón, escribirá que tiene cuatro mil pies, si es que son dos mil los concurrentes.

Un si es no es me desconcertó la respuesta, por la parte que ridiculizaba mi concepto; pero no pude menos de confesar que tenía razón, y se la dí, y el brazo para conducirla hasta el otro extremo del salón, donde a la sazón se hallaba la viuda madre, verificando, por lo que pude sospechar, la conversión de un sarraceno a su creencia.

En peor ocasión no podríamos llegar a la presencia maternal. -Esta voz mamá, dirigida por una muchacha de quince años a una vestal, delante de un moro adorador de su cándida inocencia, era una verdadera interpelación exótica, grosera y como lo son las más de las interpelaciones; por otro lado, mi presencia al lado de la hija venía a ser un discurso entero de oposición; era un drama completo, unas memorias autógrafas en cuatro tomos.

La sacerdotisa de Vesta se encontró, pues, tan desconcertada como un ministro tribunizado, o como un jugador de maños a quien hayan acertado la trampa; pero acordándose luego de sus treinta y ocho, nos dijo con entera seguridad: -«Tu mamá ha cambiado de traje conmigo, yo la he dado mi pasiega, y ella me ha dado, su vestal».

Y hétenos aquí, lector carísimo, buscando un zagalejo amarillo por aquellos, salones, corredores y escaleras, y preguntando a todos por una pasiega que primero había sido vestal.

Pero en vano; todas las vestales se ofendían de que las tomásemos por pasiegas, y ninguna pasiega estaba tampoco conforme en parecernos vestal.

Durante esta larga travesía, que para mi volátil pareja no fue sino un breve episodio, vino a revelarse en mí la acción principal de aquella noche. Y si no temiera abusar de la paciencia de mis lectores, daríales cuenta de las observaciones crítico-filosóficas que la inteligencia de aquella me proporcionaba; expondríales d'après nature todas las escenas, antes mudas a mis ojos, y ahora tan expresivas y significantes, auxiliado por el natural instinto de mi compañera. Ella reía, burlaba, preguntaba, respondía, observaba, y hacía, en fin, lo mismo que en ocasiones semejantes solía yo hacer algunos años antes; mi imaginación iba colgada de mi brazo; mi cabeza descansaba en la más profunda inacción; el Príncipe, Solís, Trastamara, San Bernardino, Abrantes, Santa Catalina, todos los sitios fecundos en sucesos, que para mí venían ya a ser otros tantos acusadores de mis años, otras tantas guías atrasadas, otros tantos laureles marchitos, reproducíanse a mi vista con todos sus encantos y frescura. Placíame en recorrer con aquel precioso talismán el magnífico salón, y vivificado con su fuego, veía renovado en mí aquel sentimiento bullicioso, maligno y juvenil, que algunas horas antes creía extinguido para siempre. Ya no me parecía el baile monótono, confuso y desacordado; ya no hallaba a la concurrencia fatigada, displicente y distraída; todo en mi imaginación había recibido un nuevo sentimiento; la agitación y el movimiento eran entonces condiciones de mi existencia; el ruido y el continuo roce, el resplandor de las luces, los vapores de la atmósfera, obraban fuertemente en mis sentidos. Necesitaba ya, como antiguamente, correr del salón a la fonda, de los tocadores a las piezas de descanso, de la tribuna a la sala de juego; y aquel continuo vagar por tránsitos y escaleras, y preguntar a todos y no responder ninguno, y respetar los misteriosos coloquios de los ángulos de las salas, y evitar las banquetas donde tienen su asiento las mamás inamovibles y sólidas, y embrollar al paso alguna pareja dichosa, y servir de punto de conciliación a las nuevas intrigas en agraz.

No sé cómo explicarlo; pero aquella muchacha había cambiado mi existencia, había hecho retroceder mi edad. Ya no había para mí Oriente, ni observaciones, ni 1837 -había únicamente amor, máscaras y 1832.

A imitación de mi cabeza, mis piernas se hallaban también aligeradas; y luego ¿quién no vuela en alas de un serafín? No hubo más, sino que al ruido de la música, vínome a la memoria el olvidado compás, y creyéndome el genio de aquella sílfide, improvisé una galope instintiva, espontánea, aérea, que... Mas ¡oh dolor! mis pies, entumecidos de algunos años, se rehúsan al movimiento... mi pareja sigue la figura en los móviles brazos de un barbudo galán, y... ¡ay de mí!... ¿qué es esto?... las luces... se apagan las luces... la gente desaparece... el ruido se convierte en silencioy se abre una puerta... alguien me toca. -¿Eres tú, divina criatura?... ¿qué es esto?... ¿quién me mueve?...

- Señur, las ochu en puntu ...

-¡Ah, maldito gallego!

¡Desapareció la ilusión! Todo se explica. El salón era mi alcoba; el que entraba a llamarme, mi gallego; el baile, un sueño; y mi amable pareja, aérea, incorpórea, impalpable era, en fin, mi imaginación, que no quiere aún renunciar a la juventud.

jueves, 16 de enero de 2014

Poemas de Elías Nandino (2), "Algún día", "Verdad bronca" y "Meteoro" (con matemáticas) y "Dentro de mí"

ALGÚN DÍA

Como no llueve
la tierra está reseca
y el polvo vuela:
(Algún día volaremos
como esta tierra ciega.)


VERDAD BRONCA

Entre tus piernas
y las mías
hay un axioma
que no admite teorías.


METEORO

Sobre la mesa
un vaso
se desmaya,
   rueda,
   cae.

Al estrellarse
contra el piso,
una galaxia
nace.


DENTRO DE MÍ


Con los ojos
altamente asomados a la noche
contemplo las estrellas
y dentro de mí,
en el río incansable de mi sangre,
las siento y las descubro
reflejadas,
luminosas y hondas,
como si mi entraña fuera
el mismo cielo
en donde están ardiendo.

Recorrido por "Sombra del Paraíso" de Vicente Aleixandre. Hoy "Nacimiento del amor"

NACIMIENTO DEL AMOR

¿Cómo nació el amor? Fue ya en otoño.
Maduro el mundo,
no te aguardaba ya. Llegaste alegre,
ligeramente rubia, resbalando en lo blando
del tiempo. Y te miré. ¡Qué hermosa
me pareciste aún, sonriente, vívida,
frente a la luna aún niña, prematura en la tarde,
sin luz, graciosa en aires dorados; como tú,
que llegabas sobre el azul, sin beso,
pero con dientes claros, con impaciente amor!

Te miré. La tristeza
se encogía a lo lejos, llena de paños largos,
como un poniente graso que sus ondas retira.
Casi una lluvia fina -¡el cielo, azul!- mojaba
tu frente nueva. ¡Amante, amante era el destino
de la luz! Tan dorada te miré que los soles
apenas se atrevían a insistir, a encenderse
por ti, de ti, a darte siempre
su pasión luminosa, ronda tierna
de soles que giraban en torno a ti, astro dulce,
en torno a un cuerpo casi transparente, gozoso,
que empapa luces húmedas, finales, de la tarde
y vierte, todavía matinal, sus auroras.

Eras tú, amor, destino, final amor luciente,
nacimiento penúltimo hacia la muerte acaso.
Pero no. Tú asomaste. ¿Eras ave, eras cuerpo,
alma solo? Ah, tu carne traslúcida
besaba como dos alas tibias,
como el aire que mueve un pecho respirando,
y sentí tus palabras, tu perfume,
y en el alma profunda, clarividente
diste fondo. Calado de ti hasta el tuétano de la luz,
sentí tristeza, tristeza del amor: amor es triste.
En mi alma nacía el día. Brillando
estaba de ti; tu alma en mí estaba.

Sentí dentro, en mi boca, el sabor a la aurora.
Mis ojos dieron su dorada verdad. Sentí a los pájaros
en mi frente piar, ensordeciendo
mi corazón. Miré por dentro
los ramos, las cañadas luminosas, las alas variantes,
y un vuelo de plumajes de color, de encendidos
presentes me embriagó, mientras todo mi ser a un mediodía,
raudo, loco, creciente se incendiaba
y mi sangre ruidosa se despeñaba en gozos
de amor, de luz, de plenitud, de espuma.

miércoles, 15 de enero de 2014

Selección de la "Novena poesía vertical" de Roberto Juarroz (2)

6

Todo se apoya en algo
o cuelga de algo.

Pero ¿dónde se apoya
o de qué cuelga el centro?

Tal vez se apoye en su propia periferia
y también cuelgue de ella.

La rosa se apoya en la tierra
pero en verdad cuelga del cielo.

El pensar se apoya en un desliz del cuerpo,
pero en verdad cuelga del sueño.

El amor se apoya en un espacio recortado,
pero en verdad cuelga de un tiempo recortado.

La presencia se apoya en lo que hay,
pero en verdad cuelga de lo que no hay.

El centro se apoya en un vacío,
pero en verdad cuelga de otro.


8

Mensaje del azul entre las hojas,
lectura sin la trampa del sentido,
sin el enturbiamiento de las significaciones.

Mensaje del silencio cuando no es espera
de ningún otro mensaje,
cuando es solo una masa desnuda.

Mensaje del gesto más inexperto de tus manos,
olvidadas de ti, de mí, de todo,
de la combinación de sus funciones
que a veces soliviantan al mundo.

Mensaje del azar que se despierta
o quizá del azar que se duerme
y abandona la última vigilancia,
para que lo que ocurre
ocurra como si no ocurriese.

Mensajes sin mensaje.
No hay mayor libertad,
no hay nada más opuesto a la muerte,
no hay encuentro más abierto.


9

Desde todas las cosas se levantan cantos.
Algunos se duermen en el aire
y caen enseguida como semillas huecas.
Otros tropiezan con las otras cosas
y se pierden en ellas.
Y otros encuentran las palabras que vagan
y se funden así con el canto del hombre.

De ese agreste montaje,
de esa insólita mezcla
híbrida como el mundo,
impura como el mundo,
empieza un nuevo canto,
más libre,
más suelto que la vida:
nace el canto del mundo.

Y ese canto reemplaza,
casi en un rito clandestino,
la prolongada ausencia
del canto de los dioses.

De los dioses,
que nunca se entendieron del todo con las cosas.

"Pensamientos de otoño", de Rubén Darío, en "Azul"

PENSAMIENTOS DE OTOÑO

                                  De Armand Silvestre

Huye el año a su término
como arroyo que pasa,
llevando del poniente
luz fugitiva y pálida.
Y así como el del pájaro
que triste tiende el ala,
el vuelo del recuerdo
que al espacio se lanza
languidece en lo inmenso
del azul por do vaga.
Huye el año a su término
como arroyo que pasa.

Un algo de alma aUn yerra
por loS cálices muertos
de las tardas volúbiles
y los rosales trémulos.
Y de luces lejanas
al hondo firmamento,
en las alas del perfume
aún se remonta un sueño.
Un algo de alma aun yerra
por los cálices muertos.
Canción de despedida
fingen las fuentes túrbias.
Si te place, amor mío,
volvamos a la ruta,
que allá en la primavera
ambos, las mano juntas,
seguimos; embriagados
de amor y de ternura,
por los gratos senderos
do sus ramas columpian
olientes avenidas
que las flores perfuman.
Canción de despedida
fingen las fuentes túrbias.

Un cántico de amores
brota mi pecho ardiente
que eterno abril fecundo
de juventud florece.
¡Que mueran, en buen hora
los bellos días! Llegue
otra vez el invierno;
renazca áspero y fuerte.
Del viento entre el quejido
cual mágico himno alegre
un cántico de amores
brota mi pecho ardiente.

Un cántico de amores
a tu sacra beldad,
¡mujer, eterno estío,
primavera inmortal!
Hermana del ígneo astro
que por la inmensidad
en toda estación vierte
fecundo y sin cesar,
de su luz esplendente
el dorado raudal.
Un cántico de amores
a tu sacra beldad,
¡mujer, eterno estío,
primavera inmortal!

martes, 14 de enero de 2014

"Cuadernos (1957-1972)" de Cioran (2)

Unos buscan la gloria; otros, la verdad. Yo me atrevo a situarme entre los segundos. Una tarea irrealizable ofrece más seducción que un objetivo asequible. ¡Qué humillación proponerse la aprobación de los hombres como objetivo!

Solo hay una nostalgia: la del Paraíso. Y tal vez la de España.

El apego a las personas es la causa de todos nuestros sufrimientos, pero está tan anclado en nosotros, que, si cede, toda la economía de nuestro ser resulta desequilibrada.

La fidelidad es encomiable, pero tiene algo malo, nos ensucia. Ese deseo de revisar nuestras amistades y todas nuestras admiraciones, de cambiar de ídolos, de ir a rezar a otra parte, es lo que demuestra que aún tenemos recursos, ilusiones, en reserva.

Lo que temo no es la muerte, sino la vida. Por mucho que me remonte en la memoria, siempre me ha parecido insondable y aterradora. Mi incapacidad para insertarme en ella. Miedo, además, de los hombres, como si perteneciera a otra especie. Siempre el sentimiento de que en ningún punto concidían mis intereses con los suyos.

Tengo que escribir un texto sobre el dolor. Veo claro lo que he de decir al respecto... pero, ¿por qué decirlo? ¿Por qué no sufrir en silencio como los animales?

En un artículo sobre Lorca, Jorge Guillén habla de la efervescencia intelectual en España hacia el año 1933. Tres años después, la catástrofe. Todas las épocas intelectualmente fecundas anuncian desastres históricos. Nunca el conflicto de las ideas, las discusiones apasionadas que comprometen a una generación se limitan al ámbito del espíritu: ese hervidero no presagia nada bueno. Las revoluciones y las guerras son el espíritu en marcha, es decir, el triunfo y la degradación final del espíritu.

He pasado dos horas maravillosas con una familia rusa. ¡Esa gente ha cambiado tan poco desde sus grandes novelas! Su inadaptación es hermosa. Por lo demás, la adaptabilidad es señal de falta de carácter y de vaciedad interior.

Una religión solo está viva antes de la elaboración de los dogmas. Tan solo creemos de verdad mientras ignoramos lo que debemos creer exactamente.

Los pesimistas no tienen razón: vista desde lejos, la vida nada tiene de trágica, solo lo es de cerca, observada en detalle. La vista de conjunto la vuelve inútil y cómica. Y eso es aplicable a nuestra experiencia íntima.

Gottfried Benn, "Morgue y otros poemas" (2)

LA NOVIA DEL NEGRO

Entonces sobre almohadas de oscura sangre
se recostaba el cuello de una mujer rubia.
El sol rabiaba en sus cabellos
y lamía los pálidos muslos
y se arrodillaba ante los pechos un poco más oscuros,
aún sin deformar por los pecados y los partos.
Un negro junto a ella: la coz de algún caballo
le había destrozado los ojos y la frente. Dos dedos
de su sucio pie izquierdo
se hincaban en la pequeña oreja blanca.
Pero ella yacía y dormía como una novia:
orlando la felicidad del primer amor
y en espera de numerosos viajes celestiales
de la sangre joven y cálida.
Hasta que alguien
le hundió el cuchillo en la nívea garganta
y un delantal púrpura de sangre muerta
le cubrió las caderas.


RÉQUIEM

Dos en cada mesa. Hombres y mujeres
en cruz. Cerca, desnudos, y, pese a ello, sin dolor.
El cráneo abierto. El pecho partido en la mitad. Los cuerpos
engendran ahora por última vez.

Cada uno llena tres cazuelas: desde el cerebro hasta los testículos.
Y el templo de Dios y el Corral del demonio
ahora pecho a pecho en el fondo de un cubo
se ríen del Gólgota y del pecado original.

El resto, en ataúdes. Solo nuevas creaturas:
pierna de hombre, pecho de niño y pelo de mujer.
Yo vi lo que engendraron dos que antaño se jodían,
yacer allí, como si hubiera salido de un cuerpo materno.


PABELLÓN DE PARTURIENTAS


Las mujeres más pobres de Berlín
—trece niñas en cuarto y medio,
putas, prisioneras, execradas—
retuercen aquí sus cuerpos y gimen.
En ninguna parte se grita tanto.
En ninguna parte se ignoran tan completamente
dolores y angustias como en este lugar,
aquí siempre grita algo.

"¡Empuje Usted, mujer! ¿Entiende, sí?
No está aquí por diversión.
No alargue la cosa.
¡También salen excrementos en este aprieto!
No está aquí para descansar.
No viene solo. ¡Usted tiene que hacer algo!"
Por fin llega: azulado y pequeño.
Orina y heces lo ungen.

De once camas con lágrimas y sangre
los gemidos le dan la bienvenida.
Solo en dos ojos estalla un coro de júbilos al cielo.

Por este pequeño pedazo de carne
pasará todo: desolación y felicidad.
Y cuando muera entre estertores y sufrimientos,
otros doce dormirán en este pabellón.

"Soneto a la soledad" y "Un tiempo me sostuvo la esperanza...", sonetos de Hernando de Acuña

SONETO A LA SOLEDAD

Pues se conforma nuestra compañía,        
no dejes, soledad, de acompañarme,        
que al punto que vinieses a faltarme        
muy mayor soledad padecería.        

Tú haces ocupar mi fantasía
solo en el bien que basta a contentarme,        
y no es parte, sin ti, para alegrarme,
con todo su placer, el alegría.        

Contigo partiré, si no me dejas,        
los altos bienes de mi pensamiento,
que me escapan de manos de la muerte;        

y no te daré parte de mis quejas,        
ni del cuidado, ni de mi tormento,        
ni dártela osaré por no perderte.


Un tiempo me sostuvo la esperanza,        
y Amor lo consintió porque sintiese,        
cuando al estado en que estoy viniese,        
que fue para mayor desconfianza.        

En gran fortuna me mostró bonanza
y asegurome porque conociese,        
cuando nuevo dolor menos temiese,        
que en su seguridad hay más mudanza.        

Pasé con este alivio mi cuidado,        
hasta que he conocido de hora en hora
que todo fue color para más daño;        

y con haberme ya desengañado,        
conozco que hay en mí de nuevo ahora        
más aparejo para nuevo engaño.

lunes, 13 de enero de 2014

Poemas de Bayardo Ramírez Monagas en "Transmutaciones" (2, y fin)

CRISIS

Soy un cero desesperadamente boca abajo, abrumado por el descenso de mis actos, por mis deseos de crear insatisfechos.
Desprovisto de fechas, con algo negro en los bolsillos para contrarrestar mi ineptitud.
Llevo eclipses en la boca y el suicidio me atrae, pero soy incapaz de destruirme, siempre fallo, nunca paso de elucubrar, fraguo planes, ultimo detalles, observo con insistencia el arma, la muevo lentamente, me imagino inerte, y al final quedo enamorado de la muerte, extraviado entre los objetos.
De noche, si estoy solo, me quito la piel y la extiendo con esmero (debo cuidarla, es mi mejor disfraz) y sobre ella coloco arterias y nervios en un haz y los huesos en otro y me estudio; mis problemas consisten en que soy mediocre. Todos los personajes con que fui constituido fueron escogidos entre enanos lunáticos y comediantes callejeros; de allimis, zonas aborrecibles, mis contradicciones, mis desiertos. Hoy los ojos me saltan, son perros de presa en mi rostro inestable.


HE CERRADO LOS OJOS


Las cosas dejan de ser cosas,
pasan de objetos a masas inseguras,
los volúmenes se compactan, giran, avanzan, retroceden,
rotan a diferentes frecuencias y pierden sus dimensiones,
he cerrado los ojos.

Puertas y puertas se me abren por dentro,
me invitan y me llaman en un grito que no se oye,
una oscuridad fosforescente está, simplemente está,
y de repente la veo de lado, horizontal, fina, de papel,
y las manchas inestables danzan y danzan frente a mí,
ocupan toda la habitación
y nunca han salido debajo de mis párpados,
y me esparzo y me meto por todas partes,
no como el agua, sino como el espíritu del agua,
y mi cerebro es una pelota roja en un infinito,
descubro que los ríos cambian de piel más rápido que las serpientes
y que el tiempo muchas veces se desnuda
y todas las conversaciones se me reducen
al sonido que emite el arranque de un automóvil,
mi cuerpo se paraliza, me quiero mover y no puedo, no puedo,
todo flota en desorden dentro de mí, mi peso, mi lecho, los colores,
los espejos desaparecen dejando un vacío.

Abro lentamente los párpados, tomo conciencia de mi cama,
me dispongo a dormir,
mañana volverá a suceder.


ROSAS

Estoy, qué sé yo,
algo triste, borroso, hecho casi una nada,
y me he quedado
contemplando rosas.

Mesonero Romanos en "Mi calle"

Mi calle

«Si hacen de mi humor desdén,
No tienen más que gustallo,
Mientras por tonto echo el fallo
A quien no le sepa bien».
IGLESIAS.

Cierto que es preciso haber nacido con una inclinación bien pronunciada hacia la observación de las costumbres, para pretender seguir describiendo las nuestras en los tiempos de rápida transición y de movilidad prodigiosa que alcanzamos. -Si la primer circunstancia recomendada por el artista para obtener la semejanza de un retrato es la inmovilidad completa del original, ¿cómo pretender alcanzar aquella cuando el modelo se cambia y agita en todas direcciones y a cada momento, y ora ríe y charla y se envanece, haciendo pomposo alarde de su arrogancia, ora se lamenta y esconde como para ocultar su abyección y miseria? ¿Cómo y en qué momento sorprender a un ave que vuela, a un niño que crece, a una rueda que gira, a un pueblo antiguo, en fin, que desaparece y se confunde en otro nuevo, que renuncia lo pasado y sacrifica lo presente por entregarse a las ilusiones y esperanzas del porvenir?

Y cuenta, señores lectores, que aquí no voy a tratar de los grandes acontecimientos políticos que diariamente vemos sucederse entre nosotros; mi particular condición me mantiene a una distancia respetuosa para querer ocuparme en ellos, y nunca mi modesta pluma lo ha pretendido, ni a mí intentado. En este punto digo con Mercier: -«Pasajero en el navío, no pretendo gobernar al piloto». -Empero aquellos acontecimientos, aquella vitalidad asombrosa de este siglo del vapor, que atravesamos, imprimen a las costumbres su reflejo, prestan al nuestro su carácter rápido e indeciso; y bajo este aspecto entra en la jurisdicción del Curioso el considerarle, no ya en los profundos y enmarañados bosques de la ciencia política, no, en el animado cuadro de la historia contemporánea, sino, en el no menos armónico y consecuente de los usos y costumbres populares. -Quédese para espíritus más elevados, para plumas mejor cortadas, el indagar y desenvolver las causas; mi natural cortedad me limita a los efectos más prosaicos y palpables.

Reducido a este estrecho recinto, apenas llegan a mi noticia los acontecimientos públicos; ni frecuento los salones políticos; ni los señores periodistas de todos los colores del iris ven mi nombre en las listas de sus abonados; ni el cartero sabe las señas de mi habitación; ni en los cafés hago otra cosa que beber; ni pueden quejarse de mí las tiendas de la calle de la Montera ni las losas de la Puerta del Sol. -Pero, en medio de este aislamiento, y cuando las ideas vienen, por decirlo así, a materializarse, no puedo menos de observar en ellas la marcha de este siglo corretón y que parece que va huyendo de su sombra. -Como de paso, y desde el ventanillo de una diligencia, veo sucederse los hombres y las cosas, cual se suceden en un camino los troncos y los brutos, y multiplicada la rapidez con que ellos marchan por la rapidez con que yo vuelo, viene a reproducirse en mi imaginación un resultado tal de movimiento, que apenas acierto a bosquejar en ella ni aún los objetos más notables.

Así que, procediendo por impresiones del momento y sin ningún conocimiento de causa, no es extraño que lleguen a sorprenderme las cosas que me saltan al paso, y que, a falta de conocer su objeto, venga a deducir consecuencias que, por lo naturalmente simples y materiales, pudieran figurar airosamente en el diccionario de Pero Grullo. Por ejemplo:

Cuando recorriendo de esta manera las calles de nuestra capital veo darse tanta prisa a derribar edificios monumentales, supongo de buena fe que habría sobra de ellos; cuando veo construirse anchas aceras y cuidarse de la mayor comodidad de los pedestres, entiendo que acaso vayan a suprimirse los coches; cuando advierto la riqueza excitante de las tiendas, calculo la ingrata esquivez de los compradores; cuando reparo en la elegancia y profusión de nuestras boticas, saco la consecuencia del profundo saber de nuestros médicos; la variedad y confusión de los trajes me hace sospechar la que reina en las opiniones; la enciclopédica ostentación de los esquinazos de la Puerta del Sol me pone al corriente del estado brillante de nuestra literatura; y la grata diafanidad de los nuevos faroles me convence plenamente de que estamos en el Siglo de las Luces.

Mas ¡oh contraste! ¡contraste verdaderamente romántico y teatral! Cuando miro el empedrado de algunas calles, las casas a la malicia, los calesines desvencijados, las escaleras de la Plaza, los tocadores al sol de la calle de Lavapiés, la fuente de la Puerta del Sol, las droguerías de la calle de Postas, el teatro de la Cruz, la fachada del Hospicio; entonces, como que prescindo de todo lo demás que vi, y recuerdo entre sueños el Madrid pasado; aquel Madrid de la clásica antigüedad, que cada día me veo precisado a arrancar hoja a hoja del "Manual".

Vuelvo a repetirlo: el espectáculo de nuestras costumbres actuales, de estas costumbres indecisas, ni originales del todo ni del todo traducidas, ni viejas ni nuevas, ni buenas ni malas, ni serias ni burlescas; esta mezcla de nuestros propios gustos con los gustos aprendidos en el extranjero; este refinamiento de lujo al lado de la más espantosa miseria; esta inconstancia de ideas, que nos hace abandonar hoy el proyecto de ayer, y deshacer lo hecho solo porque existe; y ensayarlo todo, y todo exagerarlo; y llevar el género clásico-retrógrado hasta dormir, y el romántico-progresivo hasta accidentarse; y silbar a los unos y a los otros; y matarse porque se escriba, y luego no comprar un libro; y correr desde los toros a la ópera italiana, desde la tribuna al sermón, desde las sociedades políticas al Prado, desde lo alto a lo bajo, desde lo pasado al porvenir, y desde lo presente a lo pasado; desde el año 8 al 14 y del 14 al 8, del 23 al 14 y del 33 al 20, del 36 al 12 y del 37 al... ¡sábelo Dios!... Todos estos vaivenes todas estas inconsecuencias, toman forma material, por decirlo así, en nuestras casas, en nuestros trajes, en nuestras diversiones, en nuestros placeres, en los usos, en fin, más indiferentes de nuestra vida privada.

Un filósofo práctico no puede dejar de ver todo esto con solo recorrer las calles de Madrid; y sin ser Víctor Hugo, ni estar acostumbrado a trasladar el lenguaje de las piedras al idioma vulgar, no podrá menos de reconocer estos vaivenes, esta incertidumbre en todos los objetos que hieran sus sentidos. -Ellos le ofrecerán una población rica y pobre, indiferente y agitada, atrasada y progresiva, con recuerdos y con esperanzas, con fanatismo y con filosofía; mezcla, en fin, de lo delicado y lo grosero, de las épocas que pasaron y de las que van a suceder.

Puede que haya alguna exageración poética en este aserto; pero yo veo todo esto y ala más en las calles de Alcalá y de Lavapiés, de la Montera y del Barquillo, de San Antón y de Carretas. -Pero ¿qué digo? sin salir de la mía pudiera presentar a mis lectores un compendio que bastára a probar ex ungue leonem; -y por cierto, ya que he nombrado mi calle, no quiero renunciar a trazar este ligero verbigracia, este prospecto sustancial, siquiera parezca impertinente y como traído a mi intento por la cabellera.

Figúrese, pues, el que guste acompañarme, una calle que, sin ser elegante ni bulliciosa de suyo, participa de la influencia de dos de las principales de Madrid, a quienes sirve de paso y comunicación. Con solo salir de una de estas y dar un paso en la mía, ya se ha retrogradado dos siglos, ya se ha constituido el viajero, no diremos en el Madrid de los moros, pero al menos en el de Cervantes y Calderón. -Las anchas y cómodas aceras, camino real de Pontejos, no han penetrado aún en este modesto recinto, ni lo permite su estrechez ni torcida dirección, semejante en lo indecisa a la que llevamos en lo que va de siglo; un empedrado menudo, vacilante y desigual, forma la base de su sistema; algunas de sus casas, aparentando marchar con el siglo, elevan su cándida frente sobre los edificios estacionarios que las rodean; y el lujo y la juventud de aquellas contrastan singularmente con la decrepitud y desaseo de estas; unas y otras, empero, por sus formas respectivas, revelan, ya el esplendor, ya la miseria de sus habitantes, y de aquí el que los efectos del ya citado contraste se extiendan, no tan solo al aspecto físico de las casas, sino también a las inclinaciones, usos y condición moral de sus pobladores.

Para proceder con el orden debido, o lógicamente, como dicen los escolásticos, podemos tomarnos la molestia de penetrar por una de las entradas de dicha calle, deteniéndonos, según conviniere, en aquellos objetos más marcados. -Por de pronto, se nos presenta interrumpida la línea general de las casas por dos o tres de ellas, que intestan algunos pies más retiradas que las demás, lo cual, sin duda, debió originarse de algún plan de desahogo y de mejora de esta calle, que existiría en los tiempos antiguos, y que, como todos los planes de mejora que se forman en España, fue abandonado después. -Este ligero recodo forma lo que en Madrid se llama una plazuela, bien que (sea dicho en verdad) tan incógnita, que aunque con su rótulo y todo, se escapó a la solícita averiguación del último corregidor de la villa. -Ustedes, señores lectores, querrían que yo compulsase el dicho rótulo, aunque no fuese más que para sacar el ovillo por el hilo, y averiguar de esta manera la calle que hoy me toca sacar a la escena; pero ¿no conocen VV. que esto sería demasiada candidez, candidez semejante a la del pintor de Orbaneja, o a la de aquel otro que, habiendo trasladado en su lienzo a San Antón y su inseparable compañero, puso debajo, para evitar dudas indiscretas: «Este es San Antón, y este otro es el cochino»? -Yo, en fin, no he de revelar el nombre de mi calle, sino dar tales señas de sus facciones, que aquel que la conozca no pueda menos de exclamar: «Esta es».

Volviendo a la plazoleta de su entrada, no hay que alegar de su inutilidad, pues que sirve de común patrimonio a un herrador, a un carbonero y a una cabrería, los cuales alternan armónicamente en su tranquila posesión, según las horas del día, a saber: el carbonero, durante las primeras de la mañana, procediendo al descargo y encierro de las seras de carbón, operación atlética, en que los robustos asturianos ofrecen gratis un espectáculo no menos prodigioso que el de los señores Darrás y Manche; el herrador, en lo restante del día usa de la plazuela acondicionando bestias de toda especie; y el cabrero, al anochecer (como es uso y costumbre en toda égloga), echando a pacer las mansas cabrillas, no ya la hierba aljofarada, sino los pedazos de tachuela y los desperdicios del cisco.

Una taberna (con perdón) sale al paso, y detendría al menos aficionado, si no fuera por otras tres o cuatro que se disputan con ella el surtido de la calle; pero cuenta que la que hablamos es taberna filosófica, con dos puertas como el templo de Jano, una de paz y otra de guerra; una pública y ostensible, otra disfrazada en un portal ¡y qué portal!... portal-pasaje, que comunica con una calle principal y con una oficina, y luego por la parte de arriba huéspedes, y qué sé yo cuántas cosas... ¡Feliz situación de establecimiento!

«¡Si es o no invención moderna,
Vive Dios que no lo sé!
Pero delicada fue
La invención de esta taberna».

Las casas nuevas y renovadas se ostentan por lo regular en la acera izquierda; la derecha la ocupan las accesorias de dos establecimientos públicos; el uno, financiero ; el otro, artístico ; aquel, concurrido; este, solitario; este, demostrando en su lúgubre manto el miserable estado de las artes en España; aquel, dando a conocer en su animación la tendencia y objeto de este Siglo del Oro. Uno y otro, a decir verdad, podrían haberse ido a situar a otra parte, y no venir a oponerse a la propagación de nuestras luces. Afortunadamente para el último tercio de la calle, ciertas tapias de un convento de monjas favorecen a la claridad del frente, máxime después que la revolución ha venido a batir las cataratas o pantallas de los balcones. -Esto en cuanto a la vista; en cuanto al olfato, no nos falta ocupación a los vecinos de la tal calle, teniendo a mano la sección central del diabólico invento de Sabatini; -más allá brinda mil placeres al gusto un establecimiento gastronómico de seis reales abajo; -tres o cuatro barberos, oportunamente colocados, se encargan por su parte de asegurar al oído sus más punzantes sensaciones; -y por último, algunas cortinillas vergonzantes dejan adivinar otros estímulos al más perseguido y envidioso de los sentidos.

De todo hay, pues, en esta enciclopédica calle: lujo e indigencia, clásico y romántico, virtudes y yerro, oro y estiércol; y todo en cuatro pasos, como quien dice; y en estos cuatro pasos, que dan VV. todos los días, señores lectores, distraídos e indiferentes, no habrán hecho alto en el bullicio de las tabernas, ni en el silencio del convento; ni en la desentonada vihuela y la seguidilla del entresuelo, ni en el armónico piano a la preghiera del príncipal; ni en la carretela parada a una puerta, ni en la sabatina que sale por otra; ni en los cabritillos que triscan ni en los muchachos que retozan; ni en las casas al estilo de Londres, ni en las otras al estilo de Leganés; ni en los empleados que entran, ni en los que salen; ni en los huéspedes forasteros, ni en los habitantes indígenas; ni en la elegante romántica de la Edad Media, ni en la compaseada manola de la mantilla de terciopelo; ni en los dichosos del día, ni en los desdichados de la noche; ni en nada, en nada, en fin y de todo lo que constituye este variado espectáculo, este cuadro de fantasía que llamamos... -¿Su calle de V.? -Sí, señores lectores, la de ustedes, la mía, cualquiera de las calles de Madrid: se entiende, del Madrid de 1837.

*Mesonero Romanos vivió en la calle Angosta de San Bernardo, actualmente Calle Aduana, entre Gran vía y Alcalá, y que corta a Montera.

domingo, 12 de enero de 2014

"El astrólogo de Valladolid", de José García de Villalta

El astrólogo de Valladolid
José García de Villalta

La escena se supone en Madrid, en los primeros tres actos; el primer cuadro del cuarto pasa en Burgos; el segundo también en Madrid, y en Valladolid el último acto.

Acto primero
    
Suntuosos jardines del palacio de don Beltrán de la Cueva.    
     
     
Escena I    
     
EL ASTRÓLOGO ABIABAR, EL LICENCIADO JIMÉNEZ.    
     
ASTRÓLOGO     Seguidme, buen licenciado.        
    No os asombren los soberbios        
    jardines de don Beltrán.        
    ¿Visteis otros más amenos?        
    Un banquete a su monarca   
    y a los próceres del reino        
    hoy ofrece el potentado;        
    y está con la corte dentro        
    el rapaz de que os hablé.        
LICENCIADO     Feliz destino es el vuestro
    maese Abiabar, pues os abren        
    o por astrólogo excelso        
    o por médico feliz,        
    sus puertas los palaciegos;        
    los pobres sus corazones;   
    sus arcas los opulentos.        
ASTRÓLOGO     Algo merece la ciencia        
    que busca al dolor consuelo        
    y sus arcanos arranca        
    a los futuros eventos.   
    Esperad aquí un instante,        
    mientras aviso al mancebo        
    que anhela vuestra amistad.        
    Es joven, bizarro, apuesto,        
    y aunque de escasa fortuna,   
    de elevado nacimiento.       
    De guerras lejanas viene,        
    donde probó con sus hechos        
    ser valiente al par que honrado        
    y al par que sagaz discreto.   
    Hoy es paje del monarca        
    por merced al valimiento        
    de don Ferrer de Lanuza,        
    el ilustre mensajero        
    de su alteza de Aragón.    
    Acogedle bien os ruego.        
         
(Vase.)    
         
Escena II    
         
EL LICENCIADO.    
         
EL LICENCIADO     Para ese doncel las trovas...        
    Jamás hice peores versos.        
    (Leyendo.)        
         Nobilísima doncella        
         más hermosa    
         que la rutilante estrella        
         del amor.        
    ¡Musa traidora y mezquina        
    la que preside a mis metros,        
    pródiga si no la llamo,
    avara si la pretendo!        
    Coplas desnudas de unción;        
    frialdad en los sentimientos;        
    mas... ¿qué beldad nacer pudo        
    de este acuitado cerebro,
    en medio de la pobreza        
    que aferra y ata su vuelo?        
    Heme aquí, triste fantasma,        
    cruzando el mundo en silencio        
    y hacinando versos malos
    sobre otros que no son buenos,        
    mientras los altos señores        
    por regios apartamentos        
    se ceban en la alegría        
    de banquetes halagüeños,
    y apuran cálices de oro        
    sin que turbe su contento        
    esa miseria que ruge        
    por las cabañas del pueblo.        
    ¡Plegue a Dios que Ferrán Calvo
    no sea en letras muy experto!        
    Y que las trovas le agraden        
    por no entender los conceptos.        
    Favores debo a Abiabar,        
    y es justicia agradecerlos...
    Allí vienen.        
     
Escena III    
     
EL ASTRÓLOGO, EL LICENCIADO y FERRÁN CALVO.    
     
ASTRÓLOGO                            Ved, seor paje,        
    el amigo que os presento.        
FERRÁN     (Alargándole la mano al LICENCIADO.)        
    ¡Gran merced! Seor licenciado,        
    aceptad mi mano os ruego        
    y la estimación con ella
    que os ofrece un forastero.        
LICENCIADO     Yo os lo agradezco, doncel,        
    y mi humildad os ofrezco.        
ASTRÓLOGO     Sabed que es el licenciado        
    de toda mi amistad dueño.
    Vile nacer, que pasaba        
    acaso a Torre Jimeno,        
    y hospitalidad sus padres        
    con agasajo me dieron.        
    Su horóscopo levanté;
    y aunque indicaron los cielos        
    de algún príncipe inmortal        
    el natalicio y el tiempo        
    desmintió la profecía,        
    tiene generoso pecho,
    no le abate la estrechez        
    en que su estrella le ha puesto,        
    y desde el pobre tugurio
    sabe con altivo vuelo        
    su espíritu levantar
    al celeste firmamento.        
FERRÁN     Huélgome sobremanera,        
    Jiménez de conoceros.        
LICENCIADO     Paréceme que a Abiabar        
    deslumbra su mucho afecto,
    tal cual soy, tendré a lisonja,        
    doncel, serviros si puedo.        
ASTRÓLOGO     Dad pues al paje las coplas;        
    yo no pude complaceros,        
    seor Ferrán, porque en las rimas,   
    a fe que no soy muy diestro.        
FERRÁN     ¿Ya las hizo el licenciado?        
LICENCIADO     Lo menos mal que pudieron        
    componerse en solo un día.        
FERRÁN     (Alargando la mano para tomarlas.)        
    A grande merced lo tengo.
LICENCIADO     Vedlas.        
FERRÁN                   Poco se me alcanza,        
    seor licenciado, de metros,        
    que en las armas, no en las letras,        
    hacer mis estudios suelo.        
    Declarádmelas vos mismo.
LICENCIADO     Con temor os obedezco.        
    (Leyendo.)        
         Nobilísima doncella,        
         más hermosa        
         que la rutilante estrella        
         del amor;    
         vos que en el rostro sois rosa        
         y en la pureza jazmín,        
         y diamante en el honor,        
         ¿despreciaréis mi dolor,        
         o a mi cuita daréis fin?
FERRÁN     ¡Bizarras trovas a fe!        
    Sois, Jiménez, más coplero        
    que el mismo cantor Macías.        
LICENCIADO     Pero el fin...        
FERRÁN                          Le doy por bueno;   
    que aquí vine sin ser visto,
    y a su alteza volver tengo        
    antes que note mi falta.        
ASTRÓLOGO     No olvidaréis que os espero        
    a cenar conmigo a entrambos.        
FERRÁN     (Dando la mano al licenciado.)        
    A Dios, amigo; hasta luego.
LICENCIADO     Doncel, a Dios.        
ASTRÓLOGO                    ¡Ah! Seor paje,        
    cuenta con mis mandamientos;        
    mucha prudencia en palacio,        
    y no olvidéis los consejos        
    que os dio vuestro bienhechor
    don Ferrán.        
FERRÁN                         Id satisfecho.        
     
(Vanse el ASTRÓLOGO y el LICENCIADO. FERRÁN se entretiene en arrollar el pergamino, cuando ve a los interlocutores de la siguiente escena.)    
     
Escena IV    
     
FERRÁN, EL MARQUÉS DE VILLENA, EL MAESTRE DE CALATRAVA, EL ARZOBISPO DE TOLEDO y otros señores.    
     
FERRÁN     (Aparte, ocultando el pergamino de los versos.)        
    ¡Cómo, el marqués de Villena        
    y el prelado de Toledo!        
    ¡Juntos estos dos señores!        
    ¿Acabaron ya sus feudos?
    Acercarme debo un poco,        
    que quizá de sus intentos        
    a mí me interese mucho        
    averiguar el misterio.        
    (Se oculta entre los árboles.)        
MAESTRE     Don Beltrán de la Cueva es a fe mía
    regio en la cortesía.        
    ¿Qué dijeran sus nobles ascendientes        
    si entre los candelabros resplendentes   
    le vieran festejar al soberano?        
ARZOBISPO     ¡Pobres palafreneros!        
MARQUÉS                          Sois, hermano,
    mordaz a lo que veo.        
ARZOBISPO     Yo aplaudirle deseo.        
MAESTRE     Y yo ensalzar su fausto y su riqueza.        
    Si alzaran la cabeza        
    de Beltrán los abuelos,
    volviéranse a morir de puros celos        
    viendo a su Beltrancico tan alzado.        
ARZOBISPO     Dejemos ya al menguado.        
    Basta que nos regale en sus festines,        
    y entre damas y nobles paladines
    vierta el oro que pagan los pecheros.        
    ¿Mas qué sabéis, marqués, del condestable?        
    ¿Es cierto que con otros caballeros        
    prepara rebeliones y que intenta...?        
MARQUÉS     Así en Madrid se cuenta.
    Ambiciosos proyectos, quejas vanas        
    que deshonran las canas        
    de todo un condestable de Castilla,        
    y de los condes de Alva y de Plasencia;        
    no extrañaré que presto la cuchilla
    de la ley ponga coto a su insolencia.        
    (En voz recatada separándose de los otros señores, que se pasean y hablan.)    
    ¿Mas sabéis, arzobispo, de qué lengua        
    nació el falso rumor que en vuestra mengua        
    por la corte circula?        
ARZOBISPO     ¿Qué rumor, seor marqués? Nada he sabido.
MARQUÉS     Hay quien os acumula        
    parcialidad secreta en el partido        
    de los nobles rebeldes, y hay quien diga...        
ARZOBISPO     ¡Cómo! ¿Queréis ya rota nuestra liga        
    y la unión por los dos recién formada?
MARQUÉS     ¿Por qué a sospecha tal daréis entrada?        
ARZOBISPO     ¡Dudar mi vasallaje!        
MARQUÉS                         ¿Y cómo pudo        
    creer vuestra eminencia que lo dudo?        
    Mientras rivales fuimos, luché fuerte;       
    mas ya que quiso venturosa suerte   
    unirnos para el bien de la Castilla,        
    estimara mancilla        
    en mi lealtad y fe no preveniros        
    de que os asestan alevosos tiros.        
ARZOBISPO     Aprendamos, marqués, en la experiencia,
    y sepamos al fin que es imprudencia        
    no estrechar la amistad hoy prometida...        
    agradezco el aviso con la vida.        
    ¿Mas qué piden al rey los caballeros?        
MARQUÉS     Pídenle el fin de graves desafueros
    que aquejan al estado,        
    por intestinas guerras devorado;        
    pídenle paz, buen orden y justicia,        
    arreglos en el clero y la milicia...        
ARZOBISPO     ¿Mas qué esconde la suplica en el seno,
    que esos pretextos son...?        
MARQUÉS                       Yo los condeno,        
    pero ignoro su fin, que el condestable        
    fue siempre mi adversario.        
    Es fácil, variable,        
    amigo peligroso y mal contrario.
ARZOBISPO     ¿Y ni aún juzgar sabéis por conjetura        
    de los rebeldes la intención segura?        
MARQUÉS     En verdad, arzobispo, que no acierto.        
    No es más la sedición que un desconcierto        
    cuyos tumultos y sangrientas guerras
    a los del condestable darán tierras        
    y ricos señoríos y castillos.        
ARZOBISPO     ¿Y no podrá su alteza reducillos?        
MARQUÉS     Si no pierde un instante,        
    pues la parcialidad es del infante.
ARZOBISPO     ¿Del rapaz don Alonso? ¿Y qué desea?        
    ¿De doce años contra el rey pelea?        
MARQUÉS     Su maestrazgo parece que reclama.        
ARZOBISPO     ¿Y por eso encender la voraz llama        
    de nueva sedición en las Castillas?
MARQUÉS     Quitáronle sus villas        
    y a don Beltrán las dieron.        
ARZOBISPO                        Pero acaso...
    El infante es de seso tan escaso...        
MARQUÉS     Don Alonso quizá ni aun lo sospecha;        
    la armada sedición solo aprovecha
    de nuestro infante el nombre;        
    niño le aclama y le temiera hombre.        
ARZOBISPO     ¡No me asustan a fe los imprudentes        
    esfuerzos de esos pocos insurgentes,        
    si seguimos unidos,
    ya, marqués de Villena, están vencidos,        
    y serán sus blasones y sus feudos        
    herencia a nuestros deudos;        
    ni habrá osado infanzón que en vano intente        
    contrastar nuestra fuerza omnipotente!
MARQUÉS     Nunca, arzobispo, se alzará segura        
    esa fuerza futura        
    en tanto que la infanta...        
ARZOBISPO     ¿Y al marqués de Villena por qué espanta        
    esa doncella tímida y devota?
    ¿Pues acaso en Castilla no hay conventos?        
MARQUÉS     Fuera para nosotros grave nota        
    y abono de los nobles descontentos;        
    que en ella ve Castilla la esperanza        
    de conservar su augusta dinastía,
    y derrocar supiera la privanza        
    del que a Isabel a un claustro reducía;        
    a doña Juana llaman Beltraneja;        
    el niño Alfonso gobernar se deja        
    por el ayo más rudo.
    ¿Qué esperanza a la patria ni qué escudo        
    al trono le quedara        
    si Isabel en el claustro profesara?        
    De alevoso tachárase el proyecto,        
    y fuéralo en efecto.
ARZOBISPO     No concibo, marqués...        
MARQUÉS     Vuestra eminencia        
    ¿sostiene la influencia        
    de la infanta Isabel...?        
ARZOBISPO     Ni lo he pensado.        
MARQUÉS     ¿Pues no habéis, arzobispo, contrariado        
    el enlace felice
    que al rey de Portugal proponer hice?        
ARZOBISPO     ¿Y el influjo que os pesa de la infanta        
    dándole un soberano se quebranta?        
MARQUÉS     Dejadla ser potente;        
    que salga de Castilla es suficiente.
    Y si muriendo Enrique le pluguiera        
    a los nobles hacerla su heredera,        
    el buen rey portugués ¿no apelaría        
    de nosotros, señor, a la valía        
    para regir el reino?        
ARZOBISPO     Sea en buen hora
    Mas antes de ceder decidme ahora        
    si lidiaréis, marqués, por nuestra parte,        
    o bien si seguiréis el estandarte        
    de la armada nobleza.        
MARQUÉS     Amor, deber, honor, delicadeza,   
    a la parcialidad del rey Enrico        
    unen mi espada y vida,        
    yo por él mi oro y sangre sacrifico,        
    quedando así cumplida        
    la obligación de noble caballero.
ARZOBISPO     Eso de vos espero.        
MARQUÉS     Y si solo quedara,        
    solo por don Enrique peleara,        
    contra vos, arzobispo, contra el mundo.        
ARZOBISPO     De júbilo profundo        
    me llena esa promesa; ved mi mano.
    Contad, marqués, de hoy más con un hermano.        
    Hablad ya de Isabel.        
MARQUÉS     He recibido        
    del rey de Portugal mensaje nuevo,        
    según este designio concebido;        
    aquí sus cartas llevo.
ARZOBISPO     Dad, marqués de Villena,        
    y ya que siempre tuve a grave pena        
    combatir vuestras miras en la corte,        
    hoy me cumple probaros como amigo        
    que vuestro bien será mi solo norte.
    Cuidad, empero, de tener conmigo        
    en presencia de todos aquel ceño
    que antes nos apartaba.        
MARQUÉS     Yo me empeño        
    en encubrir con áspero semblante        
    mi fe jurada y mi amistad constante.
     
Escena V    
     
EL MAESTRE y dichos, menos EL ARZOBISPO.    
     
MARQUÉS     (En voz muy baja.)        
    La ocasión vino ya de nuestro intento;        
    a caballo, Maestre; en el momento        
    hacia tierra de Burgos veloz parte,        
    y al condestable dile de mi parte        
    que alce sin más temer ya la bandera;
    a caballo, mi hermano, no hay espera.        
MAESTRE     ¿Y el arzobispo...?        
MARQUÉS     Adiviné su mente.        
    Con todos sus caudales y su gente        
    se opone a nuestras justas peticiones        
    por mentidas razones
    de amor y de lealtad.        
MAESTRE     ¿Mas le entregaste...?        
MARQUÉS     Papeles, sí, pero saber te baste        
    que son de Portugal. No ignoras cuánto        
    su éxito te interesa.        
MAESTRE     Hermano, tanto        
    cual me importa vivir. Sin eso muero.
MARQUÉS     A caballo, Maestre; guarda empero        
    hasta Burgos prudencia consumada;        
    después resplenda al sol la dura espada.        
     
(Vanse.)    
     
FERRÁN     ¡Danse marqués y obispo ya las manos!        
    A fe que mis temores no eran vanos.   
     
(Retírase.)    
   
Escena VI    
     
Atraviesan la escena sucesivamente, y sin detenerse en ella más de la preciso para decir sus partes respectivas, EL REY DON ENRIQUE, hablando con DON BELTRÁN DE LA CUEVA; LA REINA, acompañada por el MARQUÉS DE VILLENA; DOÑA GUIOMAR, favorita del rey, con EL ARZOBISPO DE TOLEDO; EL INFANTE DON ALONSO y LA INFANTA DOÑA ISABEL, acompañado aquel por FERRÁN CALVO, y ésta por DOÑA BEATRIZ DE BOBADILLA, su camarera. Solo EL REY está cubierto. Siguen a la comitiva pajes, guardias y servidumbre.    
     
ENRIQUE     Generoso te has mostrado        
    festejándome, Beltrán;        
    feliz el rey a quien sirven        
    vasallos de tu lealtad.        
BELTRÁN     Señor, quien todo os lo debe
    honra sirviéndoos se da.        
ENRIQUE     Ya ves, marqués de Villena,        
    cómo está mi autoridad.        
    Dicen que mi condestable,        
    los Manriques y otros más
    acuden con gente a Burgos.        
MARQUÉS     ¿Y qué intentan?        
ENRIQUE     Suplicar        
    que mejor gobierne el reino;        
    que haya entre los nobles paz        
    que sus fueros se respeten.
MARQUÉS     Si quisiere contestar        
    vuestra alteza con la espada,        
    espero que aceptará        
    antes que todas la mía.        
ENRIQUE     Sin ti, marqués, fuera mal
    resolver tan grave punto.        
    Tú mismo te encargarás    
    de responder en mi nombre        
    a los de Burgos.
MARQUÉS     Se hará        
    como vuestra alteza manda.
    Pero es preciso cortar        
    no solo el miembro podrido,        
    sino la causa del mal.        
    También en la corte tiene        
    parciales la deslealtad;   
    pongámosle, señor, freno.        
    Ya sabéis que Portugal        
    tesoros y armas os brinda        
    con que podáis conjurar        
    de los nobles sediciosos
    la violenta tempestad.        
    Doña Isabel, nuestra infanta,        
    podrá entonces domeñar        
    no la sedición de Burgos,        
    sino el poder colosal
    con que Aragón y Navarra        
    humillan la majestad        
    de vuestra corona augusta.        
ENRIQUE     Ya dije a Isabel que está        
    para ajustarse el tratado.
    ¡Sin ti, marqués, cuánto afán        
    el gobierno me costara!        
BELTRÁN     (A la REINA.)        
    ¿Permitido me será        
    señora, que de escudero        
    os sirva?        
REINA                     ¡Solo el pesar
    me asedia en mi propia corte!        
    ¡Qué rendido, qué galán        
    sirve todo un arzobispo        
    a esa tal doña Guiomar!        
ARZOBISPO     (A DOÑA GUIOMAR.)        
    Sé que repugnancia os cuesta
    sé que así vuestra beldad        
    carecerá de los triunfos        
    que alcanza de esa rival;        
    pero es forzoso, señora;        
    al monarca aconsejad,
    que ya empeñé mi palabra
    en pro del lazo nupcial.        
GUIOMAR     Mas si el marqués lo desea,        
    vuestro adversario, ¿la paz        
    habréis hecho por ventura?
ARZOBISPO     Es forzoso contemplar        
    alguna vez a los grandes.        
    Vos, que hermosa sin igual        
    en el pecho del monarca...        
GUIOMAR     Sois, arzobispo, mordaz.
ALONSO     (A FERRÁN.)        
    ¿Ya justaste en Zaragoza?        
FERRÁN     Pude ese honor alcanzar.        
ALONSO     ¿Y rompiste muchas lanzas?        
FERRÁN     Cinco a caballo no más;        
    luego la espada sacamos.
ALONSO     ¿Y venciste?        
FERRÁN                            Sin lidiar;        
    que fue cortés mi oponente.        
ALONSO     ¡Cuánto te envidio, Ferrán!        
     
(Salen todos. Desde los bastidores se vuelven DOÑA ISABEL y DOÑA BEATRIZ a la escena.)    
     
Escena VII    
     
DOÑA ISABEL, DOÑA BEATRIZ.    
     
ISABEL     Vuélvete un instante; por estos jardines        
    de las puras auras gocemos en paz;
    cáusanme fatiga justas y festines,        
    y esos cortesanos de fingida faz.        
BEATRIZ     ¿Qué dolor os turba? Decidlo, señora.        
    ¿Perdió vuestro aprecio la triste Beatriz?        
ISABEL     ¿Y qué, no es bastante verme a cada hora
    de astutos ministros víctima infeliz?        
    Sagaces deslumbran a Enrique mi hermano;        
    cábalas mezquinas trámanle en redor,        
    y agora en rehenes le piden mi mano,        
    y agora la piden en signo de amor.
BEATRIZ     Sin duda, oh infanta, el nudo os desplace        
    con que al himeneo os van a estrechar.
ISABEL     Esa débil trama presto se deshace,        
    ni tal lazo nunca se podrá añudar,        
    que si el de Villena piensa por ventura
    con el rey vecino pactos concluir        
    sé que el de Toledo de tal no se cura.        
BEATRIZ     ¿Y el qué, noble infanta, os puede afligir?        
ISABEL     El prelado me ama.        
BEATRIZ     Así lo imagino,        
    y aun solo por eso no llego a entender
    por qué vuestra alteza suspira contino,        
    por qué hasta su alma no llega el placer.        
ISABEL     Beatriz, te confieso que en bárbara lucha        
    mi deber se traba con mi corazón,        
    y el entendimiento al alma no escucha,
    ni el alma tampoco cede a la razón.        
BEATRIZ     Todo lo penetro; no culpad, infanta,        
    al pecho que siempre os ha sido fiel.        
ISABEL     Yo culparme debo de flaqueza tanta.        
BEATRIZ     ¿Pues quién más bizarro que el bravo doncel?
    (Se estremece al oírle nombrar.)        
ISABEL     Me embarga la lengua su nombre o su vista,        
    mas yo mi ternura lograré apagar.        
BEATRIZ     ¿Por qué, mi señora? ¿Cuando así resista        
    su imagen amada logrará olvidar?        
    ¿No hubo muchos reyes...?        
ISABEL             Ten, Beatriz, tu celo,
    que tales palabras no escucha Isabel.        
    ¿Por qué cuna pobre me ha negado el cielo?        
    ¿Por qué regia cuna le ha negado a él?        
    Pensé que secreta mi mengua estaría,        
    que así nos deslumbra juvenil candor;
    Ferrán entre tanto mi pecho leía,        
    y osó en el banquete hablarme de amor.        
    Me entregó unas trovas llenas de cariño,        
    que yo, Beatriz mía, me atreví a leer.        
    (Leyendo para sí las trovas.)        
BEATRIZ     Pásmame, señora, que siendo tan niño
    tan gentiles rimas sepa componer.        
ISABEL     Mis colores lleva, canta a mis balcones,        
    repite do quiera mi prez y loor;
    detener es fuerza sus adoraciones,        
    aunque a mí infelice me mate el dolor.
BEATRIZ     Y aun por eso tanto teméis, mi señora,        
    la infausta alianza con el Portugal.        
ISABEL     De tal himeneo no me hables ahora;        
    por una vez basta, Beatriz, con un mal.        
    Sé que el de Toledo protegerme cura,
    que en servirme siempre se ha mostrado fiel;        
    toma esos conceptos; cese mi locura;        
    con airado ceño dalos al doncel.        
     
Escena VIII    
     
Las mismas y FERRÁN.    
     
FERRÁN     Permitid, infanta...        
ISABEL                         Paréceme extraño        
    que así se interrumpa, doncel, mi solaz;
    padecéis, seor paje, gravísimo engaño        
    si esperáis que sufra vuestro modo audaz.        
FERRÁN     Pensé, mi señora, que grato os sería        
    dar a un forastero amparo y favor.        
ISABEL     Sabed, forastero, que es descortesía
    arrancar mercedes.        
FERRÁN                       Calmad el rigor.        
    Recordad, princesa, que nuevo en Castilla,        
    tan joven y ausente del paterno hogar,        
    no es mucho que adore al astro que brilla        
    como el sol de oriente sin mayo ni par.
    ¿No pensáis, señora, que pueda mi pecho        
    por ser pobre paje albergar amor,        
    respeto, ternura o airado despecho,        
    ni dar en los campos pruebas de valor?        
ISABEL     ¿Mas qué pretendéis?        
FERRÁN                         Solo, infanta augusta,
    serviros imploro; por Dios consentid;        
    sabré vuestras cifras honrar en la justa,        
    de sangre esmaltarlas sabré en cruda lid.        
    Dichoso, señora, yo entre los donceles,
    si mi acento humilde os mueve a piedad.
    (Se arrodilla.)        
    Ceñirán mi espada frondosos laureles.        
ISABEL     Atrevido sois, doncel; levantad.        
    (Alarga la mano para levantarlo; él se la besa respetuosa y tiernamente.)    
FERRÁN     Vuestra hermosa mano, augusta princesa,        
    cual símbolo adoro de paz y perdón.        
ISABEL     De ser tan benigna, don Ferrán, me pesa,
    que así a vuestra audacia doy un galardón.        
    Partid al contado.        
FERRÁN                       Señora, es forzoso,        
    pues todo soy vuestro, que os sirva leal.        
    Mil riesgos os cercan...        
ISABEL                             Quedad en reposo.        
    Beatriz, ¿viste nunca pertinacia igual?
FERRÁN     Vuestro caballero, infanta, os requiere,        
    el que nunca olvida vigilar por vos;        
    hay cierto arzobispo que mucho os malquiere,        
    dudad sus palabras, señora, por Dios.        
    Cauteloso amigo es del de Villena;
    fíngense adversarios por mejor triunfar;        
    la pureza de ambos suele andar ajena;        
    ved, princesa, si hay razón de dudar.        
    Y aquel cuya vida de veros felice        
    depende tan solo ¿podrá sin dolor
    oír que en la corte de cierto se dice        
    que va el arzobispo...?        
BEATRIZ                    El rey, mi señor.        
    (Sepáranse.)


Acto segundo
           
Aposento de palacio    
     
     
Escena I    
     
EL REY ENRIQUE, sentado con grande abatimiento, LA INFANTA DOÑA ISABEL, y GUARDIAS en las puertas.    
     
ENRIQUE     ¡Oh desdichado monarca!        
    ¡Cuánto mi corona pesa!        
    Abandónanme los míos,        
    me escarnece la nobleza,        
    y hasta mi propia familia
    me arrancan con brutal fuerza.        
    Señor que riges los cetros        
    de los reyes de la tierra,        
    un príncipe desgraciado        
    hoy implora tu clemencia.
    Dame valor, Dios piadoso;        
    caigan sobre mi cabeza        
    las iras de tu justicia,        
    pero a la patria no hieran.        
ISABEL     Piadoso invocáis al cielo;
    él, don Enrique, os proteja        
    más no cumple un soberano        
    con exhalar tristes quejas.        
    Después de la prez devota        
    cambiad ¡oh rey!, la diadema
    por el acerado casco;        
    trocad en peto las sedas;        
    por el corcel de batalla        
    la ociosidad que os aqueja;        
    y esforzado paladín
    el que antes piadoso fuera
    rompa con la dura espada        
    las desdichas que lamenta.        
ENRIQUE     ¿También mi hermana Isabel        
    mi tribulación aumenta?
ISABEL     Yo, don Enrique, os animo,        
    que el veros llorar es mengua.        
    Y aunque soy débil mujer,        
    si vuestro cetro blandiera,        
    con él quizá quebraría
    la frente de los que intentan        
    envilecer al monarca.        
    Sacudid, rey, la pereza;        
    y ya que de soberano        
    os desciñáis la diadema,
    si hombre sois y caballero        
    no sufráis tales ofensas.        
    Rescatad a vuestro hermano,        
    al niño Alonso, que estrecha        
    prisión en Burgos padece.
ENRIQUE     Hablas, incauta doncella,        
    ignorando lo que pides.        
    ¿Con quién declaro la guerra?        
    ¿Qué gentes, qué caballeros        
    acuden a mi bandera?
    Mientras rigió mis consejos        
    Juan Pacheco, el de Villena        
    ¡ay triste!, ¡mi solo amigo!,        
    ¡el que amé en la edad primera!        
    Vísteme reunir mesnadas,
    caballos, huestes guerreras...        
    pero él también me abandona,        
    también la facción aumenta;        
    el maestre de Calatrava,        
    su hermano, hacia Burgos lleva,
    con infinitos peones,        
    comunidades enteras.        
    ¿Mi espada sola qué haría        
    aun cuando el Cid la esgrimiera?        
ISABEL     ¡Dios os lo perdone, Enrique,
    y de la sangre que riega        
    a mares la monarquía        
    no quiera pediros cuenta!        
    Porque hubo un tiempo ¡oh hermano!,        
    que débil gusano era
    esa misma sedición        
    que hoy audaz os amedrenta.        
    Quebrantar su frente entonces        
    pudisteis, y su soberbia;        
    pero flaco, irresoluto,
    y más indeciso que ella,        
    peleasteis sin vencer;        
    disteis tiempo a la pelea;        
    y aquel enantes gusano,        
    nutriose de sangre vuestra,
    y hoy serpiente formidable        
    amaga vuestra existencia.        
    Si al principio de la lucha        
    sobre los rebeldes fueran        
    la mitad de los que luego
    murieron en la contienda,        
    a buena fe, don Enrique,        
    los tumultos concluyeran,        
    vos reinaríais dichoso        
    y Castilla os bendijera.
ENRIQUE     Duélete, Isabel, de mí.        
    La escandalosa infidencia        
    del marqués, de Juan Pacheco,        
    ha enervado mi entereza;        
    él era mi único apoyo,
    él mi esperanza postrera.        
ISABEL     Los mejores aliados        
    que un sabio monarca cuenta        
    son Dios, señor, y su espada.        
    ¿Quién esperáis que a vos venga
    si vos mismo, don Enrique,        
    buscáis la coyunda ajena?        
    Si vos vuestra propia honra        
    miráis con tanta tibieza,        
    ¿queréis que un extraño acaso
    tome por vos la defensa?        
ENRIQUE     Por piedad, Isabel mía.        
    ¡Ay, hermana, si supieras        
    lo que oculta mi cariño        
    por no acrecentar tus penas!
    ¡Si pudieras penetrar        
    estas dolorosas nuevas!        
ISABEL     ¿Aun hay más calamidades?        
    ¿La rebelión satisfecha        
    aun no está con la prisión
    de don Alonso? ¿Qué esperan        
    qué piden los conjurados?        
ENRIQUE     ¡Piden tanto!        
ISABEL             Mas si es fuerza        
    oírlos, ¿a qué esperáis?        
    Concédales vuestra alteza
    mucho más que pedir osan.        
    Y ya que remiso os vieran        
    para empuñar el acero,        
    no estéril miedo os detenga;        
    sed resuelto alguna vez,
    dadles paz, o dadles guerra.        
ENRIQUE     De ti depende, Isabel,        
    seguir tu propia advertencia.        
ISABEL     En buen hora, don Enrique;        
    vos salvaos, y yo perezca;
    quede en libertad Alonso,        
    la paz torne a vuestras tierras.        
ENRIQUE     ¿Mas tú sabes lo que piden?        
    ¿Quieres tú que yo consienta?        
ISABEL     ¿Pues qué designio es el suyo?
ENRIQUE     A una condición sujetas        
    están la guerra y la paz;        
    tu mano será la prenda        
    que en esta cuestión decida.        
ISABEL     ¿Aún persisten en la idea    
    de que el rey de Portugal...?        
ENRIQUE     ¡Ojalá en ella insistieran!        
    No es el portugués monarca,        
    es el Maestre el que anhela        
    ser tu esposo, Isabel mía,
    el hermano de Villena.        
ISABEL     ¿Y hasta ese punto, señor,        
    el marqués nos vilipendia?        
    ¿No le bastan ya los feudos        
    ni las copiosas riquezas
    que pródiga vuestra mano        
    en mal hora le cediera?        
    ¿No le basta ya la sangre        
    que derrama su fiereza,        
    sino que a sus propios reyes
    ha de sellar con la afrenta?        
    Soy, Enrique, vuestra hermana;        
    en vano humillarme piensan;        
    el convento o el cadalso        
    rescatarán mi pureza.   
ENRIQUE     ¿Y nuestro hermano, y Alonso?        
ISABEL     ¡Ay señor! ¡Cuánta saeta        
    clava a mi ulcerado pecho        
    su memoria...! Mas ¿no hay senda,        
    no hay camino que nos libre
    de esa alianza funesta?        
    ¿Pondremos cual los cobardes        
    nuestro cuello a la cadena?        
ENRIQUE     Horas ha que aguardo a un sabio,        
    a un astrólogo... Su ciencia
    rescatarnos tal vez puede...        
ISABEL     ¿Y fiáis a esas quimeras        
    el honor de vuestra patria?        
    ¡Y en tanto la espada huelga!        
ENRIQUE     Cuando turbados los cielos
    cárdenas llamas reflejan        
    y con temerosos signos        
    males próximos revelan,        
    aconsejarnos es justo        
    del que entiende las estrellas.
ISABEL     Los fenómenos y fuegos        
    que en el cielo centellean        
    si aquí nos causan terror        
    también en Burgos aterran.        
    Ese astrólogo Abiabar,
    que os visita con cautela,        
    ¿quién sabe si está vendido        
    a los que mal os desean?        
    ¿A qué apelar a los astros?        
    Dios vuestra esperanza sea,
    y esa espada, don Enrique,        
    y vuestra propia conciencia.        
ENRIQUE     ¡Qué harán los otros por mí        
    cuando tú ayudarme niegas!        
    No das la mano al maestre,
    y a Alonso y a mí nos dejas...        
ISABEL     ¡Qué oblación tan horrorosa,        
    oh Castilla, de mí esperas!        
    Al gran maestre aborrezco,        
    un infierno es su presencia:
    ¿cómo he de darle la mano        
    con que gustosa le hiriera?        
     
Escena II    
     
Los mismos, UN UJIER que se retira luego, y el ARZOBISPO DE TOLEDO.    
     
UJIER     El arzobispo, señor.        
ENRIQUE     Seas bien venido, Fonseca:        
    ¡cuán inquieto te esperaba!
    ¿Viste, arzobispo, sus letras?        
    ¿Qué piensas de los rebeldes?        
    Habla, amigo, y me consuela,        
    que eres el único noble        
    que fiel a mi causa queda
    entre esa turba de ingratos        
    que yo subí a la opulencia.        
    Habla: ¿qué sería de mí        
    si no te tuviese cerca?        
ISABEL     ¿Y habré, señor arzobispo,
    de ser yo la triste ofrenda        
    que a los traidores se inmole        
    porque su amago suspendan?        
    ¿Para mí no hay esperanza?
ARZOBISPO     Mucho dárosla quisiera,
    noble infanta de Castilla.        
ENRIQUE     Pero en fin, ¿qué me aconsejas?        
ARZOBISPO     En puridad debo hablaros        
    lo mejor que hacerlo sepa;        
    Dios ilumine mi mente
    y mi ánimo fortalezca.        
ENRIQUE     A Dios, querida Isabel.        
ISABEL     Pensad, señor, que pidiera        
    antes recibir mil muertes        
    que el lazo que me presentan.
     
(Vase.)    
     
ENRIQUE     Infelice hermana mía.        
     
Escena III    
     
DON ENRIQUE y EL ARZOBISPO.    
     
ENRIQUE     ¿Y bien, Alonso, qué piensas?        
    ¿Qué dices de ese marqués,        
    de esas cartas, y esas quejas?        
ARZOBISPO     Señor, en alguna parte   
    son fundadas sus querellas;        
    pretenden que doña Juana        
    no pueda ser heredera        
    del reino, que don Beltrán...        
ENRIQUE     Detén, amigo, la lengua;
    de don Beltrán no me hables        
    ni del honor de la reina;        
    infames son los rebeldes,        
    desdoro de la grandeza;        
    para quitarme a mi hermana    
    su falso civismo ostentan.        
ARZOBISPO     Tal es su fin.        
ENRIQUE     ¿Y ellos mismos        
    no agotaban mi paciencia        
    pugnando porque Isabel        
    al de Portugal le diera?    
ARZOBISPO     Yo apoyé su petición,        
    mas no delinquí a sabiendas,        
    y tarde penetrar pude        
    su sagaz estratagema;        
    que al nunciar tal enlace
    previeron que a vuestra alteza        
    rivalidades se alzaran        
    con las vecinas potencias;        
    y al veros luego, señor,        
    abandonado, comienzan   
    esa lucha fratricida        
    que vuestros reinos aqueja.        
    Portáronse cual traidores        
    con astucia y con fiereza;        
    mas vano será su empeño   
    si place a la Providencia,        
    que del vicario de Cristo        
    imploré ya la asistencia,        
    y el grande obispo Venerio        
    en nuestro socorro llega,
    cual Nuncio del santo padre,        
    con sus facultades plenas:        
    tengamos pues confianza;        
    comunidades enteras        
    se niegan de los rebeldes
    a enarbolar las enseñas.        
ENRIQUE     Pero mi hermana Isabel...        
ARZOBISPO     Preciso es que se convenga,        
    o nunca se logrará        
    de don Alonso la vuelta.    
    Le han proclamado monarca;        
    mercedes, gracias dispensa,        
    señor... por su vida temo...        
    disculpad esta franqueza.        
ENRIQUE     ¡Por la vida de mi Alonso!
    El corazón me penetras.        
    ¡Oh conjeturas crueles!        
ARZOBISPO     ¿No tendrá a bien vuestra alteza        
    presidir hoy el consejo?        
ENRIQUE     Dame a firmar: ¡qué sospechas!   
ARZOBISPO     Veréis, señor, los despachos.        
ENRIQUE     Sabes que eso me atormenta.        
ARZOBISPO     Mas es preciso, señor.   
ENRIQUE     Basta que firme y no lea.        
ARZOBISPO     Se arriesga vuestra corona.
    Dignaos, señor...        
ENRIQUE     ¡Qué entereza!    
     
(Vase.)    
     
Escena IV    
     
FERRÁN y EL ASTRÓLOGO.    
     
FERRÁN     ¿Ha tiempo que el rey te aguarda?        
ASTRÓLOGO     Desde antes de amanecer.        
FERRÁN     No olvides lo que me importa        
    que aproveches hoy muy bien
    Abiabar, de la entrevista.        
ASTRÓLOGO     Los recelos deponed.        
FERRÁN     En tu habilidad confío.        
ASTRÓLOGO     Serviros procuraré.        
    Ya a doña Beatriz he hablado,
    y me ha ofrecido, doncel,        
    ser vuestra hasta donde alcancen        
    su valía y su poder.        
    Cuidad vos, paje garrido,        
    de agradecerlo cortés;   
    que en su mano están las llaves        
    para abrir a vuestro Edén.        
FERRÁN     Eres, Abiabar, más sabio        
    que el mismo Salomón fue;        
    solo falta que al monarca
    sagaz puedas convencer...        
ASTRÓLOGO     Direle que sois su estrella;        
    en mi experiencia creed.        
FERRÁN     Harto más yo te creería        
    y admirara tu saber    
    dándome las doblas de oro        
    que ayer en vano busqué.        
ASTRÓLOGO     Si supiérades, seor paje,        
    cuán dificultoso es        
    tornar la más alta idea,   
    la más rica que caber        
    pueda en el hondo cerebro        
    de alquimista genovés,        
    en sonantes doblas de oro,        
    viérades que puedo ser
    sabio, astrólogo profundo,        
    y pobre todo a la vez.        
    Me aguardan los escuderos.        
FERRÁN     Dios te acompañe.        
ASTRÓLOGO              Con él        
    quedad, buen paje.        
FERRÁN                      Ya sabes
    lo que hemos pactado hacer.        
     
Escena V    
     
FERRÁN, y luego UN PAJE de DOÑA BEATRIZ, que vuelve a salir.    
     
FERRÁN     No adolece el algebrista        
    por cierto de estupidez;        
    más de prisa van las horas.        
    (Da una palmada.)        
    Forzoso es que suenen tres.
     
(La repite dos veces, y entra UN PAJE.)    
     
    Di, niño, a doña Beatriz        
    que a servirla ya llegué.        
     
(Sale EL PAJE.)    
     
    ¡Si ver pudiese a la infanta!
    ¡Nobilísima Isabel!
    ¡Cuánta gracia plugo al cielo
    a ti sola conceder!
    Harto arriesgada es mi empresa,
    mas constancia tengo y fe,
    y he jurado rescatarla
    o en la lucha perecer,
    que a mi sedicioso maestre
    tan espléndido joyel
    fuera por Dios mengua darle,
    ni virgen de tanta prez;
    el de Calatrava anduvo   
    audaz en la pretender,
    pero yo tengo una espada
    que humillará su altivez.
     
Escena VI
     
FERRÁN y LA INFANTA, DOÑA BEATRIZ DE BOBADILLA, y acompañamiento.
     
FERRÁN     (Aparte.)
    ¡Cuán abatida la infanta!
    Yo aliviarla curaré.
BEATRIZ     Su alteza al consejo asiste;
    esperemos.
ISABEL                        En buen hora.
    (Cambian algunas miradas de inteligencia DOÑA BEATRIZ y DON FERRÁN.)
BEATRIZ     Mas no os encuentren, señora,
    tan abatida y tan triste.
ISABEL     Mucho temo la tardanza
    del consejo en resolver.
BEATRIZ     Pero no debéis perder,
    mi señora, la esperanza.
    ¿No prometió el de Toledo...?
ISABEL     Es todo engaño y falsía...
FERRÁN     ¡Señora...!
ISABEL     (Sobrecogida, a DOÑA BEATRIZ.)
                      ¿Ves qué osadía?
    Ya resistirla no puedo.
BEATRIZ     No le maltrate el rigor;
    cuidad que es joven sencillo.
FERRÁN     A vuestra alteza me humillo.
ISABEL     ¿Pediros podré un favor?
FERRÁN     Mi espada, mi nombre y vida
    veces mil gustoso diera,
    con tal de que en todo fuera
    vuestra voluntad cumplida.
ISABEL     Retiraos pues, Ferrán.
    Solo aquí busco a mi hermano.
FERRÁN     ¿Y he de suplicar en vano?
    ¿Y ha de perderse mi afán?
    Sé que infelice ¡oh infanta!,
    sois tal vez en este instante,
    y al mirar vuestro semblante
    mi corazón se quebranta.
    Os hiere mano traidora
    con alevoso puñal,
    mas remedio tiene el mal;
    no desesperéis, señora.
ISABEL     ¿Remedio en esta aflicción?
    ¿Y qué a vos de mi ternura...?
FERRÁN     En ella va la ventura,
    señora, de un corazón
    que oscila y late violento
    si la pena os acongoja,
    cual se estremece la hoja
    que sacude crudo viento.
ISABEL     Detened, paje, la lengua;
    ¿pensáis que lisonja tanta
    pueda escuchar una infanta
    sin que le sirva de mengua?
    ¿O quisisteis por ventura
    viendo mi bonanza rota
    echar también una gota
    al cáliz de mi amargura?
    Veisme en cruel orfandad,
    a mi hermano desvalido,
    ¿y osáis así presumido
    hablarme con liviandad?
FERRÁN     Señora, mi rendimiento
    ¡por vos misma yo os lo juro!,
    tiene fin más noble y puro
    y más generoso intento.
    Así propicios los santos
    cielos oigan mi oración,
    que fue solo mi intención
    mitigar vuestros quebrantos.
    Y si tal vez descontento
    os pudo mi lengua dar,
    es porque suele faltar
    la razón al sentimiento.
    Porque al mirar la importuna
    ausencia que ya os espera,
    el alma se desespera
    y maldice a la fortuna.
ISABEL     Si mi ausencia...
FERRÁN                      ¡No por Dios!
    Concibiéronla en mal hora;
    no consintáis, mi señora;
    tened vos piedad de vos.
    Y ese maestre don Pedro
    que os solicita afanoso,
    caña junto al poderoso,
    junto a los débiles cedro,
    ¿es capaz en su fiereza
    de secos rendido amante?
    ¿O pretende ser infante
    porque le llamen alteza?
    Resistid, alzad un dique
    contra su designio fiero.
ISABEL     ¿Cuando ya ni un solo acero
    se desnuda por Enrique?
FERRÁN     Magnánima resistid.
    No son vanas ilusiones,
    que van a alzarse pendones
    por él en Valladolid.
    Hanme dicho en puridad
    ciertos fieles mensajeros
    que a los nobles caballeros
    no seguirá la ciudad.
    Muy escaso es mi valor,
    no soy de riquezas dueño,
    pero a este paje pequeño
    le hace gigante el amor.
    No perdáis pues la esperanza,
    doña Isabel, de triunfar,
    y permitidme arrojar
    este hierro en la balanza.
ISABEL     Y contra un vasallo infiel,
    contra toda la Castilla
    ¿qué ha de valer la cuchilla
    de un generoso doncel?
    Vana es, paje, vuestra ofrenda.
    Tened, don Ferrán, la espada;
    dejadme ser desdichada.
FERRÁN     Vuestra alteza no se ofenda,
    que yo por servirla anhelo,
    más que algún alto infanzón;
    os habla mi corazón
    como si le hablase al cielo.
    No me despreciéis por niño
    ni por de poca nobleza,
    pues no hay humana proeza
    tan grande como el cariño.
    Tengo además los consejos,
    si no de la jerarquía,
    de pecheros de valía
    con poder en los concejos.
    Y hay otros vasallos fieles
    que por el rey lidiarán,
    y los primeros serán
    mis amigos los donceles.
ISABEL     Escasa gente.
FERRÁN                         En honor
    son muchos, princesa augusta,
    que por una causa justa
    se multiplica el valor.
    Pero tal vez os molesta
    mi presunción atrevida,
    que al maestre prometida...
ISABEL     Mi corazón le detesta.
    Hasta su nombre me daña;
    mas... no tengo voluntad.
    Labro mi infelicidad
    por hacer dichosa a España.
    Prisionero está un hermano,
    hiere al otro la traición;
    su rescate es galardón
    de mi desdicha y mi mano.
    ¿Mas quién así, don Ferrán,
    de hablarme os diera derecho?
FERRÁN     ¡Mi corazón, mi despecho,
    doña Isabel, me le dan!
    Que sin veros, para mí
    muerte se torna la vida,
    y es vuestro enojo la herida
    más ancha que cabe aquí.
    Que al venir la noche oscura
    o al despertar de la aurora,
    es vuestra imagen, señora,
    la imagen de mi ventura.
    Vos sois mi gloria, mi ensueño
    en la vigilia cruel;
    vos el numen del vergel
    que hace dichoso mi sueño.
    Que allí cuando el corazón
    se espacia, sin estrechura
    bebe de la copa pura
    de dulcísima ilusión...
    A vos, astro rutilante,
    a vos, luz de la Castilla,
    ¿empañará la mancilla
    de esa sedición triunfante?
ISABEL     Mancebo, ya es desleal
    vuestro decir...
FERRÁN                     ¡Qué baldón!
    ¿No veis que la rebelión
    os quiere para puñal?
    Mi rendimiento os enfada,
    desdén logro solamente...
    parto a romper cual valiente
    en la sedición mi espada.
ISABEL     Cuidad que Alonso mi hermano
    yace agora en su poder;
    cuidad que Enrique el poder
    y el cetro sostiene en vano.
    Cuidad que a la fementida
    traición auxilios se dan,
    y cuidad también, Ferrán,
    de conservar vuestra vida.
FERRÁN     ¿Sin vos la vida?
ISABEL                      Doncel,
    yo me debo a mi decoro;
    resignada sufro, lloro,
    y a mi obligación soy fiel
    Tiempo es de acabar la guerra;
    en este punto quizá
    el pacto se firmará;
    partid a lejana tierra.
FERRÁN     ¡Señora!
ISABEL                    Sí, caballero,
    partid, y que esta vez sea
    la postrera que yo os vea. (Enternecida.)
FERRÁN     ¡Qué crueldad! Morir primero.
    ¡Señora!
ISABEL                     Es irrevocable,
    gentil paje, esta sentencia.
FERRÁN     Acabaré una existencia
    ya para mí deplorable.
    Lejos de vos ¿qué esperanza
    puede a mi cuita venir?
    ¿A qué, señora, vivir
    sino para la venganza?
ISABEL     En la memoria perdida
    de una infelice doncella...
FERRÁN     Vos seréis mi sola estrella
    en el rumbo de la vida.
    Ni envainaré cual cobarde
    el acicalado acero;
    a morir voy el primero...
ISABEL     Don Ferrán, el cielo os guarde.
     
Escena VII    
     
DOÑA ISABEL y DOÑA BEATRIZ.    
     
ISABEL     Partió, Beatriz; compasión.
    ¡Y yo que le amaba tanto!
    ¿Cuándo apagará mi llanto
    el fuego de esta pasión?
    O lucha acerba y cruel
    en que se abrasa mi pecho.
    ¿Por qué con crudo despecho
    así esquivé a mi doncel?
    ¿Por qué así el alma condena
    las leyes de la razón?
    ¿Por qué de mi corazón
    no puedo arrancar la pena?
    ¡Yo infanta! ¡Qué esclavitud!
    ¡Dar a un rebelde la mano,
    y herir con dardo inhumano
    al que sigue la virtud!
    A mi feroz enemigo,
    porque nací junto al trono,
    con mis brazos galardono
    y huyo de mi tierno amigo.
    ¡Cuán gustosa trocaría
    esta prisión resplendente
    por la cabaña indigente
    donde mora el alegría!
BEATRIZ     Tened, infanta, piedad,
    tregua logre el desconsuelo,
    y del corazón el duelo
    con lágrimas desahogad:
    todo la virtud lo alcanza;
    del seno de esa tristura,
    ¿quién sabe si la ventura...?
ISABEL     ¡Ventura sin esperanza!
BEATRIZ     ¿Y por qué desesperar?
    ¿No os ama acaso sincero?
    ¿No es cumplido caballero,
    y os promete rescatar?
    Sus amigos tal vez son
    mucho en las comunidades;
    y a fe que por las ciudades
    no cunde la rebelión.
    Os ama...
ISABEL                      Si responder
    no debo a su idolatría,
    si infausta la suerte mía
    plugo al cielo disponer,
    fuera bárbaro rigor
    sus amores codiciar
    tan solo para triunfar
    desdeñosa de su amor.
    Beatriz, quiero que me olvide,
    que no se acuerde de mí,
    pues yo infelice nací,
    y el destino nos divide.
BEATRIZ     Séame lícito dudar
    que un amor que así descuella
    se borre cual leve huella
    que el bajel deja en el mar.
    Que aunque en ardiente corcel
    revuelve la osada diestra
    en la galana palestra,
    es amoroso el doncel.
    Vos sois el sol de su cielo,
    la única deidad que adora;
    por vos subirá, señora,
    hasta los astros su vuelo.
     
Escena VIII    
     
Los dichos, EL REY, EL ARZOBISPO DE TOLEDO, EL ASTRÓLOGO y acompañamiento.    
     
BEATRIZ     No os halle su alteza así.
    (Se enjuga las lágrimas la infanta.)
ENRIQUE     ¡Ni un voto haber conseguido!
    ¡Cielos, humillado pido
    que tengáis piedad de mí!
ISABEL     ¿No hay esperanza, señor?
    ¿A ser inmolada voy?
    ¿Al fin perderemos hoy
    con el poder el honor?
ENRIQUE     Todo el mal hoy se confirma
    que anunció el hado, Isabel;
    Fonseca tiene el papel.
    Solo falta ya tu firma.


Acto tercero

El mismo apartamento en el palacio de don Enrique. Varios CABALLEROS, UJIERES y GUARDIAS hacia el fondo.
     
     
Escena I
     
DON FERRÁN y DON FERRER DE LANUZA, enviado de Aragón.
     
FERRER     ¿Pero es cierto, don Ferrán?
FERRÁN     Os repito que la infanta
    se negó resueltamente
    a ceder a la alianza
    que le propuso el consejo.
    Como noble y castellana,
    en vez de estampar la firma,
    rasgó el pliego en que constaban
    los contratos del enlace.
FERRER     ¿Y sabéis que no os engaña
    quien os dio tales noticias?
FERRÁN     Lo sé por su propia dama,
    y por eso, don Ferrer,
    para aconsejarse os llaman;
    que negocios de cuantía
    nunca en Castilla se tratan,
    sin consultar el influjo
    de Aragón y de Navarra;
    y siendo vos enviado
    del aragonés monarca,
    es preciso que os pregunten.
    A ser fácil, la balanza
    inclinad pues, por mi amor,
    contra esas bodas bastardas.
    Al enviado navarro,
    don Juan Biamonte, pintadlas
    como absurdas, peligrosas...
FERRER     Me esforzaré en cuanto valga,
    doncel, para seros grato;
    sabéis que no omití nada
    para conseguir que el rey
    de su servicio os nombrara,
    mejorando vuestra suerte...
FERRÁN     Yo os doy, don Ferrer, las gracias.
    Ah, sin vuestra protección...
FERRER     Don Juan Biamonte...
     
Escena II    
     
Los mismos y DON JUAN BIAMONTE, enviado de Navarra.    
     
FERRER     (Cambiando el tono de la conversación.)
                         ¡Bizarras
    trovas hacéis, mi doncel!
    Pasad a verme mañana.
    (A BIAMONTE.)        
     
(Se retira DON FERRÁN.)
     
    Bien venido, embajador;
    ya su alteza nos aguarda.
JUAN     Pésame, seor don Ferrer,
    si os molestó mi tardanza.
FERRER     Sabéis bien, señor don Juan,
    que nada de vos me enfada.
    (A UN UJIER.)
    Avisad al arzobispo
    que ya presentes se hallan
    los ministros de ambos reinos.
     
(Sale EL UJIER.)
     
    ¿Sabéis, don Juan, la mudanza
    que en el palacio ha ocurrido?
JUAN     ¿Mudanza aquí? No sé nada.
FERRER     Hanme dicho que los pactos
    no se firman.
JUAN                  ¿Pues no estaban
    ya las capitulaciones
    en un todo concertadas?
    ¿Qué causa pudo impedir...?
FERRER     No conjeturo la causa,
    ni aun sé si el rumor es cierto.
JUAN     A estos castellanos pasa
    lo que el mismo Lucifer
    allá abajo no ideara.
    Cada vez entiendo menos
    de sus costumbres y usanzas.
FERRER     Son, don Juan, notables gentes.
JUAN     Combustibles a la llama
    echan de la sedición;
    ¿pensarán así apagarla?
FERRER     Temo que cunda su fuego
    si otro rumbo no se trazan;
    ya empieza a ser formidable.
JUAN     Nuevas gentes se levantan.
FERRER     La nobleza; pero el pueblo
    y los concejos se cansan
    de tan grandes turbulencias.
    Aprecian la justa causa,
    mas esquivan la ocasión...
JUAN     Oíros, don Ferrer, me pasma.
    ¿A ese marqués de Villena
    quién en Castilla contrasta?
    ¿Quién pone a su hermano freno?
    ¿Quién a las potentes bandas
    de flecheros y jinetes
    que sus querellas abrazan?
    Para mí la rebelión
    triunfó desde que su espada
    Juan Pacheco el de Villena...
FERRER     ¿Y el arzobispo? ¿Quién tanta
    influencia en las Castillas
    goza, ni mayor pujanza?
JUAN     La única columna es esa
    adonde el trono descansa;
    que estos pobres paladines
    que viven en la antesala,
    zánganos cuando miel hay,
    gusanos si la miel falta,
    no han de rescatar a Enrique.
FERRER     Le rescatará su hermana;
    que la princesa Isabel,
    prudente al par que alentada,
    no consentirá jamás
    ser víctima de sus tramas.
JUAN     Sin duda, seor don Ferrer,
    debisteis esta mañana
    de recibir instrucciones
    de vuestra corte; que cuadran
    mal los conceptos de ahora
    con los que ayer pronunciaban
    vuestros labios a mi oído.
FERRER     Si nuestras cortes entrambas,
    por no saber remediarlo
    con el consejo o las armas,
    toleran que las Castillas
    en sus disensiones ardan;
    que sus sembrados se talen;
    que se incendien sus moradas;
    que sangre corra a torrentes
    por sus palenques y plazas;
    tal vez, porque su soberbia
    en lo posible se abata,
    sabéis también que nos dicen
    nuestras letras reservadas
    que nunca su triunfo alcancen
    ni los nobles ni el monarca.
    Prudentes auxilios dimos
    a los que bravos luchaban;
    mas ya me parece hora
    de que a Enrique se ayudara,
    o será el empeño inútil
    si algún tiempo se dilata.
JUAN     ¿Instrucciones recibisteis?
FERRER     Don Juan, ni una sola carta;
    mas para pensar así,
    con las antiguas me basta.
JUAN     Del poderoso Aragón
    suficiente una palabra
    es para dar a Castilla
    o paz o guerra.
FERRER                    Si grata
    vuestra corte, seor don Juan,
    la auxilia.
JUAN                Vaya en gracia.
UN UJIER     Sírvanse sus excelencias
    de Aragón y de Navarra
    pasar adelante.
FERRER                    Vamos.
JUAN     (Aparte.)
    No entiendo, a fe, lo que traman.
     
(Vanse.)
     
Escena III
     
Los mismos, menos los dos enviados. Entran EL ASTRÓLOGO y DON FERRÁN.    
     
ASTRÓLOGO     Traedme al punto al licenciado;
    forzoso es que luego parta
    de vuelta a Valladolid.
FERRÁN     ¿Y qué intentas?
ASTRÓLOGO             La tardanza
    nociva será sin duda;
    vuelvo adentro. En esta estancia
    espéreme el licenciado,
    don Ferrán, hasta que salga.
     
(Vase.)    
     
FERRÁN     El tiempo no malgastemos.        
     
(Vase.)
     
Escena IV
     
Entran EL OBISPO DE CALAHORRA, EL DUQUE DE ALBURQUERQUE y otros NOBLES y CABALLEROS.    
     
DUQUE     Hablad, señor, en voz baja.
OBISPO     Es mucha pena, señor,
    que una voluntad extraña
    siempre en Castilla domine.
DUQUE     No hay hacer, si Aragón habla.
OBISPO     Del señor embajador
    son órdenes las miradas.
DUQUE     Y hallan mal que la nobleza
    desnude luego las armas
    en pro de sus propios fueros
    y de Castilla humillada.
OBISPO     Ved a quien podrá decirnos
    buenas nuevas.
         
Escena V    
         
Los mismos, DON JUAN DE VARGAS y otros dos NOBLES.    
       
DUQUE                   Seor de Vargas,
    bien venido. ¿Qué noticias
    por la villa se propalan?
VARGAS     Ignoro lo que se dice;
    mas sé que desamparadas
    las gentes de la nobleza
    en Valladolid estaban,
    pues no los sigue el concejo.
    Juzgo, obispo, que os agradan
    tales nuevas, que al maestre
    guerra tenéis declarada.
OBISPO     Mas no la tengo, señor,
    a sus huestes desdichadas;
    que al fin, aunque soy leal,
    conozco que razón harta
    tienen en sus peticiones.
DUQUE     Y ¿quién duda que reclaman
    con justicia? Los deshonra
    solo esa necia arrogancia
    del insultante maestre.
OBISPO     Mas ¿qué graves circunstancias
    en Valladolid harían
    que el concejo retractara...?
VARGAS     Yo no sé por qué motivo...
    Los villanos preparaban
    sus peticiones también;
    mas llegó en hora menguada
    un Jiménez de Cisneros
    que con los donceles anda,
    un licenciado coplista,
    todo pobrezas y trazas,
    pariente de esos pecheros,
    y húbose de dar tal maña
    con sus idas y venidas
    acerca de la canalla,
    que ahogar les hizo en el pecho
    las voces que ya formaban.
DUQUE     ¿Y quién da a ese mozo parte
    en cosas de esta importancia?
OBISPO     Pues mándole yo al rapaz
    que si con frase liviana
    asuntos de Estado toca
    yo castigaré su audacia.
VARGAS     Antes de eso, seor obispo,
    pienso medir sus espaldas
    con lo largo de mi estoque
    y con el pie su sotana.
     
Escena VI    
     
Los dichos, FERRÁN y EL LICENCIADO.    
     
DUQUE     Sólo el rey la culpa tiene.
OBISPO     Débil cuerpo y débil alma
    ¿qué han de producir, seor duque?
VARGAS     Ved al mismo de que hablaba.
DUQUE     Ah, señor licenciado, el buen coplero,
    a fe de caballero
    veros aquí me place.
VARGAS     Pues tiempo también hace
    que yo os buscaba en vano;
    mas de Madrid lejano
    sin duda el bachiller por los concejos
    ocupado andaría en dar consejos
    en pro de los señores.
LICENCIADO     No soy agente yo de los traidores.
DUQUE     No es el licenciadillo todavía
    mozo que hable de asuntos de la guerra.
    Una capellanía
    es su sola ambición sobre la tierra.
LICENCIADO     El título, señor, de licenciado,
    no de licenciadillo,
    con ímprobos estudios he ganado.
    Permitidme decillo,
    que no fue de mis padres heredado,
    cual los títulos son de la nobleza.
VARGAS     Perdéis, seor licenciado, la cabeza.
DUQUE     Sin que el estudiantuelo lo jurara
    fácilmente notárase en su cara
    que es de villana cuna.
LICENCIADO     Si hubiéredes, gran duque, por fortuna
    oído de los sabios la enseñanza
    mientras vivís en deliciosa holganza,
    vierais que en vos no llega el mental vuelo
    ni aun para merecer que estudiantuelo
    os llamasen un día.
DUQUE     (Poniendo a la espada.)
    Voy a enseñaros ya mas cortesía.
FERRÁN     Yo impediré, seor duque, ese trabajo.
DUQUE     Cuando a mí se me habla, se hable bajo.
FERRÁN     El mancebo, señores, es mi amigo;
    quien a él ofenda reñirá conmigo.
LICENCIADO     (Dirige al DUQUE una sonrisa despreciativa, y dice luego a FERRÁN.)
    Gracias, señor Ferrán.
OBISPO                           ¿Dos caballeros
    ponen liviana mano a los aceros
    en la casa del rey? Y el estudiante
    ¿ignora por ventura que delante
    se halla de un potentado?
    ¿Pues cómo así, menguado,
    ni la cabeza baja ni se humilla?
    Pida perdón al noble.
LICENCIADO     ¿Prosternado mandáis que la rodilla
    a quien me ofende sin razón le doble?
    No fuera en mí humildad, fuera bajeza.
DUQUE     ¿Y cómo no ha de alzarse la nobleza
    si los mismos villanos
    osan contra sus dueños volver manos?
    ¡Oh corrupción del tiempo! ¡Oh demasías!
    ¿Pues no ha de haber concejos y behetrías,
    feudos, comunidades,
    si dan tal libertad a las ciudades?
    Nunca se acabarán nuestras querellas
    si tú, pueblo, con sangre no las sellas.
LICENCIADO     ¿Y es la sangre del pueblo, por ventura,
    tan inútil o impura
    que la haya de verter furor ajeno
    cual derramar pudiera inmundo cieno?
    Sino hay pueblo, señor, ¿qué es la nobleza?
    ¿De qué cuerpo después será cabeza?
    Las resplendentes sedas, los brocados,
    los vestidos con oro recamados,
    las armas fulgorosas
    que ostentáis en las fiestas belicosas,
    cuando del lujo a la siniestra lumbre
    cegáis la desdichada muchedumbre,
    ¿labráronlas los reyes y señores,
    o con afán el pueblo y con sudores?
    ¿Quién lleva el pan, el agua a vuestro labio?
    ¿Quién con designio sabio
    supo encumbrar las ponderosas masas
    de vuestras torres y arrogantes casas?
    Sangre pedís al pueblo todavía;
    como si al levantar el hacha impía
    contra míseras gentes
    no hirierais ¡oh soberbios!, unas frentes
    que al Supremo Hacedor modelar plugo
    para la libertad, no para el yugo.
DUQUE     Insolencia inaudita.
OBISPO     Calle el rapaz, estudie y no repita
    tópico que así ofende
    y que tan poco el lenguaraz entiende.
LICENCIADO     ¿Y por qué al pueblo triste se condena?
    ¿No es harto ya que arrastre su cadena?
    Acaso las repúblicas humanas
    ¿no son copias lejanas,
    símbolo peregrino,
    de un misterio divino?
    El pueblo, la nobleza, el soberano,
    (imagen terrenal de aquel arcano)
    forman en la mundana jerarquía
    análoga armonía
    con el sagrado numen trino y uno;
    al par pueden vivir, solo ninguno.
NOBLE 1.º     (Irónicamente.)
    Ingenioso el rapaz es por el cielo.
VARGAS     (Mofándose.)
    Lástima que a su celo
    no se entregue la cura del Estado.
DUQUE     Tened a bien, oh sabio licenciado,
    dar una medicina,
    que la nación enferma se arruina.
LICENCIADO     Si al señor duque place que lo intente,
    entrégueme al doliente.
VARGAS     (Riéndose.)
    ¡Bravo, señor doctor!
EL DUQUE y EL OBISPO     (Riéndose.)
    ¡Gran curandero!
NOBLE 1.º     (Al OBISPO. Aparte.)
    ¿Quién es ese bufón?
OBISPO                         Un majadero.
DUQUE     Ya en el doncel nos vuelve la fortuna
    a un imberbe don Álvaro de Luna;
    a un marqués de Villena, hecho estudiante;
    a don Alonso el Sabio, en un cursante.
LICENCIADO     Sola nos vuelve el hado
    a un huérfano, señor, desamparado,
    sin nombre, sin poder y sin riqueza,
    burla de la nobleza,
    cuyas tramas eternas y rencillas
    destrozan las Castillas;
    que si en mí hubiera solo algún destello
    del grande alma de Luna, ya ese cuello
    hubiérades doblado ante mi planta
    que agora se levanta;
    ya esa altiva cimera
    sepultada en el lodo ante mí viera.
    (Sepárale a un lado DON FERRÁN, y quedan hablando juntos.)
NOBLE 1.º     ¿Quién es ese gracioso petulante?
VARGAS     Es un pobre ignorante,
    de cabeza vacía,
    sin humildad, saber, ni cortesía,
    que hace trovas a pajes y escuderos.
NOBLE 2.º     Un Francisco Jiménez de Cisneros,
    lleno de vanidad, lleno de flato,
    porque sabe escribir el mentecato.
    (Todos los nobles se ríen.)
NOBLE 1.º     Pues tengo para mí que o yo sé poco,
    o que está el licenciado un tanto loco.
    (Nuevas muestras de hilaridad por parte de los nobles.)
     
Escena VII    
     
Los mismos, EL REY, LOS EMBAJADORES, EL ARZOBISPO DE TOLEDO, EL ASTRÓLOGO y acompañamiento. EL ASTRÓLOGO se une a DON FERRÁN y al LICENCIADO, y parten juntos.    
     
UN UJIER     El rey.
REY                ¿Que rompa mi mano
    su paz y la sacrifique?
    ¿Ha de ser el mismo Enrique
    quien inmole a su Isabel?
    ¿Tú también, buen arzobispo,
    vosotros, embajadores,
    mis prelados y señores,
    me aconsejáis ser cruel?
JUAN     Hablamos a vuestra alteza
    por su interés y su gloria.
ENRIQUE     ¡Y luego dirá la historia
    que muy poderoso fui!
ARZOBISPO     La seguridad del trono...
ENRIQUE     ¿Y no es nada su ventura?
    ¿Por qué su suerte futura
    ha de emponzoñarse así?
    ¿Quién vencerá su desvío?
ARZOBISPO     A vuestra alteza le toca.
ENRIQUE     Mi resolución es poca,
    no puedo hacerla penar.
ARZOBISPO     Al extenderse los pactos
    no era nuestra angustia tanta,
    y lícito fue a la infanta,
    tal vez, negarse a firmar.
    Pero ya de sediciosos
    está la Castilla llena;
    ya es el marqués de Villena
    el único emperador;
    fuera resistir en vano
    su astucia y su atrevimiento;        
    de su rey quede contento        
    el audaz conspirador.        
    Y cuando ya de los nobles,        
    cansados de turbaciones,
    vuelvan los altos pendones        
    al nativo torreón;        
    y el marqués en vuestra corte        
    retirado y solo quede,        
    entonces, señor, se puede
    poner brida a su ambición.        
DUQUE     ¿Y es posible, el de Toledo,        
    que no haya un noble en Castilla        
    que la acerada cuchilla        
    ose alzar contra el marqués?
    ¡Vive Dios si aquí le viera        
    yo a ser leal le enseñara!        
NOBLE 1.º     Yo antes de eso le matara,        
    para enseñarle después.        
NOBLE 2.º     Por Dios que es mengua que viva.
NOBLE 1.º     ¡Oh quién lograra la suerte        
    de poderle dar la muerte        
    que tanto mereció ya!        
UJIER     Me pesa, señor, deciros...        
    la turbación me enajena...
REY     Habla.
UJIER                   El marqués de Villena
    en vuestra antesala está.        
    (Sorpresa grande en todos los circunstantes.)        
DUQUE     ¡El marqués!        
NOBLE 1.º                            ¿Quién?        
REY                                           ¿Juan Pacheco?        
NOBLE 2.º     ¡El marqués!        
OBISPO                            ¡Por vida mía!        
ARZOBISPO     ¡Viose tamaña osadía!
REY     Dime, Alonso, qué he de hacer.        
    Y vosotros, caballeros,        
    ¿no os estremecéis conmigo?        
    Vamos, Fonseca, ¿qué digo?        
ARZOBISPO     Por mí, mandarle prender.
    ¿Viene solo?        
UJIER                            Con su hermano.        
ARZOBISPO     Voy, señor; la vez postrera    
    ésta será...        
REY                       Espera, espera:        
    ¿adónde pensabas ir?        
ARZOBISPO     A prenderle.        
REY                          Es felonía
    prender a Juan de Pacheco;        
    tal vez de clemente peco,        
    mas le pienso recibir.        
DUQUE     (Con tibieza.)        
    Mi espada, rey don Enrique...        
NOBLE 1.º     Y la mía, y mi fortuna...
NOBLE 2.º     No quedará ociosa una...        
OBISPO     Todas por el rey están.        
ARZOBISPO     Recibirle es imprudente.        
REY     Así lo quiere el destino;        
    mandad que libre camino
    y entrada den a don Juan.        
     
(Sale el UJIER.)    
     
ARZOBISPO     ¡Oh flaqueza! ¡Oh desventura!        
REY     ¿Y mis pecados son tantos        
    que no bastan los quebrantos        
    para purgarlos? Tú ves,
    piadoso Dios, que mi pecho
    la tribulación devora:
    ¿cuándo llegará la hora        
    de la piedad?        
UJIER                  El marqués.        
         
(Silencio y sobrecogimiento general.)    
     
Escena VIII    
     
Los mismos, EL MARQUÉS DE VILLENA y EL MAESTRE DE CALATRAVA armados de punta en blanco. Tres CABALLEROS los acompañan. El MARQUÉS examina, detenidamente a los circunstantes, que bajan la vista a su mirada. Después saluda al REY.    
   
MARQUÉS     (Doblando la rodilla.)        
    Señor, si vuestro vasallo...
REY     (Levantándose para impedir que el MARQUÉS se arrodille.)    
    ¿Por qué doblas la rodilla?        
    Alza, marqués; en Castilla        
    Enrique no reina ya.        
    Mi feudatario no eres,        
    que tu palabra y tu mano
    en feudo a otro soberano        
    ligada, marqués, está.        
MARQUÉS     No conozco otro monarca        
    que al rey don Enrique Cuarto;
    ni de mi feudo me aparto,        
    ni renuncio de mi fe.        
REY     ¿A ti, que gentes levantas,        
    a ti, que con dura mano        
    me arrebataste a mi hermano,
    ese lenguaje escuché?        
MARQUÉS     Ah, señor, ¡cuántas calumnias        
    pudo inventar la bajeza,        
    que oyó quizá vuestra alteza        
    con excesivo candor!
    Yo, que osado fui a Burgos        
    por mi lealtad, no por dolo;        
    yo, que en Burgos entré solo,
    solo a fuerza de valor,        
    arriesgando hacienda, vida,
    por calmar los sediciosos,        
    ¿yo cargos tan rigorosos        
    de vuestros labios oí?        
    ¿Pues quién los conspiradores        
    tornó en meros pretendientes,
    por quién ceden los potentes,        
    príncipe, sino es por mí?        
REY     Alza, marqués de Villena;        
    háblame cual caballero,        
    di a tu antiguo compañero
    de esa cruel sedición;        
    di al amigo de tu infancia,        
    al que te ama con ternura,        
    que otro vaso de amargura        
    espera a su corazón.
MARQUÉS     Antes de alzar de la tierra        
    yo ruego a mi soberano        
    que me dé a besar la mano        
    de mi feudo por señal.        
REY     (Conmovido le da a besar la mano.)        
    Bien, marqués; y dime ahora,
    ¿qué nueva prueba, qué marca        
    de humillación tu monarca        
    ha de consentir, qué mal?        
MARQUÉS     Cuando vengo, don Enrique,        
    con pecho sencillo y puro,
    por mi palabra os lo juro,        
    y os lo juro por mi Dios,        
    a implorar de vos clemencia,        
    a pedir que perdonados        
    los nobles extraviados
    puedan volver hacia vos,        
    consentid que solo sea        
    mi voz para vuestro oído;        
    solo a vos hablaros pido;        
    quiero hacerlo en puridad;
    que estos nobles infanzones        
    al verme de horror se llenan,
    sin escuchar me condenan.        
REY     Mis amigos, despejad.        
DUQUE     ¡Qué oprobio!        
NOBLE 1.º          ¡Qué fiero insulto!
ARZOBISPO     Protesto que esa blandura        
    os abrirá sepultura;        
    don Enrique, permitid        
    que me oponga a ese mandato,        
    porque el hombre que acaudilla
    la rebelión en Castilla...        
REY     Buen arzobispo, salid.        
     
Escena IX    
     
EL REY, EL MARQUÉS DE VILLENA y EL MAESTRE DE CALATRAVA, que se aleja, pero entra en escena después.    
     
REY     Ya estás libre, Juan Pacheco;        
    escucharé lo que dices;        
    habla, no te ruborices
    de hablar hoy a tu señor        
    en nombre de los rebeldes,        
    que así la suerte lo hizo.        
MARQUÉS     Mi rey, no me ruborizo        
    de hablar cual embajador
    de la ofendida nobleza;        
    que si su espada desnuda        
    es, señor, porque se duda        
    si gozáis de libertad.        
    Que dicen que el soberano
    ya no gobierna en Castilla,        
    que el arzobispo le humilla        
    y prime su voluntad.        
REY     ¿A mí?        
MARQUÉS       Señor, soy sincero;        
    escuchad con tolerancia
    al amigo de la infancia,        
    al que siempre leal os fue.        
REY     ¿Y contra el buen arzobispo
    de Toledo qué reclaman?        
MARQUÉS     Señor, don Opas le llaman
    por tildar su mala fe.        
REY     ¡Don Opas al que fue solo        
    entre tanto consejero        
    el que con pecho sincero        
    mi triste causa abrazó!
    ¿Y te atreves a acusarle?        
MARQUÉS     A no estar yo convencido        
    de que es, señor, fementido,        
    y a vuestra alteza faltó,        
    ¿cómo osara, rey Enrique,
    conservar aquí la calma        
    que resplandece en mi alma        
    cuando acuso su lealtad?        
    Ni piden los caballeros        
    que se castigue al prelado;
    solo quieren que un juzgado        
    patentice la verdad.        
REY     Mas ¿cómo? ¿Qué hizo Fonseca?        
    ¿Cuál ha de ser su juicio?        
MARQUÉS     El que más justo y propicio
    para un acusado es.        
    Aprisiónele luego        
    Por su culpa o su inocencia;        
    vos, señor, la sentencia        
    o el perdón daréis después.
    Que si su culpa no fuera        
    clara cual la luz del día,        
    y más que la noche fría,        
    tenebrosa y criminal,        
    ni yo, señor, le acusara
    incurriendo en grave pena...        
REY     ¿Y tú, marqués de Villena,        
    que te precias de leal,        
    el solo apoyo me robas        
    que quiso el hado inclemente
    dejar a mi triste frente        
    surcada por el dolor?        
    Tú que de niño y doncel
    antes que nos diera al seno        
    su aromático veneno
    su blanda crueldad amor,        
    conmigo partir solías        
    tu pesar y tu esperanza,        
    cuando aun no la dura lanza        
    nos era dado empuñar;
    y en las belicosas justas,        
    aguijando los corceles,        
    cañas entre los donceles        
    arrojábamos al par,        
    desamparado me quieres,
    sin ayuda, sin consuelo.        
MARQUÉS     ¿Y qué, señor, mi desvelo        
    nada vale en vuestra pro?        
    ¿Nada vale la nobleza        
    que a vos sumisa se ofrece,
    y cuya honra merece        
    la vindicta que pidió?        
REY     Dime al fin qué solicitas.        
MARQUÉS     Unánimes deseamos,        
    los que en Burgos nos juntamos,
    por propia seguridad,        
    la prisión del arzobispo;        
    y al punto juzgado sea        
    como vuestra alteza crea        
    que mereció su maldad.
REY     ¿Sólo viniste por eso?        
MARQUÉS     Antes vine, don Enrique,        
    para alzar patente dique        
    contra nueva sedición;        
    pues en Burgos se decía
    que la infanta por insano        
    consejo, niega su mano        
    a la reconciliación.        
    De Fonseca son astucias;        
    sin duda que la redujo...
    Pero no llega mi influjo        
    la nobleza a contener.        
    Y si los tratos se rompen
    y la palabra empeñada,        
    fuerza será que la espada
    la torne a restablecer.        
    Don Alonso es el primero        
    que lo pide como infante;        
    y jura quedar triunfante        
    o perecer con honor.
REY     ¿Nada, marqués, te convence?        
    ¡Cuán severo está conmigo        
    aquel cariñoso amigo        
    a quien debí tanto amor!        
    ¿Qué pides?        
MARQUÉS        Que al de Toledo
    se ponga en prisión segura;        
    y que el pacto que asegura        
    de la princesa Isabel        
    la mano para el Maestre        
    se realice con presteza;
    vos veréis si la nobleza        
    os es entonces infiel.        
REY     Dos amigos solamente        
    plugo a los cielos dejarme,        
    uno para aconsejarme,
    otro para la aflicción.        
    En honda oscura mazmorra        
    pone al primero tu mano,        
    otro entregas a tu hermano,        
    y a mí la tribulación.
    El Dios del cielo piadoso        
    mejor a ti juzgue un día,        
    que en horrorosa agonía        
    bañas mi pecho, marqués.        
    Escribe, y a Dios responde,
    que a ti, don Juan, toca hacello;        
    toma mi pluma y mi sello,        
    la muerte venga después.        
MARQUÉS     (Escribiendo.)        
    Responderé a mi conciencia,        
    y responderé a vos mismo,
    pues yo os salvo de un abismo
    que ya os iba a devorar.        
    Al de Fonseca en prisión        
    por la salud del Estado.        
    El rescripto está acabado,
    dignaos, señor, repasar.        
REY     (Apartando los papeles.)        
    No, marqués; ¡pobre Fonseca!        
MARQUÉS     Dispensad: fuerza se hace        
    cual condición del enlace...        
REY     Para, para: ¡ah del ujier!
    Di a mi hermana que la aguardo.        
MARQUÉS     ¡Señor!        
REY                   Con paciencia espera.        
    Es la condición más fiera        
    que se me puede imponer.        
    Yo amo a mi hermana, Pacheco;
    por ti con pesar la inmolo,        
    pero no quiero ser solo        
    en herir su corazón.        
MARQUÉS     Si yo pudiese aplacar        
    del Maestre el amor violento,
    pero es tenaz opulento        
    y le ciega la pasión.        
REY     ¡Opulento! ¿Y a quién debe        
    sus riquezas y boato?        
    A mí, que le di al ingrato
    armas con que hacerme mal.        
MARQUÉS     Vuestra riqueza os devuelve        
    cuando más se acerca al trono;        
    sus intenciones abono,        
    que es el maestre leal.
    Y si al aleve Arzobispo        
    se aprisiona en el instante;        
    y se devuelve al Infante        
    su legítimo poder;        
    y doña Isabel enlaza
    con el maestre su mano,        
    ya no habrá poder humano,        
    señor, que es pueda ofender.
     
Escena X    
     
Los mismos y LA INFANTA con su acompañamiento.    
     
MARQUÉS     ¿Me hará merced vuestra alteza        
    de darme a besar su mano?
INFANTA     ¿Vos, marqués? ¿Con don Enrique?        
    Siempre os tuve por osado;        
    mas no pensé que flaqueza        
    mostrase tanta mi hermano:        
    ¡escuchar los mensajeros
    de sus rebeldes vasallos!        
REY     Ya no los tengo, Isabel;        
    ya todos me abandonaron.        
    (Aparte.)    
    Teme por el niño Alonso.        
INFANTA     Triste de mí. ¡Cuán amargo
    recuerdo hiere mi alma!        
REY     Juan Pacheco me ha probado        
    que es un servidor leal,        
    y que busca el bien de entrambos.        
    No te muestres tan severa.
INFANTA     ¡Ah qué lucha, cielos santos!        
    Yo aborrezco a los traidores,        
    pero temo por quien amo.        
REY     Retracta tu negativa.        
MARQUÉS     Del entendimiento claro
    de vuestra alteza, señora,        
    nunca esperé que los pactos        
    de las nupcias se rompieran.        
INFANTA     ¿Cómo está Alonso?        
MARQUÉS                       Acatado        
    por mi influjo entre los nobles.
INFANTA     ¡Ese influjo si empleado        
    le hubierais por el monarca,        
    o si mi anhelo escuchando        
    el rey os prendiese ahora!        
    Sed una vez soberano,
    don Enrique, y plegue al cielo        
    mover vuestro pecho helado.
REY     Isabel, no así te indigna.        
MARQUÉS     ¿Y solo ese premio aguardo        
    por defender a los vuestros?
    ¿La suerte no os duele acaso        
    de don Alonso, ese niño        
    por todos desamparado?        
    ¿Fue justo que a don Beltrán        
    se concediera el maestrazgo
    único de don Alonso?        
    ¿Cómo los de Santiago        
    no desnudaran la espada        
    por su maestre agraviado?        
INFANTA     Asaz conozco, marqués,
    el desgobierno y el caos        
    en que el rey mi señor vive,        
    y viven sus cortesanos;        
    asaz lloro las desgracias        
    que al triste pueblo aquejando
    tornaran ambas Castillas        
    en un tenebroso osario.        
    Pero ni sois vos, marqués,        
    ni son los de vuestro bando,        
    los que plañir deberían
    ni hablar de males y agravios;        
    que vosotros, la justicia        
    y la equidad reclamando,        
    buscáis la propia grandeza        
    y olvidáis la del Estado.
    Intolerantes, altivos,        
    pródigos al par y avaros,        
    vuestros manejos deslustran        
    el trono de los Fernandos;        
    con la vista en el tesoro
    y la justicia en los labios,        
    ¿pensáis gobernar hiriendo        
    a los pueblos castellanos?        
MARQUÉS     Por eso mismo, señora,        
    es fuerza que el poder vasto
    de los indómitos nobles        
    ya toque a su final plazo;
    que al trono los feudos vuelvan        
    en las batallas ganados;        
    y un vínculo poderoso
    estreche en eternos lazos        
    al infanzón y al monarca.        
    Este sea el primer paso        
    de una reconciliación        
    que nos libre del naufragio.
REY     Pobre, mírame Isabel,        
    perseguido y destronado        
    consúmese el sacrificio        
    antes que, Isabel, sea vano.        
MARQUÉS     Nunca ha de serlo, señor,
    mientras que la espada al lado        
    ciña el marqués de Villena.        
    Reflexionad que colmados        
    serán por vos, mi señora,        
    no los votos solitarios
    de un humilde caballero,        
    que yo desinteresado        
    siempre fui, desde la cuna,        
    sino los que nobles tantos        
    formaran con intención
    de darle cima alentados.        
    Vos símbolo sois, princesa,        
    de las paces que anhelamos.        
REY     Ya tú la tibieza viste        
    que en el consejo mostraron
    de Navarra y Aragón        
    los dos nobles enviados;        
    ya viste que el Arzobispo...        
INFANTA     ¡Basta, señor! Rescataros        
    sabré a vos y a don Alonso:
    Marqués, el injusto fallo        
    decidió ya vuestra espada;        
    triunfasteis, porque yo el casco        
    no visto ni malla dura.        
MARQUÉS ¡Señora, yo...!        
INFANTA            Mas los pactos
    no firmaré sin que sean
    más decorosos, más amplios,        
    y la primer condición        
    la libertad de mi hermano.        
MARQUÉS     Vos misma dictad la letra
    cual fuere de vuestro agrado,        
    y satisfaced en ella        
    los deseos más lejanos.        
REY     A Dios, marqués de Villena.        
    ¡Que me hayas tú violentado
    a tal capitulación!        
    ¡Isabel! ¡Hermana! Vamos.        
     
Escena XI    
     
EL MARQUÉS y EL MAESTRE.    
     
MARQUÉS     ¡Maestre de Calatrava!        
MAESTRE     Heme aquí. ¿Se han conformado?        
MARQUÉS     Busca luego al Arzobispo,
    y con prudencia y recato        
    dile que voy a prenderle,        
    que viste tú el real mandato.        
    Mírale; que si se estima,        
    si aprecia su vida en algo,
    con pronta instantánea fuga        
    cure de ponerse en salvo,        
    que estoy resuelto esta noche,        
    Maestre, a sacrificarlo.        
MAESTRE     ¿Pero no fuera mejor
    la realidad que el amago?        
    Déjale prender por Cristo;        
    y pues su muerte has jurado,        
    muera de una vez.        
MARQUÉS              Maestre,        
    cúmplase lo que yo mando.
    ¿Entendiste mi palabra?        
    Sé en el repetirla exacto.        
    Esos fieros y esas muertes        
    para asustar mentecatos        
    son a veces provechosos,
    mas no para realizados.        
    Vale mucho el Arzobispo,        
    y es el solo de palacio        
    que a mi grandeza levanta        
    insuperables obstáculos.
    Huya luego de la corte;        
    y si pasa a nuestro campo,        
    ni a mí me queda un rival,        
    ni a ti tan fuerte contrario.        
    Actividad, vigilancia.
MAESTRE     Mas...        
MARQUÉS           Vuela el tiempo.        
MAESTRE                           Ya parto.        
     
Escena XII    
     
EL MARQUÉS.    
     
EL MARQUÉS     Conseguí, ciega fortuna,        
    que se humillase la Infanta;        
    en tus alas me levanta...        
    ¡cual levantaste al de Luna!
    ¿Por qué, memoria importuna,        
    recordármele te plugo?        
    Si el reino se dobla al yugo        
    que tal vez le impongo yo...        
    ¡él también le gobernó,
    mas... dio su cuello al verdugo!        
    ¿Y acaso la instable suerte        
    nunca será favorable?        
    ¿Porque murió el condestable        
    con ignominiosa muerte,
    rendido el ánimo fuerte        
    su historia contemplará,        
    y ante el poder temblará        
    que le ofrece enlace regio?        
    No; que el corazón egregio
    los azares vencerá.        
    Ni es mi pronóstico vano,        
    que la boda consumada,
    con sangre real mezclada        
    quedará la de mi hermano;
    y entonces... solo mi mano        
    gobernará la Castilla;        
    entonces de mi cuchilla        
    dependerán paz y guerra;        
    ¿quién empañará en la tierra
    astro que tan puro brilla?        
     
(Sale.)


ACTO CUARTO      

Cuadro primero    
     
Burgos: palacio del condestable de Castilla.
     
Escena I    
     
EL CONDESTABLE, EL CONDE DE ALVA, EL DE PLASENCIA, DON DIEGO MANRIQUE CONDE DE TREVIÑO, otros NOBLES y UN UJIER.    
     
CONDESTABLE     ¿Y vos mismo habéis hablado        
    al maestre?        
ALVA                         Yo, aquí cerca.        
    Que en Burgos entraba ahora;        
    me pidió que os advirtiera        
    su venida; llega luego.
PLASENCIA     Ya era tiempo de que cuenta        
    de su cometido diesen        
    él, y el marqués de Villena.        
CONDESTABLE     ¿Mas no ha llegado el marqués?        
ALVA     Hoy el maestre le espera.
PLASENCIA     Impaciente estoy por Dios        
    hasta saber con qué nuevas        
    vuelve a Burgos el maestre.        
ALVA     No fue muy veloz su vuelta;        
    el marqués, sea dichoso en paz,
    no habrá perdido su hacienda        
    con el viaje a la corte.        
PLASENCIA     ¿Y qué habrá ganado en ella?        
ALVA     Don Enrique es generoso,        
    señor conde de Plasencia;
    Y a un embajador ¿qué menos        
    ha de dar que una encomienda?        
     
Escena II    
     
Los mismos, y EL MAESTRE DE CALATRAVA.    
   
UN UJIER     El maestre de Calatrava.        
CONDESTABLE     (Abrazándole.)        
    Bien venida vuestra alteza.        
MAESTRE     Aun no gozo, condestable,
    de tan alta preeminencia.        
    (Abrazando a algunos nobles.)        
    Bien hallados, mis señores.        
CONDESTABLE     ¿Cómo aquella corte queda?        
MAESTRE     Solitaria, sin pujanza,        
    y muchos amigos velan...
CONDESTABLE     ¿Se convence el arzobispo?        
    ¿Qué dice de la nobleza?        
MAESTRE     El marqués mejor que yo        
    entiende de esas materias,        
    y os explicará... yo sé
    tan solo que la princesa        
    se digna ya con su mano        
    premiar mi amante terneza;        
    que se han de satisfacer        
    todas vuestras justas quejas,
    arrancándole el maestrazgo        
    a don Beltrán de la Cueva        
    para volverle al infante;        
    si bien algo necio fuera,        
    después que le hicimos rey,
    darle, además, esas rentas.        
CONDESTABLE     No hay pensar en tal sandez:        
    ¿mas son las gracias sinceras,        
    o pretextos solamente   
    para que dure la tregua?
MAESTRE     Don Enrique ha comenzado        
    por darnos de su fe prueba,        
    concediéndole al Marqués
    ciertas ciudades y tierras;        
    pero en galardón destina
    muchas más a las proezas        
    que acabasteis, caballeros,        
    en tan lamentable guerra,        
    y el maestrazgo de Santiago...        
ALVA     Al fin no desaprovechan
    al entendido marqués        
    las desgracias que lamenta;        
    feudos le da don Alonso,        
    y don Enrique preseas;        
    vaya por Dios.        
MAESTRE           Son presentes
    que nunca rehusar debiera,        
    buen conde, un negociador.        
    A vos mismo vuestras deudas        
    don Alonso satisfizo:        
    ¿y bastará esa fineza
    para que rehuséis ingrato        
    las gracias que hacer intenta        
    en vuestra pro don Enrique?        
    Con lo que los tiempos llevan        
    conformarse es necesario.
PLASENCIA     ¡Vanidades todas esas!        
    Mientras en gracias pensamos        
    ¿quién sabe si en contra nuestra        
    arma gente el arzobispo        
    y por las Castillas entra?
ALVA     ¿Y aun encerrado en los muros        
    teméis a su reverencia?        
PLASENCIA     Temo yo cual los valientes;        
    su astucia temo, y su fuerza,        
    que es sagaz el de Toledo,
    y débil nuestra bandera.        
MAESTRE     El de Toledo, seor conde,        
    no ha de causarnos sorpresas;        
    que aunque hoy mismo llega a Burgos,        
    no trae más gente de guerra
    que un capellán y dos pajes,        
    con un saco de indulgencias.
CONDESTABLE     Viene a negociar sin duda.        
ALVA     ¿El arzobispo se acerca        
    desarmado a nuestros muros?
TREVIÑO     Harto mas la sutileza        
    temo yo del arzobispo        
    que sus armas y querellas;        
    que no es grande capitán        
    todo aquel que estudia o reza.
PLASENCIA     Castillos y calabozos        
    hay en Burgos, se le encierra,        
    y no vuelven a ver luz,        
    ni él, ni su misión secreta.   
MAESTRE     El de Toledo, señores,
    viene a ofrecer su influencia       
    al príncipe don Alonso.   
CONDESTABLE     ¿El de Toledo se muestra        
    tan propicio a nuestras miras?        
    ¿Son esas noticias ciertas?
TREVIÑO     Pues entónese ya el triunfo,        
    que dudarlo fuera mengua.        
CONDESTABLE     ¿Mas cómo?   
MAESTRE               Supo que Enrique,        
    yo ignoro por qué materias
    de Estado, a prenderte iba;
    huyó luego, y se presenta
    a servirnos o a vengarse
    como la fortuna quiera.
CONDESTABLE     ¡El Arzobispo!        
MAESTRE                   Pendones        
    ya en Ávila hizo Fonseca
    levantar por don Alonso.        
TREVIÑO ¿Y el marqués?        
MAESTRE     Fue el quedar fuerza        
    para acabar los contratos        
    de las bodas.        
TREVIÑO              ¡Así puedan        
    las gentes ya licenciarse
    que tan costosas nos eran!        
    Podremos ir a la corte...        
MAESTRE     Más despacio y con cautela,
    señor conde de Treviño;        
    que aunque la verdad completa
    es mi deber presentaros,   
    las mercedes y promesas        
    cuyo padrón traigo aquí,        
    no me parece imprudencia        
    antes verlas realizadas
    que nuestras huestes disueltas.
CONDESTABLE     Tanto mas cuanto es forzoso        
    que también su lugar tengan        
    las mercedes que cual rey        
    a los que bien le sirvieran
    cumple hacer a don Alonso.
MAESTRE     Pide el honor que así sea;        
    que su causa defendimos        
    honrosamente en la arena,        
    y fundamos la unidad
    que a los próceres sustenta.
CONDESTABLE     Justo es que así se declare        
    por medio de recompensas.        
PLASENCIA     Pues viva el rey don Alonso.        
MAESTRE     Mientras los yelmos resplendan
    de las poderosas bandas
    que ahora, señores, nos cercan,        
    una petición humilde        
    se escucha con más clemencia        
    que cien memoriales dados
    entre tapices de seda.        
    Trabajemos de consumo        
    porque más grandes contiendas,        
    señores, a la infelice        
    Castilla no sobrevengan;
    y hasta lograr paz y orden        
    mantened las armas puestas.        
ALVA     El Maestre es nuestro escudo.        
TREVIÑO     Nuestros nietos ¿qué dijeran        
    si así nos viesen ganar
    los mayorazgos que heredan?        
MAESTRE     Mas parece, señor conde,        
    que de hijo de la nobleza,
    esa reflexión salida        
    de boca de quien quisiera
    dar valor a los pecheros...
    Mas aquí viene su alteza.        
     
Escena III    
     
Los mismos y EL PRÍNCIPE DON ALONSO con acompañamiento.    
     
ALONSO     Gran maestre, bien venido:        
    ¿cómo dejaste a mi hermano?        
MAESTRE     Dadme a besar vuestra mano
    (Se la besa doblando una rodilla.)        
    cual a súbdito rendido        
ALONSO     ¿Y cómo sigue Isabel?
    ¿Se divierten todo el día?
    ¿Tienen mucha cetrería?
    ¿Viste allí cierto doncel
    a quien llaman don Ferrán,        
    asaz de gentil y apuesto,        
    en el corcel muy enhiesto        
    y en las justas muy galán?        
    ¿Por qué no me le trajiste,
    supuesto que estaba allí?        
MAESTRE     Señor, porque no le vi.        
ALONSO     Pues maestre, mal hiciste,        
    que es aquel bravo rapaz        
    mi compañero y amigo:
    ¿cuándo le veré conmigo?        
    Esta vida es dura asaz.        
MAESTRE     Pero, señor, permitid        
    que cuenta os rinda primero...        
ALONSO     Lo que antes que todo quiero
    es salir para Madrid.
    Adonde abrace a mi hermana,        
    y haya justas y festines,        
    y corra por los jardines,        
    y antes hoy que no mañana.
MAESTRE     Mas no es posible, señor,
    que de Burgos Vuestra Alteza        
    pueda salir.        
ALONSO                 ¡Qué fiereza!        
    ¡Soledad siempre y rigor!        
    ¿Pero qué mi hermano dice?
MAESTRE     Que a vos contento se humilla,        
    que el reinado de Castilla        
    sea a Vuestra Alteza felice;        
    y mil congratulaciones        
    os manda y respetos mil,
    por el gobierno civil        
    que ejercen vuestros varones.        
ALONSO     A ellos congratula pues,        
    y no a mí, que aun no hice nada.        
MAESTRE     Vuestra prudencia extremada
    nuestro solo móvil es.        
ALONSO     Yo estoy triste, yo quisiera        
    ver a Isabel, cabalgar,        
    y por las plazas justar        
    con reluciente cimera.
    Y a Ferrán, y a otros donceles,        
    ver quisiera yo a mi flanco,        
    armados de punta en blanco,        
    sobre espumosos corceles;        
    o bien en fiero escuadrón
    por la vega granadina,
    ver quiero cómo se inclina        
    el moro sobre el arzón.        
    Cómo el cristiano membrudo,        
    cuando al contrario no alcanza,
    le arroja la fuerte lanza
    y le atraviesa el escudo;        
    y cómo en la dura cota        
    que al moro sirve de meta        
    da silbadora saeta
    y cae despuntada y rota.        
MAESTRE     Vuestra Alteza, mi señor,        
    del alcázar todavía        
    no puede salir de día,        
    que hay aquí mucho traidor;
    y cumple a los caballeros        
    guardar su persona augusta.        
ALONSO     Tanto amor ya me disgusta        
    y ver tantos escuderos.        
    Siempre con formalidad,
    siempre con gentes ancianas,        
    enfado me dan las canas,        
    enfado la austeridad.        
    Siquiera por los jardines        
    libre solazar debría,
    sin que turben mi alegría        
    esos viejos paladines.        
MAESTRE     Mas es forzoso, señor,        
    que la cámara os esconda        
    para que de vos responda
    nuestro vigilante amor.        
    Escribid a vuestra hermana        
    la infanta doña Isabel,        
    y trasladad al papel        
    la impaciencia que os afana;
    decidle que no hay remedio        
    para vuestra reclusión;        
    que os consume la pasión,        
    que os ha de matar el tedio.        
    Que solo saldréis de aquí,
    ved que yo nada recato,        
    cuando se cumpla el contrato        
    que dichoso me hará a mí;        
    que hasta entonces no hay persona        
    que en Burgos os pueda hablar,
    sino los que vigilar
    deben por vuestra corona.        
ALONSO     (Enternecido.)        
    Mal haya el funesto instante        
    en que tal corona vi,        
    y la hora en que vine aquí,
    y en que vine al mundo infante.        
    ¿Pero tendré libertad        
    cuando se acabe la boda?        
MAESTRE     Tendrá vuestra alteza toda
    cuanta sea su voluntad.
    Y entre sus vasallos fieles        
    reinará según su gusto;        
    ni un semblante verá adusto,        
    sino garridos donceles.        
    Entonces, sin otros fines
    que dar vado a su placer,        
    solo tendrá que atender        
    vuestra alteza a los festines.        
    Don Enrique irá a Toledo,        
    que la tristeza le acosa;
    yo con la infanta mi esposa        
    en Madrid junto a vos quedo.        
ALONSO     ¿Tú en Madrid?
MAESTRE           Señor, es vana        
    vuestra sospecha, que ya        
    nunca se os enojará.
ALONSO     Ven a escribir a mi hermana.        
     
Escena IV    
     
DON DIEGO MANRIQUE.    
     
DIEGO     ¡Infeliz! ¡Qué triste suerte        
    darte al destino le plugo!        
    Primero el acervo yugo,        
    ¡y por término la muerte!
    Habrá venido Abiabar;        
    ya es hora de que aquí esté.        
    ¡Ujier! Que paso se dé        
    a uno que me quiso hablar.        
    (Se queda pensativo hasta la siguiente.)        
     
Escena V    
     
El mismo y ABIABAR.    
     
ABIABAR     ¿Acabó toda esperanza?
DIEGO     Toda esperanza acabó.        
ABIABAR     Bien así lo temí yo.
DIEGO     Mi poder a más no alcanza.        
    Penetré ya el triste arcano;        
    morir juro yo con él;
    mas sepa doña Isabel        
    cuánto peligra su hermano.        
    Sepa que por cada instante        
    que dura su resistencia        
    borra un año de existencia
    a la vida del infante;
    que ceda sin más decir,        
    don Abiabar, es preciso;        
    cúmplase su compromiso,        
    o habrá Alonso de morir.
ABIABAR     Mas defendedle, señor,        
    por algún plazo la vida;        
    si al fin ha de ser cumplida        
    la mente del opresor,        
    yo os respondo que Isabel
    evitará ese atentado.        
DIEGO     Aquí hay de escribir recado.        
ABIABAR     ¡Qué, mandato tan cruel! (Escribe.)        
DIEGO     Y ese arzobispo traidor        
    que a su rey vuelve la cara...
    ¿Mas cómo a Enrique dejara?        
    ¿Cómo así vende su honor?        
ABIABAR     No es difícil que se explique        
    la causa, señor, del mal;        
    que el prelado es desleal
    y es infeliz don Enrique.        
    (Acaba de escribir, y da una palmada.)        
     
Escena VI    
     
Los mismos y UN ESCUDERO.    
     
ABIABAR     Nuño, luego a Madrid parte        
    sin dilación, sin demora,        
    sin detenerte ni un hora,        
    Nuño, por ninguna parte.
    Preguntas adónde están
    los pajes del soberano,        
    y este pliego en propia mano        
    da al que llamen don Ferrán.        
    ¿Entendiste? ¡En el momento!
    Muestra que sabes hendir
    los aires.        
     
(Sale el escudero.)    
     
DIEGO                      Dios impedir        
    quiera el delito cruento.
     

Cuadro segundo
   
     
Escena VII    
     
El mismo palacio de don Enrique: EL REY, abatido y lloroso. Algunos CABALLEROS le acompañan.    
     
ENRIQUE     Yo, a quien un tiempo acataron        
    tantos ricos infanzones
    que brillaban cual luceros        
    en el campo y en la corte;        
    el arzobispo, el marqués,        
    todos me fueron traidores,        
    y agora desesperado,
    mísero, abatido y pobre,        
    en mi soledad me quejo        
    sin que saluden mi nombre        
    mas que injurias y denuestos.        
UN NOBLE     Vuestra alteza me perdone,
    que aun quedan al rey Enrique        
    muchos fieles servidores.        
    Quizá se acerca ya el día        
    en que la copa se colme        
    del dolor, y al cielo plazca
    tornárosla en bendiciones,        
    que ya al vicario de Cristo        
    llegaron vuestros clamores,        
    y su anatema sagrado        
    derrocará los pendones
    de la aleve sedición;        
    y Dios hará que tremolen        
    vuestras invictas banderas        
    en los mismos torreones        
    adonde flotan al viento
    las de los altivos nobles.        
ENRIQUE     Esa es mi sola esperanza;        
    que si mi mal no socorre        
    con su benigna influencia        
    el Supremo Sacerdote,
    ¿qué será de mí? He cedido        
    por diversas pretensiones        
    del Maestre, aquello poco        
    que ya me quedaba, en dote        
    para mi hermana Isabel;
    fueros, villas y exenciones        
    di también a la nobleza;        
    tú sabes que los favores        
    pago yo siempre al contado        
    poniéndoles precio doble;
    solo olvido las ofensas;        
    mas si bien me hace algún hombre,        
    viva y leal mi memoria        
    aquel bien por siempre acoge.        
EL NOBLE     Los castellanos, señor,
    vuestra virtud reconocen;        
    ellos vengaros sabrán.        
ENRIQUE     ¡Y mi hermano! ¡Cuán innoble        
    fue su conducta conmigo!        
    ¿Qué no le di? ¿Qué ocasiones
    evité de complacerle?
    Y porque los ricos-hombres        
    me obligaron a quitarle        
    su maestrazgo, se propone        
    arrojarme de mi trono,
    acaudillar los motores        
    del mismo mal que lamenta,        
    pedir que no se perdone        
    a los mismos que quisieron        
    defenderle con razones.
EL NOBLE     Recuerde, señor, su alteza        
    que a don Alonso le imponen        
    la obligación de agraviaros,        
    y que en la almenada torre        
    de Burgos preso se encuentra,
    aunque monarca le nombren;        
    recordad que aun hay, señor,        
    quien de serviros se honre,        
    que sois rey.        
ENRIQUE          Mas sin vasallos.        
    (Adelantándose, y en voz baja a su interlocutor.)    
    Mi secreto no te asombre.
    ¿Sabes tú quién consiguió        
    a fuerza de instigaciones        
    que el maestrazgo le quitase        
    a mi hermano, o hasta dónde        
    instó con sagaz empeño?
    Mas ¿de callarlo respondes?        
    Mira que mi propia vida        
    diciéndolo en riesgo pones;        
    pues fue el marqués de Villena,        
    ese mismo que por orden
    ahora clama y por justicia,        
    entre armados escuadrones.        
EL NOBLE     ¡Señor!        
ENRIQUE            Pero no lo digas.        
EL NOBLE     El Dios que rige los orbes        
    por medio de su vicario
    cortará las disensiones.        
    También vuestros aliados        
    quizá todos se proponen...        
ENRIQUE     ¡Mis aliados! ¡Morir        
    con sus buenas intenciones
    me dejan de muerte cruda!        
EL NOBLE     Tal vez ocultos resortes        
    tocarán para salvaros.        
ENRIQUE     Tan ocultos que se borren        
    de la memoria y la vista,
    o quizá que ni aun les toquen.        
UN UJIER     El noble obispo Venerio,        
    de su santidad en nombre,        
    pide hablaros.        
ENRIQUE           Cielos justos,        
    ¿si acabarán tus rencores?
    ¡El nuncio mismo del papa!
    Salid luego, mis varones,        
    recibidle en vuestros brazos,        
    prodigadle los honores.        
     
(Salen algunos NOBLES.)    
     
    Él refrenará la audacia
    de mis fieros campeones;        
    y del clero refractario        
    los atentados enormes        
    sabrá castigar también,        
    que yo le colmé de dones
    y ahora ingrato me maltrata        
    y el reino siembra de horrores        
     
Escena VIII    
     
Los mismos, EL OBISPO con algunos CAPELLANES, y los NOBLES que salieron a recibirle.    
   
OBISPO     (Abrazando al REY, que se adelanta a recibirle.)    
    ¡Señor!        
REY                  Seas bien venido.        
OBISPO     Me manda su santidad...        
REY     Ah, buen Venerio. ¡En verdad
    me encuentras tan desvalido!        
    Sin perder tiempo es forzoso        
    ir a Burgos de contado;        
    Alonso me ha destronado;        
    no quiero serte enojoso;
    él empero es el señor        
    que rige hoy a la Castilla,        
    los rebeldes acaudilla;        
    parte luego por favor;        
    y que tus palabras santas
    calmen la furia inclemente,        
    que arrebata a aquella gente,        
    todos caigan a tus plantas.        
    Mis facultades te cedo;        
    monarca le han elegido;
    mas sabes ¡ah!, ¿quién le ha ungido?
    el prelado de Toledo.        
OBISPO     Ya lo sé.        
REY                    ¿Pero así peca        
    contra el regio bienhechor        
    ese arzobispo traidor
    don Alonso de Fonseca?        
    ¿Y también mi propio hermano        
    a la traición se abandona?        
    ¿También contra mi corona        
    alza la rebelde mano?
    Y decreta mi prisión        
    sin ver que los desleales        
    con aguzados puñales        
    traspasan mi corazón.        
    Partid, obispo Venerio,
    partid luego sin demora,        
    que hoy arrastra cada hora        
    un siglo de vituperio.        
    Mi sangre anhelan verter        
    en patíbulo elevado,
    y tú, hermano Alonso amado,        
    tú puedes verla correr.        
    ¿Qué te hice yo, Alonso mío,        
    para que agora inhumano        
    en contra tu propio hermano
    asestes el hierro impío?        
    Parte, obispo, sin temor;        
    a ti te respetarán,        
    tu voz obedecerán.        
OBISPO     ¡Don Enrique, mi señor!
REY     El de Villena está aquí;        
    pero ¿creerás que el osado        
    en mi casa me ha insultado,        
    y que me amenaza a mí?        
    ¿Creerás que el desnudo hierro
    altivo me presentó...?        
    Basta, Venerio, que yo        
    solo al pensarlo me aterro.
    Con Isabel partirá...
    Pasa a Burgos, buen amigo,
    y el Señor vaya contigo,
    y su perdón luzca ya.
OBISPO     Es inútil, don Enrique.        
REY     ¡Cómo! ¿Y el papa también        
    ya me mira con desdén?
    ¿También él quiere que abdique?        
    ¿Tanto he pecado, Señor,        
    que no hay para mí piedad?        
OBISPO     Vuestra angustia sosegad,        
    y escuchadme por favor,
    que su santidad me envía        
    para prestaros consuelo;        
    mas de otra manera al cielo        
    decretarlo convenía.        
REY     Buscad pues a los traidores.
    Cumplid su santa intención.        
OBISPO     Por llenar esa misión        
    ya en Burgos vi a los señores.        
REY     ¿A Burgos, obispo, has ido?        
OBISPO     Ya, señor, vengo de allí,
    y funestas cosas vi
    que dar hora a vuestro oído.
REY     ¿Y qué los nobles dijeron?        
    ¿Cómo respondió mi hermano?        
OBISPO     Para besarle la mano
    vanas mis instancias fueron;        
    en el cautiverio gime        
    que le dieron los traidores.        
REY     ¿Y ni una espada, señores,        
    a don Alonso redime?
OBISPO     Es dorada su cadena,        
    ora suave, ora fuerte,        
    según lo quiere la suerte        
    o lo manda el de Villena.        
REY     Mas los nobles ¿qué dijeron?
    ¿Cuál es al fin su intención?        
OBISPO     Que es santa la sedición        
    tumultuosos respondieron.        
    Dijéronme a mí, al legado,        
    en confusa gritería,
    que Burgos no obedecía        
    los caprichos de un prelado.        
    Y añadieron luego ¡oh mengua!        
    que si al punto no callaba,        
    pronta una espada se hallaba
    para cortarme la lengua;        
    que mi mejilla no herían        
    con los sus guantes bruñidos,        
    por respeto a los vestidos        
    que a la sazón me cubrían;
    que al Papa no dé esta guerra        
    más importuno desvelo;        
    con sus llaves que abra el cielo        
    sin curarse de la tierra.        
    Y que si se fulminaban
    contra ellos excomuniones,        
    ellos con otras razones        
    nulas ya las declaraban;        
    que al concilio apelarían;        
    que terrenal es su culpa;
    y tan fundada disculpa
    los padres no desoirían.
    Y para más irrisión
    de Burgos luego me echaron,
    y las puertas entornaron
    cubriéndome de baldón.
REY     Ya para mí no hay remedio;
    ya se acabó mi esperanza;        
    nada para mí se alcanza.        
OBISPO     Queda, señor, solo un medio;
    los mismos que escarnecían        
    mi sacrosanta misión,        
    la palabra de Aragón        
    humildes respetarían.        
    ¿Su monarca no pudiera...?
REY     Ayudarme prometió,
    y a su palabra faltó
    cual si dádola no hubiera;        
    ¡y a mí que le serví tanto!        
    Mi azote es la ingratitud
    Isabel, ¡ah!, mi virtud
    fortalezca el cielo santo.        
    Solo este dardo faltaba        
    para desgarrar mi pecho.        
OBISPO     Dominad vuestro despecho.
REY     Venerio, tanto la amaba.
     
Escena IX    
     
Los mismos, LA INFANTA vestida de viaje, y acompañada de NOBLES, DAMAS, DUEÑAS y ESCUDEROS.    
     
ISABEL     Abrázame, hermano; por la vez postrera        
    quizá que en el mundo lo puedas hacer,        
    y a mis servidores...        
REY                          El cielo no quiera        
    robarme la dicha de volverte a ver.
    Ah virgen ilustre, excelsa heroína        
    que a la patria inmolas tu felicidad,        
    el pesar amargo tu frente no inclina;        
    pasara tu nombre de una en otra edad.        
ISABEL     A los cielos plugo darme regia cuna;
    soy de la Castilla, que vida me dio;        
    combatí esforzada la adversa fortuna;        
    a mi patria, empero, no combato yo.        
    Y si en holocausto la triste Castilla        
    demanda mi sangre, pide mi penar,
    la frente serena bajo la cuchilla        
    tenderé gustosa sobre el patrio altar.        
    Los cielos piadosos saben, don Enrique,        
    que inunda mi alma la tribulación;        
    mas al desacato fuerza es poner dique,
    fuerza ahogar la llama de la rebelión.        
    ¡Aciago viaje, nupcias desdichadas!        
    De quebranto llena me aparto de ti;        
    felice si calmo pasiones airadas,
    dichosa si en calma vuelvo a verte aquí.
    A Dios, que este cáliz triste, don Enrico,
    que a mi labio toca es fuerza apurar;
    por ti, por Castilla yo me sacrifico;
    el cielo la ofrenda se digne aceptar.
UN UJIER     Señor, solicita paso el de Villena.
INFANTA     Aguarda un momento (Abraza a su hermano.)
                               por la última vez.
    (Con firmeza.)
    Dale paso libré.
REY                      La voz me enajena
    del dolor agudo la horrible embriaguez.
    (EL REY se sienta desfallecido de pesar.)
     
Escena X    
     
Los mismos, EL MARQUÉS DE VILLENA, y FERRÁN disfrazado entre los caballeros de la comitiva.
     
MARQUÉS     ¡Señor!    
INFANTA            Es la hora de que al sacrificio
    la víctima parta; abrid paso vos;
    mi dolor el ciclo contemple propicio.
MARQUÉS     De mi fe sincera también juzgue Dios.
    Que yo no merezco ¡oh preclara infanta!,
    la amarga censura que os plugo lanzar;
    vuestro esposo espera junto al ara santa
    el voto, señora, que vais a prestar;
    por acompañaros cual fiel escudero
    ¿acaso os ultraja quien en fiera lid
    sobre el yermo campo muriera primero?
INFANTA     Marqués, nos aguardan en Valladolid.
    ¿Estáis ya dispuesto con esos soldados?
MARQUÉS     A serviros prontas mis gentes están;
    mas los hombres de armas son vuestros criados,
    y del rey Enrique los que guardia os dan.
INFANTA     ¡Del rey!
MARQUÉS              Sí señora, de mi soberano;
    vuestra orden espero; señor, permitid
    que bese de hinojos vuestra augusta mano;
    mandadme, cual siempre, en Valladolid.
INFANTA     (A DOÑA BEATRIZ viendo a DON FERRÁN, que para darse a conocer se levanta la visera.)
    ¿Le ves? Ya no hay duda; ¿y a mí se presenta?
    ¿Para cuántos males vivirá Isabel?
BEATRIZ     ¡Valor! ¡Confianza!
INFANTA                        ¿Mas qué hacer intenta?
BEATRIZ     ¡Audacia increíble es la del doncel!
REY     ¿Y tú, Juan Pacheco, te llevas mi hermana?
    ¿Solo, abandonado me quieres dejar?
MARQUÉS     Señor, un instante.
    (Siguen hablando en voz baja.)
FERRÁN     (Aparte.)
             La esperanza es vana
    de aquellos, señora, que os van a inmolar.
INFANTA     ¡Ah triste! Fallezco.
FERRÁN                                  Señora, yo os juro
    que si al pie del ara os llegáis a ver,
    sabrá del maestre mi hierro seguro
    el sí aborrecido allí contener.
    Tomad sin recelo la propuesta vía,
    que yo tengo espada, y tengo valor;
    vuestra grave ofensa ya, señora, es mía,
    y yo rescatarla sabré por mi honor.
REY     Basta ya, Pacheco, basta de razones:
    ¡ah mísero Enrique!
     
(Abraza en silencio a su hermana, y se retira por el fondo.)    
     
INFANTA                    ¡A Dios! ¡Qué pesar!
    Estoy pronta. Vamos.
MARQUÉS                 Las tribulaciones
    augusta princesa van a terminar.


Acto quinto
     
Valladolid: sala del palacio de don Diego Manrique, conde de Treviño.    

Escena I    
     
EL MAESTRE y EL CONDE DE TREVIÑO.    
     
MAESTRE     Señor don Diego Manrique,
    señor conde de Treviño,
    aceptad la gratitud
    de compañero y de amigo
    por la espléndida acogida
    que mí esposa os ha debido;
    hasta ahora ignoraba yo
    que alcázar tan bien provisto
    en Valladolid tuviésedes.
TREVIÑO     Es para vuestro servicio.
    Cuando acá llegó Su Alteza
    con vuestro hermano, rendido
    debí ofrecerles a entrambos
    para descanso un asilo
    que aunque pobre, suyo fuera.
    Hoy, Maestre, me he atrevido
    algún poco a decorarle
    para las fiestas.
MAESTRE              Sois fino,
    Conde, al par que generoso.
TREVIÑO     Me honráis, Maestre, infinito.
MAESTRE     ¿Avisaron ya a la Infanta
    de mi vuelta?
TREVIÑO          A recibiros
    contestó que al punto sale.
MAESTRE     Ahora, Conde, un don os pido.
TREVIÑO     Libre disponed, señor,
    del Conde a vuestro albedrío.
MAESTRE     Generoso, el Conde, sois;
    honradme, yo os lo suplico,
    concurriendo a la capilla
    como principal testigo,
    pues la bendición nupcial
    a darnos va el Arzobispo.
TREVIÑO     Tantas honras me confunden.
MAESTRE     ¿Está todo prevenido?
TREVIÑO     Ya solo falta, Maestre,
    que se cumpla el santo rito.
    Y plegue a Dios que terminen
    con él feudos y delitos,
    y que renazca la paz
    sobre los altares mismos.
     
Escena II
     
Los mismos, DOÑA ISABEL vestida de boda, con sus DAMAS, y DOÑA BEATRIZ.
     
MAESTRE     (Inclinándose y doblando una rodilla.)
    Conceded, noble Princesa,
    que vuestro esposo sumiso
    bese vuestra augusta mano.
ISABEL     (Dándole a besar la mano.)
    A vos que no a mi marido,
    gran Maestre, se la doy;
    gozar en paz séame lícito
    de una hora que me queda
    de libertad.
TREVIÑO     (Saludando.) Me retiro
    con vuestra venia, señora.
     
Escena III    
     
Los mismos, menos EL CONDE.    
     
MAESTRE     ¿Tanto os pesa el yugo mío,
    que los instantes contáis
    que dél os libra el destino?
    ¿Merece rigores tantos
    el que a vuestros desvalidos
    hermanos supo escudar?
    ¿Aquel que en vuestro cariño
    espera hallar su ventura
    y ser de gozarla digno?
    Que si mis esfuerzos todos,
    mis preces, mis sacrificios
    bastaran a hacer felice
    a mi infanta...
ISABEL                    No he nacido
    para ser dichosa yo.
    Si severo el labio dijo
    lo que el alma padecía;
    si a ser vuestra me resisto;
    si es el veros para mí
    el más horrible martirio,
    pronunciado el sí fatal
    sabré cumplir lo ofrecido;
    hasta entonces... sed piadoso,
    dejad mi dolor conmigo.
MAESTRE     Ni aun entonces lograré
    un amistoso suspiro,
    una halagüeña mirada...
ISABEL     Si vos abrís el abismo,
    ¿por qué al contemplar su cráter
    vaciláis estremecido?
    Sollozos yo os los daré;
    y vuestro tálamo frío
    con lágrimas dolorosas,
    y con silencio sombrío,
    festejaré cual conviene
    no al amor, al odio altivo.
MAESTRE     Supuesto que os importuno
    dadme, señora, permiso...
ISABEL     No pudisteis pedir gracia
    más lisonjera a mi oído.
MAESTRE     (Aparte.)
    Goza en paz de tus desdenes,
    que yo, Infanta, no me humillo;
    da una hora a tu despecho;
    yo daré una vida al mío.
     
Escena IV    
     
Los mismos, menos EL MAESTRE.    
     
BEATRIZ     ¿Y es posible, mi señora,
    que no recobréis la calma?
    ¿Por qué no lanzáis del alma
    el dolor que la devora?
    Si no hay para el mal remedio
    que en vuestra mente domina,
    combatid cual heroína,
    y no os venza innoble tedio;
    que en las finezas futuras
    y en la mutua confianza,
    se deja ver la esperanza
    de no soñadas venturas.
ISABEL     ¿Y el tiempo fuerza tendrá,
    tendranlo riqueza o gloria
    para borrar la memoria
    del cariño que aquí está?
    ¿O ha de lograr por ventura
    el Maestre, mi señor,
    apagar mi antiguo amor,
    ahogar mi antigua ternura?
    ¿Por qué humanos sentimientos
    a mí el cielo quiso dar?
BEATRIZ     Para que sepáis triunfar
    de sus caprichos violentos.
     
Escena V
     
Los mismos, EL CONDE DE TREVIÑO, y FERRÁN armado: luego que entra se alza la visera.
     
TREVIÑO     (A FERRÁN.)
    Pasad, señor; vedla allí.
    Sin recelo hablar podréis.
FERRÁN     Mas vos, conde, cuidaréis...
TREVIÑO     Nadie se acercará aquí.
ISABEL     ¡Ah! ¿qué es esto, señor conde?
    Vos me habéis hecho traición.
TREVIÑO     Señora, vuestro perdón;
    harto mi lealtad responde.
ISABEL     Señor conde de Treviño,
    de alevosía os requiero.
TREVIÑO     A mí que soy caballero,
    a mí que una espada ciño
    que siempre por vos vibró;
    a mí que nacer os vi,
    que a vuestro padre serví,
    ¿fementido he de ser yo?
ISABEL     ¿Y vos, doncel, no sabéis
    ni aun respetar mi decoro?
    ¿Estas lágrimas que lloro,
    Ferrán, no compadecéis?
    ¿Qué, nada os importa abrir
    nuevas llagas a mi pecho,
    nada os importa el despecho,
    doncel, que me hacéis sufrir?
    ¿Ignoráis que hoy juraré,
    al gran maestre ofrecida,
    serle fiel toda la vida,
    y que el voto cumpliré?
FERRÁN     No lo juraréis, señora,
    que también juré ferviente
    romper el nudo inclemente
    de ese voto que os desdora;
    y si mi amor, mi ternura,
    mis ruegos, mi padecer,
    no alcanzaran a vencer
    los males que el pecho augura;
    si vos, infanta, anhelante,
    por mentida obligación,
    traspasáis mi corazón
    con ese dardo punzante;
    si al altar subís con él,
    por la fe de caballero
    que al gran maestre el acero
    ha de matar del doncel.
ISABEL     En una corte extranjera
    de peligros rodeado...
FERRÁN     ¿Y qué son para un soldado
    que paz en la tumba espera?
    ¿Qué cien espadas a mí?
    Solo ha de matarme una:
    ¡sígame pues la fortuna,
    y yo muera o triunfe aquí!
ISABEL     ¡Morir, Ferrán! ¡Cruda suerte!
    Vuestra juventud florida...
FERRÁN     Sin vos detesto la vida,
    sin vos imploro la muerte.
    Sin vos mis días serán
    noches lúgubres de llanto,
    que de tinieblas y espanto
    mil espectros llenarán.
    Y en ensueño pavoroso
    y entre horrorosas visiones
    veré las adoraciones
    que os tributa vuestro esposo.
ISABEL     ¿Mas qué pretendéis de mí,
    Ferrán, con esos conjuros?
FERRÁN     Que abandonéis estos muros;
    que salgáis luego de aquí;
    que perdonéis mi osadía;
    yo vuestro esclavo seré...
ISABEL     ¡Don Ferrán! ¡Ah! ¿Qué escuché?
    Más fiel, conde, yo os creía.
    ¿Llegó vuestro desvarío,
    doncel, hasta imaginar
    que era lícito insultar
    a quien lleva el nombre mío?
FERRÁN     ¿Yo insultaros, noble infanta,
    yo faltar a mi deber,
    cuando quisiera poner
    hasta el cielo a vuestra planta?
TREVIÑO     En un vasallo cual yo
    ¿cómo, infanta, ponéis duda?
    ¿No fue mi espada desnuda
    la que siempre os defendió?
    ¿En un Diego de Manrique
    sospecháis la traición vil,
    cuando veces mil, y mil,
    peleó por don Enrique?
    Si con los nobles pasé
    fue por serviros mejor;
    mas como el oro mi honor
    puro siempre conservé.
ISABEL     No hay servicio que disculpe,
    conde, la infidelidad.
TREVIÑO     Mas ya brilla la lealtad
    que honor en mi pecho esculpe.
    Huid sin más detención,
    que libre seréis espero,
    y os juro cual caballero
    que os protegerá Aragón.
FERRÁN     ¿No tembláis, doña Isabel,
    de la opresión que os prepara
    cuando juréis en el ara
    ese Maestre cruel?
    Objeto de su pasión,
    y de su venganza objeto,
    a sus caprichos sujeto
    tendrá vuestro corazón;
    bien sabéis que no perdona
    el Maestre, y que no olvida,
    y a precio de vuestra vida
    comprar quiere la corona.
    Para mí piedad no imploro;
    sea para vos la piedad;
    noble infanta, perdonad,
    venid, enjugad el lloro.
    En casa de los Riveros
    vuestros amigos, señora,
    ya están esperando ahora
    cien bizarros caballeros.
    Vuestras gentes allí están
    prontas para rescataros;
    ¿y los que anhelan libraros
    señora, no lo podrán?
    Aragón nos auxilia.
ISABEL     ¿Mas cuándo Aragón infiel
    no fue a Castilla cruel?
FERRÁN     Pero ya ha llegado el día
    que le une amistad sincera;
    y ese pendón que levanta,
    no le repulséis, Infanta,
    porque antes infiel os fuera.
TREVIÑO     Cuidad que solo un instante,
    doña Isabel, queda ya,
    cuidad que tarde será
    sino partís al instante.
FERRÁN     Un solo asilo ya os queda,
    ¿y le desdeñáis, señora?
    Tarde será en una hora;
    vuestra repugnancia ceda.
     
Escena VI    
     
Los mismos, EL ASTRÓLOGO y EL ARZOBISPO DE TOLEDO.    
     
ABIABAR     Haced, por Dios, seor prelado,
    que venga luego Su Alteza,
    porque si no la cabeza
    a mal juego hemos jugado.
    Y ya veo el funeral
    sudario que hemos tejido;
    que es el Maestre atrevido
    y el Marqués vuestro rival.
ISABEL     Arzobispo de Toledo,
    ¿vos aquí?
ARZOBISPO       Vuestra inquietud
    vengo y vuestra esclavitud
    a romper si tanto puedo.
    Vos siempre me habéis creído,
    que nunca falaz os fui;
    salid, princesa, de aquí,
    que yo también os lo pido.
    Huid del Maestre lejos,
    no os detengáis más por Dios;
    por vuestro hermano, por vos,
    tomad ahora mis consejos.
ISABEL     ¿Con los contrarios de Enrico
    no estaba quien me habla así?
ARZOBISPO     Yo no sé si delinquí;
    mas seguidme, os lo suplico.
    A la traición alevosa
    fui víctima consagrada.
    ¿Seréis también inmolada?
    ¿Seréis de un traidor esposa?
FERRÁN     Ya el sol desde el alto cielo
    nos muestra su faz radiante;
    si se perdiera otro instante
    fuera vano nuestro anhelo.
BEATRIZ     Bien venida la esperanza
    que nos da la Providencia:
    señora, esa resistencia...
FERRÁN     Nos perderá la tardanza;
    que ya muchos caballeros,
    de alma y de pecho leal,
    solo esperan la señal
    para blandir sus aceros.
    Tienen la gente apostada,
    de tropas las casas llenas,
    cuando el Marqués cuenta apenas
    con su escudo y con su espada.
ARZOBISPO     Esa virtud que en vos brilla
    ceda, infanta, a la razón.
BEATRIZ     Os lo manda el corazón
    y la salud de Castilla.
    ¿La ocasión desperdiciamos
    que por nuestro bien se ordena
ISABEL     ¿Pero el marqués de Villena...?
    ¡La fuga! ¡Mi Beatriz! Vamos.
     
Escena VII    
     
EL CONDE DE TREVIÑO y EL ASTRÓLOGO.    
     
CONDE     Audaces hemos sido, yo os lo juro.
ABIABAR     Por eso conjeturo
    que si el paso se tuerce aventurado,
    con vos me podré ver hoy mismo ahorcado.
CONDE     Mas tú que dirigiste
    tan complicada trama, ¿no supiste
    dejar salvo tu cuello?
ABIABAR     Entrambas de un cabello
    penden en este punto nuestras vidas.
CONDE     ¿Y así, Abiabar, olvidas
    tu propia bienandanza?
ABIABAR     Nada olvidé, señor, de cuanto alcanza
    a recordar activa la prudencia.
    Contó mi diligencia
    sus caballos y estoques uno a uno;
    tengo aviso oportuno
    de los que al Maestre siguen y a su hermano;
    de todos sus proyectos sé el arcano;
    lo que piensa el Maestre cada hora,
    y la casa conozco adonde mora,
    la calidad y número de gentes
    que con pechos valientes
    lidiarán por la infanta;
    las que hay en la ciudad, las que levanta
    el concejo en las villas
    de todas las Castillas;
    las que bajo los sayos hierros duros
    ocultan al entrar en nuestros muros;
    probable es la victoria; mas no cierta;
    y si el marqués a conseguirla acierta
    nos podremos jactar de que en Europa
    no haya entre cuantos visten mortal hopa
    quien ventaja nos lleve en ser ahorcado,
    ni quien logre dogal más apretado.
CONDE     Mucho, astrólogo, temo
    al marqués de Villena, que en extremo
    es sagaz y advertido.
    Pero pienso que he oído...
    ¡Por Dios! Mirad quién viene.
    El rey con el Marqués...
ABIABAR                     ¿Y qué os detiene?
    A su encuentro salid.
     
(Sale el CONDE.)    
                           ¡Mucha destreza!
    Me vacila en los hombros la cabeza.
     
(Se retira.)    
     
Escena VIII    
     
EL CONDE, EL REY y EL MARQUÉS DE VILLENA.    
     
MARQUÉS     Por fin llegamos a tiempo.
    Decidle, conde, a la infanta
    que su alteza aquí la espera.
     
Escena IX    
     
EL REY y EL MARQUÉS.    
     
REY     Marqués, eran infundadas
    tus sospechas, como ves.
MARQUÉS     Tengo, señor, pruebas claras,
    convincentes, que demuestran
    la existencia de esa trama.
    Pero si son por fortuna
    todas mis sospechas vanas,
    siempre logramos, señor,
    por medio esta cabalgata
    la dicha de que las bodas,
    por el soberano honradas,
    ganen en solemnidad,
    en esplendor y esperanzas.
    Al punto vendrá mi hermano,
    y sobre las mismas aras
    donde jure a la princesa
    eterno amor y constancia,
    su feudo os confirmará
    la nobleza castellana.
REY     ¡El feudo! ¿Sabes, don Juan,
    que mi mente fatigada
    apenas consiente al pecho
    respirar? ¡Oh! No se calma
    en mi corazón doliente
    el latir de las desgracias.
    ¡Tan abatido me encuentro!
    Paréceme que en el alma
    fijó con tenaz empeño
    la tristeza su morada;
    no confío en mis amigos;
    dudo su gesto y palabras;
    perdí, marqués de Villena,
    hasta el bien de la esperanza.
MARQUÉS     ¿Y con tan fieles vasallos
    así se aflige el monarca?
    Cuando su trono sostienen
    nuestras leales espadas...
REY     ¡Marqués, marqués! ¿Tú lo dices?
MARQUÉS     Dícelo, señor, la fama,
    lo dicen los sacrificios
    que consumé por la causa
    del trono y de vuestra alteza.
    ¿Qué no hice yo por salvarlas?
    ¿Y tan preclaros servicios
    no merecen confianza?
    ¿Ha lugar a las sospechas
    cuando tantos hechos hablan?
REY     Yo no dudo, Juan Pacheco,
    que tú mereces las gracias
    por tu ingenio y tu valor
    que te di con mano franca.
    Pero ¿no merezco en pago
    tu poderosa alianza?
    ¿No merezco gratitud
    de todos los de tu casa?
    ¿Qué deudo tuyo, qué amigo
    no elevé a grandeza tanta
    que de los otros magnates
    la opulencia no igualara?
MARQUÉS     Nuevos vínculos, señor,
    en el altar se preparan,
    que el corazón del vasallo
    al de su príncipe enlazan...
    Pero no viene su alteza...
    Permitid ¡ah del alcázar!,
    ni el conde vuelve.
UN UJIER                ¡Señor!
MARQUÉS     Decid al conde que aguarda
    el rey de Castilla aquí.
REY     ¡Tengo costumbre tan larga
    de esperar, y siempre en vano!
MARQUÉS     Pero toca en arrogancia,
    y es harta descortesía...
REY     Mi anhelo es ver a mi hermana.
    ¿Cómo estará? ¡Qué infeliz
    fue su estrella! ¡Desdichada!
     
Escena X    
     
Los mismos y EL MAESTRE.
     
REY     Bien venido a nuestros brazos,
    maestre de Calatrava.
MARQUÉS     Andáis, hermano indolente,
    cuando pruebas se esperaban
    en vos de galantería;
    que pide una justa usanza
    veros hoy de vuestra esposa
    codiciando las miradas...
MAESTRE     Acudo al punto a la cita,
    y antes de vuestra llegada
    tierno y rendido a la vez
    vi a mi esposa esta mañana.
EL UJIER     Mi amo, el conde de Treviño,
    señor, ausente se halla.
MARQUÉS     ¿No está el conde en el palacio?
    Ved, príncipe, si era extraña
    ni era falaz mi sospecha;
    haced que cualquiera dama
    de doña Isabel le anuncie
    de nuestro rey la llegada.
     
(EL UJIER saluda, y sale.)
     
REY     ¡Abandonarnos el conde!
    Es por cierto cosa rara.
MARQUÉS     Mi corazón, don Enrique,
    para el mal nunca se engaña.
    ¡Es el conde de Treviño
    un traidor!
REY                Villena, basta;
    ¿así le injurias?
EL UJIER              Señor,
    la serenísima infanta
    doña Isabel ha salido.
    Sus criados...
MARQUÉS           Sin tardanza
    sus criados aquí vengan.
REY     Mas piensas...
MARQUÉS           ¡Luego a las armas,
    maestre! ¡A caballo luego!
    Ocúpense las entradas
    de Valladolid al punto,
    y con tu gente y las guardias
    del rey, sin más dilación
    acude luego a la plaza.
    (Al REY.)
    Temo que tarde sea ya.
    ¿Qué esperas? ¿Cumplimentada
    no está el orden todavía?
     
Escena XI    
     
Los mismos, menos EL MAESTRE.    
     
REY     Tal vez piadosa, cristiana,
    visita Isabel los templos...
    Cuida, don Juan, que sin lágrimas,
    sin sangre se arregle todo.
    La crueldad me desagrada.
     
(Durante los versos anteriores da EL MARQUÉS órdenes a varios CABALLEROS, que salen sucesivamente.)
     
MARQUÉS     Nada, señor, de violencias;
    sangre muy poca reclama
    la ofensa de vuestro honor
    pero ¿qué veo? ¿La infanta?
     
Escena XII    
     
Los mismos, LA INFANTA con su acompañamiento, DON FERRÁN, dándole el brazo, EL ASTRÓLOGO, EL CONDE DE TREVIÑO y EL ARZOBISPO DE TOLEDO.
     
REY     (Abrazándola con ternura.)
    ¡Isabel!
ISABEL             ¡Hermano mío!
MARQUÉS     (Viendo que permanecen abrazados mucho tiempo.)
    Recordad, señor, os ruego
    que a su alteza espera luego
    la ceremonia nupcial;
    cumplida, más libremente
    daréis a vuestro amor vado.
REY     ¡Yo de abrazarla privado!
MARQUÉS     Mi voz fue siempre leal;
    en pro de vos, don Enrique,
    y en pro de la infanta suena.
FERRÁN     Un instante, el de Villena;
    dejad al rey concluir;
    y para hablar a la infanta,
    honor de las dos Castillas,
    suplicadme de rodillas
    que os lo quiera permitir.
    (EL MARQUÉS lleva instintivamente la mano a la espada; luego la retira, inclinándose hacia EL REY.)
MARQUÉS     ¿Estáis, buen paje, demente?
FERRÁN     Pienso que el cielo propicio
    aun me conserva el juicio
    y algún valor a la vez;
    doña Isabel es mi esposa.
REY     ¿Tu esposa?
MARQUÉS        ¿La infanta? ¿Cómo?
    ¿Y en el pecho la ira domo?
    ¡Qué osada desfachatez!
    Presto, caballeros; ¡hola!
    ¡Prendedle, que yo os lo mando!
    (Van algunos CABALLEROS hacia DON FERRÁN.)
FERRÁN     Respetad a don Fernando,
    el infante de Aragón.
    (Todos se sorprenden y prosternan un poco.)
REY     ¡El infante! ¿Tú el infante?
    Sed, Príncipe, bien venido.
MARQUÉS     ¡El infante! Todo ha sido,
    como sospeché, traición.
    Pero sepa vuestra alteza
    que contrajo enlace nulo.
FERRÁN     Marqués, yo te disimulo,
    porque apasionado estás.
MARQUÉS     La princesa prometida
    era esposa de mi hermano.
FERRÁN     Yo te juro por su mano
    que hablas ya, marqués, de más.
MARQUÉS     Quien defiende su derecho
    de hablar le tiene cumplido.
FERRÁN     Marqués, por demás he oído
    tu impertinente decir.
    Asediado está el palacio,
    Pacheco, por gentes mías;
    ya ves que tus demasías
    fuera insensatez sufrir.
     
(Aparecen por las puertas hombres de armas.)
     
MARQUÉS     Don Fernando, ver la muerte
    nunca dobla mi entereza;
    mandáis vos en mi cabeza,
    pero yo en mi corazón.
    Heridme; mas no penséis
    que me asuste un terror vano;
    con la hueste de mi hermano...
FERRÁN     Ya le tengo yo en prisión.
MARQUÉS     Y vos, señor arzobispo...
ARZOBISPO     No os queda alguna esperanza;
    yo debía una venganza,
    Villena, y os la pagué.
MARQUÉS     Arzobispo de Toledo,
    no esa venganza me humilla,
    que dirigir la Castilla
    con mi limpia espada sé.
    El enlace de la infanta...
    para bien sea del Estado;
    el rito está consumado;
    la guerra debe acabar;
    y en nombre de la nobleza
    que mi juramento abona,
    yo os ofrezco la corona;
    dignaos, infanta, aceptar.
    (Dobla una rodilla.)
ISABEL     Alza, marqués de Villena;
    a don Enrique, mi hermano,
    a tu único soberano,
    se debe esa sumisión.
    Yo le rindo mi homenaje.
    (Se inclinan la INFANTA y DON FERRÁN al REY, que los abraza enternecido.)
REY     Isabel, hermana mía...
    Son lágrimas de alegría
    que salen del corazón.
    ¿Mas quién, infante, os guiaba?
    ¿Por qué así oculto en mi corte?
    ¿A quién tuvisteis por norte?
    ¿Quién os pudo aconsejar?
    Que doncel sin experiencia...
FERRÁN     Mi padre el rey lo dispuso,
    y por director me puso
    a su médico Abiabar.
REY     Ven, astrólogo, a mis brazos.
    ¿Finaron ya las querellas?
ABIABAR     Dícenlo así las estrellas,
    y habrá así de suceder.
    Y el nombre de nuestra infanta
    en la noche de la historia,
    astro será de la gloria,
    luz del hispano poder.
    Y no empañarán su brillo
    los sucesos iracundos,
    que otras lenguas y otros mundos
    y pueblos le adorarán.
    Y el valor y la grandeza
    al nombrar las Isabeles,
    entre frondosos laureles
    en Castilla brotarán.
    Que la Primera Isabel
    fundará la monarquía,
    y dilatará la vía
    que corre el fulgente sol.
    Y mil naciones y mil
    del recóndito occidente
    doblarán la oscura frente
    al claro nombre español.
    Mientra Isabel la Segunda
    quebrantará el cautiverio
    que afligir puede al imperio
    en más apartada edad.
    Y cabe al regio dosel,
    al son de bélico canto
    el numen brillará santo
    de honor y de libertad.