En la bruma del
fondo de tus ojos
tiembla un jardín
que me llama
con su brisa de
luces mojadas.
Me llama sabiendo
que nunca
mi árbol caído
levantará sus ramas
entre la latitud
sin tiempo de tus brazos.
En la bruma del
fondo de tus ojos
la memoria alumbra
un cuerpo con la forma de los dos,
pero sabes que la
memoria late sin superficie:
es sólo
resplandor.
Radiografía
En la radiografía
del paciente
se observan
pliegues de soledad
formados por las
pinzas de unas manos
que sin duda algún
día fueron al encuentro de las suyas.
Por la parte del
cuello,
laberinto de
brillante maleza,
se percibe una
mancha rosa
producida por el
falaz incendio de una boca
que sin duda algún
día fue al encuentro de la suya.
Cerca del pecho,
hontanar de horas
estelares,
se transparenta el
esqueleto doblado de una estrella fugaz
fósil respiración
de otro pecho
que sin duda algún
día descansó en el suyo.
Más abajo, en el
vientre,
media luna de
yerba, ladera de alta tensión,
hay un
desprendimiento de sombras
reinos que nunca
pudo amanecer
ese cuerpo que sin
duda algún día fue en busca del suyo.
Y si llegamos al
pie,
arco voltaico en el
que salta la chispa de todo el ser,
éste presenta una
difusa veladura blanca:
el alba de frío
solo que, sin duda algún día,
tras la engañosa
entrega, en su corazón rieló.
Saben lo que les
digo:
Esta radiografía
nunca debió hacerse.
El paciente está
muerto.
Cuerpo
Como una pecera que
se fuese quedando sin agua
la habitación es
lenta asfixia de tu cuerpo.
Ninguna forma en
ella se consolida.
Obediente todo al
nuevo orden del deseo
el espacio se
fragmenta, es vaivén,
vuela sostenido en
el aire que tu presencia conturba.
Y el hormigueo de
la luz en las cortinas
clandestinamente me
confirma la verdad de tu entrega.
Doy un salto
entonces hacia mi entrada en ti,
y como el que salta
tiemblo sólo tu frontera
al quedarme siempre
antes o después.
Temblor de tacto
que no es ancla, sino velocidad,
girándula de mi
sangre que tu pecho alcanza
y provoca el
desembarco de tus manos
en mi resbaladiza
sombra cruzada por tus mareas.
Aventura que
conduce a un pulso estelar
en el que se anudan
mirada y sexo,
pues mientras los
labios de la piel succionan desvarío
por tu mirada mi
vida respiro.
Tan desvanecido
estoy en ti que no puedo oírte.
¿Pero dices algo?
Un beso se desnuca
en la pared de
espuma
que, en relámpagos,
nos confunde.
La habitación
entera rueda como un sombrajo ardiente
y todo se hunde
hasta alcanzar ese silencio
en el que amanecen
los ahogados.
El mundo navega
lejos
mientras dos
estrellas de mar entrelazadas
rezuman una música
blanca entre las sábanas.
Niebla
Todos somos niebla.
Nos deshabitamos cada vez que otro ser
tiembla su voz
inaugural en nuestra sangre,
y ponemos luego la
memoria al nivel de la bruma del mar
para abrazar el
transparente cuerpo de lo perdido.
Todos somos niebla.
Buscamos una mano
y por un precipicio
de silencio resbala
la inocencia muerta
de su tacto.
Sobre su cadáver
crecen las yemas de nuestro sueño.
Todos somos niebla.
Pronunciamos una palabra
y el eco nos
devuelve olvido.
Pero el corazón,
al no tener cura,
navega tan alto
como una estrella.
Todos somos niebla.
En un rostro besamos nuestra propia herida
para envejecer
después sostenidos por aquella llama de sombras.
Todos somos niebla.
Miran siempre los ojos lo que nunca ven
y así se torna la
vida anunciación de un tapiado jardín.
Todos somos niebla.
El pensamiento carboniza lo que desvela
hasta alcanzar la
grávida invisibilidad del abandono
y despertar todavía
imágenes con nuestro ojo de vuelo desierto.
El mundo es niebla.
Confusos pasos por dentro.
Deslumbrante
ceguera de lo que se abre mientras se cierra.
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