¡Actualidad! Tan fugaz/ En su cogollo y su miga,/ Regala a mi lentitud/ El sumo sabor a vida. Jorge Guillén
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Lectura de "Deriva" (Jesús Malia, Tigres de Papel) de José Cereijo
PRESENTACION
“DERIVA” (JESÚS MALIA), CASA DEL LECTOR, MADRID, 23-1-2015
Hay en este libro no sólo
una constante presencia de la naturaleza y de lo que ella puede
sugerirnos o enseñarnos, sino una decidida voluntad de
identificación con lo
natural, de sentirlo y hasta de vivirlo, en cierto modo, desde
dentro; de que eso que obtengamos de la naturaleza, de su
contemplación entregada y minuciosa, no sea sólo la posesión o el
recuerdo de un momento, o de un paisaje, sino una vivencia; y, en
realidad, un modo de vivir. Leemos, por ejemplo: En ti me
aprendo. / Despréndete, cascada, / para enseñarme. No
es extraño, desde un planteamiento así, que el haiku, y en general
el tipo de sensibilidad de la él que es ejemplo, tengan en este
libro una presencia que no se limita a las muestras, notabilísimas,
que el autor aporta de su cosecha en la primera parte (titulada
además Camino junto a Bashô,
con alusión al gran clásico del haiku japonés), sino que domine
una parte final que puede parecer puramente teórica, pero que yo
igualmente llamaría, mejor, vivencial:
una búsqueda, una persecución de lo que es esencial en esa forma,
tan difícil de definir o explicar: de su secreto. Yo creo que esa
sensibilidad y ese secreto, o su intento de comprensión, o hasta su
nostalgia, están presentes en la totalidad de este libro, y son en
cierto modo lo que le da origen. Las reescrituras, o nuevas lecturas,
o traiciones, al propio Bashô y otros haijines (escritores
de haiku) clásicos, tienen a mi parecer ese mismo significado: son
también una pesquisa, una búsqueda en ellos de uno mismo, y un
secreto homenaje.
Esa voluntad de búsqueda,
de averiguación del lugar que nos es propio en el conjunto de lo que
existe, me parece clara ya desde el principio mismo del libro. El
haiku con que empieza dice así: También el águila / se observa
y reconoce / sobre las aguas. Parece
difícil no pensar que ese “también”, conscientemente o no, nos
incluye, nos está invitando a reconocernos en su ejemplo. Que esa
invitación sea lo primero que encontramos al abrirlo, ¿no sugiere
poderosamente que el libro entero se presenta como una trayectoria de
“observación y reconocimiento” (como aquí a través del fluido
espejo de las aguas) de la naturaleza viva, y, en fin, de lo real? En
la página siguiente leemos este otro: Miro
la nieve. / Invierto mi energía / en aclararme.
No sería nada difícil multiplicar los ejemplos.
No
se piense, de todas formas, que este planteamiento (digamos)
naturalista o realista excluye la consideración de lo que no es
obvio, que la contemplación y la búsqueda han de limitarse por
definición al ejemplo y la enseñanza de lo inmediato. No
sólo peces, / también cobija el río / a las estrellas,
nos dirá poco más adelante. No se nos propone únicamente aquí
pues lo que podemos percibir con los sentidos (parece obvio que las
estrellas,
en estos versos, no son únicamente las que podemos ver en el cielo
nocturno, sino un símbolo de otras muchas cosas: de lo que no
perciben únicamente los ojos), sino lo que la reflexión, la emoción
y –repito– la vivencia, pueden descubrirnos, o revelarnos; y no
solamente en la realidad externa, sino también, y quizá sobre todo,
en nosotros mismos.
Entendido así, no
parecerá extraño que esta “Deriva” no incluya únicamente los
haikus que la abren, sino otros poemas que, aunque formalmente sean
muy distintos de ellos, me parecen identificables en un mismo
propósito de guiarse por la lección de hondura y de verdad
desinteresada (palabra que aquí no significa “falta de interés”,
sino algo que es ajeno, que ha dejado atrás lo
puramente personal, lo egoísta, o al menos egocéntrico) que nos
ofrece la contemplación de la realidad. Cuando, en un poema de la
segunda parte, se nos dice Gota / entre / las / gotas / del
/ mar, o bien, en el siguiente,
Agua / que / en / agua / se / ahoga,
¿no tenemos aquí esa misma ausencia de yo,
ese desinterés y ese aprendizaje? Incluso en un poema, éste de la
tercera parte, cuando leemos que Yo soy la maleza que crece
junto al trigo, / y sé de mi futuro, envuelto por las llamas, cuando
el trigo madure, para cerrar con
el verso Porque tú eres trigo que crece en la maleza,
parece inevitable leer aquí algo más que la trasposición a lo
amoroso de un conocido pasaje del Evangelio según San Mateo, algo en
lo que ese “trigo” y esa “maleza” no son únicamente
símbolos, intercambiables con otros que cumplieran la misma función,
de una determinada condición moral, y debemos entenderlos también
desde su humilde y tangible
realidad puramente natural.
He
empleado aquí la palabra “humilde”. Es ésa una actitud que me
parece presente por todas partes en este libro, al punto de
constituir, tal como yo lo veo, una de las claves de su sentido
último. Pero me importa aclarar que entiendo por ella algo un tanto
diferente a lo que suele entenderse. El Diccionario de la Academia
nos dice, por ejemplo, que se trata del conocimiento de las
propias limitaciones y debilidades,
o también de sumisión, rendimiento. Ambas
posibilidades parecen apuntar a una actitud de rebajamiento personal
más o menos consciente. Pero no se trata, aquí, de eso. La hierba
no es humilde porque se rebaje; lo es porque su ser mismo resulta
ajeno a cualquier posibilidad de sobrevaloración. Simplemente,
existe, y lo hace
siendo una cosa entre muchas, gota entre las gotas,
plena de pura realidad suficiente, que no necesita, en su callado
existir, de nada ajeno a lo que simplemente es.
Desde
esa consideración es como puede adquirir todo su sentido la frase de
Eliot que cito en la contraportada del libro: la humildad
es interminable. Porque, así
considerada, no resulta en absoluto una pérdida,
sino todo lo contrario, una adquisición. Ganancia infinita,
realmente, porque aquí no se procura llenar el vacío, la
insaciabilidad interior en que (como lo vio el Romanticismo, como lo
vio el Budismo) consistimos, y que es por definición imposible de
calmar, sino de prescindir de esa inquietud constante; de ser, en
fin, otra cosa, algo donde (como ocurre en la naturaleza, en la
fluida naturaleza) cuanto existe no está ahí para ser detenido,
retenido, secuestrado, sino porque todo ello transcurre en nosotros,
que no le somos obstáculo ni depredación, y en nosotros adquiere un
sentido que nos regala, con el que nos enriquece simplemente siendo.
Ése me parece a mí el significado más profundo del libro que hoy
presentamos; y los préstamos, recreaciones o robos de Bashô y de
otros, y las consideraciones teóricas o vivenciales acerca del haiku
mismo, intentos de apoderarse, como decía al comienzo, de esa
actitud desprendida que, repito para terminar, no es pérdida sino
infinita riqueza, y que me parece identificable con el secreto
que aquí se persigue; un secreto cuya posesión no sólo puede
regalarnos –o más bien devolvernos–,
en un profundo sentido, la totalidad de lo real, sino también
(purificados, escuetos, más vivos por más atentos y sensibles) a
nosotros mismos.
José Cereijo
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