pulo mis huesos hasta hacerme aguja. desmadeja mi
esqueleto
___
hilo. como un poema. des-conoce.
la aguja nunca
/en otra parte
en otro parte
___
labios cerrados. el rostro luce una costura —enhebrada a otra
costura en el envés del rostro :decir es escalarme por los nudos
de la hebra —tensada en la estrechura de los labios
___
roto —el hilo. busco. la manera de seguir. otro hilo que
cortar
___
salir del espejo
de la palabra
para hallar
la palabra
y habitar
el espejo
___
contra — dicción :ser piedra — estar muda
___
sentada frente a mí. el hilo gira sin mirarme :la rueca
se lleva /dentro
___
abro una puerta .desierto. (re)corte
la luz
—mi contorno de cera
¡Actualidad! Tan fugaz/ En su cogollo y su miga,/ Regala a mi lentitud/ El sumo sabor a vida. Jorge Guillén
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jueves, 30 de junio de 2011
miércoles, 29 de junio de 2011
Un poema de Eloy Sánchez Rosillo: Las cigarras, que estamos en verano
LAS CIGARRAS
Es increíble la tenacidad
que en estas tierras que ganó el verano
exhiben, incansables, las cigarras.
No dudan nunca, muestran una fe
en que su canto es lo mejor del mundo
que para sí quisieran cuantos tienen
cualquier convencimiento. Son criaturas
de laborosiedad indeclinable
(aunque no sé por qué suele decirse
precisamente todo lo contarrio)
y hacen su hermoso oficio un día y otro
sin ningún mal humor, con alegría,
y sin la cabizbaja seriedad
de que las hormigas, por ejemplo,
en obedientes filas se envanecen.
Le resultan al sol imprescindibles
para forjar imperios hegemónicos.
Y cuando cesa su crepitación
se derrumba de súbito el verano.
Es increíble la tenacidad
que en estas tierras que ganó el verano
exhiben, incansables, las cigarras.
No dudan nunca, muestran una fe
en que su canto es lo mejor del mundo
que para sí quisieran cuantos tienen
cualquier convencimiento. Son criaturas
de laborosiedad indeclinable
(aunque no sé por qué suele decirse
precisamente todo lo contarrio)
y hacen su hermoso oficio un día y otro
sin ningún mal humor, con alegría,
y sin la cabizbaja seriedad
de que las hormigas, por ejemplo,
en obedientes filas se envanecen.
Le resultan al sol imprescindibles
para forjar imperios hegemónicos.
Y cuando cesa su crepitación
se derrumba de súbito el verano.
En la poesía, hay quien ha dado accidentalmente en las Matemáticas, por ejemplo León Felipe(3)
LA TANGENTE
¿Y la tangente, señor Arcipreste?...
¿El radio de la esfera que se quiebra y se fuga?
¿La mula ciega de la noria, que un día,
enloquecida, se liberta del estribillo rutinario?...
¿La correa cerrada de la honda,
que se suelta de pronto
para que salga la furia del guijarro?...
¿Esa línea de fuego tangencial
que se escapa del círculo
y luego se convierte en un disparo?
Porque el cielo...
Señor Arcipreste, ¿sabe usted?,
No hay arriba ni abajo...
y la estrella del hombre
es la que ese disparo va buscando,
ese cohete místico o suicida, rebelde, escapado...
De la noria del Tiempo como el dardo,
como el rayo, como el salmo.
¿Y la tangente, señor Arcipreste?...
¿El radio de la esfera que se quiebra y se fuga?
¿La mula ciega de la noria, que un día,
enloquecida, se liberta del estribillo rutinario?...
¿La correa cerrada de la honda,
que se suelta de pronto
para que salga la furia del guijarro?...
¿Esa línea de fuego tangencial
que se escapa del círculo
y luego se convierte en un disparo?
Porque el cielo...
Señor Arcipreste, ¿sabe usted?,
No hay arriba ni abajo...
y la estrella del hombre
es la que ese disparo va buscando,
ese cohete místico o suicida, rebelde, escapado...
De la noria del Tiempo como el dardo,
como el rayo, como el salmo.
martes, 28 de junio de 2011
Noticia de Augusto Ferrán. Su poesía (4)
Al comienzo de su obra 'La soledad', Augusto Ferrán recoge coplas anónimas bajo el título de 'Cantares del pueblo'. Ahí van otras 20.
Cantares del pueblo
XLI
Pierde pan y pierde perro
quien da pan a perro ajeno;
yo no te quiero dar nada
por no perder más que el perro.
XLII
Anoche ensoñé un ensueño
que yo tengo por verdad:
en estando un hombre ausente
otro ocupa su lugar.
XLIII
El diablo, por su avaricia,
se condenó y fue al infierno,
y a ti, por avariciosa,
te va a suceder lo mesmo.
XLIV
Una me dijo que sí,
otra me dijo que no:
la del sí, quería ella;
la del no, quería yo.
XLV
Arbolillo, te secaste
teniendo el agua en el pie,
en el tronco la firmeza
Y en la ramita el querer.
XLVI
Agua menudita llueve
y ya corren las canales;
ábreme la puerta, cielo,
que soy aquel que tú sabes.
XLVII
Hace ya muy largos años
que te hablo y no me comprendes;
no te echo la culpa a ti,
sino es a mi mala suerte.
XLVIII
Yo creí que con el tiempo
mis penas se acabarían,
y se me van aumentando
como las horas del día.
XLIX
Esta sí que es calle angosta,
calle de temor y miedo;
quiero entrar y no me dejan,
quiero salir y no puedo.
L
Hermanita de mi vida,
qué quieres que yo te cuente,
si el quitarme de tu vera
es quitarme a mí la muerte.
LI
Yo no sé lo que he de hacerme
atento de tu querer,
si lo deje por la mano
o si me pierda por él.
LII
Anda diciendo tu madre
que yo tengo mala lengua;
lo que yo he hecho contigo
no lo sabe ni la tierra.
LIII
Yo no sé lo que me has dado
que me has quitado el sentido:
me he puesto ya muchas veces
a olvidarte y no he podido.
LIV
Yo le respondí al verdugo
con palabras muy sensibles:
quítame pronto la vida,
que olvidarla es imposible.
LV
A un oscuro calabozo
me traían la comida;
más lágrimas derramaba
que bocaditos comía.
LVI
Yo sembré en un peñascal
creyendo que era en un llano;
me salió la tierra mala
y fue preciso segarlo.
LVII
Mi querer y tu querer
son dos quereres en uno;
y siempre estamos riñendo
por si es mío o por si es tuyo.
LVIII
En libertad, me querías,
y ahora, preso, me aborreces:
desgraciado aquel que cae
en las manos de los jueces.
LIX
Por causa de esa serrana
mi cuerpo se echó a perder:
el que siembra en mala tierra,
¿qué es lo que espera coger?
LX
El carrito de los muertos
ha pasado por aquí:
llevaba la mano fuera,
por eso la conocí.
Cantares del pueblo
XLI
Pierde pan y pierde perro
quien da pan a perro ajeno;
yo no te quiero dar nada
por no perder más que el perro.
XLII
Anoche ensoñé un ensueño
que yo tengo por verdad:
en estando un hombre ausente
otro ocupa su lugar.
XLIII
El diablo, por su avaricia,
se condenó y fue al infierno,
y a ti, por avariciosa,
te va a suceder lo mesmo.
XLIV
Una me dijo que sí,
otra me dijo que no:
la del sí, quería ella;
la del no, quería yo.
XLV
Arbolillo, te secaste
teniendo el agua en el pie,
en el tronco la firmeza
Y en la ramita el querer.
XLVI
Agua menudita llueve
y ya corren las canales;
ábreme la puerta, cielo,
que soy aquel que tú sabes.
XLVII
Hace ya muy largos años
que te hablo y no me comprendes;
no te echo la culpa a ti,
sino es a mi mala suerte.
XLVIII
Yo creí que con el tiempo
mis penas se acabarían,
y se me van aumentando
como las horas del día.
XLIX
Esta sí que es calle angosta,
calle de temor y miedo;
quiero entrar y no me dejan,
quiero salir y no puedo.
L
Hermanita de mi vida,
qué quieres que yo te cuente,
si el quitarme de tu vera
es quitarme a mí la muerte.
LI
Yo no sé lo que he de hacerme
atento de tu querer,
si lo deje por la mano
o si me pierda por él.
LII
Anda diciendo tu madre
que yo tengo mala lengua;
lo que yo he hecho contigo
no lo sabe ni la tierra.
LIII
Yo no sé lo que me has dado
que me has quitado el sentido:
me he puesto ya muchas veces
a olvidarte y no he podido.
LIV
Yo le respondí al verdugo
con palabras muy sensibles:
quítame pronto la vida,
que olvidarla es imposible.
LV
A un oscuro calabozo
me traían la comida;
más lágrimas derramaba
que bocaditos comía.
LVI
Yo sembré en un peñascal
creyendo que era en un llano;
me salió la tierra mala
y fue preciso segarlo.
LVII
Mi querer y tu querer
son dos quereres en uno;
y siempre estamos riñendo
por si es mío o por si es tuyo.
LVIII
En libertad, me querías,
y ahora, preso, me aborreces:
desgraciado aquel que cae
en las manos de los jueces.
LIX
Por causa de esa serrana
mi cuerpo se echó a perder:
el que siembra en mala tierra,
¿qué es lo que espera coger?
LX
El carrito de los muertos
ha pasado por aquí:
llevaba la mano fuera,
por eso la conocí.
lunes, 27 de junio de 2011
Poemas de Antonio Machado en 'Humorismos, fantasías, apuntes' (2, Las moscas)
Las moscas
Vosotras, las familiares,
inevitables golosas;
vosotras, moscas vulgares,
me evocáis todas las cosas.
¡Oh viejas moscas voraces
como abejas en abril,
viejas moscas pertinaces
sobre mi calva infantil!
¡Moscas del primer hastío
en el salón familiar,
las claras tardes de estío
en que yo empecé a soñar!
Y en la aborrecida escuela,
raudas moscas divertidas,
perseguidas
por amor de lo que vuela
—que todo es volar—, sonoras,
rebotando en los cristales
en los días otoñales...
Moscas de todas las horas,
de infancia y adolescencia,
de mi juventud dorada;
de esta segunda inocencia,
que da en no creer en nada;
de siempre... Moscas vulgares,
que de puro familiares
no tendréis digno cantor:
yo sé que os habéis posado
sobre el juguete encantado,
sobre el librote cerrado,
sobre la carta de amor,
sobre los párpados yertos
de los muertos.
Inevitables golosas,
que ni labráis como abejas
ni brilláis cual mariposas;
pequeñitas, revoltosas,
vosotras, amigas viejas,
me evocáis todas las cosas.
Vosotras, las familiares,
inevitables golosas;
vosotras, moscas vulgares,
me evocáis todas las cosas.
¡Oh viejas moscas voraces
como abejas en abril,
viejas moscas pertinaces
sobre mi calva infantil!
¡Moscas del primer hastío
en el salón familiar,
las claras tardes de estío
en que yo empecé a soñar!
Y en la aborrecida escuela,
raudas moscas divertidas,
perseguidas
por amor de lo que vuela
—que todo es volar—, sonoras,
rebotando en los cristales
en los días otoñales...
Moscas de todas las horas,
de infancia y adolescencia,
de mi juventud dorada;
de esta segunda inocencia,
que da en no creer en nada;
de siempre... Moscas vulgares,
que de puro familiares
no tendréis digno cantor:
yo sé que os habéis posado
sobre el juguete encantado,
sobre el librote cerrado,
sobre la carta de amor,
sobre los párpados yertos
de los muertos.
Inevitables golosas,
que ni labráis como abejas
ni brilláis cual mariposas;
pequeñitas, revoltosas,
vosotras, amigas viejas,
me evocáis todas las cosas.
viernes, 24 de junio de 2011
'Al pie de la letra', poemario de Rosario Castellanos: Aporía del bailarín
APORÍA DEL BAILARÍN
Agilísimo héroe:
tu cerviz no conoce este yugo de buey
con que la gravedad unce a los cuerpos.
En ti, exento, nacen,
surgen alas posibles.
Narciso adolescente.
La juventud se ha derramado en ti
cual generoso aceite
y te unge los muslos
y abrillanta el volumen de tu torso.
¿Qué buscas más allá
del movimiento puro y calculado,
del frenesí que agita el tirso de los números?
¿Qué convulsión orgiástica se enmascara en el orden?
Velocidad y ritmo
son deleitoso tránsito y no anhelado término.
Elevas la actitud,
el gesto, el ademán,
hasta el más alto punto de la congelación.
Y la danza se cumple en el reposo.
Pues el oculto nombre
de la deidad que sirves, oh bailarín, es éste:
voluntad estatuaria.
A Rodolfo Reyes Cortés
Agilísimo héroe:
tu cerviz no conoce este yugo de buey
con que la gravedad unce a los cuerpos.
En ti, exento, nacen,
surgen alas posibles.
Narciso adolescente.
La juventud se ha derramado en ti
cual generoso aceite
y te unge los muslos
y abrillanta el volumen de tu torso.
¿Qué buscas más allá
del movimiento puro y calculado,
del frenesí que agita el tirso de los números?
¿Qué convulsión orgiástica se enmascara en el orden?
Velocidad y ritmo
son deleitoso tránsito y no anhelado término.
Elevas la actitud,
el gesto, el ademán,
hasta el más alto punto de la congelación.
Y la danza se cumple en el reposo.
Pues el oculto nombre
de la deidad que sirves, oh bailarín, es éste:
voluntad estatuaria.
jueves, 23 de junio de 2011
Poemas de Sonia Bueno en 'Retales' (1)
iluminada
por el corte
desciendo
iluminada
desciendo
por el corte
___
recorto por el mismo patrón —dos silencios iguales
—palabras distintas. dos
___
quema
dura
el fuego
fos
florece
___
desde qué oquedad —las manos— convierten la luz
en luz
(dis)tinta
___
abro puertas
abro puertas hasta en las puertas
—no salgo de casa
___
convoca el fuego —y reúne. mi poco aliento
:ceniza
___
avanzo_tiro de un hilo me alejo de mí
___
agujas. cansadas. tan cansadas (…) deshacen los nombres
antes de enhebrarlos
por el corte
desciendo
iluminada
desciendo
por el corte
___
recorto por el mismo patrón —dos silencios iguales
—palabras distintas. dos
___
quema
dura
el fuego
fos
florece
___
desde qué oquedad —las manos— convierten la luz
en luz
(dis)tinta
___
abro puertas
abro puertas hasta en las puertas
—no salgo de casa
___
convoca el fuego —y reúne. mi poco aliento
:ceniza
___
avanzo_tiro de un hilo me alejo de mí
___
agujas. cansadas. tan cansadas (…) deshacen los nombres
antes de enhebrarlos
¡Qué lista es Clickina!
miércoles, 22 de junio de 2011
Un poema de León Felipe a una piedra pequeña y ligera
Así es mi vida,
piedra,
como tú. Como tú
piedra pequeña
como tú,
piedra ligera;
como tú,
canto que ruedas
por las calzadas
y por las veredas;
como tú,
guijarro humilde de las carreteras;
como tú,
que en días de tormenta
te hundes
en el cieno de la tierra
y luego centelleas
bajo los cascos
y bajo las ruedas;
como tú, que no has servido
para ser ni piedra
de una lonja,
ni piedra de una audiencia,
ni piedra de un palacio,
ni piedra de una iglesia...
como tú, piedra aventurera...
como tú,
que tal vez estás hecha
sólo para una honda...
piedra pequeña
y
ligera...
piedra,
como tú. Como tú
piedra pequeña
como tú,
piedra ligera;
como tú,
canto que ruedas
por las calzadas
y por las veredas;
como tú,
guijarro humilde de las carreteras;
como tú,
que en días de tormenta
te hundes
en el cieno de la tierra
y luego centelleas
bajo los cascos
y bajo las ruedas;
como tú, que no has servido
para ser ni piedra
de una lonja,
ni piedra de una audiencia,
ni piedra de un palacio,
ni piedra de una iglesia...
como tú, piedra aventurera...
como tú,
que tal vez estás hecha
sólo para una honda...
piedra pequeña
y
ligera...
En la poesía, hay quien ha dado accidentalmente en las Matemáticas, por ejemplo José Agustín Goytisolo(2)
LA MEJOR ESCUELA
Desconfía de aquellos que te enseñan
listas de nombres, números y fechas
y que siempre repiten modelos de cultura
que son la triste herencia que aborreces.
No aprendas sólo cosas, piensa en ellas,
y construye a tu antojo situaciones e imágenes
que rompan la barrera que aseguran existe
entre la realidad y la utopía:
vive en un mundo cóncavo y vacío,
juzga cómo sería una selva quemada,
detén el oleaje de las rompientes,
tiñe de rojo el mar,
sigue unas paralelas hasta que te devuelvan
el punto de partida,
haz aullar a un desierto,
familiarízate con la locura
Después sal a la calle y observa,
es la mejor escuela de tu vida.
Desconfía de aquellos que te enseñan
listas de nombres, números y fechas
y que siempre repiten modelos de cultura
que son la triste herencia que aborreces.
No aprendas sólo cosas, piensa en ellas,
y construye a tu antojo situaciones e imágenes
que rompan la barrera que aseguran existe
entre la realidad y la utopía:
vive en un mundo cóncavo y vacío,
juzga cómo sería una selva quemada,
detén el oleaje de las rompientes,
tiñe de rojo el mar,
sigue unas paralelas hasta que te devuelvan
el punto de partida,
haz aullar a un desierto,
familiarízate con la locura
Después sal a la calle y observa,
es la mejor escuela de tu vida.
martes, 21 de junio de 2011
¿Amante o esposa? Opinión de abogados, médicos y matemáticos
Un médico, un abogado y un matemático están discutiendo si es mejor tener una esposa o una amante.
—Sin duda es mejor una amante —dice el abogado—, una esposa que quiera divorciarse te traerá muchos problemas.
—No, es mejor una esposa —arguye el médico—, pues la seguridad que te da disminuye tu tensión y es buena para tu salud.
—Ambos estáis equivocados —tercia el matemático—. Es mejor tener ambas, y así cuando la esposa piensa que estás con la amante y la amante cree que estás con la esposa… puedes hacer matemáticas.
—Sin duda es mejor una amante —dice el abogado—, una esposa que quiera divorciarse te traerá muchos problemas.
—No, es mejor una esposa —arguye el médico—, pues la seguridad que te da disminuye tu tensión y es buena para tu salud.
—Ambos estáis equivocados —tercia el matemático—. Es mejor tener ambas, y así cuando la esposa piensa que estás con la amante y la amante cree que estás con la esposa… puedes hacer matemáticas.
Noticia de Augusto Ferrán. Su poesía (3)
Al comienzo de su obra 'La soledad', Augusto Ferrán recoge coplas populares. Ahí van otras 20.
Cantares del pueblo
XXI
Cuando esté en la sepultura
y de gusanos roído,
mis huesos tendrán letreros
diciendo que te he querido.
XXII
Cualesquiera que me vieran
dirán que no tengo pena,
y tengo mi corazón
como una bayeta negra.
XXIII
Rómpase el velo que cubre
el celeste firmamento,
para que aprendan los hombres
de los ángeles del cielo.
XXIV
Yo pensé que un querer bien
ya se podría olvidar,
y es callejón tan estrecho
que el que entra no sale más.
XXV
Yo no sé lo que le ha dado
esta serrana a mi cuerpo,
que hago por olvidarla
y en viéndola me arrepiento.
XXVI
Yo que me vi publicado
y encima con tantas penas,
he tomado la venganza
contra mi persona mesma.
XXVII
Me siento sobre mi cama
y repaso mi memoria;
yo hablo con las paredes,
y no hallo quien responda.
XXVIII
Tierra, ¿cómo no te abres
y te sales de tu centro,
y tragas a esta mujer
de tan malos pensamientos?
XXIX
Si un Divé me diera el mando
como se lo dio a la muerte,
yo quitaría del mundo
a quien me estorba quererte.
XXX
De lo que yo hago contigo
no se puede espantar nadie,
porque me hago los cargos
que eres carne de mis carnes.
XXXI
Más bien consiento en morirme
que no en publicar mis penas,
porque brocales de fuego
salen del alma y me queman.
XXXII
Yo me arrimé a un pino verde
por ver si me consolaba;
y el pino, como era verde,
de verme llorar, lloraba.
XXXIII
Cuando hables de mi persona
no digas que me has querido,
di que fue un capricho sólo
que los dos hemos tenido.
XXXIV
Porque te vi desde lejos
por eso te quiero tanto;
haces bien en no acercarte,
de cerca pierde lo falso.
XXXV
Paloma que vas volando
y en el pico llevas hilo,
dámelo para coser
tu corazón con el mío.
XXXVI
Ya se me quitó la venda
que tan ciego me tenía,
y he llegado a conocer
que vendado más veía.
XXXVII
Desgraciado el arbolito
que solo en el campo nace:
todas las aves del mundo
contra sus ramas combaten.
XXXVIII
Yo pensé que era yo solo
serrana, a quien tú querías,
y te diviertes con otro
todas las horas del día.
XXXIX
Una niña me engañó
y me llevó junto a un trigo.
¡Cuándo volverá la niña
a gastar bromas conmigo!
XL
Me quisistes y te quise;
me olvidaste y te olvidé;
los dos tuvimos la culpa,
tú primero y yo después.
Cantares del pueblo
XXI
Cuando esté en la sepultura
y de gusanos roído,
mis huesos tendrán letreros
diciendo que te he querido.
XXII
Cualesquiera que me vieran
dirán que no tengo pena,
y tengo mi corazón
como una bayeta negra.
XXIII
Rómpase el velo que cubre
el celeste firmamento,
para que aprendan los hombres
de los ángeles del cielo.
XXIV
Yo pensé que un querer bien
ya se podría olvidar,
y es callejón tan estrecho
que el que entra no sale más.
XXV
Yo no sé lo que le ha dado
esta serrana a mi cuerpo,
que hago por olvidarla
y en viéndola me arrepiento.
XXVI
Yo que me vi publicado
y encima con tantas penas,
he tomado la venganza
contra mi persona mesma.
XXVII
Me siento sobre mi cama
y repaso mi memoria;
yo hablo con las paredes,
y no hallo quien responda.
XXVIII
Tierra, ¿cómo no te abres
y te sales de tu centro,
y tragas a esta mujer
de tan malos pensamientos?
XXIX
Si un Divé me diera el mando
como se lo dio a la muerte,
yo quitaría del mundo
a quien me estorba quererte.
XXX
De lo que yo hago contigo
no se puede espantar nadie,
porque me hago los cargos
que eres carne de mis carnes.
XXXI
Más bien consiento en morirme
que no en publicar mis penas,
porque brocales de fuego
salen del alma y me queman.
XXXII
Yo me arrimé a un pino verde
por ver si me consolaba;
y el pino, como era verde,
de verme llorar, lloraba.
XXXIII
Cuando hables de mi persona
no digas que me has querido,
di que fue un capricho sólo
que los dos hemos tenido.
XXXIV
Porque te vi desde lejos
por eso te quiero tanto;
haces bien en no acercarte,
de cerca pierde lo falso.
XXXV
Paloma que vas volando
y en el pico llevas hilo,
dámelo para coser
tu corazón con el mío.
XXXVI
Ya se me quitó la venda
que tan ciego me tenía,
y he llegado a conocer
que vendado más veía.
XXXVII
Desgraciado el arbolito
que solo en el campo nace:
todas las aves del mundo
contra sus ramas combaten.
XXXVIII
Yo pensé que era yo solo
serrana, a quien tú querías,
y te diviertes con otro
todas las horas del día.
XXXIX
Una niña me engañó
y me llevó junto a un trigo.
¡Cuándo volverá la niña
a gastar bromas conmigo!
XL
Me quisistes y te quise;
me olvidaste y te olvidé;
los dos tuvimos la culpa,
tú primero y yo después.
lunes, 20 de junio de 2011
Poemas de Antonio Machado en 'Humorismos, fantasías, apuntes' (1)
La noria
La tarde caía
triste y polvorienta.
El agua cantaba
su copla plebeya
en los cangilones
de la noria lenta.
Soñaba la mula,
¡pobre mula vieja!,
al compás de la sombra
que en el agua suena.
La tarde caía
triste y polvorienta.
Yo no sé qué noble,
divino poeta,
unió a la amargura
de la eterna rueda
la dulce armonía
del agua que sueña,
y vendó tus ojos,
¡pobre mula vieja!...
Mas sé que fue un noble,
divino poeta,
corazón maduro
de sombra y de ciencia.
A un naranjo y un limonero
(Vistos en una tienda de plantas y flores)
Naranjo en maceta, ¡qué triste es tu suerte!
Medrosas tiritan tus hojas menguadas.
Naranjo en la corte, qué pena da verte
con tus naranjitas secas y arrugadas.
Pobre limonero de fruto amarillo
cual pomo pulido de pálida cera,
¡qué pena mirarte, mísero arbolillo
criado en mezquino tonel de madera!
De los claros bosques de la Andalucía,
¿quién os trajo a esta castellana tierra
que barren los vientos de la adusta sierra,
hijos de los campos de la tierra mía?
¡Gloria de los huertos, árbol limonero,
que enciendes los frutos de pálido oro
y alumbras del negro cipresal austero
las quietas plegarias erguidas en coro;
y fresco naranjo del patio querido,
del campo risueño y el huerto soñado,
siempre en mi recuerdo maduro o florido
de frondas y aromas y frutos cargado!
La tarde caía
triste y polvorienta.
El agua cantaba
su copla plebeya
en los cangilones
de la noria lenta.
Soñaba la mula,
¡pobre mula vieja!,
al compás de la sombra
que en el agua suena.
La tarde caía
triste y polvorienta.
Yo no sé qué noble,
divino poeta,
unió a la amargura
de la eterna rueda
la dulce armonía
del agua que sueña,
y vendó tus ojos,
¡pobre mula vieja!...
Mas sé que fue un noble,
divino poeta,
corazón maduro
de sombra y de ciencia.
A un naranjo y un limonero
(Vistos en una tienda de plantas y flores)
Naranjo en maceta, ¡qué triste es tu suerte!
Medrosas tiritan tus hojas menguadas.
Naranjo en la corte, qué pena da verte
con tus naranjitas secas y arrugadas.
Pobre limonero de fruto amarillo
cual pomo pulido de pálida cera,
¡qué pena mirarte, mísero arbolillo
criado en mezquino tonel de madera!
De los claros bosques de la Andalucía,
¿quién os trajo a esta castellana tierra
que barren los vientos de la adusta sierra,
hijos de los campos de la tierra mía?
¡Gloria de los huertos, árbol limonero,
que enciendes los frutos de pálido oro
y alumbras del negro cipresal austero
las quietas plegarias erguidas en coro;
y fresco naranjo del patio querido,
del campo risueño y el huerto soñado,
siempre en mi recuerdo maduro o florido
de frondas y aromas y frutos cargado!
Sonetos de Pedro Espinosa (y fin)
Pues son vuestros pinceles, Mohedano,
ministro del más vivo entendimiento,
almas que le dan vida al pensamiento,
y lenguas con que habla vuestra mano;
copiad, divino, un ángel a lo humano,
de aquella que se alegra en mi tormento,
porque tenga a quien dar del mal que siento
las quejas, que se lleva el aire vano.
Cuando el original me diere enojos,
quejaréme al retrato; que esto medra
quien trata amor con quien crueldades usa;
mas temo que quedéis, viendo sus ojos,
como quien vio a Campestre o vio a Medusa,
enamorado o convertido en piedra.
A nuestro amigo, músico malo
Dicen que Orfeo piedras, animales,
y aguas trajo con voces soberanas;
también, cantado tú, quitas mil canas,
y anoche en ti se vieron sus señales;
que un mojón te tiraron las canales
a la parroquia de las almorranas,
y sobre ti llovieron las ventanas
lo que ya fue alimento de orinales.
Diste a huir, y al fin de unas callejas
te sacaron las márgenes redondas
de tu capa dos perros, a maitines.
Cantando haces derretir las tejas,
tañendo llamas las saladas ondas,
huyendo te acompañan los mastines.
ministro del más vivo entendimiento,
almas que le dan vida al pensamiento,
y lenguas con que habla vuestra mano;
copiad, divino, un ángel a lo humano,
de aquella que se alegra en mi tormento,
porque tenga a quien dar del mal que siento
las quejas, que se lleva el aire vano.
Cuando el original me diere enojos,
quejaréme al retrato; que esto medra
quien trata amor con quien crueldades usa;
mas temo que quedéis, viendo sus ojos,
como quien vio a Campestre o vio a Medusa,
enamorado o convertido en piedra.
A nuestro amigo, músico malo
Dicen que Orfeo piedras, animales,
y aguas trajo con voces soberanas;
también, cantado tú, quitas mil canas,
y anoche en ti se vieron sus señales;
que un mojón te tiraron las canales
a la parroquia de las almorranas,
y sobre ti llovieron las ventanas
lo que ya fue alimento de orinales.
Diste a huir, y al fin de unas callejas
te sacaron las márgenes redondas
de tu capa dos perros, a maitines.
Cantando haces derretir las tejas,
tañendo llamas las saladas ondas,
huyendo te acompañan los mastines.
viernes, 17 de junio de 2011
'Al pie de la letra', poemario de Rosario Castellanos: Imagen
IMAGEN
I
Mundo como la ola, frecuente, repentino
en sus apariciones;
centelleante como ella,
como ella coronado de lo perecedero.
II
La ola que levanta
con ademán de capitán invicto
cien y mil y mil veces el escudo
vencedor del que ama y aun del que contempla.
El que contempla, ése soy yo: el ímpetu
detenido en la orilla como el pájaro
de los acantilados.
Garra sobre la roca
y nada más. La órbita del ojo.
El puro alrededor de la mirada.
III
El que contempla, pájaro de las emigraciones.
Porque la ola exhala
una densa humareda de exterminio.
Alzo el vuelo. Allá voy. Y llevo entre los párpados
una imagen que tiembla
en su hermosura como en una lágrima.
I
Mundo como la ola, frecuente, repentino
en sus apariciones;
centelleante como ella,
como ella coronado de lo perecedero.
II
La ola que levanta
con ademán de capitán invicto
cien y mil y mil veces el escudo
vencedor del que ama y aun del que contempla.
El que contempla, ése soy yo: el ímpetu
detenido en la orilla como el pájaro
de los acantilados.
Garra sobre la roca
y nada más. La órbita del ojo.
El puro alrededor de la mirada.
III
El que contempla, pájaro de las emigraciones.
Porque la ola exhala
una densa humareda de exterminio.
Alzo el vuelo. Allá voy. Y llevo entre los párpados
una imagen que tiembla
en su hermosura como en una lágrima.
jueves, 16 de junio de 2011
Un par de poemas de Batania
Si coges un libro de historia
y lo aprietas con las manos,
verás salir por sus costuras
regueros de sangre.
Ábrelo.
Leerás que los vencedores
siempre apelan
a Dios
y a la ley
y a la verdad
y a la patria,
pero ganaron porque tenían
más soldados,
más cañones,
más caballos
y generales que estudiaron mejor
las líneas negras de los mapas.
Entre la guerra y la paz
el tirano no sabía qué hacer,
pero al fin pensó:
"Llamaré al niño
que llevo dentro
y le preguntaré".
Llamó,
preguntó,
tuvo respuesta.
Hubo guerra.
y lo aprietas con las manos,
verás salir por sus costuras
regueros de sangre.
Ábrelo.
Leerás que los vencedores
siempre apelan
a Dios
y a la ley
y a la verdad
y a la patria,
pero ganaron porque tenían
más soldados,
más cañones,
más caballos
y generales que estudiaron mejor
las líneas negras de los mapas.
Entre la guerra y la paz
el tirano no sabía qué hacer,
pero al fin pensó:
"Llamaré al niño
que llevo dentro
y le preguntaré".
Llamó,
preguntó,
tuvo respuesta.
Hubo guerra.
miércoles, 15 de junio de 2011
Selección de poemas de Diego Vaya de Las sombras del agua(2005)
Las sombras del agua (2005)
Alguna vez la vimos: estaba junto al ángel
De la piedra y del sueño,
Ese que sólo vuela en la mano de un niño.
Y el niño la tiró contra un estanque
Y sus alas la hundieron hasta el cielo:
Nunca estuvo tan cerca de la luz.
No somos ya ese niño.
Es invierno en las manos.
No queda nada de la huérfana onda
Que buscaba en las nubes.
Alguna vez la vimos.
Todo pudo pasar de otra manera,
Pero no encontramos la orilla.
Y nunca más seremos lo que fuimos,
Ni esto que ahora somos y que a veces
Ni siquiera queremos ser,
Sino sombras sin nombre en las sombras del agua.
___
Este mundo no cambia demasiado
Dentro de tu mirada:
Es el mismo paisaje,
Solamente se encuentra sumergido.
En tus ojos las hojas de los árboles
Se vuelven peces verdes.
Hasta los movimientos de la luz,
Al fondo, se hacen agua.
Pero un lugar no es nada por sí mismo:
De esta manera, nada quedaría
De no ser por este momento,
Mientras nos acercamos a la honda,
Rotunda transparencia de unos labios.
___
Le doy de nuevo al corazón
Esta antigua memoria:
Los días limpios, claros,
Pasaban como espadas
Buscando el rumor de la sangre.
La noche entonces era
El insomnio del sur, la sed del cuerpo.
Le doy al corazón
Estas manos cerrando las ventanas:
La cicatriz dorada del verano.
Alguna vez la vimos: estaba junto al ángel
De la piedra y del sueño,
Ese que sólo vuela en la mano de un niño.
Y el niño la tiró contra un estanque
Y sus alas la hundieron hasta el cielo:
Nunca estuvo tan cerca de la luz.
No somos ya ese niño.
Es invierno en las manos.
No queda nada de la huérfana onda
Que buscaba en las nubes.
Alguna vez la vimos.
Todo pudo pasar de otra manera,
Pero no encontramos la orilla.
Y nunca más seremos lo que fuimos,
Ni esto que ahora somos y que a veces
Ni siquiera queremos ser,
Sino sombras sin nombre en las sombras del agua.
___
Este mundo no cambia demasiado
Dentro de tu mirada:
Es el mismo paisaje,
Solamente se encuentra sumergido.
En tus ojos las hojas de los árboles
Se vuelven peces verdes.
Hasta los movimientos de la luz,
Al fondo, se hacen agua.
Pero un lugar no es nada por sí mismo:
De esta manera, nada quedaría
De no ser por este momento,
Mientras nos acercamos a la honda,
Rotunda transparencia de unos labios.
___
Le doy de nuevo al corazón
Esta antigua memoria:
Los días limpios, claros,
Pasaban como espadas
Buscando el rumor de la sangre.
La noche entonces era
El insomnio del sur, la sed del cuerpo.
Le doy al corazón
Estas manos cerrando las ventanas:
La cicatriz dorada del verano.
Dos recomendaciones poéticas para miércoles y jueves
- Miércoles 15 de junio, 20:00 horas, Sala "Ramón Gómez de la Serna" del Círculo de Bellas Artes: Gramáticas de la Luz (Recital del Grupo de Poesía del Aula de Encuentros del Círculo de Bellas Artes)
- Jueves 16 de junio, 19:30 horas, Salón de Actos del Ateneo de Madrid: II Recital de poétas-catedráticos españoles y americanos en el Ateneo de Madrid
Eventos que nos participa Miguel Pastrana.
En la poesía, hay quien ha dado accidentalmente en las Matemáticas, por ejemplo Neruda(1)
ODA A LOS NÚMEROS
¡Qué sed
de saber cuánto!
¡Qué hambre
de saber
cuántas
estrellas tiene el cielo!
Nos pasamos
la infancia
contando piedras, plantas,
dedos, arenas, dientes,
la juventud contando
pétalos, cabelleras.
Contamos
los colores, los años,
las vidas y los besos,
en el campo
los bueyes, en el mar
las olas. Los navíos
se hicieron cifras que se fecundaban.
Los números parían.
Las ciudades
eran miles, millones,
el trigo centenares
de unidades que adentro
tenían otros números pequeños,
más pequeños que un grano.
El tiempo se hizo número.
La luz fue numerada
y por más que corrió con el sonido
fue su velocidad un 37.
Nos rodearon los números.
Cerrábamos la puerta,
de noche, fatigados,
llegaba un 800,
por debajo,
hasta entrar con nosotros en la cama,
y en el sueño
los 4000 y los 77
picándonos la frente
con sus martillos o sus alicates.
Los 5
agregándose
hasta entrar en el mar o en el delirio,
hasta que el sol saluda con su cero
y nos vamos corriendo
a la oficina,
al taller,
a la fábrica,
a comenzar de nuevo el infinito
número 1 de cada día.
Tuvimos, hombre, tiempo
para que nuestra sed
fuera saciándose,
el ancestral deseo
de enumerar las cosas
y sumarlas,
de reducirlas hasta
hacerlas polvo,
arenales de números.
Fuimos
empapelando el mundo
con números y nombres,
pero
las cosas existían,
se fugaban
del número,
enloquecían en sus cantidades,
se evaporaban
dejando
su olor o su recuerdo
y quedaban los números vacíos.
Por eso,
para ti
quiero las cosas.
Los números
que se vayan a la cárcel,
que se muevan
en columnas cerradas
procreando
hasta darnos la suma
de la totalidad de infinito.
Para ti sólo quiero
que aquellos
números del camino
te defiendan
y que tú los defiendas.
La cifra semanal de tu salario
se desarrolle hasta cubrir tu pecho.
Y del número 2 en que se enlazan
tu cuerpo y el de la mujer amada
salgan los ojos pares de tus hijos
a contar otra vez
las antiguas estrellas
Y las innumerables
espigas
que llenarán la tierra transformada.
¡Qué sed
de saber cuánto!
¡Qué hambre
de saber
cuántas
estrellas tiene el cielo!
Nos pasamos
la infancia
contando piedras, plantas,
dedos, arenas, dientes,
la juventud contando
pétalos, cabelleras.
Contamos
los colores, los años,
las vidas y los besos,
en el campo
los bueyes, en el mar
las olas. Los navíos
se hicieron cifras que se fecundaban.
Los números parían.
Las ciudades
eran miles, millones,
el trigo centenares
de unidades que adentro
tenían otros números pequeños,
más pequeños que un grano.
El tiempo se hizo número.
La luz fue numerada
y por más que corrió con el sonido
fue su velocidad un 37.
Nos rodearon los números.
Cerrábamos la puerta,
de noche, fatigados,
llegaba un 800,
por debajo,
hasta entrar con nosotros en la cama,
y en el sueño
los 4000 y los 77
picándonos la frente
con sus martillos o sus alicates.
Los 5
agregándose
hasta entrar en el mar o en el delirio,
hasta que el sol saluda con su cero
y nos vamos corriendo
a la oficina,
al taller,
a la fábrica,
a comenzar de nuevo el infinito
número 1 de cada día.
Tuvimos, hombre, tiempo
para que nuestra sed
fuera saciándose,
el ancestral deseo
de enumerar las cosas
y sumarlas,
de reducirlas hasta
hacerlas polvo,
arenales de números.
Fuimos
empapelando el mundo
con números y nombres,
pero
las cosas existían,
se fugaban
del número,
enloquecían en sus cantidades,
se evaporaban
dejando
su olor o su recuerdo
y quedaban los números vacíos.
Por eso,
para ti
quiero las cosas.
Los números
que se vayan a la cárcel,
que se muevan
en columnas cerradas
procreando
hasta darnos la suma
de la totalidad de infinito.
Para ti sólo quiero
que aquellos
números del camino
te defiendan
y que tú los defiendas.
La cifra semanal de tu salario
se desarrolle hasta cubrir tu pecho.
Y del número 2 en que se enlazan
tu cuerpo y el de la mujer amada
salgan los ojos pares de tus hijos
a contar otra vez
las antiguas estrellas
Y las innumerables
espigas
que llenarán la tierra transformada.
martes, 14 de junio de 2011
¿Qué hacer ante un fuego? Preguntemos a un ingeniero, a un físico y a un matemático
Tres empleados de la NASA (un ingeniero, un físico y un matemático) están en un hotel asistiendo a un seminario.
El ingeniero se acuesta y huele humo. Sale al pasillo y ve fuego; llena la papelera de su habitación con agua y lo apaga. Y vuelve a la cama.
Más tarde el físico huele humo. Abre la puerta y ve fuego en el pasillo. Empuña la manguera que hay allí y después de calcular la velocidad de las llamas, distancia, presión del agua, trayectoria, etc. extingue el fuego con el mínimo gasto de energía.
Más tarde el matemático se despierta y huele humo. Va al pasillo, ve la manguera, dice: “Existe solución”, y se vuelve a la cama.
El ingeniero se acuesta y huele humo. Sale al pasillo y ve fuego; llena la papelera de su habitación con agua y lo apaga. Y vuelve a la cama.
Más tarde el físico huele humo. Abre la puerta y ve fuego en el pasillo. Empuña la manguera que hay allí y después de calcular la velocidad de las llamas, distancia, presión del agua, trayectoria, etc. extingue el fuego con el mínimo gasto de energía.
Más tarde el matemático se despierta y huele humo. Va al pasillo, ve la manguera, dice: “Existe solución”, y se vuelve a la cama.
Noticia de Augusto Ferrán. Su poesía (2)
Prólogo del autor
He escrito estos versos en el estilo sencillo y espontáneo de las canciones populares, las cuales he intentado imitar.
Si me he separado algunas veces del carácter peculiar de este género de poesías, no lo puedo atribuir más que a mi predilección por ciertas canciones alemanas, entre ellas las de Enrique Heine, que en realidad tienen alguna semejanza con los cantares españoles.
Al principio de esta colección he puesto unos cuantos cantares del pueblo, de los muchos que tengo recogidos, para estar seguro al menos de que hay algo bueno en este libro.
En cuanto a mis pobres versos, si algún día oigo salir uno solo de ellos de entre un corrillo de alegres muchachas, acompañado por los tristes tonos de una guitarra, daré por cumplida toda mi ambición de gloria y habré escuchado el mejor juicio crítico de mis humildes composiciones.
Cantares del pueblo
I
Yo tengo una lima sorda,
que me lima el corazón:
suspirando me anochece,
llorando me sale el sol.
II
Yo conocí un castillito
más alto que las estrellas;
luego le he visto caer
hasta el rape de la tierra.
III
Te tengo comparadita
con las piedras de la calle,
que las pisa todo el mundo
y no se quejan de nadie.
IV
A ninguna en este mundo
he querido más que a ti;
el que tú no lo conozcas
ese es mi mayor sentir.
V
Mientras más caricias me haces
más en confusión me pones,
porque tus caricias son
vísperas de tus traiciones.
VI
Todo lo vence el querer,
todo lo alcanza el dinero,
todo acaba con la muerte,
todo llega con el tiempo.
VII
Corre, ve y dile a tu madre
que no hable mal de mí,
que pérdidas y ganancias
todas caerán sobre ti.
VIII
Si en la calle me encontrares
y no te pudiera hablar,
háblale a mi sombra, que ella
por mí te contestará.
IX
Causa de mi perdición,
quiero apartarme de ti:
la mujer que quiere a dos
no puede tener buen fin.
X
Hice yo un hoyo en la tierra
y enterré mis pensamientos;
por no descubrirme a nadie
tormentos le di a mi cuerpo.
XI
Yo tengo comparadita
la mujer con el caballo,
si no tiene buen jinete
no se la quita el resabio.
XII
Se encontraron y se hablaron,
y dijo el tiempo al querer:
esa soberbia que tienes
yo te la castigaré.
XIII
Vengo yo a verte y me dicen
que he perdido la vergüenza;
no considera ninguno
la pasión que a mí me ciega.
XIV
Los mocitos de mi barrio
dicen que no soy valiente;
contéstales tú, morena,
que me he atrevido a quererte.
XV
Yo me he puesto en oración
por ver si Dios me revela
si este querer tuyo y mío
es fingido o es de veras.
XVI
Aquel que tiene dinero
todo el mundo le quería,
y en llegándole a faltar
no le dan los buenos días.
XVII
Caballo que se desboca
dime, ¿qué remedio tiene?
El tirarle de las riendas,
que él se parará si quiere.
XVIII
Siempre me echabas achaques
para no salirme a hablar;
lo que es tiempo, te sobraba;
te faltaba voluntad.
XIX
Mi cama son duras piedras,
mi cabecera un ladrillo,
y a las paredes me agarro
creyendo que estoy contigo.
XX
En el querer no hay venganza,
y te has vengado* de mí;
si no hay castigo en la tierra
del cielo te ha de venir.
*en el original: venerado, pero no parece
Para que no queden dudas, insistiré en que estos 'Cantares del pueblo' son de autoría anónima. Augusto Ferrán los recoge a modo de ejemplo, como fuente de la que fluye su verso y para no eludir comparaciones con su obra al comienzo de la misma.
He escrito estos versos en el estilo sencillo y espontáneo de las canciones populares, las cuales he intentado imitar.
Si me he separado algunas veces del carácter peculiar de este género de poesías, no lo puedo atribuir más que a mi predilección por ciertas canciones alemanas, entre ellas las de Enrique Heine, que en realidad tienen alguna semejanza con los cantares españoles.
Al principio de esta colección he puesto unos cuantos cantares del pueblo, de los muchos que tengo recogidos, para estar seguro al menos de que hay algo bueno en este libro.
En cuanto a mis pobres versos, si algún día oigo salir uno solo de ellos de entre un corrillo de alegres muchachas, acompañado por los tristes tonos de una guitarra, daré por cumplida toda mi ambición de gloria y habré escuchado el mejor juicio crítico de mis humildes composiciones.
Cantares del pueblo
I
Yo tengo una lima sorda,
que me lima el corazón:
suspirando me anochece,
llorando me sale el sol.
II
Yo conocí un castillito
más alto que las estrellas;
luego le he visto caer
hasta el rape de la tierra.
III
Te tengo comparadita
con las piedras de la calle,
que las pisa todo el mundo
y no se quejan de nadie.
IV
A ninguna en este mundo
he querido más que a ti;
el que tú no lo conozcas
ese es mi mayor sentir.
V
Mientras más caricias me haces
más en confusión me pones,
porque tus caricias son
vísperas de tus traiciones.
VI
Todo lo vence el querer,
todo lo alcanza el dinero,
todo acaba con la muerte,
todo llega con el tiempo.
VII
Corre, ve y dile a tu madre
que no hable mal de mí,
que pérdidas y ganancias
todas caerán sobre ti.
VIII
Si en la calle me encontrares
y no te pudiera hablar,
háblale a mi sombra, que ella
por mí te contestará.
IX
Causa de mi perdición,
quiero apartarme de ti:
la mujer que quiere a dos
no puede tener buen fin.
X
Hice yo un hoyo en la tierra
y enterré mis pensamientos;
por no descubrirme a nadie
tormentos le di a mi cuerpo.
XI
Yo tengo comparadita
la mujer con el caballo,
si no tiene buen jinete
no se la quita el resabio.
XII
Se encontraron y se hablaron,
y dijo el tiempo al querer:
esa soberbia que tienes
yo te la castigaré.
XIII
Vengo yo a verte y me dicen
que he perdido la vergüenza;
no considera ninguno
la pasión que a mí me ciega.
XIV
Los mocitos de mi barrio
dicen que no soy valiente;
contéstales tú, morena,
que me he atrevido a quererte.
XV
Yo me he puesto en oración
por ver si Dios me revela
si este querer tuyo y mío
es fingido o es de veras.
XVI
Aquel que tiene dinero
todo el mundo le quería,
y en llegándole a faltar
no le dan los buenos días.
XVII
Caballo que se desboca
dime, ¿qué remedio tiene?
El tirarle de las riendas,
que él se parará si quiere.
XVIII
Siempre me echabas achaques
para no salirme a hablar;
lo que es tiempo, te sobraba;
te faltaba voluntad.
XIX
Mi cama son duras piedras,
mi cabecera un ladrillo,
y a las paredes me agarro
creyendo que estoy contigo.
XX
En el querer no hay venganza,
y te has vengado* de mí;
si no hay castigo en la tierra
del cielo te ha de venir.
*en el original: venerado, pero no parece
Para que no queden dudas, insistiré en que estos 'Cantares del pueblo' son de autoría anónima. Augusto Ferrán los recoge a modo de ejemplo, como fuente de la que fluye su verso y para no eludir comparaciones con su obra al comienzo de la misma.
lunes, 13 de junio de 2011
Poema de Antonio Machado en 'Canciones'
Me dijo una tarde
de la primavera:
Si buscas caminos
en flor en la tierra,
mata tus palabras
y oye tu alma vieja.
Que el mismo albo lino
que te vista sea
tu traje de duelo,
tu traje de fiesta.
Ama tu alegría
y ama tu tristeza,
si buscas caminos
en flor en la tierra.
Respondí a la tarde
de la primavera:
Tú has dicho el secreto
que en mi alma reza:
yo odio la alegría
por odio a la pena.
Mas antes que pise
tu florida senda,
quisiera traerte
muerta mi alma vieja.
de la primavera:
Si buscas caminos
en flor en la tierra,
mata tus palabras
y oye tu alma vieja.
Que el mismo albo lino
que te vista sea
tu traje de duelo,
tu traje de fiesta.
Ama tu alegría
y ama tu tristeza,
si buscas caminos
en flor en la tierra.
Respondí a la tarde
de la primavera:
Tú has dicho el secreto
que en mi alma reza:
yo odio la alegría
por odio a la pena.
Mas antes que pise
tu florida senda,
quisiera traerte
muerta mi alma vieja.
Sonetos de Pedro Espinosa
Es la varia fortuna tan sin tiento
y en los casos de amor tal su mudanza,
que a la gloria la tristeza alcanza
y encuéntrase el dolor con el contento.
Temores trae un dulce pensamiento,
con tempestad comienza su bonanza,
despecho ocurrió con esperanza
da de manos la gloria en el tormento.
Do pone el placer (si bien acaso
allí le asientan luego mil enojos),
siempre va noramala la hora buena.
Tal es (fortuna) el mal que por ti paso,
que salen ya mezcladas por mis ojos
las lágrimas de gozo y las de pena.
______________________________
Cantar que nacen perlas y granates
si estampas los toribios de tus patas,
llamar coturnos breves tus zapatas,
escribir que eres ninfa del Eúfrates;
Decir, siendo tus codos acicates,
que son tus brazos tiernos como natas,
cuyas calillas te vendió baratas
la ninfa de que hacen los chizgates.
Es un cierto mentir a fuego lento,
para que se derrita un pecho moro,
si nace a ser verdugo de poetas.
Mas tú misma echarás de ver que miento;
que las ninfas bordaron paños de oro:
Tú no sabes echarme unas soletas.
(De este último soneto, quien algo entienda, me lo explique. Gracias. ¿Chizgate, toribios?)
y en los casos de amor tal su mudanza,
que a la gloria la tristeza alcanza
y encuéntrase el dolor con el contento.
Temores trae un dulce pensamiento,
con tempestad comienza su bonanza,
despecho ocurrió con esperanza
da de manos la gloria en el tormento.
Do pone el placer (si bien acaso
allí le asientan luego mil enojos),
siempre va noramala la hora buena.
Tal es (fortuna) el mal que por ti paso,
que salen ya mezcladas por mis ojos
las lágrimas de gozo y las de pena.
______________________________
Cantar que nacen perlas y granates
si estampas los toribios de tus patas,
llamar coturnos breves tus zapatas,
escribir que eres ninfa del Eúfrates;
Decir, siendo tus codos acicates,
que son tus brazos tiernos como natas,
cuyas calillas te vendió baratas
la ninfa de que hacen los chizgates.
Es un cierto mentir a fuego lento,
para que se derrita un pecho moro,
si nace a ser verdugo de poetas.
Mas tú misma echarás de ver que miento;
que las ninfas bordaron paños de oro:
Tú no sabes echarme unas soletas.
(De este último soneto, quien algo entienda, me lo explique. Gracias. ¿Chizgate, toribios?)
sábado, 11 de junio de 2011
Recitando un poema de 'la cinta de moebius' y 'πoetas', vídeo de Charles Olsen
Una sola aclaración: '...que no tienes a quien/ pues no eres casi mas que un hermoso jugete', es el verso correcto. En el vídeo digo '...pues no tienes a quien/ pues...'. Que no termina uno de memorizar sus poemas.
El trabajo de Charles, impagable. Todo el mérito que tenga el vídeo es exclusivamente suyo.
viernes, 10 de junio de 2011
'Al pie de la letra', poemario de Rosario Castellanos: Crónica final
CRÓNICA FINAL
I
Lo dijimos entonces.
Cuando los años de la cobardía,
cuando toda la tierra hedió de las entrañas
podridas del augur y enormes animales
mugieron en los páramos nocturnos.
Lo dijimos entonces. Cuando quedamos huérfanos
y la mentira se hizo madrastra nuestra y fue
dispensadora del pan amargo, escanciadora del agrio vino,
dueña, en fin, de la celda y de la triste lámpara.
Como la enfermedad
tiñe de su color al ictérico, así
la mentira sudaba en nuestros poros.
Vendimos la memoria y por befa trocamos
la alegría, por sarcasmo la esperanza.
Fraude era la palabra en nuestra boca.
II
Dijimos soledad entonces. Lo que dice
la rama cuando cae desgajada,
lo que dicen las tapias cuando se vuelven sordas.
Y mentimos. No era soledad. Era miedo
y, locos ya, girábamos dentro de la prisión
como la rata que oye
primero que el marino los ruidos del naufragio.
III
No estábamos aparte. Parentesco
estableció entre todos la desgracia,
y la cautividad
une más que la leche y que la sangre.
Criaturas padecían a nuestro alrededor
y volvían, suplicantes, la mirada a nosotros
desde su desamparo.
¿Qué les dimos? ¿La voz que no tenían,
los ojos que faltaban a sus lágrimas,
un corazón que fuera la casa de su angustia?
No, sino la respuesta de Caín,
la espalda del que niega, del que huye.
IV
¿Es lícito que el árbol
diga que no al invierno?
¿Puede acaso romper
su órbita la estrella tributaria?
Y nosotros, menores todavía,
quisimos traicionar nuestro destino,
convertirnos en perros del festín,
en fimbria de la capa
que va lamiendo el paso de los reyes.
O en el arma que empuña el poderoso.
V
He aquí que llegamos
a los días de la consumación.
En las manos del viento
la antorcha del placer flameó hasta extinguirse
y sus pies pisotearon la corona del triunfo,
y arrancó su violencia
a los rostros la máscara de la desigualdad:
sólo víctimas yacen bajo de los escombros.
Un gran demonio mudo anudó en nuestra lengua
el nudo del silencio.
Nuestra historia la escribe
reptando entre cenizas la serpiente.
I
Lo dijimos entonces.
Cuando los años de la cobardía,
cuando toda la tierra hedió de las entrañas
podridas del augur y enormes animales
mugieron en los páramos nocturnos.
Lo dijimos entonces. Cuando quedamos huérfanos
y la mentira se hizo madrastra nuestra y fue
dispensadora del pan amargo, escanciadora del agrio vino,
dueña, en fin, de la celda y de la triste lámpara.
Como la enfermedad
tiñe de su color al ictérico, así
la mentira sudaba en nuestros poros.
Vendimos la memoria y por befa trocamos
la alegría, por sarcasmo la esperanza.
Fraude era la palabra en nuestra boca.
II
Dijimos soledad entonces. Lo que dice
la rama cuando cae desgajada,
lo que dicen las tapias cuando se vuelven sordas.
Y mentimos. No era soledad. Era miedo
y, locos ya, girábamos dentro de la prisión
como la rata que oye
primero que el marino los ruidos del naufragio.
III
No estábamos aparte. Parentesco
estableció entre todos la desgracia,
y la cautividad
une más que la leche y que la sangre.
Criaturas padecían a nuestro alrededor
y volvían, suplicantes, la mirada a nosotros
desde su desamparo.
¿Qué les dimos? ¿La voz que no tenían,
los ojos que faltaban a sus lágrimas,
un corazón que fuera la casa de su angustia?
No, sino la respuesta de Caín,
la espalda del que niega, del que huye.
IV
¿Es lícito que el árbol
diga que no al invierno?
¿Puede acaso romper
su órbita la estrella tributaria?
Y nosotros, menores todavía,
quisimos traicionar nuestro destino,
convertirnos en perros del festín,
en fimbria de la capa
que va lamiendo el paso de los reyes.
O en el arma que empuña el poderoso.
V
He aquí que llegamos
a los días de la consumación.
En las manos del viento
la antorcha del placer flameó hasta extinguirse
y sus pies pisotearon la corona del triunfo,
y arrancó su violencia
a los rostros la máscara de la desigualdad:
sólo víctimas yacen bajo de los escombros.
Un gran demonio mudo anudó en nuestra lengua
el nudo del silencio.
Nuestra historia la escribe
reptando entre cenizas la serpiente.
jueves, 9 de junio de 2011
Poemas de Daniel Aldaya en 'Poema York' (4, y fin)
MARTES POR LA TARDE
Los martes por la tarde tengo la fea costumbre de llorar en mis poemas.
Me explico: me basta descalzarme los martes sobre la tarima
y es un ver la casa y un caerse en medio como un pariente pesado.
No practico acompañar a nadie en mis penurias, es decir, salgo a la calle
y debe haber nada entre la taza de café y una camarera más triste que yo.
En contadas ocasiones busco un secundario: algún amigo de confianza,
una ex que no pierda los papeles, mi madre fallecida.
También te busco a ti, lector, pero te suena tan ajeno mi llanto
que te entretienes en la algarabía de unas quinceañeras con sus carpetas.
(Encuentro un hombre llorando al principio
de este poema y de inmediato me reconozco este martes por la tarde).
Entiendo que los martes es un día festivo para el resto del mundo.
Entiendo que los parques sacan sus flores y su ornamento y su todo,
y la plaza del baile parece dispuesta para una fiesta de palabras bonitas.
Pero no existe el amor en mi poesía; es verdad que he dicho te quiero más veces
de las contadas, incluso a veces estaba en lo cierto.
Que en mi poesía ladran los pájaros, el que escribe no escribe los martes
por la tarde, y buscan sexo las mujeres mientras esperan la llegada de sus maridos borrachos, que las cubren mientras me nombran las muy
santas,
y ellos ríen la ocurrencia y no hacen caso ocupados como están
sus pensamientos en la amante que aguarda en un motel de carretera.
(Con razón me pides cuentas por mi retraso;
ni yo mismo sé dónde puse mi persona,
si era tan poca cosa que en la ducha el agua caía
sin las intermitencias de un cuerpo).
Y ahora que me conoces, abandóname como acostumbras: date la vuelta
y omite que hay una lágrima que desemboca en un río que va a dar la mar de veces
a la ruptura, a la soledad sin compañía, a la cara compañía de las agencias de contactos,
del sueldo en vino, en mujeres, en vino, en más mujeres y en más vino.
Pero si decides acogerte a tu secreta afición de ser feliz en pareja
y te haces cargo del engendro que te habita, que te escribe en vano como siempre,
te coges el tren de las once,
pagas a la prostituta y le dejas propina por la charla,
te digo que vengas
despacio (cuidado con el tráfico de trenes en la niebla), te digo que pares un taxi
en la estación, llames a mi domicilio (no me mudé esta mañana
porque pesaba el equipaje),
te digo que antes de abrir la puerta (olvidé cerrar con llave, ya sabes, por si venías),
antes de atravesar el umbral de la puerta del cementerio,
te digo que entiendas que eres yo mismo un martes cualquiera
por la tarde,
mientras la lluvia emborrona las letras del poema que es mi vida.
DETRÁS DEL ESPEJO
Por mucho que te empeñes,
estás solo.
Para comprenderlo
has visitado uno a uno
afamados terapeutas, curanderos, sacacuartos,
que han venido a decirte lo que ya sabías.
Entenderlo no es fácil.
Hay personas que les lleva toda la vida
reconocerse en su ausencia.
Otras están solas y lo desconocen
y se mueren felizmente no acompañadas.
Te podría explicar, amigo mío,
que ni siquiera te reconozco,
pero es inútil,
y por mi parte sería un esfuerzo titánico
y un lío incomprensible
y una auténtica crueldad
viniendo de quien viene.
Por eso te abrazo al caer esta tarde
de nuestra vida, veintimuchos años
que ya no tienes –tenemos-, algún libro
que nos acompañó (poesía para alimentar
el espíritu), nombres que se perdieron
en la maraña de los días, mujeres
que te desnudaron con los ojos
para no sentirse solas.
Nada más somos.
Acuérdate de mí cuando definitivamente
nadie pueda –esto es la muerte- recordarte.
En este enlace tienes una entrevista a Daniel Aldaya hablando de su libro. Felicidades, Daniel. Y gracias.
Los martes por la tarde tengo la fea costumbre de llorar en mis poemas.
Me explico: me basta descalzarme los martes sobre la tarima
y es un ver la casa y un caerse en medio como un pariente pesado.
No practico acompañar a nadie en mis penurias, es decir, salgo a la calle
y debe haber nada entre la taza de café y una camarera más triste que yo.
En contadas ocasiones busco un secundario: algún amigo de confianza,
una ex que no pierda los papeles, mi madre fallecida.
También te busco a ti, lector, pero te suena tan ajeno mi llanto
que te entretienes en la algarabía de unas quinceañeras con sus carpetas.
(Encuentro un hombre llorando al principio
de este poema y de inmediato me reconozco este martes por la tarde).
Entiendo que los martes es un día festivo para el resto del mundo.
Entiendo que los parques sacan sus flores y su ornamento y su todo,
y la plaza del baile parece dispuesta para una fiesta de palabras bonitas.
Pero no existe el amor en mi poesía; es verdad que he dicho te quiero más veces
de las contadas, incluso a veces estaba en lo cierto.
Que en mi poesía ladran los pájaros, el que escribe no escribe los martes
por la tarde, y buscan sexo las mujeres mientras esperan la llegada de sus maridos borrachos, que las cubren mientras me nombran las muy
santas,
y ellos ríen la ocurrencia y no hacen caso ocupados como están
sus pensamientos en la amante que aguarda en un motel de carretera.
(Con razón me pides cuentas por mi retraso;
ni yo mismo sé dónde puse mi persona,
si era tan poca cosa que en la ducha el agua caía
sin las intermitencias de un cuerpo).
Y ahora que me conoces, abandóname como acostumbras: date la vuelta
y omite que hay una lágrima que desemboca en un río que va a dar la mar de veces
a la ruptura, a la soledad sin compañía, a la cara compañía de las agencias de contactos,
del sueldo en vino, en mujeres, en vino, en más mujeres y en más vino.
Pero si decides acogerte a tu secreta afición de ser feliz en pareja
y te haces cargo del engendro que te habita, que te escribe en vano como siempre,
te coges el tren de las once,
pagas a la prostituta y le dejas propina por la charla,
te digo que vengas
despacio (cuidado con el tráfico de trenes en la niebla), te digo que pares un taxi
en la estación, llames a mi domicilio (no me mudé esta mañana
porque pesaba el equipaje),
te digo que antes de abrir la puerta (olvidé cerrar con llave, ya sabes, por si venías),
antes de atravesar el umbral de la puerta del cementerio,
te digo que entiendas que eres yo mismo un martes cualquiera
por la tarde,
mientras la lluvia emborrona las letras del poema que es mi vida.
DETRÁS DEL ESPEJO
Por mucho que te empeñes,
estás solo.
Para comprenderlo
has visitado uno a uno
afamados terapeutas, curanderos, sacacuartos,
que han venido a decirte lo que ya sabías.
Entenderlo no es fácil.
Hay personas que les lleva toda la vida
reconocerse en su ausencia.
Otras están solas y lo desconocen
y se mueren felizmente no acompañadas.
Te podría explicar, amigo mío,
que ni siquiera te reconozco,
pero es inútil,
y por mi parte sería un esfuerzo titánico
y un lío incomprensible
y una auténtica crueldad
viniendo de quien viene.
Por eso te abrazo al caer esta tarde
de nuestra vida, veintimuchos años
que ya no tienes –tenemos-, algún libro
que nos acompañó (poesía para alimentar
el espíritu), nombres que se perdieron
en la maraña de los días, mujeres
que te desnudaron con los ojos
para no sentirse solas.
Nada más somos.
Acuérdate de mí cuando definitivamente
nadie pueda –esto es la muerte- recordarte.
En este enlace tienes una entrevista a Daniel Aldaya hablando de su libro. Felicidades, Daniel. Y gracias.
Un par de poemas de Alfredo Poyo
ME QUEDO CON TU SILENCIO
la elipse que trazan las flores
cuando se desvanece la alegría
el interior de un buzón con letra bancaria
una plaza cercada de banderas
en la cima de mástiles erectos
toboganes del silencio
por los que se arrastran los días
como suelas de indigente
brilla el filo del silencio
sobre la tarjeta del inem
decorando tu despensa
sobre una estela de lágrima
sobre tres llagas de coca
en la palma de un espejo
el silencio
muro estucado de aguijones
hemorragia sin vendaje
estatuas constructoras de la historia
retumban por el sótano de mis oídos
las botas recias del silencio
me desgarran elintestino
alcanzan el corazón
en un naufragio de sangre
entonces cierro los ojos
para ver cantar tus manos
fulgor de inocencia
cuando recoges tu pelo
y la tierra se amamanta
en la pensión de tu cuello
EPITAFIO PARA UN POETA
cuando el día ya visitado
se adorne de silencio
el cuerpo exhalará las palabras escritas
hacia un viaje por el tiempo
nómadas
libres
como el aliento que al golpear el aire
las calles de invierno dibujan
navegará el hálito indestructible de los versos
ofreciendo compañía
la elipse que trazan las flores
cuando se desvanece la alegría
el interior de un buzón con letra bancaria
una plaza cercada de banderas
en la cima de mástiles erectos
toboganes del silencio
por los que se arrastran los días
como suelas de indigente
brilla el filo del silencio
sobre la tarjeta del inem
decorando tu despensa
sobre una estela de lágrima
sobre tres llagas de coca
en la palma de un espejo
el silencio
muro estucado de aguijones
hemorragia sin vendaje
estatuas constructoras de la historia
retumban por el sótano de mis oídos
las botas recias del silencio
me desgarran elintestino
alcanzan el corazón
en un naufragio de sangre
entonces cierro los ojos
para ver cantar tus manos
fulgor de inocencia
cuando recoges tu pelo
y la tierra se amamanta
en la pensión de tu cuello
EPITAFIO PARA UN POETA
cuando el día ya visitado
se adorne de silencio
el cuerpo exhalará las palabras escritas
hacia un viaje por el tiempo
nómadas
libres
como el aliento que al golpear el aire
las calles de invierno dibujan
navegará el hálito indestructible de los versos
ofreciendo compañía
miércoles, 8 de junio de 2011
'Cien coplas por soleá', Ediciones Árdora, 2000 (2, y fin)
Desgraciaito de aquel
que come de mano ajena,
siempre mirando a la cara,
si la ponen mala o buena.
_______________________
A la tierra sólamente
le cuento lo que me pasa
porque no encuentro en el mundo
persona de confianza.
_______________________
Dejo mi puerta entorná
por si alguna vez te diera
la tentación de empujar.
__________________
El que quiera que me siga
y el que no con Dios se quede,
al que me siga fatigas,
que otra cosita no espere.
_____________________
Tiro piedras por la calle,
al que le dé que perdone:
tengo la cabeza loca
de tantas cavilaciones.
_________________
No canto pa que me escuchen,
ni pa sentirme la voz,
canto pa que no se junten
la pena con el dolor.
_____________________
Quise cambiarle y no quiso
su pañuelo de lunares
por otro de fondo liso.
___________________
Dos vereítas iguales,
¿cuál de las dos voy a coger?
Si cojo la de mi gusto
mi perdición ha de ser.
____________________
Acuérdate cuando entonces
bajabas descalza a abrirme,
y ahora tú no me conoces.
___________________
Fui piedra y perdí mi centro
y me arrojaron al mar,
y al cabo de mucho tiempo
mi centro vine a encontrar.
___________________
Que nadie tenga fatigas,
que todas las tengo yo,
yo tengo una losa negra
metida en el corazón.
_________________
Cada vez que considero
que me tengo que morir
tiro una manta en el suelo
y me harto de dormir.
__________________
Abuelos, padres y tíos,
de los buenos manantiales
se forman lo buenos ríos.
___________________
Te quisiera preguntar
su cuando me ves te alegras
o te sirve de pesar.
___________________
Anda y díselo a tu gente
y si te dicen que no
coge la ropita y vente.
_________________
Dicen que he robao un cáliz,
¡ozú, qué mentira es eso!,
desde que me bautizaron
no he vuelto a entrar en un templo.
________________________
Yo no sé lo que le dió
a la yerbabuena, mare,
que era verde y se secó.
_________________
Por donde quieras que ibas
vas diciendo que soy tuya,
¿qué cadena me has echao
que me tienes tan segura?
___________________
La noche del aguacero
dime dónde te metiste
que no te mojaste el pelo.
__________________
Al pie de un árbol sin fruto
me puse a considerar
qué pocos amigos tiene
el que no tiene qué dar.
___________________
A to el que tiene duquelas
se le conoce en la cara,
a mí me estaban ahogando
y nadie me lo notaba.
___________________
Nadie hable mal del día
hasta que la noche llegue,
yo he visto mañanas tristes
tener las tardes alegres.
___________________
Yo me quito la camisa
y la tiro en tu corral,
a ver si viéndome en cueros
me tienes más voluntad.
___________________
Tu ventana es una cárcel
con el carcelero dentro
y el prisionero en la calle.
Coplas anónimas. Antólogo: José María Rubio.
que come de mano ajena,
siempre mirando a la cara,
si la ponen mala o buena.
_______________________
A la tierra sólamente
le cuento lo que me pasa
porque no encuentro en el mundo
persona de confianza.
_______________________
Dejo mi puerta entorná
por si alguna vez te diera
la tentación de empujar.
__________________
El que quiera que me siga
y el que no con Dios se quede,
al que me siga fatigas,
que otra cosita no espere.
_____________________
Tiro piedras por la calle,
al que le dé que perdone:
tengo la cabeza loca
de tantas cavilaciones.
_________________
No canto pa que me escuchen,
ni pa sentirme la voz,
canto pa que no se junten
la pena con el dolor.
_____________________
Quise cambiarle y no quiso
su pañuelo de lunares
por otro de fondo liso.
___________________
Dos vereítas iguales,
¿cuál de las dos voy a coger?
Si cojo la de mi gusto
mi perdición ha de ser.
____________________
Acuérdate cuando entonces
bajabas descalza a abrirme,
y ahora tú no me conoces.
___________________
Fui piedra y perdí mi centro
y me arrojaron al mar,
y al cabo de mucho tiempo
mi centro vine a encontrar.
___________________
Que nadie tenga fatigas,
que todas las tengo yo,
yo tengo una losa negra
metida en el corazón.
_________________
Cada vez que considero
que me tengo que morir
tiro una manta en el suelo
y me harto de dormir.
__________________
Abuelos, padres y tíos,
de los buenos manantiales
se forman lo buenos ríos.
___________________
Te quisiera preguntar
su cuando me ves te alegras
o te sirve de pesar.
___________________
Anda y díselo a tu gente
y si te dicen que no
coge la ropita y vente.
_________________
Dicen que he robao un cáliz,
¡ozú, qué mentira es eso!,
desde que me bautizaron
no he vuelto a entrar en un templo.
________________________
Yo no sé lo que le dió
a la yerbabuena, mare,
que era verde y se secó.
_________________
Por donde quieras que ibas
vas diciendo que soy tuya,
¿qué cadena me has echao
que me tienes tan segura?
___________________
La noche del aguacero
dime dónde te metiste
que no te mojaste el pelo.
__________________
Al pie de un árbol sin fruto
me puse a considerar
qué pocos amigos tiene
el que no tiene qué dar.
___________________
A to el que tiene duquelas
se le conoce en la cara,
a mí me estaban ahogando
y nadie me lo notaba.
___________________
Nadie hable mal del día
hasta que la noche llegue,
yo he visto mañanas tristes
tener las tardes alegres.
___________________
Yo me quito la camisa
y la tiro en tu corral,
a ver si viéndome en cueros
me tienes más voluntad.
___________________
Tu ventana es una cárcel
con el carcelero dentro
y el prisionero en la calle.
Coplas anónimas. Antólogo: José María Rubio.
martes, 7 de junio de 2011
Prestar dinero a un amigo...uf
Un amigo prestó a otro 2 pesetas, con la condición de que le devolvería el cuadrado de esa cantidad pasado un año.
Cuando, transcurrido el plazo, el deudor fue a realizar el pago, se sorprendió al ver que su amigo reclamaba 400 Ptas.
—Yo no te presté 2 Ptas —aclaró— sino 200 céntimos, cuyo cuadrado son 40 000 céntimos, o sea 400 Pta.
—No —replicó—. Tú me prestaste 2/5 de duro, cuyo cuadrado son 4/25 de duro, o sea 40 céntimos. Ahí los tienes.
Cuando, transcurrido el plazo, el deudor fue a realizar el pago, se sorprendió al ver que su amigo reclamaba 400 Ptas.
—Yo no te presté 2 Ptas —aclaró— sino 200 céntimos, cuyo cuadrado son 40 000 céntimos, o sea 400 Pta.
—No —replicó—. Tú me prestaste 2/5 de duro, cuyo cuadrado son 4/25 de duro, o sea 40 céntimos. Ahí los tienes.
Noticia de Augusto Ferrán. Su poesía (1)
Ignorante es uno y no tuvo noticia de Augusto Ferrán hasta leer 'Cien coplas por soleá', de la que en Poesía Abierta damos extensa muestra. En este libro sólo había una copla de autor, copla de Augusto Ferrán. Y resulta que Augusto Ferrán fue, ha sido, es, admirado por Gustavo Adolfo Bécquer y ejemplo para Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado y la Generación del 27. En España tenemos "muy buena memoria para olvidar" (expresión de mi amigo Bolo) y no hemos querido mantener esta hermosa y alta tradición poética. Hemos tenido que mirar al exterior para admirar e incorporar formas similares de otras lenguas.
La obra toda de Augusto Ferrán está en Cervantes Virtual. Pero como yo no me canso de recoger lo que me interesa, la pondré aquí, en pequeñas dosis, con los comentarios que crea convenientes (que serán pocos). Para empezar, el prólogo (antes crítica) que Gustavo Adolfo Bécquer hizo de 'La soledad'. Va.
I
Leí la última página, cerré el libro y apoyé mi cabeza entre las manos.
Un soplo de la brisa de mi país, una onda de perfumes y armonías lejanas besó mi frente y acarició mi oído al pasar.
Toda mi Andalucía, con sus días de oro y sus noches luminosas y transparentes, se levantó como una visión de fuego del fondo de mi alma.
Sevilla, con su Giralda de encajes, que copia temblando el Guadalquivir, y sus calles morunas, tortuosas y estrechas, en las que aún se cree escuchar el extraño crujido de los pasos del Rey Justiciero; Sevilla, con sus rejas y sus cantares, sus cancelas y sus rondadores, sus retablos y sus cuentos, sus pendencias y sus músicas, sus noches tranquilas y sus siestas de fuego, sus alboradas color de rosa y sus crepúsculos azules; Sevilla, con todas las tradiciones que veinte centurias han amontonado sobre su frente, con toda la pompa y la gala de su naturaleza meridional, con toda la poesía que la imaginación presta a un recuerdo querido, apareció como por encanto a mis ojos, y penetré en su recinto, y crucé sus calles, y respiré su atmósfera, y oí los cantos que entonan a media voz las muchachas que cosen detrás de las celosías, medio ocultas entre las hojas de las campanillas azules; y aspiré con voluptuosidad la fragancia de las madreselvas, que corren por un hilo de balcón a balcón, formando toldos de flores; y torné, en fin, con mi espíritu a vivir en la ciudad donde he nacido, y de la que tan viva guardaré siempre la memoria.
No sé el tiempo que transcurrió mientras soñaba despierto. Cuando me incorporé, la luz que ardía sobre mi bufete oscilaba próxima a expirar, arrojando sus últimos destellos que, en círculos, ya luminosos, ya sombríos, se proyectaban temblando sobre las paredes de mi habitación.
La claridad de la mañana, esa claridad incierta y triste de las nebulosas mañanas de invierno, teñía de un vago azul los vidrios de mis balcones.
Al través de ellos se divisaba casi todo Madrid.
Madrid, envuelto en una ligera neblina, por entre cuyos rotos jirones levantaban sus crestas oscuras las chimeneas, las buhardillas, los campanarios y las desnudas ramas de los árboles.
Madrid sucio, negro, feo como un esqueleto descarnado, tiritando bajo su inmenso sudario de nieve.
Mis miembros estaban ya ateridos; pero entonces tuve frío hasta en el alma.
Y, sin embargo, yo había vuelto a respirar la tibia atmósfera de mi ciudad querida, yo había sentido el beso vivificador de sus brisas cargadas de perfumes, su sol de fuego había deslumbrado mis ojos al trasponer las verdes lomas sobre que se asienta el convento de Aznalfarache.
***
Aquel mundo de recuerdos lo había evocado como un conjuro mágico, un libro.
Un libro impregnado en el perfume de las flores de mi país; un libro, del que cada una de las páginas es un suspiro, una sonrisa, una lágrima o un rayo de sol; un libro, por último, cuyo solo título aún despierta en mi alma un sentimiento indefinible de vaga tristeza.
¡La soledad!
La soledad es el cantar favorito del pueblo en mi Andalucía.
II
Aquel libro lo tenía allí para juzgarlo.
Como cuestión de sentimiento, para mí ya lo estaba.
Sin embargo, el criterio de la sensación está sujeto a influencias puramente individuales, de las que se debe despojar el crítico, si ha de llenar su misión dignamente.
Esto es lo que voy a hacer, si me es posible.
Hay una poesía magnífica y sonora; una poesía hija de la meditación y el arte, que se engalana con todas las pompas de la lengua, que se mueve con una cadenciosa majestad, habla a la imaginación, completa sus cuadros y la conduce a su antojo por un sendero desconocido, seduciéndola con su armonía y su hermosura.
Hay otra natural, breve, seca, que brota del alma como una chispa eléctrica, que hiere el sentimiento con una palabra y huye, y desnuda de artificio, desembarazada dentro de una forma libre, despierta, con una que las toca, las mil ideas que duermen en el océano sin fondo de la fantasía.
La primera tiene un valor dado: es la poesía de todo el mundo.
La segunda carece de medida absoluta; adquiere las proporciones de la imaginación que impresiona: puede llamarse la poesía de los poetas.
La primera es una melodía que nace, se desarrolla, acaba y se desvanece.
La segunda es un acorde que se arranca de un arpa, y se quedan las cuerdas vibrando con un zumbido armonioso.
Cuando se concluye aquélla, se dobla la hoja con una suave sonrisa de satisfacción.
Cuando se acaba ésta, se inclina la frente cargada de pensamientos sin nombre.
La una es el fruto divino de la unión del arte y de la fantasía.
La otra es la centella inflamada que brota al choque del sentimiento y la pasión.
Las poesías de este libro pertenecen al último de los dos géneros, porque son populares, y la poesía popular es la síntesis de la poesía.
III
El pueblo ha sido, y será siempre, el gran poeta de todas las edades y de todas las naciones.
Nadie mejor que él sabe sintetizar en sus obras las creencias, las aspiraciones y el sentimiento de una época.
Él forjó esa maravillosa epopeya celeste de los dioses del paganismo, que después formuló Homero.
Él ha dado el ser a ese mundo invisible de las tradiciones religiosas, que puede llamarse el mundo de la mitología cristiana.
Él inspiró al sombrío Dante el asunto de su terrible poema.
Él dibujó a Don Juan.
Él soñó a Fausto.
Él, por último, ha infundido su aliento de vida a todas esas figuras gigantescas que el arte ha perfeccionado luego, prestándoles formas y galas.
Los grandes poetas, semejantes a un osado arquitecto, han recogido las piedras talladas por él, y han levantado con ellas una pirámide en cada siglo.
Pirámides colosales, que, dominando la inmensa ola del olvido y del tiempo, se contemplan unas a otras y señalan el paso de la humanidad por el mundo de la inteligencia.
Como a sus maravillosas concepciones, el pueblo da a la expresión de sus sentimientos una forma especialísima.
Una frase sentida, un toque valiente o un rasgo natural, le bastan para emitir una idea, caracterizar un tipo o hacer una descripción.
Esto y no más son las canciones populares.
Todas las naciones las tienen.
Las nuestras, las de toda la Andalucía en particular, son acaso las mejores.
En algunos países, en Alemania sobre todo, esta clase de canciones constituven un género de poesía.
Goethe, Schiller, Uhland, Heine, no se han desdeñado de cultivarlo; es más, se han gloriado de hacerlo.
Entre nosotros no: estas canciones se admiran, es verdad, se aplauden, se repiten de boca en boca. Trueba las ha glosado con una espontaneidad y una gracia admirables; Fernán-Caballero ha reunido un gran número en sus obras; pero nadie ha tocado ese género para elevarlo a la categoría de tal en el terreno del arte.
A esto es a lo que aspira el autor de La Soledad.
Estas son las pretensiones que trae su libro al aparecer en la arena literaria.
El propósito es digno de aplauso, y la empresa más arriesgada de lo que a primera vista parece.
¿Cómo lo ha cumplido?
IV
«Al principio de esta colección he puesto unos cuantos cantares del pueblo, para estar seguro al menos de que hay algo bueno en este libro.»
Así dice el autor en el prólogo, y así lo hace.
Desde luego confesamos que este rasgo, a la vez de modestia y confianza en su obra, nos gusta.
Sean como fueren sus cantares, el autor no rehuye las comparaciones.
No tiene por qué rehuirlas.
Seguramente que los suyos se distinguen de los originales del pueblo; la forma del poeta, como la de una mujer aristocrática, se revela, aun bajo el traje más humilde, por sus movimientos elegantes y cadenciosos; pero en la concisión de la frase, en la sencillez de los conceptos, en la valentía y la ligereza de los toques, en la gracia y la ternura de ciertas ideas, rivalizan, cuando no vencen, a los que se ha propuesto por norma.
El autor de La Soledad no ha imitado la poesía del pueblo servilmente, porque hay cosas que no pueden imitarse.
Tampoco ha escrito un cantar por vía de pasatiempo, sujetándose a una forma prescrita, como el que vence una dificultad por gala, no; los ha hecho sin duda porque sus ideas, al revestirse espontáneamente de una forma, han tomado ésta; porque su libre educación literaria, su conocimiento de los poetas alemanes y el estudio especialísimo de la poesía popular, han formado desde luego su talento a propósito para representar este nuevo género en nuestra nación.
En efecto, sus cantares, ora brillantes y graciosos, ora sentidos y profundos, ya se traduzcan por medio de un rasgo apasionado y valiente, ya merced a una nota melancólica y vaga, siempre vienen a herir alguna de las fibras del corazón del poeta.
En ellos hay un grito para cada dolor, una sonrisa para cada esperanza, una lágrima para cada desengaño, un suspiro para cada recuerdo.
En sus manos la sencilla arpa popular recorre todos los géneros, responde a todos los tonos de la infinita escala del sentimiento y las pasiones. No obstante, lo mismo al reír que al suspirar, al hablar del amor que al exponer algunos de sus extraños fenómenos, al traducir un sentimiento que al formular una esperanza, estas canciones rebosan en una especie de vaga e indefinible melancolía que produce en el ámino una sensación al par dolorosa y suave.
No es extraño.
En mi país, cuando la guitarra acompaña La Soledad, ella misma parece como que se queja y llora.
V
Las fatigas que se cantan
son las fatigas más grandes,
porque se cantan llorando
y las lágrimas no salen.
Entre los originales, este es el primer cantar que se encuentra al abrir el libro. Él da el tono al resto de la obra, que se desenvuelve como una rica melodía, cuyo tema fecundo es susceptible de mil y mil brillantes variaciones.
Si la dimensión de este artículo me lo permitiera, citaría una infinidad de ellos que justificasen mi opinión; en la imposibilidad de hacerlo así, transcribiré algunos que, aunque imperfecta, puedan dar alguna idea del libro que me ocupa:
Si yo pudiera arrancar
una estrellita del cielo,
te la pusiera en la frente
para verte desde lejos.
Cuando pasé por tu casa
«¿quién vive?» al verme gritaste,
sólo con la mala idea
de, si aún vivía, matarme.
Compañera, yo estoy hecho
a sufrir penas crueles;
pero no a sufrir la dicha
que apenas llega se vuelve.
En estos cantares, el autor rivaliza en espontaneidad y gracia con los del pueblo: la misma forma ligera y breve, la misma intención, la misma verdad y sencillez en la expresión del sentimiento.
En los que sigue varía de tono:
Antes piensa y luego habla;
y después de haber hablado,
vuelve a pensar lo que has dicho,
y verás si es bueno o malo.
Levántate si te caes,
y antes de volver a andar,
mira dónde te has caído
y pon allí una señal.
Yo me he querido vengar
de los que me hacen sufrir,
y me ha dicho mi conciencia
que antes me vengue de mí.
Una sentencia profunda, encerrada en una forma concisa, sin más elevación que la que le presta la elevación del pensamiento que contiene. Verdad en la observación, naturalidad en la frase: estas son las dotes del género de estos cantares. El pueblo los tiene magníficos; por los que dejamos citados se verá hasta qué punto compiten con ellos los del autor de La Soledad:
Los mundos que me rodean
son los que menos me extrañan;
el que me tiene asombrado
es el mundo de mi alma.
Lo que envenena la vida,
es ver que en torno tenemos
cuanto para ser felices
nos hace falta y no es nuestro.
Yo no sé lo que yo tengo,
ni sé lo que a mí me falta,
que siempre espero una cosa
que no sé cómo se llama.
¡Ay de mí! Por más que busco
la soledad, no la encuentro.
Mientras yo la voy buscando,
mi sombra me va siguiendo.
Todo hombre que viene al mundo
trae un letrero en la frente
con letras de fuego escrito,
que dice: «Reo de muerte».
La poesía popular, sin perder su carácter, comienza aquí a elevar su vuelo.
La honda admiración que nos sobrecoge al sentir levantarse en el interior del alma un maravilloso mundo de ideas incomprensibles, ideas que flotan como flotan los astros en la inmensidad.
Esa amargura que corroe el corazón, ansioso de goces, goces que pasan a su lado y huyen lanzándole una carcajada, cuando tiende la mano para asirlos; goces que existen, pero que acaso nunca podrá conocer.
Esa impaciencia nerviosa que siempre espera algo, algo que nunca llega, que no se puede pedir, porque ni aun se sabe su nombre; deseo quizá de algo divino, que no está en la tierra, y que presentimos no obstante.
Esa desesperación del que no puede ahuyentar los dolores, y huye del mundo, y los tormentos le siguen, porque sus torturas son sus ideas, que, como su sombra, le acompaña a todas partes.
Esa lúgubre verdad que nos dice que llevamos un germen de muerte dentro de nosotros mismos; todos esos sentimientos, todas esas grandes ideas que constituyen la inspiración, están expresados en los cuatro cantares que preceden, con una sobriedad y una maestría que no puede menos de llamar la atención.
Como se ve, el autor, con estas canciones, ha dado ya un gran paso para aclimatar su género favorito en el terreno del arte.
Veamos ahora algunas de las que, también imitación de las populares, que constan de dos o más estrofas, ha intercalado en las páginas de su libro:
Pasé por un bosque y dije
«aquí está la soledad...»
y el eco me respondió
con voz muy ronca: «aquí está».
Y me respondió «aquí está»
y entonces me entró un temblor
al ver que la voz salía
de mi mismo corazón.
Tenía los labios rojos,
tan rojos como la grana...
labios ¡ay! que fueron hechos
para que alguien los besara.
Yo un día quise... la niña
al pie de un ciprés descansa:
un beso eterno la muerte
puso en sus labios de grana.
Allá arriba el sol brillante
las estrellas allá arriba;
aquí abajo los reflejos
de lo que tan lejos brilla.
Allá lo que nunca acaba,
aquí lo que al fin termina:
¡y el hombre atado aquí abajo
mirando siempre hacia arriba!
La primera de estas canciones puede ponerse en boca del Manfredo, de Byron; Schiller, no repudiaría la segunda si la encontrase entre sus baladas, y con pensamientos menos grandes que el de la tercera ha escrito Víctor Hugo muchas de sus odas.
Pero nos resta aún por citar una de ellas, acaso una de las mejores, sin duda la más melancólica, la más vaga, la más suave de todas, la última: con ella termina el libro de La Soledad, como con una cadencia armoniosa que se desvanece temblando, y aún la creemos escuchar en nuestra imaginación:
Los que quedan en el puerto
cuando la nave se va,
dicen al ver que se aleja:
«¡quién sabe si volverán!»
Y los que van en la nave
dicen mirando hacia atrás:
«¡quién sabe cuando volvamos
si se habrán marchado ya!»
VI
«En cuanto a mis pobres versos, si algún día oigo salir uno solo de ellos de entre un corrillo de alegres muchachas, acompañado por los tristes tonos de una guitarra, daré por cumplida toda mi ambición de gloria, y habré escuchado el mejor juicio crítico de mis humildes composiciones».
Así termina el prólogo de La Soledad. ¿Con qué otras palabras podía yo concluir esta revista, que pusieran más de relieve la modestia y la ternura del nuevo poeta?
Yo creo, yo espero, digo más, yo estoy seguro que no tardarán mucho en cumplirse las aspiraciones del autor de estos cantares.
Acaso, cuando yo vuelva a mi Sevilla, me recordará alguno de ellos días y cosas que a su vez me arranquen una lágrima de sentimiento semejante a la que hoy brota de mis ojos al recordarla.
G. A. Bécquer
La obra toda de Augusto Ferrán está en Cervantes Virtual. Pero como yo no me canso de recoger lo que me interesa, la pondré aquí, en pequeñas dosis, con los comentarios que crea convenientes (que serán pocos). Para empezar, el prólogo (antes crítica) que Gustavo Adolfo Bécquer hizo de 'La soledad'. Va.
I
Leí la última página, cerré el libro y apoyé mi cabeza entre las manos.
Un soplo de la brisa de mi país, una onda de perfumes y armonías lejanas besó mi frente y acarició mi oído al pasar.
Toda mi Andalucía, con sus días de oro y sus noches luminosas y transparentes, se levantó como una visión de fuego del fondo de mi alma.
Sevilla, con su Giralda de encajes, que copia temblando el Guadalquivir, y sus calles morunas, tortuosas y estrechas, en las que aún se cree escuchar el extraño crujido de los pasos del Rey Justiciero; Sevilla, con sus rejas y sus cantares, sus cancelas y sus rondadores, sus retablos y sus cuentos, sus pendencias y sus músicas, sus noches tranquilas y sus siestas de fuego, sus alboradas color de rosa y sus crepúsculos azules; Sevilla, con todas las tradiciones que veinte centurias han amontonado sobre su frente, con toda la pompa y la gala de su naturaleza meridional, con toda la poesía que la imaginación presta a un recuerdo querido, apareció como por encanto a mis ojos, y penetré en su recinto, y crucé sus calles, y respiré su atmósfera, y oí los cantos que entonan a media voz las muchachas que cosen detrás de las celosías, medio ocultas entre las hojas de las campanillas azules; y aspiré con voluptuosidad la fragancia de las madreselvas, que corren por un hilo de balcón a balcón, formando toldos de flores; y torné, en fin, con mi espíritu a vivir en la ciudad donde he nacido, y de la que tan viva guardaré siempre la memoria.
No sé el tiempo que transcurrió mientras soñaba despierto. Cuando me incorporé, la luz que ardía sobre mi bufete oscilaba próxima a expirar, arrojando sus últimos destellos que, en círculos, ya luminosos, ya sombríos, se proyectaban temblando sobre las paredes de mi habitación.
La claridad de la mañana, esa claridad incierta y triste de las nebulosas mañanas de invierno, teñía de un vago azul los vidrios de mis balcones.
Al través de ellos se divisaba casi todo Madrid.
Madrid, envuelto en una ligera neblina, por entre cuyos rotos jirones levantaban sus crestas oscuras las chimeneas, las buhardillas, los campanarios y las desnudas ramas de los árboles.
Madrid sucio, negro, feo como un esqueleto descarnado, tiritando bajo su inmenso sudario de nieve.
Mis miembros estaban ya ateridos; pero entonces tuve frío hasta en el alma.
Y, sin embargo, yo había vuelto a respirar la tibia atmósfera de mi ciudad querida, yo había sentido el beso vivificador de sus brisas cargadas de perfumes, su sol de fuego había deslumbrado mis ojos al trasponer las verdes lomas sobre que se asienta el convento de Aznalfarache.
***
Aquel mundo de recuerdos lo había evocado como un conjuro mágico, un libro.
Un libro impregnado en el perfume de las flores de mi país; un libro, del que cada una de las páginas es un suspiro, una sonrisa, una lágrima o un rayo de sol; un libro, por último, cuyo solo título aún despierta en mi alma un sentimiento indefinible de vaga tristeza.
¡La soledad!
La soledad es el cantar favorito del pueblo en mi Andalucía.
II
Aquel libro lo tenía allí para juzgarlo.
Como cuestión de sentimiento, para mí ya lo estaba.
Sin embargo, el criterio de la sensación está sujeto a influencias puramente individuales, de las que se debe despojar el crítico, si ha de llenar su misión dignamente.
Esto es lo que voy a hacer, si me es posible.
Hay una poesía magnífica y sonora; una poesía hija de la meditación y el arte, que se engalana con todas las pompas de la lengua, que se mueve con una cadenciosa majestad, habla a la imaginación, completa sus cuadros y la conduce a su antojo por un sendero desconocido, seduciéndola con su armonía y su hermosura.
Hay otra natural, breve, seca, que brota del alma como una chispa eléctrica, que hiere el sentimiento con una palabra y huye, y desnuda de artificio, desembarazada dentro de una forma libre, despierta, con una que las toca, las mil ideas que duermen en el océano sin fondo de la fantasía.
La primera tiene un valor dado: es la poesía de todo el mundo.
La segunda carece de medida absoluta; adquiere las proporciones de la imaginación que impresiona: puede llamarse la poesía de los poetas.
La primera es una melodía que nace, se desarrolla, acaba y se desvanece.
La segunda es un acorde que se arranca de un arpa, y se quedan las cuerdas vibrando con un zumbido armonioso.
Cuando se concluye aquélla, se dobla la hoja con una suave sonrisa de satisfacción.
Cuando se acaba ésta, se inclina la frente cargada de pensamientos sin nombre.
La una es el fruto divino de la unión del arte y de la fantasía.
La otra es la centella inflamada que brota al choque del sentimiento y la pasión.
Las poesías de este libro pertenecen al último de los dos géneros, porque son populares, y la poesía popular es la síntesis de la poesía.
III
El pueblo ha sido, y será siempre, el gran poeta de todas las edades y de todas las naciones.
Nadie mejor que él sabe sintetizar en sus obras las creencias, las aspiraciones y el sentimiento de una época.
Él forjó esa maravillosa epopeya celeste de los dioses del paganismo, que después formuló Homero.
Él ha dado el ser a ese mundo invisible de las tradiciones religiosas, que puede llamarse el mundo de la mitología cristiana.
Él inspiró al sombrío Dante el asunto de su terrible poema.
Él dibujó a Don Juan.
Él soñó a Fausto.
Él, por último, ha infundido su aliento de vida a todas esas figuras gigantescas que el arte ha perfeccionado luego, prestándoles formas y galas.
Los grandes poetas, semejantes a un osado arquitecto, han recogido las piedras talladas por él, y han levantado con ellas una pirámide en cada siglo.
Pirámides colosales, que, dominando la inmensa ola del olvido y del tiempo, se contemplan unas a otras y señalan el paso de la humanidad por el mundo de la inteligencia.
Como a sus maravillosas concepciones, el pueblo da a la expresión de sus sentimientos una forma especialísima.
Una frase sentida, un toque valiente o un rasgo natural, le bastan para emitir una idea, caracterizar un tipo o hacer una descripción.
Esto y no más son las canciones populares.
Todas las naciones las tienen.
Las nuestras, las de toda la Andalucía en particular, son acaso las mejores.
En algunos países, en Alemania sobre todo, esta clase de canciones constituven un género de poesía.
Goethe, Schiller, Uhland, Heine, no se han desdeñado de cultivarlo; es más, se han gloriado de hacerlo.
Entre nosotros no: estas canciones se admiran, es verdad, se aplauden, se repiten de boca en boca. Trueba las ha glosado con una espontaneidad y una gracia admirables; Fernán-Caballero ha reunido un gran número en sus obras; pero nadie ha tocado ese género para elevarlo a la categoría de tal en el terreno del arte.
A esto es a lo que aspira el autor de La Soledad.
Estas son las pretensiones que trae su libro al aparecer en la arena literaria.
El propósito es digno de aplauso, y la empresa más arriesgada de lo que a primera vista parece.
¿Cómo lo ha cumplido?
IV
«Al principio de esta colección he puesto unos cuantos cantares del pueblo, para estar seguro al menos de que hay algo bueno en este libro.»
Así dice el autor en el prólogo, y así lo hace.
Desde luego confesamos que este rasgo, a la vez de modestia y confianza en su obra, nos gusta.
Sean como fueren sus cantares, el autor no rehuye las comparaciones.
No tiene por qué rehuirlas.
Seguramente que los suyos se distinguen de los originales del pueblo; la forma del poeta, como la de una mujer aristocrática, se revela, aun bajo el traje más humilde, por sus movimientos elegantes y cadenciosos; pero en la concisión de la frase, en la sencillez de los conceptos, en la valentía y la ligereza de los toques, en la gracia y la ternura de ciertas ideas, rivalizan, cuando no vencen, a los que se ha propuesto por norma.
El autor de La Soledad no ha imitado la poesía del pueblo servilmente, porque hay cosas que no pueden imitarse.
Tampoco ha escrito un cantar por vía de pasatiempo, sujetándose a una forma prescrita, como el que vence una dificultad por gala, no; los ha hecho sin duda porque sus ideas, al revestirse espontáneamente de una forma, han tomado ésta; porque su libre educación literaria, su conocimiento de los poetas alemanes y el estudio especialísimo de la poesía popular, han formado desde luego su talento a propósito para representar este nuevo género en nuestra nación.
En efecto, sus cantares, ora brillantes y graciosos, ora sentidos y profundos, ya se traduzcan por medio de un rasgo apasionado y valiente, ya merced a una nota melancólica y vaga, siempre vienen a herir alguna de las fibras del corazón del poeta.
En ellos hay un grito para cada dolor, una sonrisa para cada esperanza, una lágrima para cada desengaño, un suspiro para cada recuerdo.
En sus manos la sencilla arpa popular recorre todos los géneros, responde a todos los tonos de la infinita escala del sentimiento y las pasiones. No obstante, lo mismo al reír que al suspirar, al hablar del amor que al exponer algunos de sus extraños fenómenos, al traducir un sentimiento que al formular una esperanza, estas canciones rebosan en una especie de vaga e indefinible melancolía que produce en el ámino una sensación al par dolorosa y suave.
No es extraño.
En mi país, cuando la guitarra acompaña La Soledad, ella misma parece como que se queja y llora.
V
Las fatigas que se cantan
son las fatigas más grandes,
porque se cantan llorando
y las lágrimas no salen.
Entre los originales, este es el primer cantar que se encuentra al abrir el libro. Él da el tono al resto de la obra, que se desenvuelve como una rica melodía, cuyo tema fecundo es susceptible de mil y mil brillantes variaciones.
Si la dimensión de este artículo me lo permitiera, citaría una infinidad de ellos que justificasen mi opinión; en la imposibilidad de hacerlo así, transcribiré algunos que, aunque imperfecta, puedan dar alguna idea del libro que me ocupa:
Si yo pudiera arrancar
una estrellita del cielo,
te la pusiera en la frente
para verte desde lejos.
Cuando pasé por tu casa
«¿quién vive?» al verme gritaste,
sólo con la mala idea
de, si aún vivía, matarme.
Compañera, yo estoy hecho
a sufrir penas crueles;
pero no a sufrir la dicha
que apenas llega se vuelve.
En estos cantares, el autor rivaliza en espontaneidad y gracia con los del pueblo: la misma forma ligera y breve, la misma intención, la misma verdad y sencillez en la expresión del sentimiento.
En los que sigue varía de tono:
Antes piensa y luego habla;
y después de haber hablado,
vuelve a pensar lo que has dicho,
y verás si es bueno o malo.
Levántate si te caes,
y antes de volver a andar,
mira dónde te has caído
y pon allí una señal.
Yo me he querido vengar
de los que me hacen sufrir,
y me ha dicho mi conciencia
que antes me vengue de mí.
Una sentencia profunda, encerrada en una forma concisa, sin más elevación que la que le presta la elevación del pensamiento que contiene. Verdad en la observación, naturalidad en la frase: estas son las dotes del género de estos cantares. El pueblo los tiene magníficos; por los que dejamos citados se verá hasta qué punto compiten con ellos los del autor de La Soledad:
Los mundos que me rodean
son los que menos me extrañan;
el que me tiene asombrado
es el mundo de mi alma.
Lo que envenena la vida,
es ver que en torno tenemos
cuanto para ser felices
nos hace falta y no es nuestro.
Yo no sé lo que yo tengo,
ni sé lo que a mí me falta,
que siempre espero una cosa
que no sé cómo se llama.
¡Ay de mí! Por más que busco
la soledad, no la encuentro.
Mientras yo la voy buscando,
mi sombra me va siguiendo.
Todo hombre que viene al mundo
trae un letrero en la frente
con letras de fuego escrito,
que dice: «Reo de muerte».
La poesía popular, sin perder su carácter, comienza aquí a elevar su vuelo.
La honda admiración que nos sobrecoge al sentir levantarse en el interior del alma un maravilloso mundo de ideas incomprensibles, ideas que flotan como flotan los astros en la inmensidad.
Esa amargura que corroe el corazón, ansioso de goces, goces que pasan a su lado y huyen lanzándole una carcajada, cuando tiende la mano para asirlos; goces que existen, pero que acaso nunca podrá conocer.
Esa impaciencia nerviosa que siempre espera algo, algo que nunca llega, que no se puede pedir, porque ni aun se sabe su nombre; deseo quizá de algo divino, que no está en la tierra, y que presentimos no obstante.
Esa desesperación del que no puede ahuyentar los dolores, y huye del mundo, y los tormentos le siguen, porque sus torturas son sus ideas, que, como su sombra, le acompaña a todas partes.
Esa lúgubre verdad que nos dice que llevamos un germen de muerte dentro de nosotros mismos; todos esos sentimientos, todas esas grandes ideas que constituyen la inspiración, están expresados en los cuatro cantares que preceden, con una sobriedad y una maestría que no puede menos de llamar la atención.
Como se ve, el autor, con estas canciones, ha dado ya un gran paso para aclimatar su género favorito en el terreno del arte.
Veamos ahora algunas de las que, también imitación de las populares, que constan de dos o más estrofas, ha intercalado en las páginas de su libro:
Pasé por un bosque y dije
«aquí está la soledad...»
y el eco me respondió
con voz muy ronca: «aquí está».
Y me respondió «aquí está»
y entonces me entró un temblor
al ver que la voz salía
de mi mismo corazón.
Tenía los labios rojos,
tan rojos como la grana...
labios ¡ay! que fueron hechos
para que alguien los besara.
Yo un día quise... la niña
al pie de un ciprés descansa:
un beso eterno la muerte
puso en sus labios de grana.
Allá arriba el sol brillante
las estrellas allá arriba;
aquí abajo los reflejos
de lo que tan lejos brilla.
Allá lo que nunca acaba,
aquí lo que al fin termina:
¡y el hombre atado aquí abajo
mirando siempre hacia arriba!
La primera de estas canciones puede ponerse en boca del Manfredo, de Byron; Schiller, no repudiaría la segunda si la encontrase entre sus baladas, y con pensamientos menos grandes que el de la tercera ha escrito Víctor Hugo muchas de sus odas.
Pero nos resta aún por citar una de ellas, acaso una de las mejores, sin duda la más melancólica, la más vaga, la más suave de todas, la última: con ella termina el libro de La Soledad, como con una cadencia armoniosa que se desvanece temblando, y aún la creemos escuchar en nuestra imaginación:
Los que quedan en el puerto
cuando la nave se va,
dicen al ver que se aleja:
«¡quién sabe si volverán!»
Y los que van en la nave
dicen mirando hacia atrás:
«¡quién sabe cuando volvamos
si se habrán marchado ya!»
VI
«En cuanto a mis pobres versos, si algún día oigo salir uno solo de ellos de entre un corrillo de alegres muchachas, acompañado por los tristes tonos de una guitarra, daré por cumplida toda mi ambición de gloria, y habré escuchado el mejor juicio crítico de mis humildes composiciones».
Así termina el prólogo de La Soledad. ¿Con qué otras palabras podía yo concluir esta revista, que pusieran más de relieve la modestia y la ternura del nuevo poeta?
Yo creo, yo espero, digo más, yo estoy seguro que no tardarán mucho en cumplirse las aspiraciones del autor de estos cantares.
Acaso, cuando yo vuelva a mi Sevilla, me recordará alguno de ellos días y cosas que a su vez me arranquen una lágrima de sentimiento semejante a la que hoy brota de mis ojos al recordarla.
G. A. Bécquer
lunes, 6 de junio de 2011
'Inventario galante', poema de Antonio Machado en 'Canciones'
Inventario galante
Tus ojos me recuerdan
las noches de verano,
negras noches sin luna,
orilla al mar salado,
y el chispear de estrellas
del cielo negro y bajo.
Tus ojos me recuerdan
las noches de verano.
Y tu morena carne,
los trigos requemados,
y el suspirar de fuego
de los maduros campos.
Tu hermana es clara y débil
como los juncos lánguidos,
como los sauces tristes,
como los linos glaucos.
Tu hermana es un lucero
en el azul lejano...
Y es alba y aura fría
sobre los pobres álamos
que en las orillas tiemblan
del río humilde y manso.
Tu hermana es un lucero
en el azul lejano.
De tu morena gracia,
de tu soñar gitano,
de tu mirar de sombra
quiero llenar mi vaso.
Me embriagaré una noche
de cielo negro y bajo,
para cantar contigo,
orilla al mar salado,
una canción que deje
cenizas en los labios...
De tu mirar de sombra
quiero llenar mi vaso.
Para tu linda hermana
arrancaré los ramos
de florecillas nuevas
a los almendros blancos,
en un tranquilo y triste
alborear de marzo.
Los regaré con agua
de los arroyos claros,
los ataré con verdes
junquillos del remanso...
Para tu linda hermana
yo haré un ramito blanco.
Tus ojos me recuerdan
las noches de verano,
negras noches sin luna,
orilla al mar salado,
y el chispear de estrellas
del cielo negro y bajo.
Tus ojos me recuerdan
las noches de verano.
Y tu morena carne,
los trigos requemados,
y el suspirar de fuego
de los maduros campos.
Tu hermana es clara y débil
como los juncos lánguidos,
como los sauces tristes,
como los linos glaucos.
Tu hermana es un lucero
en el azul lejano...
Y es alba y aura fría
sobre los pobres álamos
que en las orillas tiemblan
del río humilde y manso.
Tu hermana es un lucero
en el azul lejano.
De tu morena gracia,
de tu soñar gitano,
de tu mirar de sombra
quiero llenar mi vaso.
Me embriagaré una noche
de cielo negro y bajo,
para cantar contigo,
orilla al mar salado,
una canción que deje
cenizas en los labios...
De tu mirar de sombra
quiero llenar mi vaso.
Para tu linda hermana
arrancaré los ramos
de florecillas nuevas
a los almendros blancos,
en un tranquilo y triste
alborear de marzo.
Los regaré con agua
de los arroyos claros,
los ataré con verdes
junquillos del remanso...
Para tu linda hermana
yo haré un ramito blanco.
Un soneto de Gutierre de Cetina, el último
Con mal sabor de boca acabaremos el repaso a los sonetos Gutierre de Cetina. Un verso pésimo, de un grado de huera retórica que asocio al soneto pero en un extremo que consideraba inalcanzable: llevado a la inhumanidad. No he encontrado más bajo ejemplo de infamia en la literatura. Si la conclusión no es brillante, sí hace justicia a su autor: los versos nunca nos traicionan, nos dicen fielmente.
A un lacayo muerto debajo de un carro en el cual iba Lucía Hariela
Si puede honrar una famosa muerte
la más infame y deshonrada vida,
si la muerte con honra recibida
en gloria del que muere se convierte,
venturoso lacayo, a quien la suerte
concedió tanto bien, tal homicida,
duélate que haya sido en su venida,
presurosa al pasar, pero no fuerte.
¡Morir debajo un peso tan hermoso,
que hace feo al que sostuvo Atlante!
¿Cuál vida debe ser tan estimada?
¡Ójala fuera yo tan venturoso!
Tan dulce muerte en un mísero amante
fuera con más razón bien empleada.
A un lacayo muerto debajo de un carro en el cual iba Lucía Hariela
Si puede honrar una famosa muerte
la más infame y deshonrada vida,
si la muerte con honra recibida
en gloria del que muere se convierte,
venturoso lacayo, a quien la suerte
concedió tanto bien, tal homicida,
duélate que haya sido en su venida,
presurosa al pasar, pero no fuerte.
¡Morir debajo un peso tan hermoso,
que hace feo al que sostuvo Atlante!
¿Cuál vida debe ser tan estimada?
¡Ójala fuera yo tan venturoso!
Tan dulce muerte en un mísero amante
fuera con más razón bien empleada.
sábado, 4 de junio de 2011
viernes, 3 de junio de 2011
'Al pie de la letra', poemario de Rosario Castellanos
AL PIE DE LA LETRA
AL PIE DE LA LETRA
Desde hace años, lectura,
tu lento arado se hunde en mis entrañas,
remueve la escondida fertilidad, penetra
hasta donde lo oscuro -esto es lo oscuro: roca-
rechaza los metales con un chispazo lívido.
Plantel de la palabra me volviste.
No sabe la semilla de qué mano ha caído.
Allá donde se pudre
nada recuerda y no presiente nada.
La humedad germinal se escribe, sin embargo,
en la celeste página de las constelaciones.
Pero el que nace ignora, pues nacer es difícil
y no es ciencia, es dolor, la vida a los vivientes.
Lo que soñó la tierra
es visible en el árbol.
La armazón bien trabada del tronco, la hermosura
sostenida en la rama
y el rumor del espíritu en libertad: la hoja.
He aquí la obra, el libro.
Duerma mi día último a su sombra.
La enemistad, que preside todas nuestras relaciones, no nos impedirá amar.
SAINT-JOHN PERSE
SAINT-JOHN PERSE
AL PIE DE LA LETRA
Desde hace años, lectura,
tu lento arado se hunde en mis entrañas,
remueve la escondida fertilidad, penetra
hasta donde lo oscuro -esto es lo oscuro: roca-
rechaza los metales con un chispazo lívido.
Plantel de la palabra me volviste.
No sabe la semilla de qué mano ha caído.
Allá donde se pudre
nada recuerda y no presiente nada.
La humedad germinal se escribe, sin embargo,
en la celeste página de las constelaciones.
Pero el que nace ignora, pues nacer es difícil
y no es ciencia, es dolor, la vida a los vivientes.
Lo que soñó la tierra
es visible en el árbol.
La armazón bien trabada del tronco, la hermosura
sostenida en la rama
y el rumor del espíritu en libertad: la hoja.
He aquí la obra, el libro.
Duerma mi día último a su sombra.
jueves, 2 de junio de 2011
Poemas de Daniel Aldaya en 'Poema York' (3)
CONVERSACIONES DE NIEBLA
Hablábamos de la vida, de Odoacro, de la vieja Roma.
Rómulo Augústulo atravesaba el páramo
sin detenerse, sin escucharme, no eran nada sus palabras.
-Hay una ciudad donde los vivos lo ignoran todo.
Y después no me miraba, ni asentía, ni refutaba mis observaciones.
-Y el dolor llega a nuestros días.
Su cuerpo trazaba las preguntas sin respuestas,
se erguía el amanecer sobre nosotros como una llave
que se introduce en la cerradura equivocada.
De repente se cumplieron los plazos.
El velo de la noche se empezó a rasgar y desapareció la niebla.
Desapareció Rómulo Augústulo, desaparecieron los que tanto quise,
desaparecieron ellos, los de ayer, los de siempre,
desaparecieron las ascuas para sanar mis frías manos.
Lo comprendí todo en este Nueva York de tanto nadie,
en este Nueva York de muerte,
de tanto dolerme cada amanecer incierto,
de tanto verme yacer en el espejo de mi propia ausencia.
EL MISMO QUE NO SOY
Hay una sombra de hombre cerca de mí
y un hombre sin sombra que se me parece.
Hace tiempo que sospecho que son la misma persona
y hace tiempo que dejé de buscarme
en su unión imposible.
Hablábamos de la vida, de Odoacro, de la vieja Roma.
Rómulo Augústulo atravesaba el páramo
sin detenerse, sin escucharme, no eran nada sus palabras.
-Hay una ciudad donde los vivos lo ignoran todo.
Y después no me miraba, ni asentía, ni refutaba mis observaciones.
-Y el dolor llega a nuestros días.
Su cuerpo trazaba las preguntas sin respuestas,
se erguía el amanecer sobre nosotros como una llave
que se introduce en la cerradura equivocada.
De repente se cumplieron los plazos.
El velo de la noche se empezó a rasgar y desapareció la niebla.
Desapareció Rómulo Augústulo, desaparecieron los que tanto quise,
desaparecieron ellos, los de ayer, los de siempre,
desaparecieron las ascuas para sanar mis frías manos.
Lo comprendí todo en este Nueva York de tanto nadie,
en este Nueva York de muerte,
de tanto dolerme cada amanecer incierto,
de tanto verme yacer en el espejo de mi propia ausencia.
EL MISMO QUE NO SOY
Hay una sombra de hombre cerca de mí
y un hombre sin sombra que se me parece.
Hace tiempo que sospecho que son la misma persona
y hace tiempo que dejé de buscarme
en su unión imposible.
Un par de poemas de Alfredo Poyo
ANSIEDAD
retumba la noche oscura
por las vertientes en niebla de tu cuerpo
mientras las farolas delatan en tus labios
la inseguridad que se esconde
tras el brillo de un piercing
las calles llevan casi todas
a locales pachangueros
santuarios del olvido
donde jóvenes y belleza son de humo
nuestros gestos aullidos
a las palabras las persigue el minotauro
buscan en el reflejo de un cristal de botella
la luz necesaria que ahuyente la negrura
pero el cristal empalidece
cuando me rozas la entrepierna
y el ron nos sumerge en bocanadas de dolor
el pedo y el baile como máscaras
la eyaculación unos voltios de lágrimas
una arqueta en la que se ahogan
los cuerpos y la noche
tus ojos y la tierra
las caricias sin amor
qué asco da la vida desde el vacío de las tripas
cuándo acertarás a sacar punta al del espejo
estoy cansado de perderme entre la noche
de sentirme débil por sus calles
decidme
si alguno de vosotros lo sabe
decidle cómo sentirse a gusto
con los días con las noches
con uno mismo cuando no está dormido
REENCUENTRO
los pasos no se atreven a correr
el corazón contiene un inminente alboroto
la sonrisa se va estirando
las manos tiemblan
la plaza enmudece
desaparece la tarde
el universo se reduce a tu presencia
y tú como yo
como dos niños ante un juguete nuevo
después de tantos años sin vernos
y justo antes de que estalle la alegría
retumba la noche oscura
por las vertientes en niebla de tu cuerpo
mientras las farolas delatan en tus labios
la inseguridad que se esconde
tras el brillo de un piercing
las calles llevan casi todas
a locales pachangueros
santuarios del olvido
donde jóvenes y belleza son de humo
nuestros gestos aullidos
a las palabras las persigue el minotauro
buscan en el reflejo de un cristal de botella
la luz necesaria que ahuyente la negrura
pero el cristal empalidece
cuando me rozas la entrepierna
y el ron nos sumerge en bocanadas de dolor
el pedo y el baile como máscaras
la eyaculación unos voltios de lágrimas
una arqueta en la que se ahogan
los cuerpos y la noche
tus ojos y la tierra
las caricias sin amor
qué asco da la vida desde el vacío de las tripas
cuándo acertarás a sacar punta al del espejo
estoy cansado de perderme entre la noche
de sentirme débil por sus calles
decidme
si alguno de vosotros lo sabe
decidle cómo sentirse a gusto
con los días con las noches
con uno mismo cuando no está dormido
REENCUENTRO
los pasos no se atreven a correr
el corazón contiene un inminente alboroto
la sonrisa se va estirando
las manos tiemblan
la plaza enmudece
desaparece la tarde
el universo se reduce a tu presencia
y tú como yo
como dos niños ante un juguete nuevo
después de tantos años sin vernos
y justo antes de que estalle la alegría
miércoles, 1 de junio de 2011
Un poema de Alfonso López
Entre lo blanco se mueve
¿ángel sin pájaro,
sonido?
Entre lo blanco se agita, celeste,
como un vibrar de cielo, se acerca,
¿agua en silencio?
Entre lo blanco respira
y nada a su vera queda,
¿espacio sin alma?
Entre lo blanco
que nadie lo presiente
y lo habla,
y se quiebra en esquinas
de luz y tan sencillas.
¿ángel sin pájaro,
sonido?
Entre lo blanco se agita, celeste,
como un vibrar de cielo, se acerca,
¿agua en silencio?
Entre lo blanco respira
y nada a su vera queda,
¿espacio sin alma?
Entre lo blanco
que nadie lo presiente
y lo habla,
y se quiebra en esquinas
de luz y tan sencillas.
'Cien coplas por soleá', Ediciones Árdora, 2000 (1)
Selección y prólogo de José María Rubio.
¡Viva el kaiku! Qué duda cabe. Pero en nuestra tradición poética (la española, quiero decir, o la de lengua española) hemos cultivado formas similares, por sentenciosas y plásticas. En el haiku el objeto es la naturaleza, en esta tradición de la que hablo, el quejío y la cotidianidad. Decir quejío es decir flamenco, hoy indisolublemente ligado a la música, inseparable de la guitarra, por más que se estudien otras combinaciones (en las que Camarón fue un innovador absoluto en confabulación con Kiko Veneno. Ay 'La leyenda del tiempo'); pero en su origen, las coplas flamencas (copla, del latín copula, unión o enlace de letra y música), eran tonás que se cantaban en la intimidad, expresión cierta poetizada de las propias vivencias.
Algunas de estas cosas, y más, nos cuenta José María Rubio del flamenco y sus orígenes en un librito que registra 100 soleares. La soleá, pues, como registro más original del cante jondo.
Volviendo a marcar diferencias con el haiku, en la soleá se emplean tres versos o cuatro, todos ellos octosílabos. El romance es nuestra lengua.
Pues ahí va la muestra, en dos entradas, de esta colección de soleares anónimas (salvo una).
Los vientos llevan mentiras,
el que diga que no miente
que diga que no respira.
___________________
Yo no quiero na de nadie
que sólo quiero lo mío,
quiero lo que me quitaron
antes de yo haber nacío.
___________________
Fatigas pero no tantas,
que a fuerza de martillazos
hasta el hierro se quebranta,
____________________
Tengo más poder que Dios
porque él no te perdona
lo que te perdono yo.
___________________
Qué cuidao se me da a mí
que haya tan buenos doctores
si me tengo que morir.
_____________________
Que te quiero bien lo sabes,
pero no lo comunico
ni contigo, ni con nadie.
___________________
Te quise sin darme cuenta
y ahora que quiero olvidarte
qué trabajito me cuesta,
____________________
Voy como si fuera preso,
detrás camina mi sombra,
delante mi pensamiento.
Augusto Ferrán
__________________
Me pides que te perdone
y no te miro a la cara,
si no te quisiera tanto
tal vez yo te perdonara.
__________________
Dices que no me pues ver
y en la cara te ha salido
la raíz de mi querer.
Lo encuentras aquí.
¡Viva el kaiku! Qué duda cabe. Pero en nuestra tradición poética (la española, quiero decir, o la de lengua española) hemos cultivado formas similares, por sentenciosas y plásticas. En el haiku el objeto es la naturaleza, en esta tradición de la que hablo, el quejío y la cotidianidad. Decir quejío es decir flamenco, hoy indisolublemente ligado a la música, inseparable de la guitarra, por más que se estudien otras combinaciones (en las que Camarón fue un innovador absoluto en confabulación con Kiko Veneno. Ay 'La leyenda del tiempo'); pero en su origen, las coplas flamencas (copla, del latín copula, unión o enlace de letra y música), eran tonás que se cantaban en la intimidad, expresión cierta poetizada de las propias vivencias.
Algunas de estas cosas, y más, nos cuenta José María Rubio del flamenco y sus orígenes en un librito que registra 100 soleares. La soleá, pues, como registro más original del cante jondo.
Volviendo a marcar diferencias con el haiku, en la soleá se emplean tres versos o cuatro, todos ellos octosílabos. El romance es nuestra lengua.
Pues ahí va la muestra, en dos entradas, de esta colección de soleares anónimas (salvo una).
Los vientos llevan mentiras,
el que diga que no miente
que diga que no respira.
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Yo no quiero na de nadie
que sólo quiero lo mío,
quiero lo que me quitaron
antes de yo haber nacío.
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Fatigas pero no tantas,
que a fuerza de martillazos
hasta el hierro se quebranta,
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Tengo más poder que Dios
porque él no te perdona
lo que te perdono yo.
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Qué cuidao se me da a mí
que haya tan buenos doctores
si me tengo que morir.
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Que te quiero bien lo sabes,
pero no lo comunico
ni contigo, ni con nadie.
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Te quise sin darme cuenta
y ahora que quiero olvidarte
qué trabajito me cuesta,
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Voy como si fuera preso,
detrás camina mi sombra,
delante mi pensamiento.
Augusto Ferrán
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Me pides que te perdone
y no te miro a la cara,
si no te quisiera tanto
tal vez yo te perdonara.
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Dices que no me pues ver
y en la cara te ha salido
la raíz de mi querer.