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viernes, 17 de febrero de 2012

En 'Versiones' de Rosario Castellanos, poemas de Emily Dickinson en 'Poemas'

Un triunfo puede ser de diferentes clases. Hay un triunfo en la estancia en que esa vieja emperatriz, la Muerte, por la fe es derrocada. Triunfa el entendimiento más fino cuando avanza, con calma, la Verdad -largamente enfrentada- a lo supremo, a Dios, su muchedumbre, su auditorio total. Un triunfo hay si la tentación muerde y sabemos hurtar suavemente la mano. Un ojo se alza al cielo al que se renunció y otro hacia el castigo desdeñado. Y sin embargo, el triunfo más severo es el de aquel que puede atravesar, absuelto, ante la barra desnuda de los jueces cuyo rostro es Jehová. ___ Porque yo no podía parar ante la muerte él, bondadosamente, ambas riendas tomó. El carro no llevaba más que nuestras personas y la Inmortalidad entre los dos. Lentamente anduvimos. Él no conocía prisa y yo dejé caer mis trabajos, mis ocios, porque él era cortés. Pasamos por la escuela donde jugaban niños trenzados en la lid; pasamos sembradíos de extasiadas espigas y pasamos el sol en su nadir. Nos detuvimos antes frente a una casa que era semejante a un tumor de la tierra. Su techo se adivinaba apenas pero el vértice ero lo mismo que un alcor. Desde entonces son siglos. Mas cada uno parece menos largo que el día en que pude mirar que la cabeza del caballo iba rumbo a la Eternidad.

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