¿Qué hay detrás de los números?
¿Y que hay delante?
Todas las cosas se mueven,
hasta las piedras y los muertos.
Los números no se mueven:
sólo dejan su lugar a otros números.
¿Pero cuál es el lugar de los números?
Cuando los escribimos sobre un papel
les inventamos un lugar,
como ellos nos inventan a veces
un lugar a nosotros.
Todas las cosas quieren reemplazarnos,
pero los números no.
Se parecen al ser:
no están en ningún lugar.
Pero ¿qué hay adentro de los números?
El simulacro de la medida
y las máscaras de los signos
nos han hecho olvidar su sustancia.
___
Si esto es uno
¿qué será dos?
No es tan sólo uno más uno.
A veces es dos
y no deja de ser uno.
¡Actualidad! Tan fugaz/ En su cogollo y su miga,/ Regala a mi lentitud/ El sumo sabor a vida. Jorge Guillén
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jueves, 31 de enero de 2013
Rosetones hallados en internet (4)
Margalida Llabrés
L'Assumpció (Binissalem)
3º de ESO - Curso 2002/2003
L'Assumpció (Binissalem)
3º de ESO - Curso 2002/2003
Mercé Acosta
Collegi Ramón Llull (Santa Maria del Camí)
3º de ESO - Curso 2004/2005
Collegi Ramón Llull (Santa Maria del Camí)
3º de ESO - Curso 2004/2005
Poemas de "Destrucción de la mañana" de José María Fonollosa (1)
1
Y de pronto una voz, mirada, un gesto
tropieza con mi idea de mí mismo
y veo aparecer en el espejo
a un ser inesperado, insospechado,
que me mira con ojos que son míos.
Ese desconocido que yo soy.
Ese al que los demás se dirigían
al dirigirse a mí, sin yo saberlo.
Ese irreconocible ser inmóvil
que inspecciona mis rasgos hoscamente.
En vano apremio al otro, el verdadero,
a aquel que unos segundos antes yo era.
Sólo está frente a mí, con ceño adusto,
ese desconocido inesperado
que me mira con ojos que son míos.
3
Vuelvo a mi habitación desalentado.
Todo se muestra igual mas desconfío.
Quedo en la oscuridad sin atreverme
a volver a encarar al que detenta
el privativo espacio de mi cuerpo.
¡Ese con el que intentan suplantarme!
Yo no quiero ese cuerpo ni por sombra.
Exijo el cuerpo de antes, el que es mío,
el que consta conmigo en los retratos.
Este cuerpo no sirve. Cada día
pondrá dificultades a mi mente.
Me atará con tenaces ligaduras
a su propio existir que desconozco.
Corroerá el pensamiento, mis deseos
y todo lo que soy lo echará a un lado
para hacerme su esclavo. Y ya jamás
seré quién soy, he sido, quién sería
si me dieran más tiempo con mi cuerpo.
Y de pronto una voz, mirada, un gesto
tropieza con mi idea de mí mismo
y veo aparecer en el espejo
a un ser inesperado, insospechado,
que me mira con ojos que son míos.
Ese desconocido que yo soy.
Ese al que los demás se dirigían
al dirigirse a mí, sin yo saberlo.
Ese irreconocible ser inmóvil
que inspecciona mis rasgos hoscamente.
En vano apremio al otro, el verdadero,
a aquel que unos segundos antes yo era.
Sólo está frente a mí, con ceño adusto,
ese desconocido inesperado
que me mira con ojos que son míos.
3
Vuelvo a mi habitación desalentado.
Todo se muestra igual mas desconfío.
Quedo en la oscuridad sin atreverme
a volver a encarar al que detenta
el privativo espacio de mi cuerpo.
¡Ese con el que intentan suplantarme!
Yo no quiero ese cuerpo ni por sombra.
Exijo el cuerpo de antes, el que es mío,
el que consta conmigo en los retratos.
Este cuerpo no sirve. Cada día
pondrá dificultades a mi mente.
Me atará con tenaces ligaduras
a su propio existir que desconozco.
Corroerá el pensamiento, mis deseos
y todo lo que soy lo echará a un lado
para hacerme su esclavo. Y ya jamás
seré quién soy, he sido, quién sería
si me dieran más tiempo con mi cuerpo.
miércoles, 30 de enero de 2013
"El físico" y "Colores", poemas de David Jou en "Πoetas"
El físico
3
Este espantajo
insomne, jeroglífico e hierático,
posado en una rama del gran árbol matemático,
con ojos que no ven sino el cálculo integral,
hoy quizás se amarga
—sé bien su sombra larga—
por un signo, una coma, un factor no lineal.
Tened piedad de él, de su búsqueda angustiada:
el cielo del crepúsculo, la costa, el mar, la playa,
serán inexistentes para él hasta que haya
resuelto el signo erróneo y la cifra equivocada.
Colores
2
Cielo
Conoceremos la causa del azul del cielo
—las ondas dispersadas por los diminutos corpúsculos,
moléculas del aire,…—, la llama de los crepúsculos,
el orden matemático que rige el universo,
podremos producir lluvia, deshacer la tempestad,
desconvocar las fuerzas de la naturaleza,
investigar a fondo la arquitectura inmensa
tapada por las hiedras de la realidad,
y todo será aún misterioso como era
—¿qué somos sino misterio, tanteos de los sentidos,
tapicería extraña bordada de quimera?—
aunque sólo nos rodeen enigmas sometidos.
3
Este espantajo
insomne, jeroglífico e hierático,
posado en una rama del gran árbol matemático,
con ojos que no ven sino el cálculo integral,
hoy quizás se amarga
—sé bien su sombra larga—
por un signo, una coma, un factor no lineal.
Tened piedad de él, de su búsqueda angustiada:
el cielo del crepúsculo, la costa, el mar, la playa,
serán inexistentes para él hasta que haya
resuelto el signo erróneo y la cifra equivocada.
Colores
2
Cielo
Conoceremos la causa del azul del cielo
—las ondas dispersadas por los diminutos corpúsculos,
moléculas del aire,…—, la llama de los crepúsculos,
el orden matemático que rige el universo,
podremos producir lluvia, deshacer la tempestad,
desconvocar las fuerzas de la naturaleza,
investigar a fondo la arquitectura inmensa
tapada por las hiedras de la realidad,
y todo será aún misterioso como era
—¿qué somos sino misterio, tanteos de los sentidos,
tapicería extraña bordada de quimera?—
aunque sólo nos rodeen enigmas sometidos.
"La mujer" según Bartrina
LA MUJER
Para poder comprender
el misterio que calculan,
los que la odian o la adulan,
que se encierra en la mujer,
basta saber el real
y profundísimo enlace
en que confundido yace
lo físico y lo moral.
Mujer y hombre se parecen
al ser niños; con la edad
surge entre ellos variedad
que crece cuanto ellos crecen.
Toma de aquel la figura
masculinos caracteres,
y conservan las mujeres
de los niños la tersura.
De la inocencia y la calma
pronto los hombres se alejan,
y las mujeres semejan
siempre al niño, en cuerpo y alma.
Si hacer trizas se las ve
del corazón de algún hombre,
lo hacen solo, y no os asombre,
con la mejor buena fe.
También el niño, tan presto
como tiene de ello antojos,
arranca a una ave los ojos
y no es criminal por esto.
Toda cariño y amor,
amor la mujer desea;
sino al que la llama fea
a nadie guarda rencor.
Que al fin ella ha de querer
como el ave ha de cantar,
como el río ha de ir al mar,
como el mañana al ayer.
Nunca del amor el rayo
en su pecho infantil muere,
y si al marido no quiere
querrá a cualquiera..., al lacayo.
Ignorando este misterio,
deja a su esposa en olvido
el marido, y el marido
justifica el adulterio.
Yo no envidio al que comparte
el exclusivo cariño
que debe a su mujer-niño,
con la ciencia o con el arte.
De ningún hombre de ciencia
el talento hereda el hijo...,
y no se deja, de fijo,
de cumplir la ley de herencia.
Para poder comprender
el misterio que calculan,
los que la odian o la adulan,
que se encierra en la mujer,
basta saber el real
y profundísimo enlace
en que confundido yace
lo físico y lo moral.
Mujer y hombre se parecen
al ser niños; con la edad
surge entre ellos variedad
que crece cuanto ellos crecen.
Toma de aquel la figura
masculinos caracteres,
y conservan las mujeres
de los niños la tersura.
De la inocencia y la calma
pronto los hombres se alejan,
y las mujeres semejan
siempre al niño, en cuerpo y alma.
Si hacer trizas se las ve
del corazón de algún hombre,
lo hacen solo, y no os asombre,
con la mejor buena fe.
También el niño, tan presto
como tiene de ello antojos,
arranca a una ave los ojos
y no es criminal por esto.
Toda cariño y amor,
amor la mujer desea;
sino al que la llama fea
a nadie guarda rencor.
Que al fin ella ha de querer
como el ave ha de cantar,
como el río ha de ir al mar,
como el mañana al ayer.
Nunca del amor el rayo
en su pecho infantil muere,
y si al marido no quiere
querrá a cualquiera..., al lacayo.
Ignorando este misterio,
deja a su esposa en olvido
el marido, y el marido
justifica el adulterio.
Yo no envidio al que comparte
el exclusivo cariño
que debe a su mujer-niño,
con la ciencia o con el arte.
De ningún hombre de ciencia
el talento hereda el hijo...,
y no se deja, de fijo,
de cumplir la ley de herencia.
martes, 29 de enero de 2013
"Bestiario microscópico", Sofía Rhei (2, y fin)
el horizonte:
el final de la hoja
para el insecto
.
telescopio
usted puede retenerme entre dos vidrios
recortarme
teñirme
y observarme,
puede diseccionarme
y hurgar con su mirada en mis entrañas;
pero no olvide
que todas las lentes
son reversibles
.
el final de la hoja
para el insecto
.
telescopio
usted puede retenerme entre dos vidrios
recortarme
teñirme
y observarme,
puede diseccionarme
y hurgar con su mirada en mis entrañas;
pero no olvide
que todas las lentes
son reversibles
.
sólo es el cuerpo gris de una bengala
pero tú ves el fuego derramándose
las chispas arañando el infinito
semilla de constelaciones.
todo fuego artificial
es un poema que
gira alrededor
de un centro,
desplegada
centrífuga
reflexión
radial
sobre
el
pp
u
nn
tt
o
.
"Bestiario microscópico" es una edición electrónica de Sportula, puedes adquirila aquí.
"Aún bien no fui salido de la cuna..." y "Quise amaros, señora, de mi grado...", sonetos de Juan Boscán
Aún bien no fui salido de la cuna,
ni de l'ama la leche uve dexado,
cuando el amor me tuvo condenado
a ser de los que siguen su fortuna.
Diome luego miserias d'una en una
por hazerme costumbre en su cuidado;
después en mí d'un golpe ha descargado
cuanto mal hay debaxo de la luna.
En dolor fui criado y fui nacido,
dando d'un triste paso en otro amargo,
tanto que, si hay paso, es de la muerte.
¡O coraçón que siempre has padecido!,
dime: tan fuerte mal, ¿cómo es tan largo?
Y mal tan largo -di-, ¿cómo es tan fuerte?
___
Quise amaros, señora, de mi grado,
con blandos sentimientos, blandamente,
y entonces yo jamás sentí acidente
con el cual no quedase mejorado.
Dest'amor no's havéis vos contentado
porque salir le vistes mansamente,
sino que, por mostraros más valiente,
mi blanda voluntad havéis forçado.
Aborreció's el manso vasallage
y quesistes usar de tiranía,
vuestro reino'stragando con ultrage.
Dañastes malamente la fe mía
y así os quise quebrar el omenage,
y, si agora pudiese, lo haría.
ni de l'ama la leche uve dexado,
cuando el amor me tuvo condenado
a ser de los que siguen su fortuna.
Diome luego miserias d'una en una
por hazerme costumbre en su cuidado;
después en mí d'un golpe ha descargado
cuanto mal hay debaxo de la luna.
En dolor fui criado y fui nacido,
dando d'un triste paso en otro amargo,
tanto que, si hay paso, es de la muerte.
¡O coraçón que siempre has padecido!,
dime: tan fuerte mal, ¿cómo es tan largo?
Y mal tan largo -di-, ¿cómo es tan fuerte?
___
Quise amaros, señora, de mi grado,
con blandos sentimientos, blandamente,
y entonces yo jamás sentí acidente
con el cual no quedase mejorado.
Dest'amor no's havéis vos contentado
porque salir le vistes mansamente,
sino que, por mostraros más valiente,
mi blanda voluntad havéis forçado.
Aborreció's el manso vasallage
y quesistes usar de tiranía,
vuestro reino'stragando con ultrage.
Dañastes malamente la fe mía
y así os quise quebrar el omenage,
y, si agora pudiese, lo haría.
lunes, 28 de enero de 2013
"La filarmonía" de Mesonero Romanos
La filarmonía
«La dulzura de la música es el único hechizo permitido que hay en el mundo».
FEIJÓO.
«La música compone los ánimos descompuestos y alivia los trabajos que nacen del espíritu».
CERVANTES.
El entusiasmo melómano producido a principios de este siglo por la fecunda lira del Cisne de Pésaro halagaba las imaginaciones europeas, harto fatigadas por las combinaciones de la política y los desastres de la guerra. Las artes encantadoras, que sólo crecen a la sombra de la paz, tornaban a ejercer su influencia en los corazones generosos; y el privilegiado Rossini, aún no bien salido de la infancia, acababa de fijar la atención general presentando en la escena veneciana, en el Carnaval de 1813, su famoso Tancredi. A los acentos del nuevo Orfeo respondieron todos los corazones: «desde el Dux hasta el último gondolero repetían involuntariamente su armonía, y las orillas del Adriático resonaban a todas horas «mi rivedrai, ti rivedrò». «Ni paró aquí (añadían los periódicos de aquella época) el triunfo del compositor boloñés; en menos de un año su magnífica producción dio la vuelta a Europa; sus cantos se hicieron populares y admirados en todas partes; así se oían en la capilla Sixtina como en las revistas de Hydepark, en los conciertos de Petersburgo como en los bailes de París».
Desde entonces los teatros líricos de Europa quedaron como avasallados al sublime genio que incesantemente les alimentaba con nuevas producciones, llenas de riqueza y de armonía; y si bien el nuestro, aún no restablecido de los efectos de una guerra devastadora, no pudo ofrecernos tan pronto una producción del compositor del día, no por eso su música era desconocida en esta capital, en cuyos salones resonaba con el merecido aplauso.
-El ajuste, de las señoras Moreno y de otros artistas españoles para los teatros de Madrid vino a ofrecer la posibilidad del espectáculo lírico, y aun de la ópera Rosiniana, siendo La Italiana en Argel la primera de éstas que oyó el público madrileño en la noche del domingo 29 de setiembre de 1816, con motivo del augusto enlace de nuestro soberano con la reina doña Isabel de Braganza. El entusiasmo inexplicable que aquella brillante producción causó en esta capital fue un anuncio de los gratos momentos que el público matritense podía esperar del autor del Barbero de Sevilla; mas por entonces hubo de contentarse con algunas óperas de otros maestros, porque la escasez de la compañía lírica no permitía funciones de gran desempeño. Esta misma razón, sin duda, fue la que motivó que la señora Lorenza Correa, que acababa de contribuir en los teatros extranjeros a la gloria de Rossini, no se determinase a dar en Madrid ninguna de sus óperas, contentándose con hacernos conocer el Di tanti palpiti y Una voce poco fà, que colocó en las óperas tituladas Los Pretendientes y No se compra amor con oro.
Sin embargo de la escasez del espectáculo, no fue perdido para un público naturalmente filarmónico, y a medida que aquél iba adquiriendo vigor, veíase desterrar entre los aficionados el estilo monótono y amanerado de la antigua escuela, para dar lugar al sentimiento y vida de la nueva. La afición del público iba creciendo al par que sus conocimientos, y era menester complacerle si se quería dar calor a aquel movimiento. La empresa teatral de 1821 hubo de pensar sin duda de este modo, decidiéndose a volver a presentar a los madrileños el espectáculo de la ópera italiana, de que aun se conservaban reminiscencias, aunque remotas. Para ello contrató una compañía, compuesta de profesores distinguidos, tales como Mari, Capitani, Vaccani , etc., y a ésta fue a quien debió Madrid el conocimiento de las obras más escogidas de Rossini y demás célebres compositores modernos, cuyas bellezas acabaron de fijar su natural predilección por la música y le fueron un manantial de placeres. Muchos arios pasarán sin que olvide el delirio que la infundía Tancredo en la peregrina voz de la señora Adelaida Sala o García de Paredes en El Barbero de Sevilla.
Siguió así la ópera, más o menos boyante, hasta que en 1825 se ajustó la compañía Montresor, desde cuya época no fue una afición la del público, sino un furor filarmónico. El mérito de los cantantes, la nueva pompa con que se exornó el espectáculo, lo escogido de las funciones que se presentaron, fueron cosas de trastornar todas las cabezas, y llegó a tal punto el entusiasmo, que no solamente se les imitaba en el canto, sino en gestos y modales; se vestía a la Montresor, se peinaba a la Cortessi, y las mujeres varoniles a la Fábrica causaron furor todo aquel año. Tan poderoso es el prestigio de la novedad, y tan dominantes los preceptos de la moda.
La exigencia del público, creciendo desproporcionadamente, no se contentaba ya con artistas medianos. Fue preciso presentarle los de primer orden; y las célebres Corri, Cesarí, Albini, Lorenzani, Tossi y Meric Lalande, y los señores Maggioroti, Piermarini, Galli, Inchindi, Passini y Trezzini, con tantos otros como, siempre ascendiendo, hemos visto después, han necesitado toda la extensión de sus talentos y, la perfecta ejecución de las obras más clásicas de Rossini, Pacini, Meyerbeer, Mercadante, Morlachi, Carnicer, Donizzeti y Bellini, para sostener la afición del público y excitar su entusiasmo hasta el punto que, al concluirse el año cómico de 1831 con la despedida de la señora Adelaida Tossi, faltó poco para que los partidos encontrados de Tossistas y Lalandistas consiguiesen sembrar una eterna discordia en nuestra sociedad madrileña.
Tan imposible era ya hacer subir de punto aquella exageración, que necesariamente tenía que empezar a declinar; y así es que en el año último puede decirse que ha entrado la ópera en el período de su decadencia, de que sólo han podido retraerla algunos instantes los extraordinarios recursos artísticos de la señora Meric Lalande. En vano los entusiastas o intolerantes exclaman que los artistas no son nuevos y las óperas no bien escogidas; en vano buscan a su tibieza causas ulteriores; el mal está en su imaginación. Satisfecha ésta con el continuado alimento musical, y pasado también el influjo de la moda, ha llegado a mirar con indiferencia lo mismo que en otro tiempo la entusiasmaba; y por otro lado, después de escuchar Semiramide, Mosè, L'Ultimo giorno di Pompei, Il Crociatto, II Pirata y La Straniera, ¿qué otras composiciones podrían buscarse para excitar su admiración? Por esta sencilla razón sería de desear que la exigencia filarmónica hiciese un alto para mecerse agradablemente, sin un furor imposible de perpetuarse, en el ameno campo que la ofrece la rica fantasía de los compositores y la extraordinaria habilidad de los cantantes del día.
Esta dilatada educación musical, unida a la particular disposición de los filarmónicos españoles, han producido entre nosotros tan notables aficionados, que pueden hacerse oír con placer aun después de los célebres profesores que hemos visto en el teatro. Reconocida generalmente la superioridad de la música italiana sobre la insulsa pesadez de los romances franceses, que antes ocupaban nuestros salones de buen tono, viose en ellos campear la verdadera escuela de canto, si bien modificada cada año a la manera del modelo que se ostentaba en las tablas; así que alternativamente hemos observado reproducidas con una admirable fidelidad la arrogante determinación de la Albini, la tranquila corrección de la Lorenzani, la expresión romántica de la Tossi, y hasta la voz ahogada de Montresor, las prolongadas fioriture de Vaccani, y la tal vez nasal entonación de Galli.
Ocasión era ésta (si yo pretendiera tener vinculada la risa de mis lectores) para trazar un cuadro, si bien fantástico, si bien exacto, de nuestros filarmónicos de salón, poniendo de manifiesto las intriguillas que parecen anejas al ejercicio del arte, los desentonos de la armonía, las disputas de los acordes, las encontradas vociferaciones de los unísonos, y las intenciones menguadas de algunos virtuosos. ¡Qué festivos matices no podrían suministrar a mi bosquejo las ronqueras improvisadas, las pérdidas de voz y las recuperaciones repentinas, los descuidos con cuidado en más de un dúo, con el piadoso fin de perder al compañero; las expresivas miradas y suspiros en otro, las gratas palabras de «cara inmaggine; mio dolce bene; tenero oggeto; bel'idol'mio; abbi pietà di me», tan dulcísimamente deslizadas de ciertos labios como benévolamente acogidas por ciertos oídos; las imprecaciones a un padre tirano, prodigadas tal vez en su presencia, con notable entusiasmo suyo, o bien la letra de l'inutil precauzione, fuertemente aplaudida por un bondadoso marido, o emitida con intención por una virgen de diez y seis.
En segundo término, y como formando el coro de mi festiva composición, osaría presentar a aquella cohorte parásita de aficionados orechianti, que, sin haber saludado los principios del arte, elevan o rebajan a su antojo las reputaciones filarmónicas, formándose en comisión de aplausos, y para los cuales las únicas bases del saber suelen ser la pujanza de la voz o los atractivos de una hermosa figura. En este número colocaría a aquellos que se sientan entre los cantantes y están siempre solícitos, ya a volver las hojas del papel, ya a despabilar las luces del piano, o repartiendo programas por la sala, o trasmitiendo, más o menos desfiguradas, las expresiones del maestro; los notificadores del «hoy no está en voz, no es de su cuerda, está cortada», y otras muletillas con que suele disimularse el haber cantado mal; los que tararean sotto vace la misma pieza que se canta; los que dan la señal de los «bravo, soberbio, admirable, encantadora», y otras expresiones a este tenor; los que arrojan a las plantas de nuestras actrices coronas de papel, o rompen en su obsequio los asientos del teatro; que conducen del piano a la silla a la amable cantatriz, envaneciéndose con los elogios que al paso recogen para ella; y tantos otros indispensables como forman el claro-oscuro de nuestras reuniones filarmónicas. -Pero tales observaciones, dando un aire satírico a mi discurso, me harían aparecer dominado por el deseo de encontrar ridículos, y no es ésta mi intención, tratándose de un arte que ha llegado entre nosotros a una altura regular.
«La dulzura de la música es el único hechizo permitido que hay en el mundo».
FEIJÓO.
«La música compone los ánimos descompuestos y alivia los trabajos que nacen del espíritu».
CERVANTES.
El entusiasmo melómano producido a principios de este siglo por la fecunda lira del Cisne de Pésaro halagaba las imaginaciones europeas, harto fatigadas por las combinaciones de la política y los desastres de la guerra. Las artes encantadoras, que sólo crecen a la sombra de la paz, tornaban a ejercer su influencia en los corazones generosos; y el privilegiado Rossini, aún no bien salido de la infancia, acababa de fijar la atención general presentando en la escena veneciana, en el Carnaval de 1813, su famoso Tancredi. A los acentos del nuevo Orfeo respondieron todos los corazones: «desde el Dux hasta el último gondolero repetían involuntariamente su armonía, y las orillas del Adriático resonaban a todas horas «mi rivedrai, ti rivedrò». «Ni paró aquí (añadían los periódicos de aquella época) el triunfo del compositor boloñés; en menos de un año su magnífica producción dio la vuelta a Europa; sus cantos se hicieron populares y admirados en todas partes; así se oían en la capilla Sixtina como en las revistas de Hydepark, en los conciertos de Petersburgo como en los bailes de París».
Desde entonces los teatros líricos de Europa quedaron como avasallados al sublime genio que incesantemente les alimentaba con nuevas producciones, llenas de riqueza y de armonía; y si bien el nuestro, aún no restablecido de los efectos de una guerra devastadora, no pudo ofrecernos tan pronto una producción del compositor del día, no por eso su música era desconocida en esta capital, en cuyos salones resonaba con el merecido aplauso.
-El ajuste, de las señoras Moreno y de otros artistas españoles para los teatros de Madrid vino a ofrecer la posibilidad del espectáculo lírico, y aun de la ópera Rosiniana, siendo La Italiana en Argel la primera de éstas que oyó el público madrileño en la noche del domingo 29 de setiembre de 1816, con motivo del augusto enlace de nuestro soberano con la reina doña Isabel de Braganza. El entusiasmo inexplicable que aquella brillante producción causó en esta capital fue un anuncio de los gratos momentos que el público matritense podía esperar del autor del Barbero de Sevilla; mas por entonces hubo de contentarse con algunas óperas de otros maestros, porque la escasez de la compañía lírica no permitía funciones de gran desempeño. Esta misma razón, sin duda, fue la que motivó que la señora Lorenza Correa, que acababa de contribuir en los teatros extranjeros a la gloria de Rossini, no se determinase a dar en Madrid ninguna de sus óperas, contentándose con hacernos conocer el Di tanti palpiti y Una voce poco fà, que colocó en las óperas tituladas Los Pretendientes y No se compra amor con oro.
Sin embargo de la escasez del espectáculo, no fue perdido para un público naturalmente filarmónico, y a medida que aquél iba adquiriendo vigor, veíase desterrar entre los aficionados el estilo monótono y amanerado de la antigua escuela, para dar lugar al sentimiento y vida de la nueva. La afición del público iba creciendo al par que sus conocimientos, y era menester complacerle si se quería dar calor a aquel movimiento. La empresa teatral de 1821 hubo de pensar sin duda de este modo, decidiéndose a volver a presentar a los madrileños el espectáculo de la ópera italiana, de que aun se conservaban reminiscencias, aunque remotas. Para ello contrató una compañía, compuesta de profesores distinguidos, tales como Mari, Capitani, Vaccani , etc., y a ésta fue a quien debió Madrid el conocimiento de las obras más escogidas de Rossini y demás célebres compositores modernos, cuyas bellezas acabaron de fijar su natural predilección por la música y le fueron un manantial de placeres. Muchos arios pasarán sin que olvide el delirio que la infundía Tancredo en la peregrina voz de la señora Adelaida Sala o García de Paredes en El Barbero de Sevilla.
Siguió así la ópera, más o menos boyante, hasta que en 1825 se ajustó la compañía Montresor, desde cuya época no fue una afición la del público, sino un furor filarmónico. El mérito de los cantantes, la nueva pompa con que se exornó el espectáculo, lo escogido de las funciones que se presentaron, fueron cosas de trastornar todas las cabezas, y llegó a tal punto el entusiasmo, que no solamente se les imitaba en el canto, sino en gestos y modales; se vestía a la Montresor, se peinaba a la Cortessi, y las mujeres varoniles a la Fábrica causaron furor todo aquel año. Tan poderoso es el prestigio de la novedad, y tan dominantes los preceptos de la moda.
La exigencia del público, creciendo desproporcionadamente, no se contentaba ya con artistas medianos. Fue preciso presentarle los de primer orden; y las célebres Corri, Cesarí, Albini, Lorenzani, Tossi y Meric Lalande, y los señores Maggioroti, Piermarini, Galli, Inchindi, Passini y Trezzini, con tantos otros como, siempre ascendiendo, hemos visto después, han necesitado toda la extensión de sus talentos y, la perfecta ejecución de las obras más clásicas de Rossini, Pacini, Meyerbeer, Mercadante, Morlachi, Carnicer, Donizzeti y Bellini, para sostener la afición del público y excitar su entusiasmo hasta el punto que, al concluirse el año cómico de 1831 con la despedida de la señora Adelaida Tossi, faltó poco para que los partidos encontrados de Tossistas y Lalandistas consiguiesen sembrar una eterna discordia en nuestra sociedad madrileña.
Tan imposible era ya hacer subir de punto aquella exageración, que necesariamente tenía que empezar a declinar; y así es que en el año último puede decirse que ha entrado la ópera en el período de su decadencia, de que sólo han podido retraerla algunos instantes los extraordinarios recursos artísticos de la señora Meric Lalande. En vano los entusiastas o intolerantes exclaman que los artistas no son nuevos y las óperas no bien escogidas; en vano buscan a su tibieza causas ulteriores; el mal está en su imaginación. Satisfecha ésta con el continuado alimento musical, y pasado también el influjo de la moda, ha llegado a mirar con indiferencia lo mismo que en otro tiempo la entusiasmaba; y por otro lado, después de escuchar Semiramide, Mosè, L'Ultimo giorno di Pompei, Il Crociatto, II Pirata y La Straniera, ¿qué otras composiciones podrían buscarse para excitar su admiración? Por esta sencilla razón sería de desear que la exigencia filarmónica hiciese un alto para mecerse agradablemente, sin un furor imposible de perpetuarse, en el ameno campo que la ofrece la rica fantasía de los compositores y la extraordinaria habilidad de los cantantes del día.
Esta dilatada educación musical, unida a la particular disposición de los filarmónicos españoles, han producido entre nosotros tan notables aficionados, que pueden hacerse oír con placer aun después de los célebres profesores que hemos visto en el teatro. Reconocida generalmente la superioridad de la música italiana sobre la insulsa pesadez de los romances franceses, que antes ocupaban nuestros salones de buen tono, viose en ellos campear la verdadera escuela de canto, si bien modificada cada año a la manera del modelo que se ostentaba en las tablas; así que alternativamente hemos observado reproducidas con una admirable fidelidad la arrogante determinación de la Albini, la tranquila corrección de la Lorenzani, la expresión romántica de la Tossi, y hasta la voz ahogada de Montresor, las prolongadas fioriture de Vaccani, y la tal vez nasal entonación de Galli.
Ocasión era ésta (si yo pretendiera tener vinculada la risa de mis lectores) para trazar un cuadro, si bien fantástico, si bien exacto, de nuestros filarmónicos de salón, poniendo de manifiesto las intriguillas que parecen anejas al ejercicio del arte, los desentonos de la armonía, las disputas de los acordes, las encontradas vociferaciones de los unísonos, y las intenciones menguadas de algunos virtuosos. ¡Qué festivos matices no podrían suministrar a mi bosquejo las ronqueras improvisadas, las pérdidas de voz y las recuperaciones repentinas, los descuidos con cuidado en más de un dúo, con el piadoso fin de perder al compañero; las expresivas miradas y suspiros en otro, las gratas palabras de «cara inmaggine; mio dolce bene; tenero oggeto; bel'idol'mio; abbi pietà di me», tan dulcísimamente deslizadas de ciertos labios como benévolamente acogidas por ciertos oídos; las imprecaciones a un padre tirano, prodigadas tal vez en su presencia, con notable entusiasmo suyo, o bien la letra de l'inutil precauzione, fuertemente aplaudida por un bondadoso marido, o emitida con intención por una virgen de diez y seis.
En segundo término, y como formando el coro de mi festiva composición, osaría presentar a aquella cohorte parásita de aficionados orechianti, que, sin haber saludado los principios del arte, elevan o rebajan a su antojo las reputaciones filarmónicas, formándose en comisión de aplausos, y para los cuales las únicas bases del saber suelen ser la pujanza de la voz o los atractivos de una hermosa figura. En este número colocaría a aquellos que se sientan entre los cantantes y están siempre solícitos, ya a volver las hojas del papel, ya a despabilar las luces del piano, o repartiendo programas por la sala, o trasmitiendo, más o menos desfiguradas, las expresiones del maestro; los notificadores del «hoy no está en voz, no es de su cuerda, está cortada», y otras muletillas con que suele disimularse el haber cantado mal; los que tararean sotto vace la misma pieza que se canta; los que dan la señal de los «bravo, soberbio, admirable, encantadora», y otras expresiones a este tenor; los que arrojan a las plantas de nuestras actrices coronas de papel, o rompen en su obsequio los asientos del teatro; que conducen del piano a la silla a la amable cantatriz, envaneciéndose con los elogios que al paso recogen para ella; y tantos otros indispensables como forman el claro-oscuro de nuestras reuniones filarmónicas. -Pero tales observaciones, dando un aire satírico a mi discurso, me harían aparecer dominado por el deseo de encontrar ridículos, y no es ésta mi intención, tratándose de un arte que ha llegado entre nosotros a una altura regular.
"Nacida a la tormenta" y "A cala", poemas de Inma Luna en su poemario "Existir no es otra cosa que estar fuera"
Publicado por La Única Puerta a la Izquierda
Nacida a la tormenta
Experimento como quien se zambulle
en ese hueco de cielo azul restado.
Estoy entormentada,
lista para mojarme,
para quebrarme en dos atravesada por el rayo.
Me asomo al hueco azul
como el bebé que se abre paso entre las piernas de la madre.
Para nacer son necesarios los pujos insensatos
del que no sabe bien lo que le espera.
A cala
En el corte se averigua la savia,
se sabe del jugo,
de la humedad que contienen las vías.
Al tajar a fondo se aprecia el sabor del corazón.
Si rezuma,
merece que te lo comas vivo.
Brevísima muestra del ultraísmo, "1914" y "Las ciudades", poemas de Vicente Huidobro en "Halalí" (1)
1914
Nubes sobre el surtidor del verano
De noche
Todas las torres de Europa se hablan en secreto
De pronto un ojo se abre
El cuerno de la luna grita
Halalí Halalí
Las torres son clarines colgados
AGOSTO DE 1914
Es la vendimia de las fronteras
Tras el horizonte algo ocurre
En la horca de la aurora son colgadas todas las ciudades
Las ciudades que humean como pipas
Halalí Halalí
Pero esta no es una canción
Los hombres se alejan
LAS CIUDADES
En las ciudades
Hablan
Hablan
Pero nadie dice nada
La tierra desnuda aún rueda
Y hasta las piedras gritan
Soldados vestidos de nubes azules
El cielo envejece entre las manos
Y la canción en la trinchera
Los trenes se alejan por sobre cuerdas paralelas
Lloran en todas las estaciones
El primer muerto ha sido un poeta
Se vio escapar un pájaro de su herida
El aeroplano blanco de nieve
Gruñe entre las palomas del atardecer
Un día
se había perdido en el humo de los cigarros
Nublados de las usinas Nublados del cielo
Es un espejismo
Las heridas de los aviadores sangran en todas las estrellas
Un grito de angustia
Se ahogó en medio de la bruma
Y un niño arrodillado
Alza las manos
TODAS LAS MADRES DEL MUNDO LLORAN
Nubes sobre el surtidor del verano
De noche
Todas las torres de Europa se hablan en secreto
De pronto un ojo se abre
El cuerno de la luna grita
Halalí Halalí
Las torres son clarines colgados
AGOSTO DE 1914
Es la vendimia de las fronteras
Tras el horizonte algo ocurre
En la horca de la aurora son colgadas todas las ciudades
Las ciudades que humean como pipas
Halalí Halalí
Pero esta no es una canción
Los hombres se alejan
LAS CIUDADES
En las ciudades
Hablan
Hablan
Pero nadie dice nada
La tierra desnuda aún rueda
Y hasta las piedras gritan
Soldados vestidos de nubes azules
El cielo envejece entre las manos
Y la canción en la trinchera
Los trenes se alejan por sobre cuerdas paralelas
Lloran en todas las estaciones
El primer muerto ha sido un poeta
Se vio escapar un pájaro de su herida
El aeroplano blanco de nieve
Gruñe entre las palomas del atardecer
Un día
se había perdido en el humo de los cigarros
Nublados de las usinas Nublados del cielo
Es un espejismo
Las heridas de los aviadores sangran en todas las estrellas
Un grito de angustia
Se ahogó en medio de la bruma
Y un niño arrodillado
Alza las manos
TODAS LAS MADRES DEL MUNDO LLORAN
domingo, 27 de enero de 2013
Poesía Abierta supera las 150.000 visitas
A las 7 de la mañana del sábado 26 de enero de 2013, Google Anaytics contabiliza 153.031 visitas recibidas.
Por países, estas son las principales magnitudes
1.España 43.279 28,28%
2.México 36.262 23,70%
3.Argentina 20.772 13,57%
Y por ciudades
1.Madrid 15.360
2.Distrito Federal 8.594
3.Buenos Aires 7.101
4.Capital Federal 5.343
5.Bogotá 5.006
6.Lima 3.756
7.Región Metropolitana de Santiago 3.552
Con picos de visitantes en los meses de mayo, octubre y noviembre de 2012, en que recibimos 7.098, 7.296 y 6.916, respectivamente, y con suelo en las 4070 visitas recibidas en julio de 2012, lo que da una media diaria de entre 131 y 243 durante 2012.
Estos son nuestros números. Poca cosa para una empresa de comunicación o para tantos blogueros que imagino de más éxito, pero mucho para mi ánimo de seguir trabajando en compartir mi poesía y todo aquello que me enamora.
Gracias por estar ahí. Nos acompañamos silenciosamente y ¡cómo se nota el calor!
Por países, estas son las principales magnitudes
1.España 43.279 28,28%
2.México 36.262 23,70%
3.Argentina 20.772 13,57%
Y por ciudades
1.Madrid 15.360
2.Distrito Federal 8.594
3.Buenos Aires 7.101
4.Capital Federal 5.343
5.Bogotá 5.006
6.Lima 3.756
7.Región Metropolitana de Santiago 3.552
Con picos de visitantes en los meses de mayo, octubre y noviembre de 2012, en que recibimos 7.098, 7.296 y 6.916, respectivamente, y con suelo en las 4070 visitas recibidas en julio de 2012, lo que da una media diaria de entre 131 y 243 durante 2012.
Estos son nuestros números. Poca cosa para una empresa de comunicación o para tantos blogueros que imagino de más éxito, pero mucho para mi ánimo de seguir trabajando en compartir mi poesía y todo aquello que me enamora.
Gracias por estar ahí. Nos acompañamos silenciosamente y ¡cómo se nota el calor!
sábado, 26 de enero de 2013
viernes, 25 de enero de 2013
"Testamento de Hécuba", poema de Rosario Castellanos en "Materia memorable"(5)
TESTAMENTO DE HÉCUBA
A Ofelia Guilmain, homenaje
Torre, no hiedra, fui. El viento nada pudo
rondando en torno mío con sus cuernos de toro:
alzaba polvaredas desde el norte y el sur
y aun desde otros puntos que olvidé o que ignoraba.
Pero yo resistía, profunda de cimientos,
ancha de muros, sólida
y caliente de entrañas, defendiendo a los míos.
El dolor era un deudo de aquella familia.
No el predilecto ni el mayor. Un deudo
comedido en la faena, humilde comensal,
oscuro relator de cuentos junto al fuego.
Cazaba, en ocasiones, lejos, y por servir
su instinto de varón
que tiene el pulso firme y los ojos certeros.
Volvía con la presa y la entregaba al hábil
destazador y al diestro
afán de la mujeres.
Al recogerme yo decía: qué hermosa
labor están tejiendo con las horas mis manos.
Desde la juventud tuve frente a mis ojos
un hermoso dechado
y no ambicioné más que copiar su figura.
En su día fui casta
y después fiel al único, al esposo.
Nunca la aurora me encontró dormida
ni me alcanzó la noche
antes que se apagara mi rumor de colmena.
La casa de mi dueño se llenó de obras
y su campo llegó hasta el horizonte.
Y para que su nombre no acabara
al acabar su cuerpo
tuvo hijos en mí valientes, laboriosos,
tuvo hijas de virtud,
desposadas con yernos aceptables
(excepto una, virgen, que se guardó a sí misma
tal vez como la ofrenda para un dios).
Los que me conocieron me llamaron dichosa
y no me contenté con recibir
la feliz alabanza de mis iguales
sino que me incliné hasta los pequeños
para sembrar en ellos gratitud.
Cuando vino el relámpago buscando
aquel árbol de las conversaciones
clamó por la injusticia el fulminado.
Yo no dije palaras, porque es condición mía
no entender otra cosa sino el deber y he sido
obediente al desastre:
viuda irreprensible, reina que pasó a esclava
sin que su dignidad de reina padeciera
y madre, ay, y madre
huérfana de su prole.
Arrastré la vejez como una túnica
demasiado pesada.
Quedé ciega de años y de llanto
y en mi ceguera vi
la visión que sostuvo en su lugar mi ánimo.
Vino la invalidez, el frío, el frío,
y tuve que entregarme a la piedad
de los que viven. Antes
me entregué así al amor, al infortunio.
Alguien asiste mi agonía. Me hace
beber a sorbos una docilidad difícil
y yo voy aceptando
que se cumplan en mí los últimos misterios.
A Ofelia Guilmain, homenaje
Torre, no hiedra, fui. El viento nada pudo
rondando en torno mío con sus cuernos de toro:
alzaba polvaredas desde el norte y el sur
y aun desde otros puntos que olvidé o que ignoraba.
Pero yo resistía, profunda de cimientos,
ancha de muros, sólida
y caliente de entrañas, defendiendo a los míos.
El dolor era un deudo de aquella familia.
No el predilecto ni el mayor. Un deudo
comedido en la faena, humilde comensal,
oscuro relator de cuentos junto al fuego.
Cazaba, en ocasiones, lejos, y por servir
su instinto de varón
que tiene el pulso firme y los ojos certeros.
Volvía con la presa y la entregaba al hábil
destazador y al diestro
afán de la mujeres.
Al recogerme yo decía: qué hermosa
labor están tejiendo con las horas mis manos.
Desde la juventud tuve frente a mis ojos
un hermoso dechado
y no ambicioné más que copiar su figura.
En su día fui casta
y después fiel al único, al esposo.
Nunca la aurora me encontró dormida
ni me alcanzó la noche
antes que se apagara mi rumor de colmena.
La casa de mi dueño se llenó de obras
y su campo llegó hasta el horizonte.
Y para que su nombre no acabara
al acabar su cuerpo
tuvo hijos en mí valientes, laboriosos,
tuvo hijas de virtud,
desposadas con yernos aceptables
(excepto una, virgen, que se guardó a sí misma
tal vez como la ofrenda para un dios).
Los que me conocieron me llamaron dichosa
y no me contenté con recibir
la feliz alabanza de mis iguales
sino que me incliné hasta los pequeños
para sembrar en ellos gratitud.
Cuando vino el relámpago buscando
aquel árbol de las conversaciones
clamó por la injusticia el fulminado.
Yo no dije palaras, porque es condición mía
no entender otra cosa sino el deber y he sido
obediente al desastre:
viuda irreprensible, reina que pasó a esclava
sin que su dignidad de reina padeciera
y madre, ay, y madre
huérfana de su prole.
Arrastré la vejez como una túnica
demasiado pesada.
Quedé ciega de años y de llanto
y en mi ceguera vi
la visión que sostuvo en su lugar mi ánimo.
Vino la invalidez, el frío, el frío,
y tuve que entregarme a la piedad
de los que viven. Antes
me entregué así al amor, al infortunio.
Alguien asiste mi agonía. Me hace
beber a sorbos una docilidad difícil
y yo voy aceptando
que se cumplan en mí los últimos misterios.
jueves, 24 de enero de 2013
Poesía con matemáticas: versos de Leopoldo María Panero y Jesús Munárriz
A ti querida, si nos vemos
Cuando queme el sol y florezca la nada
Te regalaré el número 8
Para beber tan solo, y
Maldecir al hombre, y al universo
Superficie en la cual es igual
El anverso y el reverso
¡oh! Anillo de Moebius, atroz número 8
Para los dos juntos maldecir el universo.
Leopoldo María Panero
Un cono
sobre su vértice
es
muy feliz.
¿Importa
cuánto tiempo?
(Todos
caen).
*
El círculo
cuadrado
está hecho
un ocho
(pese a lo cuál
no pincha).
*
Los paralelepípedos
son todos
tartamudos.
*
Noticias:
dos rectas
paralelas
se cortan
y sangran.
*
Dos cuerpos
paralelos
en un lecho
se encuentran
en el infinito.
Jesús Munárriz
Cuando queme el sol y florezca la nada
Te regalaré el número 8
Para beber tan solo, y
Maldecir al hombre, y al universo
Superficie en la cual es igual
El anverso y el reverso
¡oh! Anillo de Moebius, atroz número 8
Para los dos juntos maldecir el universo.
Leopoldo María Panero
Un cono
sobre su vértice
es
muy feliz.
¿Importa
cuánto tiempo?
(Todos
caen).
*
El círculo
cuadrado
está hecho
un ocho
(pese a lo cuál
no pincha).
*
Los paralelepípedos
son todos
tartamudos.
*
Noticias:
dos rectas
paralelas
se cortan
y sangran.
*
Dos cuerpos
paralelos
en un lecho
se encuentran
en el infinito.
Jesús Munárriz
Rosetones hallados en internet (3)
Mª del mar Barceló
Collegi Sant Vicenç de Paül (Manacor)
3º de ESO - Curso 2002/2003
Mª Esperança Sureda
Collegi Sant Vicenç de Paül (Manacor)
3º de ESO - Curso 2004/2005 Poemas de Óscar Pirot en "Luz anfibia" (4, y fin)
MUDANZA
Intenté llenar
un hueco
con un vacío
y al instante
el hueco
y el vacío
se llenaron de mí.
CODA
El poema se consume lentamente
Trepidación del presente hacia el pasado
oscilación de la memoria y sus abismos
Dolor antiguo Dolor de siempre
Toda la humanidad cabe en el cuerpo de un hombre
Toda la poesía en la llama de una vela
Luz anfibia
sustancia en donde todo se nulifica
y se esparce
desdoblamiento de la voz y de la vida
de la flor y del canto
palpitación de la materia y sus escombros
En ti afincamos nuestro equilibrio
el rostro del mundo la vegetación del hombre
el delirio del lenguaje
Nos resolveremos en la disolvencia de tus límites
donde la dualidad se consuma en un solo epitafio:
Con la palabra sobrevivir a la realidad
con la realidad hacer nacer la palabra
R.I.P.
miércoles, 23 de enero de 2013
"Elogio del matemático" y "Los números quebrados", poemas de José Florencio Martínez en "Πoetas"
Elogio del matemático
Sus números, sus métodos,
sus proporciones
buscan la claridad.
Trabaja con lo cierto
de la irreal realidad.
Su telar es de hilos
imaginarios.
Mide la luz, lo innúmero
del aire, de lo leve.
Sabe cómo gravita
un ala —¿un amor?—,
un cuerpo hacia otro cuerpo.
Proyecta luz y cuenta
las leyes interiores
—esa tela de araña—
del espacio y el tiempo.
Va más adelante
en la lectura del poema.
Los números quebrados
Para cuando te rompas,
cántaro,
tengo ya las lágrimas a punto.
Para cuando te quiebres,
pájaro,
recoger tu canto.
Para cuando derrames,
cántico,
tu agua por el desierto de mis labios.
Sus números, sus métodos,
sus proporciones
buscan la claridad.
Trabaja con lo cierto
de la irreal realidad.
Su telar es de hilos
imaginarios.
Mide la luz, lo innúmero
del aire, de lo leve.
Sabe cómo gravita
un ala —¿un amor?—,
un cuerpo hacia otro cuerpo.
Proyecta luz y cuenta
las leyes interiores
—esa tela de araña—
del espacio y el tiempo.
Va más adelante
en la lectura del poema.
Los números quebrados
Para cuando te rompas,
cántaro,
tengo ya las lágrimas a punto.
Para cuando te quiebres,
pájaro,
recoger tu canto.
Para cuando derrames,
cántico,
tu agua por el desierto de mis labios.
"Lo respetable" y "Fábula", más poemas de Bartrina
LO RESPETABLE
Una ballena vieja y arrugada,
con pocos dientes, casi ya sin vista
o a lo menos con vista muy cansada,
andaba por los mares poco lista,
arrastrando su mole fatigada.
Ella que huyó el arpón del ballenero
cuando tenía el cuerpo más ligero,
perdidos ya el olfato y la destreza,
no asomaba a flor de agua la cabeza
temiendo siempre al pescador artero.
-¿Pues cómo el pez hallaba y engullía?
-¡Es natural! El miedo aún subsistía
que infundiera, y, con santa devoción,
a ser comido el pez se sometía...
por respeto a la antigua tradición.
FÁBULA
De los lentes de un botánico
cayó un cristal, se hizo piezas,
y quedó sobre una hormiga
un pedazo al dar en tierra.
Las hormigas al pasar,
deteníanse, y, sorpresas,
contemplaban a una hermana
de tan rara corpulencia;
y la pequeñuela hormiga,
debajo del cristal presa,
convertidas en gigantas
miraba a sus compañeras;
en tanto el sabio reía
del terror de todas ellas.
¡Entre cristales de aumento
cuánta gente se pasea!
Una ballena vieja y arrugada,
con pocos dientes, casi ya sin vista
o a lo menos con vista muy cansada,
andaba por los mares poco lista,
arrastrando su mole fatigada.
Ella que huyó el arpón del ballenero
cuando tenía el cuerpo más ligero,
perdidos ya el olfato y la destreza,
no asomaba a flor de agua la cabeza
temiendo siempre al pescador artero.
-¿Pues cómo el pez hallaba y engullía?
-¡Es natural! El miedo aún subsistía
que infundiera, y, con santa devoción,
a ser comido el pez se sometía...
por respeto a la antigua tradición.
FÁBULA
De los lentes de un botánico
cayó un cristal, se hizo piezas,
y quedó sobre una hormiga
un pedazo al dar en tierra.
Las hormigas al pasar,
deteníanse, y, sorpresas,
contemplaban a una hermana
de tan rara corpulencia;
y la pequeñuela hormiga,
debajo del cristal presa,
convertidas en gigantas
miraba a sus compañeras;
en tanto el sabio reía
del terror de todas ellas.
¡Entre cristales de aumento
cuánta gente se pasea!
martes, 22 de enero de 2013
"Bestiario microscópico", Sofía Rhei (1)
el punto
completamente construida de polisemia
(cuarenta y dos acepciones),
la más extensa entre todas,
la palabra punto
cabe en un punto
.
por otra parte,
incluso el más abstracto de los centros
ha de ser centro
de algo
.
por eso todo punto
es un germen
y siembra
.
___
anaerobio,a. (de an- y aerobio). adj. dicho de un organismo: que
puede vivir sin oxígeno.
i
sin aire, sí, sin aire…
pero en el calor de las eras geológicas
me alimento de una gema oscura y secreta,
y al respirar carbón lo hago diamante
.
ii
sin espacio, me dices, sin espacio…
pero siento cada latido de la tierra en la roca,
en mi inmovilidad para lo vano,
soy consciente del viaje del planeta
.
iii
sin aire estoy, sin aire
…
___
hay luces tan pequeñas que el ojo no es capaz de registrarlas,
y sin embargo
todo destello encuentra siempre un registro
(hay resplandores que no pueden ser contemplados
porque suceden en el interior del cuerpo humano)
.
completamente construida de polisemia
(cuarenta y dos acepciones),
la más extensa entre todas,
la palabra punto
cabe en un punto
.
por otra parte,
incluso el más abstracto de los centros
ha de ser centro
de algo
.
por eso todo punto
es un germen
y siembra
.
___
anaerobio,a. (de an- y aerobio). adj. dicho de un organismo: que
puede vivir sin oxígeno.
i
sin aire, sí, sin aire…
pero en el calor de las eras geológicas
me alimento de una gema oscura y secreta,
y al respirar carbón lo hago diamante
.
ii
sin espacio, me dices, sin espacio…
pero siento cada latido de la tierra en la roca,
en mi inmovilidad para lo vano,
soy consciente del viaje del planeta
.
iii
sin aire estoy, sin aire
…
___
hay luces tan pequeñas que el ojo no es capaz de registrarlas,
y sin embargo
todo destello encuentra siempre un registro
(hay resplandores que no pueden ser contemplados
porque suceden en el interior del cuerpo humano)
.
"Las llagas que, d'Amor, son invisibles..." y "¿Quién terná en sí tan duro sentimiento...", sonetos de Juan Boscán
Las llagas que, d'Amor, son invisibles,
quiero como visibles se presenten,
porque aquellos que umanamente sienten
s'espanten d'acidentes tan terribles.
Los casos de justicia más horribles
en público han de ser, porque'scarmienten
con ver su fealdad, y s'amedrienten
hasta los coraçones invencibles.
Yo traigo aquí la istoria de mis males,
donde hazañas d'amor han concurrido,
tan fuertes, que no sé cómo contallas.
Yo solo en tantas guerras fui herido,
y son de mis heridas las señales
tan feas, que é vergüença de mostrallas.
___
¿Quién terná en sí tan duro sentimiento
que, 'n ver mi mal, la buelta no dé luego?
¿Quién tan loco será, o será tan ciego,
que los ojos no cierre a mi tormento?
Delante van las penas que'n mí siento
dando nuevas de mi desasosiego,
y en las manos llevando el bivo fuego
do ardiendo'stá mi triste pensamiento.
Los que tras mí vernán, si se perdieren,
no sé cómo podrán ser desculpados.
Morirán a sabiendas, si murieren.
Dinos serán de ser al campo echados,
por mano de las gentes que los vieren
tan adrede morir desesperados.
quiero como visibles se presenten,
porque aquellos que umanamente sienten
s'espanten d'acidentes tan terribles.
Los casos de justicia más horribles
en público han de ser, porque'scarmienten
con ver su fealdad, y s'amedrienten
hasta los coraçones invencibles.
Yo traigo aquí la istoria de mis males,
donde hazañas d'amor han concurrido,
tan fuertes, que no sé cómo contallas.
Yo solo en tantas guerras fui herido,
y son de mis heridas las señales
tan feas, que é vergüença de mostrallas.
___
¿Quién terná en sí tan duro sentimiento
que, 'n ver mi mal, la buelta no dé luego?
¿Quién tan loco será, o será tan ciego,
que los ojos no cierre a mi tormento?
Delante van las penas que'n mí siento
dando nuevas de mi desasosiego,
y en las manos llevando el bivo fuego
do ardiendo'stá mi triste pensamiento.
Los que tras mí vernán, si se perdieren,
no sé cómo podrán ser desculpados.
Morirán a sabiendas, si murieren.
Dinos serán de ser al campo echados,
por mano de las gentes que los vieren
tan adrede morir desesperados.
lunes, 21 de enero de 2013
"Los paletos en Madrid" por Mesonero Romanos
Los paletos en Madrid
«Juan Labrador, ¿qué os parecen
Los músicos?». -«Que son diestros;
Pero mejor me parecen
De mi exido los jilgueros».
MATOS.
El aire de corte es semejante al tufo en una pieza cerrada, que sólo le perciben los que vienen de fuera. Esta fría atención, estos estudiados modales, estas palabras vagas, este cortés egoísmo que llamamosbuen tono y bien parecer, desconciertan sobremanera a los forasteros, y hacen formar distinto concepto de nosotros a aquellos mismos que, si nos vieron fuera de Madrid, quedaron prendados de nuestra amabilidad y cortesía. -¿Y por qué esta diferencia? Porque en la corte la fantasma del poder nos persigue constantemente, obligándonos a estudiar y medir nuestras palabras y acciones, congójanos con el temor de aparecer hombres vulgares; llena nuestras mentes de proyectos quiméricos y de esperanzas ambiciosas, y adormeciéndonos con ellas, nos hace desdeñar los sólidos caminos de la fortuna, por seguir los engañosos atajos del favor.
Sea, pues, ejemplo de estas verdades la familia de D. Teodoro Sobrepuja. Este caballero, a quien sus importantes empleos y comisiones delicadas habían ocasionado una enfermedad de pecho, que le redujo en poco tiempo a un estado lastimoso, viéndose precisado a buscar en los aires nativos el recobro de su salud, pasó a la villa de Olmedo, llevando consigo a sus dos hijos Carlos y Luisa, joven aquél de diez y ocho, y ésta de catorce años de edad.
La amabilidad de D. Teodoro y de sus hijos, y las muchas relaciones de familia que tenía en el pueblo, les sirvieron en términos que muy luego fueron el objeto de las atenciones y obsequios generales; pero más particularmente de parte de la familia de Patricio Mirabajo, el más rico hacendado de aquellos contornos, compañero de infancia de D. Teodoro, y cuya amistad llegó al extremo, que no contento con prodigarle toda clase de atenciones, no paró hasta llevársele a vivir a su casa propia, a fin de atender con más cuidado al restablecimiento de su salud. La mujer de Patricio, Aldonza Cantueso, mujer de un excelente fondo, aunque rústica sobremanera, y sus dos hijos Braulio y Feliciana, contribuyeron por su parte a hacer grata a los forasteros la estancia del lugar, de modo que, dilatándose ésta más de año y medio, recobró D. Teodoro, no tan sólo su perdida salud, sino aquel apacible sosiego del espíritu que huye de las ciudades, y sólo se encuentra bajo los humildes techos de la aldea.
Los jóvenes, por su parte, cuya tierna edad era la más a propósito para recibir las primeras impresiones del amor no pusieron cuidado en resistirlas; antes bien, dejaron crecer a la vista de sus mismos padres una pasión inocente que éstos se complacieron en fortificar, disponiendo, en consecuencia, los matrimonios de Carlos con Feliciana y de Luisa con Braulio, pero como todavía eran tan jóvenes, señalaron el plazo para de allí a tres años, que deberían reunirse en Madrid; y consolados con esta esperanza, aunque penetrados de sentimiento, regresaron D. Teodoro y sus hijos a la capital.
Fácil es de concebir la firmeza que resolución semejante podría mantener en el pecho de un hombre en quien la ausencia de la corte no había hecho más que adormecer las ideas de orgullo y de elevación; como también los vaivenes que durante tres años sufrirían los corazones de nuestros jóvenes en aquella peligrosa edad, y rodeados de los atractivos y seducciones cortesanas. Con efecto, el recuerdo de sus amores se debilitaba de día en día; pesábales ya el momento de escribir a sus amantes, y en el interior de sus corazones temían ver llegar el plazo de la entrevista. Don Teodoro, por su parte, ocupado en sus ascensos y engrandecimiento, apenas recordaba ya su compromiso, cuando una mañana la ronca voz de la señora Aldonza vino a sacar a todos de su distracción, y vieron con asombro a aquélla y sus dos hijos que entraban por la sala con la algazara y contento propias de personas sencillas y satisfechas.
Tan inesperada invasión no pudo menos de sorprender a. D. Teodoro y su familia; perosobreponiéndose luego al primer movimiento de extrañeza, recordó aquél los inmensos favores que debía a sus huéspedes, y haciendo una violencia a su fisonomía y a su lengua, procuró recibirles con muestras de regocijo. Las parejas juveniles, observándose con desconfianza y curiosidad, tardaron aún largo rato en manifestarse; pero un resto del fuego de su antiguo amor, encendido a la vista de aquellas facciones, en otro tiempo adoradas, les obligó por entonces a hacer abstracción de trajes y modales, y sólo mirar el objeto de sus primeros amores, con lo cual pudieron entregarse a las demostraciones de su contento, demostraciones que se prolongaron todo aquel día.
A la mañana siguiente fue preciso condescender con el deseo de los huéspedes de dar una vuelta por calles y paseos, con lo cual empezaron éstos muy de mañana a destapar cofres y maletas y sacar de ellos los trajes de día del Corpus para presentarse en Madrid con el decoro conveniente. Pero el elegantísimo Carlitos, a quien toda la noche había traído desvelado la consideración de lo mucho que iba a padecer su vanidad, no perdía de vista aquella operación: asustado con los tales preparativos, corrió al cuarto de su hermanita, y arrojándose en una silla: -¡Ay, Luisita mía -exclamaba-, tristes de nosotros, acompañando a los lugareños! ¡Si vieras qué vestidos, qué telas, qué peinados! Sin duda que vamos a ser la burla de todo el Prado. ¿Qué dirán tus amiguitas las de Yerba-vana, que tan sublime concepto tienen formado de mi elegancia, viéndome hacer el amor a una paleta con el talle bajo el brazo, mantilla hueca y recogida a la garganta, bucles cortitos y peineta de a tercia, zapatos de tabinete y guantes de color de rosa? Y tú, por tu parte, ¿cómo, has de sufrir la risa del alférez de la Guardia, mirándote acompañar por un frac del año 12, sombrero ancho de copa, pantalón de punto ajustado, y botas de campana a la tombé?
-Sin duda, Carlitos -exclamaba Luisita sollozando-, sin duda que haremos con ellos un buen contraste, tú con tu levita de fantasía, y yo con mi cachemir ternó.
-Y papá, ¿qué papel va a hacer con sus dos veneras, acompañando a la señora Aldonza, de vestido de estameña y moño de calabaza?
-¡Oh! eso es insufrible, y yo voy a fingirme mala.
-Y yo también -decía Carlitos-; pero al llegar aquí, abren con estrépito la mampara, y se adelanta el triunvirato olmedino, ofreciendo el anacronismo más disonante en aquel primoroso tocador Psiché.
Sin embargo, los jóvenes cortesanos disimularon su extrañeza; pero no así los paletos, los cuales rieron a carcajadas al mirar el ajustado talle de Carlos y el elegante prendido de Luisita, mortificando a éstos con sus preguntas y algazara, no menos que al padre, que se presentó después; pero no hubo más remedio que hacerse una fuerte violencia y acompañarlos a paseo.
Pongo en consideración de mis lectores la extravagante caricatura que ofrecerían las tres parejas, así como también dejo considerar el efecto que en los recién venidos produciría la vista de tantos objetos extraños. Éste, a la verdad, era singular e incomprensible; v. gr., pasaron sin hacer alto por delante del hermoso edificio de la Aduana, y les llenó de admiración la fuente de la Mirablanca; vieron sin entusiasmo el Salón del Prado, y en las fuentes de Cibeles, Apolo y Neptuno, lo que más les admiraba era la anchura del pilón. Cada coche que pasaba era para ellos un suceso: las mujeres, madre e hija, agarraban a sus parejas respectivas, temiendo que las atropellasen, aunque fuesen a treinta varas de distancia, y el mancebo se quitaba cortésmente el sombrero, creyendo que los que iban dentro eran todas personas reales. A cada lugareño que pasaba iban a hablarle, tomándole por paisano suyo, y la vista de cada elegante les producía risas convulsivas y dichos nada corteses. Su marcha en la confusión del Prado era oblicua y desigual; quejábanse de las apreturas; distraíanse mirando atentamente a las caras de los paseantes; dejaban caer el abanico, los guantes, el pañuelo, y a cada objeto que les chocaba llamaban la atención de los demás señalándole con el dedo. Mas, en fin, cansados a la segunda vuelta, quisieron sentarse, no sin grave alivio de los acompañantes, que vieron disimulada por un momento su enfadosa publicidad.
De vuelta de paseo manifestaron deseos de beber, y D. Teodoro, venciendo su repugnancia, les hizo entrar en un café, donde pidieron limón y leche, y luego chocolate con bollos; y habiendo querido obsequiar Carlitos a Feliciana con un queso helado, ésta pidió al mozo un cuchillo para partirle.
Pasaron después al teatro a ocupar un palco, tomado de antemano; allí se echaron de brazos en la barandilla, y dejaron caer un anteojo perpendicular encima de la cabeza de un alguacil, con lo que llamaron la atención de toda la concurrencia, no sin grave bochorno de los dos jóvenes madrileños, que se escondían lo mejor posible.
La desgracia hizo que aquella noche acertasen a hacer la ópera de L'último giorno di Pompei, y si bien al principio la vista de las decoraciones y el ruido de la música y de los coros los tenía agradablemente entretenidos, no tardaron en empezar a bostezar, y al caer el telón al final del primer acto, cayeron también sus párpados, permaneciendo en tan envidiable estado hasta que la erupción del Vesubio, al concluirse la ópera, les hizo despertar asombrados, y figurándosela verdadera, corrieron a la puerta temiendo ser víctimas de aquella catástrofe.
Sería nunca acabar el ir refiriendo una por una las escenas grotescas que ofrecía la naturalidad de nuestros paletos, contrapuesta a la afectación de los cortesanos; por mi parte tuve motivo de ser testigo de alguna de ellas, por haberles acompañado, en calidad de amigo de la casa, a ver las curiosidades de Madrid, y preguntándoles después qué era lo que más les había gustado de ellas, me respondieron que en el Palacio la pieza de porcelana; en el Museo, el cuadro del hambre de Madrid; la vajilla de plata en el Casino; la campana china en el Gabinete de Historia Natural; en el Retiro, el ídolo egipcio de la fuente del estanque, y en la Armería, el espejo para curar la ictericia. En punto a paseos, dieron la preferencia a la Ronda, y de funciones teatrales, ninguna les agradó como la Pata de Cabra; lo demás todo lo hallaron mediano, y de ningún modo preferible a las bellezas de Olmedo.
No hay necesidad de decir que la ilusión de nuestros jóvenes madrileños había ido desapareciendo a medida que observaban estas cosas; pero dudosos sobre su futura suerte, y aún confiados en que la permanencia en la corte obligaría a los otros a mudar de inclinaciones, formaron empeño en inspirarles otras ideas; -inútil intento; -la sencillez de los naturales venía a descomponer todos sus planes. En vano los sastres y modistas acomodaron a sus cuerpos todos los caprichos de los figurines parisinos; la cabeza erguida y los brazos caídos dábanles el aspecto de un maniquí sin animación; en vano les enseñaban a pronunciar bien las palabras; su lengua, no sujeta, les hacía traición a cada momento.
Por último, un día en que todos manifestaban su mutuo descontento por lo inútil de estas lecciones, saltó la señora Aldonza, y dando rienda suelta a su mal reprimido disgusto, -«No os canséis, chicos (les dijo), que pa golver en ca e vuestro padre Patricio Mirabajo con los mesmos pecaos que trujisteis, eso me da que igais aches como que igais erres; y Dios en mis adrentos, que lo demás son sotilezas, con que no hay sino dejallo y no andarme con aquí te la puse, que lo mejor sólo Dios lo sabe; y como esas cosas podría yo contarles a los de Madril cacaso no entienden... ¡No sino úrguenme un tantico, y verán como todos tenemos nuestro aquel!... Y dígolo porque yastoy cansáa de tanto pedricarles de la pulítica, y dale con las cortisías, y torna con los filís, que así Dios me perdone como parecen saltarines de los cantaño bajaron a mi puebro... ¿Sus paece chicos (añadió encarándose con los madrileños), que los mi mochachos pa casarse nesecitan deprender toas esas estilaciones de la corte? Pues náa menos queso; porque ellos mientras Dios dé vida y salú a Aldonza Cantueso y Patricio Mirabajo, no han de apartarse dellos, agora se casen, agora no, que pa eso les himos parío y criao a nuestros pechos, pa que tengan cuidiao de mosotros desque lleguemos a viejos, y si lo contrario hicieren, para ésta (y besó la cruz) que no habían de llevar un chavo, casi es nuestra última y postrimera voluntá. Y esto mismo cuento de icirle a vuestro padre, y que o herrar o quitar el banco; y vosotros ya sabéis el camino de Olmedo, con que allí aguardamos la rempuesta».
Corridos y confusos quedaron los dos jóvenes con aquella inesperada proclama, y luego que quedaron solos, empezaron a reflexionar sobre su suerte; vieron cuán ilusorios eran sus proyectos de enseñar a sus amantes el aire de corte, cuando ellos mismos se verían precisados a olvidarle, si habían de casarse y vivir en Olmedo: preguntáronse mutuamente sobre el estado de sus corazones, y hallaron que no quedaba en ellos una chispa del amor primero; observaron la tibieza de su padre en recordarles el empeño contraído; y por último, llamaron en su auxilio las gracias de la señorita de Yerba-vana y del alférez de la Guardia, que acertaron a entrar en aquel momento. Don Teodoro, por su parte, acalorado por las reconvenciones de Aldonza, no tuvo reparo en anular el contrato, y los jóvenes renunciaron con gusto a una renta de diez mil ducados, por no verse precisados a salir de Madrid, así como los aldeanos resolvieron olvidar un amor que les ponía en peligro de tener que aislarse de Olmedo.
«Juan Labrador, ¿qué os parecen
Los músicos?». -«Que son diestros;
Pero mejor me parecen
De mi exido los jilgueros».
MATOS.
El aire de corte es semejante al tufo en una pieza cerrada, que sólo le perciben los que vienen de fuera. Esta fría atención, estos estudiados modales, estas palabras vagas, este cortés egoísmo que llamamosbuen tono y bien parecer, desconciertan sobremanera a los forasteros, y hacen formar distinto concepto de nosotros a aquellos mismos que, si nos vieron fuera de Madrid, quedaron prendados de nuestra amabilidad y cortesía. -¿Y por qué esta diferencia? Porque en la corte la fantasma del poder nos persigue constantemente, obligándonos a estudiar y medir nuestras palabras y acciones, congójanos con el temor de aparecer hombres vulgares; llena nuestras mentes de proyectos quiméricos y de esperanzas ambiciosas, y adormeciéndonos con ellas, nos hace desdeñar los sólidos caminos de la fortuna, por seguir los engañosos atajos del favor.
Sea, pues, ejemplo de estas verdades la familia de D. Teodoro Sobrepuja. Este caballero, a quien sus importantes empleos y comisiones delicadas habían ocasionado una enfermedad de pecho, que le redujo en poco tiempo a un estado lastimoso, viéndose precisado a buscar en los aires nativos el recobro de su salud, pasó a la villa de Olmedo, llevando consigo a sus dos hijos Carlos y Luisa, joven aquél de diez y ocho, y ésta de catorce años de edad.
La amabilidad de D. Teodoro y de sus hijos, y las muchas relaciones de familia que tenía en el pueblo, les sirvieron en términos que muy luego fueron el objeto de las atenciones y obsequios generales; pero más particularmente de parte de la familia de Patricio Mirabajo, el más rico hacendado de aquellos contornos, compañero de infancia de D. Teodoro, y cuya amistad llegó al extremo, que no contento con prodigarle toda clase de atenciones, no paró hasta llevársele a vivir a su casa propia, a fin de atender con más cuidado al restablecimiento de su salud. La mujer de Patricio, Aldonza Cantueso, mujer de un excelente fondo, aunque rústica sobremanera, y sus dos hijos Braulio y Feliciana, contribuyeron por su parte a hacer grata a los forasteros la estancia del lugar, de modo que, dilatándose ésta más de año y medio, recobró D. Teodoro, no tan sólo su perdida salud, sino aquel apacible sosiego del espíritu que huye de las ciudades, y sólo se encuentra bajo los humildes techos de la aldea.
Los jóvenes, por su parte, cuya tierna edad era la más a propósito para recibir las primeras impresiones del amor no pusieron cuidado en resistirlas; antes bien, dejaron crecer a la vista de sus mismos padres una pasión inocente que éstos se complacieron en fortificar, disponiendo, en consecuencia, los matrimonios de Carlos con Feliciana y de Luisa con Braulio, pero como todavía eran tan jóvenes, señalaron el plazo para de allí a tres años, que deberían reunirse en Madrid; y consolados con esta esperanza, aunque penetrados de sentimiento, regresaron D. Teodoro y sus hijos a la capital.
Fácil es de concebir la firmeza que resolución semejante podría mantener en el pecho de un hombre en quien la ausencia de la corte no había hecho más que adormecer las ideas de orgullo y de elevación; como también los vaivenes que durante tres años sufrirían los corazones de nuestros jóvenes en aquella peligrosa edad, y rodeados de los atractivos y seducciones cortesanas. Con efecto, el recuerdo de sus amores se debilitaba de día en día; pesábales ya el momento de escribir a sus amantes, y en el interior de sus corazones temían ver llegar el plazo de la entrevista. Don Teodoro, por su parte, ocupado en sus ascensos y engrandecimiento, apenas recordaba ya su compromiso, cuando una mañana la ronca voz de la señora Aldonza vino a sacar a todos de su distracción, y vieron con asombro a aquélla y sus dos hijos que entraban por la sala con la algazara y contento propias de personas sencillas y satisfechas.
Tan inesperada invasión no pudo menos de sorprender a. D. Teodoro y su familia; perosobreponiéndose luego al primer movimiento de extrañeza, recordó aquél los inmensos favores que debía a sus huéspedes, y haciendo una violencia a su fisonomía y a su lengua, procuró recibirles con muestras de regocijo. Las parejas juveniles, observándose con desconfianza y curiosidad, tardaron aún largo rato en manifestarse; pero un resto del fuego de su antiguo amor, encendido a la vista de aquellas facciones, en otro tiempo adoradas, les obligó por entonces a hacer abstracción de trajes y modales, y sólo mirar el objeto de sus primeros amores, con lo cual pudieron entregarse a las demostraciones de su contento, demostraciones que se prolongaron todo aquel día.
A la mañana siguiente fue preciso condescender con el deseo de los huéspedes de dar una vuelta por calles y paseos, con lo cual empezaron éstos muy de mañana a destapar cofres y maletas y sacar de ellos los trajes de día del Corpus para presentarse en Madrid con el decoro conveniente. Pero el elegantísimo Carlitos, a quien toda la noche había traído desvelado la consideración de lo mucho que iba a padecer su vanidad, no perdía de vista aquella operación: asustado con los tales preparativos, corrió al cuarto de su hermanita, y arrojándose en una silla: -¡Ay, Luisita mía -exclamaba-, tristes de nosotros, acompañando a los lugareños! ¡Si vieras qué vestidos, qué telas, qué peinados! Sin duda que vamos a ser la burla de todo el Prado. ¿Qué dirán tus amiguitas las de Yerba-vana, que tan sublime concepto tienen formado de mi elegancia, viéndome hacer el amor a una paleta con el talle bajo el brazo, mantilla hueca y recogida a la garganta, bucles cortitos y peineta de a tercia, zapatos de tabinete y guantes de color de rosa? Y tú, por tu parte, ¿cómo, has de sufrir la risa del alférez de la Guardia, mirándote acompañar por un frac del año 12, sombrero ancho de copa, pantalón de punto ajustado, y botas de campana a la tombé?
-Sin duda, Carlitos -exclamaba Luisita sollozando-, sin duda que haremos con ellos un buen contraste, tú con tu levita de fantasía, y yo con mi cachemir ternó.
-Y papá, ¿qué papel va a hacer con sus dos veneras, acompañando a la señora Aldonza, de vestido de estameña y moño de calabaza?
-¡Oh! eso es insufrible, y yo voy a fingirme mala.
-Y yo también -decía Carlitos-; pero al llegar aquí, abren con estrépito la mampara, y se adelanta el triunvirato olmedino, ofreciendo el anacronismo más disonante en aquel primoroso tocador Psiché.
Sin embargo, los jóvenes cortesanos disimularon su extrañeza; pero no así los paletos, los cuales rieron a carcajadas al mirar el ajustado talle de Carlos y el elegante prendido de Luisita, mortificando a éstos con sus preguntas y algazara, no menos que al padre, que se presentó después; pero no hubo más remedio que hacerse una fuerte violencia y acompañarlos a paseo.
Pongo en consideración de mis lectores la extravagante caricatura que ofrecerían las tres parejas, así como también dejo considerar el efecto que en los recién venidos produciría la vista de tantos objetos extraños. Éste, a la verdad, era singular e incomprensible; v. gr., pasaron sin hacer alto por delante del hermoso edificio de la Aduana, y les llenó de admiración la fuente de la Mirablanca; vieron sin entusiasmo el Salón del Prado, y en las fuentes de Cibeles, Apolo y Neptuno, lo que más les admiraba era la anchura del pilón. Cada coche que pasaba era para ellos un suceso: las mujeres, madre e hija, agarraban a sus parejas respectivas, temiendo que las atropellasen, aunque fuesen a treinta varas de distancia, y el mancebo se quitaba cortésmente el sombrero, creyendo que los que iban dentro eran todas personas reales. A cada lugareño que pasaba iban a hablarle, tomándole por paisano suyo, y la vista de cada elegante les producía risas convulsivas y dichos nada corteses. Su marcha en la confusión del Prado era oblicua y desigual; quejábanse de las apreturas; distraíanse mirando atentamente a las caras de los paseantes; dejaban caer el abanico, los guantes, el pañuelo, y a cada objeto que les chocaba llamaban la atención de los demás señalándole con el dedo. Mas, en fin, cansados a la segunda vuelta, quisieron sentarse, no sin grave alivio de los acompañantes, que vieron disimulada por un momento su enfadosa publicidad.
De vuelta de paseo manifestaron deseos de beber, y D. Teodoro, venciendo su repugnancia, les hizo entrar en un café, donde pidieron limón y leche, y luego chocolate con bollos; y habiendo querido obsequiar Carlitos a Feliciana con un queso helado, ésta pidió al mozo un cuchillo para partirle.
Pasaron después al teatro a ocupar un palco, tomado de antemano; allí se echaron de brazos en la barandilla, y dejaron caer un anteojo perpendicular encima de la cabeza de un alguacil, con lo que llamaron la atención de toda la concurrencia, no sin grave bochorno de los dos jóvenes madrileños, que se escondían lo mejor posible.
La desgracia hizo que aquella noche acertasen a hacer la ópera de L'último giorno di Pompei, y si bien al principio la vista de las decoraciones y el ruido de la música y de los coros los tenía agradablemente entretenidos, no tardaron en empezar a bostezar, y al caer el telón al final del primer acto, cayeron también sus párpados, permaneciendo en tan envidiable estado hasta que la erupción del Vesubio, al concluirse la ópera, les hizo despertar asombrados, y figurándosela verdadera, corrieron a la puerta temiendo ser víctimas de aquella catástrofe.
Sería nunca acabar el ir refiriendo una por una las escenas grotescas que ofrecía la naturalidad de nuestros paletos, contrapuesta a la afectación de los cortesanos; por mi parte tuve motivo de ser testigo de alguna de ellas, por haberles acompañado, en calidad de amigo de la casa, a ver las curiosidades de Madrid, y preguntándoles después qué era lo que más les había gustado de ellas, me respondieron que en el Palacio la pieza de porcelana; en el Museo, el cuadro del hambre de Madrid; la vajilla de plata en el Casino; la campana china en el Gabinete de Historia Natural; en el Retiro, el ídolo egipcio de la fuente del estanque, y en la Armería, el espejo para curar la ictericia. En punto a paseos, dieron la preferencia a la Ronda, y de funciones teatrales, ninguna les agradó como la Pata de Cabra; lo demás todo lo hallaron mediano, y de ningún modo preferible a las bellezas de Olmedo.
No hay necesidad de decir que la ilusión de nuestros jóvenes madrileños había ido desapareciendo a medida que observaban estas cosas; pero dudosos sobre su futura suerte, y aún confiados en que la permanencia en la corte obligaría a los otros a mudar de inclinaciones, formaron empeño en inspirarles otras ideas; -inútil intento; -la sencillez de los naturales venía a descomponer todos sus planes. En vano los sastres y modistas acomodaron a sus cuerpos todos los caprichos de los figurines parisinos; la cabeza erguida y los brazos caídos dábanles el aspecto de un maniquí sin animación; en vano les enseñaban a pronunciar bien las palabras; su lengua, no sujeta, les hacía traición a cada momento.
Por último, un día en que todos manifestaban su mutuo descontento por lo inútil de estas lecciones, saltó la señora Aldonza, y dando rienda suelta a su mal reprimido disgusto, -«No os canséis, chicos (les dijo), que pa golver en ca e vuestro padre Patricio Mirabajo con los mesmos pecaos que trujisteis, eso me da que igais aches como que igais erres; y Dios en mis adrentos, que lo demás son sotilezas, con que no hay sino dejallo y no andarme con aquí te la puse, que lo mejor sólo Dios lo sabe; y como esas cosas podría yo contarles a los de Madril cacaso no entienden... ¡No sino úrguenme un tantico, y verán como todos tenemos nuestro aquel!... Y dígolo porque yastoy cansáa de tanto pedricarles de la pulítica, y dale con las cortisías, y torna con los filís, que así Dios me perdone como parecen saltarines de los cantaño bajaron a mi puebro... ¿Sus paece chicos (añadió encarándose con los madrileños), que los mi mochachos pa casarse nesecitan deprender toas esas estilaciones de la corte? Pues náa menos queso; porque ellos mientras Dios dé vida y salú a Aldonza Cantueso y Patricio Mirabajo, no han de apartarse dellos, agora se casen, agora no, que pa eso les himos parío y criao a nuestros pechos, pa que tengan cuidiao de mosotros desque lleguemos a viejos, y si lo contrario hicieren, para ésta (y besó la cruz) que no habían de llevar un chavo, casi es nuestra última y postrimera voluntá. Y esto mismo cuento de icirle a vuestro padre, y que o herrar o quitar el banco; y vosotros ya sabéis el camino de Olmedo, con que allí aguardamos la rempuesta».
Corridos y confusos quedaron los dos jóvenes con aquella inesperada proclama, y luego que quedaron solos, empezaron a reflexionar sobre su suerte; vieron cuán ilusorios eran sus proyectos de enseñar a sus amantes el aire de corte, cuando ellos mismos se verían precisados a olvidarle, si habían de casarse y vivir en Olmedo: preguntáronse mutuamente sobre el estado de sus corazones, y hallaron que no quedaba en ellos una chispa del amor primero; observaron la tibieza de su padre en recordarles el empeño contraído; y por último, llamaron en su auxilio las gracias de la señorita de Yerba-vana y del alférez de la Guardia, que acertaron a entrar en aquel momento. Don Teodoro, por su parte, acalorado por las reconvenciones de Aldonza, no tuvo reparo en anular el contrato, y los jóvenes renunciaron con gusto a una renta de diez mil ducados, por no verse precisados a salir de Madrid, así como los aldeanos resolvieron olvidar un amor que les ponía en peligro de tener que aislarse de Olmedo.
Versos de Mónica Angelino en "Ruidos de la sangre" (3, y fin)
Yo
yo no sé
si tal vez
o quizás
hacia dónde
si total
¿hasta cuándo?
¿para qué?
solo sé
que yo aquí
sin saber
si después
¿qué?
¿qué?
así no
o así sí
¡sí!
¿y si no?
algo sé
que no sé
eso sé.
No es verdad que la memoria
con el alcohol se borre
solo de aletarga
mientras dura
por eso mendigo
-gracias-
mendigo
-Dios lo guarde-
mendigo
por unas monedas
-por favor, señor-
para que dure.
___
.
.
.
y
s
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r
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yo no sé
si tal vez
o quizás
hacia dónde
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¿hasta cuándo?
¿para qué?
solo sé
que yo aquí
sin saber
si después
¿qué?
¿qué?
así no
o así sí
¡sí!
¿y si no?
algo sé
que no sé
eso sé.
No es verdad que la memoria
con el alcohol se borre
solo de aletarga
mientras dura
por eso mendigo
-gracias-
mendigo
-Dios lo guarde-
mendigo
por unas monedas
-por favor, señor-
para que dure.
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Brevísima muestra del ultraísmo, "Torre Eiffel", de Vicente Huidobro
Ay, qué buena suerte que tan pronto haya tenido la oportunidad de contradecirme de nuevo. Si hace no mucho dije que no publicaría aquí los textos que en el año 1918 Vicente Huidobro editó en francés en su paso por Madrid, aquí vengo a enmendarme. "Torre Eiffel" y "Halalí" son esos libros. Para empezar, ahí va "Torre Eiffel". Lo disfrutes.
TORRE EIFFEL
Torre Eiffel
Guitarra del cielo
Tu telegrafía sin hilos
Atrae las palabras
Como un rosal las abejas
Durante la noche
El Sena deja de correr
Telescopio o clarín
TORRE EIFFEL
Y es una colmena de palabras
O un tintero de miel
Al fondo del alba
Una araña de patas de alambre
Tejía su tela de nubes
Hijo mío
Para subir a la Torre Eiffel
Se sube por una canción
Do
Re
Mi
Fa
Sol
La
Si
Do
Ya estamos arriba
Un pájaro canta
En las antenas
Telegráficas
Es el viento
De Europa
El viento eléctrico
Allá lejos
Los sombreros vuelan
Tienen alas pero no cantan
Jacqueline
Hija de Francia
¿Qué ves allá arriba?
El Sena duerme
Bajo la sombra de sus puentes
Veo girar la Tierra
Y toco mi clarín
Hacia todos los mares
Por la senda
De tu perfume
Todas las abejas y palabras se alejan
En los cuatro horizontes
Quién no ha oído esta canción
SOY LA REINA DEL ALBA DE LOS POLOS
SOY LA ROSA DE LOS VIENTOS QUE SE AGOSTA EN CADA OTOÑO
Y CUBIERTA DE NIEVE
MUERO DE LA MUERTE DE ESTA ROSA
EN MI CABEZA UN PÁJARO CANTA EL AÑO ENTERO
De este modo la torre me habló un día
Torre Eiffel
Pajarera del mundo
Canta Canta
Carillón de París
El gigante colgado en medio del vacío
Es el afiche de Francia
El día de la Victoria
Se la cantarás a las estrellas.
TORRE EIFFEL
Torre Eiffel
Guitarra del cielo
Tu telegrafía sin hilos
Atrae las palabras
Como un rosal las abejas
Durante la noche
El Sena deja de correr
Telescopio o clarín
TORRE EIFFEL
Y es una colmena de palabras
O un tintero de miel
Al fondo del alba
Una araña de patas de alambre
Tejía su tela de nubes
Hijo mío
Para subir a la Torre Eiffel
Se sube por una canción
Do
Re
Mi
Fa
Sol
La
Si
Do
Ya estamos arriba
Un pájaro canta
En las antenas
Telegráficas
Es el viento
De Europa
El viento eléctrico
Allá lejos
Los sombreros vuelan
Tienen alas pero no cantan
Jacqueline
Hija de Francia
¿Qué ves allá arriba?
El Sena duerme
Bajo la sombra de sus puentes
Veo girar la Tierra
Y toco mi clarín
Hacia todos los mares
Por la senda
De tu perfume
Todas las abejas y palabras se alejan
En los cuatro horizontes
Quién no ha oído esta canción
SOY LA REINA DEL ALBA DE LOS POLOS
SOY LA ROSA DE LOS VIENTOS QUE SE AGOSTA EN CADA OTOÑO
Y CUBIERTA DE NIEVE
MUERO DE LA MUERTE DE ESTA ROSA
EN MI CABEZA UN PÁJARO CANTA EL AÑO ENTERO
De este modo la torre me habló un día
Torre Eiffel
Pajarera del mundo
Canta Canta
Carillón de París
El gigante colgado en medio del vacío
Es el afiche de Francia
El día de la Victoria
Se la cantarás a las estrellas.
domingo, 20 de enero de 2013
Siempre (que se puede) de estreno
Acabo de dividir la categoría Matemáticas en varias, como puedes ver en el menú lateral. Y para celebrarlo, te invito a visitarlas. Te recomiendo la totalidad, pero si lo que quieres es picar un poco, te pongo aquí el podio por autores de las entradas más vistas hasta hoy. Comencemos.
En Matemáticas en los versos, los lugares de honor son para Rafel Alberti (711), Vicente Huidobro (117) y πoetas para el carnaval de matemáticas (90).
En Matemáticas en el arte, no te pierdas las fotografías de copos de nieve de Wilson A. Bentley (2582), el Caleidociclo de Jill Briton (539) ni Bar Grids de Rinus Roelofs (236).
En Matemáticas en chistes, Runtime-Error (1451) Alberto Montt (868) y Anamarek (648).
Y escucha a Daniel Salazar en Matemáticas en la música.
Espero que te sea de utilidad e interés.
En Matemáticas en los versos, los lugares de honor son para Rafel Alberti (711), Vicente Huidobro (117) y πoetas para el carnaval de matemáticas (90).
En Matemáticas en el arte, no te pierdas las fotografías de copos de nieve de Wilson A. Bentley (2582), el Caleidociclo de Jill Briton (539) ni Bar Grids de Rinus Roelofs (236).
En Matemáticas en chistes, Runtime-Error (1451) Alberto Montt (868) y Anamarek (648).
Y escucha a Daniel Salazar en Matemáticas en la música.
Espero que te sea de utilidad e interés.
sábado, 19 de enero de 2013
viernes, 18 de enero de 2013
"Retrato de antepasado" y "Nocturno", poemas de Rosario Castellanos en "Materia memorable"(4)
RETRATO DE ANTEPASADO
Lo dejaron aquí, más que por reverencia
por olvido. Ninguno
levanta la mirada a este rincón del cuarto.
Preside cierto orden de objetos, cierta rutina
inminente y le otorga
la edad que necesita.
Ha presenciado alegres ceremonias
y ha visto cómo deudos diligentes
colocan en su marco orlas de luto.
Y ni se regocija ni consuela.
Distante, amarillento, anónimo, sus manos
empuñan todavía un bastón de caoba
¡aunque hace tanto tiempo se perdieron sus huesos!
NOCTURNO
Amigo, conversemos.
¿Desde hace cuántos años? Desde el día
en que a un tiempo rompimos la tiniebla
y con vagido entramos en el reino del aire;
desde que los mayores nos pusieron
la sal sobre la lengua
y nos soplaron al oído un nombre
(no de amor, de destino),
un nombre que repites todavía
y que repito yo y repetimos
hasta el fin, hasta el fin, sin entenderlo
hemos estado juntos.
Espalda con espalda. El uno viendo
nacer el sol y el otro
posando su mejilla en el regazo
materno de la noche.
Atados mano contra mano y vueltos
-forcejeando por irnos-
uno hacia el sur, hacia el fragante verde,
y el otro a la hosquedad de los desiertos;
desgarrados; sangrando yo con la herida tuya
y tú quizá doliéndote
de no tener siquiera una pequeña brizna
de dolor que no sea también mío,
hemos sido gemelos y enemigos.
Nos partimos el mundo. Para ti
ese fragmento oscuro del espejo
en que solo se ve la cara de la muerte;
los hierros, las espinas del sacrificio, el vaso
ritual y el cascabel violento de la danza.
Y para mí la túnica parda de la labor,
la escudilla de barro torneado con las manos
en que no cabe más que un sorbo de agua
y el sueño sin ensueños de la sierva.
Pero fuimos desleales al pacto. Tú acechabas
-lobo hambriento- el plantel y los rediles
y aullabas profecías intolerables
y hacías resucitar maldiciones y textos
rescatados de no sé qué catástrofe.
O incendiabas, de pronto, mi faena
con un emorme resplandor sagrado.
Y yo la hormiga. Yo
consquilleando en tu brazo, hasta abatirlo,
cada vez que querías alzarlo hasta los cielos.
Y yo, Marta, pasando la punta de los dedos
sobre el altar, para encontrar la huella
del polvo mal limpiado.
Y yo, la tos que rompe
la redondez entera de la bóveda
en el instante puro de la consagración.
Y yo en la fiesta. Párpados esquivos,
trenza apretada, labios sin sonrisa.
De espaldas a la música, con esa cicatriz
que el ceño del deber me ha marcado en la frente;
pronta a extinguir las lámparas, ansiosa
de despedir al huésped
porque en la soledad yo te escupía a la cara
el nombre de la culpa.
Ah, qué duelos a muerte.
Hasta el amanecer luchábamos y el día
nos encontraba aún confundidos en nudo
ciego de odio y de lágrimas.
Como el convaleciente, tambaleándonos,
nos poníamos de pie, lívidos y desnudos.
Y ni así, al contemplar nuestras llagas, subió
jamás a nuestra boca
una palabra de piedad, un gesto
en que se nos volviera perdón el sufrimiento.
Pero hoy me tiemblan tus rodillas; late
tu pulso enloquecido entre mis sienes
y siento que el orgullo se nos va deshaciendo
como un sudor que escurre adentro de la médula.
Porque la noche es larga. Nada anuncia su término
y acaso
para nosotros dos ya no hay mañana.
Demos a la fatiga una tregua y hablemos.
Ayúdame a decir esa sílaba única
-tú, yo, ¡pero no dos, nunca más dos!-
cuya mitad posees.
Lo dejaron aquí, más que por reverencia
por olvido. Ninguno
levanta la mirada a este rincón del cuarto.
Preside cierto orden de objetos, cierta rutina
inminente y le otorga
la edad que necesita.
Ha presenciado alegres ceremonias
y ha visto cómo deudos diligentes
colocan en su marco orlas de luto.
Y ni se regocija ni consuela.
Distante, amarillento, anónimo, sus manos
empuñan todavía un bastón de caoba
¡aunque hace tanto tiempo se perdieron sus huesos!
NOCTURNO
Amigo, conversemos.
¿Desde hace cuántos años? Desde el día
en que a un tiempo rompimos la tiniebla
y con vagido entramos en el reino del aire;
desde que los mayores nos pusieron
la sal sobre la lengua
y nos soplaron al oído un nombre
(no de amor, de destino),
un nombre que repites todavía
y que repito yo y repetimos
hasta el fin, hasta el fin, sin entenderlo
hemos estado juntos.
Espalda con espalda. El uno viendo
nacer el sol y el otro
posando su mejilla en el regazo
materno de la noche.
Atados mano contra mano y vueltos
-forcejeando por irnos-
uno hacia el sur, hacia el fragante verde,
y el otro a la hosquedad de los desiertos;
desgarrados; sangrando yo con la herida tuya
y tú quizá doliéndote
de no tener siquiera una pequeña brizna
de dolor que no sea también mío,
hemos sido gemelos y enemigos.
Nos partimos el mundo. Para ti
ese fragmento oscuro del espejo
en que solo se ve la cara de la muerte;
los hierros, las espinas del sacrificio, el vaso
ritual y el cascabel violento de la danza.
Y para mí la túnica parda de la labor,
la escudilla de barro torneado con las manos
en que no cabe más que un sorbo de agua
y el sueño sin ensueños de la sierva.
Pero fuimos desleales al pacto. Tú acechabas
-lobo hambriento- el plantel y los rediles
y aullabas profecías intolerables
y hacías resucitar maldiciones y textos
rescatados de no sé qué catástrofe.
O incendiabas, de pronto, mi faena
con un emorme resplandor sagrado.
Y yo la hormiga. Yo
consquilleando en tu brazo, hasta abatirlo,
cada vez que querías alzarlo hasta los cielos.
Y yo, Marta, pasando la punta de los dedos
sobre el altar, para encontrar la huella
del polvo mal limpiado.
Y yo, la tos que rompe
la redondez entera de la bóveda
en el instante puro de la consagración.
Y yo en la fiesta. Párpados esquivos,
trenza apretada, labios sin sonrisa.
De espaldas a la música, con esa cicatriz
que el ceño del deber me ha marcado en la frente;
pronta a extinguir las lámparas, ansiosa
de despedir al huésped
porque en la soledad yo te escupía a la cara
el nombre de la culpa.
Ah, qué duelos a muerte.
Hasta el amanecer luchábamos y el día
nos encontraba aún confundidos en nudo
ciego de odio y de lágrimas.
Como el convaleciente, tambaleándonos,
nos poníamos de pie, lívidos y desnudos.
Y ni así, al contemplar nuestras llagas, subió
jamás a nuestra boca
una palabra de piedad, un gesto
en que se nos volviera perdón el sufrimiento.
Pero hoy me tiemblan tus rodillas; late
tu pulso enloquecido entre mis sienes
y siento que el orgullo se nos va deshaciendo
como un sudor que escurre adentro de la médula.
Porque la noche es larga. Nada anuncia su término
y acaso
para nosotros dos ya no hay mañana.
Demos a la fatiga una tregua y hablemos.
Ayúdame a decir esa sílaba única
-tú, yo, ¡pero no dos, nunca más dos!-
cuya mitad posees.
jueves, 17 de enero de 2013
Poesía con matemáticas: "Teorema del solitario" (Leopoldo Castilla) y "Ars poética" y "Espejo del no" (Bernardo Schiavetta)
TEOREMA DEL SOLITARIO
Tomemos una cifra imaginaria
cero
y un hombre imaginario
uno
el cero no existe
pero él cree que sí
el dos se queda siempre
en
uno
el uno existe
pero nadie le cree.
Leopoldo Castilla
ARS POÉTICA
estupefacto acto
teorema oh poema
artefacto exacto
exacto artefacto
poema oh teorema
acto estupefacto
ESPEJO DEL NO
nunca nada nadie
nadie nunca nada
nada nadie nunca
nunca nadie nada
nada nunca nadie
nadie nada nunca
Bernardo Schiavetta
Tomemos una cifra imaginaria
cero
y un hombre imaginario
uno
el cero no existe
pero él cree que sí
el dos se queda siempre
en
uno
el uno existe
pero nadie le cree.
Leopoldo Castilla
ARS POÉTICA
estupefacto acto
teorema oh poema
artefacto exacto
exacto artefacto
poema oh teorema
acto estupefacto
ESPEJO DEL NO
nunca nada nadie
nadie nunca nada
nada nadie nunca
nunca nadie nada
nada nunca nadie
nadie nada nunca
Bernardo Schiavetta
Rosetones hallados en internet (2)
Bartomeu Roselló
Collegi Ramón Llull (Santa Maria del Camí)
3º de ESO - Curso 2002/2003
Cristina Galmés
Collegi Sant Salvador (Artà)
3º de ESO - Curso 2004/2005 Poemas de Óscar Pirot en "Luz anfibia" (3)
ya no te aflijas más
Ícaro
aunque el sol derritió tus alas
no podrá nunca
incinerar el vuelo
___
en su pequeño
destello
una luciérnaga
vuelve diminuta
la inmensidad de la noche
___
en de
se
los las
insinúa
cráteres cicatrices
el
de
la del
reflejo
luna
sol
Ícaro
aunque el sol derritió tus alas
no podrá nunca
incinerar el vuelo
___
en su pequeño
destello
una luciérnaga
vuelve diminuta
la inmensidad de la noche
___
en de
se
los las
insinúa
cráteres cicatrices
el
de
la del
reflejo
luna
sol
miércoles, 16 de enero de 2013
Poesía con matemáticas: versos de Agustín Fernández Mallo, algunos incluidos en "πoetas"
Describe la bola el movimiento parabólico y traza
en su espalda la golfista un arpegio equivalente.
Se tensa el cielo y los pechos
más mercurio que nunca completan la silueta
del océano de césped,
a contrapelo
llueve.
La geometría del agua no supera
al golpe seco de silencio cuando jadea la atmósfera y toca suelo.
Esfera contra esfera. Se apagan
(expectantes y sin fondo) tus pezones, ventanas
del hotel de playa en invierno
(suena el claxon, tu marido espera).
Ningún caddie te elegía
los palos como yo
___
La soledad no tiene dimensiones.
La soledad es un extrarradio moteado
de irreconocibles objetos,
[aguarda la materia
la pata que le devuelva fe en su silueta]
un cuerpo se mueve entre ellos,
la soledad se hace doble;
por fractal aritmética
se reduce a ½ al mismo tiempo.
___
La casa convierte en 3 las 4 [infinitas] dimensiones de los sueños.
Las 3 de la casa las reduce a 2 el papel.
La escritura contrae ese papel a un hilo de tinta de dimensión única.
La metáfora concentra lo escrito en un punto sin dimensión y se propaga infinita sobre lo escrito:
regresas a aquellas dependencias del sueño. Por la noche
llegas a casa, encajas
la llave en la cerradura. Se pone en marcha
un mecanismo solo a ti reservado.
___
…¿Nacer? Una fecha, una cifra.
¿Vivir? Sus decimales.
¿Qué cifra es la muerte? dices.
Donde comienza el periodo…
en su espalda la golfista un arpegio equivalente.
Se tensa el cielo y los pechos
más mercurio que nunca completan la silueta
del océano de césped,
a contrapelo
llueve.
La geometría del agua no supera
al golpe seco de silencio cuando jadea la atmósfera y toca suelo.
Esfera contra esfera. Se apagan
(expectantes y sin fondo) tus pezones, ventanas
del hotel de playa en invierno
(suena el claxon, tu marido espera).
Ningún caddie te elegía
los palos como yo
___
La soledad no tiene dimensiones.
La soledad es un extrarradio moteado
de irreconocibles objetos,
[aguarda la materia
la pata que le devuelva fe en su silueta]
un cuerpo se mueve entre ellos,
la soledad se hace doble;
por fractal aritmética
se reduce a ½ al mismo tiempo.
___
La casa convierte en 3 las 4 [infinitas] dimensiones de los sueños.
Las 3 de la casa las reduce a 2 el papel.
La escritura contrae ese papel a un hilo de tinta de dimensión única.
La metáfora concentra lo escrito en un punto sin dimensión y se propaga infinita sobre lo escrito:
regresas a aquellas dependencias del sueño. Por la noche
llegas a casa, encajas
la llave en la cerradura. Se pone en marcha
un mecanismo solo a ti reservado.
___
…¿Nacer? Una fecha, una cifra.
¿Vivir? Sus decimales.
¿Qué cifra es la muerte? dices.
Donde comienza el periodo…
"Ciencia imposible", poema de Bartrina
CIENCIA IMPOSIBLE
Un geólogo de Inglaterra
hizo a su país notorio,
sin moverse de su tierra,
ni aun de su laboratorio,
los ríos y las montañas
que escondían al mortal
las misteriosas entrañas
de toda el África austral.
Y Livingstone, que seguía
aquella ignota región,
de cuanto el sabio decía
halló la confirmación.
Estudiando Le Verrier
un intrincado problema,
un nuevo astro creyó ver
en nuestro solar sistema.
Y citándole en su esfera,
al saber su movimiento,
le mandó compareciera
a un punto del firmamento.
Contra todo lo esperado,
de la región infinita
en el punto señalado
Neptuno acudió a la cita.
En las regiones vecinas
a la bíblica Israel,
donde aún se ven las ruinas
de Nínive y de Babel,
de ladrillos calcinados,
se hallan montones enormes,
en cuya arcilla hay grabados
caracteres cuneiformes.
Botín fueron de un viaje
y un sabio halló su secreto,
y resucitó un lenguaje,
y adivinó un alfabeto,
y en los signos descubiertos
hoy leer bien podemos ya
la historia de pueblos muertos
veinticinco siglos ha.
Y ni uno de los tres sabios,
ni ningún sabio del mundo,
osa desplegar los labios
ante el misterio profundo
del microcosmos, del ser;
mundo en cuya realidad
todo se puede saber,
todo, menos la verdad.
Nadie sus leyes percibe,
sus secretos no sabemos,
y esto que en nosotros vive
desde el punto en que nacemos.
Ni aun el sabio de más fama,
si es de lo falso enemigo,
dirá: esta mujer me ama,
o bien: este hombre es mi amigo.
Un geólogo de Inglaterra
hizo a su país notorio,
sin moverse de su tierra,
ni aun de su laboratorio,
los ríos y las montañas
que escondían al mortal
las misteriosas entrañas
de toda el África austral.
Y Livingstone, que seguía
aquella ignota región,
de cuanto el sabio decía
halló la confirmación.
Estudiando Le Verrier
un intrincado problema,
un nuevo astro creyó ver
en nuestro solar sistema.
Y citándole en su esfera,
al saber su movimiento,
le mandó compareciera
a un punto del firmamento.
Contra todo lo esperado,
de la región infinita
en el punto señalado
Neptuno acudió a la cita.
En las regiones vecinas
a la bíblica Israel,
donde aún se ven las ruinas
de Nínive y de Babel,
de ladrillos calcinados,
se hallan montones enormes,
en cuya arcilla hay grabados
caracteres cuneiformes.
Botín fueron de un viaje
y un sabio halló su secreto,
y resucitó un lenguaje,
y adivinó un alfabeto,
y en los signos descubiertos
hoy leer bien podemos ya
la historia de pueblos muertos
veinticinco siglos ha.
Y ni uno de los tres sabios,
ni ningún sabio del mundo,
osa desplegar los labios
ante el misterio profundo
del microcosmos, del ser;
mundo en cuya realidad
todo se puede saber,
todo, menos la verdad.
Nadie sus leyes percibe,
sus secretos no sabemos,
y esto que en nosotros vive
desde el punto en que nacemos.
Ni aun el sabio de más fama,
si es de lo falso enemigo,
dirá: esta mujer me ama,
o bien: este hombre es mi amigo.
martes, 15 de enero de 2013
Poemas de Rubén Romero Sánchez en "El mal hombre" (4, y fin)
Oiréis:
Solo se es inmortal en corazones ajenos.
Solo se muere cuando ya no se ama.
Benditos sean
los que creen en dios,
ellos aún
tienen consuelo.
Bendito sea dios,
más barato que una puta.
___
dichoso aquel
que tras largo y fatigoso camino
llega a casa y hay alguien junto al fuego
que le espera, sonriente,
para susurrarle al oído
los secretos de todos los amores
dichoso aquel
que aún no ha sido traicionado
Solo se es inmortal en corazones ajenos.
Solo se muere cuando ya no se ama.
Benditos sean
los que creen en dios,
ellos aún
tienen consuelo.
Bendito sea dios,
más barato que una puta.
___
dichoso aquel
que tras largo y fatigoso camino
llega a casa y hay alguien junto al fuego
que le espera, sonriente,
para susurrarle al oído
los secretos de todos los amores
dichoso aquel
que aún no ha sido traicionado
Sonetos de Sor Juana Inés de la Cruz (11, y fin):"Sin perder los mismos consonantes, contradice con la verdad, aún más ingeniosa, su hipérbole" y " Aunque en vano, quiere reducir a método racional el pesar de un celoso"
Sin perder los mismos consonantes, contradice con la verdad, aún más ingeniosa, su hipérbole
Dices que no te acuerdas, Clori, y mientes
en decir que te olvidas de olvidarte,
pues das ya en tu memoria alguna parte
en que, por olvidado, me presentes.
Si son tus pensamientos diferentes
de los de Albiro, dejarás tratarte,
pues tú misma pretendes agraviarte
con querer persuadir lo que no sientes.
Niégasme ser capaz de ser querido,
y tú misma concedes esa gloria:
con que en tu contra tu argumento ha sido;
pues si para alcanzar tanta victoria
te acuerdas de olvidarte del olvido,
ya no das negación en tu memoria.
Aunque en vano, quiere reducir a método racional el pesar de un celoso
¿Qué es esto, Alcino? ¿Cómo tu cordura
se deja así vencer de un mal celoso,
haciendo con extremos de furioso
demostraciones más que de locura?
¿En qué te ofendió Celia, si se apura?
¿O por qué al Amor culpas de engañoso,
si no aseguró nunca poderoso
la eterna posesión de su hermosura?
La posesión de cosas temporales,
temporal es, Alcino, y es abuso
el querer conservarlas siempre iguales.
Con que tu error o tu ignorancia acuso,
pues Fortuna y Amor, de cosas tales
la propiedad no han dado, sino el uso.
Dices que no te acuerdas, Clori, y mientes
en decir que te olvidas de olvidarte,
pues das ya en tu memoria alguna parte
en que, por olvidado, me presentes.
Si son tus pensamientos diferentes
de los de Albiro, dejarás tratarte,
pues tú misma pretendes agraviarte
con querer persuadir lo que no sientes.
Niégasme ser capaz de ser querido,
y tú misma concedes esa gloria:
con que en tu contra tu argumento ha sido;
pues si para alcanzar tanta victoria
te acuerdas de olvidarte del olvido,
ya no das negación en tu memoria.
Aunque en vano, quiere reducir a método racional el pesar de un celoso
¿Qué es esto, Alcino? ¿Cómo tu cordura
se deja así vencer de un mal celoso,
haciendo con extremos de furioso
demostraciones más que de locura?
¿En qué te ofendió Celia, si se apura?
¿O por qué al Amor culpas de engañoso,
si no aseguró nunca poderoso
la eterna posesión de su hermosura?
La posesión de cosas temporales,
temporal es, Alcino, y es abuso
el querer conservarlas siempre iguales.
Con que tu error o tu ignorancia acuso,
pues Fortuna y Amor, de cosas tales
la propiedad no han dado, sino el uso.
lunes, 14 de enero de 2013
"La compra de la casa" de Mesonero Romanos
La compra de la casa
«No todo lo que es brillante
Riqueza al avaro ofrece;
Oro la alquimia parece;
Vidrio hay que imita al diamante».
TIRSO DE MOLINA.
Nada hay tan lisonjero para un honrado tendero de esta villa como la idea de invertir en una casita propia el resultado de sus cálculos y combinaciones sobre el queso de Rochefort y los barriles de Málaga. Mientras estos solo le produjeron el ahorro de un millar de pesos, limitó sus proyectos a enriquecer su almacén y dar mayor ensanche a sus negociaciones; lisonjeado por el éxito de estas, alquiló una espaciosa tienda y la embelleció con cristales y columnas, al paso que abandonó la antigua manía de tener siempre el mejor género; los hombres son niños grandes y pagan más caro lo brillante que lo bueno.
Este cálculo se hizo nuestro almacenista, y una continua lluvia de plata y cobre, cayendo armoniosamente en el cajón del mostrador, fue trasformada por él, con el mayor sigilo, en sendas onzas de Carlos III, escudos y doblones de nuestro monarca actual.
¡Qué plenitud de contento equivale al de aquel cuando, cerrada la tienda y despachada la familia a una merienda en el Canal, se entregaba los domingos a sus anchuras al arqueo de su caja! ¡Qué invenciones tan peregrinas para ponerla a cubierto, no tan solo de la vista de los extraños, sino de las sospechas de los propios! Porque a nuestro hombre no se le ocultaba que los enemigos domésticos son los más temibles para el caudal, y que las necesidades o exigencias de su esposa y de sus hijos podrían crecer al compás de sus talegos. Así que él mismo se los cosía y recortaba, colocándolos luego en los sitios más excusados; y hubiera deseado que existiese moneda equivalente al valor de todos ellos, para llevarla siempre consigo con el mayor disimulo; pero ya que esto no podía ser, las había reducido al menor número posible de fracciones, todas de ley y peso conveniente, y de sonido más grato a sus oídos que romance de Bellini cantado por la Meric Lalande.
Satisfecho, pues, con su incógnito monetario, aparentaba con todos la mayor escasez, negando siempre tener el menor fondo de reserva, si bien por otro lado no dejaba de calcular que su dinero, así arrinconado, nada le producía, y se hallaba además expuesto a un caso fortuito de incendio, robo o cosa tal. Así que, después de muchas noches de desvelo, vino a resolver que sería lo más conveniente emplear su capital en una casita asegurada de incendios, en el casco de esta villa, con lo cual se proporcionaría multitud de goces y privilegios, amén de un cinco o seis por ciento, rédito de su capital.
Vivamente afectado con tan feliz idea, se levantó una mañana, y su primera diligencia fue correr a suscribirse al Diario de Avisos, con el objeto de ponerse al corriente de todas las ventas a pública subasta, ya en virtud de providencia, ya a voluntad de sus dueños. Embebido desde entonces en esta grata lectura, solía pasar los dos tercios de la mañana; luego se ponía su sombrero, y envuelto en su astrosa capa, dirigíase a la casa en venta, y la miraba con disimulo desde el portal de enfrente; después subía la escalera y llamaba en todos los cuartos con cualquier pretexto para reconocer lo que podía del interior; en seguida iba a la escribanía por donde se verificaba la subasta a ver el expediente, y desde allí pasaba a la contaduría de aposento a reconocer los planos de Madrid; con cuyas noticias, malas o buenas, no dejaba de consultará un aprendiz de arquitecto, corredor de ventas, el cual siempre le daba las mejores ideas de la casa, aunque no fuese más que por cobrar su tanto por ciento de comisión; pero al tratarse de tocar a sus monedas, faltábale a nuestro hombre la resolución y dilataba el plazo para ocasión más oportuna.
Por último, llegó un día en que el anuncio de una venta en la calle de la Palma Alta vino a despertar sus ideas adquisidoras; la sola consideración de poseer una casa en la calle en que había nacido bastaría a decidirle, si las seguridades de su arquitecto, las invitaciones del escribano y los respetuosos homenajes de los inquilinos, que desde el primer día le saludaron como a su futuro casero, no hubieran añadido a sus deseos una fuerza irresistible.
La casa se vendía en virtud de mandamiento judicial y para pago de acreedores, los cuales en vano habían esperado postores que hiciesen subir su valor; si hubiera estado situada en la calle de Carretas, de Alcalá, o cosa tal, millares de comerciantes ricos, americanos emigrados, o compañías revendedoras se hubieran apresurado a doblar su tasación; pero como era en la calle de la Palma Alta, todos la desdeñaban, y solamente nuestro tendero tenía empeño en poseerla.
No dejó de conocerlo el escribano, el cual lo trasmitió a los acreedores, manifestándoles el único medio de sacar partido del entusiasmo de nuestro comprador; y con efecto, llegado el día de la subasta, verificada en el piso bajo de las Casas Consistoriales ante la presencia judicial, el honrado tendero, que creía hallarse solo, vio con sorpresa un banco entero de oposición, cuyos individuos se empeñaban en pujarle siempre mil reales más; y en los intermedios de los pregones, hablaban entre sí, ponderando las cualidades de la tal casa, y manifestando su empeño en llevarla; pero mi tendero, rascándose la frente y tentándose el garguero, pujaba más, y ya la mayor parte de aquellos se iba retirando, fingiendo sentimiento por la derrota; solo quedaba uno, más obstinado que los demás, el cual, fijo en sus mil reales más, hizo desconfiar al pujante tendero de vencerle, y por fin, con harto sentimiento se determinó a cederla; pero no bien habían salido de la subasta, cuando llamándolo el nuevo dueño de la finca, le hizo presente que él había hecho la puja por encargo; pero que si tenía fuertes deseos de la casa, estaba resuelto a cedérsela, aunque hubiera que dar algunos guantes a su principal, pues no podía ver padecer al prójimo. El buen hombre, que oyó que por un par de guantes tendría la casa, al momento iba a darle los suyos (que eran por cierto de punto de estambre azul con ribetes blancos); pero el otro le hizo ver lo que él llamaba guantes, y no hubo más remedio que transigir con él en medía docena de medallas de pelucón.
Después de éste vinieron los gastos de escritura, alcabala, hipotecas, arquitecto consultor, reconocimiento de títulos, etc., etc., lo cual iba haciéndose sentir terriblemente en el archivo numismático del tendero. Pero todo lo dio por bien empleado cuando con toda la solemnidad legal se vio investido con la autoridad de propietario, dándosele a reconocer a los inquilinos como único dueño de la finca, a quien debían acudir con el pago de sus alquileres, en seguida abrió y cerró puertas, y paseó las habitaciones, echando fuera las gentes que dentro estaban haciendo otros actos de dominio no turbado ni contradicho, con lo cual se le dio la posesión en forma.
Al siguiente día abrió su tribunal en la trastienda de su almacén, para oír y juzgar las reclamaciones de los inquilinos; las cuales estaban reducidas a pedir rebajas en los precios y varias obras de comodidad; sin embargo, el tendero, por un sistema de compensación, tuvo por más prudente desestimar las obras y solo proveer a la subida de precios con arreglo al presupuesto de productos que él se había formado al comprar la casa. -En vano los inquilinos intentaron reclamar aquella violación de su derecho; la autoridad de un dueño nuevo es terrible, y nada pudieron lograr; pero deseosos de vengarse del todo, fueron tomando la determinación de dejar la casa quedando a deber dos, tres o más meses de alquiler; con lo cual tuvo el propietario que entablar tantas demandas como inquilinos eran, y luego otras tantas como plazos les señalaron para pagar, con cuyos gastos vino a duplicar el importe de las deudas. -Por otro lado, los vecinos, esparcidos por aquellos barrios de Monserrat y del Hospicio, desacreditaron la casa vieja y el casero nuevo en términos, que en vano este había gastado ya cinco cuadernillos de papel para poner en los balcones la seña del alquiler, y diez pesetas en anuncios del Diario, porque nadie parecía a pretenderla, con lo cual su autoridad dominal venía a quedar puramente nominal.
Nada de esto sabía bien al nuevo propietario, tanto más, cuanto que el pago de la contribución de frutos civiles, regalía de aposento, farol y sereno, censos y demás cargas eran invariables, ya estuviese alquilada, ya no; y por otro lado, los actuales inquilinos (que eran los ratones), además de habitarla gratis, minaban los cimientos y destruían el edificio; así que, convencido por estas circunstancias, por el ejemplo general de refundición, por las invitaciones de su esposa, y más que todo, por los cálculos moderadísimos de su arquitecto, determinó reformar su casa, dándola el aspecto de la novedad y de la frescura.
Dicho y hecho; plan de tintas de colores, licencia, cálculo de ganancias, presupuesto de gastos; todo se formó en un instante, y la obra empezó bajo la dirección del consabido. Abajo el tejado; piso tercero, cuarto, buhardillas... Pero ¡qué desdicha! a los primeros golpes húndese una viga y el pavimento del segundo se desploma detrás; el principal, como si hubiese aguardado esta señal, verifica la misma operación. -Pues, señor, ya nos encontramos en la tienda sin necesidad de bajar escaleras. -¿Qué se hará? ¿Qué no se hará? -Y estando en esto, los cimientos flaquean, la fachada se inclina, y por mucha prisa que los obreros se daban para aligerar, una nube de polvo, deshaciéndose en las nubes, dejó ver al segundo día el ancho boquerón en que fue la casa, cubierto de vigas y de cascotes.
Ya tenemos a mi señor de obra en el caso de edificar una casa de nueva planta, cuando solo pensaba reformar la antigua, para lo cual contaba con los fondos suficientes. Estos quedaron consumidos en sacar los nuevos cimientos; en vano acudió a la enajenación de efectos y alhajas; todo ello bastó para elevar el primer piso; empeñado en su empresa, recurre a los prestamistas, los cuales le adelantan lo suficiente para elevar el segundo, bajo la garantía e hipoteca del principal; por último, una comunidad de monjas se le opone a la elevación del tercero, por sobreponerse a las paredes de su huerta. No le queda más arbitrio al nuevo propietario que subdividir en muchas habitaciones los dos mil pies de terreno que posee, y siguiendo la regla de las monteras, asigna a cada una lo estrictamente necesario para poder vivir inquilinos liliputienses, si bien gastando en puertas y ventanas más de un año del alquiler.
Pero concluida que fue la casa, y colocada en el caballete del tejado la cruz de siete brazos y siete banderas, empezó a disfrutar los placeres consiguientes a la calidad de dueño que tanto había deseado.
Entonces observó la puntualidad y buenos modos de los vecinos para pagarle su alquiler; la tolerancia de las contribuciones; las multas improvisadas; la sencillez y la moderación de las cuentas de los albañiles y vidrieros, carpinteros y soladores; la entretenida historia de las demandas de despojo, las divertidas comparecencias judiciales; los términos por equidad; los mandamientos de amparo; y tantos otros incidentes como dan grata ocupación a los caseros y campo al ingenio de los inquilinos de Madrid.
Mas lo peor del caso fue, que la señora tendera y las niñas, luego que se vieron con casa propia, dijeron con resolución: «No más mostrador»; y fue tal su energía, que consiguieron determinar al amo de casa a trasladarse a vivir al cuarto principal de la propia. Con todas estas bajas, los empeños contraídos, lejos de disminuirse, fueron en aumento con los intereses anuales, en términos que, a vuelta de algunos años, el hipotecario, observando que su crédito ascendía ya al valor de toda la finca, la reclamó judicialmente y le fue adjudicada.
De esta manera desapareció el tesoro del almacenista, cual precioso monumento extraído sin precaución de las ruinas de Herculano, que se deshace y evapora a la sola impresión del aire.
«No todo lo que es brillante
Riqueza al avaro ofrece;
Oro la alquimia parece;
Vidrio hay que imita al diamante».
TIRSO DE MOLINA.
Nada hay tan lisonjero para un honrado tendero de esta villa como la idea de invertir en una casita propia el resultado de sus cálculos y combinaciones sobre el queso de Rochefort y los barriles de Málaga. Mientras estos solo le produjeron el ahorro de un millar de pesos, limitó sus proyectos a enriquecer su almacén y dar mayor ensanche a sus negociaciones; lisonjeado por el éxito de estas, alquiló una espaciosa tienda y la embelleció con cristales y columnas, al paso que abandonó la antigua manía de tener siempre el mejor género; los hombres son niños grandes y pagan más caro lo brillante que lo bueno.
Este cálculo se hizo nuestro almacenista, y una continua lluvia de plata y cobre, cayendo armoniosamente en el cajón del mostrador, fue trasformada por él, con el mayor sigilo, en sendas onzas de Carlos III, escudos y doblones de nuestro monarca actual.
¡Qué plenitud de contento equivale al de aquel cuando, cerrada la tienda y despachada la familia a una merienda en el Canal, se entregaba los domingos a sus anchuras al arqueo de su caja! ¡Qué invenciones tan peregrinas para ponerla a cubierto, no tan solo de la vista de los extraños, sino de las sospechas de los propios! Porque a nuestro hombre no se le ocultaba que los enemigos domésticos son los más temibles para el caudal, y que las necesidades o exigencias de su esposa y de sus hijos podrían crecer al compás de sus talegos. Así que él mismo se los cosía y recortaba, colocándolos luego en los sitios más excusados; y hubiera deseado que existiese moneda equivalente al valor de todos ellos, para llevarla siempre consigo con el mayor disimulo; pero ya que esto no podía ser, las había reducido al menor número posible de fracciones, todas de ley y peso conveniente, y de sonido más grato a sus oídos que romance de Bellini cantado por la Meric Lalande.
Satisfecho, pues, con su incógnito monetario, aparentaba con todos la mayor escasez, negando siempre tener el menor fondo de reserva, si bien por otro lado no dejaba de calcular que su dinero, así arrinconado, nada le producía, y se hallaba además expuesto a un caso fortuito de incendio, robo o cosa tal. Así que, después de muchas noches de desvelo, vino a resolver que sería lo más conveniente emplear su capital en una casita asegurada de incendios, en el casco de esta villa, con lo cual se proporcionaría multitud de goces y privilegios, amén de un cinco o seis por ciento, rédito de su capital.
Vivamente afectado con tan feliz idea, se levantó una mañana, y su primera diligencia fue correr a suscribirse al Diario de Avisos, con el objeto de ponerse al corriente de todas las ventas a pública subasta, ya en virtud de providencia, ya a voluntad de sus dueños. Embebido desde entonces en esta grata lectura, solía pasar los dos tercios de la mañana; luego se ponía su sombrero, y envuelto en su astrosa capa, dirigíase a la casa en venta, y la miraba con disimulo desde el portal de enfrente; después subía la escalera y llamaba en todos los cuartos con cualquier pretexto para reconocer lo que podía del interior; en seguida iba a la escribanía por donde se verificaba la subasta a ver el expediente, y desde allí pasaba a la contaduría de aposento a reconocer los planos de Madrid; con cuyas noticias, malas o buenas, no dejaba de consultará un aprendiz de arquitecto, corredor de ventas, el cual siempre le daba las mejores ideas de la casa, aunque no fuese más que por cobrar su tanto por ciento de comisión; pero al tratarse de tocar a sus monedas, faltábale a nuestro hombre la resolución y dilataba el plazo para ocasión más oportuna.
Por último, llegó un día en que el anuncio de una venta en la calle de la Palma Alta vino a despertar sus ideas adquisidoras; la sola consideración de poseer una casa en la calle en que había nacido bastaría a decidirle, si las seguridades de su arquitecto, las invitaciones del escribano y los respetuosos homenajes de los inquilinos, que desde el primer día le saludaron como a su futuro casero, no hubieran añadido a sus deseos una fuerza irresistible.
La casa se vendía en virtud de mandamiento judicial y para pago de acreedores, los cuales en vano habían esperado postores que hiciesen subir su valor; si hubiera estado situada en la calle de Carretas, de Alcalá, o cosa tal, millares de comerciantes ricos, americanos emigrados, o compañías revendedoras se hubieran apresurado a doblar su tasación; pero como era en la calle de la Palma Alta, todos la desdeñaban, y solamente nuestro tendero tenía empeño en poseerla.
No dejó de conocerlo el escribano, el cual lo trasmitió a los acreedores, manifestándoles el único medio de sacar partido del entusiasmo de nuestro comprador; y con efecto, llegado el día de la subasta, verificada en el piso bajo de las Casas Consistoriales ante la presencia judicial, el honrado tendero, que creía hallarse solo, vio con sorpresa un banco entero de oposición, cuyos individuos se empeñaban en pujarle siempre mil reales más; y en los intermedios de los pregones, hablaban entre sí, ponderando las cualidades de la tal casa, y manifestando su empeño en llevarla; pero mi tendero, rascándose la frente y tentándose el garguero, pujaba más, y ya la mayor parte de aquellos se iba retirando, fingiendo sentimiento por la derrota; solo quedaba uno, más obstinado que los demás, el cual, fijo en sus mil reales más, hizo desconfiar al pujante tendero de vencerle, y por fin, con harto sentimiento se determinó a cederla; pero no bien habían salido de la subasta, cuando llamándolo el nuevo dueño de la finca, le hizo presente que él había hecho la puja por encargo; pero que si tenía fuertes deseos de la casa, estaba resuelto a cedérsela, aunque hubiera que dar algunos guantes a su principal, pues no podía ver padecer al prójimo. El buen hombre, que oyó que por un par de guantes tendría la casa, al momento iba a darle los suyos (que eran por cierto de punto de estambre azul con ribetes blancos); pero el otro le hizo ver lo que él llamaba guantes, y no hubo más remedio que transigir con él en medía docena de medallas de pelucón.
Después de éste vinieron los gastos de escritura, alcabala, hipotecas, arquitecto consultor, reconocimiento de títulos, etc., etc., lo cual iba haciéndose sentir terriblemente en el archivo numismático del tendero. Pero todo lo dio por bien empleado cuando con toda la solemnidad legal se vio investido con la autoridad de propietario, dándosele a reconocer a los inquilinos como único dueño de la finca, a quien debían acudir con el pago de sus alquileres, en seguida abrió y cerró puertas, y paseó las habitaciones, echando fuera las gentes que dentro estaban haciendo otros actos de dominio no turbado ni contradicho, con lo cual se le dio la posesión en forma.
Al siguiente día abrió su tribunal en la trastienda de su almacén, para oír y juzgar las reclamaciones de los inquilinos; las cuales estaban reducidas a pedir rebajas en los precios y varias obras de comodidad; sin embargo, el tendero, por un sistema de compensación, tuvo por más prudente desestimar las obras y solo proveer a la subida de precios con arreglo al presupuesto de productos que él se había formado al comprar la casa. -En vano los inquilinos intentaron reclamar aquella violación de su derecho; la autoridad de un dueño nuevo es terrible, y nada pudieron lograr; pero deseosos de vengarse del todo, fueron tomando la determinación de dejar la casa quedando a deber dos, tres o más meses de alquiler; con lo cual tuvo el propietario que entablar tantas demandas como inquilinos eran, y luego otras tantas como plazos les señalaron para pagar, con cuyos gastos vino a duplicar el importe de las deudas. -Por otro lado, los vecinos, esparcidos por aquellos barrios de Monserrat y del Hospicio, desacreditaron la casa vieja y el casero nuevo en términos, que en vano este había gastado ya cinco cuadernillos de papel para poner en los balcones la seña del alquiler, y diez pesetas en anuncios del Diario, porque nadie parecía a pretenderla, con lo cual su autoridad dominal venía a quedar puramente nominal.
Nada de esto sabía bien al nuevo propietario, tanto más, cuanto que el pago de la contribución de frutos civiles, regalía de aposento, farol y sereno, censos y demás cargas eran invariables, ya estuviese alquilada, ya no; y por otro lado, los actuales inquilinos (que eran los ratones), además de habitarla gratis, minaban los cimientos y destruían el edificio; así que, convencido por estas circunstancias, por el ejemplo general de refundición, por las invitaciones de su esposa, y más que todo, por los cálculos moderadísimos de su arquitecto, determinó reformar su casa, dándola el aspecto de la novedad y de la frescura.
Dicho y hecho; plan de tintas de colores, licencia, cálculo de ganancias, presupuesto de gastos; todo se formó en un instante, y la obra empezó bajo la dirección del consabido. Abajo el tejado; piso tercero, cuarto, buhardillas... Pero ¡qué desdicha! a los primeros golpes húndese una viga y el pavimento del segundo se desploma detrás; el principal, como si hubiese aguardado esta señal, verifica la misma operación. -Pues, señor, ya nos encontramos en la tienda sin necesidad de bajar escaleras. -¿Qué se hará? ¿Qué no se hará? -Y estando en esto, los cimientos flaquean, la fachada se inclina, y por mucha prisa que los obreros se daban para aligerar, una nube de polvo, deshaciéndose en las nubes, dejó ver al segundo día el ancho boquerón en que fue la casa, cubierto de vigas y de cascotes.
Ya tenemos a mi señor de obra en el caso de edificar una casa de nueva planta, cuando solo pensaba reformar la antigua, para lo cual contaba con los fondos suficientes. Estos quedaron consumidos en sacar los nuevos cimientos; en vano acudió a la enajenación de efectos y alhajas; todo ello bastó para elevar el primer piso; empeñado en su empresa, recurre a los prestamistas, los cuales le adelantan lo suficiente para elevar el segundo, bajo la garantía e hipoteca del principal; por último, una comunidad de monjas se le opone a la elevación del tercero, por sobreponerse a las paredes de su huerta. No le queda más arbitrio al nuevo propietario que subdividir en muchas habitaciones los dos mil pies de terreno que posee, y siguiendo la regla de las monteras, asigna a cada una lo estrictamente necesario para poder vivir inquilinos liliputienses, si bien gastando en puertas y ventanas más de un año del alquiler.
Pero concluida que fue la casa, y colocada en el caballete del tejado la cruz de siete brazos y siete banderas, empezó a disfrutar los placeres consiguientes a la calidad de dueño que tanto había deseado.
Entonces observó la puntualidad y buenos modos de los vecinos para pagarle su alquiler; la tolerancia de las contribuciones; las multas improvisadas; la sencillez y la moderación de las cuentas de los albañiles y vidrieros, carpinteros y soladores; la entretenida historia de las demandas de despojo, las divertidas comparecencias judiciales; los términos por equidad; los mandamientos de amparo; y tantos otros incidentes como dan grata ocupación a los caseros y campo al ingenio de los inquilinos de Madrid.
Mas lo peor del caso fue, que la señora tendera y las niñas, luego que se vieron con casa propia, dijeron con resolución: «No más mostrador»; y fue tal su energía, que consiguieron determinar al amo de casa a trasladarse a vivir al cuarto principal de la propia. Con todas estas bajas, los empeños contraídos, lejos de disminuirse, fueron en aumento con los intereses anuales, en términos que, a vuelta de algunos años, el hipotecario, observando que su crédito ascendía ya al valor de toda la finca, la reclamó judicialmente y le fue adjudicada.
De esta manera desapareció el tesoro del almacenista, cual precioso monumento extraído sin precaución de las ruinas de Herculano, que se deshace y evapora a la sola impresión del aire.