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jueves, 28 de febrero de 2013

Pepe Marchena por Fandangos, el segundo... vivan las matemáticas

¿El trece dónde estará?
y el once le dijo al doce...
¿Y el trece dónde estará?
Y le respondió el catorce:
El quince te lo dirá,
que el dieciséis lo conoce...

Poemas de "Destrucción de la mañana" de José María Fonollosa (5)

17

Según luce en la historia, algunos hombres
a mi edad, nuestra edad, ya disponían
del poder, de la gloria, del dinero...
Les llegó por la herencia o por la suerte.

Mas miramos a aquellos, unos pocos,
que escalaron las cimas más lejanas
a base de un esfuerzo sobrehumano.

El que nos propusimos emprender
y ninguno ha cumplido. Nuestros sueños
quedaban a jirones entre riscos
que nos era imposible superar.

O abandonaron demasiado pronto,
cuando se presentaba, rudamente
insalvable, cualquier dificultad.

23

Me detengo a fijarme en otros cuerpos.
Gordos, delgados, altos, grandes, bajos.
Cuerpos pequeños, ínfimos, enormes,
huesudos, desgarbados y contrahechos.

Vigilo cuando allegan a mi lado
por si entre ellos surgiera, de improviso,
el cuerpo que tenía, ansiosamente
buscándome, él también, entre el tumulto.

Pero no hay más que viejos en la calle.
Cabellos blancos, calvas... Las arrugas
aran la piel rojiza de las caras.
Caras sonrientes, tristes. Todas viejas.

Son montones de células extintas
pegadas a proyectos de cadáveres.
Las estudio con odio y repugnancia
como si fueran copias de mis rasgos.

27

Es absurdo vivir. Y duele mucho.
Mi vida no era al mundo necesaria.
No soy más que un estorbo para algunos
y un estrobo también para mí mismo.

Y así somos los más. Unos objetos
molestos arrojados a la vida
que aparta alguna gente cuando avanza.
Todo ha salido mal. Todo mal sale.

Poemas de José Almendros en "Nostálgicas", publicado en 1898. Hoy "El viaje humano" y "X"

EL VIAJE HUMANO

Era el mancebo gentil y hermoso,
nacido sólo para gozar,
amado y joven y poderoso;
mas, triste a veces y pesaroso,
él se decía:—¡Hay algo más!

Dejó los dulces patrios lugares,
y tras la dicha corrió al azar,
cruzó animoso tierras y mares
y dijo hallando sólo pesares:
— No hay sobre el mundo felicidad!...
.....................................
.....................................

****

Cruzando un valle triste y lejano
dio con un viejo de grave faz.
—¿Adónde corres?—dijo el anciano.
—Busco la dicha.
        —Buscas en vano;
la vas dejando siempre detrás.
Yo, sin seguirla, logré encontrarla.
—¡Tú!... ¿La imposible felicidad?...
¡Oh! Dime, anciano, ¿cómo alcanzarla?
¿Qué debe hacerse para lograrla?...
—Hay que dejarla de desear.



X

¡Qué lento el día!... Sus largas horas
inalterables cruzando van...
pasos del tiempo que en lo invisible
su tarda planta temblando da.

¡Qué lento el día!... De su tristeza
flota en los aires algo espectral;
hondo suspiro que lo creado
cansado lanza por descansar.

Perdida vuelta del giro eterno
en que camina todo a compás;
sin que se alcance por qué ni cómo
surgió ni cuándo terminará.

Giro en que todo va a un fin oscuro
de que es inútil ciego auxiliar;
vuelta sin alto; círculo inmenso
sin la esperanza de la espiral.

Invariable piedra miliaria
que en el camino pasando va,
y en curso lento detrás quedando
al alejarse trae otra igual.
.....................................
.....................................

¡Lento va el día!... Sus tardas horas
inalterables cruzando van...
pasos que el hombre sin saber dónde
da hacia un abismo sin saber cuál...

"¿Quién me dará un coraçón tan alto..." y "No é de pedir sino lo que merezco...", sonetos de Juan Boscán

¿Quién me dará un coraçón tan alto        
que d'amor pueda escudriñar los hechos,        
sin que mis daños proprios, o provechos,        
s'atraviesen a darme sobresalto?        

Comienço a contemplar y luego salto
por medio del deleite en mil despechos        
que m'arrancan el alma de los pechos        
y quedo yo acusándome de falto.        

Cargan tristezas, mas en mitad dellas        
el spíritu d'amor sostiene'l gusto
y defiende que'l desamor no tiente.        

Es el proceso de'sto muy injusto;        
quema el fuego y alumbran las centellas;        
el bien se huele y el dolor se siente.

___

No é de pedir sino lo que merezco,        
y é de pediros cuanto yo deseo.        
Igualo el merecer con el deseo        
y entiendo bien con esto a qué m'ofrezco.        

Así lo digo, y no m'ensoverbezco,
ni en palabras inchadas me rodeo;        
antes, según yo desto siento y creo,        
de sola la verdad me favorezco.        

No quiso Dios dar bien no merecido,        
y así nos dio con qué se mereciese.
El alma os doy, y os doy lo que's posible;        

¡Y oxalá yo, señora, más pudiese!        
Con esto, pues, merezco lo que pido,        
y hasta donde comiença lo imposible.

lunes, 25 de febrero de 2013

"La casa de Cervantes" de Mesonero Romanos y sus consecuencias

La casa de Cervantes

«Los sitios habitados en otro tiempo por los hombres ilustres excitan grandes y generosos recuerdos,
y no sin razón se ha comparado la fama que les sigue a aquellas preciosas esencias que llenan el
espacio y se evaporan difícilmente».
JOUY.

El antiguo Madrid no existe ya. Si por ventura lució con el nombre de Mantua en tiempo de los griegos, ningún testimonio sólido nos queda para probar tan remota antigüedad. ¿Pretendemos buscar el Maioritum o la Ursaria de los romanos? ¿Dónde están, pues, los templos, los circos, los caminos, los acueductos con que aquéllos enriquecieron su recinto? Ni una sola piedra nos demuestra su existencia en aquella época. Los godos, que arrancaron a los romanos el imperio de España, gobernándola por siglos hasta la invasión de los sarracenos, ¿qué monumentos de su poder dejaron a esta villa? ningunos; ni las historias de aquellos reinados la nombran aún.

¿Qué pruebas tenemos de la prosperidad del Magerit de los mahometanos? Un estrecho recinto contenido desde el sitio donde estuvo el Alcázar y al de Puerta de Moros, y en él muchas calles revueltas y costaneras; uno o dos templos de mezquinas proporciones, y los nombres de algunos sitios; tales son los únicos restos de la villa avanzada de Toledo, de la conquista de Alfonso VI.

El soberbio Alcázar de Madrid, que resistió a las tropas del Sultán de Marruecos, y posteriormente jugó un papel de importancia en las civiles guerras de don Pedro y D. Enrique, doña Isabel y doña Juana; las poderosas murallas, las torres y puertas que aún se conservaban en el reinado del Emperador, todo fue desapareciendo con el tiempo, pudiéndose hoy apenas encontrar algún otro edificio cuya fecha sea anterior al establecimiento de la corte en Madrid por el señor don Felipe II. Empero, aquella real determinación, atrayendo a esta villa el poder y la riqueza de dos mundos, hizo nacer como por encanto una población cuya extensión y suntuosidad oscureció casi del todo las glorias de la antigua; y he aquí la razón por que los recuerdos matritenses apenas penetran más allá de aquella época.

La imaginación se sorprende con el brillante espectáculo de la corte del poderoso Felipe II y de sus dos sucesores. Capital de la monarquía más extendida del orbe; llave de la política europea; teatro de los más importantes acontecimientos; centro de los hombres más distinguidos, Madrid se identifica entonces con los recuerdos más gloriosos, y su historia es ya desde aquella época la historia de la monarquía. -Eternos, por lo tanto, deberían ser los monumentos de tal grandeza; mas, por desgracia, el trascurso de los tiempos, los desastres de las guerras y el capricho y comodidad de los moradores de esta villa han ido destruyendo continuamente aquellos históricos documentos, en términos que sólo algún otro edificio público nos queda para idea de la corte de los siglos XVI y XVII.

Verdad es que la munificencia de los augustos soberanos de la casa de Borbón, dirigida por el buen gusto de la época presente, han hecho olvidar la falta de aquellas antigüedades con magníficas obras que prestan a la villa su actual suntuosidad. -El palacio de Felipe IV pereció, pero en su lugar se eleva uno de los más elegantes de Europa. El sitio del Buen-Retiro, obra del poderoso Conde-Duque, apenas conserva vestigios de su primera faz, si bien ostenta en el día nuevos primores. Los templos fundados durante los reinados de la casa de Austria, destruidos por la mayor parte en la invasión francesa, aparecen hoy despojados de su carácter de antigüedad, y revestidos del gusto moderno. Los paseos, teatro de las de aquella época, presentan hoy un aspecto y una importancia diferentes; el ingenioso Calderón desconocería el florido Parque de Palacio en el inculto término que hoy conocemos con aquel nombre, al paso que sentiría admiración al contemplar el magnífico paseo que ha sustituido al desigual y escabroso Prado de San Hierónimo. Los palacios de los magnates, los edificios públicos, las magníficas puertas, y el aspecto, en fin, de novedad y elegancia que adornan a la corte de Carlos III y Fernando VII, la harían desconocida a los mismos que en otro tiempo la pintaran; al inmortal Cervantes, al sublime Calderón, al fecundo Lope, al festivo Quevedo, y a tantos otros como en aquellos siglos formaron las delicias de Madrid, cautivando la admiración de Europa.

Mas si nuestra exigencia y nuestro lujo pueden tal vez hallarse satisfechos con la moderna belleza de los objetos que nos rodean, no así lo quedaría nuestro entendimiento y nuestra memoria si pretendieran saborear la magia de los recuerdos, despojados ora de los restos de la antigüedad; en vano intentaríamos respirar el aura de la gloria en los sitios habitados por los hombres ilustres; en vano pretendiéramos identificarnos con ellos, uniendo su memoria a los objetos materiales que les rodearon en vida; la simple vista de aquellos monumentos nos sacaría al instante de nuestro error, ofreciéndonos solamente la mano del moderno artista donde buscábamos la sombra del antiguo genio.

No era un mero capricho el que había determinado en mí estas reflexiones, sino la escena que acababa de presenciar, y en la que yo había sido uno de los interlocutores. Parado una de estas últimas mañanas en la calle del León, viendo derribar la casa número 20 de la manzana 228, que hace esquina y vuelve a la de Francos, había largo rato que permanecía abismado en aquellas o semejantes consideraciones, cuando llamó mi atención, viniendo a sacarme de mi éxtasis, el caballero Roberto Welford, joven inglés de ilustre nacimiento, y uno de los poquísimos extranjeros que visitan nuestra España con sólo el objeto de verla.

-¿Qué hace V. ahí -me dijo-, tan absorto y entretenido?
-Veo derribar una casa.
-Por cierto que es un filosófico espectáculo.
-Acaso más de lo que V. cree.
-Conforme: si la casa es de V., desde luego le doy la razón.
-No, no es mía, ni un sentimiento material y mezquino es lo que me ocupa en este momento; más sublime es la idea que me hacen nacer esas ruinas, y V. sin duda participará de mi sensación cuando le diga que en esa casa, que desaparece ante nuestra vista, vivió y murió pobremente MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA.
- ¡La casa de Cervantes! ... (un golpe eléctrico no hubiera hecho impresión tan repentina en el semblante del inglés como la que le produjo el solo nombre del autor inmortal). ¿Es posible? - exclamó con resolución-, y ¿quién se atreve a profanar la morada del escritor alegre, del regocijo de las musas?
-El interés, míster, el interés será el que justamente incline a su dueño a sacar más partido de su propiedad, sin cuidarse de glorias que nada le producen.
-¿Y por qué no le producen? ¿Por qué los magnates, los cuerpos literarios, los particulares amantes de su país no se apresuraron a adquirir a toda costa el único resto conmemorativo de tan célebre autor, para evitar cuidadosamente su aniquilamiento? -(Y esto diciendo, sacó su álbum y empezó a dibujar la fachada de la casa; acción sencilla, pero expresiva, que hizo correr mis lágrimas.
-Los ilustrados historiadores y anotadores de Cervantes (decíale yo mientras continuaba su dibujo) han averiguado con efecto, a no poderlo dudar, que habitando esta casa arrebató la muerte al hombre célebre, cuya sangre derramada en los combates, cuyo ánimo esforzado en las prisiones, y el sublime mérito, en fin, de sus obras en la paz y en el retiro, no pudieron despertar la atención de sus contemporáneos, viviendo en medio de ellos pobre y necesitado, y muriendo oscura y miserablemente el día 23 de abril de 1616.
-¡Cómo! (exclamó vivamente el inglés), ¡en el mismo día que nuestro Shakespeare! Pero el poeta britano tiene el soberbio mausoleo de Westminster, al lado de nuestros monarcas, mientras que el español... ¡Qué contraste!
-Su cuerpo fue depositado, por disposición suya, en el convento contiguo de las monjas Trinitarias; pero el injusto desdén que le persiguió durante su vida, privó a sus cenizas del homenaje merecido, llegándose a ignorar hoy el lugar de su sepultura; culpa imperdonable en sus ingratos contemporáneos.
Los más eruditos españoles que vinieron después, ocupados cuidadosamente en recoger los más pequeños datos de la vida del autor del QUIJOTE; los sabios de todas las naciones, formando una sola voz para encomiar aquella obra inmortal; las prensas y buriles, continuamente ocupados en reproducir sus bellezas con todo el lujo artístico, no eran aún completo desagravio a la ultrajada memoria de Cervantes. Estaba, pues, reservada esta gloria a nuestro monarca actual, consagrando a aquél un monumento más noble y desconocido entre nosotros; si, amigo mío; a la voz del Soberano, y bajo la dirección de un ilustrado magnate, cuyo nombre se enlaza naturalmente con los estímulos dados a las letras y a las artes, ya el cincel del español Solá reproduce las facciones del Manco de Lepanto, para que, colocada su estatua en una de las plazas públicas de esta capital, sirva de eterno tributo consagrado a la memoria del escritor que forma el orgullo de la nación y las delicias del género humano.

-Cuando el Gobierno da el ejemplo (replicó el inglés), el público no debía mostrarse indiferente, y una suscrición voluntaria debería, no sólo haber libertado esta casa de su ruina, sino haberla consagrado exclusivamente a la mansión de un Cuerpo literario u otro objeto adecuado a la memoria del ilustre escritor.
-¡Qué quiere V.! Esos testimonios, prodigados al genio en otros países, no excitan entre nosotros emulación ni entusiasmo. Vea V. desde aquí, sin ir más lejos, aquella casa baja, señalada con el número 11 antiguo (en la nueva numeración tiene el 15), en la calle de Francos; pues ésa fue propiedad del famoso LOPE DE VEGA, el cual colocó sobre su puerta esta filosófica inscripción: «Parva propria magna, magna aliena parva». En ella vivió y murió, y aunque, por una excepción extraña entre nosotros, reunió durante su vida a una decente medianía la gloria que sus numerosas obras le produjeron, y mereció a su muerte el duelo general de todo un pueblo, que acompañó sus restos hasta la bóveda de San Sebastián, muy luego fue olvidado en ella, y a pesar de los propósitos del Duque de Sesa, su testamentario, de levantarle un mausoleo correspondiente, es lo cierto que no llegó a verificarse, y que sus cenizas fueron confundidas después con las de la multitud.

Vuelva V. la vista a esa calle que tenemos a la derecha (que es la llamada del Niño); en ella, y su número 4, vivió el ingeniosísimo Quevedo, aunque de resultas de las graves persecuciones que sufrió, murió pobremente en la Torre de Juan Abad, siendo enterrado en Villanueva de los Infantes, a pesar de haber ordenado que su cuerpo se trajese a Santo Domingo de Madrid.

El más privilegiado en este punto de nuestros antiguos escritores es Calderón, quien, habiendo legado sus bienes a la piadosa Congregación de Presbíteros naturales de esta corte, de que fue Hermano mayor, mereció de ésta un sencillo cenotafio en el sitio de su sepultura, a los pies de la iglesia de San Salvador, que aún existe, con el retrato del poeta, pintado por su amigo D. Juan de Alfaro.

Este es el único monumento que recuerdo existente hoy en Madrid elevado a las cenizas de un escritor, al paso que observará V. muchos prodigados a nombres sólo conocidos por sus títulos y riquezas. Mariana, Solís, Saavedra, Moreto, Tirso, Juan de Herrera, Velázquez, y otros tantos cuyos sublimes genios formaron otro tiempo el encanto de la corte y de la nación entera, yacen ignorados, sin que nadie se duela de ellos; los modernos Jovellanos, Isla, Meléndez, Moratín, Cienfuegos, Maiquez, y otros muchos, víctimas de su desgraciada suerte, fueron, por lo general, cubiertos con extraña tierra; y si bien la benevolencia del Monarca ha levantado monumentos duraderos a la memoria de algunos de ellos con la edición magnífica de sus obras, la indiferencia del público es la misma; y en prueba de ello, me contentaré con citar a usted un hecho solo.

Aun no hace tres años que la Real Junta de Damas de Honor y Mérito de la piadosa Casa Inclusa de esta corte determinó rifar la casa y huerta de Moratín en la villa de Pastrana, de que aquél había hecho generosa cesión a dicho establecimiento. Dejo a V. considerar el resultado de una rifa abierta en Londres a la casa de Shakespeare, o en París a la de Molière; pues bien, en Madrid fueron tan pocos los billetes despachados a la de Moratín, que volvió a quedar por el mismo Establecimiento; bien es verdad que ni en los anuncios ni billetes se expresó haber pertenecido al Terencio español; pero esto mismo prueba la persuasión en que se estuvo de que semejante título no añadiría mayor estímulo a los jugadores.

A este punto llegábamos de nuestra plática, cuando un gran trozo de pared, viniendo al suelo y envolviéndonos en una nube de polvo, nos obligó a retirarnos de aquel sitio, si bien lentamente y volviendo a cada paso los ojos a la casa de Cervantes.

NOTA. -La lectura de este artículo, publicado por el Curioso Parlante en la Revista Española el día 23 de abril de 1833 (aniversario de la muerte de Cervantes), llamó la atención del rey don Fernando VII, y excitó de tal manera el celo patriótico del difunto Comisario de Cruzada, D. Manuel Fernández Varela, que inmediatamente llamó al autor y empezó a dar activos pasos, que produjeron a los diez días la Real orden que se copia a continuación. El autor de esta obrita se lisonjea en recordar aquí la parte que pudo caberle en tan patriótica resolución.

REAL ORDEN
«Ministerio del Fomento general del Reino. -Cuando llegó a noticias del Rey nuestro señor que se estaba demoliendo, por hallarse ruinosa, la casa núm. 20 de la calle de Francos de esta corte, en que tuvo su modesta habitación el célebre Miguel de Cervantes Saavedra, que tanto honor y lustre ha dado a su patria, se sirvió S. M. prevenirme que por medio de V. S. se hiciesen proposiciones al dueño de ella, para que, adquiriéndola el Gobierno, se reedificase y destinase a algún establecimiento literario. Pero habiendo manifestado V. S. que aquél tenía repugnancia a enajenarla, y queriendo S. M., por una parte, que sea respetada la propiedad particular, y por otra, que quede a lo menos en dicha casa y a la vista del público un recuerdo permanente de haber sido la morada de aquel grande hombre, ha tenido por conveniente resolver que en la fachada de la referida casa, y en el paraje que parezca más a propósito, se coloque el busto de Miguel de Cervantes, de que está encargado D. Esteban del Agreda, director de la Real Academia de San Fernando, con una lápida de mármol y la correspondiente inscripción en letras de bronce. El Comisario general de Cruzada, vice-protector de la misma Academia, D. Manuel Fernández Varela, animado de su celo por el fomento de las artes y por las glorias de su patria, se ha apresurado a proponer a S. M. que de los fondos que se hallan bajo su dirección, y de la parte de ellos que está destinada a auxiliar a los artistas, se haga el gasto necesario para llevar a efecto este pensamiento, lo que S. M. se ha dignado aprobar. Y de su Real orden lo comunico a V. S. para que tenga su debido cumplimiento, poniéndose V. S. de acuerdo con el expresado Comisario general, vice-protector de la Academia, a quien lo traslado con esta fecha, y con el dueño de la casa, que ha dado para ello su consentimiento. Dios guarde a V. S. muchos años.
-El Conde de Ofalia. -Madrid, 4 de mayo de 1833. -Señor Corregidor de esta villa».

En consecuencia de esta Real orden, y verificada la reedificación de la casa, se colocó sobre la puerta principal de ella, que da a la antigua calle de Francos, un medallón de mármol de Carrara, que representa la imagen de Cervantes en alto relieve, sobre un cuadrilongo de piedra berroqueña, adornado con trofeos poéticos, militares y de cautividad, y debajo una lápida de mármol de Granada con esta inscripción en letras de oro:

AQUÍ VIVIÓ Y MURIÓ
MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA,
CUYO INGENIO ADMIRA EL MUNDO.
FALLECIÓ EN MDCXVI.

La manifestación al público de este monumento tuvo lugar el día 13 de junio de 1834; y posteriormente, en la reforma de los nombres de muchas calles de Madrid, verificada por el celoso Corregidor Marqués viudo de Pontejos, se dio a la ya dicha de Francos el nombre de Calle de Cervantes, aunque, para proceder con claridad, este nombre le merecía la calle del León, porque en ella propiamente estaba la casa, aunque con accesorias a la de Francos; y con eso pudiera haberse llamado a esta última calle de Lope de Vega, pues consta la casa en que vivió y murió aquel gran poeta.

A propuesta mía en el seno de la Real Academia Española, esta ilustre Corporación dispuso colocar un elegante monumento en dicha casa, propiedad del Fénix de los Ingenios, LOPE DE VEGA, y en la cual falleció; y la solemne inauguración de dicho monumento tuvo lugar el 25 de Noviembre de 1862, aniversario del nacimiento del gran poeta.

También se dio (a propuesta mía en el Ayuntamiento) el nombre de Quevedo a la llamada del Niño, y se colocó una inscripción conmemorativa a la casa de la calle Mayor, núm. 95, en que falleció el insigne Calderón de la Barca. Últimamente, cuando en 1869 amenazó el derribo de la iglesia y convento de las Trinitarias en que yace CERVANTES, mis gestiones, en unión del Excmo. señor Marqués de Molins y D. Antonio Ferrer del Río, patrocinadas por el patriota Gobernador Sr. Moreno Benítez, dieron por resultado, no sólo la conservación de dicha iglesia y convento, sino que movieron a la Real Academia Española a costear el bello monumento mural, obra del escultor Ponzano, que luce en la fachada de dicho edificio religioso.

Poemas de Isabel Tejada en "La sonrisa del camaleón" (4, y fin)

La cuestión es

escribir
o lo que es lo mismo
buscar la grieta
esa golfa que se deja penetrar
por una luz infiltrada
               serotonina de contrabando
y así traficar palabras
verterlas mezclarlas
hasta conseguir el desorden que me
ordena
para que me coloques caliente en tu
lengua
y me leas en voz baja

escribir una voz
         alta
que escarbe orejas
creando en cada túnel
un sueño un ancla

Aferrarse y escapar de la marea
negra
de los días corruptos que nos borran


Volver a casa

después del interrogatorio de los bares
y disponerse entre las cosas muertas
cabizbajos de soledad gratos de noche
en una misma fosa común azul
para
     a duras penas y sin ganas
descuerarse despacio apuñalando el silencio
considerando un teorema
por cada sombra que nos hurga el poco fósforo
que nos queda en la reserva
y ser esa gelatina de dudas con el alma de
plastilina que se empuja a soñar como quien busca
en todas direcciones la salida de emergencia


Lo que se Esconde

Desconfío de la falsa diplomacia como postura
instantánea ante el conflicto

El silencio inteligente no es otra cosa
que un tiburón negro
que aguarda tras la roca el olor de la sangre


Desconfía

de un azar sin daño a terceros
En poder moverte del sitio y no extraviarte
de lo importante
En poder hablar con una lengua
que no esté acostumbrada al lujo del entendimiento
y no sentir como poco a poco te extingues

Poesía ultraísta, "Sueños" de Fernando de Lapi

SUEÑOS

    2

Apagué la bujía,
pero la luna entra por las rendijas.

    3

Tan ronco,
¿cómo puede cantar el gramófono?

    5

Aquelarre.
Aúlla un can en la calle.

    7

La cama,
¡qué bien navega!
Las sábanas
se han hecho velas.

    10

Que se abra al fin ese balcón fingido
y se descorra su ilusorio estor
y se inquiete su fondo adormecido.

    11

Regalo: el abanico de la brisa
para velar tu tedio y tu sonrisa.

    16

Peces
de las peceras,
para banquetes
de princesas.

    17

En el bosque hay un
guía,
para que no se pierda
Caperucita.

    18

Nuestro sueño dorado
ha de ahogarse en el baño.

    21

Agonía voluptuosa.
¿Anoche se dejaron en la alcoba
olvidadas las rosas?

    22

Me ahogo en un mar de sábanas.
Me asiré al salvavidas de la almohada.

    23

¡Estoy al borde del abismo!
¡¡Ay, ay!!...
         ...Las cinco.

    25

¡¡¡Socorro... socorr...!!!
.  .  .  .  .  .  .  .  .
Suena el despertador.

viernes, 22 de febrero de 2013

"Futuro" y "Canción", poemas de Rosario Castellanos en "Materia memorable"(9)

FUTURO

El viento no se rompe
aunque se parta en ráfagas.
Sal hay una y no más,
blanca y desmenuzada.

Ya verás cómo viene
como en el sorbo el agua,
como el mar en la ola,
como el fuego en la llama.

Ya verás cómo sube
de ser semilla a rama.
Ya verás cómo pasa
de instante a hora sagrada.

Ya está y aún no lo adviertes,
ya mueres y aún te alarmas.
Porque es tuya, eres tú y lo que es más tú:
el tuétano, la sangre, la palabra.

CANCIÓN

Yo conocí una paloma
con las dos alas cortadas;
andaba torpe, sin cielo,
en la tierra, desterrada.

La tenía en mi regazo
y no supe darle nada.
Ni amor, ni piedad, ni el nudo
que pudiera estrangularla.

jueves, 21 de febrero de 2013

Poesía con matemáticas: versos de Vicente Luis Mora y Sofía Rhei

La noche cristaliza.
El frío penetra
cada poro
y llega hasta la sangre.
Circula
su fuego
por mi cuerpo.
Noto un peso.
Una presión
que me hunde
levemente
en la arena.
No la gravedad,
es algo más.
Recuerdo
la energía oscura,
aún sin explicar,
que mantiene acelerado
y en expansión continua
y geométrica
al universo.
El cielo es negro ahora,
pero además,
en un 74%,
es inexplicable.
Las galaxias se separan
unas de otras velozmente
y cada vez más rápido,
porque el universo
se hincha
desde dentro
a sí mismo,
como si quisiera
reventar.
Si hay Dios,
es un suicida,
y si no el Caos
hace honor
al nombre.
   
Vicente Luis Mora


Los átomos pesan, pero tú eres leve,
semejante a las paredes de los conjuntos, a la teoría de los bordes
(porque me hundo al mirarte, en un océano de órbitas,
en una corriente levógira de espuma de elipses,
en un caudal de antimateria dis olv  e  n   t    e     )

y aunque los átomos tengan masa, y cuerpo,
tú eres leve,

como si no quisieras otra órbita
que la pureza del hueco.

Sofía Rhei

Rosetones hallados en internet (7, y fin)


Sergi Cobos

Collegi Sant Vicenç de Paül (Manacor)
3º de ESO - Curso 20042005


Xisca Llabrés

L'Assumpció (Binissalem)
3º de ESO - Curso 2002/2003

Todos estos rosetones los he rescatado de la página de la Fundación Foalókë. Desafortunadamente su dirección de correo me ha rebotado mi email, así que no he podido contactar con ellos. En su página accederás a otros trabajos de chicos y chicas con estrellas y nudos celtas. Disfrútalos. Ah, e instrucciones sencillas para elaborarlos.

Poemas de "Destrucción de la mañana" de José María Fonollosa (4)

13

Salgo a la calle. Dudo hacia cuál lado
dirigirme. Da igual un sitio que otro.
Todas las direcciones se bifurcan
en incomodidad o aburrimiento.

De la alta oscuridad baja la lluvia
tropezando en las ráfagas del aire
y se agarra al cabello, manos, traje...

Es bueno caminar en la llovizna.
Es bueno andar despacio bajo el agua.
Sin rumbo uno asimismo, lluvia y viento,
como agua y soplo, nada, por la calle.

14

Los nudillos golpean los cristales
de un bar en un esquina. Hasta mí arriba
mi nombre que me busca entre la lluvia.

Es grato oír el nombre que uno lleva.

Es grato descubrir que uno aún importa.
Que importa a sus amigos que le llaman
cuando pasa uno andando por la calle.

15

Me acerco adonde están. El bar alberga
una concentración de espesas sombras
que se agitan con ruido y gesticulan
en el local oscuro. Como arañas

las lámparas descienden desde el techo
y acechan los grupitos de las mesas.
Y unos rostros sonríen saludándome.
¡Esas caras no son de mis amigos!

Son sus caricaturas despiadadas
hechas por enemigos implacables.
Y ellos estarán viendo al que me usurpa
son mostrar estupor. Por si lo ignoro.

Es este nuevo cuerpo el que confunde
a la gente. Son estos nuevos cuerpos
ilícitos que a todos nos habitan
los que impiden la antigua convivencia.

Poemas de Almandrade

A  RAZÃO  EM  COMA

Pobres bibliotecas vazias
sem títulos e sem Borges,
O tempo, indiferente
ao jogo dos relógios,
não é mais dos livros.
O saber é um desconforto
de uma civilização
que vive ao redor do imediato
e humilha a memória.


GEOMETRÍA  FORA  DO  LUGAR

A esquina celebra
o ângulo.
Possível destino
de uma reta:
mudar de direção.
A rua possibilita
o retorno.
O andarilho inocente
repete o caminho
sem encontrar
uma saída.


MEDITAÇÃO 2

O corpo encontra
a fala.
Uma pedra de sal
e uma lembrança
nas costas.
o pensamento
enfraquecido
de tanto resistir
é um líquido
derramado.


RETORNO

O sonho
arranca a verdade.
Olhar é ter
a tarde remota,
aqui.
Um sopro perdido
no meio de cálculos,
uma experiência
desafia o sonâmbulo.
Agora é dia,
o sol queima a letra.

Almandrade - poemas do livro  MALABARISMO DAS PEDRAS

Y otro más del que no conozco el trabajo al que pertenece:

Ainda
o mar de Homero
habita
o céu da história.
Um lance
de dados e textos,
jogo da literatura.
Pensar é
abrir portas,
migrar
para o desconhecido.
Impossível se achar
um limite.

Gracias por compartírmelos.

Poemas de José Almendros en "Nostálgicas", publicado en 1898. Hoy "Siempre"

SIEMPRE

Cuando, al nacer el día,
se esclarece dudoso el horizonte,
dibujando en la incierta lejanía
la línea opaca del oscuro monte;
cuando mudas las cosas se confunden
en el sueño común del mismo modo,
y su indistinto lineamento funden
de la sombra en el seno y calla todo;
cuando la luz, de trémulos fulgores
tiñe el ámbito inmenso, aún indecisa,
y esbozando contornos y colores
da a los espacios su primer sonrisa,
yo, con mi eterno anhelo
de llenar el presente del pasado,
ante ese mudo sonreír del cielo,
y en recuerdos y sombras sepultado,
al evocar su juventud naciente
que al amor y la dicha amanecía,
alborada feliz de un sol riente,
promesa dulce de dichoso día,
uniendo la memoria y el deseo,
llamando a mí mis sueños de ventura,
de mi alma en las sombras, aún la veo
blanca y dulce también, celeste y pura...

****

Cuando del sol que nace,
el áureo disco sobre la alta sierra
dudoso apunta, y confundirse hace
en un beso de luz cielos y tierra;
cuando en el viento su fulgor extiende
y baña el risco, el monte, la espesura,
y acortándola al par, la sombra tiende
del árbol solitario, en la llanura;
cuando las brumas desgarradas flotan,
tiemblan las flores y en los altos nidos
los trinos surgen, y armoniosos brotan
del himno universal los mil ruidos,
por volver a sentir la dicha aquella
que hube en la senda de mi vida hallado,
al encontrarla en mi camino a ella
en el instante aquel nunca olvidado,
ya sin rumbo siguiéndolo y sin prisa,
que vivo aún en ese instante creo,
y aun derramando sobre mí la veo
la dulce luz de amor de su sonrisa.

****

Cuando del sol que muere
el disco toca la lejana cumbre,
y la pupila deslumbrada hiere
frente por frente su purpúrea lumbre;
cuando suena la esquila en los apriscos
y el reptil se guarece en los linderos,
y en fondo de oro, de árboles y riscos
se prolonga la sombra en los oteros;
cuando al sueño la flor el tallo inclina,
y sobre el río ondea
con vuelo de fantasma la neblina,
que en flotantes girones aletea;
el presente fundiendo y el pasado,
siempre llevando su recuerdo amado,
unido a mí, que la contemplo aún creo
de lo inmortal y etéreo enamorada,
y aún derramando sobre mí la veo
la no olvidada luz de su mirada...

****

Cuando, en la noche muda,
todo descansa en funeral reposo,
haciendo ante su túmulo grandioso
que la idea de un Dios al alma acuda;
cuando todo rumor en torno espira
y de lo vivo en el callado anhelo,
todo parece que a lo eterno mira
frente a la excelsa majestad del cielo;
cuando algo inmenso escriben las estrellas
del firmamento en el dosel sombrío,
y a los ojos absortos tiemblan ellas
en el fondo sin fondo del vacío,
sólo vivir en su recuerdo creo,
y en la noche sin fin de mis amores,
ahogando el llanto, sonreír la veo
dormida en su ataúd, lleno de flores...

"Paso mi vida lo mejor que puedo" y " ¿Qué strella fue por donde yo caí...", sonetos de Juan Boscán

Paso mi vida lo mejor que puedo;        
en esto podéis ver cómo la paso:        
d'un triste pensamiento en otro paso,        
mortal priesa me doy para'star quedo.        

Sobre'l punto de mis congoxas ruedo,
y si en huir me pruevo a dar un paso        
huyo de puro miedo tan a paso        
que, de donde me parto, allí me quedo.        

Quedo allí, triste, tan escarmentado        
que m'aflijo, y me muero, y m'acovardo,
y de medroso acometo al cuidado.        

Piensan quiçá que'stoy desesperado        
viendo que del morir tan mal me guardo:        
pues sepan que lo hago de cuitado.

___

¿Qué strella fue por donde yo caí        
en el mundo con tanta pesadumbre?        
¿Cuál madre ya de vida me dio lumbre?        
¿Por qué m'echó tan huérfano y así?        

¿Quién primero holgó, cuando nací?
¿Cuál dolor me subió tan en su cumbre        
que no hallé remedio en la costumbre,        
y oy sienta más lo que ayer más sentí?        

¿Por qué no morí en el vientre o en naciendo?        
¿Por qué me tomó nadie en sus rodillas,
criándome entre bivos, no biviendo?        

Forçado es ya que vaya descubriendo,        
entre mis enemigos, mis manzillas,        
y unos lloren y'stén otros riendo.

lunes, 18 de febrero de 2013

"La casa a la antigua" de Mesonero Romanos

La casa a la antigua

Muy distinto era el asunto que me proponía tratar en mi artículo de esta semana; pero, al prepararme a ello, hallé sobre mi bufete una carta que me hizo variar de idea. Firmábala D. Perpetuo Antañón, sujeto para mí desconocido, aunque sus circunstancias me parecieron tan notables, que desde luego me propuse ponerlas en conocimiento de mis lectores. Cavilando largo rato sobre el modo de hacerlo con mayor efecto, no hay que decir que corté varias plumas, tracé algunas líneas, las borré luego, cambié muchas veces de papel, y me rasqué no pocas las orejas y la frente; pero todo en vano, pues nada de lo que escribía llenaba mis deseos; hasta que volviendo a leer la carta, me ocurrió la feliz idea de que en vano intentaría yo prestar a mi pintura aquel colorido fiel y sencillo que la da el pincel del propio interesado; y en su consecuencia, nada podrían agradecerme tanto mis lectores como recibir de mis manos el mismo bosquejo original. Lo cual diciendo, tuve por bien salir de mis apuros sin otro trabajo que el de trasladar literalmente dicha carta, y hela aquí punto por coma:

«Señor Curioso: Usted es el mismísimo Diablo Cojuelo, y aún más, pues sin el ingenioso expediente de alzar los tejados de Madrid ni hacernos volar por los aires, como aquél al licenciado D. Cleofas, nos pone V. de manifiesto aquellas escenas que pasan de puertas adentro de nuestras casas, y cuya observación se escapa a la mayor parte de los testigos. Esta pintura, desdeñada por el historiador, y exagerada en pro o en contra por viajeros y poetas satíricos, es tanto más importante, cuanto que nos ofrece un espejo fiel en que mirar nuestras inclinaciones, nuestros placeres, y también nuestras virtudes, nuestros defectos y ridiculeces (pues desde luego convengo con usted en que los crímenes no entran en su benévola inspección), y puede ofrecernos más modelos que seguir y más escollos que evitar que la misma historia, por la sencilla razón de que hay más Juanes o Mengas que Titos y Dioclecianos, y que la mayor parte de los hechos y dichos de los varones célebres de Plutarco parecerían ridículos en un mercader de la calle de Postas.

»Pero supuesta la necesidad de esta moral linterna mágica, y supuesta también la dificultad de iluminarla de modo que todos la veamos, no pudo menos de asaltarme la idea de que V. tenga a sus órdenes algún espíritu foleto para comunicarle los sucesos con la verdad con que los describe, como si a un mismo tiempo fuera joven, viejo, elegante pelucón, padre, amante, galán, cortejo o pretendiente. Esta consideración, que me ha ocupado tres noches de desvelo, me ha hecho temer que el dicho malandrín, al comunicarle la noticia de mi desmán, la fuerza y desfigure tal vez en menos pro de mi buena fama; y por si así sucediere, quiero yo mismo ser fiel coronista de ella y describírsela a V., a fin de que después haga el uso que crea conveniente.

»Para mayor inteligencia de mi discurso, empezaré por decir a V. que aquí donde no me ve, soy un antiguo comerciante; que habiendo debido a la Divina Providencia y a cuarenta años de trabajo un capital respetable, fruto, sino de quiebras fraudulentas ni de especulaciones ilícitas, sino de una honradez y buena fe nunca desmentidas, resolví, habrá cinco años, retirarme de los negocios y vivir tranquilo en mi casa con aquella uniformidad y dulzura a que me inclinaba ya el conocimiento del mundo.

»No le negaré a V. que la causa principal de mi retiro fue, sin duda, la continuada reflexión sobre los vicios que la miseria parece haber puesto a la moda. Observé la mala fe de los diestros estafadores; vi la hipocresía de los falsos amigos; adiviné el interés de los bajos aduladores, y conocí, en fin, la delicada posición de un hombre de bien en medio de las asechanzas que le rodean; y sea esta convicción, o mi natural deseo del descanso, ello fue que desde entonces me encerré herméticamente en mi casa, con la sola compañía de mi esposa, una hija niña y dos antiguos criados de conciencia experimentada.

»Confesaré a V. que el edificio que ocupo en un barrio lejano es de los más antiguos de Madrid, y que su aspecto sombrío, sus balcones de gran vuelo, la enorme ala del tejado y toda su exterioridad están anunciando a los transeúntes su fecha de tres siglos; convengo también en que el interior no es de más moderna invención; que no reina en él la economía presente; que las pinturas son antiguas, los techos envigados y de una altura desmesurada; las puertas colosales, los vidrios pequeños y verdinegros, las baldosas cortadas y desiguales; pero en cambio es casa propia, tengo en ella salones inmensos, corredores interminables, escaleras interiores, habitaciones independientes, buhardillas y sótanos para guardar un almacén. Por otro lado, la prodigiosa multitud de muebles que poseo, no solamente encuentran cabida en este inmenso casarón, sino que juegan muy bien, por su fecha y por su forma, con lo material del edificio; y si no, dígame V., ¿en cuál de los del día podría yo colocar las costosas arañas de doce brazos, que llenan ellas solas una sala; los cuadros de tres o cuatro varas, las mesas macizas de nogal, los sillones de vaqueta de Moscovia, las camas imperiales, los bufetes de cuatro registros, las alacenas y las cómodas de doce cajones? ¿Ni qué bien irían en una casita de muñecas las floreadas cornucopias, las estampas del Hijo Pródigo, los ricos escaparates del Nacimiento, los sitiales encarnados, los bancos de respaldo, las colgaduras de damasco, los tapices de Ciro, los tiestos de tinaja, los relojes de flautas elevados en la pared, las rinconeras de dos pies, los mapas de media caña, los biombos chinescos, los velones de cuatro pábilos o de bomba de cristal, los armarios enrejados, las figuras de talla, y tantos enseres a este tenor como forman el adorno de mi habitación? Y, por último, ¿qué figura había de hacer yo mismo, vestido a la 1805, con mis zapatos en punta, hebilla de plata, media negra, calzón corto, chaleco cumplido, corbata blanca sin lazo, bastón de tres altos, empolvado tupé y sombrero en facha?

»Sin querer, señor Curioso, le he hecho a V. la descripción de mi habitación y de mi persona; ¿quiere usted saber mi método de vida? -Pues óigale V. -Yo me levanto al salir el sol, y mi primera diligencia es acudir a oír misa a la parroquia, donde todos los concurrentes nos conocemos ya de vista cotidiana; satisfecho este primer deber, me suelo dirigir a cualquiera de las plazuelas de San Ildefonso o de Santo Domingo; allí, al mismo tiempo que tengo un rato agradable, con la animación y bullicio del mercado, ajusto de paso algunas provisiones, y sé mejor que sus amos lo que cuestan las que llevan los criados de mi vecindad. De vuelta a mi casa, me entretengo agradablemente con el jicarón de dos onzas de chocolate, eclipsado entro cuatro baluartes de tostadas y bollos, cuya sustancia restauradora me presta fuerzas para la lectura del Diario (único papel a que conservo afición, por ser, a mi entender, el que más ideas contiene), y como vea en él el anuncio de alguna almoneda o pública subasta, no dejo de anotarlas en mi registro para darme una vuelta por ellas, último resto que conservo de mi inclinación mercantil.

Cuido después de mis tiestos y mis canarios, y salgo a las diez a visitar algún amigo de mi humor y de mi edad, con el cual me entretengo en ensalzar lo pasado a costa de lo presente; entro luego en una librería donde suelo escuchar cosas que no están escritas en ningún libro; recorro después plazas y prenderías, buscando preciosidades parecidas a las que yo conservo en mi casa, lo cual suele darme cierto aspecto de anticuario; examino después el estado de las obras públicas, calculando su duración (en cuyo cálculo suelo equivocarme en algunos años), y por último, vengo a parar en mi antiguo almacén, recordando en él los vaivenes de mi juventud, cual el viejo marinero sentado en la playa contempla como en sueños sus pasados sustos y alegrías.

»Allí permanezco hasta que suena la una del reloj del Buen Suceso, a cuya hora vuelvo a mi casa, en la que percibo ya el olor de mis compras de la mañana; mas como no hay cosa que se envidie más que un sentido a otro, no tardo en confiar al gusto los placeres del olfato, y sentado entre mis dos femeninas compañeras, empiezo la comida, que, entre trabajo y descanso, suele prolongarse hasta las tres.

»Alzados los manteles, me retiro a dormir una horita de siesta, y después salgo a paseo con algún amigo (que por lo regular suele ser un religioso), dirigiéndonos despacito por el camino de Chamberí o a las Ventas de Alcorcón. Sentámonos donde nos parece, al sol o a la sombra; parámonos de vez en cuando a tomar un polvo, y departiendo nuestros sentimientos en sabrosa e inocente plática, aguardamos a que el sol empiece a esconderse para volver a la capital y dirigirnos, ya juntos, ya separados, a restaurar nuestras fuerzas con la segunda toma de chocolate, precedida de un vaso de limón o de agraz. Reúno después la familia, rezamos nuestro rosario, y acabado éste, suelo retirarme a mi despacho a leer un par de horas, o bien acontece bajar el vecino D. Segundo con su esposa (que forman con la mía y conmigo dos parejas homogéneas), para jugar una manita de mediator o malilla hasta las nueve, hora en que indispensablemente he de cenar, a fin de poder oír entre sábanas la campana de las diez.

»Tal es mi método de vida, que sólo se interrumpe dos días en el año, cuales son el del santo de mi esposa y el mío; en ellos, aderezas del convite a los vecinos a mesa y refresco, es de ordenanza el tomar un palco para ver la función del coliseo, sea cual fuere, y sin cuidarnos de si pertenece a la familia clásica o a la romántica, aunque siento mucho cuando toca en el género fastidioso.

»Pero es el caso, señor Curioso de mi alma (y aquí entra la parte más sensible de mi narración), que así como no siempre llueve a gusto de todos, tampoco esta serenidad complacía a mi hija única desde que dio asomos de querer cumplir los quince, y desde aquel instante cesó la tranquilidad de mi existencia. Hecho un Argos vigilante de sus pasos, con el fin de que no llegase a conocer las seducciones del mundo, me oponía a todo aquello que consideraba propio a despertar sus pasiones, evité cuidadosamente que ninguna persona humana, mas que mis dichos vecinos, visitase nuestra casa; cerré puertas y balcones; prohibí amiguitas; desterré lecturas, músicas y baile, y en los ratos que me ostentaba más amable, de vuelta a casa, después de un paseo con ella a la fuente del Pajarito o a Nuestra Señora del Puerto, en vez de mi ordinaria canción contra las costumbres del día, la daba a leer algunos de los artículos de usted en las Cartas españolas o la Revista, tales como Las Visitas de días, El Prado, Las Tertulias, Las Niñas del día, etc., con lo cual creía haberla convencido de los inconvenientes del gran mundo para la juventud; pero si estos y los demás medios de mi defensa surtieron el efecto que me propuse, va V. a juzgarlo por sí mismo.

»Ya he dicho a V. que mi casa era inaccesible a los pretendientes que la belleza y buena dote de mi hija podrían suscitar; sin embargo, el amor y el interés fueron bastante móvil para hacer que algunos (y por cierto no despreciables) me hicieran proposiciones por medio de mis amigos; pero mi contestación se reducía siempre a decir que mi hija era muy niña y no perdía tiempo (y a la verdad que esto último era demasiado cierto), con lo cual todos quedaban despedidos y yo satisfecho de mi precaución. El cielo, sin embargo, me reservaba el castigo de mi confianza, y aún no sé si diga de mi manía.

»Yo tenía, por mis pecados, un pleito pendiente, de cuyo estado venía a darme parte alguna vez mi procurador don Simón Papirolario, el cual solía traer consigo, para llevar los autos, a su escribiente Frasquito, mozo despierto y hablador; éste, con toda intención, encontraba siempre el medio de empeñarme en disputas con su principal, mientras iba él a la cocina o a la pieza de labor a beber agua o a encender el cigarro, y... ¿lo creerá usted, señor observador?... Pues tal ha sido el disfraz que tomó el amor para rendir el corazón de mi hija; con éste trastornó su cabeza, inspirándola una pasión frenética, y éste, en fin, es el que, a consecuencia de una larga serie de disgustos, de males y contiendas, tengo que consentir, como yerno mío, después de haber despreciado tan ventajosos partidos. ¡Un escribiente de procurador!...

»Ahora dígame V. si debí esperar tan desgraciado suceso de mi sistema de vida, o si cree más bien que haya sido un resultado forzoso de él; en cuyo caso debo desengañar a los que le sigan, aconsejándoles que se engolfen en el gran mundo y que escarmienten en cabeza del inconsolable - Perpetuo Antañón».

Hasta aquí la carta del afligido corresponsal, y no habrá un solo lector que no haya observado en este buen señor a uno de aquellos espíritus exagerados que tienen la desgracia de no ver más que los extremos de las cosas. Huyendo de las seducciones del gran mundo, vino a caer en el ridículo opuesto, convirtiendo su casa en un castillo; cerró las puertas al amor, y se le entró por la ventana. ¡Lástima grande que no hubiera tenido un amigo sincero que a tiempo le hubiera aconsejado lo conveniente!

«Vigile V. en buen hora (le hubiera dicho) sobre la conservación de las buenas costumbres en su familia; pero no las revista de una austeridad insoportable; huya tal vez de las tertulias y sociedades en donde la seducción se halla sistematizada; mas no cierre su casa a un pequeño número de personas escogidas y dignas de frecuentarla; dirija, en vez de torcer, las inclinaciones de su hija, y no dude que éstas serán racionales cuando cese de mirar en el techo paterno una prisión, y en el primer miserable atrevido que se la presente, su libertador y paladín».

(Abril de 1831)

Poemas de Isabel Tejada en "La sonrisa del camaleón" (3)

Como los Pájaros

El párpado batiéndose
como un ala

Para mi ojo
todo
es una orilla


Qué Cerró mis Ojos a la Tristeza

Cuándo
la vida cronificada
como una tara perfecta
en su contagio
me empujó
á
r
b
o
l
a la luz


Deja el Amor para Mañana

Dime

De qué sirve un cuerpo
con un agujero entre las piernas
sino hay nadie bajo las mantas
al que abrirse

Cómo esparcir los súbitos ardides
de la erosión
improvisando cada gota de saliva
si por esta noche no me prestas tu piel

Quién vendrá a roerme a meterse en mí
rebosante
para encontrar en mi sexo un hogar

Poemas ultruístas, "Poema inconexo" y "Noche" de Jaime Ibarra

POEMA INCONEXO

        Desde siempre
la noche en mis ensueños
        Y mi alma
mar de llanto
No obstante
        Alegría
La mañana se ha cerrado

NOCHE

    Rosas en mi memoria
        La paz en tus cabellos
    Allá        muy allá
la ciudad con su estruendo
    Qué alegría perderse en el
silencio

domingo, 17 de febrero de 2013

Alfredo Poyo y Jesús Malia recitan en Lavapiés


El próximo viernes 22 de febrero me juntaré con Alfredo Poyo, compañero  de andaduras poéticas desde mis inicios, en El dinosaurio todavía estaba allí, C/ Lavapiés, 8.
Bonita ocasión para compartir lo que es probable que esperes de mí y lo que no te imaginas.
Se cuenta con tu presencia, y se desea.

sábado, 16 de febrero de 2013

Convocatoria de Alejandro Céspedes a la presentación de "Topología de una página en blanco"


Queridos amigos, queridos conocidos, queridos...

El día 19 de febrero haré en Madrid un acto titulado “La libertad del títere” a modo de itinerario por los suburbios de Topología de una página en blanco
 
Estas cosas, ya sabes, funcionan mejor cuando hay gente escuchando, así que esto es una petición para que, consultando con tu ánimo y tu agenda, acudas.
He preparado algo a mi manera. En este enlace (dura 2 minutos y medio) http://vimeo.com/58979643 puedes ver un avance de por dónde irán las cosas.

INFORMACIÓN DEL ACTO:
  • Fecha: martes 19 de febrero de 2013 a las 20 h
  • Lugar: TEATRO FERNÁN GÓMEZ, Sala II Plaza. de Colón s/n, Madrid
  • Duración: 45 minutos y 57 segundos
  • Puntualidad: EXTREMA

    Si decides venir quiero decirte unas cosas:
  • No me gusta que me convoquen a presentaciones de libros que se anuncian a una hora y comienza media hora más tarde, cuando las cosas van bien. Empezaré tras los cinco minutos de cortesía sin esperar a ver si llega el autobús lleno de gente en el último momento.
  • Esto parece una regañina pero es pura información. Es posible -insisto en que es un teatro público- que cuando comience el acto no se permita la entrada.
  • Y último, coda publicitaria de medio pelo al estilo de La Tienda en Casa: hace 30 años que publico y no ha llegado a 30 el número de lecturas que he hecho de mi obra en este tiempo. A ver si te vas a perder también esta.
    Tienes 2 días para pensarlo.
Un abrazo de este refunfuñón sin remedio.

24 de diciembre de 1898 (3), Madrid Cómico



Aquí José Almendros y su poemario Nostálgicas, del que te daré más muestras en Poesía Abierta (si es que no lo estoy haciendo ya desde el pasado martes 12, que creo que sí).

viernes, 15 de febrero de 2013

"Toma de conciencia", poema de Rosario Castellanos en "Materia memorable"(8)

TOMA DE CONCIENCIA

A medianoche el centinela alerta
grita ¿quién vive? y alguien -yo, sí, yo,
no ese muco de enfrente-
debía responder por sí, por otros.
Pero apenas despierto y además
ignoro el santo y seña de los que hablan.

Malhumorada, irónica, levantando los hombros
como a quien no le importa, yo digo que no sé
sino que sobrevivo
a mínimas tragedias cotidianas:
la uña que se rompe, la mancha en el mantel,
el hilo de la media que se va,
el globo que se escapa de las manos de mi hijo.

Contemplo esto y no muero. Y no porque sea fuerte
sino porque no entiendo si lo que pasa es grave,
irreversible, significativo,
ni si de un modo misterioso estoy
atrapada en la red de los sucesos.

Pero la verdad es que, aún soñolienta,
me levanto, me baño, canturreo
pensando en otras cosas.
Y luego desayuno,
tranquila, sobriamente, leyendo la noticia
del viejo avaro al que sus asesinos
buscaron las monedas que escondía
(a puñaladas) dentro de su entraña.

No, me palpo y no siento la herida. Todavía
soy una mujer sola.

Bebo el café y mi mano
no tiembla cuando doy vuelta a la página
y allí, en un arrozal remoto, agazapado,
tiritando de frío y de terror
de un enemigo que también se esconde
y que también tirita,
encuentro a un hombre que es distinto a mí
por el color, por el idioma, pero
igual en el relámpago que ilumina este instante
en el que él y su adversario, y yo, que no los veo,
estamos juntos, somos uno solo
y en nosotros respira el universo.

Amor mío, que a veces vienes a visitarme
y me estrechas la mano
o simplemente miras con piedad que envejezco,
no te sientas más próximo que aquel del arrozal
o del que un día lejano
(ya ni siquiera puedo decir dónde)
me dio a beber un sorbo de agua fresca
en jornada de sed y de intemperie.

Porque soy algo más ahora, por fin lo sé,
que una persona, un cuerpo y la celda de un nombre.

Yo soy un ancho patio, una gran casa abierta:
yo soy una memoria.

Permaneces allí, imagen del que ha muerto,
rostro del que partió con la promesa
de volver, como flor entre los labios.

A mí, como a una hoguera en pleno campo,
se arriman en la noche los de mi tribu y otros
desconocidos y aun algunos animales
cuya inocencia guardo.

En medio de este corro de presencias
soy lo que soy: materia
que arde, que difunde calor y luz. Crepito
la respuesta gozosa: ¡viven todos!

jueves, 14 de febrero de 2013

Poesía con matemáticas: "Conocimiento" (Andrés Newman) y "Banda de Moëbius benedetinna" (Antonio Córdoba Barba)

CONOCIMIENTO

Tú sabes cómo creo
saberte entera; tú
sueñas con que me sabes:
Uno tú y uno yo: fuéramos 1.....

Y pronto es 2. Me dices
tanto mejor así con tus ojos oscuros,
tanto mejor así, los dos libres y juntos.
¿Tal vez uno + uno?

Pequeña matemática de amarnos:
extraña tu certeza de ser mía,
sueño en vela esta fe en que seré tuyo.
       
Andrés Newman

BANDA DE MÖEBIUS BENEDETTINA

Es obvio que ando escaso de dinero
y nadie en este barrio me conoce.
Transparente resulto a las miradas,
de las bellas que pasan junto a mí.

Pero ven, deja que te muestre,
mira y verás:

Si cortamos una cinta bien larga,
y pegamos sus bordes con cuidado,
surgirá un mundo de solo una cara,
donde, alegres, vivir desorientados

Antonio Córdoba Barba

Rosetones hallados en internet (6)


Rosa Morey

L'Assumpció (Binissalem)
3º de ESO - Curso 2002/2003


Sebastiá Perelló

Collegi Sant Vicenç de Paül (Manacor)
3º de ESO - Curso 2002/2003

Poemas de "Destrucción de la mañana" de José María Fonollosa (3)

8

Entro en un cine. Al fondo, la pantalla
ilumina los sueños de la gente.
Uno se aísla en héroe unos minutos.

Uno vive en la vida que desea.
Uni vive en azares, en amores,
aventuras... Y vence todo obstáculo.
Qué agradable es vivir de esa manera.

Los personajes logran triunfo, amor...
Todo resulta fácil y sencillo.
Conmigo nada fue de esa manera.

9

Miro a mi alrededor. De la penumbra
surgen enamorados que se besan.
Otros siguen el filme atentamente.

¿Será, quizá, el amor, lo que han logrado?
¿O sólo una muchacha a quien besar
como las que yo llevo algunas veces?

Seguro que hay amor. Como el del cine,
como aquel que palpita entre los libros
o el que uno se imagina estando a solas.

Mas yo no tuve suerte. O persistencia.
No sé de un gran amor. Sí de pequeños.
Únicamente rozo muestras nimias.

Breves, menudos cielos para el tacto,
los sentidos. Tristeza que da al alma
diminuto dolor. Amor pequeño.

Sólo una mor minúsculo y no obstante
me creo tan capaz de un amor grande,
de ese amor que aparece en libros, cine...

11

Y ha de ser cada día más difícil.
Ya no se acercará a mí desde el alba.
Su tierna adolescencia detendrían
letreros de "Prohibido", "No", "Ya es tarde".

¿De dónde llegará? Si en su figura
deslumbra el mediodía, otros amores
habrán puesto en su oído usados sueños.
Y con cierta aprensión ambos tendríamos
que perdonar minucias trascendentes.

Cubrir con alegría la tristeza
de no habernos hallado el uno al otro
en la estación de amar, cuando se es joven.
¿Y si nunca llegara yo a encontrarla?

miércoles, 13 de febrero de 2013

Entrevista a Céspedes en Las personas del verbo (ORM)


Aprovechamos para recordarte que el próxima día 19 de febrero, a las 20 H, en el Teatro Fernán Gómez, sala II, se presentará Topología de una página en blanco.

"Definición del soneto" de Diego Rabadán

Definición del soneto

El soneto es poema bien sucinto,
de leyes rigidísimas, severas,
que en ficciones y cosas verdaderas
nunca debe salir de su recinto.

Terrible complicado laberinto,
nivel de burlas y compás de veras,
que suele remontarse a las esferas,
mejorado de Apolo en tercio y quinto.

Sus partes han de ser todas perfectas,
derivadas de un solo pensamiento,
sin estribos, tacones ni muletas.

En los fines está su encantamiento,
y es la piedra de toque de poetas,
o el Caribdis y potro de tormento.

Te recomiendo que indagues sobre el tal Rabadán. Yo mismo te ofrecería informaciones más completas de este individuo murciano de principios del XIX, librero de viejo sito en la Plaza de las Descalzas de Madrid, que constituyó un fenómeno popular y alcanzó celebridad por las muchas burlas y veras que ganó con sus versos.

El documento más bonito sobre él es un artículo de un diario de difusión nacional, del año 1912. Pero por antipáticos y bobos (que no permiten copiar la imagen a archivo 'jpg' para que te lo ponga aquí) ni los menciono. Qué mala leche.

Poemas de José Almendros en "Nostálgicas", publicado en 1898. Hoy, "Evocación"

EVOCACIÓN

Ritmos perdidos de extraños ecos
que en torno a veces siento vibrar,
como confusas, lejanas voces,
de algo supremo e inmaterial.

Hondas nostalgias de espacios llenos
de amor, de dicha, de libertad;
sueños que vagos de luz rodean
la patria breve, la terrenal.

Ansias ocultas de lo infinito,
que, de ella lejos, hacen amar,
con los anhelos de lo soñado,
la patria eterna, la universal.

Dejos de amores, ayes de duda,
gritos de duelo, soplos de paz;
lenta agonía de lo que muere,
tenues reflejos de lo inmortal.

Remedo débil de lo que apenas
consigue el labio balbucear;
ráfagas mudas de algo a que el labio
ni lineamento ni forma da:

Con la incoherente trémula vida
de su lenguaje pobre y mortal,
caed informes en el brumoso
mar en que el hombre perdido va.

Sólo seréis en sus estruendos
ecos ahogados de un ruido más;...
quizá una nota de vuestro ritmo
clara un instante logre vibrar;

quizá impasibles sobre vosotros
sus ondas turbias se cerrarán,
dejando apenas círculos leves
que se dilaten al espirar...

"Yo cuento ya los pasos que voy dando..." y "Ya canso al mundo y bivo todavía...", sonetos de Juan Boscán

Yo cuento ya los pasos que voy dando        
y veo bien las tierras que traspaso.        
Sé lo que pierdo en dar un solo paso;        
quiero siempre parar y siempre ando.        

Traigo este cuerpo, que por fuerça mando,
y con la carga dél voy tan a paso,        
y en poca tierra tanto dolor paso,        
que's cuanto ando andarme reparando.        

¿Yo qué haré, que me partí, cuitado?        
Mal bolverá quien tanto mal á hecho;
y así es agora mal cuanto yo hago.        

Ando conmigo en todo tan penado        
que'n mí de nada quedo satisfecho        
sino de ver que no me satisfago.

___

Ya canso al mundo y bivo todavía;        
llevo tras mí mis años arrastrando;        
mis amigos de mí van murmurando;        
yo ando ya ascondiéndome del día.        

La noche sigo, mas mi fantasía
me stá entre las tinieblas espantando.        
La soledad doquiera voy buscando,        
pero a las vezes busco compañía.        

Viene mi mal con tan cruda figura        
que'l alma no le tiene el rostro firme:
quiere huir de tanta desventura.        

Yo deseo también tras ella irme;        
mas amor, la costumbre y la ventura,        
me salen y me tienen al partirme.

lunes, 11 de febrero de 2013

"El día de fiesta" de Mesonero Romanos (1833)

El día de fiesta

«Sin que pase la tarde
Decir no puedes:
¡Qué día tan hermoso!
Muchos como éste».
***

-¿Muchacho?
-Señor.
-¿Son campanas?
-Sí, señor.
-Temprano la han tomado; ¡si apenas es de día!
-Es verdad; pero como hoy es una fiesta solemne, ya usted ve...
-Y qué, ¿es a fiesta ese tañido?
-Mire V., de todo hay; ésas que se sienten a lo lejos son las de San Ginés, donde se celebra el santo del día, y por eso tocan a vuelo, y las de más cerca son las de Santa Cruz, y tocan a muerto, sin duda por aquel droguero gordo de la calle de Postas, cuyo entierro se verifica hoy.
-Cierra, cierra bien los balcones; que voy a escribir.
-¿A escribir, señor? No verá V.
-Tanto mejor; con eso no sabré lo que me escribo y entraré en la moda del día. Ahora, pues, leamos
despacio mis notas y escojamos materia conveniente... pero han llamado.
-Muchacho.
-Señor.
-Mira quién llama.V.
-Es el vecino de arriba, que va a caza y viene por V.
-¿A cazarme a mí?
-Quiero decir, a que V. le acompañe.
-Buenos días, Sr. Postas.
-Buenos días, vecino. ¿Qué tal? ¿He cumplido la palabra?
-Sí; pero, hombre, salir así, tan de mañana...
-Pues mire V., por mucha prisa que nos demos, ya llevaremos por delante cien escopetas, que habrán estado esperando a que abrieran las puertas.
-¿Conque, es decir, que habré de vestirme?
-De cualquier modo; míreme V. a mí, ¡qué sencillo! zapato blanco, botines de estezado, pantalón gris, chaqueta corta, sombrero de calaña, mi morral, mi frasco y... y nada más; lo que importa es ir ligero para poder andar mucho.
-¡Ah! ¿Con qué, en eso consiste la diversión? Pero... ¡Calle! ¿Otro convidado más?
-No, señor; es el vecino de la tienda, el Sr. Liga, que viene armado con su caña y demás arreos de pesca, para ver si me corría la delantera en llevarse a V.; pero, amigo, por esta vez chasco se lleva.
-Ya escucha V., Sr. Liga, mi compromiso; el señor Postas es más madrugador que V.
-No consiste en eso, señor vecino, sino en mi maldita caña, que he tenido que prepararla con todo cuidado por si acaso pica alguna pieza grande.
-Una ballena tal vez; ¿no es verdad, Sr. Liga?
-Vaya, señor vecino hay que venirse con pullas; que a las veces donde menos se piensa salta la liebre.
-Eso de liebre (replicó vivamente el Sr. Postas) me toca a mí, y salte ella una vez, que así se me escape a mí como por los cerros de Úbeda.
-Pues, señores, ya estoy vestido y a la orden de ustedes.
-Ahora falta que escoja entre los dos elementos.
-El caso es que yo creo que ambos son a cual mejor, y si pudieran reunirse, no encuentro motivo para separarlos.
-Dice muy bien el vecino; ¿hay más que marchar juntos, y allí donde atravesare el aire algún bulto, lucir usted su habilidad, Sr. Postas, y donde toparemos agua, sacar yo partido de la mía?
-Vamos, señores, vamos, pues, a nuestra anfibia expedición.

Esto diciendo, nos dimos a luz por las pacíficas calles, donde sólo encontrábamos a tales horas cual o cual lechero o buñolera, que preparaban con sus expeditos manjares el camino de la tienda de la esquina, que acababa de abrirse, y cuyo amo enjuagaba ya las copas del aguardiente.

La campana de una iglesia inmediata nos recordó que la primera obligación era la de oír misa; entramos en el templo; su inmensidad y silencio inspiraban recogimiento y devoción; el sonido de la campanilla; los trémulos pasos de algún anciano; la tos de algún otro escondido en las capillas; los fuertes golpes de pecho de un mozo, o el silbado rezo de una anciana sentada en el suelo, eran los únicos objetos que alteraban tal vez aquella sublime tranquilidad; y penetrado por ella, no pude menos de comparar tal espectáculo con el que algunas horas después ofrecería el mismo templo, henchido de gentes de todos sexos y condiciones, mezclados sin distinción, y más ocupados en ostentar sus gracias y sus adornos que en la contemplación del acto religioso.

Cuando salimos de la iglesia, ya las plazuelas iban llenándose de géneros y de compradores, siendo los encargados de las fondas los primeros que acudieron a hacer enormes provisiones, prueba no pequeña de la solemnidad del día; y en tanto que mis acompañantes empleaban algunos maravedises en pan y en frutas, compré yo disimuladamente unas perdices y unos peces dando encargo a un mozo que nos siguiera con ellos a lo lejos.

Saliendo después por la puerta de Toledo, nos dirigimos al Canal, con el objeto de realizar nuestra alternativa diversión; el Sr. Liga, en cuanto vio el agua, tomó su posición académica, enarbolando su caña, y el Sr. Postas echó a correr por los vericuetos con la escopeta al hombro; yo tomé asiento al lado del primero, con el objeto de ser testigo de sus triunfos; pero en los tres cuartos de hora que permanecí con él, sólo obtuvo por resultado una rana, un zapato y un pez, que me produjeron tres movimientos convulsivos de risa. Queriendo disimularla en lo posible, me alejé del vecino, fui a encontrar al lejano mozo, y le envié cerca del pescador con encargo de pregonar sus peces, entre tanto que me dirigía a buscar a Postas, cuyos repetidos tiros me daban la esperanza de una abundante caza.

La victoria, sin embargo, no correspondía a aquella salva, pues todo se redujo a un gorrión, que tasado por peritos, podría valer hasta ocho maravedises, a trueque de cinco reales muy cumplidos de municiones que iban ya consumidos. El héroe, sin embargo, no se desanimó, y viéndome venir redobló sus esfuerzos, sosteniendo con guardas y pastores tantas disputas como descargas hacía; pero observando yo lo inútil de su eficacia, resolví acudir al consabido expediente de llamar al de las perdices para que diese una vuelta alrededor del cazador.

Situeme después en un puesto distante, y según la señal convenida, llamé con la bocina a mis dos corsarios; no tardaron en llegar cantando victoria, ostentando con su aire triunfal sus presas, y contándome el pormenor de su captura; yo les felicité como debía; pero al preparar el almuerzo con ellas, no pude resistir a la tentación cruel de hacer presente al Sr. Postas que aquellas perdices habían sido cogidas con lazo, y aquellos peces eran de otra clase que los que se dan en el Canal: replicáronme fuertemente; aparenté convencerme; mas volviendo a sonar el cuerno, se presentó mi montero mayor con el resto de las provisiones. Dejo pensar el efecto grotesco que produciría su vista en ambos adalides, y sólo diré que, deseosos de recobrar su honor en el segundo ojeo, corrieron de nuevo a las armas, y me dejaron en disposición de volverme pacíficamente a Madrid.

Las nueve poco más serían cuando le atravesé de uno a otro extremo, y mientras lo hacía con todo despacio saboreando las diversas escenas que se presentaban a mi vista, sentime llamar por un amigo, que me seguía de cerca, el cual tomando la palabra, -¿Qué es eso, señor Curioso (me dijo), va V. recogiendo materiales para sus Escenas Matritenses? Pues algunos podría yo darle a usted; que también yo hago mis observaciones, y aun me precio de inteligente en el arte de Lavater. Y si no, ¿quiere V. que le diga el estado y las circunstancias de todos los que van pasando a nuestra vista? Pues óigalo V.

¿Ve V. aquel caballero tan bien portado, que corre diligente con un lío debajo del brazo, cubierto con su pañuelo? Pues ese caballero es un sastre que va a llevar la ropa a los parroquianos; diez y seis de ellos están esperándole sin salir de sus casas, y él no lleva recado más que para cuatro, con que los otros doce irán a reconvenirle al taller; pero él ha previsto ya este inconveniente cerrándole y marchándose a pasar el día al soto de Migas Calientes.

Ahora repare V. a esotro lado, y observe esa pareja que cruza delante de nosotros; media hora hace que salió la joven (que en su guardapiés de primavera, delantal negro, pañuelo amarillo y mantilla de sarga, muestra ser diosa de cocina) de una casa en la calle de la Magdalena, y al despedirse del ama, que la encargó que volviera pronto, respondió muy satisfecha: -«Descuide V., señora, en cuanto oiga misa». Pero al volver la esquina de la calle tropezó con aquel mancebo, que la esperaba, y aunque en todo este tiempo que van juntos han pasado por diferentes iglesias, en ninguna han dado muestra de entrar; y no es lo peor eso, sino que por el rato que va trascurrido, tendrá ya la muchacha que volver a su casa.

-¿Y a V. qué le importa -le repliqué yo a este punto-esa intriguilla escuderil? Eleve V. un poco su pensamiento, y repare, si es que ya no lo hizo, en esta mamá noble, que acaba de salir de su casa llevando delantero un pimpollo de muchacha; observe aquel cuidadoso descuido de su traje matutino, y cómo no ha temido su belleza a la peligrosa experiencia de la papalina rizada y pegadita a la cara; vea V. cómo ese pañuelito corto y recogido al cuello nos deja contemplar su talle delicado, y la botita de color su pie de cinco puntos; mire V. con qué gracia nos hace conocer que va a misa, ostentando en las manos su devocionario, lindamente encuadernado a la Gauffré por Alegría o por Ginesta; pero, sobre todo, ¿a qué no adivina V. por qué vuelve la cabeza tan repetidas veces hacia nosotros? Pues no se esponje y envanezca, que no repican por él, y si no, torne V. su vista hacia ese joven militar con capote de harragán azul forrado de encarnado, que viene detrás de nosotros acortando sus pasos y como midiéndolos a un compás conocido, rizándose los bigotes y oblicuando sus miradas a la acera izquierda, por donde va la niña.
-¿Y cómo ha sorprendido V. su pensamiento?
-Muy fácilmente: observando que él salió de un portal de enfrente al mismo tiempo que ella de su casa, espiando después sus miradas de inteligencia, y... pero ¿a qué cansar? Sígales V. si quiere, y por mí la cuenta si no les viere oír una misma misa. Mas no; déjeles V., y repare en ese joven que se adelanta hacia nosotros con su traje deslumbrante, como que conserva aún todo el brillo de la fábrica; contemple V. su atusado sombrero, todavía caliente de la plancha; su elevado corbatín; su lazo tan enigmático; sus botones de piedras de color; los sellos de similor purísimo; pues es un honrado ropero de la calle de Toledo, que va derechamente a hacer su visita matutina y en gran tren a su futura, la hija de madama Bobiné, modista de Orleans; pero antes reflexiona que será bien comprar unos guantes amarillos para mayor autorización de su blanca mano, y con efecto, entra en aquella mal cerrada guantería; mas ¡ay! que ése que ha entrado detrás de él es un alguacil; mucho me temo que al guantero le ha de costar diez ducados de multa el vender guantes el día de fiesta; verdad es que el día de trabajo nadie se los compra.
-No pierda V., por Dios (me dijo a este tiempo mi amigo), el espectáculo de ese coche simón, nuevo caballo troyano, en cuyo seno han encontrado cabida hasta once cabezas entre chicas y grandes, formando un grupo piramidal en forma de caricatura, a cuyo pie podría escribirse: Una Boda del Barquillo. La novia es una tabernera de la calle de San Antón, y el novio un alojero de la de San Marcos; el padrino, que es un tocinero rico de la Costanilla, ha tomado el coche para todo el día, con el objeto de pasear la boda por las calles y saludar a todo el mundo; pero como las mulas son algo flacas y la carga demasiado gruesa, y como por otro lado han tomado la precaución de emborrachar al cochero de aquí viene esa marcha oblicua y desigual que V. observa, y que concluirá por dar con la boda en el suelo, no sin grave contento de curiosos y muchachos que acompañen con sus silbidos los lamentos de los contusos.

Con estos y otros espectáculos, eran las once cuando llegué, a mi casa, y al pasar por delante de la tienda del señor Liga observé a un mancebo muy agraciado que estaba a la puerta haciendo sonreír a la esposa de aquél, con lo cual no pude menos de exclamar: ¡Cosas del mundo! ¡Su marido acaso no habrá sacado aún un pez, y a ella, sin buscarlos, se le vienen a la mano!

Subí, diciendo esto, a mi cuarto, cuando sentí abrir la puerta de mi vecino el Sr. Magnífico Pabón, cuyo criado, cuadrándose en la escalera, preguntó: -«¿Es el peluquero de su señoría?». -No, amigo, le contesté; pero, según el tufo de esencias que me ha dado al pasar, juraré que le dejó a la puerta de la tienda, componiendo una receta de mil flores; y así era verdad, pues a este tiempo subía ya el mancebo, preparando los peines al son del romance francés de Le Trouvadour.

Encerrado, por fin, en mi cuarto, me proponía aprovechar el resto de la mañana en disponer mi artículo; mas no bien lo empezaba a hacer, cuando entró por la puerta el Sr. D. Magnífico en persona, radiante como un reverbero, que iba a la corte con su uniforme nuevo; propúsome acompañarle para hacer después juntos varias visitas; acepté el ofrecimiento, y henos aquí caminando a Palacio por entre una multitud de carruajes de todas edades y condiciones, y de otra aun más numerosa de pedestres en canillas, cuya vista fija en los pies se hallaba ocupada en defender las nacaradas medias de la inmunda profanación del lodo.

Llegados a Palacio, subió mi compañero, y yo marché a esperarle en casa de un amigo, donde no tardó en llegar, con lo cual empezamos nuestras visitas de buen tono; pero tuvimos la suerte de despacharlas pronto, porque las señoras habían salido, cuál a la misa de la tropa, cuál a la de las dos en el Buen Suceso, cuál a la revista en el Prado, y cuál, en fin, a otras visitas, y esto me convenció de la ventaja de hacerlas en día de fiesta. A todo esto eran ya las tres, y por indicación de D. Magnífico, y aunque no teníamos necesidad de ello, atravesamos a lo largo la calle de la Montera, en cuya acera izquierda se hallaba reunida a aquella hora, entre sol y sombra, la flor y la nata de la andante caballería, y al pasar por aquellos grupos, no pudo prescindir mi vecino de bajar el cristal y sacar por el ventanillo la manopla de su uniforme, con lo cual quedó satisfecho de haber fijado la conversación general por cinco minutos.

La tarde de un día de fiesta necesitaría por sí una prolija descripción, en que podría lucir el pintor el efecto de los contrastes. Pintaría de un lado a una buena parte de la multitud, piadosa y recogida, poblando las iglesias para asistir al jubileo o al sermón, en tanto que otra gran parte del pueblo corre bulliciosa a los circos a presenciar las gracias de un novillo o las desgracias de un volatín; opondría la variedad y la alegría de los retirados paseos, tales como la pradera del Canal, la Florida, la Virgen del Puerto, la Fuente Castellana y otros así, en que las meriendas improvisadas, las danzas provinciales y los juegos bulliciosos ofrecen una animación exagerada, y aun peligrosa algunas veces, a la prosopopeya uniforme de los paseos de buen tono, como el Prado y el Retiro; las ruidosas disputas de las tabernas y las acaloradas discusiones de los cafés; la complacencia extraordinaria de los espectadores de la escena muda del descuartizado, ejecutada por el primer fantasmagórico español, o de los azares de D. Simplicio Bobadilla, y la fría indiferencia de la sociedad altisonante escuchando pocas horas después el Cid de Corneille o el Pirata de Bellini. Esto me hizo repetir la observación que alguno ha hecho antes que yo, a saber: «Que las fiestas son variedad en el aburrimiento del rico, consuelo y verdadero placer del pobre».

Tarareando aún el rondó final de la ópera regresé a mi casa para descansar de una vez; pero me hallé con un nuevo suceso, que vino a distraer mi atención, y fue que, al entrar en mi cuarto, me hallé tendido al Sr. Postas llorando su desventura.

-¿Qué hay, Sr. Postas? ¿qué llanto es ése?
-¡Pobre de mí, señor vecino; pobre de mí, que he ido por lana y vuelvo trasquilado!; quiero decir, que salí de mi casa a cazar sin haberlo conseguido, mientras que otro ha cazado en mi casa todo lo que había en ella.
-¡Qué desgracia!
-Verdad es que no había nada; pero menos he hallado yo fuera, como no sea este fogonazo que me ha abrasado media cara.
-Vaya, consuélese V.; podrá ser que... pero ¿qué voces son estas que se sienten arriba?: «¡que me mata, vecinos!». ¿Qué es esto?
-Nada, señor vecino, no se asuste V., será el tío Curro Cariñena, el oficial de zapatero que vive en la buhardilla de la esquina, que vendrá con el refuerzo acostumbrado en tales días, y tratará de disculparse con su mujer dándola de palos.
-¡Infeliz! Vamos a socorrerla.

Hicímoslo, en efecto, no sin grave trabajo, y dejando al Sr. Postas en su habitación, torné yo a la mía para acostarme, como lo hice, procurando desechar penas y enojos; pero el ruido del baile que aquella noche daba don Magnífico, pared por medio de mi alcoba, no me dejaba sosegar un momento, haciéndome renegar de mi vecindad y del día de la fiesta, cuando de repente siento una agitación universal en toda la casa, y entre carreras y gemidos llegan a mí las voces de «¡fuego, fuego!». -Salto precipitado de mi lecho, corro al peligro, y encuentro que era el fogón del Sr. Liga, que habiéndole abandonado sin precaución por todo el día, el marido ausente en la pesca, y la mujer en los novillos, salía ahora con la ocurrencia de que se estaba quemando desde las seis de la tarde. La consternación entonces se hizo general; toda la vecindad acudió a apagar el incendio, y aunque felizmente lo conseguimos muy pronto, tardamos aún el resto de la noche en recoger las reliquias de muchos efectos que algunos amigos oficiosos, para librarles de todo peligro, habían arrojado violentamente por el balcón.