APELACIÓN AL SOLITARIO
Es necesario, a veces, encontrar compañía.
Amigo, no es posible ni nacer ni morir
sino con otros. Es bueno
que la amistad le quite
al trabajo esa cara de castigo
y a la alegría ese aire ilícito de robo.
¿Cómo podrías estar solo a la hora
completa, en que las cosas y tú hablan y hablan,
hasta el amanecer?
LÍMITE
Aquí, bajo esta rama, puedes hablar de amor.
Más allá es la ley, es la necesidad,
la pista de la fuerza, el coto del terror,
el feudo del castigo.
Más allá, no.
EL EXCLUIDO
A menudo, si un hombre recibe bien de otro
se le despierta un ímpetu homicida
-rostros secreto de la gratitud-
y el insulto que calla lo envenena.
El favor lo ha marcado
y no cabe en el mundo en que es ley de las cosas
la lucha, el exterminio.
A menudo... A menudo...
CANCIÓN DE CUNA
¿Es grande el mundo? -Es grande. Del tamaño del miedo.
¿Es largo el tiempo? -Es largo. Largo como el olvido.
¿Es profunda la mar? -Preguntáselo al náufrago.
(El Tentador sonríe. Me acaricia el cabello
y me dice que duerma.)
¡Actualidad! Tan fugaz/ En su cogollo y su miga,/ Regala a mi lentitud/ El sumo sabor a vida. Jorge Guillén
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viernes, 31 de mayo de 2013
jueves, 30 de mayo de 2013
miércoles, 29 de mayo de 2013
El no va más, Carmen Sevilla, Lola Flores y Paquita Rico juntas
En la película "El balcón de la luna", de Luis Saslavsky, estrenada en 1962.
Aprovecho la ocasión para, sin enrollarme demasiado, recordar lo gran actriz que ha sido Carmen Sevilla, que no tiene lugar entre los electores de la Academia de Cine Española. Solo un título, "La Venganza", de Juan Antonio Bardem (y que por problemas con la censura, qué tanto favoreció a Juan Antonio Bardem, entiendáseme si se quiere, no se tituló "Los segadores"), que en 1959 fue la primera película española candidata a mejor película en habla no inglesa a los Óscar.
Poemas de Eduardo Espósito en "A las puertas de Tannhäuser" (2). "Doctor Isla" e "Y mañana serán clones"
DOCTOR ISLA
Y no pudiste ver
en el sitio donde estallan las palabras
todos los fuegos encendidos
las coces primarias de la infancia
padres tan inútiles como los candelabros
Te fuiste abroquelando en la orfandad
hasta caer de Ellos
mefítico y ambiguo
hacia el berenjenal del mundo
Y te entregaron a los peces
A los susurros de una hoja
Al juego azul del infortunio
La enfermedad
La cura
lobotomía de un macaco sin sus ganglios
para que seas uno más
ya sano y libre
semejante a tus padres
A padres tan inútiles como los candelabros.
Y MAÑANA SERÁN CLONES
(Sobre una obra de Alejandro Arébalos)
Un niño deposita un huevo
en la piel de otro
Agita una probeta
Desovilla dulcemente
sus genealogías
Verifica datos viables
y se sienta a esperar
Qué clase de mamá
vendrá a buscarlo ahora
a la salida del colegio?
Y no pudiste ver
en el sitio donde estallan las palabras
todos los fuegos encendidos
las coces primarias de la infancia
padres tan inútiles como los candelabros
Te fuiste abroquelando en la orfandad
hasta caer de Ellos
mefítico y ambiguo
hacia el berenjenal del mundo
Y te entregaron a los peces
A los susurros de una hoja
Al juego azul del infortunio
La enfermedad
La cura
lobotomía de un macaco sin sus ganglios
para que seas uno más
ya sano y libre
semejante a tus padres
A padres tan inútiles como los candelabros.
Y MAÑANA SERÁN CLONES
(Sobre una obra de Alejandro Arébalos)
Un niño deposita un huevo
en la piel de otro
Agita una probeta
Desovilla dulcemente
sus genealogías
Verifica datos viables
y se sienta a esperar
Qué clase de mamá
vendrá a buscarlo ahora
a la salida del colegio?
martes, 28 de mayo de 2013
Poemas de Joaquín Giannuzzi con Dalias (1)
INVITACIÓN A LA DALIA
Querida mía: te propongo
una visión oblicua con relación al universo.
Que tu egoísmo y el mío sean uno
y hagan el amor sin necesitar
que restauren el mundo para nosotros.
¿Es demasiado soberbio
dar la espalda a la calle
donde rugen los automóviles terroristas
y la policía rebosa de actualidad?
Tanto mejor volvernos
con huesos desconocidos. Clausurados,
macho y hembra en época de crisis,
hacia el fondo de la casa
donde hay un jardín creciendo
fuera de la historia,
capaz de barrer la sombra contaminada
entre el deseo y la carne.
He descubierto allí
una planta de dalias con el tallo surcado
por una vena roja
que asciende hasta engendrar
estallidos fríos y violáceos en lo alto.
Que tengamos comunión y bodas
con esa certidumbre vegetal.
DALIA EN MI VENTANA
El agua de febrero en este valle
fija la suntuosa carne de la dalia
precipitada hacia la reja de mi ventana.
Pero la mente, bloqueada como este cuarto cerrado,
simplifica y decide, holgazana y platónica
que es la misma volviendo año tras año.
Mi mano, sin embargo,
mojada por el púrpura estallido
y en total conocimiento de la pérdida
sabe que este volumen no se repetirá.
A fines de marzo cesará la lluvia
y esta dalia, única y muerta,
habrá delatado la contradicción de la naturaleza,
el recurrente naufragio de la vida individual.
Sonetos de Garcilaso de la Vega en edición de José Nicolás de Azara del año 1765 (4)
O dulces prendas por mi mal halladas,
Dulces y alegres quando Dios quería!
Juntas estáis en la memoria mia,
Y con ella en mi muerte conjuradas.
¿Quien me dixera quando las pasadas
Horas en tanto bien por vos me via,
Que me habíais de ser en algun dia
Con tan grave dolor representadas?
Pues en un hora junto me llevastes
Todo el bien que por términos me distes,
Llevadme junto el mal que me dexastes.
Sino, sospecharé que me pusistes
En tantos bienes, porque deseastes
Verme morir entre memorias tristes.
___
A Dafne ya los brazos le crecían,
Y en luengos ramos vueltos se mostraban:
En verdes hojas vi que se tornaban
Los cabellos que al oro escurecían.
De áspera corteza se cubrían
Los tiernos miembros, que aun bullendo estaban:
Los blancos pies en tierra se hincaban,
Y en torcidas raices se volvían.
Aquel que fue la causa de tal daño,
A fuerza de llorar crecer hacía
Este árbol que con lágrimas regaba.
O miserable estado! ó mal tamaño!
Que con llorarla crezca cada dia
La causa y la razón porque lloraba!
Dulces y alegres quando Dios quería!
Juntas estáis en la memoria mia,
Y con ella en mi muerte conjuradas.
¿Quien me dixera quando las pasadas
Horas en tanto bien por vos me via,
Que me habíais de ser en algun dia
Con tan grave dolor representadas?
Pues en un hora junto me llevastes
Todo el bien que por términos me distes,
Llevadme junto el mal que me dexastes.
Sino, sospecharé que me pusistes
En tantos bienes, porque deseastes
Verme morir entre memorias tristes.
___
A Dafne ya los brazos le crecían,
Y en luengos ramos vueltos se mostraban:
En verdes hojas vi que se tornaban
Los cabellos que al oro escurecían.
De áspera corteza se cubrían
Los tiernos miembros, que aun bullendo estaban:
Los blancos pies en tierra se hincaban,
Y en torcidas raices se volvían.
Aquel que fue la causa de tal daño,
A fuerza de llorar crecer hacía
Este árbol que con lágrimas regaba.
O miserable estado! ó mal tamaño!
Que con llorarla crezca cada dia
La causa y la razón porque lloraba!
lunes, 27 de mayo de 2013
Agustín Calvo Galán sobre "Topología de una página en blanco" en Quimera
POESÍA EXPANDIDA
“Topología de una página en blanco”
de Alejandro Céspedes (Amargord, 2012)
QUIMERA, nº 354, mayo 2013
Agustín Calvo Galán
Con Topología de una página en blanco, Alejandro Céspedes recorre varios espacios simbólicos, físicos y mentales del lenguaje poético, y piensa la poesía transitando por encima de esa finísima línea que en la creación escrita divide lo tangible de lo intangible. El reto consiste en mantenerse en un equilibrio inestable entre significados y significantes, entre la poesía como materia formada y la conciencia creativa libre que se asoma al nihilismo de no dar nada por cierto. Este recorrido se realiza de una forma vinculada e intertextual, con referencias constantes al propio libro y a otras obras poéticas ajenas -explicitadas al final del mismo-. Transita también por el espacio físico de la página, por su dimensión topológica, dando lugar a poemas con formas figurativas, reconocibles, a la manera de caligramas. Todo ello aderezado con una estética expresiva y densa que no evita la invención de normas gramaticales sin jerarquías para conseguir, por ejemplo, efectos rizomáticos o fractales. Uno de los iconos del libro es, en este sentido, el vertiginoso pozo creado con los círculos del verso: “cualquier página podría ser un pozo en el que ahogarse”. Poesía textual y poesía visual que confluyen, pues, para crear una obra total, completa.
Alejandro Céspedes arriesga en este libro, se expone al atravesar el vacío sin red que supone tratar de explicar lo inefable a través de los múltiples recursos del lenguaje poético, y al subrayar la distancia consciente entre el creador y su creación. El poeta asturiano camina perfectamente por todo tipo de innovaciones temáticas como ya demostró en sus anteriores libros, en los que expandía igualmente el campo de acción de la poesía tradicional, al tiempo que complementaba sus creaciones con compromiso personal, emoción, coherencia y una reinvención constante. Cualquier página en blanco permite asumir riesgos, pero sólo en manos de un gran creador puede convertirse en una extensa y extraordinaria representación del mundo; por ello esta Topología es una obra capaz de crecer día a día en el imaginario de sus lectores.
“Topología de una página en blanco”
de Alejandro Céspedes (Amargord, 2012)
QUIMERA, nº 354, mayo 2013
Agustín Calvo Galán
Con Topología de una página en blanco, Alejandro Céspedes recorre varios espacios simbólicos, físicos y mentales del lenguaje poético, y piensa la poesía transitando por encima de esa finísima línea que en la creación escrita divide lo tangible de lo intangible. El reto consiste en mantenerse en un equilibrio inestable entre significados y significantes, entre la poesía como materia formada y la conciencia creativa libre que se asoma al nihilismo de no dar nada por cierto. Este recorrido se realiza de una forma vinculada e intertextual, con referencias constantes al propio libro y a otras obras poéticas ajenas -explicitadas al final del mismo-. Transita también por el espacio físico de la página, por su dimensión topológica, dando lugar a poemas con formas figurativas, reconocibles, a la manera de caligramas. Todo ello aderezado con una estética expresiva y densa que no evita la invención de normas gramaticales sin jerarquías para conseguir, por ejemplo, efectos rizomáticos o fractales. Uno de los iconos del libro es, en este sentido, el vertiginoso pozo creado con los círculos del verso: “cualquier página podría ser un pozo en el que ahogarse”. Poesía textual y poesía visual que confluyen, pues, para crear una obra total, completa.
Alejandro Céspedes arriesga en este libro, se expone al atravesar el vacío sin red que supone tratar de explicar lo inefable a través de los múltiples recursos del lenguaje poético, y al subrayar la distancia consciente entre el creador y su creación. El poeta asturiano camina perfectamente por todo tipo de innovaciones temáticas como ya demostró en sus anteriores libros, en los que expandía igualmente el campo de acción de la poesía tradicional, al tiempo que complementaba sus creaciones con compromiso personal, emoción, coherencia y una reinvención constante. Cualquier página en blanco permite asumir riesgos, pero sólo en manos de un gran creador puede convertirse en una extensa y extraordinaria representación del mundo; por ello esta Topología es una obra capaz de crecer día a día en el imaginario de sus lectores.
viernes, 24 de mayo de 2013
"El encerrado" y "Monólogo en la celda", poemas de Rosario Castellanos en su poemario "Lívida luz"
EL ENCERRADO
Cara contra los vidrios, fija, estúpida,
mirando sin oír.
Aquí afuera sucede lo que sucede: algo.
Relampaguea una nube, se alza un ventarrón,
sube una marejada
o una llanura queda quieta bajo la luz.
Las especies feroces devoran al cordero.
El látigo del fuerte
chasquea sobre el lomo del miedo y la cadena
del opresor se ciñe a los tobillos
de los que nunca ya podrán danzar.
Uno persigue a otro, lo alcanza, lo asesina.
Y tú presencias todo,
maravillado, ajeno, sin preguntar por qué.
MONÓLOGO EN LA CELDA
Se olvidaron de mí, me dejaron aparte.
Y yo no sé quién soy
porque ninguno ha dicho mi nombre; porque nadie
me ha dado ser, mirándome.
Dentro de mí se pudre un acto, el único
que no conozco y no puedo cumplir
porque no basta a ello un par de manos.
(El otro es el espacio en que se siembra
o el aire en que se crece
o la piedra que hay que despedazar.)
Pero solo... Y el cuerpo
que quisiera nacer en el abrazo,
que precisa medir su tamaño en la lucha
y desatar sus nudos
en un hijo, en la muerte compartida.
Pero solo... Golpeo una pared,
me estrello ante una puerta que no cede,
me escondo en el rincón
donde teje sus redes la locura.
¿Quién me ha encerrado aquí? ¿Dónde se fueron todos?
¿Por qué no viene alguno a rescatarme?
Hace frío. Tengo hambre. Y ya casi no veo
de oscuridad y lágrimas.
Cara contra los vidrios, fija, estúpida,
mirando sin oír.
Aquí afuera sucede lo que sucede: algo.
Relampaguea una nube, se alza un ventarrón,
sube una marejada
o una llanura queda quieta bajo la luz.
Las especies feroces devoran al cordero.
El látigo del fuerte
chasquea sobre el lomo del miedo y la cadena
del opresor se ciñe a los tobillos
de los que nunca ya podrán danzar.
Uno persigue a otro, lo alcanza, lo asesina.
Y tú presencias todo,
maravillado, ajeno, sin preguntar por qué.
MONÓLOGO EN LA CELDA
Se olvidaron de mí, me dejaron aparte.
Y yo no sé quién soy
porque ninguno ha dicho mi nombre; porque nadie
me ha dado ser, mirándome.
Dentro de mí se pudre un acto, el único
que no conozco y no puedo cumplir
porque no basta a ello un par de manos.
(El otro es el espacio en que se siembra
o el aire en que se crece
o la piedra que hay que despedazar.)
Pero solo... Y el cuerpo
que quisiera nacer en el abrazo,
que precisa medir su tamaño en la lucha
y desatar sus nudos
en un hijo, en la muerte compartida.
Pero solo... Golpeo una pared,
me estrello ante una puerta que no cede,
me escondo en el rincón
donde teje sus redes la locura.
¿Quién me ha encerrado aquí? ¿Dónde se fueron todos?
¿Por qué no viene alguno a rescatarme?
Hace frío. Tengo hambre. Y ya casi no veo
de oscuridad y lágrimas.
jueves, 23 de mayo de 2013
"Cantos de Amor" de Ausias March, en traducción de Jorge de Montemayor, "Canto V"
CANTO V
Alt amor hon gran desig s'engendra
Amor, ¿y el agradarme de adó viene,
desseo, y lo que tengo esperimentado?
Es un plazer de ado el pesar proviene,
y el miedo del dolor que me ha causado.
Sin humo el coraçón se quema y tiene
en sí el calor, que nunca le ha mostrado;
si no socorre luego mi señora,
según estoy, no biviré una hora.
Del mal no burla el médico sapiente,
aunque el calor no muestre aquel veneno;
el nescio sí, pues juzga qu'el doliente
jamás lo está, si tiene el pulso bueno.
Dezir su mal no puede allí el paciente
qu'está de gran flaqueza y males lleno,
pero con gesto flaco y amarillo
mejor descubre el mal que con dezillo.
Dezir que os quiero bien es escusado,
pues sé que lo tenéys muy bien sabido,
aunque mostréys no haver bien conoscido
aquello por que amor es estremado.
Alt amor hon gran desig s'engendra
Amor, ¿y el agradarme de adó viene,
desseo, y lo que tengo esperimentado?
Es un plazer de ado el pesar proviene,
y el miedo del dolor que me ha causado.
Sin humo el coraçón se quema y tiene
en sí el calor, que nunca le ha mostrado;
si no socorre luego mi señora,
según estoy, no biviré una hora.
Del mal no burla el médico sapiente,
aunque el calor no muestre aquel veneno;
el nescio sí, pues juzga qu'el doliente
jamás lo está, si tiene el pulso bueno.
Dezir su mal no puede allí el paciente
qu'está de gran flaqueza y males lleno,
pero con gesto flaco y amarillo
mejor descubre el mal que con dezillo.
Dezir que os quiero bien es escusado,
pues sé que lo tenéys muy bien sabido,
aunque mostréys no haver bien conoscido
aquello por que amor es estremado.
miércoles, 22 de mayo de 2013
Poemas de Eduardo Espósito en "A las puertas de Tannhäuser" (1). "Lecturas" y "Amarcord"
LECTURAS
Y esperabas el arribo de la siesta
para leer tu diario en llamas
en la hueca reposera del silencio
Ya callados los pájaros
bajo amenaza el viento
dominando el motín de los sentidos
te ibas fundiendo a la intemperie
y ni siquiera la llegada de la noche
lograba divorciarte del paisaje
Apetencia voraz de tu intelecto
Genio y figura
Así caías de la tinta a la catrera
con la sola gimnasia de unos párpados
obligados penosamente al sueño
Las brasitas del día arrinconadas al fin
y la rumiada pastura de un periódico.
AMARCORD
Tu corpiño es una máquina cinética
Una estaca en el cuore
Por él se asciende a una escalera
que te conduce al cielo
A un prieto cielo de acceso denegado
Me gusta suponer que en él
puedo fichar con mi tarjeta
-mi chata identidad enamorada-
Tu corpiño junta las sangres más dispares
Las reconcilia en sus abismos
Las hace leches de beber
Con rastrojos de un dios
anterior a su viudez
inflama todo el orbe conocido
y me induce a disfrutar de lo que asfixia.
Y esperabas el arribo de la siesta
para leer tu diario en llamas
en la hueca reposera del silencio
Ya callados los pájaros
bajo amenaza el viento
dominando el motín de los sentidos
te ibas fundiendo a la intemperie
y ni siquiera la llegada de la noche
lograba divorciarte del paisaje
Apetencia voraz de tu intelecto
Genio y figura
Así caías de la tinta a la catrera
con la sola gimnasia de unos párpados
obligados penosamente al sueño
Las brasitas del día arrinconadas al fin
y la rumiada pastura de un periódico.
AMARCORD
Tu corpiño es una máquina cinética
Una estaca en el cuore
Por él se asciende a una escalera
que te conduce al cielo
A un prieto cielo de acceso denegado
Me gusta suponer que en él
puedo fichar con mi tarjeta
-mi chata identidad enamorada-
Tu corpiño junta las sangres más dispares
Las reconcilia en sus abismos
Las hace leches de beber
Con rastrojos de un dios
anterior a su viudez
inflama todo el orbe conocido
y me induce a disfrutar de lo que asfixia.
martes, 21 de mayo de 2013
Poema de José Almendros en "Nostálgicas", publicado en 1898. Hoy "El brindis". Y fin al recorrido por el libro
EL BRINDIS
El sol descendía; dormíase el viento,
la tarde al caer,
al triste paisaje monótona daba
glacial palidez.
—¡Brindo!...—dijo uno levantando el vaso,
¡por lo que aún no es!...
Por la luz radiante que en la tierra vierta
cada amanecer.
Por las noches mudas a que den los astros
vaga placidez;
por los no nacidos pensativos ojos
a que encanto den.
Por lo que de dicha con feliz promesa
un día ha de ser,
hoy sin la amargura de lo que es y pasa,
de lo que antes fue.
Por lo que aun sin forma de la vida breve
próximo al dintel,
en la nada hundido sin saberlo espera
de venir su vez.
Sólo es venturoso lo que no es llegado,
lo que solo aun es,
ilusión, promesa, porvenir, mañana,
esperanza, fe.
Por lo que se anuncia, por lo que consuela,
por lo que se aguarda, por lo que se anhela,
¡brindemos!...
Brindé.
***
El sol inflamando la cumbre del monte
caía tras él,
rojizo alumbrando del mudo paisaje
la inerte aridez.
—¡Brindo!...—dijo uno, por lo que ahora vive
por cuanto ahora es,
y sobre la tierra palpitando vibra
su final sin ver.
Por los ebrios labios cuya angustia auyenten
labios de mujer,
y al amor que en torno sobre el llanto humano
vierta su embriaguez.
Por cuanto se agita, sin mirar de dónde
vino, ni por qué
y su rumbo sigue sin mirar tampoco
dónde ha de caer.
Sólo es venturoso lo que vive y siente
si forzoso es,
y el dolor ahogando, bébelo en el frágil
vaso del placer.
Brindo a cuanto existe bajo el amplio cielo
y aún su fin no ve,
por lo que pasando lo demás olvida;
por el rumbo incierto de la breve vida;
¡brindemos!...
Brindé.
***
El sol trasponía la cumbre lejana;
muriendo con él
con muda tristeza borrándose, iba
un hoy al ayer.
—¡Brindo!—dijo aún otro, por lo que es y pasa,
por lo que antes fue;
por cuanto desciende sin saberse dónde
para no volver.
Por lo que rendido de la vida al peso
descansó después,
o dejó una estela, vibración o grito
de llanto o placer.
Por lo que sin rastro, más feliz acaso
descendió a su vez
de olvidadas tumbas al abismo oscuro,
que borró su ser.
Solo es venturoso lo que nada siente,
lo que nada es,
y con el recuerdo del placer huido
vive en el ayer.
Yo brindo por todo lo que al sueño vuelto
nunca vuelve de él;
a lo que descansa, por lo que reposa;
por el lecho eterno de la eterna fosa;
¡brindemos!...
Brindé.
***
La sombra crecía; la noche serena
tendiéndose en él
al vasto paisaje fatídica daba
mortal lobreguez.
Miráronme mudos; la frente caída,
notándolo, alcé,
llené lento el vaso mirando en las sombras
y dije también:
—Todo al soplo llora de la vida breve
siendo como es...
Solo es venturoso lo que nunca ha sido
lo que no ha de ser.
Yo brindo por todo lo que nunca sea
lo que nunca fue...
por lo indefinido que jamás se nombra:
por la nada eterna... por la eterna sombra...
Yo solo brindé...
El sol descendía; dormíase el viento,
la tarde al caer,
al triste paisaje monótona daba
glacial palidez.
—¡Brindo!...—dijo uno levantando el vaso,
¡por lo que aún no es!...
Por la luz radiante que en la tierra vierta
cada amanecer.
Por las noches mudas a que den los astros
vaga placidez;
por los no nacidos pensativos ojos
a que encanto den.
Por lo que de dicha con feliz promesa
un día ha de ser,
hoy sin la amargura de lo que es y pasa,
de lo que antes fue.
Por lo que aun sin forma de la vida breve
próximo al dintel,
en la nada hundido sin saberlo espera
de venir su vez.
Sólo es venturoso lo que no es llegado,
lo que solo aun es,
ilusión, promesa, porvenir, mañana,
esperanza, fe.
Por lo que se anuncia, por lo que consuela,
por lo que se aguarda, por lo que se anhela,
¡brindemos!...
Brindé.
***
El sol inflamando la cumbre del monte
caía tras él,
rojizo alumbrando del mudo paisaje
la inerte aridez.
—¡Brindo!...—dijo uno, por lo que ahora vive
por cuanto ahora es,
y sobre la tierra palpitando vibra
su final sin ver.
Por los ebrios labios cuya angustia auyenten
labios de mujer,
y al amor que en torno sobre el llanto humano
vierta su embriaguez.
Por cuanto se agita, sin mirar de dónde
vino, ni por qué
y su rumbo sigue sin mirar tampoco
dónde ha de caer.
Sólo es venturoso lo que vive y siente
si forzoso es,
y el dolor ahogando, bébelo en el frágil
vaso del placer.
Brindo a cuanto existe bajo el amplio cielo
y aún su fin no ve,
por lo que pasando lo demás olvida;
por el rumbo incierto de la breve vida;
¡brindemos!...
Brindé.
***
El sol trasponía la cumbre lejana;
muriendo con él
con muda tristeza borrándose, iba
un hoy al ayer.
—¡Brindo!—dijo aún otro, por lo que es y pasa,
por lo que antes fue;
por cuanto desciende sin saberse dónde
para no volver.
Por lo que rendido de la vida al peso
descansó después,
o dejó una estela, vibración o grito
de llanto o placer.
Por lo que sin rastro, más feliz acaso
descendió a su vez
de olvidadas tumbas al abismo oscuro,
que borró su ser.
Solo es venturoso lo que nada siente,
lo que nada es,
y con el recuerdo del placer huido
vive en el ayer.
Yo brindo por todo lo que al sueño vuelto
nunca vuelve de él;
a lo que descansa, por lo que reposa;
por el lecho eterno de la eterna fosa;
¡brindemos!...
Brindé.
***
La sombra crecía; la noche serena
tendiéndose en él
al vasto paisaje fatídica daba
mortal lobreguez.
Miráronme mudos; la frente caída,
notándolo, alcé,
llené lento el vaso mirando en las sombras
y dije también:
—Todo al soplo llora de la vida breve
siendo como es...
Solo es venturoso lo que nunca ha sido
lo que no ha de ser.
Yo brindo por todo lo que nunca sea
lo que nunca fue...
por lo indefinido que jamás se nombra:
por la nada eterna... por la eterna sombra...
Yo solo brindé...
Sonetos de Garcilaso de la Vega en edición de José Nicolás de Azara del año 1765(3)
Un rato se levanta mi esperanza;
Mas, cansada de haberse levantado,
Torna á caer, y dexa, mal mi grado,
Libre el lugar á la desconfianza.
¿Quien sufrirá tan áspera mudanza
Del bien ai mal? O corazón cansado!
Esfuerza en la miseria de tu estado,
Que tras fortuna suele haber bonanza.
Yo mismo emprenderé á fuerza de brazos
Romper un monte, que otro no rompiera,
De mil inconvenientes muy espeso.
Muerte, prision, no pueden, ni embarazos,
Quitarme de ir á veros como quiera,
Desnudo espirtu, ó hombre en carne y hueso.
___
Por ásperos caminos he llegado
A parte que de miedo no me muevo:
Y si á mudarme, ó dar un paso pruebo,
Allí por los cabellos sov tornado.
Mas tal estoy que con la muerte al lado
Busco de mi vivir consejo nuevo:
Conozco la mejor, lo peor apruebo,
O por costumbre mala, ó por mi hado.
Por otra parte el breve tiempo mio,
Y el errado proceso de mis años
En su primer principio y en su medio,
Mi inclinacion (con quien ya no porfío)
La cierta muerte (fin de tantos daños)
Me hacen descuidar de mi remedio.
Mas, cansada de haberse levantado,
Torna á caer, y dexa, mal mi grado,
Libre el lugar á la desconfianza.
¿Quien sufrirá tan áspera mudanza
Del bien ai mal? O corazón cansado!
Esfuerza en la miseria de tu estado,
Que tras fortuna suele haber bonanza.
Yo mismo emprenderé á fuerza de brazos
Romper un monte, que otro no rompiera,
De mil inconvenientes muy espeso.
Muerte, prision, no pueden, ni embarazos,
Quitarme de ir á veros como quiera,
Desnudo espirtu, ó hombre en carne y hueso.
___
Por ásperos caminos he llegado
A parte que de miedo no me muevo:
Y si á mudarme, ó dar un paso pruebo,
Allí por los cabellos sov tornado.
Mas tal estoy que con la muerte al lado
Busco de mi vivir consejo nuevo:
Conozco la mejor, lo peor apruebo,
O por costumbre mala, ó por mi hado.
Por otra parte el breve tiempo mio,
Y el errado proceso de mis años
En su primer principio y en su medio,
Mi inclinacion (con quien ya no porfío)
La cierta muerte (fin de tantos daños)
Me hacen descuidar de mi remedio.
lunes, 20 de mayo de 2013
"Postales al viento" (4, y fin). Hoy, poemas de Jesús Malia (y la foto que acompaña) y Gonzalo Escarpa
De día me pregunto si te sueño
o es cierto, como dices, que me amas.
Y vienes y me buscas y me llamas
dulzura, corazón, tierno, sedeño.
Y tuerces con tus mimos el empeño
tan necio, de dudar que tú me amas,
pues vienes y me buscas y derramas
dulzura, corazón, ternura, sueño.
Y sé que si soy dulce es un reflejo
sin brillo, casi sombra, de tu ser,
que mi alma ya no es alma, sino espejo
que dice de tu alma lo que dices
que miras en mis ojos para ver
y es solo lo que en ellos tú deslices.
Jesús Malia
Sin humor
las reliquias se tornan antiguallas,
los tesoros, monedas,
los caramelos, piedras.
Sin humor los frutales son semáforos,
el musgo, gabardina,
los pinceles, palillos,
las alas, alerones,
el vino es un jarabe,
la música, un ladrido.
Sin humor, compañeros,
el humor es un hueco,
el amor, un tumor,
la familia, una piara
y la palabra un tupperware.
Como con los mecheros:
si pierdes el humor
cómprate otro.
Gonzalo Escarpa
"El día de toros" de Mesonero Romanos
El día de toros
- I -
Casa de vecindad
En una parte más intrincada y costanera del antiguo y famoso cuartel de siguiendo por la calle de la Fe, como quien se dirige a la parroquia de San Lorenzo, y revolviendo después por la diestra mano para ganar una altura que se eleva sobre la izquierda, hay una calle, de cuyo nombre no quiero acordarme, que tiene por apéndice oriental un angosto y desusado callejón, de cuyo nombre no me acordaría aunque quisiera.
Entre esta calle y este callejón, y formando escuadra los límites ordinarios de ambos, descuella sobre las inmediatas un caserón de forma ambigua, tan caprichoso y heterogéneo en el orden de sus fachadas, como en el de su distribución y mecánica interior. El aspecto de la primera de ellas, que sirve a la calle principal, no ofrece, ni en la forma de su entrada, ni en la triple fila de balcones, ninguna discordancia con la de los demás edificios que pueblan el casco de esta noble capital; antes bien, sujeta en un todo a las formas autorizadas por el uso, encubre con el velo de cándida Vestal (inocente disfraz harto común en las casas de Madrid), deformidades y faltas de más de un género. -Por el opuesto lado es otra cosa; el color primitivo de la pared, en que la azarosa mano del tiempo ha impreso todos sus rigores; la combinación casual de ventanas y agujeros; el alero prolongado; el estrecho portal, y más que todo, la extravagante adición de un corredor descubierto y económicamente repartido, en sendas habitaciones o celdillas, prestan al todo del edificio un aspecto romántico, que revela su fecha y el gusto de la época de su construcción.
El interior de esta mansión no es menos fecundo en halagüeños y significativos contrastes. Cualquiera que entre por la escalera principal no advertirá en la respectiva colocación de las puertas de cada piso notable disparidad con lo que está acostumbrado a ver en las demás casas de Madrid, y costarale trabajo persuadirse de que en ésta puedan encontrar habitación independiente sesenta y dos familias, que, puesto que habitantes de un mismo pueblo, de un mismo barrio, de una misma casa, representan ocupaciones, gustos y necesidades tan distintos, como son discordantes entre sí los guarismos que forman el precio de su alquiler. Empero esta duda cesará de todo, punto, si, guiado por la natural curiosidad, acierta a traspasar el límite que separa la aristocracia de la tal casa de la parte que constituye su tripulación popular.
Preséntasele, pues, para este paso al nuevo Magallanes un nuevo estrecho o pasillo, que lo conduce desde el piso segundo al cuadrado patio, en torno del cual se ostenta el abierto corredor de que arriba dejamos hecha mención. La multiplicidad de las puertas de las viviendas que interrumpen los lienzos causarale por el pronto alguna confusión; pero muy luego adoptará por brújula para navegar en tan procelosos mares los sendos números que mirará estampados sobre cada una de aquéllas. Por último, si, limitado al objeto de mero descubridor, buscara, la salida de aquel archipiélago, y su comunicación con la calle, no será para él objeto menor de admiración el encontrarla directamente a aquella altura (el piso segundo) por la parte del callejón excusado; notable desnivel de algunos sitios de Madrid, que permite a varias de sus casas tan estrambótica construcción.
- II -
Antes de la corrida
En el intrincado laberinto que queda bosquejado, todo era animación y movimiento uno de los pasados lunes, en que según la piadosa y antigua costumbre, celebraba la Junta de hospitales una de las funciones de la temporada en el ancho circo de la puerta de Alcalá. Era día de toros, y los que conocen la influencia de estas palabras mágicas para la población madrileña, pueden calcular el efecto producido por semejante causa en las trescientas setenta y dos personas que por término medio pueden calcularse cobijadas bajo aquel techo.
El movimiento, pues, estaba a la orden del día, y por emblema de él ostentábase a la puerta principal un almagrado coche de camino, abierto y ventilado por todas sus coyunturas, y arrastrado por seis vigorosas mulas, cubiertas las colleras de campanillas y cascabeles; al paso que por la puerta del costado dejábanse contar hasta cuatro calesines de forma análoga, dirigidos por mitad entre los menguados caballejos de sus varas, y los despiertos mancebos de sombrero de cucurucho, cinto y marsellés.
Del ya referido coche acababa de desembarcar un apuesto caballero, ni tan viejo que ostentase blanca cabellera sobre su frente, ni tan joven que se hallara comprendido en el último alistamiento militar. Y mientras atusándose el pelo dictaba desde el portal las órdenes convenientes al cochero, era, sin advertirlo, el objeto de curiosidad general de entrambas calles, en cuyos balcones y ventanas el ruido del coche había hecho aparecer multitud de espectadores de todos sexos y condiciones.
-Oyes, Paca, la del número 12, ¿conoces a ese señor de tantas campanillas que se ha apeado en el portal?
-Toma si lo conozgo: ¡si es mi casero el percurador! ¡todos los domingos me hace una vesita por el monís!
-¡Fuego, hija, y qué casero tan aquel, que viene a visitar en coche a sus enquilinos!
-Yo lo diré a V., señá Blasa, me explicaré; lo que es por la presente no viene a por cuartos, y en tal caso no son de cobre por cierto.
-¿Trampilla tenemos? ¡Ay!, cuenta, cuenta, hija, que no hay como escuchar para aprender; apostaré a que lo dices por cierto sombrerillo de raso que veo asomar por entre las cortinas del principal.
-Pues... ya me entiende V... ¡Ay, Jesús, y qué encapotado está el tiempo!
-No temas, muchacha; que pronto cambiará.
-Diga V., madre Blasa: V., que endiña desde ahí la muestra, ¿a cuántos apunta el reloj?
-Dos en punto, si no veo mal.
-Pues punto y coma, que hay moros en la costa y salvajes en portillo.
-¡Qué lengua, qué lengua, señá Paca!
-Calle, tío Mondongo, ¿usté está ahí? ¿y quién lo mete a V. en la conversación de las personas? Más lo valiera cuidar de su tía Mondonga y de su hija, que no entrarse en donde no le llaman.
-Me llaman y me importa, señá Paca, que al cabo soy hombre de ley, y no puedo ver esos tiruleques.
-¡Ay Jesús! Llamar al abogado de probes para que se lo cuento a su señoría.
-Pues tengo mil razones, y mi conciencia es conciencia; y digo, ahí que no es nada; estar sacando al aire, como quien no dice nada, los trapos de nuestro casero D. Simón Papirolario, honrado percurador, administrador judicial por la justicia de esta casa de mostrencos.
-El mostrenco será él y V. que le abona; vaya V. a decírselo de mi parte, y que le baje el cuarto, que harto subido está sobre el tejao.
-Dice bien el tío Mondongo, Pacorra: ¿qué tienes tú que meterte en cuidiaos ajenos, y si D. Simón vesita a la señá Catalina y si viene por ella para llevarla a los toros, y si la viste y la calza y la da de comer y el cuarto de balde; y si es casao y con tres hijos, que deja en casa, y si doña Catalina tiene otro cortejo por otro lao, y si... en fin, cada uno se gobierna como puede, y a quien Dios se la dio, San Pedro se la bendiga.
-Que se la bendiga en buen hora, marío, y a ti te dé magín para echar sermones, y a mí paciencia para oírlos; pero ahora que me acuerdo, ¿no ha venido todavía tu compadre?
-Mi compadre estará legítimamente ocupao, que es el que pone el hierro a las banderillas.
-No digo eso, sino el Chato, que tiene que venir por mí para llevarme a los toros.
-Ése no es mi compadre, canalla, que es el tuyo; y si no fuera por armar un escándalo, no te dejaría ir con él.
-Calla, mal genio, que no te quedarás en casa, y puedes irnos a esperar a la vuelta, a la taberna de la Alfonsa.
-Bien sabe Dios que sólo la necesiá...
-Tiene cara de hereje, Juancho, y tú no la tienes mejor por cierto.
-¡Eh! hombre, ¡cuidao! ¿Dónde diablos vas a pasar?
-Adonde quiero y puedo; y háganse toos a un lao de la calle, y dejen a mi carroza la puerta franca.
-Pues nosotros hemos llegado antes.
-Pues yo llego siempre a tiempo, y... hola... muchacho, aguija la bestia, y que salte sobre esas otras.
-Huii... sóo... ráa... iak... eh..., atrás...
-Vaya, señores, ahora que estamos acomodaos, la paz; y caa uno se espere mientras me apeo, que ya saben que soy hombre de malas pulgas.
Y aquí un sordo murmullo de reniegos y juramentos, reconcentrados por aquella prudencia que dicta el miedo, acompañó respetuosamente al descenso del Chato, que era el que en tal momento se apeaba de la carroza de dos ruedas.
- III -
Mientras la corrida
Ya nos han dejado solos, tío Mondongo; a mí con los puntos de mi calceta, y a V. con su banquillo y su piedra; a mí echando al aire mis arrugas, y a V. asomando los cuernos al sol.
-¿Qué, quiere V., señá Blasa! la juventú es juventú, y nosotros...
-Usted será el viejo, que yo a Dios gracias todavía tengo mi alma en mi armario, y mi cuerpo donde
Dios me lo puso, y si no fuera por el hambre del año 12 que me hizo caer los dientes y el pelo, todavía
era negocio de salir a la plaza a echar una suerte; pero dejando esta plática y viniendo a lo del día,
¿Sabe V. que se me hacían los dientes, digo las encías, un agua pura al ver la alegría de nuestra gente?
-Ello dirá, tía Blasa, ello dirá; y tras del día viene la noche, y al fin se canta la gloria.
-Vaya, hombre, que no parece sino que viene de casta de disciplinantes: ¿pues qué mal hay en que la gente se divierta y se ponga maja? Pero a propósito, ¿sabe usted que la Paca iba que ni una reina de Gito, con aquel guardapiés encarnado, y delantal de flores, y medias negras caladas hasta la liga, y pañuelo amarillo, y roete de cesto, y mantilla al hombro? Cierto que el Chato es hombre que lo entiende, y que no hace mal el tío Juancho en tener paciencia.
-Chito, tía Blasa, que las paredes oyen.
-¡Qué! Tío Mondongo, si aquí no nos oyen más que las golondrinas.
-Pues una vez que es así, sepa V. (y dejemos un rato el mandil, que de menos nos hizo Dios; y la noche diz que se ha hecho para dormir y el día para descansar); sepa usted, pues, como iba diciendo, que luego que se marcharon todas las calesas y en ellas los ya dichos, y el Bereque y la Curra, con Malgesto y el banderillero, Lamparilla con la mujer del herrador, y éste con la hija del alguacil, y después que nos quedamos solos yo y mi chica, (que es una muchacha que ni pintada, y que no quiere ir a los toros por más que la pedrico), vino el dengue, el filé, el lechugino de los bigotillos y la pera, y miró al balcón del principal: se acercó callandito a la rejilla de la escalera, dio dos golpecitos, y le abrió la vieja y allá se coló: con que si vuelve el percurador, ¿sabe usted que es lance?
-¡Ah, ah, ah!
-Ello dirá, señora Blasa, ello dirá.
-Pero dígame V., ¿qué ruido infernal es ese que salió hace un rato por ese bujero del diablo?
-¿Qué quiere V. que sea?, los siete chicos de la tuerta que se han quedado solos y están jugando al toro con un gato de la guardilla del rincón.
-¡Pobres criaturas! pero en fin, ellos podrán dejar las divisas cuando quieran, mientras que su pobre padre...
-Pues no para ahí lo mejor, sino que la puerta del ebanista está abierta, y hay quien sospecha en el barbero de enfrente, que ha sido aprendiz de herrador, y así parece hecho para afeitar barbas, como para rapar la bolsa al prójimo.
Yo no quería decirlo a V., pero me parece que cuando estaba comiendo vi salir una caña por cierto agujero, que encaminándose a la guardilla de la Paca, enganchó por su propia virtud en los pañales que estaban colgados; pero no lo quisiera afirmar, porque como mi vista es débil, y luego los antojos se me quebraron la otra noche leyendo el Bertoldo...
-Ahora que dice V. Bertoldo, ¿no sabe V. que el Cacasenillo del aguacil del número 13 ha dado en requebrar a la Paca, y en querérsela disputar a su marido y al banderillero, y lo que aún es más, al matachín del Chato, que es capaz de enristrar alguaciles como el toro a los dominguillos?
-¡Ah, ah, ah!... me ha hecho V. reír con la comparación, y a fe que es menester haber vivido años para entenderla.
-El año 89 si mal no me recuerdo.
-Y es la verdad; yo estaba en la plaza, y acababa de casarme con mi marido Rodríguez (que Dios allá tenga) cuando echaron al toro dominguillos; pero a propósito de dominguillo, ¿dice V. que el lechuguino que daba en el principal con la criada?
-Pues; para mientras venga el ama con don Simón.
-¿Y está V. seguro de ello?
-Toma si lo estoy.
-¿Seguro?
-Seguro.
-¿Un muchacho como de veinte y dos, alto, bien plantado, bigote rubio, barbas capuchinas, pantalón colorado, levita corta y sombrerillo ladeado, bastoncillo y espolines?
-Ese mismo, ese mismo es.
-Pues es el caso que, si no veo mal, paréceme que lo miraba ahora mismo salir por el portal de la otra calle con una muchacha de vestido corto color de pasa, delantal y mangas huecas, mantilla de tira, y...
-¡Que! No, no lo crea V., tía Blasa, si no ha quedado en casa más moza de esas señas que mi hija.
-Es que pudiera ser que acaso fuera su hija de usted.
-¿Mi hija? Sí, bonita es ella; ahora quedaba allá dentro espulgando al dogo; Juanilla... Juanilla... ¡Diantres! no responde; voy a ver...
-No se moleste V., tío Mondongo, que hace ya rato que doblaron la esquina.
- IV -
Después de la corrida
Perdone V. señor alcalde, que no fue así como lo ha contado mi marío, porque él se quedó en cá e la Alifonsa durmiendo la mona y no supo náa del sucedido.
-Pues diga V. como fue.
-Yo, señor, ya ve V., soy una probe mujer y no sé espricarme de corrido; pero el señor es mi marío, y su conduta es la que V. ve, siempre borracho y sin trabajar, con que de algún modo ha de comer una, y tener cuatro trapos.
-Vamos al caso.
-Pues al caso voy; ello es que el que tiene la culpa de todo es un amigo de la casa y muy compadre, como tóo el mundo sabe, que llaman Malgesto, y capaz de plantar una banderilla al lucero del alba, cuanto ni más al toro: pues como iba diciendo, éste tal me tenía dicho: «Paca, no quiero que mires al Chato, porque si tal haces lo voy a cortar las pocas narices que le quedan».
-¡Qué sí! decía yo, y como ya ve su señoría o su merced; el gusto es gusto, y en dengún catecismo he visto el pecado no mirarás; yo, ya se ve, no lo hacía caso, y...
-Adelante: fue V. con el otro a los toros.
-Pues allí está, porque tomó su calesa y me llevó, que yo no me fui sola; y esto cualquiera lo hubiera hecho, y señoronas conozgo yo...
-Al grano, al grano.
-El grano es un grano de anís, como quien dice, porque el otro desde la plaza mira que te mirarás, no nos quitaba ojo en toa la corrida, y ponla las banderillas en cruz, y nos las juraba con unos gestos que Dios nos libre...
-Pero al cabo...
-Al cabo se acabó con el último toro como es costumbre, y todos nos íbamos en paz y en gracia de Dios, cuando al salir de la plaza, el Chato se desapareció no sé cómo, y yo, que me esperaba encontrarle al pie de la calesa, ¿a quien dirán VV. que encontré? pues fue náa menos que el banderillero, que diciéndome -«¡Ingrata! no, endina (me dijo), ¿es éste el modo de obedecer mis precetos?».
-Yo le dije... pero no, entonces no lo dije nada, como que estaba encogida; pero sólo le hice un gesto, y aún no sé si algo más. Él no me respondió más que dos o tres juramentos y algunos reniegos, y luego agarrando a la Curra que venía, conmigo, la subió por fuerza a la calesa: en seguida puso una rodilla en tierra y me la presentó como estribo, diciéndome por lo bajo: -«Paca, si no subes mato al Chato»;
-y yo, ya ve su señoría, soy mujer de bien, y no quiero la muerte de naide.
-¿Con que, en fin, qué hizo usted?
-¿Qué había de hacer? Subí.
-¿Y después?
-Después fue la jarana, porque la Curra que para servir a su señoría, es, según dicen malas lenguas, mujer de Malgesto, empezó a gruñir, y yo también, y él nos quiso tranquilizar y nos dio dos o tres bofetones a cada una; pero nosotras empezamos a menudearle y menudearnos, y ya ve usía, la defensa es natural; por último que se espantó el caballo y por poco nos vuelca; pero, en fin, nos apeamos en la calle del Barquillo, y él ya había echado a correr, y luego la Curra, y no he vuelto a saber más de ellos.
-¿Con que nada más tiene V. que alegar?
-Nada más.
-¿Y se ratifica V. en ello?
-Me ratifico en que soy mujer de bien, incapaz de dar escándalos, sino que a veces no puede una...; pero ahora voy a quejarme yo a su señoría, que también tengo mi porqué.
-Veamos.
-En primer lugar, me quejo de toda la vecindad, porque me han robado todo lo que tenía en casa y dejado por puertas.
-¿Y cómo puede V. probar?...
-Puedo probar que me han robado, que es lo principal; en segundo lugar, me quejo de mi marido porque no me defiende en mis peligros; en tercer lugar, me quejo de la Curra por catorce arañones y diez pellizcos, amén de algunos zapatazos donde no se puede nombrar; además me quejo del alguacil porque se empeña en llevarme a la cárcel, y todo porque le hice una mueca el día de San Antón, que quiso requebrarme; por último, me quejo de usía, porque desde que es Alcalde de este barrio...
-Calle V., demonio, que ya no la puedo sufrir más, o por el alma de mi padre que la ponga una mordaza que no se le caiga tan pronto.
-Veamos otro. ¿Usted, buen hombre, que quejas tiene V. que proponer a la autoridad? Sea breve y yo le prometo justicia.
-Yo, señor, me llamo Cenón Lanteja, alias Mondongo: tengo una hija que se llama Juanita, alias la Perla.
-Adelante sin más ribetes, seor Mondongo, que si volviera a echar otro alias, por este bastón que empuño que no le bajo la multa de cuarenta ducados.
-Pues señor, claro, esta muchacha tan recatada se me ha ido con un lechuguino a los toros, y...
-Aquí entro yo, señor Alcalde; yo me quejo de ese pícaro, que después de hacerme salir de casa de mi padre no me llevó a los toros, y sabe Dios...
-Señor Alcalde, palabra.
-Señor don Simón y muy señor mío, ¡qué gentecita tiene V. en casa!
-Calle V. por Dios, señor, que todas son cuitas; pues ya V. sabe que en el principal tengo una parienta joven, a quien su tío, oidor de Filipinas me dejó recomendada al morir.
-Sí, sí, ya lo sé todo, y sé también que la convida usted a los toros, y...
-Pues ahí voy; después de hacer con ella los oficios de padre, ¿sabe V. con lo que me encuentro?
-¿Qué?
-¡Ahí es nada! Que al volver con ella a su casa, me he hallado en la escalera a un galancete joven, que cuando le he descubierto, me insulta, me desafía, y...
-Pues no es eso lo mejor, señor don Simón, sino que su esposa de V., según me ha dicho el escribano, ha estado esta mañana en mi casa a quejarse de su infidelidad, y a ponerle, como quien no quiere la cosa, demanda de divorcio.
-¿De divorcio?
-Yo la he procurado calmar y desengañar, aconsejándola que para esto se dirija al tribunal de mostrencos; porque como V. tiene ese carácter...
-Señor Alcalde, señor Alcalde.
-¿Alguacil?
-Que vienen a avisar que a la puerta de la taberna de la tía Alfonsa se han dado dos hombres de navajadas y han quedado los dos muy mal heridos.
-¡Ay, Dios mío! ¡Ellos son!
-¡El Chato!
-¡Malgesto!
-¡Ay, ay, ay!
-Orden (dijo el Alcalde pegando un bastonazo en el suelo). ¿Hay aquí algún hombre bueno?... Nadie responde; pues bien; sirva V., escribano, por esta vez, y apúnteme un prospecto de providencia... a ver, lea usted.
«En la villa de Madrid a tantos de tal mes, etc., vistos, juzgamos, que debíamos mandar y mandábamos, que al muerto, si le hubiere, se le dé cómoda sepultura, y el herido sea conducido al santo hospital: que a la llamada Paca la Zandunga, mujer del Juancho, se la encierre en galeras por dos años, y lo mismo a la otra moza, alias la Curra, de estado indirecto: condenamos al zapatero Mondongo a un encierro de tres meses por no haber sabido encerrar a su hija, y a ésta a las Arrepentidas para que tenga tiempo de llorar sus extravíos: que a la señora del principal y al amante incógnito se les remita al cura de la parroquia para que los case, bajo partida de registro, y que cada uno de los vecinos de la casa pague diez ducados de multa; últimamente, al representante de los mostrencos, D. Simón Papirolario, se condena en las costas del proceso y cien ducados más; sin que esta nuestra sentencia pueda perjudicar en lo más mínimo a la buena opinión y fama de los causantes, y hágase saber a las partes para su ejecución y debido cumplimiento. -El Sr. D. Crisanto de Tirafloja, maestro guarnicionero y alcalde de este barrio, lo mandó entre dos luces por ante mí el infrascripto escribano de Su Majestad, hoy lunes 17 del corriente del año del Señor de 1836. -Gestas de Uñate».
Ninguno de los presentes se conformó con la sentencia, porque el juez era lego y no la podía dar a pesar de que la dio; pero luego fueron ante otros jueces profesos, y la cosa en sustancia vino a ser la misma, con el apéndice de otros seis meses de encerrona mientras se sustanciaba el proceso con todos los requisitos legales.
Tal fue el resultado de aquel día de toros; la riqueza pública perdió en él, es verdad, aquel tiempo y aquellos brazos; la agricultura algunos animales destinados a su fomento; los establecimientos públicos el fruto de la caridad y de las contribuciones; las costumbres sintieron la falta del pudor y la decencia; y la religión el olvido de los sentimientos más nobles y generosos; pero en cambio dos personas tuvieron ocasión de felicitarse y salir gananciosas, a saber: la tabernera Alfonsa y el escribano D. Gestas... ¡Feliz compensación!
- I -
Casa de vecindad
En una parte más intrincada y costanera del antiguo y famoso cuartel de siguiendo por la calle de la Fe, como quien se dirige a la parroquia de San Lorenzo, y revolviendo después por la diestra mano para ganar una altura que se eleva sobre la izquierda, hay una calle, de cuyo nombre no quiero acordarme, que tiene por apéndice oriental un angosto y desusado callejón, de cuyo nombre no me acordaría aunque quisiera.
Entre esta calle y este callejón, y formando escuadra los límites ordinarios de ambos, descuella sobre las inmediatas un caserón de forma ambigua, tan caprichoso y heterogéneo en el orden de sus fachadas, como en el de su distribución y mecánica interior. El aspecto de la primera de ellas, que sirve a la calle principal, no ofrece, ni en la forma de su entrada, ni en la triple fila de balcones, ninguna discordancia con la de los demás edificios que pueblan el casco de esta noble capital; antes bien, sujeta en un todo a las formas autorizadas por el uso, encubre con el velo de cándida Vestal (inocente disfraz harto común en las casas de Madrid), deformidades y faltas de más de un género. -Por el opuesto lado es otra cosa; el color primitivo de la pared, en que la azarosa mano del tiempo ha impreso todos sus rigores; la combinación casual de ventanas y agujeros; el alero prolongado; el estrecho portal, y más que todo, la extravagante adición de un corredor descubierto y económicamente repartido, en sendas habitaciones o celdillas, prestan al todo del edificio un aspecto romántico, que revela su fecha y el gusto de la época de su construcción.
El interior de esta mansión no es menos fecundo en halagüeños y significativos contrastes. Cualquiera que entre por la escalera principal no advertirá en la respectiva colocación de las puertas de cada piso notable disparidad con lo que está acostumbrado a ver en las demás casas de Madrid, y costarale trabajo persuadirse de que en ésta puedan encontrar habitación independiente sesenta y dos familias, que, puesto que habitantes de un mismo pueblo, de un mismo barrio, de una misma casa, representan ocupaciones, gustos y necesidades tan distintos, como son discordantes entre sí los guarismos que forman el precio de su alquiler. Empero esta duda cesará de todo, punto, si, guiado por la natural curiosidad, acierta a traspasar el límite que separa la aristocracia de la tal casa de la parte que constituye su tripulación popular.
Preséntasele, pues, para este paso al nuevo Magallanes un nuevo estrecho o pasillo, que lo conduce desde el piso segundo al cuadrado patio, en torno del cual se ostenta el abierto corredor de que arriba dejamos hecha mención. La multiplicidad de las puertas de las viviendas que interrumpen los lienzos causarale por el pronto alguna confusión; pero muy luego adoptará por brújula para navegar en tan procelosos mares los sendos números que mirará estampados sobre cada una de aquéllas. Por último, si, limitado al objeto de mero descubridor, buscara, la salida de aquel archipiélago, y su comunicación con la calle, no será para él objeto menor de admiración el encontrarla directamente a aquella altura (el piso segundo) por la parte del callejón excusado; notable desnivel de algunos sitios de Madrid, que permite a varias de sus casas tan estrambótica construcción.
- II -
Antes de la corrida
En el intrincado laberinto que queda bosquejado, todo era animación y movimiento uno de los pasados lunes, en que según la piadosa y antigua costumbre, celebraba la Junta de hospitales una de las funciones de la temporada en el ancho circo de la puerta de Alcalá. Era día de toros, y los que conocen la influencia de estas palabras mágicas para la población madrileña, pueden calcular el efecto producido por semejante causa en las trescientas setenta y dos personas que por término medio pueden calcularse cobijadas bajo aquel techo.
El movimiento, pues, estaba a la orden del día, y por emblema de él ostentábase a la puerta principal un almagrado coche de camino, abierto y ventilado por todas sus coyunturas, y arrastrado por seis vigorosas mulas, cubiertas las colleras de campanillas y cascabeles; al paso que por la puerta del costado dejábanse contar hasta cuatro calesines de forma análoga, dirigidos por mitad entre los menguados caballejos de sus varas, y los despiertos mancebos de sombrero de cucurucho, cinto y marsellés.
Del ya referido coche acababa de desembarcar un apuesto caballero, ni tan viejo que ostentase blanca cabellera sobre su frente, ni tan joven que se hallara comprendido en el último alistamiento militar. Y mientras atusándose el pelo dictaba desde el portal las órdenes convenientes al cochero, era, sin advertirlo, el objeto de curiosidad general de entrambas calles, en cuyos balcones y ventanas el ruido del coche había hecho aparecer multitud de espectadores de todos sexos y condiciones.
-Oyes, Paca, la del número 12, ¿conoces a ese señor de tantas campanillas que se ha apeado en el portal?
-Toma si lo conozgo: ¡si es mi casero el percurador! ¡todos los domingos me hace una vesita por el monís!
-¡Fuego, hija, y qué casero tan aquel, que viene a visitar en coche a sus enquilinos!
-Yo lo diré a V., señá Blasa, me explicaré; lo que es por la presente no viene a por cuartos, y en tal caso no son de cobre por cierto.
-¿Trampilla tenemos? ¡Ay!, cuenta, cuenta, hija, que no hay como escuchar para aprender; apostaré a que lo dices por cierto sombrerillo de raso que veo asomar por entre las cortinas del principal.
-Pues... ya me entiende V... ¡Ay, Jesús, y qué encapotado está el tiempo!
-No temas, muchacha; que pronto cambiará.
-Diga V., madre Blasa: V., que endiña desde ahí la muestra, ¿a cuántos apunta el reloj?
-Dos en punto, si no veo mal.
-Pues punto y coma, que hay moros en la costa y salvajes en portillo.
-¡Qué lengua, qué lengua, señá Paca!
-Calle, tío Mondongo, ¿usté está ahí? ¿y quién lo mete a V. en la conversación de las personas? Más lo valiera cuidar de su tía Mondonga y de su hija, que no entrarse en donde no le llaman.
-Me llaman y me importa, señá Paca, que al cabo soy hombre de ley, y no puedo ver esos tiruleques.
-¡Ay Jesús! Llamar al abogado de probes para que se lo cuento a su señoría.
-Pues tengo mil razones, y mi conciencia es conciencia; y digo, ahí que no es nada; estar sacando al aire, como quien no dice nada, los trapos de nuestro casero D. Simón Papirolario, honrado percurador, administrador judicial por la justicia de esta casa de mostrencos.
-El mostrenco será él y V. que le abona; vaya V. a decírselo de mi parte, y que le baje el cuarto, que harto subido está sobre el tejao.
-Dice bien el tío Mondongo, Pacorra: ¿qué tienes tú que meterte en cuidiaos ajenos, y si D. Simón vesita a la señá Catalina y si viene por ella para llevarla a los toros, y si la viste y la calza y la da de comer y el cuarto de balde; y si es casao y con tres hijos, que deja en casa, y si doña Catalina tiene otro cortejo por otro lao, y si... en fin, cada uno se gobierna como puede, y a quien Dios se la dio, San Pedro se la bendiga.
-Que se la bendiga en buen hora, marío, y a ti te dé magín para echar sermones, y a mí paciencia para oírlos; pero ahora que me acuerdo, ¿no ha venido todavía tu compadre?
-Mi compadre estará legítimamente ocupao, que es el que pone el hierro a las banderillas.
-No digo eso, sino el Chato, que tiene que venir por mí para llevarme a los toros.
-Ése no es mi compadre, canalla, que es el tuyo; y si no fuera por armar un escándalo, no te dejaría ir con él.
-Calla, mal genio, que no te quedarás en casa, y puedes irnos a esperar a la vuelta, a la taberna de la Alfonsa.
-Bien sabe Dios que sólo la necesiá...
-Tiene cara de hereje, Juancho, y tú no la tienes mejor por cierto.
-¡Eh! hombre, ¡cuidao! ¿Dónde diablos vas a pasar?
-Adonde quiero y puedo; y háganse toos a un lao de la calle, y dejen a mi carroza la puerta franca.
-Pues nosotros hemos llegado antes.
-Pues yo llego siempre a tiempo, y... hola... muchacho, aguija la bestia, y que salte sobre esas otras.
-Huii... sóo... ráa... iak... eh..., atrás...
-Vaya, señores, ahora que estamos acomodaos, la paz; y caa uno se espere mientras me apeo, que ya saben que soy hombre de malas pulgas.
Y aquí un sordo murmullo de reniegos y juramentos, reconcentrados por aquella prudencia que dicta el miedo, acompañó respetuosamente al descenso del Chato, que era el que en tal momento se apeaba de la carroza de dos ruedas.
- III -
Mientras la corrida
Ya nos han dejado solos, tío Mondongo; a mí con los puntos de mi calceta, y a V. con su banquillo y su piedra; a mí echando al aire mis arrugas, y a V. asomando los cuernos al sol.
-¿Qué, quiere V., señá Blasa! la juventú es juventú, y nosotros...
-Usted será el viejo, que yo a Dios gracias todavía tengo mi alma en mi armario, y mi cuerpo donde
Dios me lo puso, y si no fuera por el hambre del año 12 que me hizo caer los dientes y el pelo, todavía
era negocio de salir a la plaza a echar una suerte; pero dejando esta plática y viniendo a lo del día,
¿Sabe V. que se me hacían los dientes, digo las encías, un agua pura al ver la alegría de nuestra gente?
-Ello dirá, tía Blasa, ello dirá; y tras del día viene la noche, y al fin se canta la gloria.
-Vaya, hombre, que no parece sino que viene de casta de disciplinantes: ¿pues qué mal hay en que la gente se divierta y se ponga maja? Pero a propósito, ¿sabe usted que la Paca iba que ni una reina de Gito, con aquel guardapiés encarnado, y delantal de flores, y medias negras caladas hasta la liga, y pañuelo amarillo, y roete de cesto, y mantilla al hombro? Cierto que el Chato es hombre que lo entiende, y que no hace mal el tío Juancho en tener paciencia.
-Chito, tía Blasa, que las paredes oyen.
-¡Qué! Tío Mondongo, si aquí no nos oyen más que las golondrinas.
-Pues una vez que es así, sepa V. (y dejemos un rato el mandil, que de menos nos hizo Dios; y la noche diz que se ha hecho para dormir y el día para descansar); sepa usted, pues, como iba diciendo, que luego que se marcharon todas las calesas y en ellas los ya dichos, y el Bereque y la Curra, con Malgesto y el banderillero, Lamparilla con la mujer del herrador, y éste con la hija del alguacil, y después que nos quedamos solos yo y mi chica, (que es una muchacha que ni pintada, y que no quiere ir a los toros por más que la pedrico), vino el dengue, el filé, el lechugino de los bigotillos y la pera, y miró al balcón del principal: se acercó callandito a la rejilla de la escalera, dio dos golpecitos, y le abrió la vieja y allá se coló: con que si vuelve el percurador, ¿sabe usted que es lance?
-¡Ah, ah, ah!
-Ello dirá, señora Blasa, ello dirá.
-Pero dígame V., ¿qué ruido infernal es ese que salió hace un rato por ese bujero del diablo?
-¿Qué quiere V. que sea?, los siete chicos de la tuerta que se han quedado solos y están jugando al toro con un gato de la guardilla del rincón.
-¡Pobres criaturas! pero en fin, ellos podrán dejar las divisas cuando quieran, mientras que su pobre padre...
-Pues no para ahí lo mejor, sino que la puerta del ebanista está abierta, y hay quien sospecha en el barbero de enfrente, que ha sido aprendiz de herrador, y así parece hecho para afeitar barbas, como para rapar la bolsa al prójimo.
Yo no quería decirlo a V., pero me parece que cuando estaba comiendo vi salir una caña por cierto agujero, que encaminándose a la guardilla de la Paca, enganchó por su propia virtud en los pañales que estaban colgados; pero no lo quisiera afirmar, porque como mi vista es débil, y luego los antojos se me quebraron la otra noche leyendo el Bertoldo...
-Ahora que dice V. Bertoldo, ¿no sabe V. que el Cacasenillo del aguacil del número 13 ha dado en requebrar a la Paca, y en querérsela disputar a su marido y al banderillero, y lo que aún es más, al matachín del Chato, que es capaz de enristrar alguaciles como el toro a los dominguillos?
-¡Ah, ah, ah!... me ha hecho V. reír con la comparación, y a fe que es menester haber vivido años para entenderla.
-El año 89 si mal no me recuerdo.
-Y es la verdad; yo estaba en la plaza, y acababa de casarme con mi marido Rodríguez (que Dios allá tenga) cuando echaron al toro dominguillos; pero a propósito de dominguillo, ¿dice V. que el lechuguino que daba en el principal con la criada?
-Pues; para mientras venga el ama con don Simón.
-¿Y está V. seguro de ello?
-Toma si lo estoy.
-¿Seguro?
-Seguro.
-¿Un muchacho como de veinte y dos, alto, bien plantado, bigote rubio, barbas capuchinas, pantalón colorado, levita corta y sombrerillo ladeado, bastoncillo y espolines?
-Ese mismo, ese mismo es.
-Pues es el caso que, si no veo mal, paréceme que lo miraba ahora mismo salir por el portal de la otra calle con una muchacha de vestido corto color de pasa, delantal y mangas huecas, mantilla de tira, y...
-¡Que! No, no lo crea V., tía Blasa, si no ha quedado en casa más moza de esas señas que mi hija.
-Es que pudiera ser que acaso fuera su hija de usted.
-¿Mi hija? Sí, bonita es ella; ahora quedaba allá dentro espulgando al dogo; Juanilla... Juanilla... ¡Diantres! no responde; voy a ver...
-No se moleste V., tío Mondongo, que hace ya rato que doblaron la esquina.
- IV -
Después de la corrida
Perdone V. señor alcalde, que no fue así como lo ha contado mi marío, porque él se quedó en cá e la Alifonsa durmiendo la mona y no supo náa del sucedido.
-Pues diga V. como fue.
-Yo, señor, ya ve V., soy una probe mujer y no sé espricarme de corrido; pero el señor es mi marío, y su conduta es la que V. ve, siempre borracho y sin trabajar, con que de algún modo ha de comer una, y tener cuatro trapos.
-Vamos al caso.
-Pues al caso voy; ello es que el que tiene la culpa de todo es un amigo de la casa y muy compadre, como tóo el mundo sabe, que llaman Malgesto, y capaz de plantar una banderilla al lucero del alba, cuanto ni más al toro: pues como iba diciendo, éste tal me tenía dicho: «Paca, no quiero que mires al Chato, porque si tal haces lo voy a cortar las pocas narices que le quedan».
-¡Qué sí! decía yo, y como ya ve su señoría o su merced; el gusto es gusto, y en dengún catecismo he visto el pecado no mirarás; yo, ya se ve, no lo hacía caso, y...
-Adelante: fue V. con el otro a los toros.
-Pues allí está, porque tomó su calesa y me llevó, que yo no me fui sola; y esto cualquiera lo hubiera hecho, y señoronas conozgo yo...
-Al grano, al grano.
-El grano es un grano de anís, como quien dice, porque el otro desde la plaza mira que te mirarás, no nos quitaba ojo en toa la corrida, y ponla las banderillas en cruz, y nos las juraba con unos gestos que Dios nos libre...
-Pero al cabo...
-Al cabo se acabó con el último toro como es costumbre, y todos nos íbamos en paz y en gracia de Dios, cuando al salir de la plaza, el Chato se desapareció no sé cómo, y yo, que me esperaba encontrarle al pie de la calesa, ¿a quien dirán VV. que encontré? pues fue náa menos que el banderillero, que diciéndome -«¡Ingrata! no, endina (me dijo), ¿es éste el modo de obedecer mis precetos?».
-Yo le dije... pero no, entonces no lo dije nada, como que estaba encogida; pero sólo le hice un gesto, y aún no sé si algo más. Él no me respondió más que dos o tres juramentos y algunos reniegos, y luego agarrando a la Curra que venía, conmigo, la subió por fuerza a la calesa: en seguida puso una rodilla en tierra y me la presentó como estribo, diciéndome por lo bajo: -«Paca, si no subes mato al Chato»;
-y yo, ya ve su señoría, soy mujer de bien, y no quiero la muerte de naide.
-¿Con que, en fin, qué hizo usted?
-¿Qué había de hacer? Subí.
-¿Y después?
-Después fue la jarana, porque la Curra que para servir a su señoría, es, según dicen malas lenguas, mujer de Malgesto, empezó a gruñir, y yo también, y él nos quiso tranquilizar y nos dio dos o tres bofetones a cada una; pero nosotras empezamos a menudearle y menudearnos, y ya ve usía, la defensa es natural; por último que se espantó el caballo y por poco nos vuelca; pero, en fin, nos apeamos en la calle del Barquillo, y él ya había echado a correr, y luego la Curra, y no he vuelto a saber más de ellos.
-¿Con que nada más tiene V. que alegar?
-Nada más.
-¿Y se ratifica V. en ello?
-Me ratifico en que soy mujer de bien, incapaz de dar escándalos, sino que a veces no puede una...; pero ahora voy a quejarme yo a su señoría, que también tengo mi porqué.
-Veamos.
-En primer lugar, me quejo de toda la vecindad, porque me han robado todo lo que tenía en casa y dejado por puertas.
-¿Y cómo puede V. probar?...
-Puedo probar que me han robado, que es lo principal; en segundo lugar, me quejo de mi marido porque no me defiende en mis peligros; en tercer lugar, me quejo de la Curra por catorce arañones y diez pellizcos, amén de algunos zapatazos donde no se puede nombrar; además me quejo del alguacil porque se empeña en llevarme a la cárcel, y todo porque le hice una mueca el día de San Antón, que quiso requebrarme; por último, me quejo de usía, porque desde que es Alcalde de este barrio...
-Calle V., demonio, que ya no la puedo sufrir más, o por el alma de mi padre que la ponga una mordaza que no se le caiga tan pronto.
-Veamos otro. ¿Usted, buen hombre, que quejas tiene V. que proponer a la autoridad? Sea breve y yo le prometo justicia.
-Yo, señor, me llamo Cenón Lanteja, alias Mondongo: tengo una hija que se llama Juanita, alias la Perla.
-Adelante sin más ribetes, seor Mondongo, que si volviera a echar otro alias, por este bastón que empuño que no le bajo la multa de cuarenta ducados.
-Pues señor, claro, esta muchacha tan recatada se me ha ido con un lechuguino a los toros, y...
-Aquí entro yo, señor Alcalde; yo me quejo de ese pícaro, que después de hacerme salir de casa de mi padre no me llevó a los toros, y sabe Dios...
-Señor Alcalde, palabra.
-Señor don Simón y muy señor mío, ¡qué gentecita tiene V. en casa!
-Calle V. por Dios, señor, que todas son cuitas; pues ya V. sabe que en el principal tengo una parienta joven, a quien su tío, oidor de Filipinas me dejó recomendada al morir.
-Sí, sí, ya lo sé todo, y sé también que la convida usted a los toros, y...
-Pues ahí voy; después de hacer con ella los oficios de padre, ¿sabe V. con lo que me encuentro?
-¿Qué?
-¡Ahí es nada! Que al volver con ella a su casa, me he hallado en la escalera a un galancete joven, que cuando le he descubierto, me insulta, me desafía, y...
-Pues no es eso lo mejor, señor don Simón, sino que su esposa de V., según me ha dicho el escribano, ha estado esta mañana en mi casa a quejarse de su infidelidad, y a ponerle, como quien no quiere la cosa, demanda de divorcio.
-¿De divorcio?
-Yo la he procurado calmar y desengañar, aconsejándola que para esto se dirija al tribunal de mostrencos; porque como V. tiene ese carácter...
-Señor Alcalde, señor Alcalde.
-¿Alguacil?
-Que vienen a avisar que a la puerta de la taberna de la tía Alfonsa se han dado dos hombres de navajadas y han quedado los dos muy mal heridos.
-¡Ay, Dios mío! ¡Ellos son!
-¡El Chato!
-¡Malgesto!
-¡Ay, ay, ay!
-Orden (dijo el Alcalde pegando un bastonazo en el suelo). ¿Hay aquí algún hombre bueno?... Nadie responde; pues bien; sirva V., escribano, por esta vez, y apúnteme un prospecto de providencia... a ver, lea usted.
«En la villa de Madrid a tantos de tal mes, etc., vistos, juzgamos, que debíamos mandar y mandábamos, que al muerto, si le hubiere, se le dé cómoda sepultura, y el herido sea conducido al santo hospital: que a la llamada Paca la Zandunga, mujer del Juancho, se la encierre en galeras por dos años, y lo mismo a la otra moza, alias la Curra, de estado indirecto: condenamos al zapatero Mondongo a un encierro de tres meses por no haber sabido encerrar a su hija, y a ésta a las Arrepentidas para que tenga tiempo de llorar sus extravíos: que a la señora del principal y al amante incógnito se les remita al cura de la parroquia para que los case, bajo partida de registro, y que cada uno de los vecinos de la casa pague diez ducados de multa; últimamente, al representante de los mostrencos, D. Simón Papirolario, se condena en las costas del proceso y cien ducados más; sin que esta nuestra sentencia pueda perjudicar en lo más mínimo a la buena opinión y fama de los causantes, y hágase saber a las partes para su ejecución y debido cumplimiento. -El Sr. D. Crisanto de Tirafloja, maestro guarnicionero y alcalde de este barrio, lo mandó entre dos luces por ante mí el infrascripto escribano de Su Majestad, hoy lunes 17 del corriente del año del Señor de 1836. -Gestas de Uñate».
Ninguno de los presentes se conformó con la sentencia, porque el juez era lego y no la podía dar a pesar de que la dio; pero luego fueron ante otros jueces profesos, y la cosa en sustancia vino a ser la misma, con el apéndice de otros seis meses de encerrona mientras se sustanciaba el proceso con todos los requisitos legales.
Tal fue el resultado de aquel día de toros; la riqueza pública perdió en él, es verdad, aquel tiempo y aquellos brazos; la agricultura algunos animales destinados a su fomento; los establecimientos públicos el fruto de la caridad y de las contribuciones; las costumbres sintieron la falta del pudor y la decencia; y la religión el olvido de los sentimientos más nobles y generosos; pero en cambio dos personas tuvieron ocasión de felicitarse y salir gananciosas, a saber: la tabernera Alfonsa y el escribano D. Gestas... ¡Feliz compensación!
Poesía ultraísta, "Gavilla lírica", "El día redondo" y "Hoy leí la copa de una acacia", de Eugenio Montes (2, y fin)
GAVILLA LÍRICA
El día del triunfo del bocheviquismo
Los himnos maduros caerán de los árboles
Las alas de los aviones vendrán chamuscadas por el sol.
Las banderas diciendo adiós al viento
Retendrán las estrellas indómitas
Todos los corazones adelantarán la hora
Y el sol que irá osculando las ciudades
Formará un cinturón de luz que ciña al mundo
Los sonidos dardeantes de los clarines
Disparados contra los astros.
Las agujas de las torres hilvanarán
Tiaras de estrellas para Petrogrado.
El día del triunfo del bocheviquismo
Desde los arco-iris bautizarán la tierra
Y por el camino de Santiago
Los pájaros tenderán puentes de luz
Para que pasen a Rusia los peregrinos
Que portan a su espalda planetas rezagados.
EL DÍA REDONDO
El día redondo se esconde en mi bolsillo
Ningún arpista
pulsa la lluvia
Los recuerdos que caen de los árboles
y las horas ahorcadas trémulas en el aire.
Mis manos dispersan palabras deshojadas
Yo volqué la alegría
que latía sobre mis hombros.
La ciudad lanza un suspiro
color de guerra
HOY LEÍ LA COPA DE UNA ACACIA
Hoy leí la copa de una acacia
y liberté al sol, preso en mi mano
Los tranvías trituran los nervios de la calle
Las miradas se ahogan en los ríos
Todos los pájaros forman nidos
de minutos puntiagudos
El día del triunfo del bocheviquismo
Los himnos maduros caerán de los árboles
Las alas de los aviones vendrán chamuscadas por el sol.
Las banderas diciendo adiós al viento
Retendrán las estrellas indómitas
Todos los corazones adelantarán la hora
Y el sol que irá osculando las ciudades
Formará un cinturón de luz que ciña al mundo
Los sonidos dardeantes de los clarines
Disparados contra los astros.
Las agujas de las torres hilvanarán
Tiaras de estrellas para Petrogrado.
El día del triunfo del bocheviquismo
Desde los arco-iris bautizarán la tierra
Y por el camino de Santiago
Los pájaros tenderán puentes de luz
Para que pasen a Rusia los peregrinos
Que portan a su espalda planetas rezagados.
EL DÍA REDONDO
El día redondo se esconde en mi bolsillo
Ningún arpista
pulsa la lluvia
Los recuerdos que caen de los árboles
y las horas ahorcadas trémulas en el aire.
Mis manos dispersan palabras deshojadas
Yo volqué la alegría
que latía sobre mis hombros.
La ciudad lanza un suspiro
color de guerra
HOY LEÍ LA COPA DE UNA ACACIA
Hoy leí la copa de una acacia
y liberté al sol, preso en mi mano
Los tranvías trituran los nervios de la calle
Las miradas se ahogan en los ríos
Todos los pájaros forman nidos
de minutos puntiagudos
viernes, 17 de mayo de 2013
"El despojo" y "Jornada de la soltera", poemas de Rosario Castellanos en su poemario "Lívida luz"
EL DESPOJO
Me arrebataron la razón del mundo
y me dijeron: gasta tus años componiendo
este rompecabezas sin sentido.
No hay más. Un acto es una estatua rota.
Una palabra es sólo
la imagen deformada en un espejo.
¿Qué vas a amar? ¿Un cuerpo que se pudre
-ese pantano lento en que te ahogas-
o un alma que no existe?
¿Qué puedes esperar? El tiempo es lo continuo
y si dices "mañana" mientes, pues dices "hoy".
Ni siquiera se muere. Algo muy leve cambia
y sigues, dura, en piedra; creciendo en vegetal
y otra vez despertando en lo que eras.
Otra vez. Otra vez.
Me dijeron: no busques. Nada se te ha perdido.
Y los vi desde lejos
ocultar lo que roban y reír.
JORNADA DE LA SOLTERA
Da vergüenza estar sola. El día entero
arde un rubor terrible en su mejilla.
(Pero la otra mejilla está eclipsada.)
La soltera se afana en quehacer de ceniza,
en labores sin mérito y sin fruto;
y a la hora en que los deudos se congregan
alrededor del fuego, del relato,
se escucha el alarido
de una mujer que grita en un páramo inmenso
en el que cada peña, cada tronco
carcomido de incendios, cada rama
retorcida, es un juez
o es un testigo sin misericordia.
De noche la soletra
se tiende sobre el lecho de agonía.
Brota un sudor de angustia a humedecer las sábanas
y el vacío se puebla
de diálogos y hombres inventados.
Y la soltera aguarda, aguarda, aguarda.
Y no puede nacer en su hijo, en sus entrañas,
y no puede morir
en su cuerpo remoto, inexplorado,
planeta que el astrónomo calcula,
que existe aunque no ha visto.
Asomada a un cristal opaco la soltera
-astro extinguido- pinta con un lápiz
en sus labios la sangre que no tiene.
Y sonríe ante un amanecer sin nadie.
Me arrebataron la razón del mundo
y me dijeron: gasta tus años componiendo
este rompecabezas sin sentido.
No hay más. Un acto es una estatua rota.
Una palabra es sólo
la imagen deformada en un espejo.
¿Qué vas a amar? ¿Un cuerpo que se pudre
-ese pantano lento en que te ahogas-
o un alma que no existe?
¿Qué puedes esperar? El tiempo es lo continuo
y si dices "mañana" mientes, pues dices "hoy".
Ni siquiera se muere. Algo muy leve cambia
y sigues, dura, en piedra; creciendo en vegetal
y otra vez despertando en lo que eras.
Otra vez. Otra vez.
Me dijeron: no busques. Nada se te ha perdido.
Y los vi desde lejos
ocultar lo que roban y reír.
JORNADA DE LA SOLTERA
Da vergüenza estar sola. El día entero
arde un rubor terrible en su mejilla.
(Pero la otra mejilla está eclipsada.)
La soltera se afana en quehacer de ceniza,
en labores sin mérito y sin fruto;
y a la hora en que los deudos se congregan
alrededor del fuego, del relato,
se escucha el alarido
de una mujer que grita en un páramo inmenso
en el que cada peña, cada tronco
carcomido de incendios, cada rama
retorcida, es un juez
o es un testigo sin misericordia.
De noche la soletra
se tiende sobre el lecho de agonía.
Brota un sudor de angustia a humedecer las sábanas
y el vacío se puebla
de diálogos y hombres inventados.
Y la soltera aguarda, aguarda, aguarda.
Y no puede nacer en su hijo, en sus entrañas,
y no puede morir
en su cuerpo remoto, inexplorado,
planeta que el astrónomo calcula,
que existe aunque no ha visto.
Asomada a un cristal opaco la soltera
-astro extinguido- pinta con un lápiz
en sus labios la sangre que no tiene.
Y sonríe ante un amanecer sin nadie.
jueves, 16 de mayo de 2013
Ibáñez se inspira en André Franquin (6, y fin)
Y fin de mi pequeña muestra de lo que por más extenso y en más detalle encuentras en En Todo el colodrillo, adonde te remito.
"Cantos de Amor" de Ausias March, en traducción de Jorge de Montemayor, "Canto III"
CANTO III
Algú no pot haver en si, etc.
¿Quién hay que piense, o qué hombre pretende
hazer a otro amar a su despecho?
¿Quién hay que pueda, o qué ingenio entiende
los ñudos deshazer que amor ha hecho?
¿Qué loco al que no ama reprehende
o culpa al que de amor se ha satisfecho?:
pues nunca fue el amor jamás forçado,
no puede el que no ama ser culpado.
¡O, verdadero Amor do el ser se afina!,
suplícote me des, pues me heriste,
aquel ungüente que es la medicina
de quien el mal de Amor sanar quesiste.
Las manos puestas pido a la contina
piedad, pues que tu siervo me heziste,
y no pido merced, sino el servicio,
pues nadie como yo hizo su officio.
¡O!, tú que das dolor muy brabo y fuerte,
y no el querer ygual con la ventura!,
antes de tal dolor vea yo mi muerte;
¡qué dulce será entonces su amargura!
La lumbre d'esperar me quepa en suerte,
y no la que das siempre, pues no tura;
llegada a la razón sea mi esperança,
jamás sea vana en mí la confiança.
Como el enfermo cree que bivir puede
quando lo está de un mal en él usado,
que quando otro accidente le succede,
ya muerto se ymagina y enterrado;
assí fuy yo, qu'el mal que me procede
de Amor sostuve siempre; mas mi hado
me dio otro nuevo, que es tan insuffrible,
que muerte no podrá ser más terrible.
¡O, tú, Amor, passión tan preeminente,
que a un niño hazes viejo en el sentido,
al más sabio le buelves innocente,
y al qu'es más fuerte dexas por vencido!;
tú eres aquel ayre pestilente
que al mundo ha inficionado y destruydo;
cegar antes del golpe bueno fuera,
qu'el medio del herido es que se muera.
Algú no pot haver en si, etc.
¿Quién hay que piense, o qué hombre pretende
hazer a otro amar a su despecho?
¿Quién hay que pueda, o qué ingenio entiende
los ñudos deshazer que amor ha hecho?
¿Qué loco al que no ama reprehende
o culpa al que de amor se ha satisfecho?:
pues nunca fue el amor jamás forçado,
no puede el que no ama ser culpado.
¡O, verdadero Amor do el ser se afina!,
suplícote me des, pues me heriste,
aquel ungüente que es la medicina
de quien el mal de Amor sanar quesiste.
Las manos puestas pido a la contina
piedad, pues que tu siervo me heziste,
y no pido merced, sino el servicio,
pues nadie como yo hizo su officio.
¡O!, tú que das dolor muy brabo y fuerte,
y no el querer ygual con la ventura!,
antes de tal dolor vea yo mi muerte;
¡qué dulce será entonces su amargura!
La lumbre d'esperar me quepa en suerte,
y no la que das siempre, pues no tura;
llegada a la razón sea mi esperança,
jamás sea vana en mí la confiança.
Como el enfermo cree que bivir puede
quando lo está de un mal en él usado,
que quando otro accidente le succede,
ya muerto se ymagina y enterrado;
assí fuy yo, qu'el mal que me procede
de Amor sostuve siempre; mas mi hado
me dio otro nuevo, que es tan insuffrible,
que muerte no podrá ser más terrible.
¡O, tú, Amor, passión tan preeminente,
que a un niño hazes viejo en el sentido,
al más sabio le buelves innocente,
y al qu'es más fuerte dexas por vencido!;
tú eres aquel ayre pestilente
que al mundo ha inficionado y destruydo;
cegar antes del golpe bueno fuera,
qu'el medio del herido es que se muera.
miércoles, 15 de mayo de 2013
martes, 14 de mayo de 2013
Poema de José Almendros en "Nostálgicas", publicado en 1898. Hoy "Sobre una tumba"
SOBRE UNA TUMBA
Triste es la vida; marchar sin tregua
siempre al acaso, siempre al azar,
siempre sin rumbo, que nadie sabe
de dónde viene, ni adónde va.
Puente que tiembla sobre el abismo,
lo informe uniendo, breve y fatal;
isla sombría que en torno cerca
siempre callada la eternidad.
Escueta cima que de la nada
surge en el seno mudo y glacial;
astro que errante la sombra cruza
yendo en la sombra de nuevo a dar.
Problema eterno, siempre insondable
que nunca el hombre resolverá;
antes lo vago, lo indefinido;
luego lo oscuro, lo sepulcral...
Si nada existe, si es nuestra vida
forma sin rastro, tierra no más,
por qué al viviente dolor despierta
si polvo siendo, polvo será?...
Si antes y luego nuestra alma vive
sin la doliente carne mortal,
por qué su sueño de paz se turba
si al sueño mismo retornará?
Triste es la vida; forzosa marcha
hacia el reposo de un fin fatal;
algo que surge de lo ignorado
y a lo ignorado trémulo va...
Triste es la vida; la eterna calma
es la posible felicidad...
Dichosos esos que nunca vienen!...
Dichosos todos los que se van!...
Triste es la vida; marchar sin tregua
siempre al acaso, siempre al azar,
siempre sin rumbo, que nadie sabe
de dónde viene, ni adónde va.
Puente que tiembla sobre el abismo,
lo informe uniendo, breve y fatal;
isla sombría que en torno cerca
siempre callada la eternidad.
Escueta cima que de la nada
surge en el seno mudo y glacial;
astro que errante la sombra cruza
yendo en la sombra de nuevo a dar.
Problema eterno, siempre insondable
que nunca el hombre resolverá;
antes lo vago, lo indefinido;
luego lo oscuro, lo sepulcral...
Si nada existe, si es nuestra vida
forma sin rastro, tierra no más,
por qué al viviente dolor despierta
si polvo siendo, polvo será?...
Si antes y luego nuestra alma vive
sin la doliente carne mortal,
por qué su sueño de paz se turba
si al sueño mismo retornará?
Triste es la vida; forzosa marcha
hacia el reposo de un fin fatal;
algo que surge de lo ignorado
y a lo ignorado trémulo va...
Triste es la vida; la eterna calma
es la posible felicidad...
Dichosos esos que nunca vienen!...
Dichosos todos los que se van!...
Sonetos de Garcilaso de la Vega en edición de José Nicolás de Azara del año 1765 (2)
Boscan, vengado estáis, con mengua mia,
De mi rigor pasado y mi aspereza,
Con que reprehenderos la terneza
De vuestro blando corazon solía.
Agora me castigo cada dia
De tal selvatiquez y tal torpeza;
Mas es á tiempo que de mi baxeza
Correrme y castigarme bien podría.
Sabed que en mi perfecta edad, y armado,
Con mis ojos abiertos me he rendido
Al niño, que sabéis, ciego y desnudo.
De tan hermoso fuego consumido
Nunca fue corazon: Si preguntado
Soy lo demas, en lo demas soy mudo.
___
Quando me paro á contemplar mi estado,
Y á ver los pasos por do me ha trahido,
Hallo, segun por do andube perdido,
Que á mayor mal pudiera haber llegado.
Mas quando del camino estó olvidado,
A tanto mal no sé por do he venido;
Sé que me acabo, y mas he yo sentido
Ver acabar conmigo mi cuidado.
Yo acabaré, que me entregué sin arte
A quien sabrá perderme y acabarme,
Si ella quisiere, y aun sabrá querello:
Que pues mi voluntad puede matarme,
La suya, que no es tanto de mi parte,
Pudiendo ¿que hará sino hacello?
___
[Extracto de un larguísimo soneto]
La mar enmedio y tierras he dexado
De quanto bien, cuitado, yo tenía:
Y yéndome alejando cada dia,
Gentes, costumbres, lenguas he pasado.
Ya de volver estoy desconfiado:
Pienso remedios en mi fantasía:
Y el que mas cierto espero, es aquel dia
pue acabará la vida y el cuidado.
De mi rigor pasado y mi aspereza,
Con que reprehenderos la terneza
De vuestro blando corazon solía.
Agora me castigo cada dia
De tal selvatiquez y tal torpeza;
Mas es á tiempo que de mi baxeza
Correrme y castigarme bien podría.
Sabed que en mi perfecta edad, y armado,
Con mis ojos abiertos me he rendido
Al niño, que sabéis, ciego y desnudo.
De tan hermoso fuego consumido
Nunca fue corazon: Si preguntado
Soy lo demas, en lo demas soy mudo.
___
Quando me paro á contemplar mi estado,
Y á ver los pasos por do me ha trahido,
Hallo, segun por do andube perdido,
Que á mayor mal pudiera haber llegado.
Mas quando del camino estó olvidado,
A tanto mal no sé por do he venido;
Sé que me acabo, y mas he yo sentido
Ver acabar conmigo mi cuidado.
Yo acabaré, que me entregué sin arte
A quien sabrá perderme y acabarme,
Si ella quisiere, y aun sabrá querello:
Que pues mi voluntad puede matarme,
La suya, que no es tanto de mi parte,
Pudiendo ¿que hará sino hacello?
___
[Extracto de un larguísimo soneto]
La mar enmedio y tierras he dexado
De quanto bien, cuitado, yo tenía:
Y yéndome alejando cada dia,
Gentes, costumbres, lenguas he pasado.
Ya de volver estoy desconfiado:
Pienso remedios en mi fantasía:
Y el que mas cierto espero, es aquel dia
pue acabará la vida y el cuidado.
lunes, 13 de mayo de 2013
"Postales al viento" (3). Hoy, poemas de Gracia Iglesias (y su foto), Charles Olsen y Carlos Salem
Un pájaro y su sombra son dos pájaros
y una sola existencia dividida.
El uno prisionero de la luz
frágil humo atrapado por grilletes de oro;
el otro desligado de la tierra
soberano del aire
libre
como un alma sin cuerpo.
Gracia Iglesias
EN SILENCIO (Charles Olsen)
En silencio el agua
cae por la corteza.
Las hojas brillan
como una lluvia de peces,
y el bosque se convierte
en mar negro.
Así fluyes cuando
nos acercamos.
DESEO SIN HIELOS (Carlos Salem)
Beber contigo es celebrar
una deliciosa comunión pagana
en la que la sangre y el cuerpo
no saben a lamento o penitencia
sino a complicidad destilada
y deseo sin hielos
por favor.
Y por eso
aunque suene obvio y repetido
te beso en cada copa compartida
y te descubro más allá de las burbujas
y te bebo y me bebes
sólo para aumentar esta sed
que nos tenemos.
¿Abrimos otra botella?
y una sola existencia dividida.
El uno prisionero de la luz
frágil humo atrapado por grilletes de oro;
el otro desligado de la tierra
soberano del aire
libre
como un alma sin cuerpo.
Gracia Iglesias
EN SILENCIO (Charles Olsen)
En silencio el agua
cae por la corteza.
Las hojas brillan
como una lluvia de peces,
y el bosque se convierte
en mar negro.
Así fluyes cuando
nos acercamos.
DESEO SIN HIELOS (Carlos Salem)
Beber contigo es celebrar
una deliciosa comunión pagana
en la que la sangre y el cuerpo
no saben a lamento o penitencia
sino a complicidad destilada
y deseo sin hielos
por favor.
Y por eso
aunque suene obvio y repetido
te beso en cada copa compartida
y te descubro más allá de las burbujas
y te bebo y me bebes
sólo para aumentar esta sed
que nos tenemos.
¿Abrimos otra botella?
"El observatorio de la puerta del sol" de Mesonero Romanos
El observatorio de la puerta del sol
(Introducción a la segunda serie)
1836
Lo mejor del mundo es la Europa (¡cosa clara!); la mejor de las naciones de Europa es la España (¡quién lo duda!); el pueblo mejor de España es Madrid (¿de veras?); el sitio más principal de Madrid es la Puerta del Sol... ergo la Puerta del Sol es el sitio privilegiado del globo.
Este terrífico argumento, tan convincente y sin réplica, no es mío: es de un doctor de Alcalá, hombre fuerte en esto del razonar, que con las armas de su lógica y el auxilio de sus buenos pulmones, metía mucho ruido, años atrás, en las aulas celebradas de la Universidad Complutense, y a cuyas ingeniosas decisiones y engalanados absurdos inclinábanse hasta el suelo las borlas y mucetas, y se encogía de hombros la estatua de la Verdad.
Tenía, pues, mi doctor una gran secuela de apasionados admiradores, que así que él ponía en circulación una de estas sentencias garrafales, dábanse luego maña a engalanarla y pulirla, y así dispuesta, ostentábanla con énfasis a los ojos del vulgo, hasta que quedaba sancionada por el uso y por el abuso como axioma práctico y verdad especulativa.
Yo, que por entonces a los pocos años juntaba una dosis regular de presunción, no era de los más flojos en esto del sed sic est, y para mí tanto mayor era el argumentante cuanto más temerario el argumento; y el de mi dómine, que arriba queda estampado, le quedó tan hondamente por entonces en mi blando caletre, que vino a ser como la clave de mi conducta futura.
Y procediendo por el orden lógico de mi maestro, hice abstracción de los demás hombres para dedicarme a estudiar los hombres que me rodeaban; prescindí de las demás partes del mundo, y me contenté con asomarme a Europa; regresé a nuestra España, como el suelo más privilegiado de aquélla, y torné a Madrid como Corte y lugar principal de España; con lo cual, y con asentar mis reales en la famosa Puerta del Sol, y establecer mi atalaya dominando la cubierta del Buen-Suceso, hallé que lógicamente, y al decir de mi maestro, me hallaba instalado en el punto más culminante de este mundo sub-lunar.
Dispuse, pues, mi observatorio moral en la región de las nubes, aislado, independiente y libre de toda atmósfera viciada: preparé el telescopio de la experiencia; pedí una pluma a la Verdad; abrí los ojos; cerré los libros; dejé los estudios y me metí a predicador.
«¡Oh qué fortuna (decía, poco más o menos, un amable moralista contemporáneo) el ser libre, y libre de veras, y poseedor de la más noble libertad, que es la libertad del pensamiento! No arrastrar la cadena de partido alguno; vivir independiente del poder, y no haber hecho tampoco alianza con sus enemigos; no haber de defender las faltas del uno ni las demasías de los otros; no ser responsable de las acciones ajenas; obrar en nombre propio, dando sólo cuenta a Dios de nuestras operaciones; no recibir consejos sino de la conciencia, fiándonos sin temor de este noble instinto de la verdad que el cielo ha impreso en nuestras almas; admirar sin creerse adulador; ser justo sin pasar por enemigo; buscar con preferencia el aspecto bueno de todas las cosas, como la abeja, que liba la miel de todas las plantas; mirar con ojos serenos; escuchar con oído imparcial; viajar sin mandato y detenerse según place, allí donde el sitio es apacible, allí donde, el sol alumbra sereno; no haber de preguntar a qué reino pertenece un país para saber si hemos de alabarle; no querer saber el nombre de un autor antes de decidirnos a aplaudirle; repetir indistintamente todos los sonidos si en ellos hallamos armonía; aspirar todos los ambientes puros; disfrutar de todas las obras del ingenio, sea cualquiera su escuela y el país que las produjo; y aplaudir, en fin, todas las grandes, acciones, bajo cualquiera bandera, que fuesen hechas. -¡Oh qué fortuna! -no ser político, ni revolucionario ni retrógrado; no ser poeta, ni clásico ni romántico; no tener nombre entre los ambiciosos ni entre los pedantes; no contar padrinos poderosos ni haber de serlo de nadie; no reconocer deberes de convención; no hallarse obligado a ninguna defensa, a ninguna acusación: -¡ser libre, en fin! -pero no libre con esta libertad intolerante, que corre las calles desenfrenada y ebria como una bacante en las fiestas de su patrono; sino como aquella otra hija del cielo, que nos deja usar de nuestro albedrío, permitiéndonos seguir voluntariamente las inspiraciones de nuestra alma».
Vosotros, los que sabéis apreciar el valor de esta libertad, única positiva; los que buscáis la voz de la verdad desnuda de pasiones y partidos, de encarecimientos y de encono; los que no sois optimistas ni pesimistas, sino que alcanzáis a ver en el hombre y su sociedad una mezcla armoniosa de errores y de ridiculez, de grandeza y de bondad; vosotros, que gustáis de aplicarla la risa de Demócrito más bien que el genio plañidero de Heráclito o la penca de Juvenal; subid conmigo a mi Observatorio, desde donde, con el auxilio de sus lentes, podréis descubrir todo el ámbito de nuestra noble capital, y escuchar con confianza la voz de un hombre que por sistema y por carácter rinde sólo tributo a la verdad; mas cuenta, que esta confianza que os demando ha de ser voluntaria y espontánea, y no ha de ceder en mengua de la libertad de vuestro propio pensamiento. -Si éste simpatiza con el mío, si acertare yo a explicar las sensaciones de vuestras almas, entonces quiero que le sigáis, quiero que penséis como yo; si no fuera así, y para ello hubierais de sacrificar alguna parte de vuestro albedrío, entonces me quedaré yo a solas con el que Dios me dio, que para esto tenéis derecho a juzgar de su bondad.
Ahora bien; ya estamos en las nubes yo y mi auditorio; ya asestamos los catalejos a esta tierra noble, feraz y en otro tiempo afortunada del globo, que se denomina España; ya miramos agitarse a nuestros pies a ese pueblo generoso que se llama la Capital del pueblo español; las pasiones momentáneas que le agitan no llegan a la altura en que nos hemos colocado; apenas consiguen empañar uno de los infinitos lados del prisma por donde le contemplamos. -¿Qué es a la historia filosófica de un pueblo uno, dos, tres, diez años de existencia borrascosa? ¿Qué es al carácter general de sus habitantes, el de una centena, el de un millar de sus individuos ambiciosos y agitados? El cuadro que tenemos a la vista es más inmenso y magnífico que todo esto; él nos pone de manifiesto el carácter, las inclinaciones, las costumbres generales de toda una sociedad; él nos hace considerar también aisladamente las excepciones, y... ¡cielos! ¡qué pequeñas se presentan a nuestra vista estas excepciones que allá abajo meten tanto ruido y pretenden servir de pauta a la regla general! Ellas aparecen y desaparecen en un solo día, y brillan a nuestros ojos como los fuegos fatuos en un dilatado horizonte, o como una sombra vacilante en la inmensidad de los mares.
No esperen, pues, mis lectores que en la segunda serie de cuadros crítico-morales que les preparo, abandone mi primitivo propósito, ni roce con las circunstancias históricas de esta época agitada, sino aquello puramente indispensable para averiguar la influencia que puedan tener en las costumbres patrias. El bosquejo fiel, aunque incorrecto de éstas, y no su historia, es lo que me propongo delinear: los caracteres que necesariamente habré de describir no son retratos, sino tipos o figuras, así como yo no pretendo ser retratista, sino pintor.
Las pasiones, los errores y ridiculeces, así como las brillantes cualidades del hombre, desnudas de la forma material, y puestas al descubierto en una atmósfera más pura, suben a mi laboratorio ajenas de toda liga terrena, material y tangible, y aparecen tal cual son, grandes en su pequeñez, pequeñas en su afectada grandeza.
Por último, mi pluma, renunciando ya al estilo metafórico y campanudo que a su pesar ha tomado en este obligado introito, seguirá, como siempre, el impulso de mi carácter, la libertad de mi pensamiento, que consiste en escribir para todos, en estilo llano, sin afectación ni desaliño; pintar las más veces; razonar pocas; hacer llorar nunca; reír casi siempre; criticar sin encono; aplaudir sin envidia, y aspirar, en fin, no a la gloria de grande ingenio, sino a la reputación de verídico observador.
De esta manera, y hasta donde alcanzaren mis cortas fuerzas, recibirán mis benévolos lectores los sucesivos cuadros o Escenas Matritenses, trazados por mi mano y dictados por mi corazón. -Si ellos contienen la verdad, no importa que sea sencillo el traje en que salga engalanada; si, por el contrario, el dibujo fuere falso, sería mayor mal el ataviarlo con magnífico colorido.
(Introducción a la segunda serie)
1836
Lo mejor del mundo es la Europa (¡cosa clara!); la mejor de las naciones de Europa es la España (¡quién lo duda!); el pueblo mejor de España es Madrid (¿de veras?); el sitio más principal de Madrid es la Puerta del Sol... ergo la Puerta del Sol es el sitio privilegiado del globo.
Este terrífico argumento, tan convincente y sin réplica, no es mío: es de un doctor de Alcalá, hombre fuerte en esto del razonar, que con las armas de su lógica y el auxilio de sus buenos pulmones, metía mucho ruido, años atrás, en las aulas celebradas de la Universidad Complutense, y a cuyas ingeniosas decisiones y engalanados absurdos inclinábanse hasta el suelo las borlas y mucetas, y se encogía de hombros la estatua de la Verdad.
Tenía, pues, mi doctor una gran secuela de apasionados admiradores, que así que él ponía en circulación una de estas sentencias garrafales, dábanse luego maña a engalanarla y pulirla, y así dispuesta, ostentábanla con énfasis a los ojos del vulgo, hasta que quedaba sancionada por el uso y por el abuso como axioma práctico y verdad especulativa.
Yo, que por entonces a los pocos años juntaba una dosis regular de presunción, no era de los más flojos en esto del sed sic est, y para mí tanto mayor era el argumentante cuanto más temerario el argumento; y el de mi dómine, que arriba queda estampado, le quedó tan hondamente por entonces en mi blando caletre, que vino a ser como la clave de mi conducta futura.
Y procediendo por el orden lógico de mi maestro, hice abstracción de los demás hombres para dedicarme a estudiar los hombres que me rodeaban; prescindí de las demás partes del mundo, y me contenté con asomarme a Europa; regresé a nuestra España, como el suelo más privilegiado de aquélla, y torné a Madrid como Corte y lugar principal de España; con lo cual, y con asentar mis reales en la famosa Puerta del Sol, y establecer mi atalaya dominando la cubierta del Buen-Suceso, hallé que lógicamente, y al decir de mi maestro, me hallaba instalado en el punto más culminante de este mundo sub-lunar.
Dispuse, pues, mi observatorio moral en la región de las nubes, aislado, independiente y libre de toda atmósfera viciada: preparé el telescopio de la experiencia; pedí una pluma a la Verdad; abrí los ojos; cerré los libros; dejé los estudios y me metí a predicador.
«¡Oh qué fortuna (decía, poco más o menos, un amable moralista contemporáneo) el ser libre, y libre de veras, y poseedor de la más noble libertad, que es la libertad del pensamiento! No arrastrar la cadena de partido alguno; vivir independiente del poder, y no haber hecho tampoco alianza con sus enemigos; no haber de defender las faltas del uno ni las demasías de los otros; no ser responsable de las acciones ajenas; obrar en nombre propio, dando sólo cuenta a Dios de nuestras operaciones; no recibir consejos sino de la conciencia, fiándonos sin temor de este noble instinto de la verdad que el cielo ha impreso en nuestras almas; admirar sin creerse adulador; ser justo sin pasar por enemigo; buscar con preferencia el aspecto bueno de todas las cosas, como la abeja, que liba la miel de todas las plantas; mirar con ojos serenos; escuchar con oído imparcial; viajar sin mandato y detenerse según place, allí donde el sitio es apacible, allí donde, el sol alumbra sereno; no haber de preguntar a qué reino pertenece un país para saber si hemos de alabarle; no querer saber el nombre de un autor antes de decidirnos a aplaudirle; repetir indistintamente todos los sonidos si en ellos hallamos armonía; aspirar todos los ambientes puros; disfrutar de todas las obras del ingenio, sea cualquiera su escuela y el país que las produjo; y aplaudir, en fin, todas las grandes, acciones, bajo cualquiera bandera, que fuesen hechas. -¡Oh qué fortuna! -no ser político, ni revolucionario ni retrógrado; no ser poeta, ni clásico ni romántico; no tener nombre entre los ambiciosos ni entre los pedantes; no contar padrinos poderosos ni haber de serlo de nadie; no reconocer deberes de convención; no hallarse obligado a ninguna defensa, a ninguna acusación: -¡ser libre, en fin! -pero no libre con esta libertad intolerante, que corre las calles desenfrenada y ebria como una bacante en las fiestas de su patrono; sino como aquella otra hija del cielo, que nos deja usar de nuestro albedrío, permitiéndonos seguir voluntariamente las inspiraciones de nuestra alma».
Vosotros, los que sabéis apreciar el valor de esta libertad, única positiva; los que buscáis la voz de la verdad desnuda de pasiones y partidos, de encarecimientos y de encono; los que no sois optimistas ni pesimistas, sino que alcanzáis a ver en el hombre y su sociedad una mezcla armoniosa de errores y de ridiculez, de grandeza y de bondad; vosotros, que gustáis de aplicarla la risa de Demócrito más bien que el genio plañidero de Heráclito o la penca de Juvenal; subid conmigo a mi Observatorio, desde donde, con el auxilio de sus lentes, podréis descubrir todo el ámbito de nuestra noble capital, y escuchar con confianza la voz de un hombre que por sistema y por carácter rinde sólo tributo a la verdad; mas cuenta, que esta confianza que os demando ha de ser voluntaria y espontánea, y no ha de ceder en mengua de la libertad de vuestro propio pensamiento. -Si éste simpatiza con el mío, si acertare yo a explicar las sensaciones de vuestras almas, entonces quiero que le sigáis, quiero que penséis como yo; si no fuera así, y para ello hubierais de sacrificar alguna parte de vuestro albedrío, entonces me quedaré yo a solas con el que Dios me dio, que para esto tenéis derecho a juzgar de su bondad.
Ahora bien; ya estamos en las nubes yo y mi auditorio; ya asestamos los catalejos a esta tierra noble, feraz y en otro tiempo afortunada del globo, que se denomina España; ya miramos agitarse a nuestros pies a ese pueblo generoso que se llama la Capital del pueblo español; las pasiones momentáneas que le agitan no llegan a la altura en que nos hemos colocado; apenas consiguen empañar uno de los infinitos lados del prisma por donde le contemplamos. -¿Qué es a la historia filosófica de un pueblo uno, dos, tres, diez años de existencia borrascosa? ¿Qué es al carácter general de sus habitantes, el de una centena, el de un millar de sus individuos ambiciosos y agitados? El cuadro que tenemos a la vista es más inmenso y magnífico que todo esto; él nos pone de manifiesto el carácter, las inclinaciones, las costumbres generales de toda una sociedad; él nos hace considerar también aisladamente las excepciones, y... ¡cielos! ¡qué pequeñas se presentan a nuestra vista estas excepciones que allá abajo meten tanto ruido y pretenden servir de pauta a la regla general! Ellas aparecen y desaparecen en un solo día, y brillan a nuestros ojos como los fuegos fatuos en un dilatado horizonte, o como una sombra vacilante en la inmensidad de los mares.
No esperen, pues, mis lectores que en la segunda serie de cuadros crítico-morales que les preparo, abandone mi primitivo propósito, ni roce con las circunstancias históricas de esta época agitada, sino aquello puramente indispensable para averiguar la influencia que puedan tener en las costumbres patrias. El bosquejo fiel, aunque incorrecto de éstas, y no su historia, es lo que me propongo delinear: los caracteres que necesariamente habré de describir no son retratos, sino tipos o figuras, así como yo no pretendo ser retratista, sino pintor.
Las pasiones, los errores y ridiculeces, así como las brillantes cualidades del hombre, desnudas de la forma material, y puestas al descubierto en una atmósfera más pura, suben a mi laboratorio ajenas de toda liga terrena, material y tangible, y aparecen tal cual son, grandes en su pequeñez, pequeñas en su afectada grandeza.
Por último, mi pluma, renunciando ya al estilo metafórico y campanudo que a su pesar ha tomado en este obligado introito, seguirá, como siempre, el impulso de mi carácter, la libertad de mi pensamiento, que consiste en escribir para todos, en estilo llano, sin afectación ni desaliño; pintar las más veces; razonar pocas; hacer llorar nunca; reír casi siempre; criticar sin encono; aplaudir sin envidia, y aspirar, en fin, no a la gloria de grande ingenio, sino a la reputación de verídico observador.
De esta manera, y hasta donde alcanzaren mis cortas fuerzas, recibirán mis benévolos lectores los sucesivos cuadros o Escenas Matritenses, trazados por mi mano y dictados por mi corazón. -Si ellos contienen la verdad, no importa que sea sencillo el traje en que salga engalanada; si, por el contrario, el dibujo fuere falso, sería mayor mal el ataviarlo con magnífico colorido.
Poesía ultraísta, "Atardecer en New York" y "Los poemas musculares" de Eugenio Montes (1)
ATARDECER EN NEW YORK
El crepúsculo barnizado de whisky
es ahogado por olas blancas.
Los rascacielos, arrodillados, elevan
plegarias a las nubes.
El sol está detenido en un vaso
en la mesa de la terraza de un bar.
Las nubes arrojaron del dedo los anillos.
Ventiladores nómadas.
La multitud es una llama que el viento riza,
presa en el túnel de la avenida.
Los automóviles nadan a impulsos cortos.
Distendidos los brazos y en el pecho un fatigoso jadear.
Treinta gamas de grises cayeron de una paleta,
quemaron las alas y regaron los objetos.
Enmudecieron las cigarras que solfean en los trolley.
Cajas musicales.
Las trompas equivocadas dicen
DO RE FA.
Se nota la ausencia de la batuta del director de orquesta.
Un pintor va dando pinceladas amarillas en los gasómetros.
¿Dónde está la concha del apuntador?
DO RE FA
Tocan sólo los instrumentos de metal.
Los violines esperan tres compases.
Ante la indiferencia de los espectadores, las trompas epilépticas insisten:
DO RE FA.
LOS POEMAS MUSCULARES.
MATCH
Las canas dobladas en el brazo del árbitro.
Y el collar de cuerdas ahogando el ring.
Los boxeadores remando con los brazos
la balsa no quieren navegar
F
L
O
R
E
C
E
N rosas morenas en los puños
Que se injertan en las mejillas.
El tren invisible no lanza humo.
EN EL ROUND ALGUIEN QUEDÓ DORMIDO
Y en las manos de los concurrentes
Se escapan cohetes sin luz.
FOOT BALL.
RIENDAS DE OXÍGENO
La rosa duerme en la cuna circular
Se inició el ballet.
Los planetas vuelan a ras de tierra
Trompos aviadores
Se borraron los tendones de nieve.
En la ventana sin alas, está un hombre.
En las nubes una mano
mueve al hilo de que puede
el loco cantar.
El crepúsculo barnizado de whisky
es ahogado por olas blancas.
Los rascacielos, arrodillados, elevan
plegarias a las nubes.
El sol está detenido en un vaso
en la mesa de la terraza de un bar.
Las nubes arrojaron del dedo los anillos.
Ventiladores nómadas.
La multitud es una llama que el viento riza,
presa en el túnel de la avenida.
Los automóviles nadan a impulsos cortos.
Distendidos los brazos y en el pecho un fatigoso jadear.
Treinta gamas de grises cayeron de una paleta,
quemaron las alas y regaron los objetos.
Enmudecieron las cigarras que solfean en los trolley.
Cajas musicales.
Las trompas equivocadas dicen
DO RE FA.
Se nota la ausencia de la batuta del director de orquesta.
Un pintor va dando pinceladas amarillas en los gasómetros.
¿Dónde está la concha del apuntador?
DO RE FA
Tocan sólo los instrumentos de metal.
Los violines esperan tres compases.
Ante la indiferencia de los espectadores, las trompas epilépticas insisten:
DO RE FA.
LOS POEMAS MUSCULARES.
MATCH
Las canas dobladas en el brazo del árbitro.
Y el collar de cuerdas ahogando el ring.
Los boxeadores remando con los brazos
la balsa no quieren navegar
F
L
O
R
E
C
E
N rosas morenas en los puños
Que se injertan en las mejillas.
El tren invisible no lanza humo.
EN EL ROUND ALGUIEN QUEDÓ DORMIDO
Y en las manos de los concurrentes
Se escapan cohetes sin luz.
FOOT BALL.
RIENDAS DE OXÍGENO
La rosa duerme en la cuna circular
Se inició el ballet.
Los planetas vuelan a ras de tierra
Trompos aviadores
Se borraron los tendones de nieve.
En la ventana sin alas, está un hombre.
En las nubes una mano
mueve al hilo de que puede
el loco cantar.
viernes, 10 de mayo de 2013
"Tres poemas" y "Agonía fuera del muro", poemas de Rosario Castellanos en su poemario "Lívida luz"
TRES POEMAS
I
¿Qué hay más débil que un dios? Gime hambriento y husmea
la sangre de la víctima
y come sacrificios y busca las entrañas
de lo creado, para hundir en ellas
sus cien dientes rapaces.
(Un dios. O ciertos hombres que tienen un destino.)
Cada día amanece
y el mundo es nuevamente devorado.
II
Los ojos del gran pez nunca se cierran.
No duerme. Siempre mira (¿a quién?, ¿a dónde?),
en su universo claro y sin sonido.
Alguna vez su corazón, que late
tan cerca de una espina, dice: quiero.
Y el gran pez, que devora
y pesa y tiñe el agua con su ira
y se mueve con nervios de relámpago,
nada puede, ni aun cerrar los ojos.
Y más allá de los cristales, mira.
III
Ay, la nube que quiere ser la flecha del cielo
o la aureola de Dios o el puño del relámpago.
Y a cada aire su forma cambia y se desvanece
y cada viento arrastra su rumbo y lo extravía.
Deshilachado harapo, vellón sucio,
sin entraña, sin fuerza, nada, nube.
AGONíA FUERA DEL MURO
Miro las herramientas,
el mundo que los hombres hacen, donde se afanan,
sudan, paren, cohabitan.
El cuerpo de los hombres, prensado por los días,
su noche de ronquido y de zarpazo
y las encrucijadas en que se reconocen,
Hay ceguera y el hambre los alumbra
y la necesidad, más dura que metales.
Sin orgullo (¿qué es el orgullo? ¿Una vértebra
que todavía la especie no produce?)
los hombres roban, mienten,
como animal de presa olfatean, devoran
y disputan a otro la carroña.
Y cuando bailan, cuando se deslizan
o cuando burlan una ley o cuando
se envilecen, sonríen,
entornan levemente los párpados, contemplan
el vacío que se abre en sus entrañas
y se entregan a un éxtasis vegetal, inhumano.
Yo soy de alguna orilla, de otra parte,
soy de los que no saben ni arrebatar ni dar,
gente a quien compartir es imposible.
No te acerques a mí, hombre que haces el mundo,
déjame, no es preciso que me mates.
Yo soy de los que mueren solos, de los que mueren
de algo peor que la vergüenza.
Yo muero de mirarte y no entender.
I
¿Qué hay más débil que un dios? Gime hambriento y husmea
la sangre de la víctima
y come sacrificios y busca las entrañas
de lo creado, para hundir en ellas
sus cien dientes rapaces.
(Un dios. O ciertos hombres que tienen un destino.)
Cada día amanece
y el mundo es nuevamente devorado.
II
Los ojos del gran pez nunca se cierran.
No duerme. Siempre mira (¿a quién?, ¿a dónde?),
en su universo claro y sin sonido.
Alguna vez su corazón, que late
tan cerca de una espina, dice: quiero.
Y el gran pez, que devora
y pesa y tiñe el agua con su ira
y se mueve con nervios de relámpago,
nada puede, ni aun cerrar los ojos.
Y más allá de los cristales, mira.
III
Ay, la nube que quiere ser la flecha del cielo
o la aureola de Dios o el puño del relámpago.
Y a cada aire su forma cambia y se desvanece
y cada viento arrastra su rumbo y lo extravía.
Deshilachado harapo, vellón sucio,
sin entraña, sin fuerza, nada, nube.
AGONíA FUERA DEL MURO
Miro las herramientas,
el mundo que los hombres hacen, donde se afanan,
sudan, paren, cohabitan.
El cuerpo de los hombres, prensado por los días,
su noche de ronquido y de zarpazo
y las encrucijadas en que se reconocen,
Hay ceguera y el hambre los alumbra
y la necesidad, más dura que metales.
Sin orgullo (¿qué es el orgullo? ¿Una vértebra
que todavía la especie no produce?)
los hombres roban, mienten,
como animal de presa olfatean, devoran
y disputan a otro la carroña.
Y cuando bailan, cuando se deslizan
o cuando burlan una ley o cuando
se envilecen, sonríen,
entornan levemente los párpados, contemplan
el vacío que se abre en sus entrañas
y se entregan a un éxtasis vegetal, inhumano.
Yo soy de alguna orilla, de otra parte,
soy de los que no saben ni arrebatar ni dar,
gente a quien compartir es imposible.
No te acerques a mí, hombre que haces el mundo,
déjame, no es preciso que me mates.
Yo soy de los que mueren solos, de los que mueren
de algo peor que la vergüenza.
Yo muero de mirarte y no entender.
jueves, 9 de mayo de 2013
"Cantos de Amor" de Ausias March, en traducción de Jorge de Montemayor
CANTO I
Qui no és trist de mos dictats no cur
No cure de mis versos, ni los lea
quien no fuere muy triste, o lo aya sido;
y quien lo es, para que más lo sea
lugar no pida escuro, ni escondido.
Mis dichos puede oýr, y en ellos vea
cómo sin arte alguna me han salido
del alma, y la razón de mi querella
muy bien la sabe Amor qu'es causa d'ella.
Alguna parte (y mucha) he yo hallado
de gran deleyte al triste pensamiento;
si alguno de dolor me vio cercado,
mi alma acompañó muy gran contento:
en quanto un simple amor m'á conversado,
no creo que hay más bien, ni aun yo lo siento,
y si con atención se mira y siente,
deléytame el dolor mezcladamente.
Muy presto haré vida d'ermitaño
por más honrrar de Amor su grande fiesta,
y a nadie duela mi bivir estraño,
que amor me cita, emplaza, y amonesta.
Yo le amo por sí solo, y no m'engaño:
si el bien me da que puede, ¿qué le resta?;
que si a dexar su mal me determino,
será bivir más triste de contino.
Jamás pudo negar mi entendimiento
que sus tristezas son mejor partido
que otr'alegría qualquiera, ni contento,
pues trae allá su mal un bien cumplido;
y parte del que a causa suya siento
es el que a qualquier triste es concedido,
que más si él mismo llora se consuela,
que todo el mundo llore, y dél se duela.
De mil gentes seré reprehendido
porque la vida triste alabo y quiero;
mas yo que vi su gloria no he querido
huyr d'un mal do tanto bien espero:
sin esperiencia nadie havrá sabido
el bien que da un querer puro y syncero,
y haviéndose desta arte con su Dama
él mismo se ama a sí en ver que ama.
Amor os dé a entender, señora mía,
que a todo estremo soy por vos llegado:
con sólo mi poder me ha derribado,
el suyo s'escusó con mi porfía.
Qui no és trist de mos dictats no cur
No cure de mis versos, ni los lea
quien no fuere muy triste, o lo aya sido;
y quien lo es, para que más lo sea
lugar no pida escuro, ni escondido.
Mis dichos puede oýr, y en ellos vea
cómo sin arte alguna me han salido
del alma, y la razón de mi querella
muy bien la sabe Amor qu'es causa d'ella.
Alguna parte (y mucha) he yo hallado
de gran deleyte al triste pensamiento;
si alguno de dolor me vio cercado,
mi alma acompañó muy gran contento:
en quanto un simple amor m'á conversado,
no creo que hay más bien, ni aun yo lo siento,
y si con atención se mira y siente,
deléytame el dolor mezcladamente.
Muy presto haré vida d'ermitaño
por más honrrar de Amor su grande fiesta,
y a nadie duela mi bivir estraño,
que amor me cita, emplaza, y amonesta.
Yo le amo por sí solo, y no m'engaño:
si el bien me da que puede, ¿qué le resta?;
que si a dexar su mal me determino,
será bivir más triste de contino.
Jamás pudo negar mi entendimiento
que sus tristezas son mejor partido
que otr'alegría qualquiera, ni contento,
pues trae allá su mal un bien cumplido;
y parte del que a causa suya siento
es el que a qualquier triste es concedido,
que más si él mismo llora se consuela,
que todo el mundo llore, y dél se duela.
De mil gentes seré reprehendido
porque la vida triste alabo y quiero;
mas yo que vi su gloria no he querido
huyr d'un mal do tanto bien espero:
sin esperiencia nadie havrá sabido
el bien que da un querer puro y syncero,
y haviéndose desta arte con su Dama
él mismo se ama a sí en ver que ama.
Amor os dé a entender, señora mía,
que a todo estremo soy por vos llegado:
con sólo mi poder me ha derribado,
el suyo s'escusó con mi porfía.
miércoles, 8 de mayo de 2013
martes, 7 de mayo de 2013
Poemas de José Almendros en "Nostálgicas", publicado en 1898. Hoy [Astros serenos...] y [Ya lo sé...]
[ASTROS SERENOS...]
Astros serenos del ancho espacio
mudos viajeros del cielo azul,
pálidos faros siempre encendidos
que vuestro rumbo llenáis de luz.
Quizá en vosotros de nuevos seres
fugaz materia gimiendo va;
quizá otras almas frente a la mía
a lo infinito se asomarán...
Acaso alguna con la que lejos
vive ignorada, sueña a su vez,
y en vuestras luces, como la mía,
su huella en vano busca también.
Si un inconsciente funesto crimen
sufrir les hizo castigo tal,
¡oh!, ¿cuándo libres en los espacios,
de amor un beso las unirá!...
[YA LO SÉ...]
Yo lo sé; en los sueños
en que el alma flota
una voz lejana
me lo dijo a solas...
Confundiendo el hombre
siempre luz y sombra,
ve en venir la una,
ve en partir la otra.
Yo lo sé... en las dudas
en que el alma ahonda,
una voz extraña
me lo dijo a solas...
Hay mirando a espacios
que lo humano ignora
un ángel que ríe
sobre cada fosa.
Y mirando al alma
que al venir custodia
sobre cada cuna
la alba frente dobla,
la invisible imagen
de un ángel que llora...
Astros serenos del ancho espacio
mudos viajeros del cielo azul,
pálidos faros siempre encendidos
que vuestro rumbo llenáis de luz.
Quizá en vosotros de nuevos seres
fugaz materia gimiendo va;
quizá otras almas frente a la mía
a lo infinito se asomarán...
Acaso alguna con la que lejos
vive ignorada, sueña a su vez,
y en vuestras luces, como la mía,
su huella en vano busca también.
Si un inconsciente funesto crimen
sufrir les hizo castigo tal,
¡oh!, ¿cuándo libres en los espacios,
de amor un beso las unirá!...
[YA LO SÉ...]
Yo lo sé; en los sueños
en que el alma flota
una voz lejana
me lo dijo a solas...
Confundiendo el hombre
siempre luz y sombra,
ve en venir la una,
ve en partir la otra.
Yo lo sé... en las dudas
en que el alma ahonda,
una voz extraña
me lo dijo a solas...
Hay mirando a espacios
que lo humano ignora
un ángel que ríe
sobre cada fosa.
Y mirando al alma
que al venir custodia
sobre cada cuna
la alba frente dobla,
la invisible imagen
de un ángel que llora...
"Obras de Garcilaso de la Vega ilustradas con notas", por José Nicolás de Azara
En el año 1765, José Nicolás de Azara, mecenas de las artes y diplomático (hombre culto y conocedor de lenguas), publica la presente obra de Garcilaso, en la que buscaré sonetos que ofreceros cada martes, entre otras cosas. Pero, obligado y gustoso, no puedo más que hacer una pausa para compartir, actualizando la ortografía, y en muy poco la puntuación, el texto en que a modo de prólogo reflexiona sobre Garcilaso y la lengua castellana. Espero que sepas apreciar las palabras de Azara.
Ah, el libro lo tienes en la Biblioteca Virtual Cervantes.
Prólogo del editor (José Nicolás de Azara)
La propiedad y elegancia de nuestra lengua ha padecido tanto en las infelices manos de ruines escritores, y ha llegado por culpa de ellos a tal decadencia; que es preciso cause lástima a todo buen español. Muchos grandes hombres han observado que la excelencia de las lenguas, su permanencia y extensión, crece y mengua al paso que la pujanza de los imperios, y que la habla de los pueblos se perfecciona y derrama al abrigo de sus victorias. Esta observacion es muy verdadera; y la serie de los progresos de la lengua castellana hasta nuestros días demuestra más su certeza.
Desembarazose España en el siglo XV de las guerras interiores que la fatigaron tanto tiempo; y a proporción que fue afirmándose su imperio, nacieron la suavidad de costumbres, y la cultura de la lengua. En el Reinado de Don Juan II se dejó ver el crepúsculo de esta moral revolución. Entraron a gobernar Fernando V e Isabel, y con su admirable talento, no solo ensancharon los límites de esta Monarquía con tantas conquistas interiores y ultramarinas, sino que con aquella gracia, solo dada a los ingenios que por privilegio coloca la naturaleza sabre el trono, formaron un número de hombres eminentes en todas clases: crearon los espíritus: les comunicaron un modo de pensar más elevado : suavizaron sus modales: y de esta semilla vino la copiosa cosecha de héroes que vio después la edad de Carlos V. Sostúvose hasta principios del reinado de Felipe III; pero a guisa de aquellos terrenos que recién abiertos dan colmados frutos, y si les falta el empezado cultivo producen en fuerza de la bondad de su suelo, disminuyéndose cada año los tesoros que al fin niegan totalmente: así se vio que la fecundidad de los ánimos españoles fue produciendo en fuerza de las labores primeras, y disminuyéndose en razón de lo que se apartaba de su origen, hasta que a últimos del siglo XVII quedó enteramente estéril. Los mismos pasos fue siguiendo nuestra lengua: nació, creció y envejeció por los mismos grados; notándose también que los progresos hacia la perfección fueron rápidos, y la decadencia lenta y perezosa como la del imperio. ¿Qué tropel de escritores no produjo España al tiempo mismo que Carlos V traía asustada toda la Europa con sus armas? Bajo Felipe II hubo muchos más, pero estos eran fruto de las labores de su padre y bisabuelos.
No es mi ánimo hacer aquí el catálogo de nuestros escritores de aquel tiempo, ni necesitan más elogios que los de sus Obras: y baste saber que a la época del Concilio de Trento no había en toda Europa Nación más instruida que la nuestra. Cuanto nuestras armas eran conocidas y respetadas, tanto progreso iba haciendo el lenguaje español. Era el más apreciado en las cortes de Alemania, Italia y Flandes. Los Franceses lo aprendían con la misma aplicación que nosotros nos dedicamos hoy al suyo; y era vergonzoso a los hombres de letras el ignorarlo. Iba por fin nuestro idioma a hacerse casi universal por los mismos términos que lo consiguió el francés en el siguiente siglo, y que quizá antes del fin de este lo logrará el inglés; pero faltole la fortuna de las armas, y sin su apoyo fue retirándose otra vez a los límites de su primera cuna.
Las demás naciones se han dedicado a las ciencias después acá con un empeño y una aplicación tan seguida y constante, que parece han llegado con sus descubrimientos a tocar los límites adonde puede llegar el entendimiento humano. Nosotros solo hemos retrocedido. En nuestras Universidades se ven hoy los mismos Estatutos, y las mismas lecciones que se oían dos siglos hace; pero hay la diferencia de que los que las cursan ahora estudian menos, y que sus catedráticos en muchas partes no enseñan nada.
Las causas de esta decadencia son muchas; pero ni este es su lugar ni yo instrumento a propósito para referirlas. Baste decir, que en lo que los españoles han trabajado con ahínco hasta nuestros tiempos, exceden con inmensa ventaja a todas las naciones: y si no que me citen ¿cuál de ellas ha dado a luz tantos y tan pesados volúmenes sobre Aristóteles como nosotros; tantos escritores eminentes en teología escolástica; tantos y tan sutiles casuistas de moral; y tantos profundos comentadores del código, y pandectas?
Casi todos estos hombrones han tenido la precaución de no vulgarizar las ciencias tratándolas en la lengua que se hablaba en su patria, lo contrario hubiera sido en su sentir una profanación: y con esto han logrado que donde peor se habla castellano es donde se enseñan las ciencias, y allí tal vez es donde se sabe menos latín. Neorixa, Francisco Sánchez, Antonio Agustín, Luis Vives, Arias Montano, Mariana, y otros infinitos podrán decidir la cuestion, comparados con los que posteriormente han enseñado y escrito.
De este abandono que ha padecido nuestra habla castellana se siguió que tratándose las ciencias en latín, aunque bárbaro, la han privado de la copia y propiedad que hubieran podido darle las voces científicas que ninguna lengua puede tener originariamente: y por esto los autores que en nuestros dias han tratado de Física o de Matemáticas se han visto en la necesidad de formarse vocablos a su modo y recurriendo al griego, al latín, o a otros arbitrios.
Despreciada pues por nuestros catedráticos su lengua nativa, se le cortaron las alas para su perfección. Raro español ha gastado seis meses para aprenderla por reglas y principios al modo que aprendían la suya los griegos y romanos; siendo infinitos los que han gastado otros tantos años en aprender un mal latín, que en tiempo de Simón Abril y de nuestros buenos preceptores se adquiría en cuatro meses.
Los poetas del siglo antecedente mantuvieron en cierto modo la reputación de nuestro idioma durante algún tiempo, con particularidad, los cómicos; pero, como a la propiedad con que lo usaron, y al ingenio, juntaban una crasa ignorancia, luego que las otras naciones supieron más, los abandonaron del todo. Entre los mismos poetas hubo muchos que con lo que llamaban cultura, y con sus insípidos equívocos, contribuyeron no poco a corromper la frase castellana. Como en el fondo nada sabían, se afanaban por parecer la que no eran: y así hasta en las voces y en el modo de usarlas afectaron su mezquina erudición. Los primeros padres de la Lengua, aunque la formaron y pulieron con las gracias de la latina, como habían hecho poco antes los italianos, no se sujetaron tanto a esta que en toda mostrasen las señales de su servidumbre. Sus sucesores al contrario, por ostentar su saber ponían en todo la marca de la latinidad. Los primeros, por ejemplo decían afeto, escuro, contino, repunar, espirtu, coluna, perfeto, ecelente; y los segundos afecto, obscuro, columna, excelente, &c sin más fin, a mi entender, que el de manifestar sabían el origen de estas voces; sacrificando la suavidad a su presunción. El mismo fin tuvieron en despreciar otros vocablos muy propios, como el empero, entorno, aína, sendos, magüer, asaz, largueza, consuno, por ende, y otros, que sobre ser mil veces más significativos y elegantes que los que sustituyeron, daban cierta majestad y pulidez a la conversación.
Estas y otras muchas causas que omito ha tenido la decadencia de la lengua castellana hasta el principio de este siglo. El reinado de Felipe V hubiera restablecido las cosas a su primer lustre, si el daño no hubiera echado tan altas raíces, y si otra nueva casta de corrompedores no se hubiera opuesto a las ideas de aquel monarca. Hablo de los traductores: esta plaga se nos hizo principalmente necesaria para el comercio de la literatura francesa. Hasta la venida de Felipe V eran muy pocos los españoles que supiesen el francés. Muchos de nuestros sabios lo miraban con desprecio: otros como inútil; y algunos con odio. Rellenos de su Aristóteles, y pomposos con las borlas de Salamanca y Alcalá, no creían que en el mundo hubiese más que saber, ni que una nación enemiga pudiese tener buena instrucción. Desengañolos el trato: vieron gran copia de libros franceses; y con una rapidez increíble se aplicaron a traducirlos al castellano; pero como los más no calaban bien la fuerza de uno ni otro Idioma, hicieron un batiburrillo miserable de los dos. Lo menos ha sido la introducción de infinitas voces francesas con que han inundado nuestra habla sin necesidad: han desfigurado además su carácter, formando una construcción Francesa con voces españolas y mestizas. Confieso, sin embargo , que no han faltado en nuestros días algunos escritores y Traductores libres de esta falta que han manejado su lengua con felicidad y pureza; pero su ejemplo no ha podido prevalecer contra el número mayor.
Todas estas consideraciones me han hecho discurir sobre los medios de atajar los progresos del mal; y a este fin me ha parecido lo más oportuno renovar los escritos de los patriarcas y fundadores de la lengua castellana. Su lectura sola puede acordar los ejemplos dignos de seguirse, y restituir la pureza y elegancia de maestra plática. Varios sabios han predicado la necesidad de fijarla, en el modo que puede hacerse con una lengua viva: y a mi parecer tienen razón. El asunto está en la época que se debe elegir. Los que escogen la de la corrupción no siguen buen camino: y al contrario debemos trabajar y afanar con la persuasion y el ejemplo para que se tomen por modelo los autores que escribieron en el siglo del buen gusto.
Garcilaso de la Vega ha sido siempre reputado por uno de nuestros escritores más elegantes. Él y Boscán fueron los que nás contribuyeron a pulir la lengua, y los que en la versificación introdujeron el número y medida de los italianos, sustituyendo los endecasílabos a las antiguas coplas españolas de 16, 14 y 12 silabas que usaron Berceo, el Arcipreste de Hita, Juan de Mena y otros poetas de aquellos tiempos. Garcilaso no conoció los asonantes; y en la novedad que quiso hacer en la Égloga segunda de colocar el consonante en medio del verso al modo de los árabes, fue poco feliz y menos imitado.
Juzgo que el público amante de nuestra lengua no despreciará el regalo de una edición de Garcilaso la más corregida que hasta ahora se ha hecho. Todas las impresiones antecedentes están llenas de errores, muchos versos faltos, e infinitas palabras equivocadas que tuercen y trabucan el sentido. Todas estas faltas se han enmendado cotejando el texto de las distintas impresiones de Medina del Campo, Estella, Salamanca, Sevilla, Madrid y Lisboa, y de un MS. de cosa de 150 años de antigüedad.
El incomparable Francisco Sánchez El Brocense, Hernando de Herrera y Don Tomás Tamayo de Vargas hicieron notas a las Obras de Garcilaso. Al primero debe mucho nuestro autor, pues sobre haber corregido cuanto pudo sus versos, anotó los pasajes de los poetas que imitó. El segundo compuso un difuso comentario, en que conforme al gusto de los comentadores de su tiempo dijo cuanto sabía: y el tercero, no obstante el ejemplo de los dos anteriores, hizo de sus notas el mejor dechado de los despropósitos.
Para no caer en los mismos inconvenientes, me he propuesto estampar unas anotaciones que aclaren las oscuridades del texto y hagan ver la habilidad y juicio con que Garcilaso supo imitar, y muchas veces mejorar, los pasajes más bellos de los poetas antiguos.
Cuando El Brocense dio a conocer estas imitaciones de nuestro autor, hubo gentes tan insensatas que lo reheprendieron; porque, según ellos, oscurecía la gloria del poeta declarando sus hurtos. Creo que ahora no faltará quien discurra como entonces; pero yo, sin embargo, juzgo que en estas imitaciones colocó Garcilaso su mayor mérito. Son muchas las razones en que me fundo; mas por ser breve me contentaré con acordar lo que dice el gran crítico Boileau, y mucho antes había notado El Brocense: Que el poeta que no haya imitado a los antiguos, no será imitado de nadie.
Esta regla convendría que tuviesen siempre presente los que se ponen a hacer versos. Por no haberla observado nos hallamos ahora con tantas coplas castellanas, y tan poquísimas dignas de leerse. Garcilaso se hizo poeta estudiando la docta antigüedad: las notas lo prueban, y este es el modelo que presento a mis paisanos.
Omito referir aquí los hechos militares y civiles de nuestro autor. Quien quisiere saber su vida la encontrará en lo que de él han escrito Fernando de Herrera, Luis Briceño, Don Nicolás Antonio y otros. Para la poca luz que esto puede dar a sus escritos, basta saber que Garcilaso nació en Toledo, año 1503, de Garcilaso de la Vega, comendador mayor de León, y embajador de los reyes católicos en Roma, y de Doña Sancha de Guzmán, señora de Batres. Luego que, por su edad, pudo tomar las armas, siguió al emperador Carlos V acompañándole en las jornadas de Viena y Túnez, y, últimamente, en la de Marsella: donde al retirarse de Italia mandando once compañías de infantería, le ordenó el emperador escalar una torre defendida por unos arcabuceros paisanos. Subía Garcilaso delante con intrepidez cuando recibió una pedrada en la cabeza, de que murió de allí a pocos días en Niza, año 1536, a los 33 de su edad.
Si este mi trabajo fuere agradable al lector, en breve le daré reimpresas las Eróticas de D. Esteban Manuel de Villegas; y a continuación las Obras escogidas de muchos poetas castellanos antiguos y que aunque no son tan comunes como las de otros que en estos últimos tiempos han conseguido aplauso, serán seguramente mejor recibídas de la posteridad.
Ah, el libro lo tienes en la Biblioteca Virtual Cervantes.
Prólogo del editor (José Nicolás de Azara)
La propiedad y elegancia de nuestra lengua ha padecido tanto en las infelices manos de ruines escritores, y ha llegado por culpa de ellos a tal decadencia; que es preciso cause lástima a todo buen español. Muchos grandes hombres han observado que la excelencia de las lenguas, su permanencia y extensión, crece y mengua al paso que la pujanza de los imperios, y que la habla de los pueblos se perfecciona y derrama al abrigo de sus victorias. Esta observacion es muy verdadera; y la serie de los progresos de la lengua castellana hasta nuestros días demuestra más su certeza.
Desembarazose España en el siglo XV de las guerras interiores que la fatigaron tanto tiempo; y a proporción que fue afirmándose su imperio, nacieron la suavidad de costumbres, y la cultura de la lengua. En el Reinado de Don Juan II se dejó ver el crepúsculo de esta moral revolución. Entraron a gobernar Fernando V e Isabel, y con su admirable talento, no solo ensancharon los límites de esta Monarquía con tantas conquistas interiores y ultramarinas, sino que con aquella gracia, solo dada a los ingenios que por privilegio coloca la naturaleza sabre el trono, formaron un número de hombres eminentes en todas clases: crearon los espíritus: les comunicaron un modo de pensar más elevado : suavizaron sus modales: y de esta semilla vino la copiosa cosecha de héroes que vio después la edad de Carlos V. Sostúvose hasta principios del reinado de Felipe III; pero a guisa de aquellos terrenos que recién abiertos dan colmados frutos, y si les falta el empezado cultivo producen en fuerza de la bondad de su suelo, disminuyéndose cada año los tesoros que al fin niegan totalmente: así se vio que la fecundidad de los ánimos españoles fue produciendo en fuerza de las labores primeras, y disminuyéndose en razón de lo que se apartaba de su origen, hasta que a últimos del siglo XVII quedó enteramente estéril. Los mismos pasos fue siguiendo nuestra lengua: nació, creció y envejeció por los mismos grados; notándose también que los progresos hacia la perfección fueron rápidos, y la decadencia lenta y perezosa como la del imperio. ¿Qué tropel de escritores no produjo España al tiempo mismo que Carlos V traía asustada toda la Europa con sus armas? Bajo Felipe II hubo muchos más, pero estos eran fruto de las labores de su padre y bisabuelos.
No es mi ánimo hacer aquí el catálogo de nuestros escritores de aquel tiempo, ni necesitan más elogios que los de sus Obras: y baste saber que a la época del Concilio de Trento no había en toda Europa Nación más instruida que la nuestra. Cuanto nuestras armas eran conocidas y respetadas, tanto progreso iba haciendo el lenguaje español. Era el más apreciado en las cortes de Alemania, Italia y Flandes. Los Franceses lo aprendían con la misma aplicación que nosotros nos dedicamos hoy al suyo; y era vergonzoso a los hombres de letras el ignorarlo. Iba por fin nuestro idioma a hacerse casi universal por los mismos términos que lo consiguió el francés en el siguiente siglo, y que quizá antes del fin de este lo logrará el inglés; pero faltole la fortuna de las armas, y sin su apoyo fue retirándose otra vez a los límites de su primera cuna.
Las demás naciones se han dedicado a las ciencias después acá con un empeño y una aplicación tan seguida y constante, que parece han llegado con sus descubrimientos a tocar los límites adonde puede llegar el entendimiento humano. Nosotros solo hemos retrocedido. En nuestras Universidades se ven hoy los mismos Estatutos, y las mismas lecciones que se oían dos siglos hace; pero hay la diferencia de que los que las cursan ahora estudian menos, y que sus catedráticos en muchas partes no enseñan nada.
Las causas de esta decadencia son muchas; pero ni este es su lugar ni yo instrumento a propósito para referirlas. Baste decir, que en lo que los españoles han trabajado con ahínco hasta nuestros tiempos, exceden con inmensa ventaja a todas las naciones: y si no que me citen ¿cuál de ellas ha dado a luz tantos y tan pesados volúmenes sobre Aristóteles como nosotros; tantos escritores eminentes en teología escolástica; tantos y tan sutiles casuistas de moral; y tantos profundos comentadores del código, y pandectas?
Casi todos estos hombrones han tenido la precaución de no vulgarizar las ciencias tratándolas en la lengua que se hablaba en su patria, lo contrario hubiera sido en su sentir una profanación: y con esto han logrado que donde peor se habla castellano es donde se enseñan las ciencias, y allí tal vez es donde se sabe menos latín. Neorixa, Francisco Sánchez, Antonio Agustín, Luis Vives, Arias Montano, Mariana, y otros infinitos podrán decidir la cuestion, comparados con los que posteriormente han enseñado y escrito.
De este abandono que ha padecido nuestra habla castellana se siguió que tratándose las ciencias en latín, aunque bárbaro, la han privado de la copia y propiedad que hubieran podido darle las voces científicas que ninguna lengua puede tener originariamente: y por esto los autores que en nuestros dias han tratado de Física o de Matemáticas se han visto en la necesidad de formarse vocablos a su modo y recurriendo al griego, al latín, o a otros arbitrios.
Despreciada pues por nuestros catedráticos su lengua nativa, se le cortaron las alas para su perfección. Raro español ha gastado seis meses para aprenderla por reglas y principios al modo que aprendían la suya los griegos y romanos; siendo infinitos los que han gastado otros tantos años en aprender un mal latín, que en tiempo de Simón Abril y de nuestros buenos preceptores se adquiría en cuatro meses.
Los poetas del siglo antecedente mantuvieron en cierto modo la reputación de nuestro idioma durante algún tiempo, con particularidad, los cómicos; pero, como a la propiedad con que lo usaron, y al ingenio, juntaban una crasa ignorancia, luego que las otras naciones supieron más, los abandonaron del todo. Entre los mismos poetas hubo muchos que con lo que llamaban cultura, y con sus insípidos equívocos, contribuyeron no poco a corromper la frase castellana. Como en el fondo nada sabían, se afanaban por parecer la que no eran: y así hasta en las voces y en el modo de usarlas afectaron su mezquina erudición. Los primeros padres de la Lengua, aunque la formaron y pulieron con las gracias de la latina, como habían hecho poco antes los italianos, no se sujetaron tanto a esta que en toda mostrasen las señales de su servidumbre. Sus sucesores al contrario, por ostentar su saber ponían en todo la marca de la latinidad. Los primeros, por ejemplo decían afeto, escuro, contino, repunar, espirtu, coluna, perfeto, ecelente; y los segundos afecto, obscuro, columna, excelente, &c sin más fin, a mi entender, que el de manifestar sabían el origen de estas voces; sacrificando la suavidad a su presunción. El mismo fin tuvieron en despreciar otros vocablos muy propios, como el empero, entorno, aína, sendos, magüer, asaz, largueza, consuno, por ende, y otros, que sobre ser mil veces más significativos y elegantes que los que sustituyeron, daban cierta majestad y pulidez a la conversación.
Estas y otras muchas causas que omito ha tenido la decadencia de la lengua castellana hasta el principio de este siglo. El reinado de Felipe V hubiera restablecido las cosas a su primer lustre, si el daño no hubiera echado tan altas raíces, y si otra nueva casta de corrompedores no se hubiera opuesto a las ideas de aquel monarca. Hablo de los traductores: esta plaga se nos hizo principalmente necesaria para el comercio de la literatura francesa. Hasta la venida de Felipe V eran muy pocos los españoles que supiesen el francés. Muchos de nuestros sabios lo miraban con desprecio: otros como inútil; y algunos con odio. Rellenos de su Aristóteles, y pomposos con las borlas de Salamanca y Alcalá, no creían que en el mundo hubiese más que saber, ni que una nación enemiga pudiese tener buena instrucción. Desengañolos el trato: vieron gran copia de libros franceses; y con una rapidez increíble se aplicaron a traducirlos al castellano; pero como los más no calaban bien la fuerza de uno ni otro Idioma, hicieron un batiburrillo miserable de los dos. Lo menos ha sido la introducción de infinitas voces francesas con que han inundado nuestra habla sin necesidad: han desfigurado además su carácter, formando una construcción Francesa con voces españolas y mestizas. Confieso, sin embargo , que no han faltado en nuestros días algunos escritores y Traductores libres de esta falta que han manejado su lengua con felicidad y pureza; pero su ejemplo no ha podido prevalecer contra el número mayor.
Todas estas consideraciones me han hecho discurir sobre los medios de atajar los progresos del mal; y a este fin me ha parecido lo más oportuno renovar los escritos de los patriarcas y fundadores de la lengua castellana. Su lectura sola puede acordar los ejemplos dignos de seguirse, y restituir la pureza y elegancia de maestra plática. Varios sabios han predicado la necesidad de fijarla, en el modo que puede hacerse con una lengua viva: y a mi parecer tienen razón. El asunto está en la época que se debe elegir. Los que escogen la de la corrupción no siguen buen camino: y al contrario debemos trabajar y afanar con la persuasion y el ejemplo para que se tomen por modelo los autores que escribieron en el siglo del buen gusto.
Garcilaso de la Vega ha sido siempre reputado por uno de nuestros escritores más elegantes. Él y Boscán fueron los que nás contribuyeron a pulir la lengua, y los que en la versificación introdujeron el número y medida de los italianos, sustituyendo los endecasílabos a las antiguas coplas españolas de 16, 14 y 12 silabas que usaron Berceo, el Arcipreste de Hita, Juan de Mena y otros poetas de aquellos tiempos. Garcilaso no conoció los asonantes; y en la novedad que quiso hacer en la Égloga segunda de colocar el consonante en medio del verso al modo de los árabes, fue poco feliz y menos imitado.
Juzgo que el público amante de nuestra lengua no despreciará el regalo de una edición de Garcilaso la más corregida que hasta ahora se ha hecho. Todas las impresiones antecedentes están llenas de errores, muchos versos faltos, e infinitas palabras equivocadas que tuercen y trabucan el sentido. Todas estas faltas se han enmendado cotejando el texto de las distintas impresiones de Medina del Campo, Estella, Salamanca, Sevilla, Madrid y Lisboa, y de un MS. de cosa de 150 años de antigüedad.
El incomparable Francisco Sánchez El Brocense, Hernando de Herrera y Don Tomás Tamayo de Vargas hicieron notas a las Obras de Garcilaso. Al primero debe mucho nuestro autor, pues sobre haber corregido cuanto pudo sus versos, anotó los pasajes de los poetas que imitó. El segundo compuso un difuso comentario, en que conforme al gusto de los comentadores de su tiempo dijo cuanto sabía: y el tercero, no obstante el ejemplo de los dos anteriores, hizo de sus notas el mejor dechado de los despropósitos.
Para no caer en los mismos inconvenientes, me he propuesto estampar unas anotaciones que aclaren las oscuridades del texto y hagan ver la habilidad y juicio con que Garcilaso supo imitar, y muchas veces mejorar, los pasajes más bellos de los poetas antiguos.
Cuando El Brocense dio a conocer estas imitaciones de nuestro autor, hubo gentes tan insensatas que lo reheprendieron; porque, según ellos, oscurecía la gloria del poeta declarando sus hurtos. Creo que ahora no faltará quien discurra como entonces; pero yo, sin embargo, juzgo que en estas imitaciones colocó Garcilaso su mayor mérito. Son muchas las razones en que me fundo; mas por ser breve me contentaré con acordar lo que dice el gran crítico Boileau, y mucho antes había notado El Brocense: Que el poeta que no haya imitado a los antiguos, no será imitado de nadie.
Esta regla convendría que tuviesen siempre presente los que se ponen a hacer versos. Por no haberla observado nos hallamos ahora con tantas coplas castellanas, y tan poquísimas dignas de leerse. Garcilaso se hizo poeta estudiando la docta antigüedad: las notas lo prueban, y este es el modelo que presento a mis paisanos.
Omito referir aquí los hechos militares y civiles de nuestro autor. Quien quisiere saber su vida la encontrará en lo que de él han escrito Fernando de Herrera, Luis Briceño, Don Nicolás Antonio y otros. Para la poca luz que esto puede dar a sus escritos, basta saber que Garcilaso nació en Toledo, año 1503, de Garcilaso de la Vega, comendador mayor de León, y embajador de los reyes católicos en Roma, y de Doña Sancha de Guzmán, señora de Batres. Luego que, por su edad, pudo tomar las armas, siguió al emperador Carlos V acompañándole en las jornadas de Viena y Túnez, y, últimamente, en la de Marsella: donde al retirarse de Italia mandando once compañías de infantería, le ordenó el emperador escalar una torre defendida por unos arcabuceros paisanos. Subía Garcilaso delante con intrepidez cuando recibió una pedrada en la cabeza, de que murió de allí a pocos días en Niza, año 1536, a los 33 de su edad.
Si este mi trabajo fuere agradable al lector, en breve le daré reimpresas las Eróticas de D. Esteban Manuel de Villegas; y a continuación las Obras escogidas de muchos poetas castellanos antiguos y que aunque no son tan comunes como las de otros que en estos últimos tiempos han conseguido aplauso, serán seguramente mejor recibídas de la posteridad.