Cuando, la representación ya terminada y caído el telón, hayas
vuelto al silencio,
Y la luz de la escena, que por un instante, con su extraña verdad,
definió tu figura, se atenúe,
Habrá aún un personaje, al modo del Epílogo, que resuma y valore,
quién sabe con qué acierto;
La última palabra -es igual para todos- no te está reservada:
escrita del azar, la dirá el viento.
Reducido a ti mismo, di tu papel entonces como si a cada instante te
importara de veras,
E imagina que allí, en el oscuro patio de butacas, tu propia alma
implacable juzga severamente;
O, si eso no te basta, que entre los muchos ojos invisibles están
también los suyos:
Están, y son los tuyos.
La espera
No sé muy bien si lo que espero tiene un nombre o una forma: ni
siquiera si existe.
Fe absurda, desde luego, y que no necesita epifanías o imágenes, ni
se nutre de ellas.
Y no ignoro que hay algo profundamente triste en este no saber
acomodarse
A las cosas reales, en no poder amarlas sino a través del sueño.
Conozco todo esto, pero sigo esperando.
Y esa consoladora lucidez que viene con los años, me dice que no
importa, si al final no llegara;
Que la espera es acaso bastante, por sí sola,
Para justificar, o merecer, la vida.
Desnudez
No soy lo que esperabas, ya lo sé. La luz de la imaginación es
demasiado viva: despiadada.
No me sometas a ella, por favor: revelaría todos mis defectos. Mira,
estas manos no tienen
Poderes taumatúrgicos. No pueden inventar para ti ese universo,
maravilloso y frágil,
Que sé que deseabas; no pueden hacer más que acariciar lentamente
tu pelo, meditando,
Tal vez desconcertadas. Cómo explicarte, a ti que lo mereces, que mi
amor no es un premio,
Que no puede ser más que una desesperada llamada de socorro. Yo sé
que hay algo en mí..., no, no debo dejarme llevar a decir eso:
La mano que te ofrezco está vacía, y así tiene que ser. Sólo una
cosa puede prometerte, desde el más abismal fondo de mí:
Es amor quien la tiende, y hace daño.
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