martes, 6 de mayo de 2014

Sonetos de Fernando de Herrera (3)


Lloré, i canté d'Amor la saña ardiente;
i lloro, i canto ya l'ardiente saña
desta cruel, por quien mi pena estraña
ningún descanso al coraçón consiente.

Esperé, i temí el bien, tal vez ausente,
i espero, i temo el mal que m'acompaña,
i en un error, qu'en soledad m'engaña,
me pierdo sin provecho vanamente.

Veo la noche, antes que huya el día,
i la sombra crecer, contrario agüero,
mas ¿qué me vale conocer mi suerte?

La dura ostinación de mi porfía
no cansa, ni se rinde al dolor fiero,
mas siempre va al encuentro de mi muerte.



Duro es este peñasco levantado,
que no teme'l furor del bravo viento,
fría esta nieve, qu'el sobervio aliento
del aquilón arroja apresurado.

Más duro es vuestro pecho, i más elado,
en quien la piëdad no à hecho assiento;
ni el fuego d'amoroso sentimiento
en el jamás, por culpa vuestra, à entrado.

Sordas las ondas son d'aqueste río,
pero más sorda vos, a mis clamores;
qu'aun poco os pareció ser dura i fría.

Mas todo este dolor al pecho mío
no causa tantas penas i dolores
cuanto la soledad de l'alma mía.



Aora, que cubrio de blanco ielo
el oro la hermosa Aurora mía,
blanco es el puro sol, i blanco el día,
i blanco el color lúcido d'el cielo.

Blancas todas tus viras, que recelo,
es blanco el arco i rayos d'alegría,
Amor, con que me hieres a porfía,
blanco tu ardiente fuego i frío ielo.

Mas, ¿qué puedo esperar d'esta blancura,
pues tiene'n blanca nieve 'l pecho tierno
contra mi fiera llama defendido?

¡Ô beldad sin amor! ¡ô mi ventura!
qu'abrasado en vigor de fuego eterno,
muero en un blanco ielo convertido.

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