Emma de Coro no nació en Sudáfrica, ni trabajó en el circo Americano; pero habla de ello porque es otro de esos “pájaros que ignoran los árboles/ y mueren extenuados a trescientos pies del suelo”. O a esa especie quisiera pertenecer, porque: “Me hago cortes para que la sangre fluya[…], rasguños, precisando[…].Veo correr mi sangre/ lejos, ajena,/ y se me pasa”.
Y cuando Emma habla de este modo, cuando habla de aves que prefieren morir extenuadas en pleno vuelo, y cuando habla de hombres rasgando sus venas para ver fluir la sangre, siempre contenida, ya saben de qué habla, para qué más detalles.
En otro decir, “el problema es que llevo embarazada mucho tiempo./ Y ya no es uno,/ ahora tengo cientos de hijos por todo el cuerpo[…]. Cuando yo muera,/morirán todos conmigo,/ todos mis hijos…/ eso es lo único que siento”.
Así, y con otras, Emma habla de un hombre muy alejado de sí mismo, de un hombre encerrado (todos los personajes en que desarrolla este permanecen en situaciones de encierro)que sueña con la lejana realidad de los Galápagos de California (Patrañas Ediciones, 2007), que éste es el título del libro. Aunque, “hasta los galápagos de California/ se suicidan”.
Perdonenme esta ruindad, pero con lo dicho, el conjunto ya queda explicado. No les queda metáfora esencial por desentrañar, la idea central, se la he contado. Y entonces, ¿si con cuatro de los seis primeros poemas está todo dicho, merece la pena seguir leyendo?, o mejor, ¿merece la pena seguir escribiendo?
Lo que no saben de Emma, y ella tampoco, es su sólida formación matemática.
Los matemáticos no hacen otra cosa con sus divertiemntos que clasificar y ordenar. Ésta es una circunferencia, y por deformación, obtengo un triángulo, un cuadrilátero, un pentágono…sigan la serie. ¿Más? Hagan la experiencia con una goma elástica y unos clavos sobre un tablón de madera, o sobre un trozo de corcho blanco, tergopol en la Argentina, y unas chinchetas. Así, no es descabellado para un matemático decir que son la misma cosa. Vamos, una pelota de espuma que al apretarla vemos mil formas diferentes. Pues eso es una circunferencia para un matemático. Así que todos los polígonos regulares ya están clasificados, los podemos identificar con la circunferencia.
El proceso que sigue Emma en Galápagos de California es el inverso. Hecho, por otra parte, connatural al quehacer del poeta que no se limita a coleccionar poemas. Traza unas decenas de polígonos que nos han de hacer llegar por nuestros propios medios a la construcción e intuición de la circunferencia. Es el método de exhausción. Arquímedes. Inicialmente inscribe un triángulo equilátero dentro de la circunferencia. Y en efecto, aunque muy groseramente, el triángulo se ajusta a la circunferencia. Pero mejor se ajusta el cuadrado inscrito, y mejor el pentágono regular, y mejor el hexágono regular…hasta concluir que la circunferencia es, con total seguridad, un polígono regular de infinitos lados. En la práctica en el papel, les costará mucho diferenciar el decágono de la circunferencia. Y Emma no aplica el método exhaustivo en diez poemas, sino en 40.
¿El tono? El poeta,la poeta, hace el papel de especialista médico en enfermedades mentales, y nos enumera sus casos, pues no pocos de esos personajes en situación de encierro viven en un sanatorio mental. “-¡No ve, doctor,/ que la mujer invisible/ que acuno en mis rodillas/ es una libélula!”.
En definitiva, tiene uno la sensación de que el libro es tan fácilmente aprehendible, que llega a irritarse, acostumbrado a poemarios excesivos que le dejan en la inquietud de que el estudio que hace de ellos es pobre, que la verdad que encierran está, como debe, bien intrincada. Error, sencillamente, están mal construidos. No hay un objeto claro en ellos. Caso que no se da en el trabajo actual de Emma.
Lo que le falta, concreción. Aún siendo breve, en cuanto a número de poemas y versos, de estos últimos sobran. La coloquialidad no exime de afilar la palabra.
Pero no se lo pierdan, esta química, con su primera obra, ya conoce el camino. Esperemos que lo pueda continuar, que no se agote y busque posar sus pies en el primer árbol que le salga al vuelo. Ni en el segundo. Ni en el tercero. Y así.
Por cierto, para encontrar el poemario: Traficantes de Sueños (Embajadores, 35).
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