I
Evitamos peligros y desarmamos trampas,
sumamos noches y desmontamos sueños;
tristemente evocamos el pasado,
imaginando antídotos perfectos.
Negamos lo posible y nos lloramos
con la esperanza inútil de entendernos.
II
¿Quién soy? ¡Cómo me pierden
tus buenas intenciones!
Me emborracho de éter
y partimos
por el espejo sucio del pasado,
donde crecen respuestas para todo.
Tupidas esperanzas de perderse
en la desolación y el desengaño.
Arriba todo es angélico e inútil,
aquí falla el paisaje.
Allí serás un dios volando en el vacío,
como una hoja seca que el viento arrebatase.
Aquí la duda nos cuelga como cerdos
que a otro dios más cruel se sacrifican.
III
Gocemos mientras tanto alegremente
la presencia fantasma de Bilitis,
la llegada del atleta griego,
o un nuevo amor nacido de la espuma
bulliciosa del Cantábrico.
Hagamos cada encuentro
regalo de los dioses,
misteriosas ofrendas envueltas en caricias
y lazos de cariño
que mueren si desvelan
su frágil contenido.
IV
Adiós a los pinares apenas recorridos
y a la llanura gélida del páramo,
a la cuadriculada armonía de Herrera
y al absurdo suicidio
de algunos conocidos.
Porque no aguanto más
las sombras callejeras,
ni el silencio mortífero de tanta despedida,
me hago yo mismo eco de mi propia agonía
y digo adiós a todos, prolongando mi ausencia.
V
No voy a suicidarme tan temprano,
porque deseo aún aquellas lilas
que cortaba mi madre,
el sol de mayo
y quedarme dormido entre tus brazos
a veces homicidas.
Alonso Cordel, en Luna-Hiena, Colección Juan Alcaide, Ediciones del Excelentísmo Ayuntamiento de Valdepeñas, 1988.
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