El ser (ontología) toma el cuerpo y el hombre se abre al mundo a través de la luz de su razón (cultura), y el propio sol (metafísica), y los sentidos: ‘Intacto aún, enorme,/ Rodea el tiempo. Ruidos/ Irrumpen. ¡Cómo saltan/ Sobre los amarillos// Todavía no agudos/ De un sol hecho ternura/ De rayo alboreado/ Para estancia difusa,// Mientras van presentándose/ Todas las consistencias/ Que al disponerse en cosas/ Me limitan, me centran!’(I).
Así, intocados (por la cultura y la realidad física) nos personamos, y percibimos unos primeros ruidos (¡éste es el cántico del universo!) que luego, la luz del sol, que nace, nos presenta en las formas que los originan. Difusas aún estas consistencias (ninguna nos presenta salvo la luz) dispuestas en cosas, nos limitan y centran. Éste es el escenario en el que se desenvuelve el hombre, estos sus límites: realidades que aún en su manifestación sensorial son realmente difíciles de asir.
El primer sonido que nos presenta es ‘hervor de luz’, que hace la luz audible, además de quemarnos con ella. Insistirá Jorge más adelante en quemarnos con la luz: ‘Bajo un sol que derrama,/ Dora y sombrea claros/ Caldeados’, dirá en V. En cuanto al sonido, el siguiente que nos presenta es la sonoridad más tenaz, la palabra del mar. La constante naturaleza en su devenir, el mar, y el propio hombre, porque la palabra es hombre, sino es sonido.
En II insistirá, con ‘penumbra de costumbre’, en lo inaprensible de la realidad física: ‘vaguedad/ Resolviéndose en forma// De variación de almohada,/ En blancura de lienzo,/ En mano sobre embozo’. Esta variación de almohada, este lienzo en blanco, esta mano sobre embozo, son un hombre inquieto, un hombre que no sabe, un hombre que se oculta. Imágenes nítidas, al fin, para decir a un hombre no asombrado, sino desconcertado, abrumado por tantas preguntas sin respuesta: el ser avasallador que mantiene su plenitud en lo desconocido y que no es tan fácil como decir dios, es la creación toda, o todas las creaciones, por mejor decir: metafísica, cultural y ontológica, esta vez.
¿Y el tacto? En III: ‘Enigmas –en sus masas./ Yo los toco, los uso.’ Hemos volteado nuestra cabeza en la almohada, no hemos tocado el lienzo, sostenemos el embozo y ahora tocamos los enigmas. Lo mismo que antes.: porque esos enigmas, ‘¡Más allá! Cerca a veces,/ Muy cerca, familiar’, son las concistencias cercanas tan llenas de misterio. Por ahora sólo la almohada, el lienzo, el embozo.
Hoy me he extendido demasiado, ¿no? Seguiremos este recuento el próximo martes 24 de marzo.
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