martes, 4 de agosto de 2009

'Escalas', de Jorge Guillén, en Sobre Cántico, de Jesús Malia

ESCALAS

Cimborrios y torres
Oponen al viento
La quietud en pleno
De sus sacras moles.

Pero el sol de un álamo
-¡La tarde es tan alta!-
Ofrece una escala
Cortés a lo raso.

Esa arena rosa
Y marfil perdida,
Fina en demasía,
Bajo tantas hojas

Perdidas…¿El viento
Busca una verdad?
Las esparcirá,
Tenderá a los cielos

De luz sin reposo
La escala de un pío,
Y ángeles en circo
Saltarán cimborrios.

‘Cimborrios y torres’ son piedras que el hombre junta para oponerse al viento, el viento nómada, el viento errante. El hombre sedentario que se enfrenta al continuo cambio que impone la naturaleza.
Nada tiene que ver el verso de Jorge (en este sentido, o sí) con el mío (al que anuncia) de ‘Camino a Santiago’: ‘Aquí oirás al silencio llamarte a voces:/ te busca en la floresta y en los árboles/ que anclan sus raíces en el río’.
En Jorge, pues, cimborrios y torres se oponen al incesante fluir; en Malia, los árboles, la naturaleza, se aferran al continuo movimiento. De la vida, en ambos casos.
Y lo digo porque es ahora, al releer el verso, que me doy cuenta de que cuando en agosto de 2008 escribí lo de antes había leído Escalas, aunque no lo recordara y no sea hasta ahora que he creído desentrañarlo y se me hace imborrable. En cualquier caso, cumplió su función, vino a anunciarme. Caso parecido encontraremos en El manantial.
(¿Qué por qué hablo de mí? ¿Acaso no he hablado de Lorca, Alberti, Hölderlin, Nietzsche, Maikovsky, Salinas…? Pues ahora de Malia, otro más.)
Pero la piedra, por más manipulada que esté (el DRAE dice otra cosa, pero mano y pulir agregadas no componen otro término que manipular) la piedra sigue siendo sagrada. Sagrada como el árbol, sagrada como el sol: naturales, indescifrables, digo intangibles, aunque el viento no penetre en ella (¡sátiro Eolo que lo intenta!) como sí se encarna el sol en la copa del álamo otoñal.
Bueno, no penetrará, no, pero no veas como araña, aun sin uñas. Tanto sobar, tanto sobar…y la piedra inmóvil es arena errante (rosa del cimborrio, marfil de la torre) imperceptible (‘fina en demasía’). Finalmente se pierde la piedra, finalmente se pierden las hojas. El viento (no lo dice Jorge, pero lo añado) arrastrará a la piedra y arrastrará a las hojas, arrastrará al sol, lo sacará de su órbita. ¡Qué trágico! ¿Quién leerá entonces mi invención?

(Continuará...Jua,jua,jua,jua.)

2 comentarios:

trovador errante dijo...

Jesús, gracias por tu trabajo.

Un saludo

Jesús Malia dijo...

Gracias a ti por tu aliento, compañero. Supone un estímulo.