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Pues sí, querida Quiela:
estoy en Zúrich. He venido a visitar a nuestro nieto Jacobo y a Elías. La dulce Láora me acompaña, como siempre.
A nuestro nieto Jacobo el encierro le parece más soportable que a Elías, aunque ninguno protesta.
Láora siente debilidad por nuestro nieto. Lo observa con impudicia, diría yo. Es una criatura tan tierna y que transmite tanta fortaleza, a pesar de sus cortos años, que no me sorprende que lo quiera deshacer dentro de sí. Absorverlo, me atrevo a decir. Lanzarle una opa. Amigable, si procede, u hostil, si se necesita.
Y a mí me entusiasma la idea. Qué este niño es un animal tan racional que parece que no tenga corazón ni genitales.
De hecho, procuro dejarles a solas y he regalado a Láora algunas ropas sugerentes. Las que me gustaría que llevaras para mí, qué te veo lucirlas y quitártelas.
A ver si se le despierta algo más que el cerebro, y que sea cuanto antes. No vaya a pasarle como a don Perlimplín con Belisa, qué somos tan trágicos en nuestra sangre.
Es la primera vez que saco de mi habitación este cuaderno tuyo, y le está sentando muy bien tomar el aire. Tendré que hacerlo más a menudo.
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