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‘¿Y el silencio?’, comienza por preguntarse retóricamente nuestro Jorge. En esta turbamulta (remarco turbamulta, por fin encuentro la palabra que funde el gentío, la multitud, con las tejas de turba cálida de la primera parte de ‘Todo en la tarde’); en esta turbamulta, decimos, que es la ciudad, ¿dónde el silencio? Obviamente, ‘No puede/ Valer, estar a plomo./ ¡Tantos colores chocan/ con un rumor tan bronco!’ El silencio no cabe entre tanto trajín y confusión. La divisa de la atareada ciudad es un bronco rumor. El silencio ‘No puede/ Valer, estar a plomo’.
Este ‘estar a plomo’, que comunmente puede tener un carácter peyorativo o despectivo, para Jorge tiene un valor muy distinto: ‘estar a plomo’ como virtud, en oposición a la prisa (puente previo de la prisa) que nos conduce a (o con la que nos gobernamos) los hombres. Así, que el silencio no pueda valer, estar a plomo, es una expresión muy pura, muy distante, muy fría, para realmente lamentar la falta de silencio y de sosiego. ¿Hum? ¿Que me lo estoy inventando? Pero si es lo de siempre… Ahí va.
‘Gran rumor. Se embarullan/ Las pisadas, los gritos/ Que deben de ser diálogos,/ Las músicas ya ruidos,// Y la velocidad/ Disparada en portentos/ Sumisos al amor,/ Al candor, a los sueños,// Y el incensante arrastre/ De los muchos trabajos/ Que por dentro murmuran/ Crujidos derrumbados.’
Puf, qué duro. Un hombre que se arrastra en sus trabajos, unas labores en las que se resquebraja: interiores crujidos y derrumbes. No se puede hablar de este hombre con más crudeza. ¿O sí? ‘¡Trepidación! Monótona,/ Continua, propagada,/ Precipita galopes/-Sin cuerpos ya- de máquinas// Invisibles, a ciegas/ Calientes, animales,/ Que no paran jamás:/ Venas del tiempo, laten’.
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