Invocaciones
EL ÁRBOL QUE HAY EN MEDIO DE LOS PUEBLOS
Por caminos de hormigas
traje el pie del regreso
hasta este corazón de alto follaje
trémulo.
Ceiba que disemina
mi raza entre los vientos,
sombra en la que se amaron
mis abuelos.
Bajo tus ramas deja
que mi canto se acueste.
Padre de tantas voces,
protégeme.
A LA MUJER QUE VENDE FRUTAS EN LA PLAZA
Amanece en las jícaras
y el aire que las toca se esparce como ebrio.
Tendrías que cantar para decir el nombre
de estas frutas, mejores que tus pechos.
Con reposo de hamaca
tu cintura camina
y llevas a sentarse entre las otras
una ignorante dignidad de isla.
Me quedaré a tu lado,
amiga,
hablando con la tierra
todo el día.
A FIESTA
Madera con dos lenguas, el olor y el sonido
-marimba-, me llamaba
y he venido a buscarla donde está,
en mitad de la plaza,
congregando a la gente, poniendo el cascabel
en el tobillo esbelto de la danza.
El árbol de las tribus
tiende su sombra generosa y amplia.
Aquí para la fiesta,
venga la llamarada
del café, la moneda antigua del cacao,
el corazón ardiente de la caña.
Aquí los jicalpestles
de mejilla pintada
derramen la alegría
y la abundancia.
Pescador, abandona tu río a los caimanes;
indio, busca vereda en la montaña;
piedra, quita ese musgo que te cubre;
figura, deja el muro que te aprisiona y anda
con la mujer de trenzas esparcidas
y el varón, heredero de tu casa,
a ver el frenesí poderoso y tremendo
como una hermosa fiera capturada.
SILENCIO CERCA DE UNA PIEDRA ANTIGUA
Estoy aquí, sentada, con todas mis palabras
como en una cesta de fruta verde, intactas.
Los fragmentos
de mil dioses antiguos derribados
se buscan por mi sangre, se aprisionan, queriendo
recomponer su estatua.
De las bocas destruidas
quiere subir hasta mi boca un canto,
un olor de resinas quemadas, algún gesto
de misteriosa roca trabajada.
Pero soy el olvido, la traición,
el caracol que no guardó del mar
ni el eco de la más pequeña ola.
Y no miro los templos sumergidos;
sólo miro los árboles que encima de las ruinas
mueven su vasta sombra,muerden con dientes ácidos
el viento cuando pasa.
Y lo signos se cierran bajo mis ojos como
la flor bajo los dedos torpísimos de un ciego.
Pero yo sé: detrás
de mi cuerpo otro cuerpo se agazapa,
y alrededor de mí muchas respiraciones
cruzan furtivamente
como los animales nocturnos en la selva.
Yo sé, en algún lugar,
lo mismo
que en el desierto el cactus,
un constelado corazón de espinas
está aguardando un hombre como el cactus la lluvia.
Pero yo no conozco más que ciertas palabras
en el idioma o lápida
bajo el que sepultaron vivo a mi antepasado.
Cosas
EL TEJONCITO MAYA
(En el Museo Arqueológico de Tuxla)
Cubriéndose la risa
con la mano pequeña,
saltando entre los siglos
vienes, en gracia y piedra.
Que caigan las paredes
oscuras que te encierran,
que te den el regazo
de tu madre, la tierra;
en el aire, en el aire
un cascabel alegre
y una ronda de niños
con quien tu infancia juegue.
CÁNTARO DE AMATENANGO
Manos también de barro,
cántaro, te moldeaban,
y un amoroso aliento
en tu barro guardaban.
Intacto, como un santo,
cruzaste entre las llamas
y ahora resplandeces
en el lugar más limpio de la casa.
De ti quiero aprender
el modo y la enseñanza:
cuando la sed me busque
me halle samaritana.
COFRE DE CEDRO
El hacha que taló
para siempre olorosa
y el árbol cautivado
con las entrañas rotas.
Aquí estás, bajo un techo,
en un rincón de alcoba
y te confían huéspedes,
y tú, como que aceptas y reposas.
No vendas tu memoria
a la triste costumbre y a los años.
Nunca olvides el bosque
ni el viento ni los pájaros.
EL RÍO
Coro de ancha cerviz y de mugido largo
ha venido a pastar sobre mi tierra.
Devorador de prados,
entre pueblos sumisos, reverentes,
que hincan las rodillas a su paso,
va moviendo tranquila y noblemente
su condición sagrada.
Para aplacar tu boca, estas ofrendas,
señor de casa oculta
en la montaña;
que tu mirada sea siempre benevolente,
que nadie te conozca el día de la cólera.
ESTROFAS EN LA PLAYA
I
El río viene de secretas grutas,
desconocidas fuentes.
A mirarlo pasar corren los árboles,
adiós le dicen los follajes verdes.
El río viene con su torso esbelto,
con su mano en que juega
un inminente espejo.
Con la pulpa fresquísima
de su pecho sombrío
y su espumoso belfo
de potro repentino.
Para que el cielo sepa qué caminos
llevan al mar, para que aprenda el campo
una nueva canción y el día tenga
dónde mojar los pies,
el río viene izando su largo nombre líquido.
Ay del que junto al río
no quiere llamarse sed.
II
Atardece en la playa. En el río madura
una profunda noche duplicada.
Sobre la arena late
-como una estrella viva y desgajada-
una hoguera que el viento apresura, clavándole
sus espuelas agudas y plateadas.
Yo, dividida, voy como entre dos orillas
entre el fuego y el agua;
mitad sangre, mordida de taciturnos peces
y mitad sangre rota de fiera llamarada.
Diálogo con los oficios aldeanos
LAVANDERAS DEL GRIJALVA
Pañuelo del adiós,
camisa de la boda,
en el río, entre peces
jugando con las olas.
Como un recién nacido
bautizado, esta ropa
ostenta su blancura
total y milagrosa.
Mujeres de la espuma
y el ademán que limpia,
halladme un río hermoso
para lavar mis manos.
ESCOGEDORAS DE CAFÉ EN EL SOCONUSCO
En el patio qué lujo,
qué riqueza tendida.
(Cafeto despojado
mire el suelo y sonría.)
Con una mano apartan
los granos más felices,
con la otra desechan
y sopesan y miden.
Sabiduría andando
en toscas vestiduras.
Escoja yo mis pasos
como vosotras, justas.
TEJEDORAS DE ZINACANTA
Al valle de las nubes
y los delgados pinos,
al de grandes rebaños
-Zinacunda- he venido.
Vengo como quien soy,
sin casa y sin amigo,
a ver a unas mujeres
de labor y sigilo.
Qué misteriosa y hábil
su mano entre los hilos;
mezcla extraños colores,
dibuja raros signos.
No sé lo que trabajan
en el telar que es mío.
Tejedoras, mostradme
mi destino.
LA ORACIÓN DEL INDIO
El indio sube al templo tambaleándose,
ebrio de sus sollozos como de un alcochol fuerte.
Se para frente a Dios a exprimir su miseria
y grita con un grito de animal acosado
y golpea entre sus puños su cabeza.
El borbotón de sangre que sale por su boca
deja su cuerpo quieto.
Se tiende, se abandona, duerme en el mismo suelo
con la juncia y respira
el aire de la cera y del incienso.
Repose largamente
tu inocencia de manos que no crucificaron.
Repose tu confianza
reclinada en el brazo del Amor
como un pequeño pueblo en una cordillera.
UNA PALMERA
Señora de los vientos,
garza de la llanura,
cuando te meces canta
tu cintura.
Gesto de la oración
o preludio del vuelo,
en tu copa se vierten uno a uno
los cielos.
Desde el país oscuro de los hombres
he venido, a mirarte, de rodillas.
Alta, desnuda,única.
Poesía.
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