No te preocupes, que lo soportarán,
has fracasado y saldrás de tu casa
y ahí les dejas el pollo
y todos esos sucios telediarios
que te negaste a respirar,
corrijo, tú no saldrás de la casa
porque ni casa tienes,
morirás simplemente
y ellos te quemarán
y el humo que es tu cuerpo
ensuciará los cielos,
¿pero es que tienes miedo
y por eso les das explicaciones?,
no malgastes palabras,
conseguiste
que hasta los brazos sin culpa
de tu hijo te rechacen,
y a un muerto en este estado
no le quedan misterios
adonde dirigirse,
el silencio es la música.
Nunca me han sobrado treinta euros
para poder decir que tengo algo
y, sin embargo,
mi emoción más concreta
fue siempre mi riqueza,
aunque también sé que los ricos como yo
somos el objetivo
de leyes y limosnas
y que a nadie se le ocurrirá
preguntarnos o, aún más improbable,
escuchar la respuesta,
no sé si debo, pues,
pero yo afirmaría
que fue un acierto esta fortuna mía
de nunca haber conseguido tener
los treinta euros de sobra.
Su hijo había encendido la tele
—se habrá vuelto a sentar sobre el terrazo,
es su costumbre—
y jugaba a reírse como un loco
mientras su madre se aturde con la SER
y corta la cebolla en la cocina
y él se despertaba de la última pesadilla
y, todavía bajo su edredón,
la tele con dibujos animados,
su mujer con Iñaki Gabilondo,
un niño a carcajadas
y un cuchillo golpeando en la madera
contra esta realidad que tanto engaña,
la sinfonía del sábado en la casa
lo expulsaba otra vez al fondo de sí mismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario