Para arrancar tierra con el tiempo
1
En Tuxtla el crepúsculo puede tocarse, olerse; es como la flor
del candox o la del sospó: puede cortarse; y sin embrago
permanecer intacto cuando se contradice, cuando lucha con nuestras preguntas.
2
Hice yo mismo esta cama. Creció dentro del patio de la casa
un árbol de alargadas hojas, robusto y floreciente: del grosor de
una columna de la Catedral de San Cristóbal. En tono suyo
levanté las paredes del cuarto, empleando adobe, piedras y
paja. Lo cubrí con un techo de tejas, y lo cerré con puerta
sólida, firmemente ajustada. Dejé una ventana grande para que
entrara el cielo. Después corté el ramaje de aquel árbol. Con
un cepillo de carpintero pulí su tronco desde la raíz,
haciéndolo torpe y toscamente. Lo enderecé por medio de un
nivel para convertirlo en pie de la cama, y lo taladré con un
barreno. De esta manera, fui haciendo y pulimentando la cama
hasta terminarla: le di una mano de barniz natural y luego otra
mano hasta que quedó más brillante que el cielo estrellado.
Extendí en su parte interior unas correas de piel de buey,
teñidas de púrpura, y encima un colchón duro. Encima del
colchón sábanas blancas, almohadas rellenas de algodón
silvestre y al pie de la cama una piel de jaguar. Mi mujer y
yo nos acostamos ahí y ahí engendramos a nuestras hijas. Aquí
gozamos y conversamos, porque los dos hemos pasado muchos
trabajos. La beso, y ella me besa; la toco, nos tocamos; el jadeo
crece y las floraciones de la cama estiran débiles cuellos.
4
Salgo a caminar contra el sur, donde los matorrales se
amotinan contra la sequedad. Entro en el panteón municipal.
Arranco la hojarasca del sepulcro donde están enterrados mis
familiares. Qué extraño que pueda leer en esta lápida mi
nombre. Este nombre que no es más que la necesidad de la
sed. Yo apenas sé hablar, caminar. Mi hermano da vueltas a mi
alrededor, luego se duerme en la cuna. No sé de quién de los
dos estoy hablando. Yo también me rebelo. Me levanto y
atravieso la sed.
6
Llego hasta la tumba de los guerrilleros guatemaltecos. Parece
que no estuvieran. Toco, y nadie me responde. “¿En dónde
estarán?” Marco Antonio Yon Sosa y sus dos compañeros deben
estar cruzando el río Lacantún. Salgo del panteón y sigo rumbo
al sur a esperar el crepúsculo, por la loma del venado o más
arriba donde danzan los guajolotes sin cabeza. San Pascual
Bailón no me reconoció, de tan borracho.
–¿En dónde estarán?
1 comentario:
Enhorabuena Jesús por tu blog, pásate cuando quieras por el mío que tienes un regalo.
Un abrazo.
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