jueves, 9 de septiembre de 2010

'Trabajo ilegal' de Óscar Oliva

Para arrancar tierra con el tiempo

8

Atravesando el pueblo, llego hasta mi antigua casa. Mi padre
dormita en su hamaca, recién bañado, oliendo a agua de
colonia. No quiero despertarlo, porque podría ocurrir que se
levantara muchos años atrás y entonces no estaría yo y habría
un Tuxtla distinto.
–Parece que no tuviera sueños, sino que tuviera montañas–,
digo.
–¿Quién eres? –, me pregunta.
Frente a frente nos tomamos una copa, comiendo queso de
Rayón, camarón seco de Juchitán y carne de iguana traída de
Chicomuselo. Le digo:
–Para que me conozcas te enumeraré los árboles que una vez
me regalaste del huerto de la casa: pues yo, que era niño, te
seguía y te los iba pidiendo uno tras otro; y, al pasar entre
ellos me los mostrabas y me decías su nombre. Fueron cinco
mangos, siete jocotes y cuatro papausas.
–¡Cómo pasan los años!– dice él. Las venas de las manos le
palpitan. “Parecen águilas”, pienso. Caminamos por el corredor
de la casa.
–Qué abandonada está–, comento.
–Pero esta no es la casa–, me dice como buscando otra casa.
Entramos en un cuarto.
–Ahí naciste–, señala. Abrimos cuartos y más cuartos sin
encontrar la casa. En la cocina hay luz. Vamos a la cocina.
–Aurora–, murmura mi padre y se le llenan los ojos de
lágrimas. “No puede ser mi madre”, pienso yo, pero no digo
nada. Mi madre nos pregunta:
–¿Tienen hambre? Ya pronto va estar la comida–.
Llega hasta nosotros y nos abraza. Seguimos buscando. Aquí
estaba el tanque de agua. Allá los rosales, el limonero, la
palma de dátil, la granada; allá estaba el corral de las gallinas
y más allá, en el traspatio, la troje donde se almacenaba el
maíz que traían de Suchiapa y donde era el criadero de
culebras ratoneras y de tlacuache.
–¿Nos tomamos otra copa? –, le pregunto.
–Sí–, dice él.
–Para luego ya dormirme.
–Anoche soñé a tu madre. Recién muerta no la soñaba–; y yo
le digo: “bueno, si, hasta mañana, ya es tarde”.
–Ya es hora, sí, hasta mañana–, me dice él. Su bastón y un
libro reposan en la butaca de cuero. Desde el sueño me llama:
“¡De prisa, hijo!”, y agita su sombrero. Cierro la puerta de su
cuarto. Abro la puerta de mi casa.

9

Contando los minutos que restan del crepúsculo, mi casa viaja
hacia la noche. Mientras vemos el aparato de tv, mi mujer y
mis hijas se despeinan en la velocidad del viaje. Guerrilleros
guatemaltecos agitan sus armas en la pantalla, las caras
cubiertas con paliacates o pasamontañas. Hace mucho calor.
Destapo otra botella de vino blanco. Mis hijas bailan con la
música de un cassette. La madre también baila, y yo, el padre,
las acompaño trastabillando.
–¿Viajamos hacia la noche?, pregunto. Ya no hay imágenes en
la tv. Ya no hay música. Sólo la Tierra girando, agitando las
palabras y los cabellos que no pueden ser contenidos en las
palabras. Vegetal oscuridad mastico. Pasa un murciélago.

11

En Tuxtla la noche puede cortarse. Comienzo a arrancar tierra,
y en mi memoria se despierta un antiguo deseo. En el cielo no
hay ventanas, o al menos yo no sé dónde están.

12

Para arrancar tierra con el tiempo
dejo estas roncas preguntas recién caminadas.
La madrugada es respuesta no pronunciada todavía.

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