miércoles, 27 de octubre de 2010

De novela

Desde que me dio la afición de escribir poesía (15 años ha, que se dice pronto) y volcarme en ella también como lector, son más los disgustos que placeres que he recibido de la novela, y siento la natural inclinación de rechazarla y evitarla.
Pero la vida del poeta está siempre sujeta a ímprobas tareas, y a mí me tocó arrostrar la de someter mi inventiva a un proyecto es prosa. ¿Re cuerdas? Allá en su nacimiento di en llamarlo...ni lo digo, para que más fácil se olvide.
Durante el verano que se nos ha ido, quise poner en limpio mi labor con la pretensión de acabarla, y me encontré con el disgusto de sentirla lejana a su fin. Sobre todo después de leer la novela (también epistolar) de Antonio Tabucchi 'Se está haciendo cada vez más tarde'. En la historia de Tabucchi encontré muchos elementos que conformaban parte de la mía con pretensión de suma originalidad: sucede cuando se ve por primera vez el mar, con largos años a las espaldas, que se pretende uno su decubridor. Así, no me ha quedado otra que el necesario ejercicio de humildad en el escritor de detenerme a conocer, si no todo, mucho de lo más granado que la novela epistolar ha dado.
Acabo de emprender concienzudamente esta tarea, como el único propósito de aclarar mis ideas a través del conocimiento que del género puedan aportarme los colegas muertos. Ni por asomo pensé al comenzar que pudiera disfrutar alguno de esos libros.
Para empezar, el 'Werther' de Goethe. De éste puedo decir lo mismo que del 'Hiperión' de Hólderlin: un principio maravilloso pero finalmente empalagoso de tanto dulce y tanta sentimentalidad.
Afortunadamente mi segunda estación está siendo más venturosa: 'La estafeta romántica' de Benito Pérez Galdós, parte de sus Episodios Nacionales. Que, por cierto, aquí la tienes.
Una historia, la del joven Fernando Calpena, no menos trágica que la de Werther o la de Hiperión, pero infinitamente más amena, con algunos ratos divertidísimos, intrigante...y todas las ventajas que presenta un relato hecho a través del sucesivo intercambio de sus personajes.
No creo que la superioridad de Galdós sobre Hölderlin y Goethe se límite a que el discurso de Galdós lo reciba sin intermediarios (es decir, sin traductores), sino que además de la diversidad de carácteres que empuñan la pluma en 'La estafeta romántica', hay también una variedad de estilos, tonos y temas que a los benditos románticos alemanes no se les pasó por la cabeza. Obviamente, Galdós es realista.
No me enrollo más, que no es el momento de hacer una larga disquisición sobre el género ni un completo comentario de ninguno de estos libros, sólo he interumpido la lecura de 'La estafeta romántica' para compartir contigo la inmesa alegría de encontrar al viejo Galdós.

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