lunes, 4 de octubre de 2010

Por poner de manifiesto la retórica, y también las ironías que algunos se gastan tan certeramente

SONETO A CRISTO CRUCIFICADO

No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido;
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.

Tú me mueves, Señor; muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido;
muéveme ver tu cuerpo tan herido;
muévenme tus afrentas y tu muerte.

Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.

No tienes que me dar porque te quiera,
pues aunque cuanto espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.

Anónimo


Tu cabello me enlaza ¡ay, mi señora!,
y tu hermosa frente me esternece,
la lumbre de tus ojos me escurece,
y tu nariz me enciende de hora en hora.

Tu pequeñuela boca me enamora,
tu cuello un alabastro me parece,
tus pechos leche que ya mengua y crece,
y en medio están dos bultos de una aurora.

Tu vientre llano y liso, allí es mi gloria;
tus blancas piernas, donde vivo y muero;
tu pie chiquito, donde pierdo el seso.

Mas adonde me falta la memoria,
y no sé coparallo como quiero,
es en lo que es mejor que todo eso.

Anónimo

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