jueves, 7 de abril de 2011

Tres nuevos poemas de Chema Barredo Viudés en 'Marea'

Ciudades nocturnas

Despierta la ciudad, se despereza
y la noche agota el tiempo,
se deshace entre cuerpos y neón,
los restos de la fiesta
o los pasos de algún borracho anónimo,
grupos de adolescentes que vuelven de la noche
en el primer autobús, tipos sin hora
que buscan el amor de las mujeres
con la sonrisa en desgastados labios.

La noche esconde
los cuerpos en la ciudad nocturna,
sólo impostura de la nada
que pierde todo el brillo con la luz.
Hay sombras que se desvanecen solas.

Hay calles que no entregan su tesoro fácilmente,
guardan secretos de ciudad que ampara
preguntas sin respuestas
¿dónde la felicidad?
no en esa apariencia de alegría
que se prodiga en varias formas,
monedas de la farsa que intercambian entre todos,
palabras, cuerpos, lentejuelas
se confunden con luces
y con sombras entre el humo
que desprenden las alcantarillas,
y alguna rata que cruza sin mirar
en la noche, mapas del amanecer,
los restos de mentiras compasivas.

No hay respuesta a las preguntas,
el brillo de la noche no es eterno,
no hay secretos en las calles, todos saben
que es la hora, no su hora, todos mienten
en las rutas de geometría fugaz
y se pierden en portales
donde se ama una pareja antes de que salga el sol,
en las plazas sin consuelo y en cualquier
banco del parque se desarman las madejas
que se enredan cada noche donde nadie
es casi nada sin el brillo de una copa,
en la nocturna ciudad que nos ampara
a todos. Sin preguntar por qué.

En la sombra se disuelve la razón,
canción de amor, sólo canción que envuelve
las calles de ciudad oscurecida.
Extraño tono de misericordia.



Poderosa influencia de los astros

Últimos días, pronto serán recuerdo
del verano que se consume,
el sopor de la tarde y esa extraña sensación,
indolencia, que no alivian las horas
ni esa luz, que se agota poco a poco,
de un septiembre al que no le queda vida.

Salir al sol, recorrer el camino
y sentarme en una roca,
frente a la valla de piedra que traza
una línea uniforme,
las sombras de unos fresnos
dibujan geometrías y el sueño
me ronda algún instante,
como bebida que gratifica y me dejo vencer,
acunado por la dulce somnolencia
de una brisa que aún es cálida.

Que empuja el avance de las nubes.
Anuncian la inminencia de otro tiempo,
sombrío, fiel a la cita.
Estaciones que se renuevan,
noventa días estériles, nada más
o quizás sólo es
la poderosa influencia de los astros.



Sombras en la piedra

Los nombres escritos en la piedra
aguardan su momento,
el día en que alguien les pronuncie
y entone la voz grave,
recite esos nombres que ya nada proponen
a la vida y el viento escarba entre las letras
con áspera caricia.

Son nombres escritos, rendijas en la roca,
cenizas del tiempo y su lenguaje.

Nombres grises de piel descolorida,
sombras sin fechas ni señales
que no han permanecido
indemnes a la luz y que golpea la lluvia
con monótono repique de salmodia,
con el vago silencio del olvido.

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