jueves, 9 de junio de 2011

Poemas de Daniel Aldaya en 'Poema York' (4, y fin)

MARTES POR LA TARDE

Los martes por la tarde tengo la fea costumbre de llorar en mis poemas.
Me explico: me basta descalzarme los martes sobre la tarima
y es un ver la casa y un caerse en medio como un pariente pesado.
No practico acompañar a nadie en mis penurias, es decir, salgo a la calle
y debe haber nada entre la taza de café y una camarera más triste que yo.
En contadas ocasiones busco un secundario: algún amigo de confianza,
una ex que no pierda los papeles, mi madre fallecida.
También te busco a ti, lector, pero te suena tan ajeno mi llanto
que te entretienes en la algarabía de unas quinceañeras con sus carpetas.

(Encuentro un hombre llorando al principio
de este poema y de inmediato me reconozco este martes por la tarde).

Entiendo que los martes es un día festivo para el resto del mundo.
Entiendo que los parques sacan sus flores y su ornamento y su todo,
y la plaza del baile parece dispuesta para una fiesta de palabras bonitas.
Pero no existe el amor en mi poesía; es verdad que he dicho te quiero más veces
de las contadas, incluso a veces estaba en lo cierto.
Que en mi poesía ladran los pájaros, el que escribe no escribe los martes
por la tarde, y buscan sexo las mujeres mientras esperan la llegada de sus maridos borrachos, que las cubren mientras me nombran las muy
santas,
y ellos ríen la ocurrencia y no hacen caso ocupados como están
sus pensamientos en la amante que aguarda en un motel de carretera.

(Con razón me pides cuentas por mi retraso;
ni yo mismo sé dónde puse mi persona,
si era tan poca cosa que en la ducha el agua caía
sin las intermitencias de un cuerpo).

Y ahora que me conoces, abandóname como acostumbras: date la vuelta
y omite que hay una lágrima que desemboca en un río que va a dar la mar de veces
a la ruptura, a la soledad sin compañía, a la cara compañía de las agencias de contactos,
del sueldo en vino, en mujeres, en vino, en más mujeres y en más vino.

Pero si decides acogerte a tu secreta afición de ser feliz en pareja
y te haces cargo del engendro que te habita, que te escribe en vano como siempre,
te coges el tren de las once,
pagas a la prostituta y le dejas propina por la charla,
te digo que vengas
despacio (cuidado con el tráfico de trenes en la niebla), te digo que pares un taxi
en la estación, llames a mi domicilio (no me mudé esta mañana
porque pesaba el equipaje),
te digo que antes de abrir la puerta (olvidé cerrar con llave, ya sabes, por si venías),
antes de atravesar el umbral de la puerta del cementerio,
te digo que entiendas que eres yo mismo un martes cualquiera
por la tarde,
mientras la lluvia emborrona las letras del poema que es mi vida.

DETRÁS DEL ESPEJO

Por mucho que te empeñes,
estás solo.
Para comprenderlo
has visitado uno a uno
afamados terapeutas, curanderos, sacacuartos,
que han venido a decirte lo que ya sabías.

Entenderlo no es fácil.
Hay personas que les lleva toda la vida
reconocerse en su ausencia.
Otras están solas y lo desconocen
y se mueren felizmente no acompañadas.

Te podría explicar, amigo mío,
que ni siquiera te reconozco,
pero es inútil,
y por mi parte sería un esfuerzo titánico
y un lío incomprensible
y una auténtica crueldad
viniendo de quien viene.

Por eso te abrazo al caer esta tarde
de nuestra vida, veintimuchos años
que ya no tienes –tenemos-, algún libro
que nos acompañó (poesía para alimentar
el espíritu), nombres que se perdieron
en la maraña de los días, mujeres
que te desnudaron con los ojos
para no sentirse solas.
Nada más somos.

Acuérdate de mí cuando definitivamente
nadie pueda –esto es la muerte- recordarte.

En este enlace tienes una entrevista a Daniel Aldaya hablando de su libro. Felicidades, Daniel. Y gracias.

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