martes, 12 de julio de 2011

Noticia de Augusto Ferrán. Su poesía (6)

La soledad (1860)

I
Las fatigas que se cantan
son las fatigas más grandes,
porque se cantan llorando
y las lágrimas no salen.

II
Al ver en tu sepultura
las siemprevivas tan frescas,
me acuerdo, madre del alma,
que estás para siempre muerta.

III
Los mundos que me rodean
son los que menos me extrañan:
el que me tiene asombrado
es el mundo de mi alma.

IV
Los que la cuentan por años
dicen que la vida es corta;
a mí me parece larga
porque la cuento por horas.

V
Cuando dices un embuste
la sangre salta a tu cara:
no digas más que verdades,
porque es tu sangre encarnada.

VI
Pasé por un bosque y dije:
«aquí está la soledad...»
y el eco me respondió
con voz muy ronca: «aquí está.»

Y me respondió «aquí está»
y sentí como un temblor,
al ver que la voz salía
de mi propio corazón.

VII
Dos males hay en el mundo
que es necesario vencer:
el amor de uno a sí mismo
y el rencor de la mujer.

VIII
Al darme la muerte, ingrata,
a ti misma te castigas,
pues tu castigo mayor
es quedarte con dos vidas.

IX
Yo me marché al campo santo
y a voces llamé a los muertos,
y para castigo mío
los vivos me respondieron.

X
Eres muy niña y ya clavas
en tu pañuelo alfileres:
ya dejan ver desde niñas
su inclinación las mujeres.

XI
Dentro de un tropel de penas
tengo mi cuerpo metido,
y nadie me da socorro
por más que a voces lo pido.

XII
Al verme triste a tu lado
no me preguntes qué tengo;
tendría que responderte,
y yo acusarte no quiero.

XIII
Yo tenga hecha con el cielo
una escritura perpetua
de no marcharme del mundo
hasta que la muerte venga.

Y hasta que la muerte venga
esperaré sin quejarme,
sólo por ver en el mundo
dónde concluyen los males.

XIV
No hagas daño, compañero,
ni a los que daño te hicieren,
porque aquel que a hierro mata
casi siempre a hierro muere.

XV
La muerte ya no me espanta;
tendría más que temer
si en el cielo me dijeran:
has de volver a nacer.

XVI
Si mis ojos no te dicen
todo lo que el pecho siente,
no es porque se están callados;
es porque no los comprendes.

XVII
Puedes hacer lo que quieras,
que a nada me opongo yo;
pero comprar mi dinero
con tu querer... ¡eso no!

XVIII
Yo no sé lo que yo tengo,
ni sé lo que me hace falta,
que siempre espero una cosa
que no sé cómo se llama.

XIX
Yo propio juez de mi causa
he venido a sentenciar,
que yo la muerte merezco,
tú la muerte... y algo más.

XX
Las estrellas que en el cielo
brillan con gran claridad,
¡cuántas noches de fatigas
las he querido contar!

Las he querido contar
sin llegarlo a conseguir,
que tengo los ojos malos
de llorar y de reír.

De llorar, cuando me acuerdo
que Dios de mí te apartó;
de reír, al acordarme
que pronto iré junto a Dios.

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