La soledad (1860)
LXXXI
Escuchadme sin reparo;
mis palabras son verdades:
nunca miréis con desprecio
al que mendiga en la calle.
El que mendiga en la calle
es el más digno de lástima,
porque además de ser pobre
lo va diciendo en voz alta.
LXXXII
Ni en la muerte he de encontrar
la quietud que me hace falta;
por eso, cuando me miro,
tengo de mí mismo lástima.
LXXXIII
En verdad, dos son las cosas
que el mundo entero gobiernan:
el oro, por lo que vale,
y el amor, por lo que cuesta.
LXXXIV
Mujer, ¿quién pudo anunciarte
lo que el corazón te pide?
Nunca te hablé, y con tus ojos
cuanto deseo me dices.
LXXXV
Cuando el reloj da las horas,
dice a todos sin reparo:
al rico, que ande deprisa;
al pobre, que ande despacio.
Y el pobre que anda despacio,
con sed y hambre en el camino,
suele a veces llegar antes,
mucho antes que el más rico.
LXXXVI
Cada vez que paso y miro
el sitio donde te hablé,
volviendo al cielo los ojos
digo llorando: ¡aquí fue!
LXXXVII
Ahora me vienes diciendo
que el tiempo pierdo contigo;
¿cómo se puede perder
lo que nunca se ha tenido?
LXXXVIII
Mira si he soñado cosas
en esta noche pasada,
que he soñado que era un sueño
aun lo mismo que soñaba.
LXXXIX
Que me engañara una vez,
lo comprendo... ¡pero dos!
por fuerza el hombre que quiere
pierde toda su razón.
XC
¡Adiós!... De muerte es la herida
que abriste en el pecho mío:
el puñal hiere mejor
cuanto más brillante y fino.
XCI
Dices que hablo mal de ti,
y esa noticia no es cierta;
si quiero, puedo hablar mal,
mas no lo hago por pereza.
XCII
Vengo delante tu reja
a darte el último adiós;
y aunque lloro, no te asustes,
porque tranquilo me voy.
No te asustes, compañera,
que los hombres como yo;
si lloran, es de alegría,
si ríen, es de dolor.
XCIII
Morid contentos, vosotros
que tenéis por compañeras
dos madres que os acarician:
la Humildad y la Pobreza.
XCIV
Si os atormentan fatigas
sin saber de dónde vienen,
no os apuréis por saber,
al irse, dónde se vuelven.
XCV
Por ver si me quito el frío
que al verte me entró ayer noche,
me voy a poner al sol,
que es el hogar de los pobres.
XCVI
«Por el camino real
va caminando a lo lejos
un hombre que se parece
al amante que yo espero.»
Así cantaba la niña
cuando el amante iba huyendo;
que en el camino real
los amantes son viajeros.
XCVII
En una noche de luna
fuime a la orilla del río,
llevando la negra pena
que siempre llevo conmigo.
La pena que iba conmigo
tanto aumentó mi fatiga,
que me paré a contemplar
cómo las aguas corrían.
Y en las aguas que corrían
miré mi propio retrato,
al resplandor de la luna,
pasar tembloroso y pálido.
XCVIII
Cuanto más pienso en las cosas,
mucho menos las comprendo;
por eso cuando te miro
te estoy viendo y no lo creo.
XCIX
Como un rayo corre, vuela,
y dile a quien me ofendió,
que hace un año que le espero
para vengarme mejor.
C
Aunque nos den que sentir
siempre corremos tras ellas,
porque al cabo las mujeres
¡son tan malas y tan buenas!
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