CXXVI
«Se ha muerto... Dios le perdone...»
dicen todos; y yo añado
bajito: «¡Dios y los hombres!»
CXXVII
PRIMER CANTADOR
Le tengo miedo al querer,
porque he visto mucha gente
que se ha perdido por él.
SEGUNDO CANTADOR
Quita el querer, y verás
cómo solamente encuentras
odio en todo lo demás.
CXXVIII
Alta es del ciprés la copa,
pero también sus raíces,
aunque no se ven, son hondas.
CXXIX
Al ver en la lumbre
las cepas, me digo:
¿si de estas cepas que dan tan buen fuego
habré yo bebido?
CXXX
Un sabio dijo hace tiempo:
«El que se muere no da
lo suyo, sino lo ajeno.»
CXXXI
PRIMER CANTADOR
Son ¡ay! mis recuerdos sombra
de la luz de mi esperanza:
la sombra no muere nunca,
y la luz pronto se apaga.
SEGUNDO CANTADOR
Luz y sombra, todo es uno
si con el alma se miran,
y no son más los recuerdos
que esperanzas ya perdidas.
CXXXII
¡Ha de apagarse este fuego
que me alienta y me da vida,
y recuerdos y esperanzas,
y pesares y alegrías!
¡Y de un fuego tan ardiente
sólo quedarán cenizas,
sin un resplandor siquiera,
que dure tan sólo un día!...
¡Ay! ¡es muy triste, muy triste,
cuando una luz agoniza,
no saber dónde se pierde
su brilladora alegría!
CXXXIII
Oigo a veces entre sueños
que alguien me dice: «¡tú mueres
para que yo viva eterna!»
CXXXIV
Le dijo bajo al oído,
mientras sacaba el puñal:
«¡ya que me dejaste solo,
quiero que sea verdad!»
CXXXV
Yo tenía amigos:
todos se murieron...
¡ay! ¡cuánta falta me hacen ahora
que me estoy muriendo!
CXXXVI
¿La tierra?... No olvides
que tú de ella naces,
y de ella vives, y vuelves a ella
cuando muerto caes.
No mires al cielo
siempre en tus afanes;
¡mira a la tierra, que enseñarte puede
lo que aún no sabes!
CXXXVII
Quiero seguir los consejos
que me dais, gentes honradas,
y a este corazón rebelde
cortarle a tiempo las alas.
Vuestro soy hasta que muera...
pero, como última gracia,
dejadme otra vez querer,
otra vez no más, y basta.
CXXXVIII
Eso que estás esperando
día y noche, y nunca viene;
eso que siempre te falta
mientras vives, es la muerte.
CXXXIX
A medida que me acerco
a la muerte silenciosa,
duermo más, pero no sueño.
CXL
El amor que el egoísta
tiene a su propia persona,
es como el humo del fuego,
que no calienta y ahoga.
CXLI
De caminar ya rendido
me senté, al caer la tarde,
a la orilla del camino.
Era un camino penoso,
tanto, que yo no podía
seguir caminando solo.
Allí, triste y en silencio,
vi llegar la oscura noche
que despierta los recuerdos.
Larga noche, en que mi alma,
mientras el cuerpo dormía,
con sus recuerdos velaba...
Pasó la noche, y pasaron
otros días y otras noches,
porque el camino era largo.
Y caminé hasta que un día
durmiose el cuerpo... ¡y aún duerme
mientras el alma vigila!
No hay comentarios:
Publicar un comentario