viernes, 3 de febrero de 2012

En 'Versiones' de Rosario Castellanos, poemas de Emily Dickinson, 'Poemas'

Lo soportó hasta que sus propias venas trazaron una red azul sobre su mano; hasta que la rojez de la decrepitud, suplicante, cercó sus quietos párpados. Dio el narciso su flor y se marchitó luego yo no sé cuántos años. Hasta que un día no lo soportó y fue a sentarse junto a los santos. Ya no más su pacienre figura en el crepúsculo ha de salirnos, suavemente, al paso; ni su sombrero tímido se verá por las calles del pueblo ahora por ella abandonado. Coronas, cortesanos, sí. Y en medio de aquella multitud ¿no es su rostro pálido, esquivo y ya inmortal, el que aquí -y en voz baja- estamos evocando? ___ Saboreo un licor que ninguno destila en un jarro perlado de humedad. Ni en bodegas del Rin ni en parte alguna se encuentra licor tal. Embriagada del aire, bacante del rocío, me tambaleo al través de estos días sin fin del verano. Desciendo de mi sitio del encendido zafir. Cuando los amos echen a la abeja borracha fuera de los umbrales del verde cundeamor, cuando las mariposas renuncien a su sorbo, yo querré más licor. Y así será hasta que los serafines columpien sus sombreros nevados y el Señor y sus santos se asomen a ver, por las ventanas, cómo la ebria pequeña se inclina contra el sol.

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