domingo, 25 de marzo de 2012

¿Dónde estamos, adónde vamos los poetas?

Cuando Alejandro Céspedes decía, el día de la presentación de 'πoetas' en el Ateneo de Madrid, que las matemáticas le permitían decirse desde afuera, impersonalizar, yo no podía sorprenderme.  En fechas posteriores leí unos poemas en que decía me representaba en primera persona como mujer, y al leer los poemas el público vio que la persona empleada era la tercera, se me olvidó comentarles que incluso en la vida, a lo largo de los años, me han dicho que hablo de mí como si fuera otro, desde lejos. Expresiones como "uno piensa", "uno quiere", empleadas por mí quieren decir, "yo pienso", "yo quiero".  A veces, cuando tomo consciencia, escapo de ellas, pero siempre vuelvo.

Pero a qué viene esta disertación que a continuación extenderé. Viene a que ayer estuve en una magnífica lectura en "La Marabunta", en Lavapiés, a cargo de de Víktor Gómez Ferrer y, sobre todo para mí en el día de ayer, Laura Giordani, que me llevaron a hacerme los planteamientos que ahora te comparto. (No solo sobre mí, sobre todo acerca de la poesía y los poetas, por eso lo pongo en estas líneas y lo publico de inmediato.)

No he dejado nunca de verme como un producto de mi propio pensamiento y mi propia intencionalidad; como luego conocí de Ortega y Gasset, digo que el ser del hombre no es algo estático, algo fijo, sino su construcción. El ser es la construcción de lo que pretendemos ser. El ser no es logro, sino aspiración, por eso para mí es tan natural decirme en tercera persona: yo aún no soy yo.

Alejandro Céspedes viene de escribir en primerísima persona, poesía de la experiencia, y él, de formación filósofo, de repente descubre que el lenguaje de las matemáticas le permite trascenderse. Del empirismo de Locke al idealismo de Platón, natural y esencial vuelta a los orígenes. Desde que los científicos se desligaron del mito y se dieron en exclusiva a la razón (anclada en la axiomatización y condimentada con el empirismo) comienza la decadencia de la humanidad. (Esta sentencia creo que me la secunda Russell, según me han dicho, aunque no he leído aún.) Así que Alejandro busca un lenguaje que le permita trascenderse y remontarse al mito que le/nos permita soñarnos y descubrir otros caminos que la realidad hoy le/nos niega. En este mar, yo navego con placidez.

Lo que realmente me inquieta y me hace zozobrar es que habiendo gran coincidencia formal con otras poesías/poéticas de hoy, hay un abismo en cuanto a planteamientos, percepciones, sensaciones... y consecuencias.

Comenzó Laura Giordani por justificar el título de uno de sus libros, "Materia oscura". La materia oscura, según Laura Giordani dice que dice la física, es la inmensa mayoría de la existente, materia invisible que sostiene la nimia (por insginificante y portentosa, según yo) materia visible. Después de esto nos habla de los muertos que sostienen nuestro verso, de los poblados chabolistas, las villas miseria argentinas, del constante saqueo de África... Y aquí llega para mí el conflicto.

Versos vibrantes los de Laura que me han hecho palpitar, asentir y sentir grandes de deseos de explotar exaltado, sí, pero que en esos mismos momentos me provocan un gran desasogiego. ¿Estas tristes realidades no son materia periodística? ¿Estamos ocupando los poetas el lugar de los informadores? ¿No somos los poetas parte de esa masa desdichada? Qué confusión, qué jaleo, qué locura, qué drama.

Los poetas queremos explicarnos a nosotros mismos, nuestra sociedad, el mundo en el que vivimos, y parece que hoy apostamos por observarnos en vez de decirnos, por describirnos en vez de mostrarnos. Ni siquiera los poetas nos atrevemos a decir yo. Bien es cierto que ese yo con el que nos hemos dicho hace poco se nos queda escaso, pero estos tiempos en que vivimos (hablo de política y economía) en que nosotros justificamos los propios cambios que nos desmontan hasta negarnos y anularlos, los poetas somos voceros de ese discurso y ¡ahogamos! nuestra propia voz.

Así, creo, en efecto, que esta sociedad de la comunicación en la que vivimos no es la de la información. Si estuviéramos informados, qué necesidad habría de llevar al verso lo que está en mente y en boca de todos. Los refranes no se utilizan para hacer poesía, la poesía no está en la generalidad aplicada a lo concreto, sino en lo concreto llevado a lo universal. Luego el déficit y la mala calidad de la información es lo que lleva a los poetas a convertirse en informadores.

Por otra parte, qué capacidad de informar tenemos los poetas, pero si no llegamos a nadie... si somos apenas un eco confuso... Así, adoptando este papel, nosotros los conscientes (porque aspiramos a serlo, te recuerdo a Ortega), no somos más que un endeble y sumiso aliado. Hablamos como si lo que pasa en el mundo fuera materia de la sensiblidad y de preocupación, cuando, no siendo así, debiera ocuparnos. Hablamos desde afuera, como si todo el disparate que acontece no fuera materia nuestra, personal, de cada uno y de todos. Hablamos, en fin, por desahogarnos y no para hacernos, y hablamos, y no actuamos, para perpetuar el estado de cosas.

¿Hablo de revolución? Vengamos a menos, ¿de poesía social? No y no. Hablo del yo. Atrevámonos a decir yo. El que los poetas, que tenemos este reducto que, por insignificante e inocuo para la sociedad, sigue siendo de libertad, renunciemos al yo es una muestra harto preocupante de la sociedad en que vivimos. Si no nos atrevemos los poetas, quién podrá.

Federico, portento dramático en prosa, no quiso renunciar al más rico tesoro de nuestra tradición poética, la obra de nuestros dramaturgos del siglo de oro; prueba de ello son los cuadros que representa en nuestro "Romancero Gitano" (la tradición) y "Poeta en Nueva York" (la modernidad). La poesía social que vino luego, a parte de otras consideraciones históricas, no se hubiera dado si no hubiéramos tenido a Federico. Y entre los poetas sociales, que he querido pensar siempre como pretendidos sacerdotes o gurús que nos traían un modelo que plasmar en nuestras vidas, me acuerdo sin embargo de que Miguel Hernández nos pedía: "decidme en el alma quién", y ahí quiero ver ahora a un hombre suplicante que pedía a los que le rodeaban que le ayudaran a encontrarse. La experiencia decidió que los demás sobraban.

Pues hoy existen poetas que, como Federico, quieren pintarnos el panorama social, y como buenos pintores no quieren formar parte de sus propios cuadros; pero se olvidan de que Velázquez no era malo y se pintó entre las meninas. Federico reacciona ante un convulso comienzo de siglo en que la cultura quería constituirse en una torre de marfil, en que la pobreza era analfabetismo e ignorancia, y la riqueza, cultura y arrogancia. Federico, desde la cultura, prestó oídos a los silenciados. Hoy somos más los pastores que los catedráticos y los señoritos, y que adoptemos el empeño de hablar desde afuera, que sigamos dramatizando la poesía, es un claro indicativo de nuestra aspiración a un ascenso de clase y de nuestra conformidad con el estado de cosas. Y con esto, entiéndase, no hablo de Laura Giordani, con quien aún ho he tenido la suerte de intercambiar palabras y felicitarla.

Demasiadas cosas, muy a la ligera y muy desordenadas, pero aún no tengo paciencia para sentarme a escribir este ensayo; tal vez con la edad, que dicen que es más adecuada para darse a este género. Pero sí se me manifiesta con cierta claridad esta distinción: poetas que salen de sí para encontrarse (buscan en el pensamiento, en la filosofía, en el lenguaje, productos sociales heredados y por transformar), poetas que salen de sí para callarse (miran lo cotidiano, lo próximo, lo pasajero y fugaz). Y me asusto, sí, porque soy ambos.

1 comentario:

Alena. Collar dijo...

Merece comentario extenso, pero ahora me pilla con prisa. Queda pendiente. Sólo decirte que te he leído y lo comentaré.