viernes, 16 de marzo de 2012

En 'Versiones' de Rosario Castellanos el poema de Paul Claudel 'Oda segunda, el espíritu y el agua' (3)

Y como en los días de llovizna se ve, a lo largo de las costas, el faro y las agujas de roca, todas envueltas de bruma y de espuma pulverizada, es así que en el viejo viento de la Tierra, la ciudad cuadrada se reviste de sus atrincheramientos y de sus puertas, escalona sus puertas colosales en el viento amarillo, tres veces tres puertas, en el viento de ceniza y de hollín, en el gran viento gris de la polvareda que fue Sodoma y los imperios de Egipto y de los persas y París y Tadmor y Babilonia. Pero ¡qué me importan hoy vuestros imperios y todo lo que muere y vosotros, a quienes he abandonado a vuestros caminos odiosos, allá abajo! Puesto que soy libre, ¿qué me importan vuestros compromisos crueles? ¡Puesto que yo, al menos, soy libre! ¡Puesto que yo he encontrado! ¡Puesto que yo, al menos, estoy fuera! ¡Puesto que yo no tengo mi lugar entre las cosas creadas, sino mi parte con quien las creó, el espíritu líquido y oleoso! ¿Es que se palea el mar? ¿Es que vosotros lo ponéis a ahumar como una escudilla de guisantes? ¿Es que le escogéis su rotación, o la de la zanahoria o la del trigo, o la de los betabeles o de las remolachas amarillas y púrpuras? Pues él es la vida misma sin la cual todo está muerto. ¡Ah, yo quiero la vida misma sin la cual todo está muerto! La vida misma y todo lo demás me mata porque es mortal. ¡Ah, y no es bastante! ¡Yo miro el mar! Y esto me colma hasta el fin. Pero yo vuelvo el rostro aquí y allá y hacia este otro lado y no lo encuentro y es así siempre y aún más que siempre. ¡Siempre, corazón querido! ¡No temas que mis ojos se sacien de él! Ah, estoy harto de las aguas que vosotros bebéis. Yo no quiero más vuestras aguas compuestas, segadas por el sol, pasadas por el filtro y el alambique, distribuidas por el ingeniero de montes, corruptibles, escurridizas. Vuestras fuentes que no son fuentes. ¡El elemento mismo! ¡La materia primera! Es mi madre, digo, mi madre la que necesito. ¡Poseamos el mar eterno y salado, la gran rosa gris! ¡Yo levanto un brazo hacia el paraíso! ¡Avanzo hacia el mar de entrañas de uva! ¡Me he embarcado para siempre! Y soy como el viejo marino que no conoce la tierra más que por sus fuegos, los sistemas estelares verdes o rojos enseñados por el mapa y el portulano, un momento sobre el muelle, entre la carga y los toneles, los documentos ante el cónsul, un apretón de manos al estibador; y otra vez de nuevo las amarras largadas, el silbato de las máquinas y, bajo mis pies, ¡de nuevo la dilatación de la ola!

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