jueves, 29 de marzo de 2012

Otro modernista argentino, Enrique Larreta en sonetos y más(1)

Enrique Larreta (1875-1961) por Ignacio Zuloaga; al fondo, la ciudad de Ávila.

Los secretos de nuestra historia, o que uno es muy ignorante.

Partiendo del libro del que ya te he hablado y del que he sacado poesía modernista argentina para Poesía Abierta (La poesía modernista, Biblioteca Argentina Fundamental, 1968, Buenos Aires), encuentro un buen manojo de maravillosos sonetos de Enrique Larreta. Así pues, a buscar en Google esos mismos sonetos para ahorarrme su escritura, y algo más. ¡Y mucho más!

En la Biblioteca Virtual Cervantes, Biblioteca del soneto. Autores: letra L, de Ramón García González, hallo una colección extensísima de sonetos de Larreta. No los he contado, pero según creo recoge los 88 que constituyen La calle de la vida y de la muerte, la totalidad de su obra poética, que compila en 1941.

Su gusto por el Siglo de Oro y por una España que conoce y ama, se nota en esos versos, y no solo en ellos. Al parecer, Larreta (que fue miembro de la RAE), amigo de otro ingenio sin igual, Miguel de Unamuno, es más celebrado (¡aún más!) por su prosa, concretamente La gloria de don Ramiro (una vida en tiempos de Felipe II), 1908 (léela aquí). También le inspira España Zogoibi (1926), cuyo título significa "el desventurado", que fue como se llamó al rey Boabdil tras la pérdida de Granada.

Anoto, por último, para poner de relieve la importancia de su figura, este comentario de Rubén Darío: "Intelectualmente el autor de La Gloria de D. Ramiro está entre las pocas dominantes figuras de Hispanoamérica. Su libro es en su género, lo mejor que en asunto de novelas ha producido nuestra literatura neo mundial. Hágase algo superior y Larreta pasará a segundo término".
(Cabezas. Ed, Aguilar - México - madrid- Buenos Aires)

Nosotros, ahora, nos daremos a compartirte sus sonetos. A leer su novela... ay, por ahora no, pero aquí queda colgado el enlace.

Por cierto, que comienzo por ponerte algunos de sus sonetos más dramáticos. Hace unos días os hablaba de cómo me sorprende ver, de repente, ni que hubiera empezado a leer ayer, en cierta poesía una réplica del gusto de Federico García Lorca por el teatro y por la poesía dramática del Siglo de Oro, que a mi entender se trasluce en su Romancero gitano, cuyos poemas son auténticos cuadros teatrales. Pues Larreta, que no sé si conoció a Federico y que es mayor que él, ya anduvo ese camino. Aquí la prueba.

AZELAÍN EN GUIPÚZCOA

Sale él mismo, en pantuflos, el seco mayorazgo.
En vascuence “Azelaingo”, le dicen, “Naguzía”.
Tiene espejuelos verdes y bufanda tenía.
Negro bastón bruñido. Vara de infanzonazgo.

Soñando con antiguos derechos de obispazgo,
me enseña como suyas iglesia y sacristía.
“Brindemos como deudos. Celebremos –decía-,
con mi vino manchego, luego, luego, el hallazgo”.

Culpa fue de tu llama, valdepeñas bravío.
Al indagar por qué no se ha casado nunca,
“Algo falta –le digo-, señor, en su espelunca.”

El destapa un arcón perfumado y vacío.
¡Fantasma en un fantasma de ropas conservado!
Y lo cierra de nuevo. Sus ojos se han mojado.

GATO LUNERO

Gato, gato lunero, gato de los tejados
nupciales. Brasas verdes. Degollados violines
de las siete lujurias. Ese de espadachines
mostachos y bufidos y saltos endiablados.

Ese de los atroces amores despeñados.
Lo recuerdo en Toledo y en hora de maitines,
antes de amanecer, cuando los fervorines
soñolientos despegan los párpados sagrados.

Nocturna comprensión, por fin, de las hurañas
rejas y las paredes altas como montañas
para atajar al Diablo y encerrarlo en el mundo.

Seguramente, aquel giboso garabato
felino, era una traza del espíritu inmundo
que cuela por los techos el fósforo del gato.

EL POZO

Son dos sombras inmóviles junto al brocal. Un trozo
de barro queda apenas de aquel nido de hornero.
¡Cuántas y cuántas veces, besándose primero
con la emoción del agua, bebieron de este pozo!

Ella baja los párpados y, sin mirarla, el mozo
le dice con tristeza: “¡Malhaya el forastero
que me robó mi bien y malhaya el dinero!”
Es su voz más que voz un varonil sollozo.

Se han juntado sus manos. Llora la sangre, llora
bajo la piel morena; mientras ella, al instante,
“Fue la vida –responde-, no fui yo la traidora.”

Luego los dos se inclinan sobre el profundo espejo.
Él la mira allá abajo celestial y distante.
Pureza del no ser en el ser de un reflejo.


LA GITANA

Vete, vete, gitana, la de los peines rojos.
Gitana, la gitana, la del olor impuro.
Florero de claveles. Zacatín de los piojos.
Pero no, no te vayas. Aquí tienes el duro.

Aquí tienes mi mano. Clava, clava tus ojos,
clávalos en los míos, si quieres. Yo te juro
sobre tus amuletos y quebrantacerrojos
y chusquines robados, que no temo el conjuro

de tus pestañas, aunque todos saben que pones
en ellas cierto dengue de hollín, cierto agorero
tiznajo de candiles, con sus invocaciones.

¡Ah! gitana de almíbar, pegajosa y lejana
como tu voz, ¡ah!, vete, vete cuanto antes. Pero
no te vayas aún, no te vayas, gitana.

Más pruebas habrá; para esta primera selección he tirado del recuerdo, buscando diálogos y cuadros antiguos, pero más tenemos. En sucesivas ocasiones iremos publicando los sonetos que he tomado en el orden en que están en el pdf (qué te lo puedes descargar) de Ramón García González.

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